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Prefacio

Era la medianoche de un lluvioso domingo de marzo y Victoria Priori estaba


esperando un colectivo que nunca iba a llegar. Las gotas de agua caían
frenéticamente entre su pelo negro azabache, por su rostro y sobre su ropa,
empapándola por completo. A ella parecía no importarle: no parecía sentir ni el
agua, ni el frío. Lo único que sentía era el peso de la espera.
¿Dónde estará el bendito colectivo?
Mientras esperaba, pensaba en Salvador. ¿Estaría él pensando en ella? ¿Desearía
que llegara el colectivo tanto como ella? El colectivo hacia la libertad, como le
gustaba llamarlo…
Pasaban las horas y el vehículo seguía sin dar señales. Victoria comenzaba a
ponerse nerviosa. Comenzaba a preguntarse cuán buena idea había sido dejar todo
atrás por Salvador. Sin embargo, apenas ese pensamiento cruzó por su mente, se
arrepintió. ¿Cómo podía dudar de él? ¿Cómo podía dudar del tan sólido “nosotros”
que habían construido? Para probar que estaba arrepentida (para probárselo a vaya
uno saber quién), se clavó las uñas en las palmas de las manos. Y lo hizo con tanta
fuerza que comenzó a sangrar. Y, luego de sangrar, comenzó a reír. No sabía muy
bien por qué, pero no podía parar de reír.
Sangraba. Reía. Esperaba. Y llovía.
¿Dónde estará el bendito colectivo?
Capítulo 1: El inevitable y trágico inicio del fin
Le habían dicho que no fuera a visitarla; que no tenía por qué soportar verla en
ese estado. Mucho menos sabiendo que ella lo había dejado por él, y que él era el
culpable del destino que le había tocado vivir. Pero a Tobías no le importaba. No le
importaba que ella lo hubiese preferido a él, ni que se hubiese ido alejando cada vez
más, sin explicación alguna. Y mucho menos le importaba el “estado” en el que
podría encontrarla. Lo único que quería, y lo único que le importaba, era verla; saber
que estaba bien.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo?- Le preguntó la secretaria.
Una vez tomada la decisión, Tobías había ido directamente al auto, sin pararse a
pensarlo ni un segundo. En ese momento, parado frente a la impecable secretaria que
lo observaba como si él fuese un paciente que había ido a auto confinarse, no estaba
muy convencido de haber actuado con sensatez.
—Yo, eh… vengo a visitar a una paciente.
Esa última palabra le provocó ardor en la garganta. Se rehusaba a pensar en ella
como una paciente más.
—Las horas de visitas están por terminar, joven—le respondió la mujer
reprobatoriamente.
—Por favor, señorita-rogó Tobías. Le parecía que decirle “señora” no jugaba
mucho a su favor.—Ella…. Ella es mi novia. Sus padres la internaron acá sin que yo
supiera nada. Apenas me enteré hace unas horas. Llegué lo más rápido que pude.
Bien, al menos una parte de su historia era cierta.
La secretaria pareció apiadarse de él y asintió con la cabeza.
—Te puedo dar cuarenta minutos. Nada más.
Tobías sonrió y soltó el aire que había estado conteniendo, prácticamente, desde
que le habían contado que Victoria estaba internada en una institución psiquiátrica.
—Los pacientes están todos en el jardín ahora. Las visitas son en espacios
comunes, por cualquier complicación.
El muchacho sabía que la enfermera solo estaba intentando ser amable, pero le
molestaba que incluyeran a Victoria dentro del grupo de “los locos”, que la trataran
como si fuese una persona peligrosa. Ella no estaba loca, ni era peligrosa. Su único
problema era que había perdido el rumbo. Eso, y el tal Salvador, por supuesto. Ese
hombre la había perdido, la había destruido, y por su culpa Victoria había empezado
a lastimarse a sí misma. Él era la única razón por la que habían internado a Victoria
en un lugar como ese.
Caminó hacia el lugar indicado por una enfermera en silencio, sin prestarle
mucha atención a sus alrededores. Cuando llegó al patio, quedó bastante
sorprendido. A decir verdad, no era en absoluto lo que se esperaba de una institución
psiquiátrica. Era mucho menos lúgubre de lo que pensaba, lleno de gente hablando
animadamente, de flores de todo tipo de colores y dentro del cual se respiraba un
ambiente de paz que nunca podría esperarse de un lugar en donde la gente era
obligada a internarse.
Reconoció a Victoria al instante, sentada sola frente a un rosal. Estaba de
espaldas a él, por lo que no logró verlo enseguida. Le parecía irreal tenerla tan
cerca, por fin, después de haberla buscado por tanto tiempo. Y, a decir verdad,
también le aterraba la reacción de ella. La última vez que se habían visto las cosas
no habían salido bien, y Tobías había pasado esos últimos meses intentando
perdonarse por las cosas que se habían dicho. Acercándose a la que en una época
pensó era el amor de su vida, rogaba que ella también hubiese decidido perdonarlo.
—Victoria…
Los ojos de la muchacha se clavaron en los de Tobías durante lo que a él le
pareció como una eternidad. Sentía la necesidad de envolverla entre sus brazos y
decirle que todo estaría bien, que saldrían de todo ello juntos. Sin embargo, y como
había sido desde siempre, Victoria no parecía necesitar ningún tipo de protección.
Incluso parecía un poco irritada por la intrusión de Tobías, mas él estaba decidido a
pensar que esa era solo una proyección de sus propios temores.
—Tobías, ¿qué hacés acá? ¿Cómo me encontraste?
¿Acaso podía ser real que ella no quisiera verlo? ¿Podría ser que no lo hubiese
perdonado?
—Nunca dejé de buscarte, Vic— le respondió sin previa meditación. —Me
preocupo por vos, sabés eso.
La expresión en el rostro de la chica pareció ablandarse y esbozó algo parecido a
una sonrisa.
—Sí, lo sé. Siempre te preocupaste demasiado por mí.
Ambos se sumieron en un incómodo silencio. O incómodo al menos para Tobías,
quien intentaba decidir qué hacer a continuación para que la conversación no se
tornara hostil. A pesar de ello, fue Victoria quien rompió el silencio primero.
—Estoy segura de que mamá te habrá contado una interesante versión acerca de
por qué estoy acá.
—Para serte sincero, no hablé mucho con ella. Tuve que insistir demasiado para
que me dijeran dónde estabas. Nadie en tu familia es muy comunicativo.
Victoria soltó una carcajada y Tobías sonrió, embelesado. Se preguntó dónde
estaba Salvador, que decía amarla con locura. ¿Dónde estaba cuando ella más lo
necesitaba? De todas formas, no quiso preguntar nada. Le gustaba pretender que
seguían siendo solo ellos dos contra el mundo, como había sido tanto tiempo atrás.
—Te extrañé, Tobías— confesó ella tras un pequeño silencio. — ¿Cómo estás?
¿Cómo estaba él? ¿No debería Tobías estarle preguntando eso a ella? A pesar de
sentir que había algo extraño, que tanta normalidad y tranquilidad eran impropios de
ella –incluso impropios de la Victoria que había sido antes de Salvador- no quería
que ese momento terminara. Disfrutaba estar hablando con ella, como hablaban
antes de aquella última pelea. Disfrutaba tenerla cerca y verla sonreír, aun sabiendo
que esa era una sonrisa que solo podría disfrutar durante menos de cuarenta minutos.
Tiempo después, cuando toda la verdad salió a la luz, Tobías se castigaría a sí
mismo por haber desaprovechado esos cuarenta preciosos minutos. Mas, en ese
momento, la conversación trivial parecía representar todo lo que ambos necesitaban.
—No sé cómo responder a eso, Vic. Yo también te extraño. Los últimos meses
fueron una tortura sin saber dónde estabas. Y no solo para mí, Oriana también está
preocupada. Ella quiso venir, pero, ya sabes, pensé que era mejor venir solo.
La discusión que habían tenido Victoria y Oriana había sido incluso peor que la
que la primera había tenido con Tobías, así que, dadas las circunstancias, a él le
había parecido más prudente ir a visitarla progresivamente: de menor a mayor.
—Está bien, Tobías. Perdón por no haberme contactado con ninguno de ustedes.
Acá no se permiten los teléfonos, ni tampoco tenemos internet, así que era un poco
difícil seguir en contacto- Ella sonrió comprensivamente, y Tobías volvió a sentir
que había algo que no estaba bien. Victoria nunca se disculpaba- ¿Cómo está
Oriana? La extraño a ella también.
—Bien, ella está bien. Las cosas no cambiaron mucho por allá, a decir verdad.
Oriana está a punto de recibirse.
Victoria amplió su sonrisa, casi dejando al descubierto sus pequeños y blancos
dientes.
—Me alegro tanto por ella. Siempre fue la más inteligente de los tres, ¿no? Me
encantaría poder estar ahí para ella.
Tobías asintió, temiendo no poder retrasar más la única pregunta que se había
jurado a sí mismo no hacer. No quería mencionarlo, no quería romper la hermosa
burbuja que habían ido creando en esos últimos minutos: una burbuja rodeada por la
nostalgia y la sonrisa de Victoria. Pero, muy en el fondo, sabía que ella no estaba
bien. Más específicamente, sabía que no estaba siendo ella misma y eso le
preocupaba. ¿Qué habían hecho con la bélica y pasional Victoria? ¿Por qué no
estaba insultando a sus padres y a las enfermeras? ¿Por qué no estaba rogando que la
sacara de ese lugar? Ella no podía ser feliz ahí, era simplemente inconcebible.
—Victoria, ¿por qué estás acá? — Preguntó él de golpe, sin poder seguir
conteniéndose. Para ese entonces debían quedarle solo unos diez minutos. —¿Dónde
está Salvador? ¿Por qué no vino él con vos?
—¿Salvador? —Preguntó ella sin poder comprender.
¿Acaso había pasado algo entre ellos que Tobías no sabía? ¿Acaso se habían
peleado? Pero eso también era inconcebible: Victoria amaba a Salvador más que a
nada en el mundo; lo amaba mucho más de lo que había llegado a amar al propio
Tobías. Y, al parecer, ese amor incondicional era recíproco. Así que, ¿cómo podía
ser que, de un día para el otro, todo hubiese terminado?
—Sí, Victoria. Tu novio, Salvador. ¿Pasó algo malo entre ustedes?
—No entiendo de qué me estás hablando, Tobías.
—Victoria no juegues conmigo, te lo suplico. Sabés que no mencionaría su
nombre si no estuviese verdaderamente preocupado.
—Salvador…—Susurró.
Los oscuros ojos de Victoria parecieron perderse en un recuerdo lejano, o en
algún punto del espacio inaccesible para Tobías. Poco a poco, se fueron llenando de
lágrimas y un pequeño atisbo de comprensión pareció apoderarse de ellos. El chico
no entendía si Victoria estaba, otra vez, jugando con sus sentimientos o si, por el
contrario, había algo realmente mal con ella. A esa altura de su relación, era muy
difícil saber qué era lo que pasaba por la mente de su ex novia.
—Victoria, ¿estás bien?
Intentó acercarse y rodearla con sus brazos, pero ella no parecía reconocerlo.
Incluso parecía aterrada, como si pensara que él iba a lastimarla. Aun sintiéndose
herido, Tobías continuó intentando acercarse a ella. Fue en ese entonces cuando
Victoria comenzó a gritar, cuando volvió a perderse. Gritaba con toda la potencia de
su voz, sin poder – o sin querer- detenerse. Y, poco a poco, mientras Tobías más
quería acercarse a ella, Victoria se fue encogiendo hasta quedar en posición fetal
acostada sobre el suelo, todavía gritando a todo pulmón. Las enfermeras llegaron
corriendo y casi empujan a Tobías al suelo en su intento de levantar a Victoria. Una
de ellas se acercó a él y le dijo que no se preocupaba, que no era raro en pacientes
con ese tipo de trastornos. Tobías no quiso preguntar cuál era ese trastorno. No quiso
saber nada más. Se quedó observando a Victoria mientras dos enfermeros la
levantaban del suelo y la llevaban al interior de la institución, a su cuarto. Una vez
que la perdió de vista, el muchacho comenzó a caminar hacia su auto, decidido a
volver al otro día para averiguar qué era lo que le estaban ocultando.
Lo que Tobías no sabía es que esa fue la última vez que pudo ver a Victoria con
vida. Más adelante, ese último recuerdo de ella lo perseguiría eternamente,
preguntándole por qué no había logrado entender las señales y por qué no había
podido mantener la boca cerrada. Ese recuerdo de ella sería lo que impediría que
Tobías pudiese seguir con su vida, lo que terminaría consumiéndolo.
Ella se suicidó esa misma noche, tomando todos los somníferos que debería haber
tomado a lo largo del último mes. Nadie nunca supo muy bien cómo hizo para que
ninguna enfermera notara que no estaba tomando sus medicamentes, y nadie
tampoco se esforzó por averiguarlo. Los padres de Victoria decidieron dejar el
episodio atrás, asumiendo que su hija había estado perdida desde un principio. El
único interesado en descubrir la verdad era Tobías, que no descansaría hasta
entender qué había pasado para que la vida de la mujer que siempre amaría
terminara de la manera en que lo hizo.
Capítulo 2: Ella y él

Tobías y Victoria se enamoraron el uno del otro desde el primer día en que se
conocieron, aunque ninguno de los dos lo supo en su momento. Vale admitir que él
siempre la amó más de lo que ella era capaz de corresponderle, mas ni él ni ella
parecía pensar que fuese algo importante. El amor de Tobías bastaba para los dos,
hasta que Victoria lograra cultivar sus sentimientos para que estuvieran a la altura de
los de él. Al final, pareció que ella nunca pudo lograr estar a la altura y él jamás
logró sentir algo más por ella que un amor incondicional.
Se conocieron cuando ambos estaban en la universidad. Ella empezaba una de las
tantas carreras que quiso hacer a lo largo de aquellos primeros años, y él continuaba
sus estudios en Letras: su segundo gran amor. Como cualquier gran inicio de
relación en los tiempos del siglo XXI, Victoria y Tobías se conocieron en un
boliche: ella había ido a festejar su cumpleaños y él había ido para probarse a sí
mismo que no le temía al cambio ni a la socialización. Ella parecía la dueña del
lugar, con su vestido corto y zapatos que la hacían, probablemente, la persona más
alta del boliche; mientras tanto, él hacía todo lo posible por aguantar solo unos
minutos más en ese lugar repleto de personas transpiradas que se movían sin ritmo
alguno, chocando unos contra otros tras cada movimiento.
Y como todo buen cliché, él quedó obsesionado con ella desde el momento en
que la vio: la única persona en todo ese boliche, además de él, que parecía no haber
ingerido ni una sola gota de alcohol, y aun así, parecía estar pasándola mejor que
todos los presentes juntos. Tobías nunca supo qué era exactamente lo que le gustaba
de Victoria, pero había algo de lo que sí estaba seguro: ella representaba todo lo que
él nunca podría llegar a ser. Era divertida y de risa fácil, jamás se preocupaba más de
la cuenta y siempre parecía encontrar en la vida algo por lo cual festejar. Le gustaba
lo nuevo y lo dinámico, pues era incapaz de permanecer en un mismo lugar o en un
mismo estado de cosas por mucho tiempo. Tobías, por su parte, iba siempre a lo
seguro y siempre tenía un plan de acción – y, por supuesto, un plan de respaldo-.
Para él, la estabilidad y la quietud eran dones que solo les llegaba a algunos y que
nunca duraban demasiado tiempo. Victoria para él era un rompecabezas que nunca
logró armar; representaba lo único que jamás había logrado entender.
Ese primer encuentro entre él y ella fue tan casual y tan incómodo como podría
llegar a ser cualquier conversación en un boliche. Él se acercó, sabiendo que no
tenía chances, a hablar con ella, intentando que, por una vez en la vida, haber leído
tantos libros a lo largo de su adolescencia lograran hacerle decir algo interesante.
Ella lo escuchó amablemente durante los primeros comentarios hasta que no pudo
soportarlo más y lo invitó a bailar. No sabía por qué directamente no se había
despedido, si el chico no parecía muy de su estilo, pero quería verlo bailar. Sentía la
necesidad de hacer que se divirtiera, aunque sea durante los minutos que dura una
canción. Ella quería que él la recordara, aunque sea, por hacer que pasara un buen
rato. A decir verdad, ella quería ser recordada y punto, no importaba cómo ni por
qué. Pero empezar con una buena acción por un introvertido chico que parecía estar
interesado en ella no parecía un mal primer paso.
Bailaron, por lo menos, durante tres canciones. Y él rió y la observó mientras
intentaba moverse de un lado a otro, con el mínimo de ritmo que tenía, mientras la
veía a ella que parecía haber nacido bailando. No supo su nombre completo esa
noche, y tampoco le importó. Algo en él le decía que volverían a verse en algún
momento, y no estaba dispuesto a arruinarlo por hacer las cosas demasiado rápido,
así que cuando la tercera canción terminó, y vio que ella estaba buscando algo -o a
alguien- entre la multitud, se limitó a sonreír y alejarse.
Ella quedó un tanto confundida por la aparente indiferencia final del chico que
había estado observándola toda la noche, pero decidió no darle mucha importancia.
Después de todo, dudaba volver a verlo y tenía cosas más importantes que hacer,
como, por ejemplo, encontrar a Oriana que había desaparecido desde que habían
entrado al boliche, persiguiendo a un imbécil por el que había estado llorando los
últimos días.
Poco a poco, ese primer encuentro fue borrándose de la mente de Tobías, quien
había terminado creyendo que se había imaginado a la hermosa chica del vestido
corto que había bailado con él la única vez que había decidido ir a algún boliche.
La universidad comenzó y no volvieron a verse hasta que pasaron seis meses
desde aquella noche, en un bar a las afueras de la ciudad. Él solía ir ahí para
estudiar, en un intento de refugiarse de su ruidosa familia. Ella fue por pura
casualidad, intentando encontrar el lugar más alejado posible de su madre. Habían
tenido, otra vez, una horrible discusión y quería un espacio que no estuviese
marcado por su presencia. Cuando vio a Tobías sintió que se conocían de alguna
otra vida, porque no sabía ubicar en dónde lo había visto; y como Victoria nunca fue
una persona que le dijese que no a sus impulsos, decidió sentarse frente a él y
averiguar qué habían hecho en aquella vida anterior en la que estaba segura se
habían visto.
Él quedó estupefacto cuando esa mujer a la que ya estaba empezando a olvidar se
sentó frente a él. ¿Sería posible que ella también supiese que, tarde o temprano,
volverían a encontrarse?
—Yo te conozco— le dijo ella apenas se sentó—, pero no estoy segura de dónde.
A él le sorprendió su franqueza al hablar. Jamás se le hubiera ocurrido presentarse
ante una persona de una manera tan brusca y directa. Y, a pesar de ello, Victoria le
seguía pareciendo fascinante. Se sentía ridículo, porque en el boliche prácticamente
no habían cruzado palabra, pero su atracción hacia Victoria era algo que no podía
explicar, ni ignorar.
—Nos vimos una vez, creo. En un boliche, ¿puede ser?
Ese “creo” y ese “puede ser” eran simplemente formas de ocultar que había
estado pensando en ella desde aquel lejano día de febrero. No quería alejarla desde
el principio, ni parecer algún tipo de acosador. Contrario a lo que creía, Victoria
pareció encantada por su memoria.
—¡Sí, me acuerdo! Tengo que admitir que no fuiste un muy buen bailarín.
A pesar de haber sido ligeramente insultado, Tobías estaba extasiado por el hecho
de que ella lo recordara. Sonrió como hacía mucho tiempo no lo hacía, sintiéndose
como un completo e irremediable imbécil.
—Nunca dije que lo fuera. —Respondió él, sin dejar de sonreír.
—Creo que nunca me dijiste tu nombre.
—Tobías. Tobías Di Giovanni.
—Bueno, es un gusto conocerte Tobías Di Giovanni. Yo soy Victoria. Victoria
Priori.
Hablaron a lo largo de toda la tarde, como si se conociesen desde siempre.
Victoria seguía sosteniendo que se habían conocido en otra vida, mientras que
Tobías se limitaba a disfrutar esas horas con ella, sin estar muy seguro de cuándo
volverían a verse.
A eso de las ocho él recibió una llamada de su madre rogándole que fuera a
ayudarla con la cena, poniendo fin al idilio de Tobías. Inseguro, le anunció a
Victoria que debía ir a su casa a ayudar con su familia, porque con su padre lejos y
sus hermanos tan chicos, no había nadie que ayudara a su mamá a lidiar con la casa.
No sabía por qué le estaba dando tantas explicaciones, pero, en menos de un minuto,
logró relatarle a muy grandes rasgos toda la historia de su familia que no había
podido contar a lo largo de la tarde. Él parecía en extremo nervioso y ella se
conmovió.
—Podría ir a ayudarte, si querés. No soy buena cocinera, pero sí soy muy buena
compañía— le ofreció ella apenas terminó de escuchar su historia.
Victoria no parecía encontrar extraño que, aun conociéndose hacía solo un par de
horas, ya fuese a conocer a su familia. Tobías era más bien un hombre tradicional,
que prefería dejar las presentaciones familiares para los momentos oportunos,
cuando la relación ya estaba consolidada- si es que había posibilidad alguna de una
relación, agregó para sí mismo-. A pesar de ello, no sabía qué otra oportunidad
tendría de hablar con ella, porque no se habían pasado ni si quiera sus números y él
era demasiado tímido como para pedirlo. Sin saber qué estaba haciendo, asintió y la
tomó de la mano para conducirla a su auto. Ella no pareció molestarse por el sutil
contacto que Tobías había generado y eso le agradó. Pensó que quizás, si se
esforzaba, podría conseguir invitarla a salir sin ser rechazado.
Una vez que llegaron al destartalado Ford-K, él comenzó a arrepentirse. Su auto
era pequeño, estaba roto y, probablemente, estaba inmundo. Llevaba en él a sus
hermanos al colegio todos los días y nunca se molestaba en chequear los desastres
que hacían.
—Probablemente esté un poco sucio— le advirtió, intentando no sonrojarse.
Ella le sonrió a modo de respuesta, abrió la puerta del copiloto y comenzó a jugar
con la radio, tratando de llenar el silencio del auto con música. Algo que a muchos
solía irritarle de Victoria es que ella parecía sentirse dueña de cualquier lugar en el
que estaba o de cualquier objeto que llegaba a sus manos. Nunca pedía permiso ni
parecía dudar o meditar las cosas que hacía. A Tobías, tan inseguro y retraído como
lo era en esa época, eso le sacaba el peso de tener que decidir cómo proceder ante
cada cosa que quería pedir o ante cada situación nueva que se presentaba. Él
pensaba, ingenuamente, que ella sabía leerle la mente y por eso nunca le pedía o
preguntaba nada. Sin embargo, la verdad es que ella sentía que la duda era para
débiles; que uno siempre debía actuar acorde con sus pensamientos, sin disculparse
por ello ni intentar explicarse.
Una vez en casa de Tobías, Victoria se comportó como la persona más dulce y
encantadora del mundo. Se ganó así no solo al joven- que ya había quedado
obsesionado con ella desde el segundo uno en que la vio- sino también a toda su
familia. Fue una cena entretenida y llena de risas en casa de los Di Giovanni: a
Graciela le alegraba tener cerca otra presencia femenina; los pequeños hermanos
mellizos de Tobías, Franco y Francisco, pasaron toda la noche intentar impresionar a
la linda chica que había ido con su silencioso hermano; y Jeremías, el que le seguía a
Tobías, tuvo que mantener su boca cerrada durante toda la velada, sin poder creer
que su hermano hubiese llevado a una mujer tan hermosa a la casa, sin haberle
contado a nadie que habían estado viéndose con alguien. Tobías, por su parte, no
pudo dejar de observar a Victoria en toda la noche. Se convencía cada vez más de
que ella había sido enviada por algún especie de fuerza karmática para
recompensarlo por todos sus años de buen comportamiento. Y Victoria, bueno,
Victoria simplemente amaba ser el centro de atención y estar lejos de su familia. Los
Di Giovanni le parecieron personas encantadoras, como jamás podrían llegar a ser
sus propios padres ni su hermana. Se sintió tan a gusto ese día, que supo enseguida
que Tobías era una persona que quería mantener cerca. Ella creía que era amor y se
dejó llevar por el de él.
A eso de las dos de la mañana, después de una película de animación con los
mellizos, Tobías llevó a Victoria a su casa. Se saludaron con un beso, sin
incomodidad ni meditación, como si lo hubiesen convenido en silencio, y ese fue el
inicio de su relación. Ninguno dijo nada nunca: no hubo conversaciones sobre
títulos, ni un inicio incómodo e inseguro, donde nadie sabía cuál era el estatus de la
relación. Las cosas simplemente sucedieron. Ellos se veían todos los días, algunos
de los cuales incluían la presencia de Oriana, y su relación fue creciendo cada vez
más. Él conoció a sus padres, pero los veía en muy raras ocasiones. Victoria parecía
siempre huir de su casa y a Tobías nunca se le ocurrió preguntar por qué. Estuvieron
juntos, sin inconvenientes, durante aproximadamente dos años. A partir de ahí, las
cosas comenzaron a enfriarse.
Capítulo 3: El arte de intentar seguir adelante
El bar estaba vacío, como siempre sucedía con los lugares que abrían al mediodía.
Tobías estaba instalado en una de las banquetas frente a la barra desde, exactamente,
las doce del mediodía. A pesar del dolor y de que necesitaba encontrar una forma de
olvidar, aunque sea por unos segundos, el sonido de los gritos que le había oído a
Victoria en su último encuentro, jamás tomaba alcohol antes del mediodía. En ese
momento, iba ya por su tercera pinta y aun así no lograba sacar de su mente a los
incesantes y estruendosos alaridos. Era como si su mente estuviese programada para
repetir una y otra vez todo lo que había sucedido desde el momento en que él había
pronunciado el nombre de Salvador.
Se castigaba a sí mismo por lo que había pasado. Se culpaba por haber provocado
la muerte de Victoria, a pesar de saber, muy en su interior, que ella ya tenía todo
planeado mucho antes de que él la encontrara. Intentaba entender por qué lo había
hecho; por qué lo había dejado. Pero con Victoria uno nunca parecía encontrar la
respuesta correcta y las ideas siempre terminaban ocupando el rol de meras
suposiciones.
—Tobías, acá estás. Te estuve buscando por todos lados.
La voz de Oriana le parecía lejana, como si él estuviese sumergido en el fondo de
una pileta y ella le estuviese gritando desde la superficie. Esperaba que, si la
ignoraba, ella se alejara o lo diera por perdido, pero se sentó a su lado y comenzó a
taladrarlo con sus enormes ojos azules.
—¿Qué querés, Oriana? — Se vio obligado a preguntarle.
—Quiero ver cómo estás.
Sabía que lo único que Oriana quería era asegurarse de que él no se desmoronara,
como había sucedido cuando Victoria comenzó a alejarse. Pero esta vez era peor.
Esta vez ella no volvería y no había nada que pudieran decirle que hiciera que
volviera a sentir. La había encontrado después de meses de incansable búsqueda y
había vuelto a perderla. Era injusto. Era horrible. Era ridículo.
—¿Qué querés que te diga, Oriana? ¿Que estoy bien? ¿O que la vida es una
mierda pero, eventualmente, el sol sale y la voy a olvidar? Porque sabés que no
puedo decir nada de eso. Sabés que necesito hacer duelo. Por el amor de dios, sus
papás ni si quiera van a hacerle un funeral. Así que te pido, por favor, que si de
verdad me respetas, te calles y me dejes tomar en paz.
Estaba siendo injusto con ella y lo sabía, pero realmente necesitaba su espacio.
Por una vez en la vida, necesitaba espacio. La amiga de su ex novia siempre había
sido una maestra de la asfixia. Él la quería, sí. Habían pasado mucho tiempo juntos
cuando Victoria se había esfumado y ellos habían empezado a buscarla. Además,
ella siempre había estado ahí para él cuando la necesitaba. El problema era que
Oriana estaba siempre ahí: uno la necesitase o no. Y, en ese preciso momento, lo
único que Tobías necesitaba era silencio. Silencio y más alcohol.
Oriana, por su parte, decidió mantenerse en silencio y dejar que Tobías hiciese lo
que quería. Sabía que tenía tendencia a meterse en donde nadie la llamaba, pero no
iba a permitir que Victoria volviese a arruinarle la vida al pobre chico. A lo largo de
su amistad, Oriana se había convertido en algo así como la “arregla desastres” del
tornado que era Victoria. Ella rompía y Oriana arreglaba, sin preguntas y sin quejas.
Y eso nunca le había molestado porque, a pesar de tener tendencias destructivas,
Victoria nunca le había hecho mucho daño a nadie. O eso era así hasta que llegó
Tobías y pareció que la misión de su amiga sería quebrarlo. Oriana sabía que no era
algo que Victoria hiciese adrede, pero era inevitable: había algo alrededor de ella
que, tarde o temprano, terminaba perjudicando a sus allegados. Al parecer, Oriana
era la única que nunca había sido afectada por el destructor Priori. O eso era así
hasta que llegó Tobías y Oriana terminó enamorándose completa e
irremediablemente de él. Y tuvo que pararse al lado de ambos, amándolos a ambos,
en lo que parecía una imitación barata de una tragedia griega, previendo cuál sería el
triste e inevitable final: un Tobías roto y una Victoria muy muy lejana.
Es importante dejar en claro que, a pesar de que Oriana supiese que Tobías era y
siempre sería el amor de su vida, nunca intentó nada para quedarse con él y sacar a
Victoria del panorama. Ella se conformaba con poder pasar algunas pocas horas con
él, con la excusa de que necesitaba alguien que corrigiera su patético intento de
escritura –y quién mejor que un estudiante de literatura para ello-, o simplemente
compartiendo cosas que tenían en común y sabían que Victoria no entendería. Ella
era feliz siendo una mera espectadora de la felicidad del hombre del que estaba
enamorada. O eso era así hasta que las cosas empezaron a salir mal y Tobías empezó
a quebrar.
El suicidio de Victoria, a pesar de ser algo desgarrador para ella también- después
de todo era su mejor amiga- no la sorprendía, en absoluto. Desde que Oriana la
conoció, supo que el incontrolable deseo que Victoria tenía de convertirse en alguien
inmortal terminaría conduciéndola hacia su trágico final. Después de la historia de
Tobías, sin embargo, Oriana no estaba muy segura de si ese final había sido
producto de su egocentrismo o de algo que realmente había ido mal en la vida de su
amiga y nadie había logrado ver a tiempo. Le preocupaba la idea de, en su
sufrimiento por un amor no correspondido y una amiga que causaba estragos que
había que reparar, haber pasado por alto el grito de ayuda de Victoria. Le
preocupaba, incluso más de lo que podía expresar en palabras, haber sido egoísta al
punto de ignorar adrede el sufrimiento de su amiga. ¿Podría realmente haber sido tan
ciega como para no ver que el suicidio de Victoria había estado escrito desde un
principio? ¿O había sido ella tan impredecible incluso para Oriana misma, la única
que había estado con Victoria desde el día uno?
Sin darse cuenta, Oriana también se pidió una pinta. Y ambos, ella y Tobías,
bebieron hasta perder la noción del tiempo. Para ellos bien podrían haber sido las
dos de la tarde o las dos de la mañana. Juntos habían logrado encerrarse en su propio
universo; un universo en el que Victoria se alejaba cada vez más y todo parecía el
doble de divertido que de costumbre. Y rieron durante varios vasos de cerveza, hasta
que llegaron al punto de no retorno y empezaron a pensar de nuevo. La diferencia
era que ahora, gracias a la cerveza y a la sobrecogedora culpa de ambos, esas
preocupaciones y esos pensamientos fueron exteriorizados.
—¿Crees que fue nuestra culpa?
Tobías fue el primero en dejar de reír. Oriana soltó un suspiro y, a pesar de
haberse encomendado a sí misma la misión de intentar reparar todo lo que se
pudiese del roto Tobías, contestó con honestidad.
—No lo sé. Creo que deberíamos habernos dado cuenta de que algo no estaba
bien. Tengo miedo de haber ignorado señales, o algo así. Ni si quiera Victoria podría
ser tan impredecible, ¿o sí?
Tobías asentía con la cabeza, dándole los últimos sorbos a su vaso de cerveza.
—Estaba planeado, Ori. Quiero decir, juntó esas pastillas. Sabía lo que quería. ¿Y
dónde estaba él en ese momento? ¿Dónde está ahora?
Oriana se encogió de hombros. No había pensado en Salvador desde que se había
enterado de la noticia. El famoso Salvador… El inicio del fin entre Tobías y
Victoria, a quien ninguno había visto jamás y por quien Victoria había huido hasta
terminar en un manicomio y por quien, eventualmente, había muerto. No sabía qué
responderle. En parte porque era algo sobre lo que no había meditado aún, y en parte
porque la cantidad de cerveza ingerida ralentizaba su cerebro.
—¿Crees que fue su culpa?
Oriana volvió a encogerse de hombros y vació su vaso de un solo trago. Sin poder
contenerse comenzó a reír de nuevo. La situación era tan incomprensible que, en ese
estado, hasta parecía casi cómica. Relacionarse con Victoria había terminado siendo
una cadena de infortunios que nadie había podido evitar y, al final, todo les había
terminado explotando en la cara. Ahora ellos estaban solos y no había nadie que
pudiese darles las respuestas que lograrían garantizarles un poco de paz. ¿En qué
momento había perdido de tal manera el control de su propia vida? Continuó riendo,
sin poder parar, hasta que Tobías se le unió. Volvieron a reír juntos, como habían
estado haciendo hacía unos minutos. Reían para no llorar. Reían para no pensar.
Reían para no quebrar.
Al menos estaban juntos, pensó Oriana para consolarse. A pesar de saber que el
corazón de Tobías nunca podría pertenecerle a alguien más que a Victoria, le hacía
sentir mejor tenerlo a su lado. Ella había aceptado desde el principio el hecho de que
jamás podrían estar juntos; había hecho las paces con ello. Lo observó fijamente
mientras él seguía riendo, convenciéndose a sí misma de que ella lo ayudaría a
seguir adelante. Convenciéndose a sí misma de que eso la haría sentir mejor:
después de todo, siempre había sido una maestra en encontrar su propia felicidad en
hacer felices a los demás. ¿O no se había dedicado siempre a arreglar las heridas que
dejaba su amiga? Ella creía que, juntos, podrían dominar el arte de seguir adelante.
Todo lo que necesitaba era no echarse atrás, por mucho que Tobías intentase
alejarla.
Capítulo 4: El cumpleaños de Victoria
Tobías descubrió que su novia no lo amaba lo suficiente cuando ya era demasiado
tarde como para arreglarlo o, en el peor de los casos, para echarse atrás. Había
decidido, ya sea consciente o inconscientemente, ignorar todas las señales que ella le
había dejado a lo largo del tiempo y pretendió sorprenderse cuando todo se vino a
pique. Mirando hacia atrás, intentando entender qué era lo que se había perdido,
descubrió que la primera de esas señales se la dio ella en su cumpleaños número
veinte. Habían organizado cenar con los padres de ella. Sacando cálculos, Tobías
consideró que era la cuarta vez, desde que se habían presentado oficialmente casi un
año atrás, que estaba en el mismo espacio que toda la familia de Victoria junta.
Quizás fue por eso, por la falta de costumbre de relacionarse con sus suegros, que
Tobías decidió hacer de cuenta que entre él y Victoria las cosas estaban bien.
La cena en sí no fue un momento muy incómodo. Nadie habló demasiado,
situación normal en la casa de los Priori y con la que Tobías estaba encantado, e
incluso se hicieron unos cuantos brindis en honor a Victoria. La incomodidad llegó
después, cuando trajeron el postre y Victoria decidió anunciar que quería dejar de
estudiar para recorrer el mundo. Según ella, la vida del estudiante no era para ella y
no soportaba ni un segundo más sentada al frente de un apunte o de un libro. En su
familia, nadie estaba muy seguro de qué era lo que Victoria estaba estudiando en el
momento, pero sí sabían que ella estaba en la universidad, como correspondía, y que
tenía planeado terminar una carrera, como correspondía. Tobías sabía- o por lo
menos creía que sabía- que Victoria estaba intentando estudiar filosofía, en su
misma facultad, luego de un fallido intento de ingresar en psicología. Él no entendía
cómo ella podía cambiar tan rápido de carrera. No entendía cómo Victoria podía
vivir sin un plan. Ella parecía limitarse a ir tachando profesiones de una lista que
Tobías suponía que tenía. A pesar de ello, nunca le dijo nada. Había aprendido a lo
largo del tiempo que a Victoria era mejor dejarla hacer lo que quisiera, aunque uno
supiese que su nuevo proyecto no terminaría bien.
En fin, la cuestión es que, cuando llegó el postre, Victoria decidió anunciar que se
había hartado de la monotonía de la vida académica y quería irse. Su madre, que
nunca fue una persona con mucha paciencia para las ocurrencias de su hija menor, se
negó a aceptarlo.
—Victoria, ya tuvimos esta conversación. ¿De verdad querés arruinar esta
hermosa cena con otro más de tus caprichos?
Dios, Beatriz. ¿Por qué tuviste que usar la palabra “capricho”?, quiso gritarle
Tobías. Debía admitirse a sí mismo que le dolía el hecho de estar enterándose de la
nueva idea de su novia al mismo que tiempo que la familia que decía aborrecer, y
que él tampoco creía que no terminar una carrera fuese buena idea. Pero con
Victoria la palabra “capricho” tenía el mismo impacto que la dinamita.
—¿Capricho? —Repitió riendo. —No sé por qué me sorprende tu respuesta,
mamá. Realmente no sé qué era lo que estaba esperando escuchar.
—Si sabés lo que tu papá y yo pensamos, ¿por qué te empeñas en contradecirnos,
Victoria? ¿Cuál es la diferencia entre recorrer el mundo ahora y recorrerlo con un
título?
En ese momento Victoria comenzó a gritar que no quería un título, que no tenía
las mismas aspiraciones planas de su madre y que, en el siglo XXI, a una chica se le
tenía que permitir hacer lo que se le diera la gana con su vida. Ahí fue cuando llegó
la intervención de su padre, quien comenzó a decir que estaba harto de tener que
escuchar cómo su hija menospreciaba todas las oportunidades que le habían dado.
Tobías recordaba perfectamente la siguiente frase, porque fue la detonante de la
pelea que siguió a continuación y que marcaría lo que, en ese entonces, a él le
gustaba llamar el “inicio del fin”.
—Hacé lo que quieras, Victoria. No vamos a seguir soportando que te comportes
como una nena de cinco años. ¿Querés viajar? Andate de viaje, ningún problema.
Pero no vengas a buscarnos a tu mamá o a mí cuando te des cuenta de que deberías
haber pensado mejor las cosas. Y no esperes que ninguno de nosotros vaya a pagar
por esos viajes. Si podés tomar tus decisiones sin nuestra opinión, también podés
pagar por ellas sin nuestra plata.
Todo era demasiado dramático para el gusto de Tobías, que estaba acostumbrado
a una familia en la que a su madre todo lo que ellos hacían le parecía hermoso y una
excelente idea. Entendía que sus padres quisieran que Victoria terminara de estudiar,
que se preocuparan por su estabilidad futura, pero ¿tan poco la conocían como para
suponer que las amenazas y los gritos iban a convencerla? Beatriz y Gregorio se
levantaron de la mesa sin decir una palabra más, dejando a Victoria, Gina y Tobías
sumidos en un momentáneo e incómodo silencio.
—¿Tenías que hacerlos enojar justamente hoy, Victoria? — Le preguntó su
hermana mayor, quien se había mantenido callada a lo largo de la discusión.
—¿De verdad vas a ponerte de su lado, Gina? — Retrucó Victoria, herida.
Gina puso los ojos en blanco y se paró con cierta parsimonia.
—Lamento que hayas tenido que ver eso, Tobías. Las aguas probablemente estén
un poco más calmas la próxima vez que vengas.
Victoria se levantó abruptamente y se dirigió al jardín, dejando a Tobías sin saber
muy bien qué hacer. Decidió seguirla, porque, a pesar de que a su novia le gustaba
enojarse sola, no quería irse y que pasara el resto de su cumpleaños sin compañía.
Además, todavía no había tenido oportunidad de darle el regalo que le había
comprado.
La encontró sentada al lado de la pileta, con los pies en el agua. Se sentó a su lado
un tanto tembloroso, sin saber muy bien qué decir. No quería empeorar las cosas,
pero tampoco podía quedarse callado y permitir que ella se sumiera en ese oscuro
lugar al que iba siempre que se enojaba.
—Así que querés viajar, ¿eh?
—Por favor, no empieces. Sé que te molesta que no te lo haya dicho antes.
Le sorprendió un poco la hostilidad que parecía emanar de sus palabras. Tenía
razón y sabía cuánto le molestaba que él se preocupara por lo que a ella le parecían
nimiedades. Aun así, le sorprendió que la ira fuese dirigida hacia él, que solo estaba
intentando estar con ella.
—No iba a decirte nada— le respondió encogiéndose de hombros.
Permanecieron en silencio durante lo que a Tobías le pareció una hora. Él no
quería romper el silencio, pues seguía herido con ella por su hostilidad. En realidad,
si tenía que ser sincero consigo mismo, lo que a Tobías le molestaba era que ella
fuese capaz de planear sin él; de concebir escenarios futuros en los cuales él no
estuviese presente. Cuando pensaba en su futuro, Tobías siempre lo imaginaba junto
a Victoria. ¿Cómo podía ella dejarlo de lado de esa forma? Sin embargo, no quiso
decirle nada. No quería volver a hacer uno de esos planteos que Victoria consideraba
patéticos. Habían discutido antes por cosas así y nunca habían llevado a nada bueno.
Incluso Oriana le había dicho, a modo de confidencia, que Victoria no soportaba
cuando Tobías “la asfixiaba”, citando sus palabras. Así que permaneció en silencio,
intentando no dejar que su patetismo se expresara verbalmente.
—Un entretenido cumpleaños, parece.
Victoria le sonrió y Tobías no pudo seguir pretendiendo estar enojado por más
tiempo. Cuando hablaba de sus problemas con su hermano Jeremías, este lo hacía
sentirse patético y débil. ¿Cómo podía dejar que ella lo tratara de esa manera y
nunca decirle nada? ¿Cómo podía durarle tan poco la necesidad de hacerse respetar?
Tobías sabía que siempre había sido pésimo intentando hacer valer sus opiniones,
pero, en lo que a Victoria respectaba, no le importaba.
—Todavía te falta la mejor parte—le respondió él.
—¿Ah, sí? ¿Y cuál es esa?
La sonrisa de Victoria se extendió aún más y él volvió a perdonarla, aunque no
hubiesen vuelto a discutir.
—Claramente, el regalo.
Ella rió y aplaudió como una niña pequeña, mientras Tobías buscaba el paquete
que había guardado en su mochila. Era el primer cumpleaños que pasaban juntos, así
que había buscado algo especial para darle. Quería demostrarle, mediante un simple
objeto, cuánto había llegado a amarla en ese breve lapso de tiempo que habían
pasado juntos. Quería darle una parte de él, así que eligió darle su libro favorito:
Adiós a las armas, de Hemingway. La vio romper el papel de regalo, sintiendo que
su corazón latía cada vez más rápido.
—No sé por qué me sorprende que me hayas reglado un libro— le dijo ella,
riendo, al ver qué era lo que él había elegido.
—Pero no es cualquier libro—le respondió él, intentando que no se notara cuán
decepcionado estaba por su reacción. —Este es mi libro favorito. Lo leí por primera
vez cuando tenía diecisiete y, desde entonces, creo que lo volví a leer mínimo cinco
veces más. Quería compartir con vos algo que fuese importante para mí. Como si te
estuviese dando una parte de mí.
Victoria sonrió con lo que Tobías interpretó como ternura, y se convenció a sí
mismo de que su regalo no había sido tan despreciado como había pensado. Se
acercó un poco más a ella y la rodeó con sus delgados brazos, mientras su novia
exploraba su nueva adquisición. Permanecieron largo tiempo en silencio,
entrelazados el uno con el otro, mientras Victoria comenzaba a leer el libro que
Tobías había elegido para ella. Sabía cuánto significaba para él ese regalo y quería
complacerlo; quería que le importara tanto como a él; quería que ese se convirtiera
en su libro favorito. Para él, leyese ella el libro o no, ese fue un momento de paz. Le
gustaba estar cerca de ella, sentirla entre sus brazos. Le gustaba pretender que era la
clase de chico que podría protegerla de cualquier peligro; al que ella acudiría para
sentirse mejor. Y, por sobre todas las cosas, le gustaba pensar, a pesar de la
discusión, había logrado que terminara su cumpleaños de una manera agradable.
Permanecieron allí sentados al lado de la pileta hasta que ambos se sintieron
cansados y decidieron que era hora de separarse. Se despidieron, como siempre, con
un casto beso en los labios y, debido a ese breve lapso de armonía, Tobías no logró
entender que, para Victoria, ese beso comenzaba a aburrirle, a parecerle una simple
rutina.
Capítulo 5: El adiós onírico de Victoria
El pálido rostro de Victoria apreció frente a él, sin dejar tiempo para la
meditación. La veía tal y como la recordaba: de ojos oscuros y profundos que
parecían albergar todos los misterios de su propio universo. Misterios que jamás le
serían revelados al ajeno. La veía como la recordaba cuando estaban juntos: con una
sonrisa torcida y burlona, pelo despeinado y corto y los cachetes siempre un poco
más rojos que el resto del cuerpo. Hermosa e inalcanzable, como siempre le había
parecido.
—¿Qué hacés acá? —Le preguntó Tobías, sabiendo que era un sueño desde el
instante mismo en el que había clavado sus ojos en los de ella.
—Te extraño—susurró.
Él sintió que su corazón se partía al comprobar que la voz de la Victoria-onírica
era la misma que la de la Victoria-real. Por alguna razón, había estado esperando
algún elemento que lo sacara de su fantasía, que le recordara que Victoria estaba
lejos y nunca podría volver. Y, peor aún, estaba esperando algo que le probara que
Victoria, estuviese donde estuviese, no lo estaría extrañando a él sino a Salvador.
A pesar de ello, y aun sabiendo que estaba todo en su cabeza, que esa no era una
parte de su ex novia sino una parte de él mismo que había decidido metamorfosearse
en su mayor deseo, sintió cierto alivio al escuchar esas palabras pronunciadas por la
voz que recordaba. Él también la extrañaba; la extrañaba más de lo que era
humanamente posible extrañar alguien, más de lo que era físicamente posible
soportar. Era un tanto ridículo, pero Tobías sabía que aunque estuviese en el
mismísimo Inframundo, en su cabeza quedaría espacio para extrañar a Victoria. Tal
era la enormidad de su amor. Y, como siempre había hecho, esperaba que ella
sintiese e hiciese lo mismo por él.
—Yo también te extraño, Vic.
Quiso correr y envolverla entre sus brazos, sentir el calor que siempre emanaba su
cuerpo y no soltarla hasta que el sol le privase de su presencia nuevamente, mas no
se atrevió por miedo a no poder alcanzarla y sentirla más lejos de lo que ya le
parecía. Ella, como siempre, pareció leerle el pensamiento y a paso lento se acercó a
su lado, acariciándole la mejilla con la mano derecha. La sintió. Fría, pero real. Fría,
pero cercana. Fría, pero Victoria. Envolvió su mano con la de ella y las dejó allí,
junto a su mejilla, embebiéndose de su perfume y de sus ojos, como había hecho
tantas veces antes.
—¿Por qué me dejaste, Victoria? Pensé que si te encontraba iba a poder ayudarte.
Pensé que por fin íbamos a poder solucionar las cosas.
—No hice lo que hice para dejarte, Tobías. Yo simplemente no podía seguir
soportando estar encerrada. Me estaba asfixiando. De alguna u otra forma iba a
pasar.
—Pero me dejaste solo para aprender a lidiar con tu ausencia sin siquiera una
advertencia. No sé qué hacer, Victoria. Una cosa era saber que estabas con él, pero
estabas; y otra muy distinta es saber que no estás y nunca más voy a poder volver a
verte.
—Tobías, por favor no hagas esto de nuevo. No me pongas en el papel de la
villana, otra vez. Si supieras por todo lo que pasé me entenderías.
Tobías soltó un suspiro y decidió dejarlo correr: no quería pelear con Victoria en
el único momento en el que podía evocar sus rasgos con completa nitidez, sin que
estos fuesen sufriendo el deterioro y desdibujamiento del paso del tiempo.
—¿Te voy a volver a vez alguna vez? —le preguntó, en lugar de seguir con las
recriminaciones.
—Me estás viendo ahora—dijo ella encogiéndose de hombros.
—Lo sé, pero en cualquier momento voy a despertar y encontrarme cara a cara
con la realidad, en la cual ya no puedo evocar la totalidad del color de tus ojos. No
quiero olvidarte, Vic.
Antes de responderle, ella le tomó la cara y le dio un beso, momento en el cual
Tobías advirtió el significado de lo que vendría a continuación. Al menos sabía que
algunas señales sí podía captarlas.
—Eso es justamente lo que vine a decirte—dijo Victoria. —Tenés que olvidarme,
Tobías. Tenés que seguir adelante. Yo no voy a volver, y vos no podés estar toda tu
vida esperando a una ilusión.
—Entonces, ¿me hiciste recordarte para decirme que tengo que olvidarte?
—No, querido, vos me recordaste para poder olvidarme. Necesitabas un cierre, un
adiós, y acá estoy.
—Supongo que tenés razón.
Se miraron a los ojos, por última vez, y Tobías la abrazó con tanta fuerza que
sintió miedo de romperla. Cuando se separaron, Victoria sonrió.
—Te amé de verdad, Tobías. A pesar de todo, mi amor por vos era real. Nunca
dudes de eso.
—Yo también, Vic, yo también. Te sigo amando.
Y tras una última sonrisa, ese breve cierre a su trunca historia de amor, Victoria
desapareció.
Fue en ese entonces cuando Tobías logró abrir los ojos y se encontró con el
cuerpo de sus hermanos pequeños acostados a su lado. Habían pasado ya tres meses
desde el suicidio de Victoria y él nunca la había sentido tan cercana como en ese
entonces. Sabía que su inconsciente- y, en el mejor y más fantástico de los casos, la
propia Victoria- le estaba diciendo que debía seguir adelante, pero él no podía.
Necesitaba saber qué había pasado y se rehusaba a quedarse de brazos cruzados, de
nuevo. Como había dicho aquella Victoria onírica, él necesitaba un cierre-
Se levantó de la cama intentando no despertar a sus hermanos, agarró su
computadora y se dirigió a la cocina. Por suerte no había nadie despierto a esas
horas de la mañana, por lo que podía comenzar su investigación sin que nadie le
dijera que debía superarlo. Se preparó un café y prendió la computadora, decidido a
encontrar quién sabe qué en los distintos perfiles que tenía Victoria en las redes
sociales. Ver sus fotos de Instagram era como si alguien le estuviese pegando mil
cachetadas sin descanso. Una cosa era poder verla en un sueño, sabiendo que quizás
había algo que él estaba distorsionando, y otra muy distinta era ver pequeñas partes
de lo que ella había sido; de lo que ella había ido construyendo de sí misma.
Inspeccionó con detenimiento cada uno de los perfiles que Victoria tenía en las
distintas redes sociales: el de Facebook, el de Twitter, el de Instagram, el de Vsco.
No sabía muy bien qué era lo que estaba intentando encontrar. No era como si ella
fuese a publicar una foto o un video anunciando a los cuatro vientos que estaba
planeando suicidarse. Pero quizás ella había dejado algo que él podría entender: solo
él. Le dolió ver que no había borrado ninguna de sus fotos con él. Para un
observador poco versado en el tema, podría parecer que ellos dos aún seguían
juntos. No había señales de Salvador por ninguna parte: ni una foto, ni un mensaje,
nada. Tobías deseó tener las contraseñas de Victoria para así poder ver si ellos se
comunicaban por alguna de esas redes, pero se arrepintió al instante. Estaba pasando
de ex novio preocupado por su seguridad a ex novio consumido por los celos,
tóxico.
—¿Qué hacés, mi amor?
Oyó la voz de su madre y automáticamente cerró todas las pestañas que tenía
abiertas. Le avergonzaba que alguien viera lo que estaba haciendo. Sabía que su
familia entendía el dolor que estaba sintiendo- era por eso que nadie le había
insistido, durante esos tres meses de confinamiento, para que saliera de la casa-.
Pero también sabía que ninguno de ellos aprobaría el nivel de fijación que Tobías
parecía tener en encontrar la verdad. A decir verdad, para la mayoría de los Di
Giovanni la verdad era simplemente que Victoria siempre había sido una chica
demasiado complicada que había tomado un camino equivocado. Nadie parecía
creer que había algo extraño en el tal Salvador.
—Leyendo—le mintió él.
Su madre sonrió comprensivamente, como si supiera qué era lo que había estado
haciendo su hijo en realidad; como si supiera que Victoria había visitado a Tobías en
sus sueños y lo había dejado incluso más perturbado de lo que ya estaba. A pesar de
sentir compasión por ella, pues la había llegado a querer como si fuese su propia
hija, Graciela odiaba el estado en el que Victoria había ido sumiendo a Tobías. Ella
lo había cambiado: lo había convertido en un hombre nervioso y con peor
autoestima de la que ya tenía; lo había convertido en un hombre que parecía estar
todo el tiempo triste, y todo el tiempo buscando algo que todos menos él sabían
nunca iba a lograr encontrar. Tobías siempre había sido una persona solitaria, pero
después de Victoria había dejado de relacionarse con la gente. La única amiga que
parecía quedarle era Oriana, a la que ni siquiera quería ver. Eso la aterraba y le
preocupaba. Temía que su hijo se perdiera por completo, que perdiera la capacidad
de vivir.
—¿Y qué planes tenés para hoy?
Si bien nadie lo presionaba, Graciela le hacía esa misma pregunta todos los días,
esperando que algún día la respuesta fuese algo más que un simple “nada
interesante”.
—Creo que voy a ir a ver a Oriana.
Las palabras salieron de los labios de Tobías sin que él supiese que lo había
estado pensando. Una vez dicho, le parecía que todo tenía sentido. Por supuesto que
Oriana podría ayudarlo a entenderlo todo. Había estado alejándola durante tres
meses, negándose a hablar o ver a nadie. No quería compartir su dolor con nadie, ni
ser comprendido. Él simplemente quería hacer su duelo en paz. Y, finalmente, sentía
que había terminado. No necesitaba a Oriana para que lo consolara: la necesitaba
para que lo ayudara a investigar qué era lo que ambos se habían perdido en su
tiempo junto a Victoria.
Los ojos de Graciela se iluminaron. No esperaba que Tobías comprendiera que
Oriana era una excelente opción para, por fin, empezar a olvidar a Victoria, pero sí
le alegraba el hecho de que su hijo todavía tuviese la disposición como para
relacionarse con alguien. Si hubiese sabido qué era lo que Tobías estaba buscando
realmente, lo más probable es que no lo hubiera dejado salir de la casa. Pero como
toda madre, Graciela quería creer que su hijo estaba saliendo de ese abismo en el
que se había sumido. Ella creía que él por fin estaba decidido a encaminarse hacia la
luz.
—Me parece una excelente día. La pobre Oriana te estuvo llamando todos estos
días y vos no fuiste capaz de hablar con ella ni una sola vez.
Bueno, si lo decía de esa forma, él empezaba a darse cuenta de lo injusto que
había sido con su amiga. Le estaba haciendo lo mismo que él sufría cada vez que
Victoria decidía dejar de comunicarse con la gente.
—Sí, lo sé. Probablemente ya no quiera verme.
—No seas tonto, hijo. Oriana es tu amiga. Ella va a entenderte.
Él asintió con la cabeza y terminaron su desayuno hablando de trivialidades, tal y
como hacían antes. Con todas sus fuerzas, Graciela deseaba que todo estuviese bien
y que su hijo volviese a intentar ser feliz. Ella veía lo que quería ver: que salir de su
casa era una buena señal; que eso indicaba que él había dejado de obsesionarse con
su ex novia. Sin embargo, Tobías empezaría a pensar en Victoria incluso más que
antes. Y, como ya se dijo, su recuerdo sería lo que, finalmente, terminaría de
consumirlo.
Capítulo 6: Pequeño y fallido intento de romper con la ilusión
A pesar de que Oriana nunca intentó interponerse entre Tobías y Victoria, y a
pesar de que sabía que su amor nunca podría ser correspondido, hubo una única vez
en que no pudo controlar sus sentimientos. Nunca supo muy bien por qué lo hizo,
pero sí sabía que no iba a aguantar mucho tiempo más guardándose toda esa
emoción para sí misma. Tampoco sabía muy bien qué era lo que pretendía
intentándolo. Si estaba segura de que los sentimientos de Tobías corrían solo en una
dirección, ¿por qué tenía que exponerse de esa forma? Esa era una pregunta que
nunca pudo, ni quiso, responder.
Su pequeño y fallido intento de hacerle saber a Tobías que lo amaba fue cuando
las cosas entre él y Victoria habían comenzado a caer en picada. Victoria los había
empezado a alejar a ambos cada vez más y eso obligaba a Tobías y a Oriana a pasar
cada vez más tiempo juntos. Ella sabía que la única razón por la que Tobías pasaba
tiempo con ella era porque necesitaba seguir manteniendo alguna especie de
conexión con Victoria, aunque sea mediante la relación con su mejor amiga. Sabía,
además, que relacionarse con Victoria en la forma en que Tobías lo hacía dejaba
muy poco tiempo para preocuparse por otras personas, por lo que Oriana era
probablemente lo más cercano a una mejor amiga que él podría tener. Odiaba cómo
su amiga había ido consumiendo, poco a poco, a una persona tan inocente y amable
como Tobías. No entendía qué más podría querer: el hombre hacía, literalmente,
todo lo que ella le pedía. La amaba y la cuidaba como nadie, aunque Victoria jamás
asumiese que necesitaba constantemente tener a su alrededor gente que se
preocupara por ella. Quizás fue por eso, por ese pequeño grado de rencor que Oriana
había ido juntando hacia Victoria, por lo que decidió darle a entender a Tobías que sí
había otras opciones.
—Podríamos ir a un bar—había sugerido Oriana, antes incluso de haber decidido
que esa sería la noche en que se confesaría.
—¿Nosotros dos? Ori, creo que somos las personas jóvenes con menos espíritu
nocturno que conozco en esta ciudad.
—¿Y cuál es el problema? Tobías, no hace falta que esperes a Victoria cada vez
que quieras hacer algo diferente.
Su tono de voz le sonó más hostil de lo que había pretendido, pero no podía
evitarlo. Le molestaba que Victoria pareciese controlar a Tobías incluso cuando no
estaba cerca. Le molestaba que él no pareciera darse cuenta, o que no pareciera
molestarle, el hecho de estar siendo controlado. ¿Acaso no lo veía? ¿No veía que
ella lo manejaba como quería, incluso cuando lo dejaba para irse sola a quién sabe
dónde, sin explicación alguna? Oriana se odiaba a sí misma también. Se odiaba por
estar actuando como una persona venenosamente celosa. Ella quería a Victoria: era
su mejor amiga. El problema era que había llegado a amar a Tobías mucho más de lo
que nunca lo había hecho con Victoria y no podía soportar verlo empequeñecerse
cada vez más. Se sentía todo el tiempo entre la espada y la pared, sin saber cuál era
el modo correcto de actuar. Estaba a punto de retractarse y anunciar que iba a volver
a su casa cuando Tobías aceptó ir al bar. Él también parecía un poco enojado. Oriana
no sabía si estaba enojado con ella por su desafío, o si finalmente había descubierto
que había algo mal en la manera en que Victoria lo trataba. No quiso averiguarlo
tampoco: se contentó con saber que podrían pasar una noche en paz, pretendiendo
que ellos podían estar juntos sin estar pensando en su amiga.
Terminaron yendo a un bar que se había puesto de moda a las afueras de la
ciudad, famoso por la novedad de los tragos que servían. Tobías se había obligado a
no plantar a Oriana, pues hacía desde la noche anterior que no recibía ningún
mensaje de su novia y estaba empezando a preocuparse. No estaba de humor para
salir o probar tragos, o fuese lo que fuese lo que su amiga quisiera hacer. Le gustaba
pasar tiempo con ella, era una persona fácil de llevar. Sin embargo, no podía mirarla
sin pensar en Victoria y temía que si seguía pensando en ella terminaría llorando en
plena velada. O peor, terminaría reportándola como desaparecida. La primera vez
que Victoria desapareció, casi lo hace. Fue un mes después de haber empezado a
salir. La noche anterior todo parecía estar bien: habían estado comiendo y riendo en
casa de Tobías, como solían hacer siempre que se juntaban entre semanas. Y al día
siguiente, sin que Tobías supiese cómo ni por qué, Victoria dejó de responder a sus
mensajes. Se había esfumado. La buscó por todos lados: por su casa, por el parque
donde ella solía ir a correr, por la universidad. Nada. Victoria terminó apareciendo a
las dos de la madrugada del día siguiente, diciendo que había tenido que irse a
“hacer a unas cosas” a “un lugar sin señal”. Tobías había estado tan preocupado por
ella que ni si quiera intentó enojarse. Cuando la volvió a ver la abrazó como nunca
antes y ahí quedó todo. Por aquella época, las desapariciones de Victoria le habían
empezado a parecer algo casi rutinario. A pesar de ello, siempre terminaba
preocupándose más de la cuenta. Mirando todo en retrospectiva, Tobías siempre se
preguntó si acaso Victoria no aprovechaba esas misteriosas desapariciones para
verse con Salvador.
—Tengo que confesar que pensé que no ibas a venir.
Él le sonrió a Oriana, a modo de disculpa. Obvió admitir que la idea había
cruzado por su mente y que había estado a punto de dejarse tentar.
Las primeras horas fueron agradables para ambos. Tomaron varios vasos de gin
tonic cada uno, hasta que terminaron ebrios. Tobías parecía haberse olvidado de sus
preocupaciones y Oriana se adjudicaba el pequeño triunfo. Hablaron sobre la
universidad, sobre libros, sobre sus respectivas familias. Si se veía la escena desde
afuera, podrían haberse confundido con una pareja. Con Oriana, Tobías se sentía en
paz. Lo escuchaba y prestaba atención a lo que decía. Parecía interesarle cada cosa
que saliera de su boca. El mismo Tobías se sorprendía de ser capaz de decir tantas
cosas interesantes cada vez que tenía una conversación con ella. La risa salía
espontáneamente de una u otra boca, hasta que ambos terminaban riendo a
carcajadas. Aunque jamás lo admitiría en voz alta, Tobías siempre pensó que, si no
hubiese conocido a Victoria, tranquilamente podría haberse enamorado de Oriana.
Quizás fue por eso por lo que, cuando ella juntó el valor- o los gin tonic- necesario
como para acercarse a él y besarlo, Tobías tardó varios segundos en reaccionar y
alejarla.
—Oriana…
Le avergonzaba más el hecho de haberlo disfrutado que el beso en sí mismo. Ella
sonreía con tristeza, como si supiera que, a pesar de que él también parecía quererla,
jamás sería en grado suficiente.
—Sabés que amo a Victoria.
Tobías volvió a hablar. No sabía si era por culpa del alcohol o porque de verdad
lo creía necesario, pero sentía que debía reafirmar su fidelidad hacia Victoria. No
podía dejar que Oriana supiese que, con un par de copas más, no se habría
molestado en alejarla.
—Lo sé—susurró ella.
Permanecieron unos segundos en silencio, sin saber muy bien qué decir. Al final,
Oriana rompió el silencio, decidida a terminar con lo que había empezado. Un beso
no era suficiente como para hacerle entender a Tobías cómo se sentía.
—Sé que la amás, Tobías. Pero no entiendo por qué. Ella no te trata como te
merecés y lo sabés. Y, no te confundas, yo quiero a Victoria, pero te merecés más.
No sabía en qué momento, pero Oriana había empezado a llorar. Estaba diciendo
en voz alta lo que se había guardado por tanto tiempo y no estaba dispuesta a dejar
algo al azar.
—Y tampoco te estoy diciendo que yo sea eso que vos necesitás. Sí, siento cosas
por vos y sí, siento que haríamos una buena pareja, pero también te aprecio como
amigo. Nunca más voy a volver a mencionar este beso y nunca más voy a volver a
decirte lo que siento por vos, pero, por el amor de Dios, Tobías: abrí los ojos.
Tobías quedó estupefacto, por dos razones. Por un lado, no podía creer que
Oriana, su única amiga, estuviese diciéndole que quería con él algo más que una
amistad. Dos personas sintiendo cosas por él era algo que no le parecía verosímil. Y
mucho menos si una de esas personas era Oriana. ¿Acaso podía haber sido tan
imbécil como para no haberse dado cuenta? Y, por otro lado, no podía creer que
Oriana, su fuente de consuelo, estuviese siendo tan dura con él y con Victoria. Si tan
mal le parecía que estaba su relación, ¿por qué nunca había dicho nada? ¿Por qué no
le decía nada a su amiga? Tobías estaba muy borracho como para responder con
coherencia, pero no lo suficiente como para no responder.
—¿De qué estás hablando? Victoria y yo estamos bien, Oriana. Ella no me trata
mal. Ella me ama. ¿Y por qué me estás diciendo todo esto a mí? ¿No deberías estar
hablando con tu amiga?
Las lágrimas de Oriana continuaban descendiendo por sus enormes ojos azules.
Ella sabía que Tobías iba a decirle que no, pero no sabía que un no pudiese doler
tanto.
—No estoy diciendo que no te ame, Tobías. Estoy diciendo que, a veces, el amor
no es suficiente.
Él no quiso contestarle nada. Creía que no era ella la que estaba diciendo esas
cosas sino el alcohol. Quería irse y llamar a Victoria, que ella apareciera y le dijera
que lo que Oriana decía no tenía sentido. A pesar de ello, algo en su interior parecía
estar asintiendo con firmeza a las palabras de su amiga. Él sabía que su amor era
más intenso que el de Victoria. ¿Sería que el tiempo de aceptar que eso no cambiaría
había llegado, por fin?
Sin decir nada más, pidieron la cuenta y se encaminaron al auto de Tobías. Antes
del beso y antes de discutir, él se había ofrecido a llevarla a casa, así que les
esperaba un largo e incómodo viaje en auto. Tobías puso música lo bastante alto
como para que ninguno de los dos tuviese que hablar para rellenar el silencio y
Oriana no protestó. Hasta que no estacionaron, ninguno de los dos abrió la boca.
—No quiero que las cosas cambien entre nosotros ahora.
La voz de Oriana era apenas audible.
Tobías tardó unos segundos en contestarle. Él no estaba enojado con ella. Le
molestaba que lo hubiese puesto en esa situación, sí. Pero no estaba enojado.
—Está bien, Ori. Nada va a cambiar. Fue el alcohol.
Él la rodeó con sus brazos. Ella apoyó la cabeza en su pecho. Permanecieron así
casi media hora: él, convenciéndose a sí mismo de que lo que Oriana había dicho no
era cierto- ni siquiera la parte del enamoramiento-, y ella asumiendo que esa sería la
primera y única vez en que podría estar así con Tobías. Ella soltó todas las lágrimas
que le quedaban y nunca más volvió a llorar por su amor no correspondido.
Podrían haberse quedado así toda la noche, pero su silencioso y cuasi romántico
momento fue interrumpido por el celular de Tobías. Victoria. Oriana estaba
convencida de que su amiga tenía un sexto sentido que le indicaba cuando Tobías
dejaba de pensar en ella, así podía volver a aparecer y seguir ocupando su mente.
Cuando vio quién era, Oriana sonrió incómoda y se fue sin decir adiós. Tobías no
volvió a pensar nunca más en esa noche, ni volvió a recordar que, en algún
momento, Oriana le confesó haber estado enamorada de él. Si ella se lo hubiese
recordado, Tobías volvería a sorprenderse tal y como había sucedido aquella vez.
Capítulo 7: Sherlock y Watson
Oriana no podía creer que Tobías la hubiese llamado después de tanto tiempo de
haberla ignorado. Le parecía extraño que, de un día para el otro, le propusiera
encontrarse en algún bar, como si fuesen dos amigos que necesitaran ponerse al
corriente. Herida como estaba, casi rechazó la invitación. Ella también necesitaba
seguir adelante. Se había cansado de conformarse con el rol de limpiadora de
desastres y había decidido, por primera vez, comenzar a pensar en sí misma. A pesar
de su firmeza, sabía que no podía decirle que no a Tobías. Además, se decía para
consolarse, ella también necesitaba cerrar su trunca historia de amor. Quizás verlo y
decirle adiós le serviría para comenzar a buscar paz.
Quedaron en reunirse en un bar en el centro de la ciudad, a las siete de la tarde. Ni
muy temprano como para que no pudiesen tomar alcohol y animarse a decir las
cosas sin censuras, ni muy tarde como para que la cantidad de alcohol ingerida los
hiciera decir cosas que no querían. Por supuesto, él llegó primero. La emoción de
tener un objetivo después de tanto tiempo hacía que le resultase imposible
permanecer quieto por mucho tiempo seguido. Por su parte, Oriana dudó si ir o no
hasta el último segundo, decidiendo que, quisiera o no, en algún momento debía
enfrentarse a sus fantasmas.
—Tengo que confesar que pensé que no ibas a venir—le dijo Tobías al verla, con
una gran sonrisa en los labios.
A Oriana le dieron ganas de reírse ante el ridículo deja vú. Se acercó a él y lo
abrazó, sin saber cuánto lo necesitaba hasta que lo hizo. Para su sorpresa, Tobías le
devolvió el abrazo casi con la misma intensidad y ella comenzó a pensar que a lo
mejor no estaba todo perdido.
Se sentaron en una mesa cerca de la ventana y lejos del resto de la gente. Tobías
parecía más animado que nunca y Oriana, pasada la emoción inicial de sentirse entre
sus brazos, comenzó a preocuparse. No le parecía verosímil que, de un día para el
otro, su amigo recuperara toda la felicidad que había ido perdiendo a lo largo de los
últimos años. Su última imagen de Tobías había sido la de aquel mediodía en un bar
en el que rieron y pensaron hasta que ninguno de los dos pudo seguir sosteniéndose
en pie. No entendía cómo él podía pasar de ese ebrio desastre al hombre que estaba
sentado frente a ella, decidido y entusiasmado.
—¿Cómo estás, Ori?
—¿Me estás hablando en serio? Tobías hace tres meses no sé nada de vos y ¿lo
primero que vas a preguntarme es cómo estoy? ¿No vas a molestarte en explicarme
por qué no te dignaste a atender el teléfono ni una sola de las veces que te llamé?
—Sé que me comporté como un imbécil y de verdad me arrepiento. Necesitaba
mi espacio, Oriana. Necesitaba procesar todo lo que pasó. Ella fue el amor de mi
vida y no tuve la oportunidad de despedirme.
Oriana sintió un poco de pena por él. Sintió pena al recordar que lo último que él
había escuchado de labios de Victoria fueron gritos y el nombre del hombre por el
que lo había dejado. Pero eso no le daba derecho a tratarla como si ella tuviese la
culpa, cuando lo único que le importaba era intentar ayudarlo a mantenerse entero.
Era injusto.
—Yo también la perdí, Tobías. Y la última vez que la vi fue cuando peleamos.
Ella se fue sin saber que, a pesar de todo, la quería.
—Ella sabía que la querías, Oriana. No digas eso. Sabés que me preguntó por vos
cuando fui a verla. Si mal no recuerdo, dijo que siempre fuiste la más inteligente de
los tres.
Tobías soltó una pequeña carcajada y Oriana volvió a sorprenderse por su
aparente buen humor. Los gritos y las risas del resto de la gente dentro del bar
hacían imposible que ella pudiese seguir soportando ese tipo de conversación. No
quería empezar hablando de Victoria. No estaba lista.
Pidieron una cerveza cada uno y, contrario a lo acostumbrado en sus reuniones
anteriores, no les hizo falta más. Dejaron inconclusa la conversación anterior: ambos
sabían que, tarde o temprano, el tema volvería a surgir. En su lugar, decidieron
pretender que los últimos meses no habían existido y hablaron como nunca antes lo
habían hecho. Tobías no sabía muy bien por qué todavía no se atrevía a decirle a
Oriana cuál había sido la verdadera razón de su llamado. Temía su reacción,
probablemente. Se sentía mal por explotarla en todo lo referente a Victoria. Pero él
no tenía a nadie más que pudiese ayudarlo y sabía que si intentaba hacerlo solo
terminaría volviéndose loco.
Oriana se limitaba a disfrutar las trivialidades mientras duraran. Sabía que Tobías
nunca se acercaba a ella si no era por algo que tuviese que ver con su difunta mejor
amiga. A esa altura, ni siquiera la lastimaba. Había aprendido a tomar las cosas
como y cuando llegaban. Disfrutaba escuchar a Tobías reír mientras le contaba lo
dura que había sido la convivencia con dos hermanos que estaban entrando a la
pubertad. No sabía cuánto había de cierto en su historia y tampoco le importaba.
Como siempre, Oriana se conformaba con la ilusión de moldear la situación dentro
del esquema mental que más la consolara. En ese momento, en su cabeza ellos eran
viejos conocidos que se encontraban después de mucho tiempo separados para poder
cerrar un ciclo que había quedado inconcluso. Lamentablemente, esa ilusión no
duró mucho más de dos horas.
—Por mucho que esté disfrutando esta conversación, Ori, hay algo que tengo que
confesarte.
La muchacha contuvo el suspiro de resignación. Ahí estaba, la verdadera razón
por la que se habían reunido.
—Soy toda oídos.
—Quiero que me ayudes a encontrar a Salvador.
Y ahí estaba, también, la vuelta al tema “Victoria”. ¿Por qué Tobías no podía
limitarse a aceptar que su ex novia había muerto y dejar a Oriana en paz?
—¿Y por qué deberíamos buscar a Salvador? Ni siquiera sabemos su apellido.
—¿Cuán difícil puede ser encontrar a una persona? Oriana sé que vos también
pensás que ahí había algo raro. Lo hablamos antes.
Oriana no estaba segura de si quería llorar o gritarle a Tobías en la cara que
estaba siendo un imbécil. ¿En qué podría ayudarles el tal Salvador a entender por
qué Victoria se había suicidado? Quizás a él también lo había dejado tirado como a
ellos. Quizás él estaría igual que ellos, hablando con alguien en un bar, planeando
encontrar algo que pudiese hacerle entender por qué Victoria había hecho lo que
hizo. Oriana estaba cansada de rendirle culto a alguien que se había creído siempre
inmortal. Después de todo, ¿por qué debería ser ella quien encontrara la pieza
faltante? ¿Por qué debía ella seguir tras los pasos de Victoria, arreglando sus
desastres? Antes de responder, dio un largo trago a su vaso de cerveza. El líquido,
ya caliente, descendió con lentitud por su garganta hasta su estómago. Y, como una
especie de placebo, el alcohol pareció darle a Oriana las fuerzas que necesitaba para
decir lo que pensaba.
—No, Tobías. No quiero seguir haciendo esto. Quiero seguir adelante. Quiero
dejar toda esta mierda atrás.
—Era tu amiga.
Susurró Tobías. Oriana notó que sus ojos estaban llenos de lágrimas y no pudo
evitar sentirse culpable. Si bien buscar las respuestas que Tobías necesitaba no la
ayudaría, sí le daría a él las fuerzas que necesitaba para poder superarla. O por lo
menos eso era lo que ella esperaba. A lo mejor podía pensar que encontrar a
Salvador no era algo que harían por Victoria sino por sí mismos, para encontrar la
redención que ninguno había estado pidiendo. Volvió a recordar lo culpable que se
había sentido al enterarse del suicidio. ¿Qué pasaba si ella había ignorado adrede las
señales? Eso la convertía en una persona miserable. ¿No sería encontrar las
respuestas una forma de averiguar qué clase de persona había sido la propia Oriana?
Era egoísta, sí, pero así había sido siempre su relación con su mejor amiga y las
cosas no tenían por qué cambiar tras su partida.
—No sé si quiero encontrar respuestas, Tobías—admitió, más para sí misma que
para él. —¿Qué pasa si lo encontramos y nos enteramos de que en realidad ella
estaba huyendo de nosotros? O peor, ¿qué pasa si nunca lo encontramos? No quiero
pasar otra vez por lo mismo. Sabés lo duro que fue intentar encontrarla la primera
vez.
Mientras ella iba hablando, Tobías iba asintiendo con la cabeza, como si estuviera
tomando nota de las cosas importantes que había pasado por alto. Pero él solo quería
encontrar la verdad, costase lo que costase. Y, por qué no admitirlo, quería ponerle
rostro al hombre que le había robado a la única mujer que había logrado amar en su
corta vida. Embarcarse en una investigación sin ninguna pista le parecía ridículo,
pero sabía que no podría seguir con su vida a menos que pudiese encontrar las
respuestas a preguntas que todavía no se había atrevido a formular.
—Tenemos que intentarlo, Oriana. Creo que Victoria nos debe la verdad.
A la rubia le sorprendió que Tobías hubiese formulado una frase en la que
Victoria no parecía la víctima sino el victimario. Pensó que estaba abriendo los ojos,
por fin. Y se convenció de que Tobías podría necesitar esas respuestas para poder
ver quién había sido Victoria realmente. Le estaba diciendo que lo ayudaría antes de
meditar muy bien los pros y contras de su plan.
—¿Por dónde habías pensado empezar?
—Supongo que las redes sociales son la forma más fácil de encontrar a alguien
hoy en día, ¿no? El problema es que nunca supe el apellido.
Oriana negó con la cabeza para indicar que ella tampoco tenía ese detalle. Ahora
que lo pensaba, Salvador parecía algo así como un fantasma: nadie parecía saber
quién era, dónde estaba, cómo había conocido a Victoria ni cuál era su papel en los
trágicos acontecimientos recientes. Si hubiese habido un funeral, quizás lo hubiesen
conocido. Pero como la familia de Victoria no parecía tener intenciones de hacer
nada que dejase expuesta la muerte de su hija, no tenían un punto de partida.
Pidieron otra cerveza y decidieron que empezarían su investigación al día
siguiente, cuando ambos hubiesen tenido tiempo para pensar en posibles planes de
acción. De un segundo para el otro la conversación trivial volvió y continuaron
riendo como si esa críptica conversación nunca hubiese tenido lugar.
Capítulo 8: El punto de ruptura
Oriana y Victoria habían sido amigas desde siempre. Ninguna de las dos tenía
muy claro cómo se habían conocido así que, cuando eran niñas, disfrutaban pasar su
tiempo imaginando diferentes versiones de ese primer encuentro. La presencia de la
una había sido siempre una constante en la vida de la otra y, por más de que a
medida que fueron creciendo las divergencias de caracteres se fueron acrecentando,
no podían imaginar lo que sería no ser amigas. Habían llegado a un punto de su
amistad en el que ninguna intentaba disfrazar la verdad para hacer sentir mejor a su
amiga: las cosas como eran. Por eso, Oriana nunca había tenido ningún problema en
decirle a Victoria cuando creía que estaba yendo demasiado lejos. Victoria nunca la
escuchaba, pero por lo menos a Oriana le quedaba la conciencia tranquila y tenía
tiempo de prepararse para el próximo momento en el que tendría que pegar algunas
piezas rotas.
La primera vez que los roles de romper-arreglar quedaron asignados fue cuando
tenían ocho años y Victoria fue tan mala con su hermana mayor que la hizo llorar. A
Oriana le parecía increíble que una persona de doce años pudiese llorar por culpa de
alguien como ella. Cuando su amiga se fue corriendo a encerrarse a su cuarto,
Oriana se quedó hablando con Gina, diciendo que Victoria estaba enojada pero que
ya se le iba a pasar y que en realidad no había querido decirle todo lo que dijo. No
sabía de dónde salían las palabras, porque nunca había tenido que consolar a nadie
en su vida, pero ahí estaban y parecían funcionar. Gina le sonrió, le agradeció y le
ofreció un pedazo de la torta que había causado la discusión. Oriana la comió rápido,
casi atragantándose, y fue al cuarto de Victoria a ver cómo estaba ella, orgullosa con
su accionar.
Victoria no parecía en absoluto preocupada por lo que había pasado, como si la
discusión con su hermana no fuese más que un molesto y lejano recuerdo. Eso le
probó a Oriana que ella había tenido razón en todo lo que le había dicho a Gina y
convirtió aquel suceso en su primera labor de traducción. A partir de ese día,
Victoria hacía y Oriana explicaba; Victoria rompía y Oriana arreglaba. Aunque
muchas veces desaprobaba el comportamiento de su amiga, Oriana creía que
Victoria nunca tenía la intención de causar daño: ella no lograba entender cuánto le
afectaba a la gente su impulsividad y su arrollador entusiasmo; su rápido
aburrimiento y su incapacidad de comprometerse. Así que Oriana sentía que tenía la
obligación de, al tiempo que intentaba explicárselo a su amiga, hacer que la gente
que pasaba por su camino no quedase tan dañada. Más que malicia, Oriana estaba
convencida de que todo lo que sucedía era por falta de comunicación y por falta de
entendimiento. ¿Qué le costaba a ella, que parecía entender todo lo que la gente se
perdía, explicar y comunicar las cosas?
Además, Victoria no era una mala persona. Podría parecerlo frente a la gente que
no la entendía, pero Oriana la conocía. O por lo menos pensaba que la conocía, hasta
que llegó Tobías y ya no hubo manera de justificar su accionar. Victoria parecía
encontrar un mórbido placer en arruinar, gradualmente, el poco carácter que Tobías
parecía tener. Le gustaba que él se preocupara por ella hasta llegar al borde de la
desesperación. Le gustaba que él siempre terminara cediendo. Le gustaba que la
adorara, casi como si fuese un fiel servidor de una egoísta y cruel diosa. Al
principio, Oriana no decía nada. Conociendo a Victoria, su nuevo novio no duraría
más de dos meses. Ella terminaría aburriéndose y dejándolo y Oriana no tendría que
dar más que unas cuantas palabras de consuelo. Pero el tiempo pasó y la relación
parecía avanzar, dentro de las posibilidades, bastante bien. Oriana quería creer que
era porque su amiga estaba enamorándose, porque había decidido que había llegado
la hora de dejar de ilusionar a personas de las que tarde o temprano se iba a aburrir.
Y ese convencimiento fue lo que hizo que soportara dos años sin decir nada. Dos
años en los que, sin quererlo, comenzó ella también a sentir cosas por Tobías; en los
que su amor por Victoria iba transformándose en un horrible e incontrolable rencor.
Oriana juraba que había intentado alejarse antes de explotar. Cuando se dio
cuenta de que Victoria no iba a entrar en razón por su propia cuenta y de que ella ya
estaba demasiado involucrada como para decir algo que sonase imparcial, Oriana
había decidido alejarse. Buscaba pasar la menor cantidad de tiempo posible con
cualquiera de los dos, poniendo patéticas excusas cada vez que la invitaban a algún
lugar. Se había hechos nuevos amigos en la facultad e intentaba organizar planes con
ellos, para que sus excusas no fuesen patéticas sino reales y para que Victoria dejara
de hacerle preguntas. La rubia estaba empezando a descubrir que había un mundo
lejos del drama de Victoria y de Tobías y de su rol de reparadora en el que también
parecía encajar. Había vivido toda su vida bajo la sombra de su amiga, creyéndose
importante por tener la habilidad para hacer sentir mejor a la gente que ella rompía,
sin darse cuenta de cuánto eso terminaba consumiéndola. Ella podía ser importante
sin Victoria, podía hacer sentir bien a la gente sin la condición de que hubiesen sido
primero dañados por Victoria. En su intento por encontrar un escape a su amor no
correspondido y al rencor que sentía por su mejor amiga, Oriana empezaba a ser
feliz. Comenzaba a darse cuenta de que había algo más allá del universo Victoria
Priori. Y, por muy patético y adolescente que sonase, Oriana empezaba a tener
esperanzas de encontrar a alguien más que la hiciera olvidarse de Tobías; alguien
que la hiciera darse cuenta de que lo que ella creía sentir por él no era más que un
simple capricho.
Aunque Victoria la seguía buscando y parecía notar que la distancia de Oriana era
algo que ella estaba haciendo a propósito, no insistía demasiado. Al parecer, estaba
muy ocupada con otra gente como para darse cuenta de que Oriana había llegado a
la conclusión de que podía vivir sin ella. Todo parecía estar acomodándose y
saliéndole bien y casi logra olvidar qué era lo que la había llevado a alejarse en un
primer lugar: Tobías. Él la llamo desesperado el día que Victoria lo había dejado,
diciendo que sabía que era injusto buscarla a ella pero que necesitaba hablar con
alguien y Oriana era la única persona que lo entendería. En ese momento Oriana lo
odió. Odió que la pusiera en esa posición, obligándola a volver al mundo que había
decidido dejar atrás. Y, sobre todo, se odió a sí misma por no poder decirle a Tobías
que no, que ella no quería ir a levantar los pedazos de su corazón que Victoria había
ido desparramando a lo largo de dos largos años. Pero no era lo suficientemente
fuerte y terminó yendo a su casa media hora después de recibir su llamada.
Apenas la vio, Tobías la abrazó y quebró en llanto. A pesar de amarlo, Oriana no
pudo evitar pensar que era un poco ridículo. Le molestaba que no hubiese sabido
darse cuenta antes de que el final de su historia había estado escrito desde el
principio. Ella le devolvió el abrazo y lo condujo hacia adentro para hacerle un té.
La madre de Tobías le sonrió agradecida y los dejó solos, sin saber cómo lidiar con
semejante despliegue de sentimientos por parte de un hijo que siempre había sido la
representación gráfica del estoicismo.
—¿Vos sabías algo de esto? — le preguntó Tobías una vez que logró dejar de
llorar.
Oriana negó con la cabeza y le ofreció la taza de té que acaba de terminar de
hacer.
—Nadie nunca sabe nada de Victoria, Tobías. Es algo que deberías saber.
Se sintió mal por haber usado un tono tan recriminador en un momento en el que
Tobías claramente no podía controlarse. Pero, si no era ella, ¿quién iba a decirle a
Tobías que con Victoria no había nada que se pudiera hacer?
—Pero ella habla con vos de todo. Debe haberte dicho que se había cansado.
Oriana negó con la cabeza, sin dar ninguna otra explicación. No quería mentirle,
pero tampoco era capaz de destruir sus esperanzas al decirle que, en realidad, le
sorprendía que Victoria no se hubiese aburrido antes.
—Me dejó por otro, Oriana. Por otro hombre que no sé ni siquiera de dónde salió.
Un tal Salvador, ¿lo conocés? Dios, no sé cómo pude ser tan ciego. Debo ser el
único cornudo en el mundo que nunca sospechó nada.
¿Otro hombre? ¿Victoria había encontrado a otro hombre y no le había dicho
nada? ¿Había estado metiéndole los cuernos a Tobías durante todo ese tiempo?
Oriana no podía creer que no se había enterado de nada de eso antes. ¿Cómo podía
ser que su amiga pareciese tener otra vida de la que ella no sabía nada? Tuvo que
recordarse a sí misma que la que había decidido alejarse había sido ella, por lo que le
parecía un tanto lógico que Victoria también hiciera lo mismo. Aun así, le dolía. Le
dolía pensar que, después de todos esos años de amistad, a Victoria no le había
importado en lo más mínimo que Oriana comenzara alejarse sin ninguna
explicación. Tobías pareció advertir la expresión confundida de su rostro porque
volvió a preguntarle si ella conocía a Salvador.
—No, nunca me lo mencionó. Tobías nosotras… creo que nosotras ya no somos
amigas.
Era la primera vez que lo decía en voz alta y le parecía irreal. ¿Podía ser que
finalmente se hubiese terminado?
—¿De qué me estás hablando? Se ven casi todos los días.
—¿De qué me estás hablando vos? Hace meses que no la veo. Nos escribimos de
vez en cuando, pero la última vez que la vi fue hace tres meses.
Tobías se quedó callado por un segundo, sorbiendo con lentitud algunos tragos de
su taza de té mientras Oriana intentaba entender.
Qué estás haciendo Victoria. A dónde te estás metiendo.
Se quedaron juntos en la casa de Tobías, sin decir ni hacer mucho, hasta que él
anunció que ya estaba mejor y que se iría a acostar. Ya fuese por compromiso o
porque realmente había ayudado, le pidió a Oriana que volvieran a verse al día
siguiente, cuando él estuviera más calmado y las cosas estuvieran más claras. Ella
asintió, sin saber si podría cumplir esa implícita promesa, y se marchó. Sin haberlo
planeado, Oriana se vio conduciendo hasta la casa de Victoria, dispuesta a averiguar
por qué había estado fingiendo pasar tiempo con ella cuando nunca se habían
comunicado más allá de unos pocos mensajes.
Victoria estaba sentada en los escalones de la entrada, como si hubiese sabido que
Oriana iría a buscarla una vez que se enterar de lo que había pasado. Desde lejos, se
notaba que estaba sonriendo con cierta satisfacción, como si las cosas estuvieran
saliendo tal y como ella las había planeado. A Oriana le molestaba pensar que, a
pesar de haber intentado alejarse, volvía a ser un simple peón en el juego de
Victoria.
—Sabía que él iba a ir a buscarte a vos.
Más que enojada, Victoria parecía divertida. Como si todo eso no fuese más que
un juego. Como nunca antes, Oriana sintió la necesidad de golpearla.
—¿Qué estás haciendo, Victoria? ¿Por qué le dijiste que pasabas tiempo
conmigo?
—Sí pasé el tiempo con vos. Eso no fue una mentira.
A pesar de que era una mentira, Oriana podía ver que su amiga estaba convencida
de lo que estaba diciendo. Su enojo estaba amagando con convertirse en
preocupación. Sin embargo, conocía lo suficiente a Victoria como para saber que era
una experta en el arte de la manipulación. Lo más probable era que estuviese
buscando confundirla o culparla por lo que había pasado.
—No seas ridícula, Victoria. Nosotras no nos vemos desde hace meses. Las dos
sabemos que no estuviste pasando tiempo conmigo. Y qué pasa con Salvador, ¿eh?
¿Quién es? ¿Estás con él ahora?
El rostro de Victoria pasó de una expresión divertida a una ira como Oriana nunca
le había visto.
—No hablés de cosas que no sabés, Oriana. No te atrevas a nombrar a Salvador.
Él es el único que me entiende. Es el único que me conoce de verdad.
—¿El único que te conoce de verdad? ¿Y qué pasa conmigo, Victoria? Ni
siquiera te estoy pidiendo que pienses en el pobre Tobías, Vic. Te estoy pidiendo
que pienses en mí. En tu mejor amiga.
Sin darse cuenta, Oriana había empezado a llorar. Al parecer, no se había dado
cuenta de que, entre tanto rencor por el tema de Tobías, a Oriana también le
molestaba que Victoria hubiese sido capaz de eliminarla de su vida sin que eso
pareciera afectarla en lo más mínimo.
—Ah, perfecto. Tobías otra vez. Dios, Oriana, si tanto te gusta ¿por qué no se lo
decís? Él y yo no estamos juntos, así que podés quedártelo.
Oriana no podía creer lo que escuchaba. ¿Quedárselo? Sabía que Victoria carecía
de empatía, pero en ese momento estaba actuando como la imbécil que no era. Y lo
peor de todo es que parecía estar disfrutándolo.
—Victoria, ¿qué te está pasando?
Su amiga empezó a reír a carcajadas. Reía con tal fuerza que terminó sentándose
de nuevo sobre los escalones para sostenerse el estómago. Oriana la observaba sin
decir nada; sin saber si su amiga siempre había sido una horrible persona y ella
nunca había querido verlo, o si había algo que estaba seriamente mal con ella.
Mientras la observaba, Oriana creyó ver rastros de sangre sobre las manos de
Victoria, pero no dijo nada y ella las movía demasiado rápido como para poder
observarlas con detenimiento. Una vez que las carcajadas cesaron, Victoria
determinó que ese había sido el punto de ruptura con una última frase:
—Estoy harta, Oriana. Estoy harta de pretender que pertenezco a este lugar y que
ustedes son importantes para mí. Estoy harta de preocuparme por ustedes y que no
lo valoren. Estoy harta de dar sin recibir nada a cambio. Estoy harta de vos, que
decís ser mi mejor amiga y sabés que, en el fondo, nunca me quisiste. Siempre
defendiste a todo el mundo menos a mí, Oriana. Nunca me entendiste y yo estoy
harta de intentar hacerme escuchar.
Oriana levantó la cabeza y observó con firmeza los ojos de la que en algún
momento había creído su mejor amiga. Sus oscuros ojos marrones eran imposibles
de leer. Oriana no sabía si su amiga le estaba hablando en serio o si era uno de
aquellos usuales ataques de ira de los que después se arrepentiría. Sea cual fuere la
respuesta, Oriana se había cansado.
—Qué tengas una buena vida, Victoria.
Esas fueron las últimas palabras que le dijo. Últimas palabras que seguirían
persiguiéndola aun mucho tiempo después de haber descubierto toda la verdad.
Capítulo 9: Más secretos
Por supuesto, el primer paso que debían tomar era intentar hablar con la familia
de Victoria. Sus padres eran un caso perdido, así que Tobías y Oriana decidieron
embarcarse en un viaje hacia el pueblo vecino y buscar a la hermana: Gina. Su
relación con Victoria nunca había sido muy buena, porque, al igual que Oriana,
siempre había tenido que vivir bajo su sombra. Tobías siempre había sentido algo de
pena por ella, viendo que sus padres parecían estar muy pendientes de las
disparatadas ideas de su hija menor como para prestarle atención a la intachable
mayor. Él notaba que Gina a veces miraba a Victoria con cierto rencor, aunque
nunca dijo nada. Además, él nunca había tenido una conversación ni lo
suficientemente extensa ni lo suficientemente sentida como para confirmar sus
suposiciones, así que siempre había creído que lo más prudente era cerrar la boca.
Ninguno de los dos se había molestado en intentar comunicarse con Gina antes de
emprender el viaje hacia su casa. Sabían que, si le decían qué era lo que estaban
buscando, ella terminaría colgándoles el teléfono o diciendo que dejen a su familia
en paz. No, no tenían que llamarla. Lo mejor era ir directamente a su casa y hacer las
preguntas que creyesen convenientes. Gina nunca había sido cruel, así que ninguno
la imaginaba capaz de cerrarles la puerta en la cara. Ella vivía con su marido y su
hija bebé en un pueblo vecino desde hacía casi dos años. Tobías había ido una vez
con Victoria, apenas habían hecho la mudanza, así que sabía hacia dónde debían
dirigirse.
Ni Oriana ni Tobías dijo mucho durante las dos horas que duró el viaje. Pusieron
una lista de reproducción de Spotify y permanecieron la mayor parte del viaje en
silencio, disfrutando del agreste paisaje. De vez en cuando hacían algún comentario,
en un vano intento por disimular su nerviosismo. Pero nada más que eso.
La casa de la familia Juárez representaba el estereotipo de la casa de clase media
suburbana. No era ni muy grande ni muy pequeña: tenía lo justo y necesario para
sobrellevar una vida acomodada. Al verlos, Gina no parecía muy sorprendida. Los
invitó a pasar y les ofreció una taza de café. Les imploró que estuvieran en silencio
hasta que salieran al jardín, porque había estado toda la mañana intentando hacer
dormir a la bebé y lo había conseguido hacía solo unos pocos minutos. No hubo
abrazos ni palabras de bienvenida: como todos los Priori, Gina era pragmática e iba
siempre directo al quid de la cuestión. Sabía que, tarde o temprano, las únicas dos
personas que su hermana había logrado mantener en su vida por más de un mes
vendrían a buscar respuestas y había estado preparada para mantener esa
conversación.
Una vez en el jardín, los tres se sentaron en los pequeños sillones que había junto
a la pequeña pileta, cada uno con una taza de café en la mano. Tobías halagó la casa
y la felicitó por la hermosa familia que había logrado formar. Le preguntó cómo
estaba, después de lo de Victoria. Cómo lidiaban ella y sus padres con la horrible
pérdida, fue su pregunta exacta. Gina contestó con amabilidad a todas sus preguntas,
rogando para sus adentros que Tobías terminara de preguntar lo que quería saber y
se fuera.
—Me sorprendió que no hicieran un funeral—comentó Oriana, hablando al fin.
Gina la observó durante unos segundos antes de responder. Pobre Oriana, pensó,
si supiera qué fue lo que pasó no estaría acá haciendo tantas preguntas.
—Mis padres prefirieron la intimidad. Ninguno estaba con ánimos de ver y
saludar gente después de lo que pasó.
A Tobías le pareció que Gina parecía tener una serie de respuestas estudiadas a
las que respondía sin emoción alguna en su expresión. Le parecía como si, en
realidad, no le importara en absoluto que su hermana pequeña hubiera muerto.
—Debió haber sido una sorpresa para todos ustedes—le dijo, esperando que ella
confesase su crimen.
Gina se encogió de hombros y eso lo hizo enojar aún más.
—No había nada que ninguno de nosotros pudiera haber hecho por ella.
Tobías no pudo evitar soltar una carcajada sarcástica.
—Podrían haber estado con ella. Podrían haberla sacado de ese lugar.
De los ojos de Gina desapareció cualquier atisbo del dolor que parecía haber
emanado de su respuesta anterior. En su lugar, había ira.
—Tobías, sé cuánto amabas a mi hermana y por eso dejé que entraras acá a
hacerme las preguntas que necesites, pero no me presiones. Victoria tenía muchos
problemas; no era fácil lidiar con ella. Mis padres hicieron lo que creían correcto en
su momento, así que, por favor, ahorrate los reclamos.
Oriana no podía creer lo que estaba escuchando: primero, le parecía ridículo que
Tobías estuviese haciendo semejantes acusaciones. Es decir, sí, ella también pensaba
que encerrar a Victoria en una institución psiquiátrica y dejarla a su suerte era
demasiado incluso para los Priori. Pero habían ido en son de paz, intentando
encontrar algo que pudiese ayudarlos a entender por qué Victoria había huido, en
primer lugar, y qué había pasado en ese entonces como para que terminara gritando
ante la sola mención del nombre de Salvador y, eventualmente, suicidándose. No era
momento para recriminarle nada a nadie. Y, en segundo lugar, no podía creer que
Gina estuviese siendo tan hostil con alguien que siempre parecía haberle agradado
por una acusación que, a fin de cuentas, no iba dirigida a ella. ¿Qué era lo que los
Priori estaban ocultando que hacía que Gina reaccionara de esa forma? Por un
segundo, Oriana concibió la posibilidad de que Victoria hubiese estado embarazada.
O que el tal Salvador fuese alguien peligroso del que sus padres estaban buscando
ocultarla. O, peor aún, que fuese alguien peligroso al que sus padres la habían
entregado. Pero eso le parecía ridículo hasta para una familia tan extraña y
disfuncional como los Priori. Y le parecía que, aun para Victoria, suicidarse por
estar embarazada era ir demasiado lejos.
Antes de que Tobías pudiese seguir avivando las llamas, Oriana se apresuró en
hablar por él:
—Perdón, Gina, no vinimos acá para acusar a nadie. Tenés razón, vinimos acá
para hacer preguntas. Creemos que hay algo sobre el suicidio que no cuadra. Nos
parece demasiado extremo incluso para alguien tan… impulsivo como Victoria.
Gina no pudo evitar reír.
—¿Estás sugiriendo que a mi hermana la mataron?
Un escalofrío recorrió a Oriana y a Tobías ante esa posibilidad.
—No es exactamente lo que teníamos en mente.
—Y entonces, ¿qué es exactamente lo que quieren saber?
—Creemos que a Victoria tiene que haberle pasado algo malo como para que
quiera suicidarse. Y creemos que ese “algo malo” es su novio.
Esa vez fue Tobías quien habló.
Gina volvió a reír y Oriana no pudo evitar recordar las horribles y frías carcajadas
que le había escuchado soltar a su mejor amiga la última vez que la había visto.
—No entiendo qué es lo gracioso.
Oriana intentó, con sutileza, pegarle con codazo a su amigo para que dejara de
actuar con semejante hostilidad, pero él se movió antes de que lo lograra y ella casi
pierde el equilibrio. A pesar de su torpeza, ni Gina ni Tobías parecían notar que ella
estaba ahí. Estaban demasiado ocupados desafiándose el uno al otro.
—Vos eras su novio, Tobías. ¿Me estás diciendo que ella se suicidó porque vos le
hiciste algo malo? Porque eso me parece muy difícil de creer.
—Yo no era su novio, Gina. Es decir, sí, fui su novio, pero Victoria me dejó por
otro. Salvador. Eso es lo que veníamos a preguntarte, si conocés a algún Salvador
que haya salido con Victoria antes de que ella, bueno, ya sabés.
La ira de Gina pareció disiparse. ¿Otro novio? Nadie le había mencionada nada
de eso.
—No sé de qué estás hablando. Yo pensé que ustedes seguían juntos.
Intercambiaron miradas de confusión, sin saber muy bien cómo proceder. A pesar
de que Gina sabía que en su familia siempre había habido secretos, no podía creer
que sus padres le hubiesen ocultado aquello. Sentía pena por las dos personas que
tenía frente a ella. Jamás podrían entender qué era lo que a Victoria realmente le
pasaba por la cabeza; mucho menos si sus padres seguían ocultando información.
—No, nosotros cortamos unas semanas antes de que ella se fuera. Me dijo que
había conocido a alguien más y que no podía seguir viviendo una mentira.
—Perdón, Tobías. No sé de qué ni de quién me estás hablando. No conocí a
ningún Salvador. Y mi hermana no confiaba en mí como para contármelo tampoco,
así que lamento decirte que no puedo ayudarte.
Él parecía al borde del llanto y Gina sintió aún más pena.
Pobre Tobías, tan enamorado de mi hermana sin saber que lo suyo nunca podría
funcionar.
—¿Estás segura de que ella nunca mencionó a ningún Salvador? —Intentó
asegurarse Oriana. —Estamos intentando encontrarlo, pero no sabemos ni siquiera
su apellido y no sabemos por dónde empezar.
—Estoy segura, chicos. Nunca en mi vida escuché a mi hermana mencionar a
ningún Salvador. De todas formas, yo no pasaba mucho tiempo en casa y después
me vine a vivir acá. Deberían probar con mis padres, quizás ellos sepan algo.
Tobías y Oriana asintieron amablemente, resignados. No quisieron decirle a Gina
que recurrir a sus padres sería lo último que se les ocurriría hacer. Terminaron su
café, le agradecieron por su tiempo, le pidieron disculpas por la intrusión, se
abrazaron y volvieron a dirigirse al Ford-K de Tobías.
—Sabíamos que estaba la posibilidad de que Gina no supiera nada—dijo Oriana
intentando consolar a su amigo luego de media hora de un asfixiante silencio.
—Sí, lo sé. Pero me sigue pareciendo extraño. ¿Cómo puede ser que ella se
escape de su casa para estar con él y su hermana no sepa nada?
—Beatriz y Gregorio no le deben haber dicho nada. Ya sabés cómo son, nunca
dicen lo que no quieren recordar. Quizás pensaron que Gina estaba mejor sin saber
que su hermanita se había escapado con uno cualquiera.
Tobías asintió con la cabeza pensativamente.
—¿Vos también pensás que hay algo raro en él?
Oriana soltó un largo suspiro antes de responderle.
—Creo que todo es raro. Quiero decir, parece haber desinformación por todos
lados. Es como si nadie tuviese la historia completa. Y sí, tenés razón, ¿dónde está el
famoso Salvador a todo esto? Tengo que confesar que me parece demasiado extraño
el hecho de que nadie parezca saber con exactitud quién es. Creo que es posible que
haya sido una persona peligrosa y por eso nadie quiera nombrarlo.
—¿Entonces me estás diciendo que es posible que Gina nos haya mentido?
Oriana lo meditó por un momento, analizando y recuperando toda la conversación
que habían tenido hacía unos minutos atrás.
—No, ella no. Pero hay algo extraño en todo esto. ¿Probaste buscando a Salvador
en sus redes sociales?
—Sí, lo hice—confesó Tobías avergonzado— pero no encontré nada. Ningún
Salvador en los amigos de Facebook, o en los seguidores de Twitter e Instagram de
Victoria. No aparece en ningún lado.
Oriana asintió con la cabeza.
—Sí, yo tampoco encontré nada. Lo busqué antes de venir para acá. Es como si
alguien no quisiera que lo encontremos.
—¿Beatriz y Gregorio? —Preguntó Tobías arqueando las cejas.
Oriana volvió a asentir con la cabeza.
—Sí, es lo más probable. Pero dudo que ellos hayan entrado en las redes de
Victoria solo para borrar el nombre de Salvador de su historia.
Antes de que ninguno de los dos pudiese poner otra teoría sobre la mesa, llegaron
a la casa de Oriana. Tobías estacionó el auto y ambos permanecieron unos cuantos
segundos en silencio, procesando la nueva información que habían adquirido.
—Estaba pensando…—comenzó a decir Oriana.
—¿Qué?
—Podríamos ir a recorrer su universidad mañana. No sé, hablar con alguno de sus
amigos o con alguna autoridad. A lo mejor se conocieron ahí y podemos sacar su
dirección de algún lado. O quizás alguno de sus amigos lo conocía.
Tobías le sonrió agradecido. Cuando le había pedido a Oriana que lo ayudase, lo
había hecho más por el apoyo moral que por el logístico. Fue en ese momento en el
que se dio cuenta de que no podría haber manejado ninguna de las dos cosas sin ella,
ni su moral ni la logística. Ella le devolvió la sonrisa y asintió con la cabeza, dándole
a entender que sabía lo que él estaba tratando de decirle sin necesidad de que lo
verbalizara.
Se despidieron con cierta emoción, imaginando que estaban cada vez más cerca
de lograr encontrar al famoso Salvador.
Capítulo 10: Cicatrices
Tobías supo que las cosas habían dejado de funcionar recién cuando Victorio se
lo anunció. Él había notado cierto comportamiento inusual en ella, pero creía que era
debido a la presión por los exámenes finales. Qué ingenuo había sido al pensar que
algo tan mundano podría preocuparla.
Esa noche habían decidido cenar en el bar en donde habían tenido su primera cita.
Cuando ella lo había sugerido, él había confundido el gesto con un intento de
“avivar la llama” de su relación. Sabía que las cosas entre ellos no iban tan bien
como siempre, pero pensaba que era algo normal en una relación que había durado
tanto tiempo. Creía que era una simple etapa pasajera que debían superar. Quizás fue
por ese empeño que él tenía en pretender que todo iba a salir bien por lo que se
sorprendió tanto cuando ella le dijo que había conocido a alguien más.
—¿Cómo que conociste a alguien más?
Sentía que era la pregunta más estúpida que podía hacer, mas su cerebro parecía
haber dejado de funcionar. Incluso, por un segundo, llegó a pensar que todo su
cuerpo le había dejado de funcionar. El sonido de las voces y del choque de
cubiertos fue reemplazado por un horrible y agudo pitido en sus oídos. Su visión de
volvió negra por un microsegundo y sintió que estaba a punto de desmayarse.
—Sé que parece repentino, Tobías, pero la verdad es que lo conozco desde hace
bastante tiempo. No puedo seguir mintiéndote así, no es justo.
La visión y la audición de Tobías habían recuperado su funcionamiento normal y
volvió a encontrarse con el rostro de su, próximamente, ex novia, mirándolo como si
lo que estuviese diciendo fuese lo más lógico del mundo. Por supuesto que no podía
seguir con él si había conocido a alguien más. Y por supuesto que iba a conocer a
alguien más. Tobías no sabía si reír o llorar. ¿Acaso Victoria le estaba confesando
que había estado con otra persona todo ese tiempo, mientras él se preocupaba por
ella como un idiota?
—¿De quién estás hablando, Victoria? ¿Qué estas queriendo decir?
Victoria miró, nerviosa, a su alrededor, como si no quisiera que nadie escuchara
lo que estaba diciendo Tobías. En ese momento, él creía que a ella le avergonzaba la
posibilidad de causar una escena. Qué ingenuo había sido. Mirando todo en
retrospectiva, Tobías no entendía cómo había podido ser tan tonto como para no
darse cuenta de que lo que Victoria en realidad estaba haciendo era buscar a alguien.
Como muchas veces antes, había estado tan pendiente de averiguar cómo lidiar con
su propio dolor que no había sabido captar las señales. Y había sido siempre tan
obvio…
—No puedo seguir hablando acá.
Dicho eso, se paró y se internó en la fría noche de agosto, abrazándose a sí misma
y apoyada contra la puerta del copiloto del auto de Tobías. Él salió detrás de ella
solo unos segundos después, aún turbado por la noticia.
—Aunque sea decime quién es—le suplicó él cuando llegó a su lado.
—No lo conocés, Tobías. Y, ¿qué diferencia hay? No va a cambiar nada.
—Es lo único que te pido, Victoria.
Ya fuese por pena o por cansancio, Victoria prometió decírselo una vez que
estuviesen en el auto. Seguía mirando a su alrededor con cierto nerviosismo, pero a
Tobías lo único que le importaba era el bendito nombre, así que se subió al auto y
comenzó a manejar en tiempo récord.
—¿Y bien?
—Lo único que voy a decirte es que se llama Salvador. No necesitás saber nada
más.
Su tono de voz no dejaba lugar para la discusión, así que Tobías se limitó a
asentir con la cabeza y a seguir manejando. No sabía muy bien qué era lo que le
sorprendía, siendo que siempre había pensado que ella no podría durar mucho
tiempo con alguien como él. Era cuestión de tiempo para que le aburriera la
estabilidad. Quizás fuese el hecho de que, a pesar de saber que su amor no era
enteramente correspondido, él siempre había pensado que, después de todo, ella sí
había llegado a amarlo. Como tantas veces antes, Victoria pareció adelantarse a sus
pensamientos.
—Sí te amé, Tobías. Incluso creo que puedo seguir amándote. Pero con
Salvador…
Por suerte para Tobías, ella no logró terminar la frase porque justo habían llegado
a su casa. Por primera vez, él deseó que ella se alejara y lo dejara solo. Sin embargo,
Victoria parecía tener más cosas que decir.
—Tobías…
Victoria tomó las manos de Tobías entre las suyas y él sintió que algo le raspaba.
Las dio vuelta para poder verle las palmas y le vio las cicatrices.
—Victoria, ¿qué es eso?
Ella se encogió de hombros, intentando restarle importancia, pero se notaba que
era algo de lo que no quería hablar y que no había querido que él viera. Las
cicatrices no parecían muy viejas, por lo que Tobías supuso que era algo reciente.
Por un segundo concibió la posibilidad de que esas lastimaduras se las hubiera
hecho él. Pero sabía que eran una clara marca de uñas que solo podría haber hecho la
propia Victoria. Ella seguía sin decir nada y él seguía esperando una respuesta.
—Bueno, creo que debería irme. Me están esperando—anunció ella tras un largo
e incómodo silencio. —Puedo darte tus cosas si querés. Las tengo en una caja.
El dolor que le había provocado el hecho de que ella hubiese archivado toda su
historia juntos en una caja casi le hace olvidar lo que acababa de ver.
—Victoria, no voy a dejar que te vayas sin una explicación. ¿Por qué hiciste eso?
—No es nada, Tobías. Dejame ir. ¿Vas a querer tus cosas o no? Yo no quiero
quedármelas.
Si había algo en lo que Victoria era buena era ganar una discusión a fuerza de
desgaste. Insistía presionando el punto que más dolía hasta que su oponente se
rendía. Por eso, en ese momento Tobías decidió irse. No estaba dispuesto a dejar
correr el hecho de que Victoria parecía pasar su tiempo libre lastimándose las
manos, y quién sabe qué otra parte del cuerpo, pero no podía seguir soportando que
intentara quebrarlo. Necesitaba aire.
Le abrió la puerta y ella se bajó con un simple adiós. Ese fue el momento en el
que Tobías llamó a Oriana. No se atrevió a contarle lo de las cicatrices, porque le
parecía que, en parte, él había sido responsable. No quería que ella le dijese que
debería haberse quedado y averiguado por qué ella se lastimaba.
Luego del suicidio, Tobías recordó aquellas cicatrices y la culpa que lo perseguía
desde que Victoria se había ido. Sentía que había sido responsabilidad suya
descubrir cuál era el problema y arreglarlo. Al día siguiente de haber cortado intentó
buscarla y volver a preguntarle qué era lo que pasaba, pero ella no quiso verlo.
Intentó durante casi una semana, sin poder controlar su preocupación y preocupando
en el camino a toda su familia, pero ella nunca quiso verlo. Semanas después,
Victoria huyó con Salvador y no supieron nada más de ella hasta que sus padres les
confesaron que estaba en Rosa de los vientos. Tobías creía que seguía siendo
responsabilidad suya descubrir qué era lo que provocaba que ella actuara de una
forma tan extraña y, a pesar de que no podía solucionar nada, creía que era su
obligación buscar venganza.
Capítulo 11: Callejón sin salida
La facultad de Filosofía y Humanidades seguía igual a como Tobías la recordaba:
varios edificios distribuidos alrededor de ciudad universitaria, fácilmente
identificables por los murales y carteles con consignas políticas en todas las paredes.
Sus épocas de estudiante eran para Tobías un recuerdo lejano que le parecía de otra
vida, a pesar de haberse recibido hacía solo unos cuantos meses. Según lo que
ambos sabían, la última carrera que Victoria había hecho era filosofía. A pesar de la
incómoda discusión que Tobías había presenciado en el cumpleaños, ella había
desistido de viajar y había continuado estudiando, así que lo más lógico les parecía
empezar por allí.
Como Oriana no había ido nunca, fue Tobías el que, otra vez, tenía que dirigir la
expedición. Él quiso mostrarle el lugar antes de empezar con la investigación,
señalando cuáles habían sido sus lugares favoritos y a dónde solía pasar sus tiempos
de estudio. Incluso frenaron para almorzar en un bar con comida de dudosa calidad
en el que Tobías había pasado la mayor parte de sus tiempos muertos. La búsqueda
de Victoria les parecía a ambos como un mero agregado en su agradable paseo de
finales de otoño. O por lo menos así fue mientras estuvieron protegidos por la
ilusión de que todas las respuestas estarían listas para recibirlos en un archivo del
despacho de alumnos.
—Tiene que haber un error, señorita. Busque de nuevo, por favor. Victoria Priori.
Aparentemente, no había registros de ninguna Victoria Priori en la Escuela de
Filosofía. Ni de ese año ni de ninguno de los anteriores. Era como si ella nunca
hubiese ingresado: su nombre no estaba guardado en ningún archivo. Y tampoco
había ningún Salvador en el registro de la Escuela. Había varios en el registro de la
Facultad, Salvadores de diferentes edades y en diferentes carreras, pero su nombre
carecía de importancia en ese momento. ¿Cómo podía ser que Victoria no estuviese
en el sistema? Según lo que ambos sabían, ella había pasado casi dos años en esa
facultad. Después de probar con los ingresos de varias carreras, filosofía parecía ser
lo que en verdad le gustaba. Incluso pasaba mucho tiempo comentándole a Tobías
acerca de las interesantes cosas que iba aprendiendo a diario. No tenía sentido.
—Ya revisé dos veces, joven. Ninguna Victoria Priori estudió filosofía en esta
facultad. Quizás fue a otra universidad y ustedes se están confundiendo.
Tobías parecía a punto de desmayarse y Oriana se había quedado en blanco. Si
Victoria no había pasado estos dos años estudiando, ¿entonces qué había estado
haciendo?
—Por favor, ¿podría revisar una vez más? Tiene que haber un error.
La secretaria sintió pena por aquellos dos jóvenes que parecían al borde de la
desesperación. Sabía que no había forma alguna de que hubiese un error de sistema,
pero aun así volvió a revisarlos. Efectivamente, no había habido ninguna Victoria
Priori en ninguna cátedra de filosofía. Ni si quiera en el ingreso. Les dijo eso a los
dos chicos y, con amabilidad, les recomendó que fuesen a la universidad provincial.
Muchas personas cometían el error entre la nacional y la provincial, no había de qué
preocuparse. Seguro allí encontraban lo que estaban buscando.
A pesar de que Oriana y Tobías sabían que no estaban confundidos, asintieron y
le agradecieron a la secretaria por su tiempo. Sí, seguro estaban confundidos, qué
tontos eran. En silencio, volvieron al auto. El buen humor y la seguridad con los que
habían comenzado el día los habían abandonado desde la primera vez que la
secretaria les anunció que no había habido ninguna Victoria Priori en la facultad.
Aunque ninguno lo mencionó, ambos consideraron en preguntar por aquellos tantos
Salvadores que sí estaban cargados en el sistema. Quizás alguno de ellos era él
Salvador. Sin embargo, ambos sabían que sería una pérdida de tiempo intentar
buscarlos a todos. Si Victoria jamás había estado en esa facultad, ¿por qué habría
conocido ahí a Salvador? Lo que antes les había parecido la única solución se
presentaba ante ellos como un callejón sin salida. Salvador era un callejón sin salida.
Se subieron al Ford-K sumidos en un críptico silencio. Se habían quedado sin
ideas y lo sabían. Victoria había vivido una vida que ninguno de los dos conocía y
no sabían de dónde aferrarse para intentar encontrar las tan ansiadas respuestas.
—¿Crees que alguien en su familia lo sabía? —Preguntó Oriana una vez que ya
habían empezado a alejarse de la ciudad universitaria.
—No lo creo—afirmó Tobías, convencido. — En su cumpleaños hubo una gran
discusión porque ella les dijo a sus papás que no quería seguir estudiando. Sus
padres reaccionaron como si pensaran que ella lo hacía, así que supongo que no
tenían idea de qué era lo que en realidad estaba haciendo.
—Quizás estaba estudiando otra cosa. O en otro lado. No sé, a lo mejor la
secretaria tiene razón y deberíamos preguntar en otras universidades.
Tobías soltó un suspiro que Oriana no logró descifrar. ¿Eso era resignación o
dolor?
—No tiene sentido, Ori. Estoy seguro de que ella estudiaba filosofía en la
nacional. Y, en caso de que en ese momento haya estudiado otra cosa, sí vino a esta
facultad en algún momento. ¿Por qué no hay registros de ella?
Oriana no dijo nada. Él tenía razón: nada de todo eso tenía sentido.
—¿Y ahora qué hacemos?
Sin que ninguno de los dos hubiese dicho nada, se vieron a sí mismos pasando
frente a la casa de los Priori. No había ningún auto a la vista, por lo que sus padres
no debían estar en casa. Otra vez, sin que ninguno de los dos hubiese dicho nada,
Tobías estacionó el Ford-K a una cuadra de la imponente casa.
—Ni se te ocurra—le advirtió Oriana.
Ella supo lo que él pretendía incluso antes de que estacionaran. Estaba tomándose
demasiado en serio su papel de detective. Una cosa era hacerle preguntas a su
familia y otra muy diferente era meterse en su casa cuando no había nadie. Si los
encontraban, podrían denunciarlos. Y los Priori no eran personas que perdonaran
con facilidad. Ninguno de ellos.
—Es lo único que nos queda, Oriana. Debe haber algo en su casa que nos lleve a
Salvador. Alguna foto, un número de teléfono, algún mensaje, algo. No podemos
alejarnos de esto ahora.
—Sí, Tobías. Sí podemos y es lo que deberíamos hacer. Estás yendo demasiado
lejos. ¿Qué pensás hacer si alguien te encuentra? ¿Decir que la puerta estaba abierta?
—No nos van a encontrar, te lo prometo. Hacemos una revisión rápida y nos
vamos.
—Tobías…
—Oriana, nos acabámos de enterar que Victoria estuvo mintiendo durante años.
No estamos más cerca de lo que estábamos ayer de encontrar nada que nos ayude a
entender qué fue lo que pasó. Gina tampoco supo decirnos nada porque,
supuestamente, no sabe nada. ¿Qué más podemos hacer? Sé que siempre dejan la
ventana del baño de abajo abierta. Vos seguro podés entrar por ahí y abrirme las
puertas corredizas del jardín. Los Priori no tienen alarma. ¡Es facilísimo! Entramos y
salimos en menos de media hora.
Oriana no sabía si reír o correr. No podía creer que Tobías estuviese sugiriendo
violar la propiedad de los que alguna vez habían sido sus suegros. Era ridículo. Y
tampoco estaba muy segura de que fuesen a encontrar algo importante. Pero quizás,
solo quizás, ese sería el cierre que Tobías necesitaba para dejar de buscar. Si no
encontraban nada en la casa, se quedaban sin nada.
—No puedo creer que me estés haciendo hacer esto.
Abrió y cerró la puerta del auto de manera violenta, para dejar en claro cuánto
desaprobaba la nueva idea de su amigo y juntos se dirigieron al costado derecho de
la vivienda, donde estaba ubicada la susodicha ventana del baño. Estuvieron varios
minutos logrando que Oriana entrara sin problemas y sin llamar la atención de
ningún vecino. Y una vez que lo hizo, el resto fue rápido y sencillo. La habitación
de Victoria era tal y como ambos la recordaban. Estaba llena de pequeños recuerdos
y pequeños detalles que les hacían imposible pensar que, por tanto tiempo, habían
estado viviendo una mentira. La revisaron de manera meticulosa, intentando
encontrar cualquier indicio de aquella otra vida que Victoria parecía haber tenido.
Nada. No había ninguna fotografía, ningún recibo sospechoso, ningún número de
teléfono o mensaje. No había nada en su computadora tampoco y su celular parecía
haberse perdido con ella. Todo era tal y como la Victoria que ambos recordaban lo
había dejado.
—No encuentro nada, Tobías. ¿Podemos irnos?
Oriana temía que, en cualquier momento, los Priori pudiesen regresar. Había
borrado de su memoria las rutinas diarias de aquella familia como para
tranquilizarse a sí misma con la certeza de dónde estarían en aquel momento.
—¡Acá! —Gritó Tobías de manera triunfal.
Cuando ella volteó a ver qué era lo que había encontrado, Tobías estaba
sosteniendo un desgastado cuaderno pequeño de tapas duras. Su diario. Por supuesto
que Victoria había tenido un diario. Por supuesto que había dejado algún tipo de
marca en este mundo de su propia persona. No pudo evitar esbozar una pequeña
sonrisa. Hubiese lo que hubiese escrito en ese diario, al menos habían encontrado
algo. Tobías lo abrió y Oriana volvió a ponerse nerviosa.
—¿Lo vas a leer acá?
—No voy a llevármelo a mi casa para que después los Priori se den cuenta de
alguien estuvo en el cuarto de su hija.
Oriana asintió y se sentó a su lado en el suelo, dándose cuenta de que aquello era
probablemente lo más sensato. Pasaron las páginas hasta encontrar, al fin, el
nombre de Salvador. La página no tenía fecha ni indicación alguna del momento en
el que ella lo había escrito. Lo único que había como indicador del tema era el
nombre de Salvador como título. Tobías sintió náuseas al darse cuenta de que
Victoria había estado escribiendo sobre sus sentimientos por él, como quien escribe
un poema. Oriana pareció notarlo y le dijo que no tenían por qué leerlo. No estaban
seguros de si en realidad eso iba a ayudarlos y Tobías no tenía por qué torturarse así.
Él, en lugar de responderle, comenzó a leer en voz alta aquel misterioso pasaje en su
diario.
Capítulo 12: Salvador
Salvador:

Hay algo muy romántico en escribir cartas, ¿no te parece? Algo casi

ficcional. Especialmente cuando uno escribe cartas que sabe jamás van a

llegar a su destinatario. A pesar de haber aceptado que te amo, todavía no

sé qué hacer. ¿Debería aceptar que somos el uno para el otro y confesarle la

verdad a Tobías? ¿Debería arriesgarme, aun cuando no estoy segura de si

vos sentís lo mismo? No lo sé. Lo único que sé es que no puedo seguir negando

ni escondiéndome a mí misma el amor que siento por vos y, como no puedo

contar nuestra historia en voz alta, te la voy a escribir.

Todo empezó, por supuesto, la primera vez que nos vimos. Me serviste un

café y cuando tus ojos se encontraron con los míos sé que vos también

sentiste aquella electricidad. Lo vi en tu rostro, confundido y colorado. No

hablamos ese día y creo que es porque los dos estábamos demasiado

confundidos y avergonzados por lo que había pasado. Volví a mi casa

intentando olvidar que había sentido algo con un simple roce y llamé a

Tobías para que me hiciera compañía. Pobre Tobías, él todavía no se

imagina nada. Ojalá él encontrara a otra persona y se diera cuenta de que

yo no soy lo que él necesita para ser feliz.

En fin, lo llamé e hicimos el amor y tengo que confesar que todo ese

tiempo estuve pensando en vos. ¿Crees en el amor a primera vista? Ahora

que veo cómo evolucionó nuestra relación, sé que eso fue lo que pasó tras

aquella primera taza de café: amor a primera vista. Ridículo, ¿no? Es un


cliché, lo sé. Pero una vez mi hermana me dijo que no porque algo sea un

cliché significa que no sea cierto, así que no me avergüenza estar

admitiendo esto. Bien, como decía, aquella primera noche no pude sacarte

de mi cabeza. Tobías estaba más asfixiante que de costumbre y eso hizo que

me largara a llorar. Me encerré en el baño, diciéndole que tenía

gastroenteritis y necesitaba que se fuera, a llorar por la imposibilidad de

poder amarlo en la forma en que él lo hacía.

Al otro día, sentí que estaba siendo sumamente ridícula. Me decía a mí

misma que era imposible estar sintiendo tantas cosas por una persona que

no me había dicho nada más que un “su café, señorita”. Así que volví al

café para que la visión de tu rostro me dijera que entre nosotros no había ni

podría haber nunca nada. Sin embargo, me transmitió algo

completamente diferente. Incluso hablamos un poco ese día. Volviste a

atenderme vos, tal y como sabía que lo harías, y te animaste a hacerme

preguntas personales. Hablamos como si fuésemos amigos y empezamos a

conocernos. Desde ese día empecé a ir al bar todos los días. Nuestra relación

fue creciendo, poco a poco, hasta que, después de dos meses nos habíamos

convertido en grandes amigos.

Seguía mintiéndome a mí misma diciendo que lo nuestro no era más que

una inocente amistad. Pero me entendías, Salvador. Me entendías como

nunca me había entendido nadie. Pensaba en vos todo el tiempo. No podía

estar con Tobías sin pensar en vos, así que empecé a alejarme. Creo que eso
fue peor, porque mientras yo más me alejaba él más me buscaba. ¿Cómo

decirle ahora la verdad sin romperle el corazón?

Supe que vos también me amabas cuando empezamos a vernos fuera del

bar. Y una vez que ese momento llegó, empezamos a hacer planes. No te das

una idea de cuántas ganas tengo de estar con vos en cualquier otro lado, los

dos solos. ¿Te das cuenta de por qué ya no puedo seguir fingiendo que lo

nuestro no es más que una amistad? Todavía no sé si vos estás tan

enamorado de mí como yo de vos, pero quiero pensar que todo esto no está en

mi imaginación. No puede ser.

Por ahora, eso es todo mi querido Salvador. Sé que nuestra historia no

termina en esas escasas salidas que logramos robar o en aquellas furtivas

miradas en el bar. Los dos sabemos que yo estoy juntando fuerzas para

dejar atrás mi relación de adolescente y que vos estás juntando fuerzas

para llevarme con vos. ¿Crees que podremos ser lo suficientemente

valientes? Yo nos tengo fe.

Siempre tuya,

Victoria.

Tobías no podía creer lo que estaba leyendo. Victoria lo había engañado durante
tiempo indefinido y él nunca se había dado cuenta. Le daba asco pensar en que ella
podría haber estado con él pensando en otra persona. Le daba asco que lo hubiera
traicionado de esa forma, después de todo lo que él había tenido que soportar. Se
sentía enojado y avergonzado. Enojado por la traición y avergonzado por haber sido
tan estúpido. Siempre había sabido que Victoria no lo amaba lo suficiente y nunca le
había dicho nada. Había estado cegado por ella. Y, por qué no admitirlo, aún lo
estaba. A pesar de haberse enterado de que la historia de su ex novia con Salvador
había durado, prácticamente, lo mismo que la suya, él seguía amándola. Seguía
pensando que había ciertas respuestas que necesitaba y que ella no había sido la
culpable de su propia muerte, como tantos se empeñaban en creer. Ya fuese por
celos o por intuición, él seguía pensando que había algo extraño en el misterioso
Salvador que nadie parecía conocer. Si bien había leído su historia, creía que era el
después de ello lo que importaba. Con todas sus fuerzas, Tobías quería creer en que
Salvador no era tan perfecto y comprensivo como Victoria lo pintaba en aquella
carta. Quería desenmascararlo y vivir con la certeza de que, al final, él había
entendido a Victoria y su historia mejor que ella misma.
—Tobías, ¿estás bien?
Por un segundo él había olvidado que tenía a Oriana sentada a su lado. Cerró el
cuaderno y lo colocó en el mismo lugar en el que lo había encontrado.
—No lo sé.
Salieron de la casa en silencio, asegurándose de dejar todo tal y como lo habían
encontrado al principio. Oriana no quería presionarlo y Tobías todavía estaba
procesando todo lo que había leído en aquellas breves líneas del diario de Victoria.
A pesar de haberse enterado de que su novia había conocido a Salvador muchísimo
tiempo antes de lo él pensaba, lo que más le molestaba era haber tenido que pasar
por el proceso de haber leído aquella horrible carta sin sacar de ella ningún tipo de
beneficio. Victoria había hablado incansablemente de un famoso bar sin
mencionarlo ni una vez. No había ninguna mención, tampoco, del apellido de
Salvador. Nuevamente se encontraban en un callejón sin salida y él ya no sabía
cómo dar la vuelta. Sabía que sin aquellos datos era inútil seguir intentando
encontrarlo y se había hartado de perseguir fantasmas. Pero también sabía que no iba
a quedarse tranquilo hasta no conocer la verdad. Si todo había sido tan perfecto entre
ellos, ¿por qué no había funcionado? ¿Qué era lo que había llevado a Victoria a
Rosa de los vientos? ¿Qué era lo que la había llevado a suicidarse? Le dolía la
cabeza por intentar responder aquellas preguntas que ya llegaban a parecerle
inalcanzables.
—Así que esto es todo—dijo Tobías una vez que ya estaban en el auto.
Oriana asintió, entre aliviada y desesperanzada. Por mucho que se lo negase a sí
misma, ella también había estado esperando que el diario les dijera qué era lo que
había pasado en realidad. Tobías le había contagiado aquella incesante necesidad de
obtener respuestas para cerrar la historia y ahora era lo único que le quedaba. No
quería pensar en Victoria para siempre y sabía que, luego de haberse aferrado a la
posibilidad de una verdad, no iba a poder dejarla. Y fuera del aparentemente
inexistente Salvador, tampoco habían encontrado nada relacionado con sus
supuestos años como estudiante de filosofía. El cuarto de Victoria parecía
pertenecerle a la misma Victoria que les había pertenecido a ellos.
¿Dónde estaba aquella nueva Victoria que recién estaban comenzando a
descubrir? Ninguno de los dos tenía idea y habían acabado por convencerse de que
jamás lo sabrían.
Capítulo 13: Querido Tobías
Cuando Tobías volvió a su casa todos dormían. Mejor, pensó. No quería enfrentar
ni a su madre ni a ninguno de sus hermanos. No quería hablar con nadie. Después de
tantos esfuerzos, debía aceptar que todo había terminado. Victoria no volvería y no
había nada más que pudieran hacer para entender qué era lo que había pasado.
Salvador era una calle sin salida; un simple nombre en la historia de su desamor.
Comenzaba a ver que Oriana también iba perdiendo las esperanzas, poco a poco.
Habían agotado todas las posibilidades e investigado todas las pistas posibles que
pudiesen llevarlos hacia el famoso Salvador, pero ni siquiera habían logrado
descubrir cuál era su apellido.
Abrió la heladera intentando consolarse con algo para comer, pero lo único que
había era pan y aderezos: ni si quiera jamón o queso como para hacerse un tostado.
Suspiró y se limitó a hacerse una taza de café. La tomó en silencio y con lentitud,
como si, al finalizar el contenido de la taza, tendría que verse finalmente obligado a
desistir de su búsqueda. A pesar de sentirse desesperanzado, creía que estaba
empezando a hacer las paces con la idea de que había llegado el momento de pasar
la página del libro de Victoria. Y esa idea le duró bastante: le duró mientras lavaba
la taza y mientras se cepillaba los dientes; le duró mientras se desvestía y se ponía el
piyama; y le duró a largo de toda la hora que tardó en darse cuenta de que sobre su
escritorio había una carta que no recordaba haber visto ahí antes. Se acercó con
cautela, como si la carta fuese un intruso que estaba a punto de hacerle daño. Y, en
parte, eso era cierto.
Querido Tobías:

Al ver la desordenada caligrafía de Victoria casi explota en llanto. ¿De dónde


había salido esa carta? ¿Cómo podía ser que ella le hubiese mandado una carta si
estaba muerta? Antes de seguir leyendo revisó el remitente: la carta estaba dirigida a
él de parte del instituto Rosa de los vientos y la fecha de envío era de hacía un día.
Quedaba claro que, aunque la carta fuera de ella, había sido enviada de manera
póstuma por alguna enfermera del instituto.
Sin poder contener más su ansiedad, Tobías volvió a la carta.
Querido Tobías:

Sé que debe ser extraño para vos recibir algo de mi parte después de tanto

tiempo. Le pedí a Mariela que la enviara exactamente cinco meses después

de tu visita. No le aclaré cómo sabia que ibas a venir a visitarme (creo que

ni yo entiendo por qué estoy tan segura de ello). Tengo un plan, que espero

haber llevado a cabo para cuando estés leyendo esto, y no quiero dejar

ningún cabo suelto antes de realizarlo. No quiero decir que seas un cabo

suelto, de una forma fría e impersonal. Lo que quiero hacer es poder darte

la explicación que te merecés. Tuve mucho tiempo para meditar acá

adentro y me di cuenta de que las cosas para vos debieron haber sido muy

difíciles cuando me fui, así que bueno, acá va mi intento de explicación.

Como ya debés saber, conocer a Salvador no estaba dentro de mis planes.

Intenté alejar mis sentimientos por él todo el tiempo que me fue posible por

vos, Tobías. Te amaba tanto. O por lo menos eso era lo que quería creer

porque tu amor por mí era algo que no creía posible. En este tiempo que

tuve para pensar descubrí que, muy en el fondo, yo siempre supe que no

había forma de corresponder tus sentimientos con la misma intensidad. Y

espero que no me malinterpretes, no estoy tratando de decir nada malo sobre

tu amor. A lo que me refiero es que nunca fui lo suficientemente buena

para vos y pasé todo el tiempo que estuvimos juntos pretendiendo que lo era.

Sé que debería haberte contado sobre Salvador desde el momento mismo en el

que decidí aceptar mis sentimientos por él, pero no pude. En ese momento

creí que ocultártelo era lo mejor, que si huía y no te decía nada, quizás
podrías transformar esa pasión en odio y dejarme ir. En parte tengo que

admitir que fui egoísta, porque yo no quería que me dejaras ir. Yo quería

seguir siendo para vos la princesa que siempre me dijiste que era. Pero una

no puede vivir fingiendo ser alguien que no es y yo no podía seguir

existiendo en tu pedestal.

Si seguís leyendo esto (realmente no sé cuáles serán tus sentimientos

hacia mí después de todo) espero que puedas entender lo que estoy tratando

de decir. No quiero que suene como si te estuviera culpando de lo que pasó,

porque sé que la culpa fue mía y solo mía. Ni siquiera fue culpa de

Salvador. Cuando él se enamoró de mí no sabía que yo estaba con vos. Eso es

algo que nunca le dije, así que, por favor, no lo odies a él. Solo deberías

odiarme a mí.

Quiero aprovechar este momento para contarte, también, cómo

sucedieron las cosas. Sospecho que, desde que te enteraste de que me fui con

él, debés haber inventado mil y una historias sobre cómo y cuándo pasó y eso

no es justo para vos. No quiero torturarte ni aburrirte con detalles

innecesarios, así que solo voy a decirte que nos conocimos en aquel bar donde

vos y yo tuvimos nuestra primera cita, ¿te acordás? Fui ahí tratando de

recordar nuestra historia y terminé encontrando una nueva. Ridículo,

¿no? Salvador trabajaba ahí y empezamos a hablar. Desde ese día, volví

varias veces sin saber a qué y muchas otras sabiendo que iba por él. Quiero

aprovechar también para decirte que nunca pasó nada entre nosotros

mientras vos y yo estábamos juntos. Terminé con vos cuando supe que no
podía seguir retrasando las cosas. El resto de la historia no importa. Lo

importante ya lo sabés.

Perdón, Tobías. No te merecés nada de lo que pasó y realmente espero que

algún día sepas perdonarme. Y si no, espero que por lo menos sepas que el

amor que sentí por vos, aunque insuficiente, siempre fue sincero. Quizás no

te amé como vos a mí, pero sí lo hice. No te amé con intensidad, pero sí con

sinceridad. Y la verdad es que, ¿cómo podría alguien no amarte? Jamás

dudes eso, mi amor: te merecés el mundo entero y mucho más.

En fin, creo que ya no tengo más que aclarar o explicar. Ojalá,

odiándome o no, algún día pues dejar todo esto atrás y pensar en mí como

una simple ex novia más. Sé que yo, esté donde esté, siempre te voy a

recordar como aquel con el que cualquiera querría estar y yo no supe

aprovechar.

Adiós, Tobías.

Con amor,

Victoria.

Tobías había quedado sin palabras. Así que ahí estaban las piezas del
rompecabezas que faltaban. Sabía que debía odiar a Victoria por lo que le había
hecho: primero, por dejarlo por Salvador; segundo, por confesarle que nunca había
sabido valorar el amor que él le había dado; y, tercero, por hacerle llegar una carta
después de tanto tiempo, cuando se suponía que él debía estar superándola y
pensando en otras cosas. Pero Tobías siempre había sabido que Victoria no lo amaba
“con intensidad”, como ella había escrito, a pesar de siempre habérselo negado a sí
mismo. Y, claramente, no estaba siguiendo adelante, pues estaba llevando a cabo la
imitación barata de una investigación para poder entender qué era lo que le había
faltado ver en la historia de su ex novia. Lo que esa carta significaba para él, en
realidad, eran las piezas del rompecabezas que no había conseguido antes. Eso y una
imagen un poco más halagadora que la que se había llevado después de haber leído
el diario. Por lo menos le quedaba la certeza que Victoria había decidido
preocuparse por él antes de irse. Además, ahora sabía dónde podía encontrar al
famoso Salvador. O, al menos, sabía por dónde podría empezar. Ni siquiera le
molestó que se hubieran conocido en el bar de su primera cita. Para ese entonces,
Tobías ya había pasado por todas las fases de la ira que podía haber. Lo único que le
importaba era la verdad. Y estaba más que feliz con poder encontrar lo que le estaba
faltando para poder cerrar el capítulo “Victoria” de su vida.
El pobre e ingenuo Tobías pensaba que, por fin, podría seguir adelante. Sin
embargo, esa última pieza del rompecabezas sería lo que terminaría por arruinarlo.
La verdad no siempre es lo que uno necesita para alcanzar la paz.
Capítulo 14: Confrontación
Después de enterarse lo de la carta, Oriana había quedado tan entusiasmada y
confundida como Tobías. Le parecía extraño que Victoria hubiese sido tan
meticulosa a la hora de planear su muerte. Incluso le parecía casi cruel, volver de esa
forma a la vida de Tobías después de todo lo que le había hecho. A pesar de ello,
logró anteponer su necesidad de respuestas a su ira y decidió acompañar a Tobías a
visitar el famoso bar. Ninguno de los dos estaba seguro de si encontrarían a Salvador
y, en caso de encontrar a algún Salvador, no estaban seguros de que sería el correcto.
Lo único que sabían de ese misterioso personaje era su nombre. Nada más. Creían
que las posibilidades de que hubiese más de una persona llamada Salvador
trabajando en un bar eran escasas, pero ninguno de los dos quería tentar a la suerte.
Condujeron en silencio. Los dos estaban demasiado nerviosos como para intentar
darse ánimos entre ellos. A decir verdad, ninguno de los dos estaba muy seguro de
qué era lo que esperaban encontrar en aquel bar. ¿Podría tener Salvador las
respuestas que ellos necesitaban? ¿O había sido eso también una pequeña ilusión
que habían ido creando juntos? Se tomaron unos minutos antes de bajarse del auto y
enfrentarse a la última posibilidad que les quedaba y cuando finalmente entraron al
bar, les sorprendió lo ordinario que les parecía. Después de las expectativas puestas
en ese encuentro que parecía tan inalcanzable, la normalidad del bar les parecía
extraña.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarles? —les preguntó la cajera al notar que ambos se
paraban frente a ella, expectantes.
Tardaron un momento en responder y cuando lo hicieron, como si se hubiesen
puesto de acuerdo, fue Oriana la que habló por los dos.
—Estamos buscando a Salvador.
Esperaba que su teoría fuese cierta y aquel fuera el único Salvador trabajando en
el bar así nadie tendría que dar ni pedir más explicaciones. La cajera lucía
sorprendida, pero sonrió con amabilidad.
—Salvador todavía no llegó. Su turno empieza a las doce. Pueden esperarlo acá,
si quieren. Siempre llega diez minutos antes. ¿Para qué lo necesitan?
Tobías y Oriana intercambiaron una mirada cómplice y, nuevamente, fue ella la
que tomó la palabra en nombre de los dos.
—Queríamos hacerle algunas preguntas sobre una conocida que tenemos en
común.
La chica de la caja lucía aún más confundida que al principio, pero no dijo nada.
Les señaló una mesa que estaba vacía cerca de la caja y ellos pidieron un café cada
uno antes de sentarse. Faltaba una hora para las doce y sentían que si no hacían algo
mientras esperaban, los nervios terminarían consumiéndolos. Tampoco hablaron
nada en ese tiempo; no hacía falta.
Exactamente a las doce menos diez un hombre alto, de unos treinta años, con pelo
oscuro y ojos azules entró en el lugar. Tobías supo que era él de inmediato y lo
confirmó cuando vio que la chica de la caja lo interceptaba antes de entrar a la
cocina y los señalaba a él y a Oriana, probablemente diciendo que habían ido a
buscarlo. Tobías empezó a sentir aquella presión en el estómago que aparecía cada
vez que estaba nervioso a medida que veía al famoso Salvador acercarse. Por fin,
habían logrado ponerle rostro al famoso nombre que tanto le había arrebatado. Ya
fuese porque los nervios de Tobías se reflejaban en su rostro o porque ya había
quedado estipulado así desde que habían llegado, fue Oriana la empezó la
conversación luego de que Salvador se acercara a ellos.
—Me dijo Carolina que tenían algunas preguntas sobre una conocida en común,
¿puede ser? No quiero ser maleducado ni nada por el estilo, pero creo que no los vi
nunca en mi vida.
Oriana esbozó un intento de sonrisa y a Tobías le molestó que ella intentara ser
amable con él. Quería golpearlo hasta dejarlo tirado en el piso y recién ahí obligarlo
a responder qué era lo que le había hecho a Victoria.
—Somos amigos de Victoria. Nunca nos conocimos oficialmente, pero ella nos
habló de vos.
Salvador arqueó las cejas, confundido.
—¿Que Victoria?
Tobías soltó una carcajada sarcástica y Oriana lo fulminó con la mirada,
diciéndole sin decirlo que sería ella la que haría las preguntas.
—Victoria Priori, tu novia. Bueno, tu ex novia.
—No sé de quién me están hablando, de verdad. No conozco a ninguna Victoria
Priori y hace tres años que no salgo con nadie. Creo que están confundiéndose de
persona.
La confusión de Salvador pareció acrecentarse todavía más y así lo hizo, de
manera directamente proporcional, la ira de Tobías. El empeño en negarlo lo hacía
parecer aún más sospechoso ante los ojos de los amigos de Victoria. Si negaba
conocerla era porque había hecho algo de lo que no quería que nadie se entere. Era
lógico.
—No puede ser—siguió diciendo Oriana—estamos seguros de que sos vos.
Salvador, ¿verdad?
Él asintió con la cabeza.
—¿Hay algún otro Salvador que trabaje acá?
Salvador negó con la cabeza.
—Entonces tenés que ser vos. Mirá, esta es nuestra amiga.
Oriana sacó su celular y buscó una foto de Victoria para mostrarle. El rostro de
Salvador pareció llenarse de entendimiento y Tobías tuvo que apretar sus puños para
no golpearlo. Así que sí la conocía, el muy mentiroso.
—Ah, sí. Sé quién es. Venía acá bastante seguido. Hace meses que no la vemos.
Pero nunca hablé con ella. Ni siquiera le servía yo siempre.
Tobías no pudo contener su ira por mucho más tiempo.
—Mentiroso. Imbécil mentiroso. Ustedes estaban juntos y vos le hiciste algo. Le
hiciste algo y ahora ella está muerta. ¡Por tu culpa! Hacete cargo de lo que hiciste,
Salvador. Hacete cargo de que la mataste.
Tobías se había parado y estaba a unos pocos centímetros de Salvador, con el
pequeño cuerpo de Oriana frente a ellos. Ella nunca había visto a Tobías tan
enojado. Nunca lo había visto tan… trastornado. Y, aunque a Oriana también le
parecía extraño todo aquel aparente malentendido, no creía que ese Salvador les
estuviera mintiendo.
—Mirá, no sé quién sos y de verdad lamento si tu amiga se murió. Entiendo que
debe ser algo horrible. Pero yo no la conocía, no sé quién era. La única vez que tuve
contacto directo con ella fue cuando le empezaron a sangrar las manos de la nada y
llamamos a sus padres para que vinieran a buscarla.
Las manos. Sus padres. Oriana estaba empezando a darse cuenta de que Gregoria
y Beatriz sabían mucho más de lo que decían acerca de su hija pequeña. Estaba
empezando a darse cuenta de que habían estado siendo unos estúpidos; que habían
ido a todos los lugares menos al único que tendría las respuestas que necesitaban: los
padres. ¿Por qué los habían ignorado por tanto tiempo? Antes de que pudiera decirle
perdón y hasta luego al erróneo Salvador, Tobías volvió a gritar.
—¿Cómo podés hacer seguir haciendo de cuenta que no la conocías? ¿Cómo
podés mentir así?
Oriana pensó que Tobías lo iba a golpear. Sin embargo, su amigo siguió
apretando los puños y comenzó a llorar en silencio. La situación se había vuelto tan
extraña y tan dramática que a Oriana le dieron ganas de reír. ¿Qué le sucedía a
Tobías? Tenía que llevárselo de ahí antes de que hiciera algo aún más estúpido.
—Tobías, él no sabe de qué estamos hablando. Tenemos que ir a buscar a Beatriz
y Gregorio. Por favor, vamos.
Tobías permaneció lagrimeando y apretándose las manos por un par de segundos
antes de hacerle caso. Para ese entonces, todo el bar estaba atento a la escena que
había causado el delgado y aparentemente perturbado joven. Salvador estaba
estupefacto, sin poder entender cómo se había visto envuelto en semejante situación.
Le sonrió a Oriana con comprensión y se despidió amablemente, en silencio. No
creía que seguir hablando fuese a agradarle al tal Tobías.
Una vez en el auto, Oriana pudo ver que las manos de Tobías sangraban.
—Tobías, ¿qué hiciste? ¿Por qué te lastimaste así?
Él la ignoró durante todo el camino, sin poder perdonarle el que hubiese sido
amable con Salvador. Seguía convencido de que él había sido el culpable de la
muerte de Victoria y había estado mintiéndoles. Por su parte, Oriana estaba
intentando contener sus ganas de romper en llanto. ¿En qué momento las cosas se
habían descontrolado tanto?
Beatriz y Gregorio los recibieron con resignación, al igual que lo había hecho
Gina cuando fueron a visitarla. Ellos sabían que los amigos de su hija habían
descubierto que habían estado fingiendo y Oriana sabía que ellos sabían que los
habían descubierto. Se sentaron todos en el living, cada uno con una taza de té que
no pretendía tomar en la mano.
—Necesitamos que nos digan la verdad, por favor. ¿Qué pasó?
Oriana parecía en ese momento casi tan desesperada como el sangrante Tobías.
Beatriz y Gregorio habían intercambiado una mirada cómplice cargada de temor al
verlo, pero ninguno había comentado nada.
—Victoria estaba enferma, Oriana. Intentamos ayudarla durante mucho tiempo,
pero nunca fue una persona fácil de controlar. Les juro que hicimos todo lo que
pudimos antes de recurrir a Rosa de los vientos, pero nada parecía servir. Ella seguía
escapándose y se rehusaba a tomar sus medicamentos. No sabíamos qué más hacer.
Cuando la encontramos en la parada de colectivo en medio de la noche y con las
manos llenas de sangre, supimos que era hora de aceptar que no había nada más que
pudiésemos hacer.
Los ojos de Beatriz parecían llenos de culpa, pero Oriana no pudo notar que, en el
fondo, ella lucía un tanto aliviada.
—¿De qué está hablando, Beatriz? ¿Enferma de qué? ¿Qué medicamentos?
Oriana no podía creer que su amiga hubiese estado tan enferma y que ella nunca
hubiese visto nada.
—Nunca supimos exactamente qué era, pero Victoria siempre tuvo… una
imaginación muy activa. No nos dimos cuenta de que eso era un problema hasta que
cumplió trece años y empezó a lastimarse las manos. Esa fue la época en la que
pensaba que había alguien siguiéndola, alguien que quería matarla. Al principio
pensamos que ella tenía razón. Sabíamos que el mundo se estaba volviendo un lugar
peligroso, lleno de pervertidos. Quizás había alguien con alguna fijación en nuestra
hija que la seguía. Así que hablamos con la policía y ellos descubrieron que Victoria
había estado imaginando todo. Avergonzados, la castigamos y nunca volvimos a
hablar del tema. De todas formas nos pareció que lo correcto era llevarla a un
médico y ver si estaba todo bien. El médico nos derivó a un psicólogo, que nos
derivó a un psiquiatra y así fue como terminamos decidiendo medicar a nuestra
pequeña hija de trece años. Mientras Victoria tomó esas benditas pastillas todo
parecía estar bien. Nadie la perseguía y no seguía lastimándose las manos.
Oriana escuchaba la historia de Beatriz sin poder entender en qué momento se
había perdido de todo aquello. Recordaba haber escuchado, mucho tiempo atrás,
decir a Victoria que creía que alguien la perseguía. Pero nunca le habían dado mucha
importancia y ella no había pensado que eso era algo peligroso. Beatriz continuó su
historia, intentando contener sus lágrimas y buscando consuelo en el agarre de su
marido. Oriana jamás los había visto lucir tan vulnerables como en ese momento.
—Notamos que ella había dejado de tomar el medicamento cuando era muy tarde.
Decidimos creer sus mentiras y no nos molestamos en averiguar qué era lo que
realmente estaba haciendo. Y cuando llegaste vos, Tobías, pensamos que todo iba a
estar bien. Estabas siempre ahí con y para ella y creímos que si tenía algún nuevo
problema o alguna nueva fijación ella iba a decírtelo a vos.
La universidad. Así que Victoria había estado quién sabe cuánto tiempo
pretendiendo que iba a la universidad mientras hacía quién sabe qué y sus padres
nunca se habían molestado en averiguarlo. A pesar de su enojo, Oriana sintió cierta
pena por aquellos padres que, por primera vez, demostraban cuán devastados y
culpables se sentían por la pérdida de su hija menor. Oriana comprendió cuánto se
culpaban y cuánto se habían esforzado en ocultar aquel dolor y aquella culpa. Lo que
no entendía, y no entendería nunca, era por qué aquellos padres no habían podido
comprender la magnitud de la aparente enfermedad mental de su hija. Le sorprendía
que hubiesen sido tan ingenuos como para pensar que algo así se curaba con unas
simples pastillas.
—¿Y qué pasa con Salvador?
Esa era la primera vez que Tobías abría la boca desde que habían llegado y
Oriana se dio cuenta de que se había olvidado de su presencia. Beatriz le sonrió con
compasión.
—Salvador fue otra de sus obsesiones. Es a él a quien tenemos que agradecerle el
habernos mostrado que Victoria había tenido otra… recaída. Al parecer Victoria
pasaba todo el tiempo que nosotros creíamos que usaba en la universidad yendo a
aquel bar. Un día empezó a lastimarse ahí mismo y este chico nos llamó. Tuvimos
que sacar a Victoria de ahí gritando y pataleando. Y pasamos las siguientes semanas
escuchando que no podíamos separarla de Salvador, que lo que ellos tenían era amor
de verdad, que él la entendía. Nosotros volvimos a hablar con ese Salvador y nos
dijo que no había tenido nada con nuestra hija pero que ella pasaba mucho tiempo
ahí. Le pedimos disculpas y si podía guardarse para sí aquella desagradable escena.
Y eso fue todo. Una noche, Victoria huyó de casa dejando una nota que decía que
iba a escaparse con Salvador para seguir sus sueños. Conociendo la historia salimos
a buscarla y ahí la encontramos en una parada de colectivo, riendo y haciendo
sangrar sus manos. La llevamos a Rosa de los vientos y… y ella…
Beatriz estalló en llanto y la ira que Oriana había empezado a sentir fue sustituida
por la pena y el cansancio. Así que ahí estaba, finalmente, la verdad acerca de
Victoria. Era una pobre mujer a la que nadie había sabido cómo ayudar y se había
terminado matando, perseguida por sus propios fantasmas. Oriana estaba cansada de
intentar comprender el funcionamiento de aquella extraña familia y quiso irse. Ese
fue el momento en el que Tobías explotó y ella supo que todo había terminado tal y
como siempre había temido: una Victoria muy muy lejana y un Tobías roto.
—Eso es mentira. ¡Ustedes están mintiendo! ¡Encerraron a Victoria en ese lugar
para librarse de ella! ¡Ustedes la mataron!
Tobías no podía parar de gritar o de sangrar. Sus manos estaban peor de lo que
alguna vez se las había visto a Victoria. Al igual que ella, se lastimaba las manos
para asegurarse de que todo lo que estaba viviendo era real. Desafortunadamente, su
sistema había funcionado al revés. Si dolía y sangraba, entonces debía ser real. Por
ende, era real que Salvador, Beatriz y Gregorio habían corrompido a Victoria. Era
real que ella hubiese muerto por su culpa. Todo era real.
Tobías gritaba. Beatriz lloraba. Gregorio intentaba que Tobías dejara de
lastimarse las manos. Oriana llamaba a la ambulancia.
¿En qué momento perdimos de esta manera el control?
Epílogo
Le habían dicho que no fuera a visitarlo; que lo que encontraría no le iba a gustar
y que no había nada que ella pudiera hacer para ayudarlo. Y, en un principio, ella se
había prometido a sí misma que no lo iría a visitar. Sabía qué era lo que iba a
encontrar: a un pobre hombre lleno de cicatrices y aún llorando por la mujer que
había creído amar. Sin embargo, después de todo, sentía que se lo debía a sí misma y
a él. Habían pasado por mucho juntos como para simplemente abandonarlo a su
suerte en aquel lugar que hacía que le resultase imposible olvidarla.
—¿Puedo ayudarla en algo, señorita?
La secretaria detrás del imponente escritorio le sonreía con tanta amabilidad que
Oriana se vio tentada a acercarse a ella y contarle todos sus problemas. Cuánto le
había costado llegar entera hasta ese lugar. Cuánto había sufrido después de que él
se fuera. Cuánto quería que todo fuese como antes. En su lugar, le devolvió la
sonrisa y le dijo que necesitaba visitar a un paciente.
—Sé que la hora de visitas está por terminar, pero necesito hablar con él aunque
sea por unos minutos.
Quisiera ella o no, su rostro parecía reflejar lo mucho que sufría al estar en esa
situación porque la enfermera asintió y le indicó que tenía cuarenta minutos y que
los pacientes estaban en el jardín.
Tal y como se lo habían descripto, Rosa de los vientos tenía un hermoso jardín
lleno de flores de múltiples colores y con un ambiente mucho más pacífico de lo que
uno esperaría de un instituto psiquiátrico. Él estaba sentado frente a un rosal, absorto
en sus propios pensamientos. O absorto en sus propios recuerdos, no había forma de
definirlo. Ella tardó unos segundos en acercarse, aún dudando de si había tomado la
decisión correcta.
—Tobías…
Él volteó a verla con una amplia sonrisa. A ella le sorprendió su felicidad. Estaba
esperando encontrarse con el sombrío y roto Tobías en el que se había convertido
después de Victoria. Por alguna extraña razón, aquella aparente felicidad la
entristecía más de lo que podría haberlo hecho su llanto. No le gustaba la idea de
que él se estuviese perdiendo todavía más en ese lugar.
—¡Oriana! Dios mío, qué alegría volver a verte. ¿Cómo estás?
Ella intentó devolverle la sonrisa, sin estar muy segura de cuán buena actriz
podría llegar a ser. No quería que él viera cuánto le afectaba visitarlo. No quería que
él recordara lo que era estar rodeado por aquel nivel de depresión y temor.
—Bien, estoy bien. Estoy por mudarme a España.
La sonrisa de Tobías se amplió.
—¿A España? Muy sofisticado, Ori. Muy bien. Supongo que te fue bien con la
tesis, ¿no?
Ella asintió, sintiendo sumamente extraño estar hablando de algo tan simple con
quien antes había llegado a ocupar un lugar tan importante en su vida.
—La verdad es que no sé de qué me sorprendo. Vos siempre fuiste la más
inteligente de los tres.
Permanecieron unos segundos en silencio, disfrutando del calor que emanaban los
rayos del sol y el trino de algunos pocos pájaros que había en el jardín.
—Te extrañé, Ori. Sé que debés estar preocupada por mí, pero estoy bien. Creo
que estoy mejor.
Una lágrima rodó por la mejilla de Oriana sin que ella pudiera detenerla.
—Yo también te extrañé, Tobías.
—Y, ¿cómo está Victoria? ¿Sabés algo de ella?
Oriana lo observó con fijeza, estupefacta. ¿De verdad estaba preguntando por
Victoria? ¿Es que acaso no recordaba nada de los últimos meses? Sin saber muy
bien cuál era la forma correcta de dar la noticia, Oriana decidió ser directa.
—Tobías… Victoria está muerta, ¿no te acordás? Murió hace unos meses.
Tobías la observó confundido.
—No, eso no es verdad. Vino a visitarme el otro día. Estuvimos hablando por
horas. Incluso hablamos de vos.
Oriana negó con la cabeza.
—Debe haber sido un sueño. Ella se suicidó, Tobías. Ella no estaba bien y…
—Oriana, por favor cállate. Deja de mentir. Eso es mentira. Victoria estuvo acá.
Ella habló conmigo. Eso es mentira. ¿Por qué me mentís así, Oriana?
—Tobías…
Tobías comenzó a gritar antes de que ella pudiese terminar la frase. Comenzó a
gritar con una potencia que Oriana nunca le había oído usar. Ella intentó acercarse a
él y abrazarlo, en un intento de calmarlo, pero él parecía haberse ido a otro lugar; a
un lugar en el que rostro de Oriana había dejado de ser familiar. Incluso parecía
aterrado, como si pensara que ella iba a lastimarlo. Aun sintiéndose herida, Oriana
continuó intentando acercarse a él. Fue en ese entonces cuando Tobías comenzó a,
poco a poco, encogerse hasta quedar en posición fetal acostado sobre el suelo,
todavía gritando a todo pulmón. Las enfermeras llegaron corriendo y lo levantaron
para llevarlo adentro.
—No te preocupes, querida. Esto pasa seguido. A veces se pierde y se olvida de
en dónde y cuándo está. Hay que tenerle paciencia.
Sin poder responderle, Oriana salió corriendo hacia su auto. Se encerró y, por
segunda vez, lloró por Tobías. Lloró por la certeza de que, después de Victoria, él no
podría seguir adelante. Lloró por haber sido tan ingenua como para haber creído que
las respuestas los llevarían a encontrar la paz. Lloró al darse cuenta de lo sola que se
había quedado y de que, después de todo, ella tampoco podría seguir del todo hacia
adelantes después de Victoria.

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