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Margaret Mayo
Argumento:
Después de dieciséis años, seguía haciéndole sentir lo mismo…
En cuanto descubrió que tenía una hija de la que no sabía nada, Lucio
Masterton reaccionó de inmediato. Lo primero que tenía que hacer era
enfrentarse a la madre, Kirstie Rivers, y descubrir por qué lo había
engañado.
Kirstie creía que Lucio sólo deseaba una cosa: dinero. El millonario le había
hecho mucho daño y no quería que su hija pasase por lo mismo.
Sin embargo, bajo el sol de España, Kirstie iba a descubrir lo difícil que
resultaba resistirse a los encantos de Lucio… y al placer que le daba.
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Capítulo 1
Kristie se quedó mirando el teléfono. Sabía que tenía que hacer esa llamada, se
lo debía a Becky, aunque fuera lo más difícil que hiciera en su vida. Quince años, casi
dieciséis, era mucho tiempo. ¿La recordaría él?
Ella recordaba a Lucio Masterton como si fuera el día que se separaron. Pelo
moreno, casi dos metros de alto, desesperantemente guapo, un cuerpo imponente y
unos ojos marrón oscuro como no había visto otros. Con una mirada podía arrebatar
a cualquier mujer y hacer que le temblaran las rodillas y rezara para que se la llevara
a la cama. Ella había sido la afortunada. Al menos, eso había creído.
No duró mucho. El único interés de Lucio era hacerse millonario. Acostarse con
las mujeres era secundario. Cuando ella intentó que la cosa fuese en serio, él la
despidió de una patada. Sin embargo, tenía que hablar con él.
Ya era multimillonario. Sin embargo, su meteórica ascensión había sido fruto de
mucho trabajo y no de la suerte. Ella había seguido de cerca su carrera durante años
y pese al resentimiento por el trato que le había dado, lo admiraba por su tenacidad.
Según cierta prensa, era uno de lo solteros de oro de Europa y no era difícil verlo con
alguna belleza colgada del brazo, aunque ninguna hubiera llegado a ser la señora
Masterton. No podía dejar de preguntarse si las trataría con el mismo desprecio con
el que la había tratado a ella. ¿Habría alguna mujer digna de él? ¿Habría alguna
mujer que él no se tomara como una amenaza a su forma de vida? Kristie levantó el
auricular. Si no lo hacía en ese momento, no lo haría nunca.
—LMT… —una cantarina voz de mujer saludó a Kristie.
—Querría hablar con Lucio Masterton…
—¿De parte de quién?
—De Kristie Rivers.
—¿De qué empresa llama?
—Es una llamada personal.
—Lo siento, pero el señor Masterton no atiende llamadas personales que no
figuren en la lista de personas autorizadas.
¿Tenía una lista de amiguitas…? Era muy interesante.
—Muy bien —replicó ella—, soy Kristie Rivers de Venture Applications.
No sabía de dónde se había sacado ese nombre, pero a lo mejor colaba.
—¿A qué se dedica su empresa?
—¿Qué es esto? —preguntó Kristie con tono airado—. ¿Es un tercer grado?
Lucio me conoce. Si usted tiene algún aprecio a su puesto de trabajo, dígale que estoy
al teléfono —Kristie se la jugó porque era incapaz de volver a intentarlo.
—Soy Masterton.
Capítulo 2
Kristie se sentía desasosegada mientras se acercaban a casa de Lucio. El se había
empeñado. No quería seguir hablando por teléfono ni verla en un restaurante. Tenía
que ser en su casa, donde la privacidad estaba garantizada. Una mansión palaciega
que ella veía por primera vez.
Por teléfono, había dado un grito que casi la había dejado sorda. No fue enfado,
fue una furia que puso la línea telefónica al rojo vivo.
—No puedo cancelar la reunión —había mascullado él cuando se convenció de
que ella decía la verdad—, pero sí puedo cancelar una cena esta noche. Ven a mi casa
a las siete. Te mandaré un coche.
El había colgado el teléfono. Kristie se había quedado paralizada durante diez
minutos. Había esperado que él le hiciera todo tipo de preguntas, que lo negara y
que intentara escabullirse, pero no lo hizo.
—Tengo que verla —había declarado él al enterarse.
—Todavía no —había replicado ella tajantemente—. Becky no sabe que me he
puesto en contacto contigo. Primero tenemos que hablar. No quiero que la asustes.
Eso no era verdad, su hija estaría encantada de conocerlo por fin, pero ella no
iba a decírselo a Lucio. Afortunadamente, Becky se había ido a casa de una amiga y
no le haría preguntas cuando el coche fuera a recogerla. Un Bentley nada menos.
Kristie se dejó caer en la tapicería de cuero y cerró los ojos hasta que se paró delante
de la casa de Lucio. Ella no tenía ni idea de dónde estaban. Se había dejado llevar por
los pensamientos con miedo, como si hubiera deseado poder dar marcha atrás en el
tiempo. ¿Habría llegado Lucio donde estaba si ella se hubiera presentado en su casa a
los dos meses de romper y le hubiera dicho que estaba embarazada? ¿Se habría
casado él y habría renunciado a sus grandes ideas o había aceptado lo innegable pero
habría sido un padre ausente porque se habría pasado todas las horas trabajando
para levantar un imperio? Lo más aterrador de todo, ¿la habría rechazado?
La recibió un hombre muy envarado de cincuenta y tantos años, el pelo canoso
y un gesto amable. Kristie supuso que sería el mayordomo de Lucio.
—Pase por aquí.
Ella lo siguió hasta una habitación que daba al jardín. Era una habitación
enorme. Kristie la observó con atención, pero no le dijo nada de Lucio. Era
completamente impersonal. ¿Cómo podía ser él feliz viviendo en un sitio tan
anodino? Se quedó mirando por el ventanal y dio un respingo al oír la voz de Lucio.
—¿Por qué no te sientas?
Kristie se volvió y por primera vez en dieciséis años volvió a ver aquellos ojos
oscuros que entonces hacían que todo su cuerpo se estremeciera de deseo. Ella había
esperado que esa sensación se hubiera disipado con el tiempo, pero notó una
conmoción. ¡El conservaba toda su fuerza! Todo su cuerpo reaccionó con vehemencia
y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para dominarse. Ya no quería a ese
no mostraba mucho interés en Becky y estaba más preocupado por lo que ella podría
estar intentando sacar de todo eso.
—Claro que quiero saber algo de ella —afirmó él con tono burlón—, pero
primero tengo que estar seguro de que es mi hija. Cualquier madre con amor propio
habría buscado antes al padre; habría llamado a su puerta en cuanto supiera que
estaba embarazada. ¿Por qué no lo hiciste?
Kristie lo miró con un brillo de desprecio en los ojos.
—¿Realmente piensas que lo habría hecho después de que me expulsaras de tu
vida como lo hiciste?
—Yo no te expulsé —rugió él—. Tú te marchaste. Yo no podía casarme y lo
sabías.
—Pero sí podías utilizar mi cuerpo —replicó ella llena de ira.
—Que yo recuerde, a ti te apetecía tanto como a mí —él le clavó los ojos como si
la desafiara a negarlo.
Naturalmente, él sabía que no podía hacerlo. Habían sido insaciables. Habían
pasado en la cama casi todo el tiempo libre que habían tenido. Ella se ruborizó al
recordarlo. No se avergonzaba, había creído en el amor de Lucio por ella.
—Sí, me apetecía porque creía que me querías. No me di cuenta de que estabas
más enamorado de la idea de hacerte millonario. Yo no podía competir con eso,
¿verdad? Sin embargo, me dejaste un legado.
—Y tú no tuviste el decoro de decírmelo —replicó él sin inmutarse—. Además,
todavía sigo sin saber si intentas engañarme.
Kristie agarró su bolso, sacó una foto y se la arrojó a la cara.
—Ahora, dime que no crees que sea tu hija.
El la miró con tanto detenimiento y durante tanto tiempo que Kristie empezó a
molestarse.
—¿Qué pasa? ¿No ves el parecido?
Cuando Lucio volvió a mirarla, tenía los ojos como ascuas.
—Creo que le has contado mentiras sobre mí a mi hija.
—¿Cómo dices? —balbuceó ella—. ¿Por qué iba a hacer tal cosa?
De repente, había pasado a ser su hija, él había aceptado que era verdad.
—¿Eso dímelo tú? ¿Nunca ha preguntado por mí? No puedo creerme que no
haya querido encontrar a su padre.
—Claro que ha preguntado, pero ¿crees sinceramente que yo podía decirle que
su padre estaba más interesado en enriquecerse que en su paternidad?
El endureció el gesto hasta que su cara pareció tallada en piedra.
—Eso no puedes saberlo.
—¿No? —replicó ella con tono irónico—. ¿Qué habrías dicho si yo hubiera
aparecido en tu puerta para decirte que estaba embarazada?
El no contestó y se limitó a mirar la foto otra vez.
—¿Qué le has dicho de mí? —le preguntó Lucio más tranquilamente.
—No mucho. Le he dicho que una vez te amé, no quería que ella pensara que
me había acostado contigo porque sí, pero también le he dicho que ya no sabía dónde
vivías.
—Pero podrías haberme encontrado, como has hecho ahora —la miró
implacablemente.
—Podría…
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste?
Kristie lo miró con los ojos rebosantes de ira.
—Porque no sabía si querrías saber algo de mí. Ya había quedado claro que yo
era un estorbo en tu vida, ¿qué habrías dicho si aparecemos las dos en la puerta de tu
casa? Me habrías culpado de quedarme embarazada, tú no habrías tenido nada que
ver. Habrías dicho que yo tiraba por tierra todos tus planes; incluso podrías haber
dicho que lo había hecho intencionadamente para que te casaras conmigo. Lucio, me
di cuenta de que no te conocía en absoluto y no quería correr el riesgo de que me
rechazaras una segunda vez.
Lucio se quedó en silencio y mirándola con los ojos entrecerrados. Hasta que
Kristie no aguantó más, se levantó y se habría ido de la habitación, pero él la agarró
del brazo y la giró para que lo mirara. Fue la primera vez desde hacía quince años
que estaba tan cerca de él, tan cerca que podía oler su aroma embriagador y
peligroso.
—Ni se te ocurra largarte después de haber tirado esta granada de mano —la
amenazó él entre dientes—. Sabes perfectamente que no puedo volver atrás en el
tiempo, pero sí puedo recuperar el tiempo perdido. Quiero conocer a mi hija y creo
que ahora es un buen momento. Te llevaré a tu casa y…
—¡No!
Lucio frunció el ceño con un surco profundísimo.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que Becky no está en casa. Se ha quedado a dormir en casa de
una amiga.
A Lucio le costaba creer que Kristie hubiera decidido ocultar a su hija tanto
tiempo. Sin embargo, todavía era más desconcertante que hubiera decidido decírselo
en ese momento. ¿Qué la había impulsado a buscarlo después de quince años? Con
una mera llamada de teléfono, ella había dado un vuelco a toda su vida.
Capítulo 3
Kristie se pasó todo él día pensando cómo decirle a su hija que había
encontrado a su padre y que esa noche lo conocería. Becky volvería en cualquier
momento del colegio y el corazón le latía desbocado. No había hecho nada en todo el
día, había dejado que su competente ayudante se ocupara de todo y ella se había
quedado en el dormitorio con una supuesta migraña. Llevaba una empresa de
software desde su casa, ya que había sido la única forma de trabajar y ocuparse de
Becky, y marchaba muy bien. Sin embargo, ese día su cabeza era un hervidero de
pensamientos. Estaba segura de que Becky estaría deseando conocer a su padre, pero
ella estaba preocupada. Lucio era tan rico que ella temía que intentara comprar el
cariño de Becky con regalos. Estaba segura de que no cedería tiempo por ella. Quizá
lo hiciera al principio, pero pronto volvería a ganar más dinero. El dinero era su dios,
su todo… Había leído en las revistas que él hacía donaciones a obras de caridad y
tenía fama de ser muy generoso, pero podía permitírselo. Además, seguramente le
desgravaría impuestos. Kristie comprendió que su amargura no ayudaría a Becky e
intentó serenar sus tumultuosos pensamientos. Sería un día feliz para su hija y ella
también tenía que estar feliz. Se dio una ducha, se cepilló la melena castaña, se puso
un traje verde musgo y esbozó la mejor de sus sonrisas.
Cuando llegó, su hija no notó la agitación que abrumaba a su madre.
—Estás muy guapa, mamá. ¿Vas a algún lado?
Kristie abrazó a su hija.
—Vamos a salir las dos, más tarde, pero antes tengo que decirte algo.
Cuando Kristie terminó, los ojos de Becky estaban empañados de lágrimas.
—¿Por fin voy a conocer a mi padre? ¿Cómo es? Dime algo de él.
Kristie no podía decirle gran cosa. Al fin y al cabo, sólo lo había conocido
durante unas semanas. El había cambiado mucho. De joven le pareció atractivo, pero
en ese momento era un hombre impresionante; ella diría que nunca había visto un
hombre más guapo. No pudo evitar preguntarse por qué no se había casado. Quizá
él se hubiera dado cuenta de que sus novias sólo lo querían por el dinero y ella podía
entender el motivo. Lucio transmitía la sensación de que el dinero era lo que más le
importaba en el mundo. El las invitaría a salir, les compraría todo tipo de caprichos y
se acostaría con ellas, pero no sentiría amor. En realidad llevaba una vida triste.
Aunque ella no sentía lástima por él.
Cuando llegó el Bentley de Lucio, Becky se quedó impresionada.
—Mamá… Debe de ser un hombre muy rico. Ya verás cuando se lo diga a mis
amigas.
Becky pensó que ya vería ella cuando llegara a su casa. Efectivamente, Becky se
quedó muda cuando entraron en el camino flanqueado por árboles y se quedó
boquiabierta cuando vio la casa. Cuando les recibió el mayordomo, los ojos se le
salían de las órbitas.
que podría ofrecerle? Kristie se dio cuenta de que tendría que hablar seriamente con
su hija antes de tomar cualquier decisión.
—Creo que es demasiado pronto siquiera para pensar en algo así —intervino
Kristie.
Lucio frunció el ceño y Becky se puso de morros, pero Kristie fue inflexible.
—Me parece, Rebecca, que tu madre y yo tenemos que comentar un par de
cosas —dijo Lucio—. ¿No te apetece explorar la casa?
—¿Puedo? —le preguntó Becky con los ojos como platos—. ¿Puedo ir a
cualquier sitio?
—Claro, pero no toques los ordenadores.
—No lo haré, lo prometo. Es fantástico, mamá —Becky salió dando saltos.
—¿Cómo te atreves a proponer alejar a Becky de mí? —le preguntó Kristie sin
disimular su furia.
—No voy a alejarla de ti. Pienso que nosotros…
—Ese es el problema, que no estás pensando. Becky no te conoce. Está
impresionada por lo que representas, pero necesita amor. Necesita unos padres
cariñosos y nunca lo serás. Si Becky viviera contigo, sería una ilusión fugaz. No vas a
llevarla a ninguna parte.
—¿Vas a negarme el placer de conocer a mi hija?
El rostro de Lucio empezó a reflejar una ira poco contenida.
—Efectivamente. Si eso supone llevártela a España.
—Tú la has tenido quince años, pero ¿yo no puedo estar unos días a solas con
ella?
—Ni siquiera la conoces todavía y ella tampoco te conoce. No vas a llevarla a un
país extranjero donde yo no podré ni verla. Puedes conocerla aquí. ¿Acaso estarás
demasiado ocupado? —le preguntó ella burlonamente a la vez que sentía un
estremecimiento de excitación—. Los dos sabemos cuánto tiempo dedicas a tu
trabajo. La niña se dará cuenta muy pronto de que no eres el ídolo que se imagina.
Está impresionada por todo esto, pero puedes estar seguro de que…
—¡Basta! —los ojos negros eran como ascuas—. Voy a conocer a mi hija, puedes
estar segura. Ya has hecho bastante daño.
—¿Daño? —preguntó ella indignada.
—Sí. Al mantenerla alejada de mí. El curso termina dentro de unos días y
quiero que vaya a España conmigo.
—¿Te da igual si tenemos nuestros planes?
—¿Los tenéis?
—La verdad es que no.
Becky ya no quería ir de vacaciones con ella y prefería ir con sus amigas. Hacía
poco habían tenido una buena discusión por ese asunto porque Kristie creía que su
hija era demasiado joven para estar lejos del control de su madre.
—Entonces, no entiendo cuál es el inconveniente —la mirada de él se había
suavizado, como si hubiera decidido que era mejor ser convincente—. A no ser que
creas que voy a secuestrar a mi hija para que no vuelvas a verla.
A Kristie no se le había pasado esa idea por la cabeza, pero le entró la duda.
—¿Lo harías?
—Claro que no. ¿Por quién me has tomado? —él se acercó a ella y le pasó el
dorso de un dedo por la mejilla—. Sólo quiero lo mejor para nosotros dos, pero si
quieres complicar las cosas… —sus palabras escondían una amenaza velada—.
Tengo que llegar a conocer a mi hija y estoy seguro de que lo entiendes.
Kristie asintió con la cabeza e intentó disimular el estremecimiento que había
sentido.
—Sólo quiero lo mejor para Becky —afirmó ella con cierta tensión—. Ella está
muy emocionada por conocerte, pero me niego a que vaya a España… a no ser que
vaya conmigo.
Aquello era lo último que querría haber dicho, pero lo había dicho. El tendría
que tomarlo o dejarlo. O iban las dos o no iba ninguna.
Lucio sonrió.
—Serás muy bien recibida.
Kristie lo había sorprendido con su propuesta. El había pensado que tendría
mucho trajín con Rebecca y no le importaba que su madre los acompañara.
Kristie había sido una amante insaciable, un poco posesiva al final, pero una
fiera en la cama. A él le bullía la sangre sólo de recordarlo. Se había arrepentido de
muchas cosas, pero había conseguido olvidarlas al concentrarse en levantar su
empresa. Cuando volvió a verla el día anterior, él se sintió indefenso ante el eco de
aquellos sentimientos; si además iba a España con ellos…
Naturalmente, había tenido otras relaciones, pero ninguna lo había apasionado
como Kristie y seguía haciéndolo. Tenía que tener cuidado o la asustaría antes de que
ella se uniera al grupo.
—Yo me ocuparé de todo —se ofreció él con un tono despreocupado.
Si ella intuyera lo que estaba pasándosele por la cabeza, saldría corriendo. Ella
había dejado muy claro que no iba a dedicarle ni un minuto; que sólo lo hacía por su
hija.
—Entonces, iremos —replicó ella mientras se daba la vuelta.
—¿No quieres darte una vuelta por Europa?
Lo dijo como una broma, pero captó que a ella no le hizo gracia y lo lamentó.
Estaba orgulloso de lo que había conseguido y le habría gustado que ella también lo
disfrutara.
El coche era tan grande que Kristie se sentía a miles de kilómetros de ellos. Ni
siquiera podía oír lo que decían, de modo que se recostó en el asiento y cerró los ojos.
No tenía ganas de invitar a Lucio a su casa, pero sabía que tendría que hacerlo. Era
normal que quisiera saber dónde vivía su hija. El viaje pasó en un abrir y cerrar de
ojos.
—Mamá, ¿puede entrar papá? —le preguntó Becky.
Kristie se quedó impresionada de la forma tan natural con que dijo papá. Ella
captó la mirada de Lucio en el espejo y supo que no podría negarle eso a su hija.
Su casa no era pequeña, pero Lucio la llenó con su presencia y a ella le costó
respirar. Afortunadamente, Becky lo llevó al piso de arriba a ver su habitación con su
ordenador y sus luces de discoteca. Sin embargo, en cuanto bajaron, él parecía
sentirse como en su casa. Ella se acordó del piso de estudiante que él compartía con
otro chico. Era un cuchitril, pero a él no le importaba. En ese momento, parecía tan
contento en su cocina como en su monumental mansión.
—Tienes una casa muy bonita —reconoció él.
Kristie no se la había enseñado y él no sabía que tenía allí la oficina, pero ella
tampoco quería que supiera todavía que dirigía una empresa. Ni que tenía tratos con
la empresa de él. En ese momento se trataba sólo de su hija y no había que mezclar
las cosas.
—A mí me gusta y Becky parece a gusto. Sus amigos viven cerca y entran y
salen todo el rato.
También quería que tuviera muy claro que no iba a permitir que tentara a Becky
para que se fuera de allí.
—Creo que tengo que irme —dijo él para alivio de Kristie—. ¿Dónde está
Rebecca?
—Me imagino que en su ordenador. Estará escribiendo a sus amigas el fabuloso
padre nuevo que tiene.
—Me alegro de caerle bien —Lucio parecía complacido—. Es una niña
encantadora y dice mucho a tu favor.
El se acercó y Kristie temió que fuera a besarla. El pulso se le aceleró. Cuando él
bajó la boca hasta tocar la de ella, Kristie supo que nada había cambiado.
Capítulo 4
El beso no duró más de unos segundos, pero tan poco tiempo fue suficiente
para que Kristie reviviera todo lo que había sentido por Lucio y se asustara tanto que
se apartó bruscamente.
—¿Cómo te atreves? —le preguntó a punto de darle una bofetada.
¿Acaso no había aprendido todavía que Lucio jugaría con sus sentimientos y la
dejaría tirada como una colilla? Lo miró indignada y comprobó que tenía algunas
canas en las sienes y algunas arrugas en la cara. ¿Sería el precio de tanto trabajo o el
de las noches en vela con una mujer hermosa en la cama? Quizá fuera que el paso del
tiempo no perdonaba a nadie. En cualquier caso, ante su sorpresa, sintió unas ganas
irreprimibles de pasarle los dedos por esas arrugas. ¡Incluso la lengua! Se enfureció
más todavía. ¿Cómo podía sentir algo por ese hombre? Era un hombre increíble—
mente sexy y podía excitarla sólo con la mirada, pero tenía que resistirlo y
demostrarle que ya no significaba nada para ella, que sería el padre de su hija, pero
nada más. El esbozó una sonrisa muy leve y cínica.
—Si crees que podemos volver donde lo dejamos, entonces es que tu vanidad te
ha sorbido el seso —explotó ella con la esperanza de que él no hubiera notado su
reacción.
Le ofendía que Lucio pensara que sólo servía para una cosa y si no hubiera sido
por su hija, lo habría expulsado de su casa y nunca habría vuelto a verlo. Sin
embargo, no podía hacerle eso a Becky. Nunca la había visto tan ilusionada. Estaba
deseando conocer a su padre y unas vacaciones en España serían la guinda del
pastel.
—Nunca se me ocurriría —replicó él—. Me has privado de ver crecer a mi hija,
¿crees que no te lo tengo en cuenta? Era un beso de despedida, como el que daría a
mi madre.
Kristie no se lo creyó. La había puesto a prueba y habría estado perdida si se
hubiera dejado llevar. Por encima de todo, no quería que él supiera que sólo de mirar
ese cuerpo casi perdía el sentido. Se apartó el pelo de la cara, salió al pasillo y abrió la
puerta de la calle. El no se resistió a salir.
—Antes, me gustaría despedirme de mi hija.
Kristie lo miró. No quería alargar esa situación ni un segundo más.
—¡Becky! —gritó—. Tu padre se marcha.
La niña bajó las escaleras a saltos y, para fastidio de Kristie, se arrojó en brazos
de Lucio. ¿Tenía que estar tan encantada de haberlo conocido? Se preguntó Kristie.
¿Por qué no se reservaba sus manifestaciones hasta que lo conociera mejor? Esa
demostración de amor la preocupaba.
Cuando Becky volvió a su habitación, el rostro de Lucio pasó de la delicada
satisfacción a la indiferencia granítica.
—Me voy a España por la mañana. Estaré algún tiempo en mi oficina de allí. Te
informaré de los detalles del viaje.
Lo dijo como si se tratara de un asunto de trabajo y eso desquició a Kristie, pero
no dijo nada para no estropearle los planes a su hija, aunque le habría encantado. Ella
seguía creyendo que ir a España con él no era la mejor idea. Para su hija sería
maravilloso, pero para ella sería un infierno. ¿Notaría Becky la antipatía entre ellos?
¿Se estropearían las vacaciones por eso? Lo vio montarse en el Bentley y poner el
motor en marcha. Lo odió, pero, al mismo tiempo, se reconoció que todavía podía
alterar todos sus sentidos.
Una vez en el avión privado que las llevaba de vacaciones, Kristie comprobó
que su animadversión hacia Lucio no había disminuido ni un ápice. Había pasado
varias noches sin pegar ojo por lo que la esperaba y estaba pagándolo caro. El avión
privado era la última demostración de la opulencia de Lucio. Vivía en un mundo
muy distinto al suyo y no lo quería para Becky. Su hija, en cambio, estaba
disfrutándolo al máximo. Estaba tan emocionada que no podía quedarse sentada,
pero para Kristie, él sólo intentaba impresionarla. Kristie quería avisarla, pero sabía
que su hija no aceptaría que dijera nada malo de él. Después del primer encuentro,
estuvieron hablando y Becky no podía entender que su madre se hubiera separado
de él. Ella creía que era un padre impresionante y Kristie supo que Becky tendría que
aprender sola que para él las relaciones afectivas eran secundarias. No obstante,
estaba decidida a hacer cualquier cosa para proteger a su hija. ¿No sería ella la que
necesitaba protección? Lucio era una amenaza. Sabía perfectamente el efecto que
tenía en el sexo contrario. Ella no se había creído en absoluto que aquel beso fuera
algo inocente. El seguramente creía que podría conseguir a cualquier mujer, pero con
ella no iba a conseguirlo.
El avión empezó a descender y el corazón de Kristie lo acompañó en la bajada.
Esas vacaciones le espantaban.
Kristie había supuesto que una vez en el aeropuerto habría un coche con chófer
esperándolas, pero cuando pasaron la aduana se quedó pasmada al ver a Lucio.
Llevaba unos vaqueros y un polo negros y estaba de cortar la respiración. Tenía el
pelo algo despeinado, como si se hubiera pasado los dedos mientras las esperaba.
Para él, el tiempo era dinero y ella debería estar halagada de que hubiera hecho ese
esfuerzo.
Becky también lo vio y salió corriendo. A Kristie le fastidió que se le acelerara el
pulso.
—Bienvenida —la saludó él con su voz profunda y sexy—. Mi coche está
esperándonos.
Lucio se hizo cargo del equipaje y todos se pusieron en marcha. Fuera, hacía
calor y humedad, pero en el coche de Lucio, un aerodinámico monstruo blanco, hacía
un fresco muy de agradecer.
Ella estaba de uñas contra él y tenía metido en la cabeza que era un adicto al
trabajo que nunca descansaba ni un minuto. Lucio también se preguntó si no habría
cometido un grave error, si ese ambiente no sería perjudicial para su hija. Quizá
hubiera sido preferible llevarlas directamente a Barcelona, donde sus padres podrían
haberlo ayudado a disimular las desavenencias entre ellos.
Kristie siguió a Lucio en silencio. La casa tenía tres pisos y ella supuso que
desde el último habría unas vistas preciosas del paisaje. En otras circunstancias,
estaría emocionada. Podía oír el murmullo de un riachuelo y lo vislumbró entre los
árboles. Era un sitio idílico… para personas enamoradas. Había que querer mucho a
una persona para vivir en un paraje tan remoto. ¿Iría solo allí o sería su nido de
amor? Seguramente nunca lo sabría. Además, ¿quería saberlo?
Las habitaciones eran espaciosas y casi sin muebles. A Kristie le gustó más que
la casa de Londres. En la planta baja había una zona de estar exenta y una cocina
impresionante. En la primera planta había dos dormitorios con cuarto de baño.
—Para ti y para Rebecca —les aclaró Lucio mientras les enseñaba la casa.
Toda la planta superior estaba ocupada por el dormitorio principal, rodeado de
ventanales y una terraza enorme que, como había imaginado Kristie, tenía unas
vistas maravillosas.
—¿Qué os parece? —preguntó él.
—¡Es fabulosa! —exclamó Rebecca—. Mira, mamá, ahí está la piscina. Es
fantástica.
La piscina salía de la casa hacia una terraza con tumbonas muy tentadoras.
—Puedes ir a explorarlo todo —le propuso Lucio—. Vete a donde quieras.
Becky salió corriendo y Kristie hizo el gesto de seguirla. Empezaba a darse
cuenta del tiempo que tendría que pasar sola con él. Podría ser angustioso.
—Creo que voy a deshacer las maletas —comentó ella sin fuerzas en la voz.
Lucio le puso la mano en el hombro, un contacto inocente que a ella le pareció
abrumador.
—No quiero que haya ninguna tensión entre nosotros —él se giró para
mirarla—. Rebecca es una niña muy sensible y lo notaría enseguida. Quiero que lo
pase bien aquí.
—Lo pasará bien —replicó ella lacónicamente mientras se apartaba de él.
¿Por qué sabía que Becky era sensible? Además, su hija lo pasaría bien aunque
no quisiera. Tenía una piscina y un caballo a su disposición, aunque no lo hubiera
visto todavía. Ella sería la única persona que no lo pasaría bien. Nunca le había
hablado de una casa aislada en la montaña.
—¿Tenías planeado traernos aquí?
—Sí —la miró con los ojos entrecerrados—. ¿Tienes algún inconveniente?
Claro que lo tenía, era demasiado íntimo. Ella no podía eludirlo de ninguna
manera.
Capítulo 5
Kristie encontró a Becky sentada en el borde de la piscina con los pies metidos
en el agua. Se quitó las sandalias y se sentó al lado de ella.
—¿Qué te parece todo esto, cariño?
—Es increíble, mamá. Papá debe de ser muy rico, ¿verdad?
—¿Te gusta por su dinero?
Kristie no pudo evitar la pregunta, como no podía evitar que detestara que lo
llamara papá.
—Me daría igual que no tuviera un céntimo. Es mi padre. Llevo años rezando
para conocerlo. No voy a desperdiciar ni un segundo del tiempo que estemos juntos.
Kristie sintió un vacío en el estómago. Su hija la había puesto en su sitio por
haberla mantenido alejada de su padre hasta ese momento. Estaban reprochándoselo
por todos lados y empezaba a arrepentirse de haberlos puesto en contacto.
Cuando Lucio le había apartado el pelo lenta e insinuantemente, todo su cuerpo
se estremeció ante lo que la esperaba. Los ojos de él, duros como el pedernal, se
habían clavado en los de ella y los habían atrapado completamente. El,
premiosamente, le había tomado la barbilla con una mano fría pero que le abrasó la
piel, le había levantado la cabeza y la había mirado fijamente.
—Ya sé que no quieres estar aquí, Kristie, pero ya que estás, mi consejo sería
que le sacaras el máximo partido.
—¿Qué implica exactamente eso? —preguntó ella incisivamente—.
¿Entregarme a ti?
Lo preguntó antes de que pudiera morderse la lengua y se sonrojó.
—Si es lo que quieres, puedo darte ese gusto encantado de la vida —contestó él
despreocupadamente, pero sin un rastro de sonrisa—. Aunque no es lo que yo me
proponía. Quiero que lo pases bien. Son unas vacaciones para Rebecca y para ti.
Creía que te gustaría venir. Es más pequeño, más acogedor y más…
Lucio no terminó la frase y le soltó la barbilla, pero Kristie no pudo moverse. Su
mirada la tenía cautiva y sentía el calor de su cuerpo implacablemente cerca. Sus
pechos se endurecieron, sus pezones se agrandaron y sus zonas más íntimas
palpitaron de excitación. Había algo invisible e intangible que la ataba a él. No podía
mover ni un músculo. Cuando oyó el suspiro de Lucio, cuando olió su aroma al
acercarse, Kristie supo que no tenía escapatoria. Cerró los ojos como si así pudiera
evitar lo inevitable. Porque pasara lo que pasase. no sería ella quien lo provocaría.
Era como si una fuerza todopoderosa se hubiera apoderado de ella y le dijera que lo
correcto era dejarse llevar, que él no era su enemigo, que era su ex amante, un
amante fantástico, y que podía volver a serlo. ¿Acaso no había gozado con su
cuerpo? ¿Acaso no había tenido un apetito voraz por el sexo? ¿Acaso no quería sentir
la palpitante dureza dentro de ella y alcanzar límites con los que nunca había
soñado? La respuesta era: sí, pero sólo en sueños. No allí, donde su hija podría
aparecer en cualquier momento.
Sin embargo, cuando se sintió estrechada contra su poderoso pecho, cuando
notó los latidos enloquecidos de su corazón, cuando sintió su dureza contra el
vientre, toda firmeza se desmoronó como un castillo de naipes, todo temor y toda
duda de disiparon.
La abrazó con fuerza y se movieron al ritmo del viento que corría entre los
pinos. Sólo estaban separados por la ropa. Kristie sabía que en otras circunstancias ya
se la habrían quitado. Ya habían estado en otra situación muy parecida y habían
acabado en la cama. Al recordarlo, Kristie salió de aquel trance hipnótico y puso las
manos en el pecho de él.
—¿Qué demonios haces?
El la soltó inmediatamente, pero esbozó una leve sonrisa, aunque su mirada
seguía siendo dura y turbadora.
—Si uno no quiere, dos no se pelean…
—¿Por esto nos has traído aquí? —le preguntó ella con una indignación
profunda—. Sabía que estaba cometiendo un error. En realidad, el error lo cometí al
decirte que tenías una hija. Si no fuera porque Becky está muy ilusionada, me
marcharía en este instante.
—Hay un buen trecho…
—En eso confías, ¿verdad? Estamos atrapadas.
—Estás mucho más guapa que cuando tenías diecisiete años.
El repentino cambio de tema sorprendió a Kristie.
—No vas a conseguir nada con halagos.
—Y yo espero que dijeras en broma que preferirías no haberme hablado de
Rebecca —él apretó las mandíbulas—. Bastante hiciste con ocultármela durante
quince años. Si lo hubiera descubierto antes, tu vida habría sido un infierno. ¿Qué
clase de madre eres? Le ocultas el padre a tu hija y la hija al padre. ¿En qué estabas
pensando?
El no esperó la respuesta, se dio la vuelta y se marchó. Kristie tardó unos
minutos en reunir fuerzas para ir al dormitorio a deshacer el equipaje. Luego, había
ido a la piscina con su hija.
—¿Qué estás pensando, mamá?
—Que este sitio es precioso —mintió ella.
—Pareces triste.
—Son recuerdos.
—¿De mi padre?
Kristie asintió con la cabeza.
que, aunque ya no podía hacer nada, hacía no mucho tiempo él quiso renovar la
relación con su cuerpo.
Kristie sintió un escalofrío por todo el cuerpo.
—¿Tienes frío? —le preguntó él con un levísimo tono irónico.
Toda la terraza estaba protegida del sol por toldos de lona, pero hacía fresco,
aunque no tenía nada que ver con lo que ella sentía por dentro.
—En absoluto —contestó ella—. Sólo ha sido un escalofrío sin motivo.
—Me parece que no te creo —replicó él delicadamente—. La intensa atracción
que sentimos una vez sigue muy viva, ¿verdad?
Kristie se había puesto una camiseta y unos pantalones cortos y se dio cuenta de
que los pezones se le habían endurecido por la ardiente mirada de Lucio.
—Quizá sí, quizá no, pero sienta yo lo que sienta, no pienso volver a liarme
contigo. Seremos amigos por el bien de Becky, pero nada más.
—A lo mejor no puedes evitarlo.
La agarró de las muñecas y le acarició la parte interior con los pulgares.
—A lo mejor te aburres de intentarlo —Kristie intentó mirarlo con firmeza, pero
supo que no lo había conseguido.
El pulso le latía a toda velocidad y tenía la boca seca. Deseó estar a un millón de
kilómetros de allí. Lució la miró provocativamente a la boca y acercó la cabeza a la de
ella.
—¡No! —exclamó Kristie.
Se liberó de las manos de él y otra vez arremetió contra el muro de su pecho. El
esfuerzo volvió a ser inútil. El la rodeó con sus brazos y Kristie cerró los ojos cuando
la boca de él reclamó la de ella. La batalla estaba perdida. Sintió que se abrasaba por
dentro, una sensación que había creído que no volvería a notar. También sintió que
se hundía cada vez más en un mar de sensaciones desatadas. Entonces, se dio cuenta
de que Lucio la había metido en la piscina y la besaba debajo del agua y la acariciaba
por todo el cuerpo con manos insaciables. Era un tormento exquisito y ella se
preguntó si eso sería como ser una sirena y hacer el amor debajo del mar. La llevó al
borde de la locura antes de que los pulmones exigieran algo de oxígeno y tuvieran
que salir a la superficie. Ella tomó unas bocanadas entrecortadas de aire. El cuerpo le
palpitaba enfebrecido y con el rabillo del ojo vio que su hija se acercaba.
—Es un disparate, ¿qué vamos a decirle? —siseó ella.
—Yo me ocupo —contestó él sin perder la calma—. Ella pensará que nos hemos
besado y que estamos reconciliándonos.
—No quiero que piense eso.
El frunció el ceño profundamente.
—¿Por qué? ¿No sería lo mejor para ella?
Capítulo 6
Lucio estaba completamente furioso y subió las escaleras de dos en dos. Sabía
que Kristie estaba allí a desgana, que había ido para no perder de vista a su hija. Sin
embargo, él seguía sin entender que ella le hubiera ocultado la existencia de Becky
durante tanto tiempo. Era una espina que llevaba clavada en el corazón. Además,
Kristie había dejado muy claro que no quería estar en la misma casa que él, de modo
que mucho menos querría una proximidad más personal. Sin embargo, ¿era
necesario que mostrara su disgusto delante de Rebecca? ¿No se daba cuenta de lo
que estaba haciendo a su hija? Rebecca había estado a punto de echarse a llorar
cuando se dieron cuenta de que ella no estaba y le confesó que les había oído discutir
cuando llegó a la piscina. El hizo lo posible por convencerla de que su madre y él no
eran enemigos mortales, pero no tuvo mucho éxito. Tampoco pudo reprochárselo. La
animadversión entre ellos era evidente y no sólo por parte de Kristie. Para él, ella
había hecho algo imperdonable y nunca lo olvidaría. Sin embargo, no entendía por
qué ella sentía tanta aversión por él. ¿La habría arrastrado desde que descubrió que
estaba embarazada? No podía entender que no se lo hubiera dicho. ¿Realmente
pensaba ella que le habría dado la espalda? Eso demostraba lo poco que lo conocía.
El había adorado a Kristie, pero no se había sentido preparado para comprometerse
seriamente en una relación. Tenía diecinueve años y tenía que pensar en su porvenir
profesional. Para él era importante triunfar y que su mujer e hijos pudieran tener
todas las comodidades. En el fondo de su alma, siempre había tenido la ligera
esperanza de que algún día volverían a estar juntos, pero nunca se había imaginado
que sería de aquella manera.
Se duchó y se vistió para le cena, pero cuando bajó sus pensamientos seguían
siendo sombríos y amargos.
Kristie no salió de su habitación hasta que Becky llamó a su puerta y le dijo que
le cena estaba preparada. Tuvo ganas de quedarse, no le apetecía nada comer. Sólo
podía pensar en que había cometido un gran error al ir allí. Habría sido preferible
que Becky hubiera ido sola, aunque ella se habría preocupado más todavía.
La maldita atracción que seguía sintiendo por Lucio estaba destrozándole los
nervios y podía acabar con su cordura. Allí no podría escapar de él, no podría hacer
nada que no fuera con él. Si Becky hubiera preferido ir a Barcelona, por lo menos
podría haber visitado la ciudad por su cuenta.
—Me encantaría que siguieras queriendo a papá —le dijo Becky mientras
bajaban la escalera.
—¿Qué te ha contado? —le preguntó ella con una mirada penetrante.
—Nada —Becky se encogió de hombros—, pero está muy claro que estás
descontenta. Yo pensé que… —la niña no terminó la frase.
—¿Qué pensaste?
—Que cuando os encontrarais, todo se arreglaría. Tuviste que amarlo una vez y
tengo la sensación de que él todavía te quiere.
Kristie prefirió no decir nada. En realidad, no creía que pudiera probar bocado.
La mesa estaba puesta en la terraza junto a la piscina. Tenía la montaña de
fondo y Kristie pudo comprender que Lucio hubiera elegido ese sitio. El se sentó a la
cabecera de la mesa y Kristie y Becky cada una a un lado de él. Kristie lo notaba
demasiado cerca para estar cómoda; notaba el calor que emanaba de él, aunque quizá
fuera al revés. La incomodidad subió varios grados cuando él tomó su mano y la de
Becky.
—Vosotras habéis llenado mi vida —declaró él secamente.
Kristie se puso en guardia, pero cuando miró a su hija vio que ella estaba
radiante. Lucio, como si hubiera adivinado que Kristie no sería tan receptiva, le
apretó la mano cariñosamente y ella consiguió esbozar una sonrisa, aunque fuera
forzada, y se soltó del apretón en cuanto pudo.
—¿Te dejan tomar vino? —le preguntó él a Becky mientras sacaba una botella
de vino blanco de una cubitera.
Becky miró a su madre y sacudió la cabeza.
—Todavía no. Tengo que cumplir dieciocho años. Tomaré agua.
—¿Te han hecho esta casa según tus indicaciones? —le preguntó Kristie para
aliviar la tensión que empezaba a pesar como una losa.
—Sí. ¿Te gusta?
La expresión de él no indicaba que siguiera enfadado con ella y su sonrisa era
muy agradable. Si ella seguía el juego, Becky no sospecharía la animadversión
soterrada.
—Es preciosa —aseguró ella con tono de entusiasmo—. Aunque nunca me
habría imaginado que estarías contento en un sitio así. Tengo la idea de que eres un
hombre de negocios que va de reunión en reunión y que no tiene tiempo para
relajarse.
—Todo el mundo necesita relajarse.
Lucio la miró intensamente, como si supiera el esfuerzo que estaba haciendo
ella. Kristie sintió un escalofrío de excitación y cuando miró a su hija, comprobó que
ella estaba observándolos. Si quería que su hija estuviera contenta, tendría que actuar
y no había actuado nunca.
—Claro —concedió Kristie desenfadadamente—. Este sitio es perfecto, me
encanta.
—¿Tú te tomas muchas vacaciones?
—Una vez al año, cuando Becky termina el curso.
—¿Adónde vais?
—Antes íbamos en una caravana por Inglaterra, pero últimamente hemos
viajado por Europa. Sobre todo a España, a Benidorm o a algún sitio animado para
Becky.
—¿Eres KR Software?
—Sí. K de Kristie y R de Rebecca.
Hacía unos años ella había elaborado un programa para personas que se
iniciaban en el mundo de los ordenadores. Sólo tenían que introducir el disco y
seguir los pasos. En ese momento, ella estaba pensando en sus padres, pero,
desgraciadamente, ellos murieron antes de que saliera al mercado. Su programa
revolucionó la forma de aprender a usar un ordenador y fue un gran éxito. La
empresa de Lucio quiso comprar los derechos del programa y Kristie lo rechazó de
plano. Le ofrecieron muchísimo dinero, pero ya no habría sido su creación. Lo
conservó y los beneficios fueron suficientemente grandes.
—¿Tú hiciste Conozca su ordenador?
—Sí.
Lucio frunció el ceño con un gesto de ira.
—¿Y te negaste intencionadamente a concederme los derechos?
Ella asintió con la cabeza sin dejar de mirarlo a los ojos. Para ella era un placer
que todavía lo enfureciera.
Quiso herirlo, quiso devolverle todo el daño que le había hecho y parecía que lo
había conseguido con creces.
Capitulo 7
Kristie levantó la barbilla con gesto desafiante.
—¿No vas a darme la enhorabuena?
—¿La enhorabuena? —bramó él—. Podría estrangularte.
Naturalmente, él no podía darle enhorabuena, había perdido una gran
oportunidad para su empresa. Ella, en realidad, se sintió muy orgullosa de haberle
metido ese tanto al gran Lucio Masterton.
—Kristie estás llena de sorpresas. ¿Hay algo más que no me hayas contado?
¿Hay algún novio agazapado por ahí? ¿Hay alguien más que esté criando a mi hija?
—el tono era peligrosamente duro y acusador.
—¿Si lo hubiera? —preguntó ella sin rebajar la actitud desafiante—. No puedes
hacer nada.
Lucio se inclinó hacia delante hasta que las rodillas se encontraron, la agarró de
las manos y la atrajo hacia sí.
—Puedo hacer todo lo que quiera. Tenlo muy presente, Kristie.
La cólera entre ellos era palpable y Kristie quiso soltarse y marcharse a su
habitación, pero aguanté su mirada y ante su espanto comprobó que la furia dejaba
paso a la excitación. Le abrasó las venas y llenó su cuerpo con un deseo irresistible.
Ya no podía moverse, sólo podía esperar que Lucio no se hubiera dado cuenta de lo
que había conseguido.
—¿Quién dirige tu negocio mientras estás fuera? —le preguntó Lucio.
—Es un detalle por tu parte que pienses en eso —respondió ella con cierto tono
burlón—. Tengo un ayudante muy bueno que puede ocuparse de casi todo. Además,
tiene mi número de móvil por si surge algo.
—¿Un? —repitió Lucio mientras le soltaba la mano con el ceño fruncido.
Kristie disfrutó su enojo.
—Sí, Jonathon.
Lo conocía de siempre, habían sido vecinos cuando eran niños y habían ido al
mismo colegio. Eran buenos amigos y cuando lo echaron del trabajo ella le ofreció
uno. En ese momento, ella no sabría qué hacer sin él.
—También tengo un financiero que se ocupa de la parte administrativa y legal.
Cuando quieras arruinarme, tendrás que verte con él.
Lucio entrecerró los ojos.
—Nunca he intentado tal cosa. Los negocios son los negocios.
—Pero no querías que alguien tuviera un producto que pudiera competir
contigo. ¿Siempre te limitas a comprar las ideas de otros? ¿Les ofreces cantidades
disparatadas de dinero para hacerte con más millones?
Tan joven que él podría seguir intentándolo. Era un riesgo que ella no quería
correr. Cualquier contacto, su mirada, la alteraban hasta perder el control. Era
desesperante que él pudiera seguir alterándola de esa manera después de tantos
años. Sólo podía confiar en estar lejos de él. En adelante, se retiraría cuando lo hiciera
Becky.
—Creo que es lo mejor. Ha sido un error dejarte que me besaras. No creas que
voy a permitir que se repita.
Los ojos de Lucio se tornaron tan gélidos y acerados como antes habían sido
delicados y seductores.
—La verdad es que me había parecido que te había gustado tanto como a mí.
Pero tienes razón —siguió él antes de que ella pudiera rebatirlo—, ninguno de los
dos queremos tener una aventura con nuestra hija delante. La haríamos muy infeliz,
¿no?
El sarcasmo la hirió como un cuchillo.
—¡Canalla! —exclamó ella—. Estoy segura de que no estabas pensando en
Becky cuando me besaste. Sencillamente, lo intentaste, quisiste comprobar si todavía
puedes hechizarme.
—¿Y puedo? —le preguntó Lucio con un brillo burlón en los ojos—. No hace
falta que contestes. Ya lo sé. Nada ha cambiado, ¿verdad? Sigues ardiendo de deseo
por mí. Puedes negarlo todo lo que quieras, pero oculta bajo ese precioso cuerpo hay
una tigresa que quiere liberarse. La misma tigresa que yo liberé hace tantos años.
Quizá ahora no sea el momento de volver a liberarte, pero un día de éstos, pronto…
Kristie se quedó sin aliento.
—¿Es una amenaza o una promesa?
Quiso golpearlo en el pecho y decirle que estaba muy equivocado, pero no lo
estaba. Tenía mucha razón. Había bastado un beso para que ella se diera cuenta de
que se sentía tan atraída sexualmente hacia él como siempre. Si él volvía a tocarla o
besarla, ella no podría detenerlo. Lucio sonrió arrebatadoramente al notar lo
incómoda que se sentía.
—Es lo que quieras que sea, mi apasionada amiga.
—Quiero que me dejes en paz. Limítate a conocer a tu hija. Estas vacaciones son
para eso, no para nosotros. Es más no hay un «nosotros».
—¿De verdad? —le preguntó Lucio con una ceja arqueada.
Ella no podía asegurarlo. Su cuerpo se debilitaba por segundos. Era un ser
rastrero, estaba muy seguro de sí mismo, sabía que la tenía donde él quería. Tendría
que hacer algo para demostrarle que se equivocaba.
Durmió mal. Se despertó varias veces y cada vez que conciliaba el sueño soñó
con Lucio. En uno de los sueños ella estaba en la cama de él, estaban casados y unos
niños gemelos les fastidiaban la diversión. En otro sueño estaban en pleno maratón
sexual y probaban distintas posturas. Todos los sueños eran haciendo el amor con
Lucio y cuando se despertaba estaba sudando y con el pulso acelerado, como si
La breve pausa que hizo antes de decir Rebecca llamó la atención de Kristie.
¿Estaba insinuando que ella, no su hija, era lo que más le interesaba? No le gustó, en
realidad, la desasosegó, justo cuando ella empezaba a serenarse. La tensión sexual se
disparó entre ellos como una bomba de relojería que esperaba explotar.
Era el día más caluroso hasta el momento y cuando por fin llegaron a la
cascada, Kristie echó a correr.
—Voy a meterme debajo, estoy achicharrada.
Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta y no le importaba que se le
mojaran. Se quitó las sandalias y subió a una roca que había junto a la cascada más
grande. Se metió debajo y empezó a reírse. Levantó los brazos y la cara y cerró los
ojos para concentrarse completamente en el placer de dejarse empapar por el agua
fría y cristalina. Soltó un grito cuando unos brazos poderosos la agarraron de la
cintura y la estrecharon contra un cuerpo granítico y palpitante. No se había dado
cuenta de que Lucio se había acercado y no había esperado que la abrazara de
aquella forma. Sabía que él también iría debajo de la cascada, pero si había pensado
que ella estaba insinuándose, estaba muy equivocado.
—¡Suéltame, Lucio! —exclamó ella mientras se secaba los ojos.
—Tenías que saber que este momento llegaría —Lucio la abrazó con más
fuerza—. Ha estado gestándose desde que te besé. Has estado volviéndome loco,
Kristie, ¿no te has dado cuenta? Es el momento de rematar.
Capítulo 8
Lucio no sabía qué lo había impulsado a hacer aquello, sólo sabía que no había
podido evitarlo. No lo tenía previsto cuando salieron de paseo, pero cuando la vio
como un ángel en pleno vuelo, el corazón se le desbocó y se encontró junto a ella casi
sin darse cuenta. En ese momento, bajó la palma de la mano, podía notar el corazón
de Kristie a mil por hora. Durante los últimos días, ella lo había alterado mucho, pero
se había propuesto no tocarla porque sabía, desde el beso, que eso podría estropearlo
todo. Ella podría ofenderse definitivamente y regresar a Inglaterra con su hija.
El quería llegar a conocer a Rebecca y estaba disfrutando más de lo que se había
imaginado. Era una chica encantadora. Sin embargo, lo más importante era que
estaba disfrutando de volver a conocer a Kristie. Había madurado y estaba más
hermosa y elegante. Su melena castaña era más larga y le encantaba cuando la
llevaba suelta. Cuando salían, se la ataba en una cola de caballo, pero en ese
momento se le había soltado y caía libremente sobre los hombros. Además, sus ojos
color amatista nunca habían dejado de maravillarlo. Tenían un color tan especial…
Quería mirarlos para siempre. Había tenido cientos de mujeres persiguiéndolo,
entonces, ¿por qué deseaba a ésa en concreto? Sobre todo cuando estaba tan
enfadada con él. Ella era parte del pasado; había vivido sin ella durante más de
quince años. Volvería a formar parte de su vida por Becky, pero nada más. Sería un
error querer algo más de ella. El problema era que ella lo alteraba tanto que no podía
pensar con claridad y había pasado a la acción en cuanto la había visto como si fuera
a levantar el vuelo. El no se había parado a pensar en las consecuencias y ya era tarde
porque la sangre le hervía inconteniblemente.
Kristie se dio cuenta de que había llegado el momento. Lucio la tenía abrazada
y la miraba con unos ojos oscuros, ardientes y voraces. Iba a hacerle el amor debajo
de la cascada. ¿Qué podía hacer? ¿Se resistía o se relajaba y disfrutaba? Ella sabía que
ese momento llegaría y que cuando llegara ella no sería capaz de resistirse. Durante
los últimos días, Lucio la había mantenido en ascuas. Cada mirada suya estaba
rebosante de provocación y su cuerpo se estremecía de excitación. ¿Se habría
levantado esa mañana dispuesta que ése fuera el día D? ¿Por eso la había llevado
allí? El sabía que le encantaba. Sabía que para ella era una situación muy
sobrecogedora. Sin embargo, sentir el poderoso cuerpo de Lucio contra ella la
sobrecogía por otros motivos. ¡Volvería a sentirlo dentro de ella! Hasta ese momento,
no se había dado cuenta de lo mucho que lo anhelaba. El era un tormento para su
espíritu. Era el único hombre que había amado de verdad. ¿Podría volver a amarlo?
¿Podría perdonarlo? No tenía las respuestas, pero sí tenía un deseo abrasador. El
buen juicio no cabía allí. Deseaba a Lucio tanto como él la deseaba a ella. Sus ojos
ardían con un brillo que la asustaban tanto como excitaban y el pecho le subía y
bajaba al ritmo de la respiración entrecortada. Lucio le pasó un dedo por los labios
insinuantemente y la miró fijamente. Sabía que ella estaba dejándose arrastrar. Lucio
iba lentamente, con una lentitud exasperante, mientras que Kristie notaba que el
deseo aumentaba dentro de ella con la fuerza de un huracán y se preguntó si llegaría
al clímax antes de que él estuviera preparado. Cerró los ojos para no mirarlo más,
echó la cabeza hacia atrás y le lamió el dedo para que él lo introdujera en la boca
como un adelanto de todo lo que podía ofrecerle. Cuando él apartó la mano, ella se
sintió privada de un placer y fue a protestar, pero sintió sus dedos en la cintura. Todo
el cuerpo le vibró ardientemente cuando él le subió la camiseta y ella levantó los
brazos. El sujetador siguió el mismo camino. El la giró para tenerla de espaldas y le
tomó los pechos con las manos, le acarició los pezones con los pulgares y le besó el
cuello hasta que el deseo la dominó arrebatadoramente. Volvió a girarla y los labios
tomaron el lugar de los dedos. Se metió un pezón en la boca y luego el otro y los
mordisqueó. Kristie creyó que iba a enloquecer. Podía notarlo ardiente y duro contra
ella y un anhelo insoportable se apoderó de sus entrañas.
—¡Lucio, hazme el amor!
—Cada cosa en su momento, cariño —susurró él—. ¿Por qué vamos a precipitar
el mayor placer que se haya inventado?
El siguió besándola, acariciándola, lamiéndola, mordiéndola, arrastrándola
cada vez más lejos. En su momento fue maravilloso, pero entonces lo era mil veces
más. Lucio estaba haciéndole cosas increíbles. Todo su cuerpo le pertenecía a él.
Podía hacer lo que quisiera y tomar lo que quisiera con tal de que satisficiera su
deseo.
Sus dedos pasaron al botón de la cinturilla del pantalón, lo desabrocharon
diestramente y le bajaron la cremallera con un movimiento muy lento. ¿Por qué le
hacía eso cuando ella anhelaba que le arrancara la ropa y le acariciara su más
profunda intimidad?
El agua no dejaba de caer sobre ellos. Si abría los ojos, podía ver el azul del cielo
y el verde de los árboles entre las gotas que chocaban contra ellos.
Por fin se quedó completamente desnuda, pero antes de acariciarla, Lucio
empezó a desabotonarse la camisa. Kristie no podía permitirlo. El la había
desnudado y le tocaba desnudarlo a él. Ya lo había hecho otras veces, pero nunca
debajo de una cascada y en ese estado de excitación. Los dedos le temblaron cuando
empezaron su labor y todo se complicó cuando Lucio la abrazó y le tomó el trasero
entre las manos con movimientos sensuales. La camisa estaba empapada y eso
dificultaba las cosas. Sin embargo, Lucio no tenía prisa, estaba dispuesto a esperar el
tiempo que fuera necesario. Le pasaba los dedos por las vértebras como si tocara el
piano. Kristie nunca se había imaginado que la espina dorsal pudiera ser una zona
sensible, pero él consiguió que se sintiera poseída por una oleada del más profundo
deseo. El siguió acariciándola de arriba abajo mientras ella intentaba desnudarlo. El
botón del pantalón fue fácil y la cremallera bajó sin dificultades. Bajárselo no fue tan
fácil. El algodón mojado se pegaba a él como una segunda piel y Lucio tuvo que
ayudarla. Un vez desnudo como Dios lo trajo al mundo, él le tomó el trasero entre las
manos y la estrechó contra sí. Ella suspiró de placer y anhelo y bajó la mano entre
ellos para agarrarlo. Estaba duro y grande y la piel era aterciopelada, pero lo quería
dentro de ella. Sin embargo, Lucio no tenía prisa.
—Espera, cariño, primero te toca a ti —él le retiró la mano—. Me he olvidado de
lo bien que te sientes —susurró él mientras seguía recorriendo todo su cuerpo.
Kristie pensó que quizá él temiera perder el control demasiado pronto y a ella
no le importaba porque en ese momento él estaba acariciándole su zona más delicada
y la estremecía de placer, hacía que jadeara y se aferrara a sus hombros hasta hacerle
sangre con las uñas. La llevó hasta el límite y paró. Kristie ya había sentido varias
veces que estaba a punto de traspasar la línea.
—Eres increíble, Kristie —susurró él contra su boca mientras la lengua arrasaba
con sus sentidos—. Me acuerdo de lo dispuesta que estabas siempre a hacer el amor,
siempre dispuesta a probar algo nuevo, pero nunca habías estado tan ardiente y
apasionada como ahora. ¿Será porque estás en un país mediterráneo o porque me
has echado de menos?
Kristie no contestó. Ni siquiera se entendía a sí misma —Sólo quiero que me
hagas el amor —susurró ella con un hilo de voz.
—Y yo quiero hacerte el amor, cariño, si estás segura de que es lo que quieres.
Kristie asintió con la cabeza y con los ojos clavados en los de él. Lucio la agarró
de la mano y la llevó a una cueva que había detrás de la cortina de agua. Estaba
fresca, oscura y húmeda, pero no le importó. Las paredes y el suelo era muy lisos y
Lucio la puso de espaldas contra una pared. Ella estaba tan excitada que ni siquiera
se dio cuenta de lo fría que estaba. Todos sus sentidos estaban dirigidos hacia los
sentimientos que se disparaban entre ellos. La miró a los ojos con la apremiante
necesidad de liberarse del anhelo que los había dominado desde que llegaron allí.
Primero la besó. Empezó como un beso delicado, pero no tardó en convertirse en un
beso ávido y antes de que ella pudiera darse cuenta, él estaba disponiéndose a
penetrarla.
—¿Estás preparada? —le preguntó con un tono ronco.
—Sí —consiguió decir ella que en realidad temía que fuera a pasarle algo si él
no lo remediaba.
La levantó con sus poderosos brazos y Kristie le rodeó las caderas con las
piernas. Era erótico, excitante y desenfrenado y los dos alcanzaron un clímax tan
desmedido como el agua que los rodeaba.
Lucio creyó que las contracciones que le recorrían el cuerpo no terminarían
nunca y se oyó a sí mismo gemir como un animal herido. Seguía agarrando a Kristie
con todas sus fuerzas aunque ella había puesto los pies en el suelo. Pudo notar que
las oleadas de placer también se habían adueñado del cuerpo de ella.
Tardaron varios minutos en recuperar el aliento.
—¿Qué tal estás? —le preguntó él.
—Me siento distinta. ¿Se nota?
—Mucho. Irradias una belleza serena —contestó él—. Estás más cálida y
delicada. Nunca te había visto tan guapa.
Los dos estaban secos, pero Kristie cayó en la cuenta de que la ropa seguía
debajo de la cascada.
—¿Qué vamos a hacer con la ropa? —preguntó ella.
—Es una pena, mamá —se lamentó Becky—. Me encantaría que fuéramos una
familia normal. No sabes lo horrible que era decir en el colegio que no sabía quién
era mi padre.
Kristie tomó la mano de su hija y tragó el nudo que se le hizo en la garganta.
—Lo siento, cariño. No sabía que estuvieras pasándolo tan mal.
—No podía decir nada —Becky esbozó una sonrisa forzada—, pero ahora las
cosas están arreglándose. Estoy más contenta que nunca. He encontrado a mi padre y
podré pasar algún tiempo con él. ¿Crees que conoceremos su otra casa en España?
—No lo sé, cariño. No sé qué planes tiene Lucio.
Esa noche, después de que Becky se hubiera acostado, Lucio y Kristie se
sentaron fuera para ver la luna en el cielo cuajado de estrellas. Kristie pensó que era
una noche perfecta para el amor. Lucio le había hecho el amor con la mirada todos
los días; la había mantenido permanentemente expectante y en ese momento, estuvo
tentada de tomarle la mano, de demostrarle que quería algo más.
—Mañana tengo que ir a Barcelona —le comunicó él con un tono
apesadumbrado—. Lo siento, no puedo evitarlo.
—No tienes que disculparte. Entiendo que el trabajo te llame.
En realidad, se sintió aliviada. Sus pensamientos habían estado a punto de
jugarle una mala pasada. No podía olvidarse de que ya la había mandado a paseo
una vez y que no dudaría en hacerlo otra vez si ella se atrevía a proponer una
relación más permanente. El era un hombre muy viril y ella había estado dispuesta
cuando había necesitado una mujer. Era así de sencillo. Si se había imaginado otra
cosa, sería mejor que se olvidara.
—Becky y yo hemos pasado unas vacaciones maravillosas y yo también tengo
que volver al trabajo.
—No estoy diciendo que os vayáis a casa —replicó él inmediatamente—.
Quiero que las dos vayáis a Barcelona conmigo. Es más —se volvió hacia ella y la
agarró de las manos—, no tenía pensado pedírtelo tan pronto, pero me veo obligado,
Kristie. Quiero que te cases conmigo.
Capítulo 9
El corazón de Kristie empezó a latir a mil por hora. Era lo último que podía
haberse esperado.
—¿Por qué? —le preguntó ella sin saber qué decir. Naturalmente, ella no podía
aceptar después de todos los razonamientos que se había hecho y, además, creía que
la propuesta de Lucio tenía algún motivo oculto.
—¿Por qué un hombre pide matrimonio a una mujer?
—Normalmente, porque la ama —contestó ella—, pero ése no es tu motivo.
Hasta el momento no he visto ninguna demostración de que me quieras. Es posible
que desees mi cuerpo, pero nada más.
Lucio suspiró y la miró con ojos tristes.
—Tienes razón. Estaba pensando en Rebecca. He oído lo que te dijo antes sobre
no conocer a su padre y he querido enmendar ese fallo.
—¿Te casarías conmigo sólo por eso? —le preguntó ella con incredulidad.
—Creo que saldría bien. Todavía nos atraemos después de quince años.
—Pero ha cambiado lo que siento por ti. Una vez quise casarme contigo, Lucio,
ya lo sabes. Lo quise con toda mi alma, pero he cambiado y tú has cambiado. No
saldría bien.
—Entonces, ¿lo rechazas? —la miró con los ojos entrecerrados.
Ella asintió con la cabeza y retiró la mano de la de él. Lució tomó aire y se
levantó.
—A lo mejor tienes que pensártelo dos veces, Kristie. Pensé que te alegraría,
aunque sólo fuera por Rebecca. Va a sentirse muy desgraciada cuando se entere.
—¿Vas a decírselo? —ella también se levantó con un gesto de furia—. ¿Vas a
decirle que te he rechazado? ¿Qué clase de monstruo eres?
Tenía el pulso a cien y echaba chispas por los ojos. No podía creerse lo que
acababa de oír ni que fuera el mismo hombre que le había hecho el amor tan
maravillosamente.
—Uno que se preocupa por su hija. Quizá tú hayas preferido mantenerla al
margen de mí durante quince años, pero yo no tengo un corazón tan duro. Quiero
que formemos una familia de la que Rebecca pueda estar orgullosa.
—¿Quieres decir que estás pensando en tu propia reputación? —le preguntó
ella bruscamente—. Si se hiciera público que tienes una hija de quince años, tu
imagen se resentiría, pero si te casaras con su madre, todo cambiaría, ¿verdad? Te da
igual no estar enamorado de mí ni que no lo esté de ti. Sólo piensas en ti mismo.
Kristie se marchó. Estaba atónita. ¿Estaría Lucio dispuesto a casarse con ella
para darle a Becky el padre que tanto deseaba? ¿Se casaría con una mujer a la que no
había querido nunca? No parecía de las cosas que Lucio haría sin más.
—Me alegro de volver a verte, Kristie. No has cambiado nada, sigues igual de
guapa. Tu hija también es muy guapa. Gracias por haberla traído para que la
conociéramos.
Bonita, en cambio, no parecía nada agradecida y la miró con antipatía. Kristie
decidió marcharse.
Capítulo 10
Había pasado la hora de comer, pero Kristie no tenía hambre, aunque Marieta
había preparado una fuente de jamón y quesos. Estaba tumbada en la cama con los
ojos cerrados y seguía dándole vueltas a las envenenadas palabras que le había dicho
Bonita sobre su hija. Si además añadía la propuesta de matrimonio de Lucio, su
cabeza era un torbellino. Entonces, tuvo la sensación de que no estaba sola. Abrió los
ojos y se encontró a Lucio que la miraba.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó ella mientras se sentaba de un salto.
—Vivo aquí —contestó él con una levísima sonrisa.
—Quiero decir, ¿qué haces en mi cuarto?
No le hacía ninguna gracia que hubiera entrado sin su permiso.
—He venido a buscarte.
—¿Por qué?
—La casa está vacía. Me he enterado de que Rebecca está conociendo a mis
padres y…
—¿Por qué no me has avisado de que viven aquí? —lo interrumpió ella con
furia—. Sabes que tu madre nunca me aceptó.
—Mi madre nunca te aceptó, en tiempo pasado. Ahora, las cosas son distintas.
—¿Por Becky? —gritó ella—. No lo creas. Me ha despellejado por habérosla
ocultado.
—¿No crees que te lo mereces? Sólo Dios sabe lo enfadado que estoy contigo
por haberme privado de ver crecer a mi hija.
Kristie volvió a cerrar los ojos y tomó aire lentamente. Si todo el mundo estaba
contra ella, ¿qué hacía allí?
—Para empezar, tienes suerte de que me pusiera en contacto contigo —le
espetó ella mientras se levantaba—. Además, si lo único que voy a sacar de ti y de tu
madre son reproches, te negaré el derecho a volver a verla.
Los ojos de Lucio soltaron un destello de ira.
—No puedes hacerlo. Los tribunales no te lo permitirán, no tengo miedo. Si lo
intentas, te llevaré a juicio.
Kristie sabía que lo haría y que ganaría. No tenía sentido dejarse llevar por la
ira cuando trataba con él, pero tampoco iba a someterse. Tenía su escala de valores y
Lucio no iba a alterársela.
—Esta conversación no lleva a ninguna parte. ¿Por qué has venido?
—¿No te parece evidente? —él arqueó una ceja—. Tenemos asuntos pendientes
y he pensado que ya que Rebecca no está cerca, sería un buen momento para hablar.
Lucio había estado tan convencido de que Kristie accedería a casarse con él, que
la negativa lo había desconcertado. En realidad, lo había enfurecido. Le había hecho
una oferta inigualable. Tenía que ser muy difícil criar sola a Rebecca y en ese
momento, más que nunca, la chica necesitaba la mano firme de un padre. Tenía
amigos con hijas de esa edad y sabía lo complicadas que podían ser. Aunque tenía
que reconocer que Rebecca parecía muy equilibrada, amable e inteligente. Además,
le había dicho que quería ser terapeuta ocupacional, lo cual le había impresionado
mucho. Sin embargo, aparte Rebecca, Kristie también necesitaba un hombre y en las
montañas ella le había demostrado que él podía ser ese hombre. Al hacer el amor con
ella había vuelto a sentir todo lo que había sentido siempre y sabía que a ella le había
pasado lo mismo. Entonces, ¿qué tenía contra él? ¿Seguía resentida o tenía miedo?
¿Tendría miedo de la reacción de su cuerpo al de él? ¿Tendría miedo de mostrar sus
sentimientos después de tanto tiempo? ¿Sería orgullo?
Era una pena que lo hubieran reclamado porque allí no tenían la misma
intimidad que en la montaña.
—Puedes hablar todo lo que quieras —los ojos color amatista brillaron con
firmeza—. Ya te di una respuesta y no voy a cambiarla.
Estaba tan guapa que Lucio sintió ganas de tumbarla en la cama y hacer el amor
con ella una y otra vez. Lo excitaba sólo con mirarlo. ¡La deseaba! Deseaba que
Kristie fuera su mujer y estaba dispuesto a conseguirlo como fuera.
—¿Por qué? —le preguntó él—. Nuestra relación sexual puede ser perfecta.
—El matrimonio no es sólo sexo. También tiene que haber una conexión mental
y me temo que nuestras mentes están en distintas longitudes de onda.
—¿A qué te refieres?
Lucio sabía a qué se refería. Siempre se reducía al dinero y la forma en que la
había rechazado para alcanzar su ambición. Quizá se hubiera equivocado, pero
casarse con ella habría significado renunciar a planes que llevaba años albergando.
El, sin embargo, no había esperado que ella hubiera desaparecido de su vida. Había
pensado que podrían seguir siendo amantes y en ese momento no iba a cometer el
mismo error. No iba a dejar que se escapara.
—Me refiero a que mi cabeza no se mueve por impulsos del dinero. Si
hubiéramos vuelto a encontramos y no tuvieras un céntimo, me habría casado
contigo.
—Lo cual es la mayor estupidez que he oído en mi vida —bramó él.
Sin embargo, también cayó en la cuenta de que si decía eso, tenía que quererlo y
si lo quería, ¿qué diferencia había entre casarse con un hombre rico u otro pobre?
¿Qué tenía ella contra el dinero? El no tenía que contar cada céntimo como habían
hecho sus padres cuando se casaron. Tampoco era derrochador, aunque sabía que
Kristie pensaba lo contrario. Pagaba muy bien a sus empleados, se ocupaba de su
padre y su madre y daba dinero a obras benéficas. ¿Qué tenía eso de malo? Sólo le
faltaba una mujer. Además, sabía que Kristie no pasaba penurias. Su pequeña
empresa le iba muy bien. Si en su momento hubiera sabido que ella era la autora de
aquel brillante software, se habría puesto en contacto con ella. Juntos habrían
conquistado el mundo.
—A lo mejor soy estúpida, pero soy feliz. ¿Puedes decir sinceramente que eres
feliz siendo un soltero que se acuesta con cientos de mujeres y no se casa con
ninguna? Casi todos los hombres han formado una familia a tu edad. Tu madre
esperaba un montón de nietos. Está muy decepcionada contigo.
—No para de repetírmelo. A lo mejor tú y yo podríamos hacer algo para que su
sueño se haga realidad.
—Será tu sueño, Lucio. Empiezo a estar harta de esta conversación. ¿Te
importaría marcharte? Quiero darme una ducha.
—La verdad es que sí me importa. Todavía hay algo que tenemos que hablar.
Kristie levantó la barbilla y lo miró descaradamente con aquellos ojos
arrebatadores.
—¿Qué tengo que hacer para convencerte de que no voy a casarme contigo?
—Quiero a mi hija.
A Kristie se le heló la sangre. Lucio solía conseguir lo que quería. Se había
convertido en un hombre poderoso que creía que podía comprar cualquier cosa con
dinero. Sin embargo, no podría comprar a su hija y lo sabía. Por eso quería casarse
con ella. No era porque la amara. Las buenas relaciones sexuales eran secundarias,
un añadido. Lo miró sin parpadear.
—Quieres a Becky. Parece como si fuera algo que puedes comprar. No puedes
comprar el amor de los demás. A Becky le encantaría que me casara contigo, ya lo sé,
pero está obnubilada por tu dinero. No te conoce de verdad. No conoce al hombre
que nunca estaría a su lado; el hombre que piensa más en su empresa que en los seres
queridos. Yo, por lo menos, tuve la consideración de trabajar en casa para no dejarla
sola.
—Pero no tuviste la consideración ni la deferencia de decirme que estabas
embarazada —la miró con ojos acusadores—. No eres ninguna santa, Kristie.
Una punzada de remordimiento le atravesó el corazón. Era verdad, pero lo
había hecho con buena intención, pensó sinceramente que él se enfurecería, que la
culparía a ella. Quiso evitárselo a Lucio. Para ella, la vida habría sido un infierno si él
no hubiera alcanzado sus ambiciones.
—La verdad es que pienso que te hice un favor, Lucio.
—No es la cuestión —replicó él implacablemente—. Estamos hablando de aquí
y ahora.
Claro que no era la cuestión, él sabía perfectamente que ella tenía razón.
—No voy a casarme contigo sólo para que Becky pueda tener un padre que no
necesita.
—Me necesita —afirmó él vehementemente—. ¿Acaso no fue el motivo para
que fueras a verme? Ya no puedes cambiar el argumento, Kristie.
Estaba acorralándola contra una esquina. Kristie cerró los ojos y se arrepintió en
cuanto notó su aliento y su boca que rozaba la de ella. Sin embargo, no iba a
conseguir nada con artimañas físicas. Lo había decidido, nunca se casaría con Lucio
Masterton.
Capítulo 11
Kristie se quedó sin aire y con la mirada clavada en la puerta. Quiso ir detrás de
Lucio, pero supo que no serviría de nada. Dijo muy en serio que le arrebataría a
Becky y estaba asustada. Era muy capaz, pero ¿cómo? Becky estaba tan ilusionada
con su padre que la convencería fácilmente para que pasara tiempo con él y una vez
que la tuviera no la soltaría nunca. Kristie maldijo el día que lo llamó por teléfono.
Lucio conseguía todo lo que se proponía sin importarle el medio y se había marcado
un objetivo: su hija.
Durante el resto de la tarde, hasta que Becky volvió de sus compras, Kristie no
salió de su habitación. No dejó de pensar en una posible escapatoria. ¿Tendría que
emigrar a la otra punta del mundo? Desaparecería con Becky. Sin embargo, no quería
dejar la comodidad de su casa, era muy feliz y tenía un negocio. ¿Por qué iba a
permitir que Lucio la asustara? No podía llevarse a Becky contra su voluntad y si la
avisaba de la situación, su hija se pondría en guardia. Aunque también era posible
que Becky quisiera vivir con su padre. ¿Aprovecharía la ocasión?
Tenía la cabeza como un bombo, se tomó dos pastillas y se tumbó en la cama.
Cuando oyó que se abría la puerta, miró asustada al pensar que era Lucio otra vez.
—Hola, mamá, ¿qué tal estás? ¿Te sientes mal? Me lo he pasado de maravilla.
Barcelona tiene unas tiendas maravillosas y la abuelita me ha comprado un top
fantástico.
—Habría preferido que no se lo hubieras permitido —Kristie se levantó de un
salto.
—¿Por qué? —le preguntó Becky con un gesto de decepción.
—No quiero que ella piense que yo no puedo permitirme vestirte.
—No seas tonta, mamá. Ella no pensará eso. Es adorable.
Kristie no habría utilizado esa palabra para describir a la madre de Lucio.
—¿Qué te pasa, mamá? ¿Por qué estás tumbada en la cama? ¿Dónde está papá?
He creído que la casa estaba vacía. He pensado que os habíais ido juntos a algún
sitio.
—No sé dónde está tu padre. Me duele la cabeza.
—¿Habéis discutido? No parecíais muy contentos cuando vine antes.
—Hemos discutido un poco, sí —le pareció que no tenía sentido mentir.
—¿De qué?
—De nada que deba preocuparte.
—Ya dijiste eso la otra vez. Quiero saber qué está pasando.
—No voy a decírtelo, Becky. Es algo personal.
¿Cómo iba a contarle que su padre pensaba raptarla? No la creería.
—No como tú crees. No hay motivos para no llevar una buena vida amorosa,
aunque no estemos de acuerdo en ciertas cosas.
Mientras hablaba, Lucio le tomó los pezones entre los dedos. Ella abrió los ojos
como platos y dejó escapar un leve gemido de excitación. Entonces, antes de que ella
pudiera decir algo, él bajó la mano e introdujo los diestros dedos en la parte inferior
del bikini hasta encontrar la ardiente esencia que palpitaba de anhelo. Ella se
estremeció sin control y tuvo la irresistible necesidad de aferrarse a él, pero no lo hizo
al pensar que su hija podría verlos. Quiso apartarlo de un empujón, pero tampoco
quería que Becky lo viera. Lucio lo sabía y por eso se aprovechaba. Cada centímetro
de su cuerpo palpitaba de placer voraz y se estrechaba contra la mano de él mientras
se sentía al borde del abandono más desenfrenado.
—¿Te gusta?
—Sí… —jadeó ella—, pero si no paras en este instante, mi hija se dará cuenta…
—¿Tan cerca estás?
—Lo sabes perfectamente.
—¿Puedo ir a tu cama esta noche?
—¡Sí! —exclamó ella antes de tener un destello de cordura—. ¡No! Por favor,
Lucio, para.
Era una tortura no lanzarse contra él y dejarse llevar por las devastadoras
sensaciones que se adueñaban de ella. Quería sentir la erección y alcanzar el clímax
entre sus brazos. Quería que él sintiera su excitación, que formara parte de ella.
—¿Realmente quieres que pare? —le preguntó él tranquilamente mientras sus
dedos la derretían.
—¡No! ¡Sí! No lo sé…
Ya era demasiado tarde. Se estremeció en un clímax silencioso aunque no supo
cómo consiguió no gritar. Lucio la estrechó contra sí y si Becky estuviera mirándolos,
no se daría cuenta de que su madre había tenido unos de los orgasmos más
fantásticos de su vida. Kristie quiso hundirse hasta el fondo de la piscina para gozar
de cada oleada de placer que la dominaba. Cada mínimo movimiento era un mundo
de sensaciones y cada vez que se estrechaba contra Lucio, él la apretaba más entre los
brazos.
—¿Te ha gustado?
Ella asintió con la cabeza al no poder articular palabra.
—Eres fantástica, ¿lo sabías?
—Lo único que sé es que no tengo fuerzas para moverme.
—No importa. Podemos seguir así todo el tiempo que quieras.
—¿Dónde está Becky?
—Sigue al otro lado de la piscina —la tranquilizó él—. No sabe lo que está
pasando. Sonríe de felicidad. Le gusta que nos llevemos bien. Y vamos a llevarnos
bien durante el resto de sus vacaciones, ¿verdad?
Kristie no supo si eso era una amenaza, pero asintió con la cabeza llevada por la
euforia.
—Así me gusta.
El siguió abrazándola y acariciándole el pelo hasta que notó que a ella le
abandonaban las fuerzas. Cuando Becky se reunió con ellos, Kristie ya se sentía casi
normal. Seguía sintiendo como un resplandor por dentro, pero por fuera no se
notarían las violentas erupciones que la habían abrumado. Sin embargo, hacía mucho
tiempo que no se sentía tan feliz y se olvidó de lo que le esperaba en el futuro.
Parecían una familia feliz y sintió cierta tristeza cuando Lucio dijo que era suficiente.
Fueron a sus habitaciones, se ducharon y se cambiaron. Durante la cena, Lucio
estuvo muy cariñoso y nada dejó traslucir que le había dado un ultimátum. Kristie
no podía dejar de pensar si luego iría a su cama. Sabía que no debería permitírselo,
que eso significaría claudicar físicamente y en cualquier otro sentido. Por otro lado,
también sabía que no tendría fuerzas para impedírselo. Sólo de pensar en lo que
había pasado en la piscina, se le tensaban los músculos de las ingles y todo el cuerpo
le vibraba. Durante la cena, él la había mirado provocativamente y ella había
intentado no hacer caso por su hija, pero una vez sola en su habitación, todo su
cuerpo anhelaría tenerlo entre los brazos.
Pasó exactamente como se había imaginado.
Abrió la puerta cuando él llamó levemente con los nudillos, sus miradas se
encontraron y ella se apartó para dejarlo entrar. No hicieron falta las palabras. Sus
cuerpos estaban ardientes y se arrojaron en brazos del otro. Las bocas se devoraron y
sus cuerpos se fundieron e hicieron el amor una y otra vez.
Se convirtió en un ritual de todas las noches. Durante el día, Lucio estaba con
ellas, aunque había veces que se encerraba en el despacho. Se lo había enseñado a
Kristie y ella se quedó profundamente impresionada. Tenía las últimas novedades
ideadas y fabricadas por su propia empresa. Con sólo apretar un botón, podía
ponerse en contacto, oral y visual, con cualquier parte del mundo. Toda la casa
disfrutaba de una tecnología parecida. Todo funcionaba con control remoto o al
apretar un botón en un panel de la pared. Las puertas de la calle se cerraban
automáticamente y se abrían con la voz. También tenía guardaespaldas, tan discretos
que Kristie no los notó en un primer momento, un jardinero y un encargado de la
piscina. A Kristie no le gustaría vivir así. Durante las cenas, a las que a veces se
apuntaban los padres de Lucio, él estaba encantador, les contaba anécdotas de su
trabajo y Becky escuchaba absorta todas sus palabras. A Kristie la preocupaba qué
podría pasar cuando volviera a su vida más modesta y anodina en Inglaterra.
Lucio no volvió a decir nada de quedarse con Becky y Kristie se preguntó si
habría cambiado de idea o si esperaba que fuera ella quien cambiara de idea; si
esperaba que ella echara tanto de menos aquellas sesiones de amor desenfrenado que
decidiera casarse con él.
Durante una cena, a la que sólo había asistido su madre porque su padre no se
encontraba muy bien, llamaron a Lucio al teléfono. Becky también se había ido a ver
el correo electrónico en el ordenador que Lucio le había puesto en su cuarto.
—Mi hijo me ha dicho que te ha pedido que te cases con él y lo has rechazado
—le dijo Bonita sin preámbulos.
Kristie se quedó espantada de que Lucio se lo hubiera contado a su madre.
Bonita estaba chapada a la antigua y no le gustaba que él hubiera tenido un hijo fuera
del matrimonio.
—Efectivamente —reconoció Kristie a regañadientes—. Lucio no me lo ha
pedido por amor, me lo ha pedido porque quiere quedarse a Becky. ¿Qué mujer en
su sano juicio se casaría con un hombre que no la quiere?
—¿Quieres tú a mi hijo?
Se lo preguntó tan directamente que Kristie se ruborizó. Estaba enamorada de
Lucio como amante, pero no de Lucio como hombre y padre. Amarlo no tenía
sentido. Daba igual lo que su madre pensara o quisiera, Lucio no la había querido
nunca para casarse con ella, ni siquiera hacía dieciséis años. Sus motivos eran
egoístas.
—No, no quiero a Lucio —contestó ella despreocupadamente.
—Entonces, ¿por qué has vuelto a meterte en su vida?
—¡Lo hice por Becky! Ella quería conocer a su padre.
—¿Y ahora?
—No sé qué quiere decir.
—¿Ahora vas a volver a llevártela?
Kristie levantó la barbilla y la miró altivamente.
—No puedo vivir con un hombre al que no quiero.
—¿Ni por tu hija?
—No voy a impedir que lo vea.
—¿Verlo? Sigues siendo tan egoísta como siempre. Ojalá mi hijo no te hubiera
conocido.
—¿Cree que no he deseado lo mismo cientos de veces?
—¿No quieres a tu hija? —le preguntó la mujer con los ojos entrecerrados.
—Claro que quiero a Becky. No puedo imaginarme mi vida sin ella.
—Como Lucio no puede imaginarse la suya sin su hija.
—¿Le ha pedido que intervenga en su nombre? —le preguntó Kristie llena de
ira.
—Mi hijo no sabe que estoy hablando contigo, se pondría furioso. Es mayor y
sabe defenderse solo.
—Me alegro de que se haya dado cuenta —replicó Kristie irónicamente—, pero
si piensa que su intervención facilitará las cosas, está muy equivocada. Lucio y yo
solventaremos este asunto a nuestra manera.
—Hasta el momento no te va muy bien.
—¿Por qué sabes eso? —le preguntó Kristie.
—Sé lo que veo.
Los había visto jugar a las familias felices, pero no los había visto hacer el amor
por la noche. Salvo que… Kristie sintió un escalofrío. Salvo que los hubiera visto en
la piscina y hubiera captado lo que Lucio podía hacer con ella. El escalofrío dio paso
a la furia.
—No ha visto nada. Lucio y yo nunca coincidiremos.
—Ya lo sé y, sinceramente, no te quiero de nuera, pero quiero que mi hijo sea
feliz. Si casarse contigo le hace feliz, eso es lo que tienes que hacer, aunque no lo
ames.
Kristie no daba crédito a lo que estaba oyendo. Era como si toda la familia
Masterton la tuviera acorralada contra una esquina. Además, si se lo planteaba a
Becky, su hija también querría que se casara con Lucio. Más aún, Becky se sentiría
destrozada cuando tuvieran que irse.
—No necesito que me hagas ningún plan —Lucio había entrado en la
habitación y miraba a su madre con los ojos rebosantes de furia—. Puedo ocuparme
yo solo.
Su madre se encogió de hombros, farfulló algo en español, se levantó y se
marchó.
—Te pido disculpas. Mi madre no tiene derecho a meterse en nuestros asuntos.
—Las madres se preocupan.
—Claro, pero deberían saber cuándo morderse la lengua.
Kristie pensó que a ella se lo iban a contar. Bonita era la mujer más indiscreta
que había conocido. A veces costaba entender que George se hubiera casado con ella
y siguieran juntos. Ella había ido a verlo, cuando sabía que Bonita estaba fuera, y la
había recibido muy cariñosamente.
—¿Qué te ha dicho exactamente mi madre aparte de proponerte matrimonio en
mi nombre? —le preguntó Lucio mientras volvía a sentarse a la mesa y mirándola a
los ojos.
Ella sintió un estremecimiento en las entrañas que se convertiría en anhelo si
seguía mirándola de aquella manera. A veces tenía la sensación de que él podía leer
todo lo que ella pensaba y sentía.
Capítulo 12
Lucio estaba furioso con su madre por hablar con Kristie de cosas tan
personales. Quién sabía qué podría haberle dicho si él no hubiera aparecido.
Efectivamente, pensaba que Rebecca necesitaba un padre y que Kristie tenía que
casarse con él por la seguridad de su hija, pero su madre no podía entrometerse y se
lo diría en cuanto la viera. Pero no lo haría esa noche cuando todavía estaba furioso.
Esa noche necesitaba a Kristie en su cama como no la había necesitado nunca, podría
entregarse a su cuerpo y olvidarse de todo el mundo. Había conocido a otras
mujeres, pero ninguna había despertado sus sentimientos más profundos como
Kristie. Ella hacía que perdiera el sentido de deseo. Era como si sus cuerpos
estuvieran hechos el uno para el otro. Ella se apoderaba de su alma y él estaba
deseando entregársela por completo.
Estaba muy decepcionado porque ella había rechazado casarse con él, había
dicho en serio que quería que Becky formara parte de su vida en el futuro. No la
había disfrutado durante los primeros quince años y quería estar con su hija. Si
Kristie no cambiaba de idea antes de marcharse de allí, él tomaría cartas en el asunto.
Sin embargo, era posible que estuviera precipitándose. Si su relación física era un
dato a tener en cuenta, tenía muchas esperanzas para el futuro.
—¿Qué tenía que decir tu madre? —le preguntó Kristie como si hubiera leído
sus pensamientos.
Lucio lo oyó como si le hablara desde muy lejos y no contestó. Ella se levantó y
él la tomó bruscamente entre los brazos.
—Me da igual lo que tuviera que decir, vamos a la cama.
Mucho tiempo después, cuando sus cuerpos estaban lánguidos y Kristie
apoyaba la cabeza en el hombro de él, que le pasaba los largos dedos por los pechos,
Lucio habló.
—Creo que podríamos ir a Barcelona. Es una ciudad preciosa y no te la he
enseñado.
—Me encantaría. ¿Puede venir Becky?
—Claro, pero antes creo que tengo que hacer otro reconocimiento de tu cuerpo.
No salieron hasta media mañana. Lucio estaba muy orgulloso de esa ciudad
que era como un segundo hogar para él. La Rambla era una calle ancha y larga que
discurría hacia el mar. Era muy bulliciosa y estaba llena de turistas y lugareños. La
arquitectura era incomparable y había una gran diversidad de tiendas, quioscos de
periódicos, puestos de flores, cafés y muchas otras cosas. Lucio quiso llevarlas a un
restaurante muy buen, pero Kristie se empeñó en sentarse en una terraza para ver
pasar a la gente.
—Rambla quiere decir torrente en árabe —les comentó Lucio mientras tomaban
un refresco—. Corría por aquí sobre un lecho arenoso antes de que lo pavimentaran.
—¡Es increíble! —exclamó Kristie que miraba a todos lados.
—Sonríe y disfruta —siguió él—. Voy a darme una ducha. ¿Quieres venir
conmigo?
Kristie negó con la cabeza.
—Vamos, no te pongas de morros —él le pasó un dedo por la barbilla y le
hirvió la sangre—. No vamos a estropeárselo a Rebecca. ¿No te has dado cuenta de lo
contenta que está porque nos llevamos bien? No vamos a estropearle el cumpleaños,
¿verdad?
Lucio se inclinó y la besó en los labios. Kristie se sintió perdida. Lucio era
irresistible cuando se ponía así.
Kristie se vistió especialmente para la fiesta. Tenía un brillo especial y una
sonrisa imborrable en los labios por haber hecho el amor. No se había llevado nada
que se pareciera a un vestido de fiesta, pero tenía una blusa negra de seda y unos
pantalones vaporosos también negros que con un cinturón dorado y unas sandalias
de tacón alto le sacarían del apuro. Estaba buscando el collar en el cajón cuando entró
Lucio.
—Permíteme —se ofreció él.
Kristie tuvo tanto miedo de que él quisiera volver a hacer el amor que estuvo a
punto de rechazarlo. No era nada sensato dejar que Lucio la tocara y desencadenara
toda una reacción en su cuerpo que ella no pudiera detener. Además, él lo sabía.
Lo miró en el espejo mientras le abrochaba el collar. Luego, él le tomó los
pechos entre las manos y le acarició los pezones. Kristie se sintió desbordada por una
oleada de placer, lo cual no dejaba de ser sorprendente, si se tenía en cuenta que
habían hecho el amor hacía muy poco tiempo. Lucio lo conseguía, hacía que se
sintiera mujer. Sería un delito dejarlo escapar.
—Lucio, si seguimos así, nunca iremos a la fiesta —le avisó ella con una sonrisa.
Entonces, llamaron a la puerta y entró Becky.
—Mamá, papá, ya estoy arreglada. ¿Qué os parece?
No pareció sorprenderse de encontrarlos tan juntos y Kristie se preguntó si
sabría que él se colaba todas las noches en su dormitorio.
—Estás impresionante, cariño —la alabó ella.
—Muy mayor… —añadió Lucio.
Llevaba uno de los vestidos que le había regalado Lucio y Kristie comprendió
que él había tenido presente la fiesta cuando la llevó de compras. El vestido sin
tirantes la hacía más esbelta y mayor que los dieciséis años que había cumplido.
Tenía el pelo oscuro suelto y estaba levemente maquillada. En los pies llevaba un par
de zapatos con unos tacones ridículamente altos. También llevaba el reloj que le
había regalado Kristie y Lucio sacó una caja muy fina del bolsillo.
—Feliz cumpleaños, cariño.
—Pero papá, me has comprado un montón de cosas y has organizado la fiesta.
No quiero nada más.
Capitulo 1 3
Forman una pareja impresionante, ¿verdad?
—Kristie se volvió y se encontró con la madre de Lucio—. Lucio conoce a
Simona desde hace mucho tiempo. Yo creía que llegarían a casarse.
—¿Sigue deseándolo?
Kristie vio a Lucio que la abrazaba y la besaba en los labios. Era evidente que
los dos se gustaban.
—Quiero que mi hijo sea feliz, decida lo que decida.
Kristie no creía que la diplomacia fuera el punto fuerte de Bonita y receló.
—Creía que usted quería que se casara conmigo…
—Sería lo mejor —replicó la mujer con resignación—, aunque él quiere a
Simona.
A Kristie se le cayó el alma a los pies. Los besos y abrazos de Lucio y Simona
confirmaban las palabras de Bonita. Kristie supo que si bien había albergado la idea
de casarse con él, eso ya era imposible.
—Discúlpeme —le pidió a Bonita.
Kristie desapareció entre la multitud con la sonrisa en los labios y sin dejar
entrever que su mundo se había derrumbado. Unos minutos más tarde notó la mano
cálida de Lucio sobre su hombro.
—Kristie, me gustaría que conocieras a alguien. Kristie se volvió sin dejar de
sonreír aunque el esfuerzo estuviera matándola.
—Te presento a Simona Carrasco, una amiga mía de toda la vida. Simona, te
presento a Kristie Rivers, la madre de mi hija.
Simona clavó los ojos en la cara de Kristie descaradamente y con un odio
evidente.
—Qué interesante —dijo ella con una voz muy modulada.
A Kristie no le salió la voz. Sonrió y miró a Lucio con rabia. ¿La madre de su
hija? No era su amiga ni su amante, era la madre de su hija, como si ella le hubiera
prestado un servicio al tener una hija. Lucio, sin embargo, le sonrió cariñosamente.
—Simona ha vuelto hoy del Caribe. No creía que fuera a venir.
Kristie pensó que habría preferido que no hubiera ido. Supuso que había ido
porque había oído hablar de Becky y su madre y había querido verlo con sus propios
ojos. También era evidente que no le había gustado lo que había visto.
—Vamos a bailar —le propuso Simona cuando la música pasó a ser lenta y
romántica.
Agarró a Lucio de la mano y lo arrastró hasta la pista de baile. El puso los ojos
en blanco y miró a Kristie disculpándose. Ella sonrió y se dio la vuelta para no ver la
escena. El padre de Lucio se acercó a ella.
—Vamos a sentamos —dijo él mientras dirigía la silla de ruedas hacia una zona
alejada de la música—. Ya veo que has conocido a Simona.
Kristie asintió con la cabeza y apretó los labios para no decir nada por si acaso a
él también le gustaba esa mujer.
—No le hagas mucho caso. Hace mucho tiempo que se fijó en Lucio, pero a él
no le interesa.
Kristie pensó que a ella no le había parecido lo mismo.
—Sale con ella cuando viene aquí —siguió George—, pero no hay nada más.
Simona mantiene la esperanza mientras él siga estando soltero. Ha tenido que ser un
golpe muy fuerte para ella enterarse de tu existencia y de la de Becky. Yo apuesto por
ti.
Kristie posó la mano en la de él.
—Gracias, eres muy amable.
Sin embargo, Kristie no tuvo el valor de decirle que no creía que eso fuera a
pasar.
—Tantos años desperdiciados —él le tomó la mano entre las suyas y la miró con
sus ojos azules—. Es muy triste. Al ver a Becky me acuerdo de ti en aquellos tiempos.
Tan joven y llena de vida, no es que ahora no lo estés, pero estabas tan enamorada…
Yo quería que te casaras con Lucio, aunque no sirvió de nada. El era demasiado joven
y ambicioso para sentar la cabeza.
—Siento no haberos dicho nada del bebé. El rechazo de Lucio me dolió mucho y
no quise volver a pasar por lo mismo. Pensé que se enfadaría y que incluso podría
decir que me había quedado embarazada intencionadamente.
—Y criaste sola y valerosamente a Becky. Te admiro, Kristie. Ella te honra.
—Gracias, George —con el rabillo del ojo vio un destello granate que
desaparecía por un rincón del jardín. Miró a la multitud y no vio a Lucio. Se sintió
dominada por la ira—. Perdona. Tengo que ir a comprobar una cosa.
—Me parece bien —asintió George con una sonrisa—. No permitas que Simona
piense que va a salirse con la suya.
Kristie sonrió y se sintió mucho mejor al saber que contaba con el apoyo de
George. Sin embargo. Becky la abordó por el camino.
—Mamá, tienes que conocer a mis amigos.
Pasaron bastantes minutos antes de que pudiera ir a buscar a Lucio. No estaba a
la vista y no pudo evitar pensar que se había ido con Simona a su dormitorio. Le
partía el corazón pensar que en ese momento podía estar haciendo al amor
apasionadamente con ella. Se cubrió el cuerpo con los brazos y decidió que él no
volvería a tocarla.
En lo alto de la escalera se encontró con Simona que la miró con los ojos como
ascuas.
—Vaya, justo la persona que estaba buscando.
Kristie levantó la barbilla y se preparó para la batalla.
—No sé de qué podemos hablar.
—Puedes estar segura de que yo tengo muchas cosas que decirte. ¿Vamos a tu
habitación?
—No. Aquí estamos muy bien.
—¿Sabrás que Lucio está enamorado de mí? —le espetó Simona sin rodeos.
—No, no lo sabía. ¿Estás segura? A casi todos los hombres les gusta alardear de
su vida amorosa. Lucio no me ha hablado de ti.
Simona frunció levísimamente el ceño.
—Porque es discreto, pero si estás haciéndote ilusiones, que sepas que sólo eres
la madre de su hija —Simona lo dijo con tono de burla—. Creo que tengo que
advertirte de que estás perdiendo el tiempo. Lucio y yo estábamos pensando en
casarnos antes de que aparecieras en escena. Me había hablado de ti y de cómo le
suplicaste que se casara contigo cuando no eras mayor que tu hija ahora; de cómo le
ocultaste a su hija durante todos estos años —sus expresivos ojos irradiaban
hostilidad—. Te odia por eso. Está siendo amable contigo por Rebecca, pero está
deseando que te vuelvas a Inglaterra y lo dejes seguir con su vida.
—Una vida que te incluye, supongo… —le preguntó Kristie con gelidez.
Kristie se sentía como una estatua de hielo y se preguntó si se derretiría cuando
Simona se hubiera ido o se quedaría así para toda la vida. Sabía que la mujer de
granate estaba siendo hiriente, pero lo que decía tenía parte de verdad.
—Sí —contestó Simona—. No puedo imaginarme la vida sin Lucio. Cuando él
está en Inglaterra, mi corazón sufre un poco, aunque hablamos todos los días.
—Aun así, te fuiste de vacaciones sin él —Kristie no pudo disimular la sorna—.
¿O hay algún otro hombre que te consuela cuando no está él?
Un fugaz destello en los ojos de Simona le dijeron que había tocado una fibra
sensible, pero su voz no lo reflejó.
—¿Para qué iba a querer a alguien más si tengo a Lucio? Aproveché que él
estaba en Londres para tomarme unas vacaciones. Lucio incluso me ha pagado, es un
hombre muy generoso. Me hace regalos constantemente.
Kristie pensó que por eso se agarraba a él, que sólo le interesaba su cuenta
bancaria, que temía perder el mundo de lujo que se había imaginado. Sin embargo,
Kristie no necesitaba advertencia alguna. Ya había comprobado lo mucho que esa
provocadora mujer de granate atraía a Lucio y se tocó el collar de diamantes que
llevaba colgado del cuello.
—Efectivamente, es muy generoso —vio con gran placer que Simona fruncía el
ceño—. Si has terminado, me gustaría seguir con la fiesta. Becky se preguntará dónde
estoy.
—Un segundo —Simona le cortó el paso—. Yo creo que Rebecca no es hija de
Lucio, que tú lo dices porque quieres aprovecharte de su fortuna.
Kristie nunca había querido pegar a una mujer como en aquel momento, pero
se contuvo sin saber cómo lo consiguió.
—Es posible que tú mientas para conseguir a un hombre, pero sería lo último
que yo haría.
La apartó de un empujón y bajó las escaleras con la cabeza muy alta sin
importarle lo que Simona pudiera hacer.
—¡Eh! ¿Qué prisa tienes? —Lucio la agarró entre sus brazos cuando salió como
alma que lleva el diablo—. Estaba buscándote.
—Una necesidad corporal —Kristie esbozó una sonrisa—. ¿Dónde está Becky?
—Está bailando. Todos los chicos hablan inglés, pero a Rebecca se le da muy
bien el español.
—Sí, habla francés y sabe algo de alemán.
¿Por qué estaba hablando de eso cuando sólo quería decirle que iba a marcharse
y que podía quedarse con Simona? Seguía furiosa con la insinuación de que ella
quería cazar a Lucio. Era absurdo. Simona era quien quería cazar a Lucio, como
demostraba su provocador vestido granate. ¿Por qué eran tan débiles los hombres?
Sintió un escalofrío.
—¿Te pasa algo, Kristie? —le preguntó él—. Pareces congestionada. ¿Te sientes
mal?
—La verdad es que me siento fatal, pero no digas nada porque no quiero
estropear la fiesta de Becky.
—¿Quieres una aspirina o un vaso de agua?
—No, gracias, pero me gustaría que me dejaran en paz.
Kristie no notó el dolor en los ojos de él.
—Tienes razón. Quizá deberías estar tranquila. Allí está mi padre, ¿quieres
acompañarlo?
Kristie asintió con la cabeza. Lucio la tomó del brazo y la llevó con su padre.
—Kristie no se siente bien. ¿Te ocuparías de ella un rato? Tengo que hablar con
alguien.
—Siempre el trabajo —se quejó su padre aunque Lucio no lo oyó—. El tendría
que estar sentado contigo. No te preocupes, siéntate y cuéntamelo todo.
—Esa mujer es un bicho —afirmó ella mientras miraba a Lucio que se alejaba.
Ella no pudo evitar fijarse en sus caderas estrechas y en su trasero apretado. Era
el hombre más impresionante que había conocido y el más mortífero. Era un
seductor y le habría gustado no haber salido nunca con él.
—¿Quién? ¿Simona?
—Sí.
—¿Te ha incordiado?
—Más o menos. Me ha acusado de mentir sobre la paternidad de Becky. Me ha
dicho que sólo quiero el dinero de Lucio. Casi le pego.
George se rió y le puso una mano en la rodilla.
—Me habría encantado verlo. Es una pécora, pero no deberías dejar que te
altere. Lucio te quiere a ti, aunque es posible que él no lo sepa.
Kristie resopló de incredulidad, pero George siguió hablando.
—Es como todos los hombres de sangre ardiente, le gustan las mujeres guapas.
A mí también me gusta mirar a Simona —añadió entre risas—, sobre todo con ese
vestido. Pero no le des importancia, Lucio sólo tiene ojos para ti.
Kristie pensó que George se engañaba. Lucio sólo quería a Becky.
—¿Qué más te ha dicho la perversa Simona? —añadió George al ver que se
quedaba en silencio.
—La verdad es que preferiría no seguir hablando de eso.
—Muy bien. Entonces, háblame de ti. ¿Qué has hecho todos estos años? Aparte
de criar a mi maravillosa nieta, claro. Mírala.
Becky estaba rodeada de chicos que no se perdían una palabra de lo que decía.
El corazón de Kristie reventó de orgullo. Becky no era tímida, pero estaba en un país
distinto y se comportaba como si los conociera de siempre. Era morena y tenía los
ojos de su padre y parecía como si estuviera en su casa. De repente, captó la mirada
de su madre y la saludó con la mano. Kristie contestó al saludo. Al menos había
alguien que era feliz.
—Es encantadora y te honra. Espero que no vuelvas a alejarla de nosotros.
Kristie sacudió la cabeza.
—Tiene que ir al colegio, claro, pero siempre están las vacaciones. Creo que me
costaría mucho mantenerla alejada. Adora a Lucio y a él le encantaría que ella viviera
con él.
—Pero Becky sólo sería feliz si tú también vivieras con ellos —aventuró George.
Kristie asintió con la cabeza y él le dio una palmada en la rodilla.
—Quién sabe lo que nos deparará el futuro… —sentenció el padre de Lucio.
Kristie se alegró cuando terminó la fiesta. Los invitados fueron marchándose
hasta que sólo quedó Simona. Parecía como si no tuviera intención de marcharse
hasta que se quedara a solas con Lucio.
Capítulo 14
Lucio estaba preocupado por Kristie. Estaba tan contenta y de repente se había
sentido fatal. El quiso que se fuera a la cama, pero sabía que no lo haría mientras
siguiera la fiesta. Quería estar pendiente de su hija y no podía reprochárselo. El sintió
lo mismo.
No había esperado que Simona volviera ese día y tampoco sabía cómo se había
enterado de la fiesta. Sabía perfectamente que estaba enamorada de él, pero él no
estaba enamorado de ella. Era muy guapa y cualquier hombre estaría orgulloso con
ella del brazo, pero también era muy insistente. Le había dicho muchas veces que no
se casaría con ella, pero seguía rondándolo. A ella no le había hecho gracia enterarse
de que él tenía una hija de dieciséis años y lo había atosigado a preguntas. «¿Estás
seguro de que es tuya? ¿Por qué Kristie no te lo dijo antes? ¿Cómo pasó?»
El siempre intentaba deshacerse de ella amablemente porque la apreciaba, pero
esa noche había colmado su paciencia y habría preferido que no se hubiese quedado
hasta el final. Le habría gustado cerciorarse de que Kristie estaba bien.
En ese momento estaba obligado a llevarla a su casa.
—Mi chófer te acercará —le había dicho él cuando ella se lo pidió.
Sin embargo, Simona se quejó remolonamente y le pidió que la llevara él.
Cuando llegaron a su casa, ella lo invitó a entrar y quedó patente que también
lo invitaba a su cama. No era la primera vez que lo hacía y seguramente no sería la
última, pero esa noche, él quería volver con Kristie. Estaba preocupado y esperaba
que no se hubiera hundido por algo.
—¿De verdad tienes que irte? —le había preguntado ella seductoramente.
—Sí —contestó él lacónicamente mientras la apartaba—. Quiero ver qué tal está
Kristie.
—A mí me pareció que estaba muy bien cuando hablé con ella…
—Es posible —concedió él al pensar que se refería a cuando se la presentó—,
pero tiene fiebre y no quiero que empeore.
—¿Vas a casarte con ella? —fue la siguiente pregunta cargada de intención.
—Es una posibilidad.
—¿Porque es la madre de tu hija y te parece lo correcto? —él no contestó y ella
siguió—. No saldría bien. Kristie y tú sois polos opuestos. Mientras que tú y yo
somos tal para cual…
—Querida Simona, sabes que eso no es verdad. ¿Desde cuándo nos conocemos?
Ya ni me acuerdo. Somos y siempre seremos buenos amigos. Buenas noches.
—¡Lucio! —exclamó ella cuando él alcanzó la puerta—. ¿Se ha acabado?
Lucio volvió y le acarició los hombros.
despertara. Sin embargo, intuyó que sería un error. No tenía fiebre, pero quizá
todavía estuviera desanimada y sin ganas de hacer el amor.
Cuando Kristie se despertó, estiró el brazo para buscar a Lucio. El otro lado de
la cama estaba vacío y frío. Entonces se acordó de que él había llevado a Simona a su
casa. Desde la ventana había visto cómo la ayudaba a montarse en el coche. Se quedó
tumbada en la cama y esperando a que él volviera, pero acabó durmiéndose y no
sabía si él había vuelto a casa o no. Si había vuelto, sería la primera noche que no
había dormido con ella. ¿Le habría tentado Simona y se habría acostado con ella?
Kristie se llevó las manos a la cabeza para no imaginárselo.
Lucio estaba a la mesa cuando ella bajó a desayunar. El plato vacío le indicó que
él ya había comido. Parecía radiante y animado. Evidentemente, había pasado una
gran noche, se dijo ella con amargura.
—Buenos días, Kristie. ¿Qué tal estás? Tienes mejor aspecto.
Lucio se levantó y la habría abrazado, pero ella le dio la espalda.
—Estoy bien —contestó ella mientras se sentaba en una silla.
—¿Te pasa algo? —le preguntó Lucio con el ceño fruncido.
—Sí —contestó ella con brusquedad—. ¿Quiero irme a mi casa? Ya llevamos
aquí demasiado tiempo.
El volvió sentarse con los ojos entrecerrados.
—¿Puedo saber a qué viene eso?
—¿Tiene que haber algún motivo? Creo que ha llegado el momento. No puedo
dejar indefinidamente la empresa a mi ayudante.
—Yo creía que era don perfecto —ironizó él—. Creo que hay algo más. Ayer
estabas más contenta que nunca hasta que de repente tuviste fiebre, aunque me
parece que fue por furia, no por enfermedad. ¿Qué pasó? ¿Hice o dije algo?
Kristie negó con la cabeza porgue no quería contarle los comentarios de
Simona. El pensaría que estaba celosa y no era verdad, Sin embargo, tampoco iba a
quedarse para presenciar esa repugnante relación.
—No tiene nada que ver contigo —mintió ella—. Te olvidas de que tengo un
negocio.
—¿Has pensado en Rebecca? ¿Quiere irse ella?
—No se lo he preguntado ni pienso hacerlo. Sencillamente, le diré que hay que
volver.
—Espero que no estés pensado en llevarte a mi hija para siempre.
Su voz denotó rabia y sus ojos brillaban de recelo. Tenía todo el cuerpo en
tensión.
—Claro que no —contestó ella—. Podrás verla, no soy tan cruel.
Aunque ella no pensaba volver a estar con él, ya tenía a Simona para satisfacerle
sus necesidades físicas.
estaba vacío. Bajó a su despacho, pero él tampoco estaba allí. Encontró a Marieta en
la cocina.
—¿Dónde está Lucio? —le preguntó sin más preámbulo.
—Se fue hace unos diez minutos —contestó ella con gesto de cautela—. No dijo
adónde iba, pero parecía de muy mal humor.
—¿Por qué no funciona el teléfono?
—No lo sé —descolgó el teléfono de la cocina y frunció el ceño—. Llamaré a
alguien para que lo arregle.
Becky se despertó tarde y pasaron el día junto a la piscina. Ya no quedaba nada
que les recordara la fiesta.
—Fue una fiesta fantástica, ¿verdad? —le preguntó Becky mientras se bañaba.
—Sí, me alegro de que te lo pasaras bien.
—Hice muchos amigos y me han invitado a muchos sitios —a Kristie le dio un
vuelco el corazón.
—Lo siento, Becky, pero no vamos a quedarnos. Estoy organizando la vuelta.
—¿Qué? —su hija la miró con incredulidad—. ¿Por qué? Creía que pasaríamos
todas las vacaciones. ¿Qué ha pasado para que hayas cambiado de idea?
—Nada. Estoy preocupada por la empresa. Nunca la había dejado…
—No te creo —la interrumpió Becky llena de ira—. Es por mi padre, ¿verdad?
Has vuelto a romper con él. ¿Qué os pasa? Está muy claro que os queréis y no paráis
de discutir.
—No quiero a tu padre —afirmó Kristie rotundamente—. Es un…
—¿Un qué? Es bueno, amable y cariñoso. Si tú te vuelves a Inglaterra, yo no.
Estoy pasándomelo como nunca y no puedes obligarme a ir.
Kristie cerró los ojos. Se lo había temido.
—No tienes alternativa, Becky. Nos vamos las dos y no hay discusión posible.
—¿Qué opina papá? Kristie resopló.
—No se lo has dicho, ¿verdad? Vas a salir corriendo para que él se entere más
tarde. ¿Dónde está? Quiero hablar con él.
—Tu padre se ha ido.
—Entonces, lo llamaré.
—Los teléfonos no funcionan.
—Te odio, mamá.
Kristie sintió como si le hubiera clavado un cuchillo en el corazón. Nunca había
pensado que oiría eso a su hija.
—Volverás a ver a tu padre, cariño. No te prohíbo que lo veas. Sólo creo que las
vacaciones ya han sido demasiado largas. El también está ansioso de volver al
trabajo, lo sabes.
Becky nadó hacia el otro extremo de la piscina y pasó el resto del día en silencio.
Eran casi las nueve de la noche cuando Lucio volvió. Parecía cansado y abatido,
pero Kristie no sintió compasión.
—¿Qué has hecho con los teléfonos? —le preguntó Kristie bruscamente.
—¿Qué he hecho?
—No funcionan.
—Haré que los arreglen.
—Lo mismo dijo Marieta, pero siguen igual.
—¿A quién querías llamar?
—Al aeropuerto.
—Así que no has cambiado de idea…
—No.
—¿Y Rebecca?
Kristie se encogió de hombros.
—No le hace gracia, ¿verdad? —le preguntó él secamente—. No me extraña. No
sé qué tontería se te ha metido en la cabeza, pero nuestra hija no tendría que pagar
las consecuencias. Si te empeñas en irte, ¿por qué no la dejas conmigo? La llevaré
cuando acaben las vacaciones.
—No puedo —contestó Kristie aterrada por La idea.
—¿Por qué?
—Porque nunca la he dejado en ningún sitio.
—Entonces, va siendo hora de que lo hagas. Ya es mayor y sabes que aquí está
segura.
Kristie se preguntó si se atrevería, sabía que Becky sería feliz, pero no estaba
segura de que Lucio fuera a mantener su palabra.
—¿Tienes pensado quedarte en Barcelona el resto del verano?
El asintió con la cabeza y la miró fijamente.
—Veré lo que dice Becky —dijo ella en voz baja.
Lucio sonrió y todo el cansancio desapareció de su rostro.
—Vamos a buscarla.
—Está en su cuarto.
Subieron y Becky los miró con cansancio. Tenía lágrimas secas en las mejillas y
los ojos enrojecidos. Kristie fue a abrazarla.
Capítulo 15
—No puedo entenderlo —comentó Kristie después de repasar otra vez los
pedidos.
Creía que todo estaba a salvo en manos de Jonathon, pero algo había ido
espantosamente mal. Llevaba varios días en casa y había repasado las cifras hasta
que la cabeza le dio vueltas. Las ventas habían caído y habían cancelado pedidos.
—¿Qué está pasando? —le preguntó a su ayudante.
—Si lo supiera, te lo diría —Jonathon se encogió de hombros—. Estoy tan
preocupado como tú.
Era un hombre delgado de treinta y pocos años con aspecto tímido, pero era un
mago de la contabilidad y atendía muy bien el teléfono. Conocía perfectamente el
negocio y sólo él podía llevarlo en ausencia de ella.
—¿Has hablado con estas personas y les has preguntado por qué han cancelado
el pedido?
—Sí, pero sólo he conseguido respuestas vagas. Nadie me ha dicho nada.
Kristie frunció el ceño y se le aceleró el pulso. Era su vida, no podía perder ese
negocio. Si las ventas se hundían, ¿qué sería de ella? Tenía una hipoteca tremenda y
una hija que tenía que ir a la universidad. Se agarró la cabeza con las manos.
Además, durante los tres últimos días en Barcelona Lucio le había hecho la vida
imposible al cuestionar constantemente su decisión.
—Tiene que haber una respuesta.
Llegó a pensar que Jonathon tenía algo que ver, pero llevaba años con ella, era
un buen amigo y no haría nada para perjudicar a su empresa. Salvo que le hubiera
gustado la idea de llevar una empresa y estuviera pensando en montar una propia…
Sintió un escalofrío. ¡Era imposible!
—¿Hay fallos en nuestros programas? —le preguntó ella—. ¿Se ha quejado
alguien? ¿Los has comprobado últimamente?
—He hecho todo lo que se me ha ocurrido.
—Pero no se te ocurrió llamarme a Barcelona para decirme lo que estaba
pasando.
—No quería preocuparte. Pensé que podría arreglarlo.
Kristie no tenía más remedio que creerlo, pero decidió hacer algunas llamadas.
No sacó nada en claro. Gente con la que había tenido una gran relación durante años,
no estaba dispuesta a decir nada.
Pasaron las semanas y todo fue a peor hasta que comprendió que tendría que
venderlo todo, hasta la casa. Cuando llamaba Becky ella ponía una voz de alegría y le
decía lo mucho que la quería y la echaba de menos. No preguntaba por Lucio ni él
hizo nada por hablar con ella, lo cual agradeció. Podía imaginarse lo contento que se
—Te subiré las cosas —se ofreció Lucio mientras se levantaba de un salto.
Kristie se alegró de quedarse un rato sola. Necesitaba algo de tiempo para
decidir qué le diría a Lucio. ¿Le decía la verdad o una mentira? ¿Acaso era de su
incumbencia?
—¿Quieres decirme qué pasa? —él había vuelto y estaba sentado en la butaca.
Parecía tan preocupado que a Kristie le falló su fuerza de voluntad.
—He perdido la empresa —confesó ella con la voz quebrada y lágrimas en los
ojos.
—¿Qué ha pasado? —Lucio se irguió con el ceño fruncido.
Entre sollozos, Kristie le contó todo lo que se había encontrado a su vuelta.
—¿Por eso vendes la casa?
—No me queda nada.
—Entonces, ven a vivir conmigo —Kristie intentó replicar, pero Lucio la
detuvo—. Es lo único que puedes hacer. En mi casa cabe una docena de familias.
Podemos llevar vidas independientes si quieres, pero podré ver a mi hija
habitualmente y será bueno para ella.
—Me siento arrinconada —contestó Kristie lentamente—, como si no tuviera
alternativa.
—¿Tan horrible sería? —le preguntó él amablemente.
—Supongo que no.
Becky estaría en su salsa y Simona no andaría cerca. Aunque eso no significara
que no hubiera otras chicas,
—Entonces, ¿vendréis?
¿Captaba un brillo de júbilo en sus ojos o estaba imaginándoselo? Podría ser
mucho peor. Podría acabar en un piso diminuto que odiarían Becky y ella.
—Lo intentaré. Tengo un comprador y si sale la venta me mudaré
provisionalmente. Si estamos contentas, me quedaré. Si no, me compraré algo más
pequeño.
—Trato hecho.
Lucio se levantó y extendió la mano y Kristie vio perfectamente un destello de
felicidad en sus ojos diabólicos. Antes de estrecharle la mano pensó que su caída era
un premio para él.
—Me ocuparé de que no lo lamentes y Becky va a estar encantada. Esta mañana
me dijo que me echaría de menos, pero no volveré a España hasta dentro de un
tiempo, así que podrá verme lo que quiera.
Cuando él se fue, Kristie empezó a preguntarse si había hecho lo correcto.
Becky estaría feliz, pero ella seguía teniendo reservas y una de ellas era si Lucio no
estaría planeando un ataque frontal contra sus defensas. Cuando le había estrechado
Más tarde, cuando Becky se fue a su habitación a hacer los deberes, Lucio le
preguntó a Kristie si tomaría algo con él.
—Seguramente te sientas muy sola en tu habitación todos los días mientras
Becky hace los deberes.
—En casa pasaba lo mismo —Kristie se encogió de hombros—. A veces salgo al
jardín. Es muy bonito, Lucio, y dice mucho de ti.
—Gracias, pero yo no hago el trabajo arduo —reconoció él con una sonrisa
mansa.
Claro, pensó Kristie, él sólo sabía imaginarse nuevas maneras de conseguir
dinero.
—¿Quieres dar un paseo? Hace una noche preciosa.
Kristie dudó unos segundos.
—De acuerdo.
Ese año, septiembre era muy cálido y parecía como si el otoño fuera a
retrasarse. Sin embargo, cuando empezaron a bajar la ladera de césped hacia el
bosquecillo, Kristie empezó a arrepentirse de haber aceptado la invitación. Caminaba
tan cerca de él que podía notar todo su aroma masculino y hacía que se diera cuenta
de lo mucho que él la atraía y de que estaba en grave peligro.
—¿Ya estáis instaladas?
—Sí, gracias.
—¿Necesitáis algo?
—No, has pensado en todo.
—¿Qué haces durante todo el día?
Era una conversación trivial que a ella no le interesaba. ¿Por qué le importaba a
él? Estaba tan distante que ella podría estar pudriéndose y él no se enteraría. La
verdad era que estaba buscando un trabajo. El dinero por la venta de la casa estaba
en el banco y no pensaba tocarlo por si acaso la estancia en casa de Lucio no salía
bien. Sin embargo, tampoco quería aprovecharse de él.
—¿De verdad te importa?
—Naturalmente —él frunció el ceño—. No quiero que te aburras.
—Dado que has dado instrucciones a tu cocinera para que nos dé de comer y tu
doncella nos hace los cuartos y la colada, yo no tengo mucho que hacer aparte de
aburrirme, ¿no?
El pareció sorprenderse de ese arrebato de temperamento.
—Creía que sería una ayuda.
—¡Maldita ayuda! No tienes ni idea. Empiezo a pensar que fue un error
tremendo aceptar tu hospitalidad. Es posible que empiece a buscar un sitio para
nosotras.
—¿Rebecca también está descontenta? —lo dijo con una mezcla de ira y
desconcierto.
—No, ella está encantada. Sólo se queja de que no estás nunca.
—Creía que no querías que estuviera cerca.
—No hablo de mí. Tu hija te quiere mucho y se siente dolida por este súbito
abandono.
—Como yo me sentí dolido cuando te marchaste corriendo.
—Sabes por qué lo hice —replicó ella— y me alegro de haberlo hecho porque si
llego a esperar un poco más podría estar en un aprieto muy grave. Por lo menos he
pagado todo y no tengo deudas.
—Podrías trabajar en mi empresa.
—No necesito más caridad tuya.
El pareció ofendido, pero no lo demostró.
—Eres una profesional muy buena.
—¡No, gracias! Si quiero un trabajo, lo buscaré. Además, no seré tan buena
cuando mis ventas se derrumbaron. Creo que me dormí en los laureles. No debería
haberlo dejado en manos de Jonathon.
—¿Lo culpas a él?
—¿A quién si no? —le preguntó con una mirada penetrante.
Inmediatamente, deseó no haberlo mirado porque se encontró con unos ojos
cargados de deseo.
Ella avanzó unos pasos precipitadamente. Estaban en el bosque. A ella le
encantaba porque era fresco durante el día y muy agradable a esa hora. Además,
entre las ramas se filtraba luz suficiente para ver por dónde iban. Sin embargo,
Kristie estaba pensando en Lucio, no en a dónde iba. Esa fugaz visión de su deseo
había desatado todas sus emociones. Todo su cuerpo vibraba de energía y hacía un
esfuerzo sobrehumano por reprimir su anhelo creciente. Eso no debería haber
pasado. No podía ceder a esa oleada de sentimientos que la abrumaba. Sin embargo,
en su prisa por poner tierra de por medio, tropezó con una rama caída y acabó en el
suelo. Lucio apareció inmediatamente a su lado con gesto de preocupación.
—Kristie, ¿te has hecho daño?
—Creo que no —extendió los miembros para comprobarlo.
—Déjame que te ayude.
—No, estoy bien —se negó tajantemente.
No quería que la tocara, no quería tenerlo cerca.
—Qué tontería.
Lucio se arrodilló y extendió los brazos. Kristie previó lo que se avecinaba, pero
fue demasiado tarde para evitarlo. La tomó entre los brazos para sentarla y la besó
Lucio la miraba apoyado en un codo. La luz de la luna se filtraba entre las ramas y
teñía de plata su cara y sus hombros.
—¿Estás bien, Kristie?
—Nunca he estado mejor en mi vida —ella sonrió de felicidad.
Era verdad, aunque en su interior empezaba a rondar el remordimiento. Lo
aniquiló como si fuera una mosca incordiante.
—Estarás incómoda…
—Un poco.
—Te ayudaré.
Lucio se levantó de un salto y extendió las manos.
Cuando la levantó, la tomó entre sus brazos cálidos y posesivos. La besó suave
y cariñosamente y la miró a los ojos.
—¿Para ti ha sido tan maravilloso como para mí?
—Sí —susurró ella—. Quería apartarte de mí, pero hay algo en mi interior que
no me deja.
—Me alegro de oírlo porque algo en mi interior se niega a dejar que te marches
—la tomó de la mano—. Volvamos a casa.
Esa noche durmieron juntos, como todas las siguientes. Lucio empezó a volver
a casa a una hora prudencial y todo el mundo fue feliz. Hasta el día que Kristie
contestó el teléfono y oyó la melosa voz de Simona que preguntaba por Lucio. Se le
heló la sangre.
—Lo siento, no está —contestó Kristie.
Había esperado, había rezado para que Lucio hubiera terminado con ella. No
había mencionado su existencia ni una vez durante las últimas semanas, entonces,
¿por qué llamaba? Salvo que fuera por motivos de trabajo. Su corazón se animó un
poco, pero volvió a hundirse. Si lo llamaba por trabajo, ¿por qué no lo llamaba a la
oficina?
—¿Con quién hablo? —preguntó Simona con impaciencia.
—¿No reconoces mi voz, Simona? Soy Kristie.
Kristie oyó una exclamación de incredulidad.
—¿Qué haces ahí?
Kristie sonrió. Estaba disfrutando.
—Ahora vivo aquí.
Se hizo un silencio hasta que Simona pronunció unas palabras que aturdieron a
Kristie.
—Ya me he enterado de que tu empresa se ha ido a pique, pero no sabía que
hubieras ido a vivir con Lucio. ¿Qué ha pasado? ¿Se ha compadecido de ti?
Capítulo 16
La sangre helada se convirtió en lava.
—¿Lucio te ha dicho que él fue el responsable del hundimiento de mi empresa?
—No, no me lo ha dicho Lucio. Me enteré por mi cuenta. Escuché sus llamadas
telefónicas; ojeé algunos documentos… Yo dejé de significar algo para él cuando tú
apareciste. Te deseaba absolutamente, pero cuando te fuiste, cuando le diste a
entender que no querías volver a verlo, él tramó toda la maniobra. Pensó que si te
quedabas en la calle, no tendrías otra alternativa que volver con él. Parece que el plan
ha dado resultado —reconoció ella entre dientes—. ¿Dormís juntos? ¿Sois una familia
ejemplar? ¿Sois…?
Kristie ya no la oía. ¡Lucio le había arruinado la empresa! ¡La había arruinado a
ella! ¡Encima, había fingido ayudarla y la había engatusado para llevársela a la cama!
Colgó el teléfono sin decir nada más.
Cuando Lucio volvió esa noche, ella estaba esperándolo. Becky había llamado
para decir que se quedaba a dormir en casa de una amiga y ella aceptó encantada de
la vida.
Lucio la miró y supo que pasaba algo. No la había visto tan furiosa desde que
rechazó casarse con ella hacía casi diecisiete años. Se quedó petrificado. Todo había
ido como la seda durante las últimas semanas y había pensado volver a pedirle que
se casara con él. Incluso llevaba el anillo de compromiso.
—¿Qué pasa? —preguntó él mientras se desabotonaba el botón de la camisa.
Quiso abrazarla y decirle que fuera lo que fuese, él lo solucionaría, pero por
algún motivo que desconocía, ella estaba furiosa con él.
—¿Cómo has podido hacerme eso?
—¿Qué he hecho? —Lucio frunció el ceño.
—¡Has hundido mi negocio!
El corazón estuvo a punto de salírsele del pecho. ¿Cómo se había enterado?
—No intentes negarlo —gritó ella—, porque sé que es verdad.
—Efectivamente, es verdad —reconoció él.
Ella se quedó paralizada y mirándolo fijamente. El nunca la había visto tan
hermosa. Sus maravillosos ojos amatista estaban fuera de las órbitas y su rostro
congestionado le daba un resplandor increíble. En el coche, mientras volvía a casa,
había soñado con hacer el amor con ella, algo que a ella le gustaba tanto como a él.
Era una amante insaciable y él se había dado cuenta de lo mucho que la había
añorado.
—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó ella—. ¿Por qué me has arruinado?
—No te he arruinado, cariño. Yo…
Kristie miró fijamente al hombre que tenía enfrente esbozó una sonrisa.
—Sí, Lucio.
Le rodeó el cuello con los brazos y lo besó.
—Tienes que quererme mucho para gastarte tanto dinero en un anillo —
comentó ella.
—Con toda mi alma. Además, te mereces hasta el último céntimo.
Esa noche, cuando se acostaron, hicieron el amor como nunca antes y al día
siguiente empezaron a planear la boda. Sería por todo lo alto y contrataron a un
especialista para que se ocupara de los detalles.
Ese día, Kristie estaba increíblemente guapa con un vestido de seda bordado en
cristal y perlas. Ella sólo tenía ojos para él y todo el mundo se maravilló de que por
fin estuvieran juntos en la riqueza y en la pobreza; en la salud y en la enfermedad
hasta que la muerte los separara.
—Te quiero —le dijo ella mientras caminaban por el pasillo de la iglesia.
—Yo te quiero con toda mi alma —le replicó Lucio.
Becky también estaba radiante con un vestido color amatista y una diadema de
perlas, pero su sonrisa eclipsaba todo.
Fuera había fotógrafos y las fotos estarían en todos los periódicos y en la
televisión al día siguiente, pero a Kristie no le importaba. Estaba con el hombre que
amaba. Su vida sería distinta, pero podría sobrellevarlo con Lucio al lado.
Los padres de Lucio y otros familiares fueron a la boda y su madre se acercó a
Kristie durante el festejo.
—Kristie, quiero disculparme por mi hijo.
Kristie frunció el ceño.
—Acabo de enterarme de lo que te hizo, es más, me lo ha dicho él mismo. No
tenía derecho a arruinarte. Estoy avergonzada. Sé que lo hizo llevado por el amor,
pero hizo muy mal. Yo también te he juzgado mal, Kristie. Creía que no eras
suficiente para mi hijo. Estaba muy equivocada. Eres todo lo que podía soñar como
nuera y espero que aceptes mis disculpas más sinceras por haberte tratado así.
Era un arrepentimiento muy impresionante en boca de la madre de Lucio.
—Lo acepto de todo corazón —dijo ella con lágrimas en los ojos—. Usted sólo
quería ser una madre protectora, como yo con Becky. Estoy segura de que yo me
opondré a sus novios.
Los ojos de la mujer también se empañaron de lágrimas.
—Gracias, Kristie. Espero que Lucio y tú seáis muy felices.
George también se acercó a felicitarla.
Fin