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LO TRÁGICO EN EL TEATRO CONTEMPORÁNEO, UN ACERCAMIENTO.

por Fernanda del Monte

Peter Szondi, investigador alemán a partir del cual se fundaron varias de las investigaciones en
dramaturgia contemporánea y estética teatral (como el posdrama), realizó dos grandes
investigaciones. La primera sobre el drama y su crisis. Una tentativa sobre la tragedia, a pesar de
tener muchas falencias argumentativas, desprende un marco de investigación muy interesante
que es contraponer el surgimiento y crisis del drama con la caída o desaparición de la tragedia
(según La muerte de la Tragedia de George Steiner), y lo que Lehmann vislumbraba sobre la
reaparición de lo trágico en el teatro contemporáneo.

El posdrama es interesante no sólo teóricamente, sino contextualmente como sentido neotrágico


del teatro, tampoco se reduce a lo estético (como la aparición del coro, las voces e
«impersonajes») o a la condición de la fábula dentro de la misma, sino que se construye en lo
filosófico y la cosmovisión del siglo en el que nos adentramos, del que llevamos recorrida más de
la primera década. Sobre todo en las artes escénicas y su vida en este país.

El drama tiene que ver con la estructuración aristotélica que comparte con la trama de la tragedia
clásica: las partes lógicas, la concatenación, la unidad, etc… Pero no comparten la visión sobre el
personaje. Los personajes trágicos son aquellos seres que fungen como catalizadores de la
realidad; es decir, a través de ellos sucede la vida y la muerte, es por sus errores y decisiones que
los dioses, la vida o el destino actúan sobre ellos como si fueran medios para la realización de un
camino marcado. Si el pueblo necesita un castigo, entonces el héroe, el patriarca, está ahí para
que suceda lo inevitable. Como escribe Steiner, el héroe trágico, sea hombre o mujer, no tiene
salvación. La salvación comenzó con el judeocristianismo, cuando los dioses se apiadaron de los
hombres al darles la oportunidad de resarcir los daños con el perdón.

La tragedia no se trata ni de culpa o perdón, no hay tiempo para ello. Este pensamiento, por
muchos siglos dejado al olvido, dio lugar a la idea de drama como pensamiento moderno donde el
personaje que toma las riendas de la trama puede cometer errores, también racionaliza y toma
decisiones que llevan a la ejecución de la historia, de su vida. En los personajes dramáticos vemos
cómo se va concibiendo una vida, cómo las decisiones del individuo cambian su destino. No es el
destino por delante, sino que él mismo es el artífice de su destino, como lo dictan los valores del
modernismo desde la Ilustración. El hombre como creador de vida, como controlador de la
naturaleza y las leyes de los hombres. Ya no son los dioses o entes de otro plano, ahora son los
hombres de carne y hueso quienes crean la historia.

Entonces ¿qué ha pasado en las últimas décadas? ¿Por qué esta idea ya no entra cabalmente en
las creencias de los ciudadanos y los artistas?
La crisis del drama, para Peter Szondi, tiene que ver con la ruptura de la dialéctica entre forma y
contenido. El drama en su estructura dejó de dar cabida a ciertos temas y formas de contar la
fábula, por tanto, los autores tuvieron que hacer una serie de cambios en cuanto a las formas para
poder hablar de los temas que les importaban. Chéjov, Ibsen, Strindberg encontraron que las
estructuras dramáticas y de diálogo podían mutar hacia otros territorios hasta llegar al sueño, a lo
mágico, a lo increíble. Los personajes ya no estarían en una Tebas infestada, pero sí en espacios al
borde del vacío: vacío de pensamientos, vacío de ley, de destino, es decir, ni en un presente ni en
un pasado. Ni hablando con los dioses ni con el diablo, simplemente conversan con ellos mismos.
Esta visión moderna se contrapone a la perspectiva dramática del personaje que crea trama. A
partir de Heiner Müller y un poco hasta en Arthur Miller, los personajes ya no van a ninguna parte,
simplemente están ahí sin poder salir. Surge lógicamente el metateatro, la idea de estar dentro de
un mundo sin poder salir; una visión del hombre dentro de una burbuja, en un lugar desde donde
no puede encontrar un final. Los finales dejan de ser finales. Ya no hay dioses que castigan, ni
hombres que terminan mal; simplemente no terminan. El vacío filosófico, el vacío de sentido, el
vacío del habla.

Después llegó la posmodernidad y ciertamente algo cambió porque las generaciones actuales —
me incluyo— además de tener una nostalgia ante el abismo y el sinsentido, nos enojamos más,
nos frustramos más, pero no nos quedamos ahí en el vacío, sino que lo llenamos con cosas.

Aquí es donde veo que la idea de lo trágico retoma fuerza. En las escrituras actuales como las de
Sara Kane, Falk Richter y Carol Churchill hay una visión sobre el vacio, llenar la vida de cosas para
cubrirlo, hablar de banalidades para no ver la realidad como un engaño ante el destino, aunque
éste tenga un final trágico: las cosas están mal y se pondrán peor.

Con sólo nombrar el final trágico donde todos terminaremos mal, entramos en pánico. En realidad
hay una resolución y ésta tiene que ver con la aceptación de que los humanos somos más
pequeños que el destino, más que los dioses que ya no existen; minúsculos cuerpos que se
mueven en hormigueros de miles de otros cuerpos pequeños resignados a las mínimas tareas
cotidianas de comer, coger, dormir. El héroe trágico ya no es un hombre de alto rango, sino el
pequeño miserable del que todos tenemos algo.

Esta idea trágica que se mira constantemente en las dramaturgias de occidente, tiene que ver
también con la idea del teatro contemporáneo de mostrar las minucias de los testimonios, de
aquellos que no importan, de la gente que no tiene nada que la caracterice.
A partir de darle valor al vacío, a lo pequeño, a lo mínimo, al Yo, (somos parte de la modernidad),
podemos encontrar la catarsis, la resolución ante la falta de tal. Al dejarnos caer al vacío y llenarlo
de nosotros mismos, damos aliento al destino trágico de una época, desaparecemos y lo que
queda es el vacío de ser ante un mundo lleno de cosas.

Este pequeño ensayo es sólo el primer esbozo de una idea sobre lo trágico. Esta idea posmoderna
de la trágico tiene una fuerza avasalladora en todas las artes. Sólo hay que mirar los cómics en
Facebook, las obras de teatro, la literatura. Ya no se trata de «El Extranjero» que está exiliado del
mundo. Ahora el Yo es el mundo donde hay un destino y un mundo mucho más grande, donde
este Yo ya no tiene injerencia, pues se recluye en su mente, sus deseos y sus sueños. Esto lo
convierte de nuevo en un personaje con características trágicas pero desde una perspectiva del
siglo XXI.

Fernanda del Monte

(Ciudad de México, 1978) es dramaturga, escritora de narrativa y ensayo, directora teatral e


investigadora. Sus textos se han llevado a escena y se han presentado en festivales de dramaturgia
en Canadá, España, Argentina y México. Recibió el Premio Airel de Teatro Latinoamericano,
Toronto, 2013 por su obra Palabras Escurridas y el Premio Internacional de Ensayo Teatral 2013
por Territorios textuales. Sus relatos se editan tanto en México como en España. Actualmente
prepara dos nuevos montajes con su compañía Mazuca Teatro e imparte el seminario El teatro
como territorio de la palabra en 17, en el Instituto de Estudios Críticos.

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