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Para otros usos de este término, véase cruzado.
«Cruzada» redirige aquí. Para otras acepciones, véase Cruzada
(desambiguación).
Cruzadas
Fecha 1096-1291
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Cruzadas
Reconquista
Primera
Popular
1101
Noruega
Baleares
Venda
Segunda
Tercera
1197
Cuarta
Albigense
De los Niños
Quinta
Sexta
Séptima
Octava
Novena
Aragonesa
Las Cruzadas fueron una serie de guerras religiosas impulsadas por la Iglesia
católica en Plena Edad Media. Dichas campañas militares tenían como objetivo
declarado recuperar para la Cristiandad la región de Oriente Próximo conocida
como Tierra Santa, la cual se encontraba bajo el dominio del islam desde
el siglo VII. En muchos casos, estas cruzadas fueron causa de persecuciones
contra judíos, cristianos ortodoxos griegos y rusos. Los participantes de las
cruzadas, conocidos como cruzados, tomaban votos religiosos de manera
temporal y se les concedía indulgencia por sus pecados.
Las cruzadas del Mediterráneo Oriental, las primeras a las que se les aplicó este
nombre, fueron llevadas a cabo por señores feudales y soberanos de Europa
Occidental, sobre todo los de la Francia de los Capetos y el Sacro Imperio
Romano, pero también de Inglaterra y Sicilia, a pedido del Papado y, en principio,
del Imperio Romano Oriental (bizantino). Tuvieron lugar durante un período de
casi dos siglos, entre 1096 y 1291, llevaron al establecimiento efímero de un Reino
cristiano en Jerusalén y la conquista temporal de Constantinopla.
Otras guerras con sanción religiosa en España y Europa Oriental, algunas de las
cuales culminaron en el siglo XV, recibieron la calificación de cruzadas por parte de
la Iglesia. Entre estas se encuentra la lucha de cristianos contra los
gobernantes musulmanes de territorios españoles; la cristianización forzada de los
pueblos paganos eslavos y bálticos (prusianos y lituanos sobre todo);
la persecución contra cataristas en el sur de Francia y, en algún caso, contra el
Imperio bizantino o los otomanos.
Índice
Caballeros franceses de la quinta cruzada llegan al fuerte de Damieta (actual Egipto) en 1249.
Las cruzadas fueron emprendidas para liberar los «Lugares Santos», es decir, las
regiones donde vivió Jesucristo, de la dominación musulmana. Sus orígenes se
remontan a 1095, cuando el emperador bizantino Alejo I solicitó protección para
los cristianos de oriente al papa Urbano II, quien en el concilio de Clermont inició
la predicación de la cruzada. Al terminar su alocución con la frase
del Evangelio «renuncia a ti mismo, toma tu cruz, y sígueme» (Mateo 16:24), la
multitud, entusiasmada, manifestó ruidosamente su aprobación con el grito Deus
lo vult, o Dios lo quiere.12
Posiblemente, las motivaciones de quienes participaban en ellas fueron muy
diversas, aunque en muchos casos se puede suponer un verdadero fervor
religioso. Se arguye, por ejemplo, que fueron motivadas por los intereses
expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia y el afán
hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente, aunque se
declararan con principio y objeto de recuperar Tierra Santa para los peregrinos, de
los cuales los turcos selyúcidas y zanguíes, una vez
conquistada Jerusalén en 1076, abusaban sin piedad, a diferencia de la época de
los Califas fatimíes (909-1171) cuya regla fue la libertad de pensamiento y la razón
extendida a las personas, que podían creer en lo que quisieran, siempre que no
infrinjan los derechos de otros.
Sobre el término[editar]
El origen de la palabra y del porqué se denominó así se atribuye a la cruz de tela
usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte de esta empresa
de reconquista de Tierra Santa.3
Escritores medievales utilizan los términos crux (pro cruce transmarina, Estatuto
de 1284, citado por Du Cange,
s.v. crux), croisement (Joinville), croiserie (Monstrelet), etc. Desde la Edad Media,
el significado de la palabra cruzada se extendió para incluir a todas las guerras
emprendidas en cumplimiento de un voto y dirigidas contra infieles, p. ej. contra
musulmanes, paganos, herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión.4
Las guerras que desde el s. VIII d. C. mantuvieron los reinos cristianos del norte de
la península ibérica contra el musulmán Califato de Córdoba, y que la
historiografía conoce como Reconquista, continuaron de forma igualmente
discontinua desde el siglo XI contra los reinos de taifas, los almorávides y
los almohades. En algunas ocasiones, el papa les otorgó la calificación de
«cruzada», como sucedió con la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) o con el
episodio final de la Reconquista, la guerra de Granada (1482-1492). En el norte de
Europa se organizaron cruzadas contra los prusianos y lituanos. El exterminio de
la herejía albigense se debió a una cruzada y, en el siglo XIII, los papas predicaron
cruzadas contra Juan Sin Tierra y Federico II Hohenstaufen.
Pero la literatura moderna ha abusado de la palabra aplicándola a todas las
guerras de carácter religioso, como, por ejemplo, la expedición de Heraclio contra
los persas en el s. VII d. C. y la conquista de Sajonia por Carlomagno. Nuevamente
resonó dicho término durante la primera mitad del siglo XX, utilizado por
las potencias del Eje o de su círculo de influencia: la guerra civil española o
la invasión alemana de la URSS, recibieron tal calificativo por parte de la
propaganda oficial.
Sin embargo, utilizada con un criterio estricto, la idea de la cruzada corresponde a
una concepción política que se dio solo en la cristiandad desde el siglo XI al XV.
Suponía una unión de todos los pueblos y soberanos bajo la dirección de los
papas. Todas las cruzadas se anunciaron mediante la predicación. Después de
pronunciar un voto solemne, cada guerrero recibía una cruz de las manos del
papa o de su legado, y era desde ese momento considerado como un soldado de
la Iglesia. A los cruzados también se les concedían indulgencias y privilegios
temporales, tales como la exención de la jurisdicción civil o la inviolabilidad de las
personas y propiedades. De todas esas guerras emprendidas en nombre de la
cristiandad, las más importantes fueron las cruzadas orientales, que son las
tratadas en este artículo.
Antecedentes[editar]
Para poder comprender qué razones tenían los dirigentes de Europa y del Oriente
Próximo para tomar semejantes decisiones, debemos remontarnos a los años
inmediatamente anteriores al comienzo del fenómeno cruzado y conocer al
antecedente de las cruzadas.4
En torno al año 1000, Constantinopla se erigía como la ciudad más próspera y
poderosa del «mundo conocido» en Occidente. Situada en una posición fácilmente
defendible, en medio de las principales rutas comerciales, y con un gobierno
centralizado y absoluto en la persona del Emperador, además de un ejército capaz
y profesional, hacían de la ciudad y los territorios gobernados por esta (el Imperio
bizantino) una nación sin par en todo el orbe. Gracias a las acciones emprendidas
por el emperador Basilio II Bulgaroktonos, los enemigos más cercanos a sus
fronteras habían sido humillados y anulados en su totalidad.
Sin embargo, tras la muerte de Basilio, monarcas menos competentes ocuparon el
trono bizantino, al tiempo que en el horizonte surgía una nueva amenaza
proveniente de Asia Central. Eran los turcos, tribus nómadas que, en el transcurso
de esos años, se habían convertido al islam. Una de esas tribus, los turcos
selyúcidas (llamadas así por su mítico líder Selyuq), se lanzó contra el Imperio de
Constantinopla. En la batalla de Manzikert, en el año 1071, el grueso del ejército
imperial fue arrasado por las tropas turcas, y uno de los coemperadores fue
capturado. A raíz de esta debacle, los bizantinos debieron ceder la mayor parte
de Asia Menor (hoy el núcleo de la nación turca) a los selyúcidas. Ahora había
fuerzas musulmanas apostadas a escasos kilómetros de la misma Constantinopla.
Por otra parte, los turcos también habían avanzado en dirección sur,
hacia Siria y Palestina. Una tras otra las ciudades del Mediterráneo Oriental
cayeron en sus manos, y en 1070, un año antes de Manzikert, entraron en la
Ciudad Santa, Jerusalén.
Estos dos hechos conmocionaron tanto a Europa Occidental como a la Oriental.
Ambos empezaron a temer que los turcos fueran a dominar lentamente al mundo
cristiano, haciendo desaparecer su religión. Además, empezaron a llegar
numerosos rumores acerca de torturas y otros horrores cometidos
contra peregrinos en Jerusalén por las autoridades turcas.
La primera cruzada no supuso el primer caso de Guerra Santa entre cristianos y
musulmanes inspirada por el papado. Ya el papa Alejandro II había predicado la
guerra contra el infiel musulmán en dos ocasiones. La primera fue en 1061,
durante la conquista de Sicilia por los normandos, y la segunda en el marco de las
guerras de la Reconquista ibérica, en la cruzada de Barbastro de 1064. En ambos
casos el papa ofreció Indulgencia a los cristianos que participaran.5
En 1074, el papa Gregorio VII llamó a los milites Christi («soldados de Cristo»)
para que fuesen en ayuda del Imperio bizantino tras su dura derrota en la batalla
de Manzikert.6 Su llamada, si bien fue ampliamente ignorada e incluso recibió
bastante oposición, junto con el gran número de peregrinos que viajaban a Tierra
Santa durante el siglo XI y a los que la conquista de Anatolia había cerrado las
rutas terrestres hacia Jerusalén, sirvieron para enfocar gran parte de la atención
de occidente en los acontecimientos de oriente.7
En 1081, subió al trono Bizantino un general capaz, Alejo Comneno, que decidió
hacer frente de manera enérgica al expansionismo turco. Pero pronto se dio
cuenta de que no podría hacer el trabajo solo, por lo que inició acercamientos con
Occidente, a pesar de que las ramas occidental y oriental de la cristiandad habían
roto relaciones en el Gran Cisma de 1054. Alejo estaba interesado en poder contar
con un ejército mercenario occidental que, unido a las fuerzas imperiales, atacaran
a los turcos en su base y los mandaran de vuelta a Asia Central. Deseaba en
particular usar soldados normandos, los cuales habían conquistado el reino
de Inglaterra en 1066 y por la misma época habían expulsado a los mismos
bizantinos del sur de Italia. Debido a estos encuentros, Alejo conocía el poder de
los normandos. Y ahora los quería como aliados.
Alejo envió emisarios a hablar directamente con el papa Urbano II, para pedirle su
intercesión en el reclutamiento de los mercenarios. El papado ya se había
mostrado capaz de intervenir en asuntos militares cuando promulgó la llamada
«Tregua de Dios», mediante la cual se prohibía el combate desde el viernes al
atardecer hasta el lunes al amanecer, lo cual disminuyó notablemente las
contiendas entre los pendencieros nobles. Ahora era otra oportunidad de
demostrar el poder del papa sobre la voluntad de Europa.
Consecuencias[editar]
Religiosas[editar]
Fueron una prueba del poder de la Iglesia Latina y le permitieron tomar contacto
con las comunidades cristianas de Oriente. Sin embargo, provocaron un conflicto
con la Iglesia Ortodoxa que agravó la situación abierta por el cisma de 1054.
La conquista latina de Constantinopla provocó el resentimiento de los ortodoxos,
hasta el punto de que dos siglos y medio más tarde, ante el sitio turco de la
ciudad, pudieran decir: «es preferible el turbante del Sultán antes que la tiara del
Papa». En los reinos de Occidente, la cruzada adquirió un prestigio religioso que
perduró por largo tiempo, y su proclamación sirvió de base para las
primeras guerras religiosas de la Cristiandad, la cruzada contra los albigenses,
la Reconquista y la cruzada de Livonia. En relación con los musulmanes, las
Cruzadas marcaron el punto más bajo en las relaciones entre ambas religiones
abrahámicas; el cristianismo presentó al musulmán como un enemigo ante el cual
no cabía otra posibilidad que aniquilarlo (solamente Francisco de Asís cuestionó
esta idea) y el islam dejó de respetar a los cristianos como uno de los «pueblos del
Libro», considerándolo un enemigo natural. Por su parte, los judíos sufrieron las
mayores persecuciones hasta entonces en Europa y las cruzadas marcaron el
inicio de los primeros pogromos.
Sociales[editar]
Las cruzadas debilitaron a los señores feudales; muchos perdieron la vida o
quedaron en Oriente; otros se empobrecieron por la venta de sus tierras; además,
la prolongada ausencia les impidió vigilar sus derechos. Los reyes se incautaron
de los feudos vacantes y redujeron tenazmente los privilegios de los señores. Por
su parte, los siervos y vasallos alcanzaron su libertad a cambio de riquezas. Las
ciudades y la burguesía resultaron beneficiadas con las ganancias que
proporcionaban el aprovisionamiento, el transporte de los ejércitos y el incremento
de tráfico con Oriente. Los franceses, principales participantes de las cruzadas,
gozaron de una influencia en los países orientales que alcanzó hasta la época
contemporánea.
Económicas[editar]
Se introdujeron en Occidente nuevos cultivos y procedimientos de fabricación
tomados de los pueblos musulmanes. El comercio, sobre todo marítimo, adquirió
mayor impulso. Los puertos de Génova, Venecia, Amalfi, Marsella y Barcelona
fueron los más favorecidos.
Culturales[editar]
El arte y la ciencia árabe y bizantina mejoraron la cultura occidental; las
costumbres experimentaron sensibles cambios y el género de vida se hizo menos
rudo.89
Primera cruzada[editar]
Artículo principal: Primera Cruzada
Gregorio VII fue uno de los papas que más abiertamente apoyó una cruzada en la península ibérica.
Gregorio VII fue uno de los papas que más abiertamente apoyó la cruzada contra
el islam en la península ibérica10 y quien, a la vista de los éxitos conseguidos,
concibió utilizarla en Asia Menor para proteger a Bizancio de las invasiones
turcomanas.11
Su sucesor, Urbano II, fue quien la puso en práctica. El llamamiento formal tuvo
lugar en el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia), el martes 27 de
noviembre de 1095. En una sesión pública extraordinaria celebrada fuera de la
catedral, el papa se dirigió a la multitud de religiosos y laicos congregados para
comunicarles una noticia muy especial. Haciendo gala de sus dotes de orador,
expuso la necesidad de que los cristianos de Occidente se comprometieran a una
guerra santa contra los turcos, que estaban ejerciendo violencia sobre los reinos
cristianos de Oriente y maltratando a los peregrinos que iban a Jerusalén.
Prometió remisión de los pecados para quienes acudieran, una misión a la altura
de las exigencias de Dios y una alternativa esperanzadora para la desgraciada y
pecaminosa vida terrenal que llevaban. Deberían estar listos para partir al verano
siguiente y contarían con la guía divina. La multitud respondió apasionadamente
con gritos de Deus lo vult ('¡Dios lo quiere!') y un gran número de los presentes se
arrodillaron ante el papa solicitando su bendición para unirse a la sagrada
campaña.12 La primera cruzada (1095-1099) había comenzado.
El paso de los cruzados por el Reino de Hungría[editar]
La predicación de Urbano II puso en marcha en primer lugar a multitud de gente
humilde, dirigida por el predicador Pedro de Amiens el Ermitaño y algunos
caballeros franceses. Este grupo formó la llamada cruzada popular, cruzada de los
pobres o cruzada de Pedro el Ermitaño. De forma desorganizada se dirigieron
hacia Oriente, provocando matanzas de judíos a su paso. En marzo de 1096 los
ejércitos del rey Colomán de Hungría (sobrino del recientemente fallecido
rey Ladislao I de Hungría) repelerían a los caballeros franceses de Valter Gauthier
quienes entraron en territorio húngaro causando numerosos robos y matanzas en
las cercanías de la ciudad de Zimony. Posteriormente entraría el ejército de Pedro
de Amiens, el cual sería escoltado por las fuerzas húngaras de Colomán. Sin
embargo, luego de que los cruzados de Amiens atacasen a los soldados escoltas
y matasen a cerca de 4000 húngaros, los ejércitos del rey Colomán mantendrían
una actitud hostil contra los cruzados que atravesaban el reino hacia Bizancio.
A pesar del caos surgido, Colomán permitió la entrada a los ejércitos cruzados de
Volkmar y Gottschalk, a quienes finalmente también tuvo que hacer frente y
derrotar cerca de Nitra y Zimony, que al igual que los otros grupos causaron
incalculables estragos y asesinatos. En el caso particular del sacerdote alemán
Gottschalk, este entró en suelo húngaro sin autorización del rey y estableció un
campamento en las cercanías del asentamiento de Táplány. Al masacrar a la
población local, Colomán, enrabietado, expulsó por la fuerza a los soldados
germánicos invasores.
Después los húngaros detendrían a las fuerzas del conde Emiko (quien ya había
asesinado en suelo alemán a unos cuatro mil judíos) cerca de la ciudad de Moson.
Colomán de inmediato prohibió la estancia en Hungría de Emiko y se vio forzado a
enfrentarse al asedio del conde germánico a la ciudad de Moson, donde se
hallaba el rey húngaro. Las fuerzas de Colomán defendieron valientemente la
ciudad y, rompiendo el sitio, lograron dispersar las fuerzas cruzadas del sitiador.
Al poco tiempo, el rey húngaro forzó a Godofredo de Bouillón a firmar un tratado
en la abadía de Pannonhalma, donde los cruzados se comprometían a pasar por
el territorio húngaro con pacífico comportamiento. Tras esto, las fuerzas
continuarían fuera del territorio húngaro escoltadas por los ejércitos de Colomán y
se dirigirían hacia Constantinopla. A su llegada a Bizancio, el Basileus se apresuró
a enviarlos al otro lado del Bósforo. Despreocupadamente se internaron en
territorio turco, donde fueron aniquilados con facilidad.
La cruzada de los Príncipes[editar]
Cruzada veneciana[editar]
Artículo principal: Cruzada veneciana
El asedio de Tiro (1124) por los cruzados y la flota veneciana.
Segunda cruzada[editar]
Artículo principal: Segunda cruzada
Tercera cruzada[editar]
Artículo principal: Tercera cruzada
Las intromisiones del Reino de Jerusalén en el decadente califato fatimí de Egipto
llevaron al sultán Nur al-Din a mandar a su lugarteniente Saladino a hacerse cargo
de la situación. No hizo falta mucho tiempo para que Saladino se convirtiera en el
amo de Egipto, aunque hasta la muerte de Nur al-Din en 1174 respetó la
soberanía de este. Pero tras su muerte, Saladino se proclamó sultán de Egipto (a
pesar de que había un heredero al trono de Nur al-Din, su hijo de solo doce años
que murió envenenado) y de Siria, dando comienzo la dinastía ayyubí. Saladino
era un hombre sabio que logró la unión de las facciones musulmanas, así como el
control político y militar desde Egipto hasta Siria.
Como Nur al-Din, Saladino era un musulmán devoto y decidido a expulsar a los
cruzados de Tierra Santa. Balduino IV de Jerusalén quedó rodeado por un solo
Estado y se vio obligado a firmar frágiles treguas tratando de retrasar el inevitable
final.[cita requerida]
Tras la muerte del rey Balduino IV de Jerusalén, el Estado se dividió en distintas
facciones, pacifistas o belicosas, y pasó a convertirse en rey, debido al enlace
matrimonial que mantenía con la hermana del fallecido patriarca, el general en jefe
del ejército unido de Jerusalén: Guido de Lusignan. Él mismo apoyaba una política
agresiva y de no negociación con los sarracenos y abogaba por su sometimiento y
derrota en combate, cosa a la que sus detractores se oponían habida cuenta de la
inferioridad numérica que los cristianos tenían ante las tropas de Saladino. La
radicalidad religiosa y el apoyo al brazo más radical de la orden de los Templarios
en sus ataques a diversas localidades y estructuras sarracenas desembocarían en
un enfrentamiento final entre Guy de Lusignan y el propio Saladino. De hecho, se
hace culpable a Guy de Lusignan de la derrota y pérdida de Jerusalén por su
obsesión en enfrentarse al ejército de Saladino y su falta de visión para la
protección de la ciudad y de sus habitantes.
Crac de los Caballeros. Esta fortaleza, considerada inexpugnable, controlaba el paso desde el interior
de Siria a la costa de Líbano y estuvo bajo el mando de los Caballeros Hospitalarios hasta 1271.
Cuarta cruzada[editar]
Artículo principal: Cuarta cruzada
Fortalezas templarias.
Octava cruzada[editar]
Artículo principal: Octava cruzada
25 años después; Luis IX de Francia una vez más organizó otra cruzada, la octava
(1269), el plan era desembarcar en Túnez y moverse en tierra hasta Egipto; esto
fue propuesto por Carlos de Anjou rey de Nápoles, con la intención de reunir las
tropas en la próspera región comercial de Túnez dónde se obtendría fondos para
la invasión. Desembarcaron desconociendo que había una epidemia de disentería
en la región, Luis fue infectado y murió a los pocos días. (1270).
Novena cruzada[editar]
Artículo principal: Novena cruzada
La novena cruzada a veces es considerada como parte de la Octava. El príncipe
Eduardo de Inglaterra, después Eduardo I, se unió a la cruzada de Luis IX de
Francia contra Túnez, pero llegó al campamento francés tras la muerte del rey.
Tras pasar el invierno en Sicilia, decidió continuar con la cruzada y comandó sus
seguidores, entre 1000 y 2000, hasta Acre, a donde llegó 9 de mayo de 1271.
También le acompañaban un pequeño destacamento de Bretones y otro de
flamencos, liderados por el obispo de Lieja, que abandonaría la campaña en
invierno ante la noticia de su elección como nuevo papa, Gregorio X. Eduardo y su
ejército se limitaron a ser una guerrilla que luego de un año acabó con la firma de
una tregua el 22 de mayo de 1272 en Cesarea. No obstante, era conocida por
todos la intención de Eduardo de volver en el futuro al frente de una cruzada
mayor y más organizada, por lo cual enviaron un agente Hashshashin que apuñaló
al príncipe con una daga envenenada el 16 de junio de 1272. La herida no fue
mortal pero Eduardo estuvo enfermo varios meses, hasta que su salud le permitió
partir de vuelta a Inglaterra el 22 de septiembre de 1272.
Aunque Eduardo y algunos papas intentaron predicar nuevas cruzadas, ya no se
organizaron más y, en mayo de 1291, tras la caída de Acre, los cruzados
evacuaron sus últimas posesiones en Tiro, Sidón y Beirut. A fin de cuentas, el
único triunfo relevante de la cristiandad durante los dos siglos de más de ocho
cruzadas fue la toma de Jerusalén por Godofredo de Bouillon en la primera
cruzada en el año 1099, la cual, a pesar de las matanzas de sarracenos y judíos
(hombres, mujeres y niños), logró sostener la Ciudad Santa por muchos años, y
encontró los objetivos marcados inicialmente por los defensores de la idea de
reconquistar la tierra llamada santa para los cristianos de Europa.
Véase también[editar]
Referencias[editar]
1. ↑ Runciman, 1983, p. 113.
2. ↑ Mayer, Historia de las Cruzadas, p. 20, emplea la expresión Deus lo vult.
3. ↑ Historia de la Prehistoria a la Edad Media. Mandioca. 2013. ISBN 9789874113207.
4. ↑ Saltar a:a b «Reconquista, cruzada y órdenes militares». Consultado el 2 de junio de 2017.
5. ↑ Biografía de Alejandro II en www.artehistoria.com
6. ↑ Runciman, The First Crusade, p. 39.
7. ↑ Asbridge, Thomas. The First Crusade: A New History, the Roots of Conflict Between
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8. ↑ Georges, Duby (1987). Atlas Histórico Mundial. Madrid: Editorial Debate. p. 56, 57, 58 y 59.
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10. ↑ Runcinman, 1983, p. 98.
11. ↑ Runciman, 1983, p. 105.
12. ↑ Runciman, 1983, pp. 112-113.
13. ↑ Saltar a:a b Snell, 1911.
14. ↑ Smail, 1995, p. 79ff.
15. ↑ Saltar a:a b Madden, 2005, p. 44.
16. ↑ Blincoe, 2008, p. 198.
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Bibliografía[editar]
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