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Para otros usos de este término, véase cruzado.
«Cruzada» redirige aquí. Para otras acepciones, véase Cruzada (desambiguación).
Cruzadas
Fecha 1096-1291
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Cruzadas
Reconquista
Primera
Popular
1101
Noruega
Baleares
Venda
Segunda
Tercera
1197
Cuarta
Albigense
De los Niños
Quinta
Sexta
Séptima
Octava
Novena
Aragonesa
Índice
Las cruzadas fueron emprendidas para liberar los «Lugares Santos», es decir, las
regiones donde vivió Jesucristo, de la dominación musulmana. Sus orígenes se
remontan a 1095, cuando el emperador bizantino Alejo I solicitó protección para
los cristianos de oriente al papa Urbano II, quien en el concilio de Clermont inició la
predicación de la cruzada. Al terminar su alocución con la frase
del Evangelio «renuncia a ti mismo, toma tu cruz, y sígueme» (Mateo 16:24), la
multitud, entusiasmada, manifestó ruidosamente su aprobación con el grito Deus lo
vult, o Dios lo quiere.12
Posiblemente, las motivaciones de quienes participaban en ellas fueron muy diversas,
aunque en muchos casos se puede suponer un verdadero fervor religioso. Se arguye,
por ejemplo, que fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza
feudal, el control del comercio con Asia y el afán hegemónico del papado sobre las
monarquías y las iglesias de Oriente, aunque se declararan con principio y objeto de
recuperar Tierra Santa para los peregrinos, de los cuales los turcos
selyúcidas y zanguíes, una vez conquistada Jerusalén en 1076, abusaban sin piedad, a
diferencia de la época de los Califas fatimíes (909-1171) cuya regla fue la libertad de
pensamiento y la razón extendida a las personas, que podían creer en lo que quisieran,
siempre que no infrinjan los derechos de otros.
Sobre el término[editar]
El origen de la palabra y del porqué se denominó así se atribuye a la cruz de tela usada
como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte de esta empresa de
reconquista de Tierra Santa.3
Escritores medievales utilizan los términos crux (pro cruce transmarina, Estatuto de
1284, citado por Du Cange, s.v. crux), croisement (Joinville), croiserie (Monstrelet), etc.
Desde la Edad Media, el significado de la palabra cruzada se extendió para incluir a
todas las guerras emprendidas en cumplimiento de un voto y dirigidas contra infieles, p.
ej. contra musulmanes, paganos, herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión.4
Las guerras que desde el s. VIII d. C. mantuvieron los reinos cristianos del norte de
la península ibérica contra el musulmán Califato de Córdoba, y que la historiografía
conoce como Reconquista, continuaron de forma igualmente discontinua desde el
siglo XI contra los reinos de taifas, los almorávides y los almohades. En algunas
ocasiones, el papa les otorgó la calificación de «cruzada», como sucedió con la batalla
de Las Navas de Tolosa (1212) o con el episodio final de la Reconquista, la guerra de
Granada (1482-1492). En el norte de Europa se organizaron cruzadas contra
los prusianos y lituanos. El exterminio de la herejía albigense se debió a una cruzada y,
en el siglo XIII, los papas predicaron cruzadas contra Juan Sin Tierra y Federico II
Hohenstaufen.
Pero la literatura moderna ha abusado de la palabra aplicándola a todas las guerras de
carácter religioso, como, por ejemplo, la expedición de Heraclio contra los persas en el
s. VII d. C. y la conquista de Sajonia por Carlomagno. Nuevamente resonó dicho
término durante la primera mitad del siglo XX, utilizado por las potencias del Eje o de su
círculo de influencia: la guerra civil española o la invasión alemana de la URSS,
recibieron tal calificativo por parte de la propaganda oficial.
Sin embargo, utilizada con un criterio estricto, la idea de la cruzada corresponde a una
concepción política que se dio solo en la cristiandad desde el siglo XI al XV. Suponía
una unión de todos los pueblos y soberanos bajo la dirección de los papas. Todas las
cruzadas se anunciaron mediante la predicación. Después de pronunciar un voto
solemne, cada guerrero recibía una cruz de las manos del papa o de su legado, y era
desde ese momento considerado como un soldado de la Iglesia. A los cruzados
también se les concedían indulgencias y privilegios temporales, tales como la exención
de la jurisdicción civil o la inviolabilidad de las personas y propiedades. De todas esas
guerras emprendidas en nombre de la cristiandad, las más importantes fueron
las cruzadas orientales, que son las tratadas en este artículo.
Antecedentes[editar]
Para poder comprender qué razones tenían los dirigentes de Europa y del Oriente
Próximo para tomar semejantes decisiones, debemos remontarnos a los años
inmediatamente anteriores al comienzo del fenómeno cruzado y conocer al
antecedente de las cruzadas.4
En torno al año 1000, Constantinopla se erigía como la ciudad más próspera y
poderosa del «mundo conocido» en Occidente. Situada en una posición fácilmente
defendible, en medio de las principales rutas comerciales, y con un gobierno
centralizado y absoluto en la persona del Emperador, además de un ejército capaz y
profesional, hacían de la ciudad y los territorios gobernados por esta (el Imperio
bizantino) una nación sin par en todo el orbe. Gracias a las acciones emprendidas por
el emperador Basilio II Bulgaroktonos, los enemigos más cercanos a sus fronteras
habían sido humillados y anulados en su totalidad.
Sin embargo, tras la muerte de Basilio, monarcas menos competentes ocuparon el
trono bizantino, al tiempo que en el horizonte surgía una nueva amenaza proveniente
de Asia Central. Eran los turcos, tribus nómadas que, en el transcurso de esos años, se
habían convertido al islam. Una de esas tribus, los turcos selyúcidas (llamadas así por
su mítico líder Selyuq), se lanzó contra el Imperio de Constantinopla. En la batalla de
Manzikert, en el año 1071, el grueso del ejército imperial fue arrasado por las tropas
turcas, y uno de los coemperadores fue capturado. A raíz de esta debacle, los
bizantinos debieron ceder la mayor parte de Asia Menor (hoy el núcleo de la nación
turca) a los selyúcidas. Ahora había fuerzas musulmanas apostadas a escasos
kilómetros de la misma Constantinopla.
Por otra parte, los turcos también habían avanzado en dirección sur,
hacia Siria y Palestina. Una tras otra las ciudades del Mediterráneo Oriental cayeron en
sus manos, y en 1070, un año antes de Manzikert, entraron en la Ciudad
Santa, Jerusalén.
Estos dos hechos conmocionaron tanto a Europa Occidental como a la Oriental. Ambos
empezaron a temer que los turcos fueran a dominar lentamente al mundo cristiano,
haciendo desaparecer su religión. Además, empezaron a llegar numerosos rumores
acerca de torturas y otros horrores cometidos contra peregrinos en Jerusalén por las
autoridades turcas.
La primera cruzada no supuso el primer caso de Guerra Santa entre cristianos y
musulmanes inspirada por el papado. Ya el papa Alejandro II había predicado la guerra
contra el infiel musulmán en dos ocasiones. La primera fue en 1061, durante la
conquista de Sicilia por los normandos, y la segunda en el marco de las guerras de
la Reconquista ibérica, en la cruzada de Barbastro de 1064. En ambos casos el papa
ofreció Indulgencia a los cristianos que participaran.5
En 1074, el papa Gregorio VII llamó a los milites Christi («soldados de Cristo») para
que fuesen en ayuda del Imperio bizantino tras su dura derrota en la batalla
de Manzikert.6 Su llamada, si bien fue ampliamente ignorada e incluso recibió bastante
oposición, junto con el gran número de peregrinos que viajaban a Tierra Santa durante
el siglo XI y a los que la conquista de Anatolia había cerrado las rutas terrestres hacia
Jerusalén, sirvieron para enfocar gran parte de la atención de occidente en los
acontecimientos de oriente.7
En 1081, subió al trono Bizantino un general capaz, Alejo Comneno, que decidió hacer
frente de manera enérgica al expansionismo turco. Pero pronto se dio cuenta de que no
podría hacer el trabajo solo, por lo que inició acercamientos con Occidente, a pesar de
que las ramas occidental y oriental de la cristiandad habían roto relaciones en el Gran
Cisma de 1054. Alejo estaba interesado en poder contar con
un ejército mercenario occidental que, unido a las fuerzas imperiales, atacaran a los
turcos en su base y los mandaran de vuelta a Asia Central. Deseaba en particular usar
soldados normandos, los cuales habían conquistado el reino de Inglaterra en 1066 y
por la misma época habían expulsado a los mismos bizantinos del sur de Italia. Debido
a estos encuentros, Alejo conocía el poder de los normandos. Y ahora los quería como
aliados.
Alejo envió emisarios a hablar directamente con el papa Urbano II, para pedirle su
intercesión en el reclutamiento de los mercenarios. El papado ya se había mostrado
capaz de intervenir en asuntos militares cuando promulgó la llamada «Tregua de Dios»,
mediante la cual se prohibía el combate desde el viernes al atardecer hasta el lunes al
amanecer, lo cual disminuyó notablemente las contiendas entre los pendencieros
nobles. Ahora era otra oportunidad de demostrar el poder del papa sobre la voluntad de
Europa.
Consecuencias[editar]
Religiosas[editar]
Fueron una prueba del poder de la Iglesia Latina y le permitieron tomar contacto con
las comunidades cristianas de Oriente. Sin embargo, provocaron un conflicto con
la Iglesia Ortodoxa que agravó la situación abierta por el cisma de 1054. La conquista
latina de Constantinopla provocó el resentimiento de los ortodoxos, hasta el punto de
que dos siglos y medio más tarde, ante el sitio turco de la ciudad, pudieran decir: «es
preferible el turbante del Sultán antes que la tiara del Papa». En los reinos de
Occidente, la cruzada adquirió un prestigio religioso que perduró por largo tiempo, y su
proclamación sirvió de base para las primeras guerras religiosas de la Cristiandad,
la cruzada contra los albigenses, la Reconquista y la cruzada de Livonia. En relación
con los musulmanes, las Cruzadas marcaron el punto más bajo en las relaciones entre
ambas religiones abrahámicas; el cristianismo presentó al musulmán como un enemigo
ante el cual no cabía otra posibilidad que aniquilarlo (solamente Francisco de
Asís cuestionó esta idea) y el islam dejó de respetar a los cristianos como uno de los
«pueblos del Libro», considerándolo un enemigo natural. Por su parte, los judíos
sufrieron las mayores persecuciones hasta entonces en Europa y las cruzadas
marcaron el inicio de los primeros progromos.
Sociales[editar]
Las cruzadas debilitaron a los señores feudales; muchos perdieron la vida o quedaron
en Oriente; otros se empobrecieron por la venta de sus tierras; además, la prolongada
ausencia les impidió vigilar sus derechos. Los reyes se incautaron de los feudos
vacantes y redujeron tenazmente los privilegios de los señores. Por su parte, los
siervos y vasallos alcanzaron su libertad a cambio de riquezas. Las ciudades y la
burguesía resultaron beneficiadas con las ganancias que proporcionaban el
aprovisionamiento, el transporte de los ejércitos y el incremento de tráfico con Oriente.
Los franceses, principales participantes de las cruzadas, gozaron de una influencia en
los países orientales que alcanzó hasta la época contemporánea.
Económicas[editar]
Se introdujeron en Occidente nuevos cultivos y procedimientos de fabricación tomados
de los pueblos musulmanes. El comercio, sobre todo marítimo, adquirió mayor impulso.
Los puertos de Génova, Venecia, Amalfi, Marsella y Barcelona fueron los más
favorecidos.
Culturales[editar]
El arte y la ciencia árabe y bizantina mejoraron la cultura occidental; las costumbres
experimentaron sensibles cambios y el género de vida se hizo menos rudo. 89
Segunda
1144 1148
cruzada
Primera cruzada[editar]
Artículo principal: Primera Cruzada
Gregorio VII fue uno de los papas que más abiertamente apoyó una cruzada en la península ibérica.
Gregorio VII fue uno de los papas que más abiertamente apoyó la cruzada contra el
islam en la península ibérica10 y quien, a la vista de los éxitos conseguidos, concibió
utilizarla en Asia Menor para proteger a Bizancio de las invasiones turcomanas.11
Su sucesor, Urbano II, fue quien la puso en práctica. El llamamiento formal tuvo lugar
en el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia), el martes 27 de noviembre de
1095. En una sesión pública extraordinaria celebrada fuera de la catedral, el papa se
dirigió a la multitud de religiosos y laicos congregados para comunicarles una noticia
muy especial. Haciendo gala de sus dotes de orador, expuso la necesidad de que los
cristianos de Occidente se comprometieran a una guerra santa contra los turcos, que
estaban ejerciendo violencia sobre los reinos cristianos de Oriente y maltratando a los
peregrinos que iban a Jerusalén. Prometió remisión de los pecados para quienes
acudieran, una misión a la altura de las exigencias de Dios y una alternativa
esperanzadora para la desgraciada y pecaminosa vida terrenal que llevaban. Deberían
estar listos para partir al verano siguiente y contarían con la guía divina. La multitud
respondió apasionadamente con gritos de Deus lo vult ('¡Dios lo quiere!') y un gran
número de los presentes se arrodillaron ante el papa solicitando su bendición para
unirse a la sagrada campaña.12 La primera cruzada (1095-1099) había comenzado.
El paso de los cruzados por el Reino de Hungría[editar]
La predicación de Urbano II puso en marcha en primer lugar a multitud de gente
humilde, dirigida por el predicador Pedro de Amiens el Ermitaño y algunos caballeros
franceses. Este grupo formó la llamada cruzada popular, cruzada de los pobres o
cruzada de Pedro el Ermitaño. De forma desorganizada se dirigieron hacia Oriente,
provocando matanzas de judíos a su paso. En marzo de 1096 los ejércitos del
rey Colomán de Hungría (sobrino del recientemente fallecido rey Ladislao I de Hungría)
repelerían a los caballeros franceses de Valter Gauthier quienes entraron en territorio
húngaro causando numerosos robos y matanzas en las cercanías de la ciudad de
Zimony. Posteriormente entraría el ejército de Pedro de Amiens, el cual sería escoltado
por las fuerzas húngaras de Colomán. Sin embargo, luego de que los cruzados de
Amiens atacasen a los soldados escoltas y matasen a cerca de 4000 húngaros, los
ejércitos del rey Colomán mantendrían una actitud hostil contra los cruzados que
atravesaban el reino hacia Bizancio.
A pesar del caos surgido, Colomán permitió la entrada a los ejércitos cruzados de
Volkmar y Gottschalk, a quienes finalmente también tuvo que hacer frente y derrotar
cerca de Nitra y Zimony, que al igual que los otros grupos causaron incalculables
estragos y asesinatos. En el caso particular del sacerdote alemán Gottschalk, este
entró en suelo húngaro sin autorización del rey y estableció un campamento en las
cercanías del asentamiento de Táplány. Al masacrar a la población local, Colomán,
enrabietado, expulsó por la fuerza a los soldados germánicos invasores.
Después los húngaros detendrían a las fuerzas del conde Emiko (quien ya había
asesinado en suelo alemán a unos cuatro mil judíos) cerca de la ciudad de Moson.
Colomán de inmediato prohibió la estancia en Hungría de Emiko y se vio forzado a
enfrentarse al asedio del conde germánico a la ciudad de Moson, donde se hallaba el
rey húngaro. Las fuerzas de Colomán defendieron valientemente la ciudad y,
rompiendo el sitio, lograron dispersar las fuerzas cruzadas del sitiador.
Al poco tiempo, el rey húngaro forzó a Godofredo de Bouillón a firmar un tratado en
la abadía de Pannonhalma, donde los cruzados se comprometían a pasar por el
territorio húngaro con pacífico comportamiento. Tras esto, las fuerzas continuarían
fuera del territorio húngaro escoltadas por los ejércitos de Colomán y se dirigirían hacia
Constantinopla. A su llegada a Bizancio, el Basileus se apresuró a enviarlos al otro lado
del Bósforo. Despreocupadamente se internaron en territorio turco, donde fueron
aniquilados con facilidad.
La cruzada de los Príncipes[editar]
Cruzada veneciana[editar]
Artículo principal: Cruzada veneciana
El asedio de Tiro (1124) por los cruzados y la flota veneciana.
Segunda cruzada[editar]
Artículo principal: Segunda cruzada
Gracias a la división de los Estados musulmanes, los Estados latinos (o francos, como
eran conocidos por los árabes), consiguieron establecerse y perdurar. Los dos primeros
reyes de Jerusalén, Balduino I y Balduino II fueron gobernantes capaces de expandir
su reino a toda la zona situada entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso más allá.
Rápidamente, se adaptaron al cambiante sistema de alianzas locales y llegaron a
combatir junto a estados musulmanes en contra de enemigos que, además de
musulmanes, contaban entre sus filas con guerreros cristianos.
Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba decayendo entre los francos,
cada vez más cómodos en su nuevo estilo de vida, entre los musulmanes iba creciendo
el espíritu de yihad o guerra santa agitado por los predicadores contra sus impíos
gobernantes, capaces de tolerar la presencia cristiana en Jerusalén e incluso de aliarse
con sus reyes. Este sentimiento fue explotado por una serie de caudillos que
consiguieron unificar los distintos estados musulmanes y lanzarse a la conquista de los
reinos cristianos.
El primero de estos fue Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo, que en 1144 conquistó
Edesa, liquidando el primero de los Estados francos. Como respuesta a esta conquista,
que puso de manifiesto la debilidad de los Estados cruzados, el papa Eugenio III, a
través de Bernardo, abad de Claraval (famoso predicador, autor de la regla de
los templarios) predicó en diciembre de 1145 la segunda cruzada.
A diferencia de la primera, en esta participaron reyes de la cristiandad, encabezados
por Luis VII de Francia (acompañado de su esposa, Leonor de Aquitania) y por el
emperador germánico Conrado III. Los desacuerdos entre franceses y alemanes, así
como con los bizantinos, fueron constantes en toda la expedición. Cuando ambos reyes
llegaron a Tierra Santa (por separado) decidieron que Edesa era un objetivo poco
importante y marcharon hacia Jerusalén. Desde allí, para desesperación del
rey Balduino III, en lugar de enfrentarse a Nur al-Din (hijo y sucesor de Zengi), eligieron
atacar Damasco, estado independiente y aliado del rey de Jerusalén.
La expedición fue un fracaso, ya que tras solo una semana de asedio infructuoso, los
ejércitos cruzados se retiraron y volvieron a sus países. Con este ataque inútil
consiguieron que Damasco cayera en manos de Nur al-Din, que progresivamente iba
cercando los Estados francos. Más tarde, el ataque de Balduino III a Egipto iba a
provocar la intervención de Nur al-Din en la frontera meridional del reino de Jerusalén,
preparando el camino para el fin del reino y la convocatoria de la tercera cruzada.
Tercera cruzada[editar]
Artículo principal: Tercera cruzada
Las intromisiones del Reino de Jerusalén en el decadente califato fatimí de Egipto
llevaron al sultán Nur al-Din a mandar a su lugarteniente Saladino a hacerse cargo de
la situación. No hizo falta mucho tiempo para que Saladino se convirtiera en el amo de
Egipto, aunque hasta la muerte de Nur al-Din en 1174 respetó la soberanía de este.
Pero tras su muerte, Saladino se proclamó sultán de Egipto (a pesar de que había un
heredero al trono de Nur al-Din, su hijo de solo doce años que murió envenenado) y de
Siria, dando comienzo la dinastía ayyubí. Saladino era un hombre sabio que logró la
unión de las facciones musulmanas, así como el control político y militar desde Egipto
hasta Siria.
Como Nur al-Din, Saladino era un musulmán devoto y decidido a expulsar a los
cruzados de Tierra Santa. Balduino IV de Jerusalén quedó rodeado por un solo Estado
y se vio obligado a firmar frágiles treguas tratando de retrasar el inevitable final.
[cita requerida]
Cuarta cruzada