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Más allá del principio del placer


Introducción

En 1920, Freud realiza dos grandes modificaciones en su teoría. En primer lugar,


pone en cuestión el dominio del principio del placer sobre la vida psíquica y
delimita un más allá de este (Freud, 1992b), con el fin de fundamentar
teóricamente una serie de fenómenos subjetivos: la compulsión a la repetición, el
juego de los niños y las neurosis traumáticas. Luego, en El Yo y el Ello (Freud,
1992c), reformula la tópica y dinámica del aparato psíquico, ya que el anterior
modelo —inconsciente, preconsciente, consciente— se muestra insuficiente para
dar cuenta de la complejidad del conflicto psíquico. A continuación, se realizará
una reseña de estos dos giros en la teoría psicoanalítica y, finalmente, se
abordará el historial de El hombre de los lobos (Freud, 1992a) para articular
algunos de sus conceptos en la experiencia clínica.

1. Más allá del principio del placer

Las sensaciones de placer y displacer refieren a cantidades de excitación en el


aparato psíquico, siendo, la primera, una descarga o disminución y, la segunda,
una elevación o exceso de la tensión. Hasta 1920, Freud considera que el
principio del placer, que tiende a mantener las cargas libidinales lo más bajas
posibles, domina la vida psíquica; pero luego la experiencia lo obliga a reformular
esta tesis, a partir de ciertos fenómenos clínicos que detallaremos a continuación.

En primer lugar, se debe aclarar que el principio del placer no es


funcional a la conservación del yo. Este se ve obligado a recurrir al
principio de realidad, demorando la resolución de la pulsión y
exigiendo la renuncia a la satisfacción inmediata en su formación; las
pulsiones conflictivas e incompatibles con el desarrollo del yo caen
bajo el influjo de la represión y son separadas de su desarrollo,
relegadas a lo inconsciente. Cuando la pulsión alcanza formas
sustitutivas de satisfacción a través del síntoma, estas son
experimentadas por el yo como displacenteras. Todo displacer
neurótico es, en este aspecto, “placer que no puede ser sentido como
tal” (Freud, 1992b).

El cuestionamiento de Freud (1992b) sobre el dominio del principio del placer


surge a partir de cuatro fenómenos:

- Las neurosis traumáticas, surgidas a partir de eventos que implicaron una


violencia mecánica para el sujeto, tales como la guerra (también conocida como
neurosis de guerra) y los accidentes en donde hubo peligro de muerte. El síntoma
se caracteriza por los intentos repetitivos de descarga de la tensión traumática a
través de reminiscencias de la situación disparadora, trastornos del sueño,
inhibición y pesadillas recurrentes.

- El juego infantil, observado por Freud en un niño de un año y medio, que


simboliza la marcha displacentera de su madre haciendo desaparecer y aparecer
repetitivamente un carretel de hilo. La representación de la desaparición de la
madre en el juego se mostraba más frecuente que su subsecuente aparición.

- Las producciones artísticas de la tragedia, el terror y el drama, que incluyen


presentaciones dolorosas buscadas de manera activa en su construcción.

La compulsión a la repetición de los neuróticos, que aparece ante la imposibilidad


de recordar lo reprimido en la transferencia. 

Estos fenómenos muestran un funcionamiento más allá del principio del placer e
indican que el dolor forma parte de la meta de la descarga pulsional. La pulsión de
muerte será el concepto que fundamente la emergencia de la repetición: la
tendencia de lo orgánico a reconstruir un estado anterior que el sujeto tuvo que
abandonar en su desarrollo a causa de fuerzas externas perturbadoras. 

2. Segunda tópica
En 1920, Freud realiza una modificación capital en su esquema tópico del aparato
psíquico, hasta el momento presentado bajo la división inconsciente-
preconsciente-consciente. Se ve llevado a adaptar este modelo de representación
a partir de los nuevos desarrollos teóricos y clínicos sobre las defensas
inconscientes provenientes del yo, que ya no permiten homologar los polos del
conflicto neurótico con las instancias consciente e inconsciente. 

Discernimos que lo Icc no coincide con lo reprimido; sigue siendo correcto que
todo reprimido es icc, pero no todo icc es, por serlo, reprimido. También una parte
del yo, Dios sabe cuán importante, puede ser icc, es seguramente icc. Y esto Icc
del yo no es latente en el sentido de lo Prcc, pues si así fuera no podría ser
activado sin devenir cc, y el hacerlo consciente no depararía dificultades tan
grandes. (Freud, 1992c, p. 19).

Freud propone llamar yo a la parte que se desprende del sistema perceptivo y ello
—toma un término de G. Groddeck— a lo psíquico inconsciente restante. El yo es
la superficie del ello que se modificó a causa de los estímulos del mundo externo;
controla el acceso a la motilidad, las defensas inconscientes (entre las que se
encuentra la represión) y representa al principio de realidad y a la razón. El ello,
por otra parte, representa al principio del placer, las pasiones y a lo inconsciente
reprimido. 

Figura 1: Representación tópica del yo y el ello


Fuente: Freud, 1992c, p. 26

Más adelante, Freud comienza a delimitar la categoría de superyó, en principio a


partir de la severa crítica, reproche y humillación a las que se veía sometido el yo
en los casos de melancolía. A partir de aquí, supone que el yo se encuentra
dividido en dos partes, una de las cuales —en principio simplemente denominada
ideal del yo— se enfrenta a la otra como instancia crítica y conciencia moral. El
superyó muestra, además, el reemplazo de cargas libidinales de objeto por
identificaciones y mantiene un vínculo estrecho con el ello:

Otro punto de vista enuncia que esta trasposición de una elección erótica de
objeto en una alteración del yo es, además, un camino que permite al yo dominar
al ello y profundizar sus vínculos con el ello, aunque, por cierto, a costa de una
gran docilidad hacia sus vivencias. Cuando el yo cobra los rasgos del objeto, por
así decir se impone él mismo al ello como objeto de amor, busca reparar su
pérdida diciéndole: «Mira, puedes amarme también a mí; soy tan parecido al
objeto...». La transposición así cumplida de libido de objeto en libido narcisista
conlleva, manifiestamente, una resignación de las metas sexuales, una
desexualización y, por tanto, una suerte de sublimación. (Freud, 1992c, p. 32).

El superyó es heredero del narcisismo primario, en donde el yo era autosuficiente,


y se desarrolla a partir de relaciones de identificación con figuras de autoridad,
principalmente el padre como representante de la ley. Está conformado por el
ideal del yo y la conciencia moral, adopta las funciones de autoobservación,
censura e influencia en la represión. A través del ideal del yo ejerce una crítica
hacia el yo que produce el sentimiento de culpabilidad. En este sentido, Freud
destaca que las exigencias del superyó son especialmente severas y expresan un
sadismo vuelto hacia el propio sujeto; por este motivo, la pulsión de muerte
predomina en esta instancia y se manifiesta a través de sus permanentes ataques
al yo.

Caso práctico

La neurosis obsesiva, asentada en una fijación en el erotismo sádico-anal,


muestra especialmente el carácter excesivo de los mandatos y prohibiciones del
Superyó. Retomaremos el historial del Hombre de los lobos para desarrollar, en el
plano clínico, la estructura de esta neurosis. Freud divide la niñez de su paciente
en cuatro etapas: 1) el período de la escena primordial, hasta la seducción por
parte de su hermana a los tres años y tres meses; 2) la alteración del carácter
hasta el sueño de los lobos, a los cuatro años; 3) la zoofobia hasta la iniciación
religiosa a los cuatro años y medio; y 4) la fase de neurosis obsesiva hasta los
diez años (Freud, 1992a). Nos detendremos en los dos últimos momentos.

Freud relata que la madre del paciente le enseña la historia sagrada con el fin de
distraerle de su bajo ánimo y su angustia, que desaparece, pero es reemplazada
por síntomas obsesivos. El temor a tener nuevamente sueños de angustia lo lleva
a realizar una serie de rituales religiosos, como besar las estampas de los santos
y trazar cruces en su cama y sobre él mismo antes de acostarse. 

Según informa, la impresión que al comienzo le produjo el relato de la historia


sagrada en modo alguno fue grata. Primero se revolvió contra el carácter
padeciente de la persona de Cristo, y luego contra la trama íntegra de su historia.
Dirigió su descontenta crítica a Dios Padre. Si era todopoderoso, entonces era
culpable de que los hombres fueran malos y martirizaran a otros, a raíz de lo cual
se iban después al Infierno. Habría debido hacerlos buenos; él mismo era
responsable de todo el mal y de todo el martirio. Le escandalizaba el
mandamiento de ofrecer la otra mejilla cuando se había recibido una bofetada;
también que Cristo en la cruz hubiera impetrado que Ie apartaran ese cáliz, pero
además que no se hubiese producido un milagro para demostrar que era el Hijo
de Dios. Así pues, se había despertado su inteligencia, que supo pesquisar con
despiadado rigor los puntos débiles de la historia sagrada. (Freud, 1992a, p. 59-
60).

La construcción muestra el contenido moral de la crítica religiosa y la redirección


de la pulsión sádica en la instancia del superyó. La historia sagrada le dio al sujeto
la posibilidad de sublimar la actitud erótica masoquista hacia su padre.
Recordemos que este muestra, en un primer momento, una actitud sádica hacia
su propia niñera —a modo de venganza contra ella por haber proferido una
amenaza de castración sobre su actividad onanista— y hacia los animales:
gustaba de despedazar pequeños insectos y fantaseaba con castigar a otros más
grandes, como caballos. Luego, la posición activa del sadismo cambia a la
pasividad del masoquismo cuando comienza a buscar el castigo de su padre.

En la neurosis obsesiva, el yo, atormentado por un superyó feroz, reprime las


pulsiones provenientes del ello, que luego se manifiestan deformadas en la
formación sintomática. Las fantasías, de recurrente contenido moral, muestran
una respuesta en contra del erotismo sádico-anal:

Ahora bien, a esta crítica racionalista se aunaron muy pronto cavilaciones y dudas
a través de las cuales se trasluce la cooperación de mociones secretas. Una de
las primeras preguntas que dirigió a la ñaña fue si también Cristo tuvo un trasero.
Ella le explicó que había sido un Dios y también un hombre. Y como hombre
había tenido y hecho todo como los demás hombres. Esto no le satisfizo en
absoluto, pero supo consolarse diciéndose que el trasero no era más que la
prolongación de las piernas. La angustia apenas apaciguada de verse precisado a
degradar a la Sagrada Persona volvió a encenderse cuando le afloró la pregunta
de si también Cristo había defecado. No osó formulársela a la piadosa ñaña, pero
halló una escapatoria tal que ella misma no habría podido procurarla mejor. Si
Cristo había hecho vino de la nada, también pudo convertir en nada la comida y
así ahorrarse la defecación. (Freud, 1992a, p. 60).

Video conceptual

Referencias
Freud, S. (1992a). Obras completas (vol. XVII). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

Freud, S. (1992b). Obras completas (vol. XVIII). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

Freud, S. (1992c). Obras completas (vol. XIX). Buenos Aires, AR: Amorrortu. 

Revisión del módulo

☰ Lo inconsciente y la represión
En esta lectura, desarrollamos la génesis epistemológica e histórica de la noción
freudiana de inconsciente a partir de la construcción de su esquema psíquico que,
desde la metapsicología, contempla los aspectos tópico, dinámico y económico.
☰ La pulsión
Reconstruiremos la teoría de las pulsiones de Freud, desde su sistematización
inicial en 1915 con Pulsiones y destinos de pulsión, hasta la segunda teoría
pulsional formulada en 1920 con Más allá del principio del placer.
☰ El narcisismo
El concepto de narcisismo permite a Freud ampliar su teoría de la libido y las
relaciones de objeto, lo que extiende su aplicación a otras categorías clínicas
como la demencia precoz (esquizofrenia) y problematiza, nuevamente, los límites
entre lo normal y lo patológico.
☰ Más allá del principio del placer
En 1920, Freud realiza dos grandes modificaciones en su teoría. En primer lugar,
pone en cuestión el dominio del principio del placer sobre la vida psíquica y
delimita un más allá de este. Luego, en El Yo y el Ello, reformula la tópica y
dinámica del aparato psíquico.

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