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Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del
cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado
de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del
campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y
siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el
Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a
quien él quiere. En la misma hora se cumplió la palabra sobre
Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía
hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del
cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas
como las de las aves (vv. 31-33).
Años antes, Senaquerib, rey del temible imperio asirio, también había
necesitado aprender la misma lección. Las conquistas de su nación, de las que se
jactaba con tanto orgullo (cp. Is. 10:12-14), no resultaron de su propia fuerza
militar, sino del designio soberano de Dios:
¿No has oído decir que desde tiempos antiguos yo lo hice, que
desde los días de la Antigüedad lo tengo ideado? Y ahora lo he
hecho venir, y tú serás para reducir las ciudades fortificadas a
montones de escombros. Sus moradores fueron de corto poder;
fueron acobardados y confusos, fueron como hierba del campo y
hortaliza verde, como heno de los terrados, que antes de sazón se
seca. He conocido tu condición, tu salida y tu entrada, y tu furor
contra mí (Is. 37:26-28).
LOS RESTANTES:
Sin embargo, la mayoría de los seis meses los pasó instruyendo a los doce.
Les enseñó muchas cosas (Mt. 16:13-27; 17:19-23; 18:1-35), les habló por primera
vez de su rechazo inminente, crucifixión y resurrección (Mt. 16:21; cp. 17:22-23).
También reveló a su círculo íntimo—Pedro, Jacobo y Juan—un vistazo de su
gloria divina (Mt. 17:1-8).
Es muy significativo que Jesús sólo pasó dos días con la multitud grande (tal
vez más de veinte mil personas) mencionada en el capítulo 6, pero estuvo seis
meses con los doce. Esto muestra que el enfoque del ministerio del Señor no
estaba en las reuniones masivas, sino en el discipulado. Le dedicó su tiempo y
esfuerzo al grupo de hombres que llevaría a cabo su ministerio después de su
partida. La Iglesia cristiana es en gran medida el legado de esos once hombres
(más Matías [Hch. 1:26] y Pablo [1 Co. 9:11]), quienes hicieron discípulos que
hicieron otros discípulos, y así sucesivamente por todos los siglos hasta nuestros
días.
El discipulado debe ser una prioridad también para la Iglesia. La comisión del
Señor para la Iglesia no fue la de atraer a grandes multitudes, sino la de ir y hacer
discípulos (Mt. 28:19). Del mismo modo, Pablo le encargó al joven pastor Timoteo:
“Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que
sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2). La medida del éxito de una
iglesia no es el tamaño de su congregación, sino la profundidad de su discipulado.
LA SOLICITUD
Como la fiesta estaba cerca y era una de las tres en que se pedía que todos los
hombres judíos asistieran (Dt. 16:16; cp. Éx. 23:14-17; 34:22- 24), los hermanos
de Jesús supusieron que Él saldría de Galilea e iría a Judea para celebrarla. Los
hermanos de Jesús eran medio-hermanos, los hijos de María y José. Mateo 13:55
menciona sus nombres: Santiago, José, Simón y Judas. Aunque en aquel
momento no creían en Él (véase la explicación anterior, del v. 5), después sí lo
harían (Hch. 1:14). Dos de sus hermanos escribieron las epístolas que llevan sus
nombres (Santiago y Judas) y Santiago se convirtió en la cabeza de la iglesia de
Jerusalén (Hch. 12:17; 15:13; 21:18; cp. Gá. 1:19; 2:9).
LA RESPUESTA
EL TIEMPO CORRECTO
Pero los líderes judíos no eran los únicos que debatían sobre Jesús en su
ausencia; había gran murmullo y desacuerdo acerca de él entre la multitud de
adoradores. Por un lado, unos decían: “Es bueno” ; pero otros decían: “No, sino
que engaña al pueblo”. En realidad, las dos perspectivas sobre Jesús eran
incorrectas. Él no era simplemente un hombre bueno, porque los buenos no
afirman ser Dios (5:18; cp. 8:24, 28, 58; 10:33). Tampoco engañaba al pueblo,
porque los engañadores no realizan los milagros genuinos y sobrenaturales que
hizo Jesús (10:25, 37- 38; 14:10-11; cp. 3:2; 5:36).