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hispanoamérica
Este es un cuaderno producido para las conferencias catequéticas de jóvenes y
adultos de las comunidades ortodoxas de Hispanoamérica.
Redacción , Diseño y Edición: Guennady Ramos Castilla
Diagramación: Arq. Denni Olazabal Alfonso
Hispanoamérica, 2021
Segundo Libro de la Biblia
Éxodo
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Para con Dios
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Para con Dios
PRIMER MANDAMIENTO
No tendrás otro Dios que a mí
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SEGUNDO MANDAMIENTO
No te harás imágenes talladas, ni figuración alguna de lo que
hay en lo alto de los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni
de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás
ante ellas y no las servirás.
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No obstante, a pesar de lo que afirmen los literalistas, este manda-
miento no nos prohíbe el uso de iconos, pinturas o representaciones
plásticas en cualquier soporte: tela, madera, piedra o cualquier otro.
A los judíos en el Sinaí se les ordenó construir un arca ornamentada
con dos querubines en cada extremo de la tapa (Éx. 25:18-20). En
aquella misma época sufrieron los hebreos una plaga de serpientes
venenosas y Dios ordenó a Moisés: «Hazte una serpiente de bronce
y ponla sobre un asta, y cuantos mordidos la miren, sanarán» (Núm.
21:8-9).
«Desde luego que el escritor bíblico no atribuye un valor mágico a
la serpiente de bronce levantada por Moisés, sino que ve en ella un
símbolo del poder curativo de Dios. La serpiente siempre ha sido re-
lacionada con la medicina, porque a ella se atribuían determinadas
virtudes curativas. El autor del libro de la Sabiduría hace la exégesis
del pasaje bíblico: “La serpiente era un símbolo de salvación que
otorgaba la salud, no por la virtud de la figura que tenían bajo sus
ojos, sino por Aquel que es el Salvador de todos.” Los israelitas, en
tiempo de Ezequías, daban culto a una serpiente de bronce llamada
«Nejustan» (de nejóset, bronce), y la consideraban como la utilizada
por Moisés para curar a los israelitas. El piadoso rey la hizo despe-
dazar para evitar los abusos idolátricos. Jesucristo alude al hecho
del desierto, y ve en la serpiente levantada por Moisés un tipo de
su elevación en la cruz: “Como Moisés levantó la serpiente en el de-
sierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que
todo el que crea en Él tenga la vida eterna.” Los Santos Padres han
desarrollado este simbolismo manifiesto en el poder curativo de la
serpiente y de Cristo en la cruz. En todo caso, Moisés, al levantar
la serpiente, no creía emplear un procedimiento mágico para cu-
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rar, sino destacar y simbolizar la omnipotencia divina, que curaba
a los israelitas. A nuestra mentalidad resulta extraña la elección de
este símbolo, pero debemos trasladarnos a la mentalidad oriental
de los antiguos israelitas para comprenderlo, como tenemos que
ser comprensivos con otros ritos extraños del Antiguo Testamento»
(Comentario de Núm. 21:8-9; Biblia Nácar-Colunga).
Cuando el rey Salomón construyó el Templo, aquel fue decorado
con bajo y altorrelieves de frutas, querubines, árboles tallados en
la madera y el gran Mar de Bronce, una enorme cisterna con for-
ma de copa colocada en el frente del Templo para garantizar las
abluciones, descansaba sobre doce bueyes, divididos de tres en tres
y que se orientaban a cada uno de los puntos cardinales (1 Reyes
6:18,29,32,34-35 y 1 Reyes 7:25); en tanto, el mismo trono real es-
taba apoyado sobre leones tallados (1 Reyes 10:19-20).
El núcleo de este mandamiento es entender que ninguna de esas
cosas puede ser objeto de la devoción y la adoración que sólo se le
debe a Dios. La devoción que los ortodoxos tributamos a los iconos
y a otros objetos sagrados es solo veneración, o sea respeto por lo
que en ellos se representa, por lo que comunican. A Dios se le debe
adoración, que entre muchas cosas es OBEDIENCIA y AMOR IN-
CONDICIONAL. Nadie en la ortodoxia obedece las leyes “dictadas”
por un icono, ni lo ama sin condiciones.
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TERCER MANDAMIENTO
No tomarás en falso el nombre de Yahvé, tu Dios, porque no de-
jará Yahvé sin castigo al que tome en falso su nombre.
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el nombre de Dios, ante lo cual debemos tener siempre presente
lo que nos dice san Pablo: «Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el
nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús
doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abis-
mos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de
Dios Padre» (Filip. 2:9-11).
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CUARTO MANDAMIENTO
Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días tra-
bajarás y harás tus obras, pero el séptimo día es día de des-
canso, consagrado a Yahvé, tu Dios, y no harás en él trabajo
alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni
tu ganado, ni el extranjero que está dentro de tus puertas.
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El que da la simiente al que siembra, también le dará
el pan para su alimento.
Para con el
Prójimo
Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, por que
no se hagan pusilánimes.
QUINTO MANDAMIENTO
Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas largos años en
la tierra que Yahvé, tu Dios, te da.
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SEXTO MANDAMIENTO
No Matarás.
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Incluso una aparente simple conversación puede “dañar de muerte”
a alguien quien, como resultado, tal vez no consiga un trabajo que le
es vital, no encaje en un grupo que podría vivificarlo, no avance en
una promoción que también merece, no llegue a ser lo que debería
dentro de la comunidad cristiana: «No salga de vuestra boca pala-
bra áspera, sino palabras buenas y oportunas para edificación, a fin
de ser gratos a los oyentes» (Ef. 4:29).
Este hecho, de que no sólo se mata físicamente, es asegurado por
Nuestro Señor cuando dice: «Y al que escandalizase a uno de estos
pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cue-
llo una piedra de molino de asno y le arrojaran al fondo del mar.
¡Ay del mundo por los escándalos! Porque no puede menos de ha-
ber escándalos; pero ¡ay de aquel por quien viniere el escándalo!»
(Mat. 18:6-7). Si condujeres a alguien a pecar, ya eso es un crimen
de homicidio: «El que no ama permanece en la muerte. Quien abo-
rrece a su hermano es homicida, y ya sabéis que todo homicida no
tiene en sí la vida eterna» (1Jn. 3:14b-15).
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SÉPTIMO MANDAMIENTO
No adulterarás.
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OCTAVO MANDAMIENTO
No Robarás.
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NOVENO MANDAMIENTO
No testificarás contra tu prójimo falso testimonio.
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DÉCIMO MANDAMIENTO
No desearás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo, ni
su siervo ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada de cuanto
le pertenece.
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La religión pura e inmaculada ante Dios Padre es visitar a los
huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y conservarse sin
mancha en este mundo.
Epílogo
Además de los Diez Mandamientos, en los cuales se nos dan
unas normas primordiales de conducta, Nuestro Señor nos
ha dado un mandamiento nuevo: «Un mandamiento nuevo os
doy y es que como yo os he amado os améis los unos a los
otros» (Jn. 13:34).
Este nuevo amor no sólo requiere que amemos a quienes nos
aman, sino también a aquellos que nos odian.
«Pero yo os digo a vosotros que me escucháis: amad a vues-
tros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a
los que os maldicen y orad por los que os calumnian. Al que te
hiere en una mejilla, ofrécele la otra, y al que te tome el man-
to, no le estorbes tomar la túnica; da a todo el que te pida y no
reclames de quien toma lo tuyo» (Lc. 6:27-30).
No es necesario que alguien nos guste para que le amemos
pues esto significa que estemos prestos para socorrerlo, per-
donarlo, ser justos con él y aplicarle la Regla Dorada: Haced
esto y viviréis.
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cuando hayas encontrado a Dios, no robarás.
El primer grado, práctica de las virtudes, comienza por el
arrepentimiento. El cristiano bautizado que escucha a su
conciencia y ejerce el poder de su libre voluntad, lucha,
con la ayuda de Dios, para escapar de la servidumbre de
las pasiones. Observando los mandamientos, haciéndo-
se cada vez más consciente del bien y del mal y desarro-
llando su sentido del deber, alcanzará progresivamente
la pureza de corazón, objetivo final de este primer grado.
En el segundo grado, contemplación de la naturaleza,
el cristiano afina su percepción de la existencia de las
cosas creadas y descubre así la presencia del Creador
en todas las cosas. Esto lo conduce al tercer grado, la
visión directa de Dios, que no solo está en todo, sino
por encima y más allá de todas las cosas. En el tercer
grado, el cristiano ya no tiene solamente la experiencia
de Dios a través de su conciencia o por intermedio de la
creación, sino que se encuentra con el Creador cara a
cara, en una unión directa de amor. La visión plena de la
gloria divina está reservada para el mundo futuro, pero
ya en esta vida los santos gozan de las promesas y de
las primicias de la cosecha futura.
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