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FRANZ KAFKA

LETRAS UNIVERSALES La transformación


y otros relatos
Edición de Ángeles Camargo y Bemd Kretzschmar

Traducción de Ángeles Camargo y Bernd Kretzschmar

TERCERA EDICIÓN

CÁTEDRA
LETRAS UNIVERSALES
l
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los labios, bebía sorbitos de agua de un diminuto vaso. Amén


de los espectadores, que cambiaban, también había allí vigi-
lantes permanentes elegidos por el público, curiosamente casi
siempre carniceros y en grupos de tres, cuyo cometido era ob-
servar día y noche al artista del hambre para que no tomara
alimentación alguna por cualquier conducto secreto. Pero
esto no era más que una formalidad establecida para calmar a
las masas, pues los que estaban al corriente sabían bien que
durante el ayuno el artista del hambre jamás, en ninguna cir-
Un artista del hambre cunstancia, ni siquiera bajo presión, hubiera comido ni lo
más mínimo; lo prohibía el honor de su arte. Bien es cierto
que no todos los vigilantes podían entenderlo, había a veces
N los últimos decenios ha disminuido mucho el interés grupos de vigilancia nocturna que efectuaban su misión con

E por los artistas del hambre. Así como antes producía


buenos beneficios organizar por cuenta propia grandes
exhibiciones de este tipo, hoy por hoy es del todo imposible.
mucho descuido, sentándose intencionadamente en un rin-
cón lejano y sumergiéndose en juegos de cartas, con la clara
intención de proporcionar al artista un pequeño tentempié
Eran otros tiempos. Por entonces la ciudad entera _dedicaba que, en su opinión, éste podría sacar de quién sabe qué pro-
toda su atención al artista del hambre; con cada día de ayuno visiones secretas. Nada lo torturaba tanto como ese tipo de vi-
aumentaba el interés; todos querían verlo al menos una vez al gilantes; lo ponían melancólico; le hacían el ayuno enorme-
día; durante los últimos días había abonados que permanecí- mente dificil; a veces se sobreponía a su debilidad y cantaba
an sentados jornadas enteras delante de la jaulita; también durante esa guardia todo el tiempo que le era soportable para
por la noche había visitas a la luz de las antorchas para au- demostrar a aquella gente lo injusto de sus sospechas. Sin em-
mentar el efecto; cuando el día era bueno, sacaban la jaula al bargo, no servía de mucho. Lo que hacían entonces era asom-
aire libre, principalmente para que fueran los niños quienes brarse de su destreza para comer mientras cantaba. Le gusta-
pudieran ver al artista del hambre; mientras que para los adul- ban mucho más los vigilantes que se sentaban muy cerca de
tos en la mayor parte de los casos solamente se trataba de una los barrotes y, no conformes con la mortecina luz de la sala,
distracción a la que concurrían porque estaba de moda, los ni- la iluminaban con unas litemas eléctricas de bolsillo que les
ños, asombrados, con la boca abierta, dándose la mano unos había proporcionado el empresario. La deslumbrante luz no
a otros para mayor seguridad, miraban cómo él, en su malla lo molestaba en modo alguno, porque de todas maneras no
negra, con las costillas muy marcadas, rechazando incluso podía dormir, solamente era capaz de trasponerse un poco
una silla, estaba sentado sobre la paja esparcida por el suelo y, con cualquier iluminación y a cualquier hora, incluso en una
asintiendo a veces amablemente con la cabeza, respondía las sala llena de gente y ruido. Con esa clase de guardas estaba
preguntas con una sonrisa forzada sacando, además, el brazo más que dispuesto a pasarse la noche entera sin dormir; le
a través de los barrotes para que tocaran su delgadez, otras ve- apetecía bromear con ellos, contarles historias de su vida
ces, por el contrario, se quedaba absorto en sí mismo, no se errante para, después, escuchar sus relatos, y todo ello sola-
ocupaba de nadie, ni siquiera de las campanadas de un reloj, mente para mantenerlos despiertos y poder demostrarles una
tan importantes para él, que era el único mueble de la jaula, y otra vez que él no tenía nada comestible en la jaula y que
sino que se quedaba abstraído mirando hacia delante con los pasaba hambre como ninguno de ellos podía hacerlo. No
ojos casi cerrados y, de vez en cuando, para humedecerse obstante, lo que más feliz lo hacía era la llegada de la mañana

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y, a cuenta suya, les llevaban un riquísimo desayuno sobre el dualmente, pero a partir de ahí el público empezaba a fallar
que se arrojaban con el apetito de unos hombres sanos des- y se podía constatar una importante disminución de la con-
pués de Wla ardua noche pasada en vela. Había incluso gente currencia. Cierto es que, a este respecto, había pequeñas dife-
que pretendía ver en ese desayuno un intento improcedente rencias según las ciudades y los países, pero como regla seguía
de influir sobre los vigilantes, pero eso era ir demasiado lejos vigente que el periodo máximo eran cuarenta días. Después de
y cuando se les preguntaba si estarían dispuestos a hacerse car~ ellos se abría la puerta de la jaula adornada con guirnaldas
go de la guardia nocturna sin desayuno, y simplemente por de flores, unos espectadores entusiasmados llenaban el anfi-
amor al arte, se esfumaban, si bien continuaban manteniendo teatro, tocaba una banda militar, dos médicos entraban en
sus sospechas. ella para efectuar las necesarias mediciones del artista del
Esto, claro está, formaba parte de las sospechas imposibles hambre, mediante un megáfono se anunciaban los resultados
de deslindar del ayuno. Nadie estaba en situación de pasar vi- a la sala y finalmente dos chicas jóvenes, felices de haber sido
gilando sin interrupción al artista del hambre, nadie, pues, po- justamente ellas las ganadoras del sorteo, llegaban y empeza-
día saber con propio conocimiento de causa si verdadera- ban a sacarlo de la jaula y, bajando un par de peldaños, con-
mente se había ayunado sin interrupción y sin fallos; sólo él ducirlo hasta una mesita en la que se había servido Wla co-
podía saberlo; sólo él, en consecuencia, podía ser al mismo mida de enfermo elegida con sumo cuidado. Y en ese mo-
tiempo el espectador satisfecho por completo de su ayuno. mento el artista del hambre siempre se resistía. Bien es verdad
Pero él, por otro motivo, nWlca estaba satisfecho; puede que que apoyaba voluntariamente sus huesudos brazos en las ma-
no se hubiera quedado tan flaco como consecuencia del ayu- nos que las jóvenes, inclinadas sobre él, le tendían con la in-
no, tanto que algunos se veían obligados a permanecer aleja- tención de ayudarlo. Pero no quería levall;.tarse. ¿Por qué de-
dos de las exhibiciones porque no podían soportar verlo, sino jarlo ahora pasados justo cuarenta días? El lo hubiera resis-
que se había quedado tan flaco por insatisfacción consigo tido mucho más tiempo, un tiempo ilimitado. ¿por qué
mismo, pues solamente él sabía lo fácil que era pasar hambre, terminar justamente ahora que estaba en lo mejor, o todavía
nadie más de todos aquellos que estaban al corriente lo sabía. no había lleg<l:do el mejor momento del ayuno? ¿Por qué que-
Era la cosa más fácil del mundo. Él tampoco hacía de ello un rían despojarlo de la gloria de seguir pasando hambre, no sólo
secreto, no obstante, no le creían, en el mejor de los casos lo de convertirse en el mayor artista del hambre de todos los
consideraban una persona modesta, y en la mayoría de los ca- tiempos, cosa que probablemente ya era, sino de superar su
sos un adicto a la publicidad, o incluso un embaucador para propio listón hasta lo inconcebible, puesto que no sentía lí-
quien, naturalmente, era fácil pasar hambre porque él sabía mite alguno para su capacidad de ayunar? ¿Por qué esa multi-
hacérselo fácil y, encima, tenía la cara dura de confesarlo a tud, que aparentemente tanto lo admiraba, tenía tan poca pa-
medias. Tenía que pasar por todo esto y con el transcurso de ciencia con él? Si él podía resistir seguir ayunando, ¿por qué
los años hasta se había acostumbrado a ello, pero en su inte- ella no lo resistía? Además, estaba cansado, sentado cómoda-
rior lo iba corroyendo esa insatisfacción y ni Wla sola vez des- mente en la paja, y ahora tenía que incorporarse cuan largo
pués de un periodo de ayuno -habría que extenderle W1 cer- era y llegar hasta una comida cuya sola evocación le producía
tificado de ello-- había abandonado voluntariamente la jau- unas enormes náuseas que sólo conseguía reprimir a duras pe-
la. El empresario había estipulado en cuarenta días el tiempo nas por consideración a las señoras. Y alzaba la mirada hacia
máximo del ayuno, no le dejaba pasar hambre ni un día más, los ojos de aquellas damas, tan amables en apariencia pero
ni siquiera en las metrópolis y, además, con toda la razón. Du- tan crueles en realidad, y negaba con la cabeza, excesivamen-
rante cuarenta días más o menos se podía estimular el interés te pesada para el débil cuello. Pero entonces ocurría lo de siem-
de una ciudad gracias a una publicidad que aumentaba gra- pre. El empresario llegaba hasta él, mudo ~on la música era

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imposible del todo hablar-, alzaba los brazos sobre el artista mundo, pero a pesar de todo ello casi siempre de un humor
de~ hambre COI?J-O invocando al ci~lo. p~a que c~ntemplara melancólico que cada vez lo era más porque nadie sabía tomar-
ah1, sobre la paJa, su obra, a este mártlr digno de lastima que lo en serio. ¿cómo podían consolarlo? ¿Q¡é más podía desear?
sí era realmente un artista del hambre, si bien en un sentido y si en alguna ocasión aparecía una buena persona que lo
totalmente diferent~; lo cogía por la flaca cintura, y al hacer- compadecía e intentaba explicarle que su tristeza probable-
lo exageraba la precaución, queriendo dar con ello a enten- mente era fruto del hambre, podía perfectamente ocurrir, so-
der lo frágil de la cosa que tenía en sus manos; y lo entregaba bre todo en una etapa de ayuno avanzado, que el artista res-
-no sin antes sacudirlo un poco a hurtadillas, de manera que pondiera con un ataque de rabia y, para consternación de to-
el artista movía involuntariamente brazos y piernas sin con- dos, empezara a sacudir como un animal los barrotes de la
trol de un lado para otro- a las damas, que a esas alturas es- jaula. Sin embargo, para este tipo de situaciones el empresario
taban pálidas como un difunto. Entre tanto el artista todo lo disponía de un castigo que le gustaba aplicar. Ante el público
soportaba; tenía la cabeza apoyada sobre el pecho como si presente justificaba al artista del hambre, admitía que sólo la
hubiera rodado hasta allí y allí se mantuviera de forma abso- irritabilidad causada por el ayuno, no precisamente fácil de
lutamente inexplicable; el cuerpo parecía tener un socavón· . entender para personas que comían lo suficiente, podía hacer
las piernas, en un instinto de autoconservación, se apoyab~ que se· disculpara su comportamiento; después, y en relación
una a otra a la altura de las rodillas, pero, sin embargo, escar- con esto, empezaba a hablar de la afirmación del artista, que,
baban el suelo como si éste no fuese el verdadero suelo y ellas asimismo, precisaba una explicación, de que él podría ayunar
estuvieran buscando el que sí lo era; y todo el peso del cuer- durante mucho más tiempo; alababa el enorme afán, la buena
po, si bien muy ligero, caía sobre una de las damas que, bus- voluntad, la gran abnegación que con toda seguridad se ence-
cando ayuda, cortado el aliento -no era así como ella se ha- rraba en esa afirmación; pero a continuación intentaba reba-
bía imaginado este cargo honorífico-, estiraba, en primer lu- tirla suficientemente mostrando sin más fotografias, que a la
gar, lo más posible el cuello para proteger al menos su cara del vez estaban a la venta, en las que se veía al hombre después
contacto con el artista, pero después, como no lo conseguía y de cuarenta días de ayuno, en la cama, casi extinguido por la
su compañera, con más fortuna, no sólo no venía en su ayu- inanición. Esta tergiversación de la verdad, aunque bien co-
da, sino que se conformaba con llevar delante de sí, temblo- nocida por el artista del hambre, lo exasperaba una y otra vez
rosa, la mano del hombre, aquel puñado de huesos, rompió y era demasiado para él. i Se presentaba allí como causa algo
a llorar entre las delirantes carcajadas de la sala y tuvo que ser que no era más .que la consecuencia de haber terminado el
reemplazada por un criado que ya estaba preparado desde ha- ayuno demasiado pronto! Era imposible luchar contra esa in-
cía un buen rato. A continuación llegaba la comida, un poco comprensión, contra ese mundo de incompresión. Una y otra
de la cual le administraba el empresario durante un duerme- vez había escuchado con avidez y de buena fe al empresario
vela inconsciente, en medio de una divertida charla cuyo fin tras los barrotes, pero cada vez que aparecían las fotografias se
era desviar la atención del verdadero estado del hombre; a soltaba de ellos, retrocedía suspirando hasta hundirse en la
continuación venía un brindis con el público susurrado, al paja y el público, más tranquilo, podía volver a acercarse para
parecer, por el artista al empresario; la orquesta lo apoyaba observarlo de nuevo.
todo con un sonoro redoble, se iban dispersando y nadie te- Cuando algunos años más tarde los testigos de este tipo de
nía derecho a estar descontento con lo visto, nadie, solamen- escenas volvían a pensar en ellas, muchas veces ni ellos mis-
te el artista del hambre, sólo él siempre. mo se entendían. Pues entretanto había llegado aquel brusco
Así vivió durante muchos años con brev~s y regulares épo- cambio ya mencionado; había ocurrido casi de repente; posi-
cas de descanso, en un aparente esplendor, respetado por el blemente había razones más profundas, pero fa quién iba a

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importarle encontrarlas? Fuera como fuera, lo cierto es que el que, como es natural, sólo provocaba una sonrisa en los ex-
consentido artista del hambre se vio un día abadonado por pertos teniendo en cuenta el ambiente de la época, algo que
una muchedumbre ansiosa de diversiones, que prefería acudir el artista del hambre, en su celo, olvidaba fácilmente .
en masa a otras exhibiciones de la feria. El empresario re- Pese a ello éste tampoco perdía de vista las circunstancias
corri6 con él otra vez media Europa para ver si en algún lugar reales y aceptó como algo natural que no se le acomodase en
volvían a encontrar el antiguo interés; todo en vano; como si su jaula justo en el centro de la pista como actuación estelar,
se tratase de un pacto secreto, se .había extendido por todas sino fuera, en un lugar por lo demás bastante accesible, cerca
partes un verdadero rechazo contrá las exhibiciones de ayuno. de los establos. Grandes carteles pintados de colores enmar-
Por supuesto que en realidad no podía haber ocurrido algo así caban la jaula y anunciaban lo que se podía ver. Cuando el
de repente, y ahora recordaban co;n retraso algunos indicios a público, durante los descansos del espectáculo, se apiñaba di-
los que en la época de la embriaguez del éxito no se había rigiéndose hacia los establos para ver a los animales, era casi
prestado la suficiente atenci6n, ni .se habían interpretado con- inevitable que pasara junto al artista del hambre y se parara
venientemente, pero ahora ya era ;demasiado tarde para hacer un momento allí; quizá hubiera permanecido un poco más
algo en contra. Bien es verdad que, con toda seguridad, vol- tiempo a _s u lado si, en el angosto pasillo, los que venían em-
verían de nuevo tiempos para pasar hambre, pero para los vi- pujando desde detrás sin comprender esta parada en el cami-
vos eso no significaba consuelo alguno. Entonces, ¿qué podía no a los anhelados establos, no hubi~ran imposibilitado una
hacer el artista del hambre? Aquel a quien habían aclamado observación más amplia y tranquila. Este era el motivo por el
miles de personas no podía exhibirse en barracas de ferias sin cual el artista del hambre, sin embargo, también temblaba
importancia, y para dedicarse a otra cosa no s6lo era ya de- ante las horas de visita, cuya llegada naturalmente deseaba
masiado viejo, sino que, además, se había sometido al ayuno como el sentido de su vida que era. En los primeros tiempos
con demasiado fanatismo. Fue así ,como despidi6 al empresa- apenas había podido esperar el momento de los descansos;
rio, compañero de una incomparable carrera, y se hizo con- entusiasmado, miraba hacia la multitud que rodaba como
tratar por un gran circo; para no herir su propia sensibilidad, una apisonadora, hasta que muy pronto tuvo que convencer-
ni siquiera miró las condiciones del contrato. se -incluso el más obstinado y casi consciente autoengaño
Un gran circo, con su infinidad de personas, animales y no pudo resistirse a la experiencia- de que, al menos en lo
aparatos que sin cesar se compensan y complementan unos a referente a la intención, una y otra vez sin excepción era la
otros, puede utilizar a cualquiera y en cualquier momento, concurrencia de los establos. Y ese panorama desd.e la distan-
también a un artista del hambre con unas aspiraciones mo- cia seguía siendo lo más hermoso. Pues cuando habían llega-
destas, naturalmente; y, además, en este caso especial no se le do hasta él, lo arremolinaban de inmediato los gritos y los in-
contrataba solamente a él sino también su antiguo y famoso sultos de los bandos que se formaban constantemente: aque-
nombre; sumado a ello tampoco podía decirse, teniendo en llos que querían verlo con comodidad -pronto se convirtió
cuenta la singularidad de un arte que no merma con la edad, en el más lamentable para el artista del hambre- no por in-
que un artista acabado, que ya no está en el cénit de sus ca- terés sino por capricho y testarudez, y en segundo lugar aque-
pacidades, quisiera refugiarse en un tranquilo puesto circense; llos que, sobre todo, anhelaban llegar a los establos. Cuando
muy al contrario, él aseguraba, cosa perfectamente digna de había pasado la gran muchedumbre, llegaban los rezagados,
crédito, que seguía ayunando tan bien como antes, es más, pero éstos, a quienes ya nada impedía quedarse allí todo el
afirmaba incluso que, si le dejaban hacer su voluntad, cosa tiempo que les apeteciera, pasaban corriendo a grandes pasos
que le prometieron sin más, sería ahora cuando provocaría para llegar a tiempo hasta los animales sin siquiera mirar de
realmente el asombro justificado del mundo, una afirmación soslayo. Y no era muy frecuente la suerte de que un padre de fa-

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milia se acercara con sus hijos, señalara con el dedo al artista en otros tiempos, y seguía consiguiéndolo sin esfuerzo tal y
del hambre, explicara con todo detalle de qué se trataba, les como lo había predicho entonces, pero ya nadie contaba los
hablara de los años pasados en los que él había estado en ex- días, nadie, ni siquera él mismo sabía el calibre de su capaci-
hibiciones de este estilo, si bien incomparableµiente más ex- dad, y su corazón se entristeció. Si alguna vez durante ese
traordinarias; y después los niños, que a causa de su insufi- tiempo algún gandul se quedaba parado, se burlaba de la an-
ciente preparación por parte de la escuela y de la vida, seguían tigua cifra y sacaba a relucir la palabra estafa, se trataba en este
sin entender nada --<qué significaba para ellos pasar ham- sentido de la mentira más tonta que hubieran podido inven-
bre?- revelaban, sin embargo, en el brillo de )us ojos escru- tar la indiferencia y la perversidad innata, ya que el artista no
tadores algo de los nuevos tiempos más indulg~ntes que esta- engañaba, él trabajaba con honestidad, sino que era el mun-
ban por venir. Entonces, a veces, el artista se d~cía que quizá do quien lo estafaba a él sin darle su recompensa.
todo iría un poco mejor si su emplazamiento nq_ estuviera tan Siguieron pasando los días y también a esto le llegó su fi-
cerca de los establos. De esta manera se le facilitaba demasia- nal. Una vez la jaula llamó la atención de un inspector y éste
do la elección a la gente, por no hablar de lo ·m.ucho que lo les preguntó a los mozos por qué se había dejado sin utilizar
herían y lo afligían las emanaciones proceden(es de ellos, la y tenía dentro paja podrida aquella jaula todavía en buen es-
intranquilidad de los animales durante la nocl;ie, el acarreo tado. Nadie lo sabía, hasta que por fin uno se acordó del ar-
de los trozos de carne cruda para las bestias y lbs rugidos de tista del hambre gracias a la pizarrita con las cifras. Revolvie-
éstas cuando les echaban de comer. Pese a ello rio se atrevía a ron la paja con varas y en ella lo encontraron. «¿Todavía si-
dirigirse a la dirección; al fin y al cabo era a los animales a los gues pasando hambre?», preguntó el inspector. «¿Cuándo vas
que tenía que agradecerles el gran número de vi~itantes entre a dejarlo de una vez?». «Perdonadme todo», susurró el artista
los que, de vez en cuando, se podía encontrar ~guno que vi- del hambre; sólo el inspector, que tenía la oreja pegada a los
niera expresamente por él, y cualquiera sabe dóx:.ide irían a es- barrotes, lo entendió. «Pues claro que sí», repuso el inspector
conderlo si él quisiera recordarles su existencia y que él, para poniéndose un dedo en la frente para dar a entender al per-
ser exactos, solamente era un obstáculo en el camino .a los sonal el estado del artista, «te perdonamos». «Desde siempre
establos. he querido que admiraseis mi forma de ayunar», dijo. «Y así
Bien es verdad que un pequeño obstáculo, uno que cada es, la admiramos», dijo el inspector con deferencia. «Pues no
vez se empequeñecía más. Se acostumbraron a· la excentrici- debéis admirarla», respondió el artista. «Ah, bueno, pues en-
dad de que, en los tiempos que corrían, se pretendiera recla- tonces no la admiraremos», dijo el inspector. «¿Cómo es que
mar atención para un artista del hambre, y con esa costumbre no debemos admirarla?». «Porque yo me veo obligado a ayu-
se dictó su sentencia. Ya podía ayunar lo mejor que sabía, y nar, no puedo hacer otra cosa», dijo el artista. «iCon que es
así lo hacía, sin embargo, nada podía salvarlo, pasaban de eso!», repuso el inspector, «¿y por qué no puedes hacer otra
largo ante él. ilntenta explicarle a alguien el arte del ayuno! cosa?». «Porque», dijo el artista del hambre justo al oído del
A quien no lo siente no se le puede explicar. Los bellos carte- inspector, levantando un poco la cabecita y poniendo los la-
les se ensuciaron y no se podían leer, fueron arrancados, a na- bios en forma puntiaguda como para dar un beso, «porque
die se le ocurrió poner unos nuevos. La pizarrita con los días no he podido encontrar la comida que me guste. Si la hubie-
de hambre cumplidos, que en la primera época se renovaba ra encontrado, créeme que no hubiera levantado revuelo al-
cuidadosamente de día en día, seguía siendo la misma desde guno y me hubiera hartado de comer como tú y como todos
hacía tiempo, pues después de las primeras semanas el perso- los demás». Éstas fueron sus últimas palabras, pero todavía en
nal se había hartado incluso de ese minúsculo trabajo; y así el sus vidriosos ojos se reflejaba la firme convicción, si bien sin
artista del hambre seguía ayunando tal y como había soñado orgullo, de que iba a seguir ayunando.

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«iPoner ahora todo en orden!», dijo el inspector, y enterra-


ron al artista del hambre con la paja. En 1a jaula metieron una
pantera joven. E incluso para la más obtusa -<sensibilidad sig-
nificó un descanso palpable ver a ese animal salvaje revolver-
se en una jaula tanto tiempo desierta. No le faltaba nada. Sin
pensárselo mucho tiempo, los vigilantes le traían la comida
que le gustaba; daba la impresión de que ni siquiera echaba
de menos la libertad; ese noble cuerpo, dota~o con todo lo
necesario hasta casi desgarrarse, parecía llevar t onsigo mismo
la libertad; daba la impresión de que ésta estaba metida en al- Josefina la cantante
gún lugar de su dentadura; y la alegría de vivi~,brotaba de sus o El pueblo de los ratones
fauces con tal ardor que a los espectadores no 1es resultaba fá-
cil resistirla. Pero hacían un esfuerzo para superarlo, se apiña-
ban alrededor de la jaula y no querían marcharse de allí. UESTRA cantante se llama Josefina. Qyien no la haya

N escuchado no conoce el poder de su canto. No exis-


te nadie a quien su canto no arrastre consigo, cosa
que hay que valorar muchísimo, ya que a nuestra etnia, en ge-
,. neral, no le gusta la música. Nuestra música favorita es la paz
silenciosa; tenemos una vida dificil, a pesar de que hemos in-
tentado libramos de las preocupaciones de la vida diaria, ya
no podemos alzamos hasta cosas tan lejanas a nuestra vida
cotidiana como lo es la música. Sin embargo, no nos queja-
mos demasiado; ni siquiera llegarnos hasta ese punto; creemos
que nuestra mayor virtud es un cierto ingenio práctico, que,
por cierto, también necesitamos urgentemente, y con la son-
risa propia de este ingenio solemos sobreponernos de todo,
incluso si una vez -cosa que no ocurre- llegáramos a tener
el ansia de felicidad que surge de la música. Solamente Josefi-
na es una excepción; ella adora la música y sabe transmitirla;
es la única; con su partida la música desaparecerá de nuestra
vida -quién sabe por cuánto tiempo.
A menudo me he puesto a pensar qué es lo que pasa real-
mente con esa música. Nosotros no tenemos talento alguno
para ella. ¿cómo es posible, entonces, que entendamos el
canto de Josefina o , puesto que ella niega que lo entendamos,
que creamos entenderlo? La respuesta más sencilla sería que
la belleza de este canto es tan grande, que hasta la más tosca
sensibilidad es incapaz de resistirse a ella, pero esta respuesta
no es satisfactoria. Si fuera así de v erdad, habría que tener, en

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primer lugar y siempre, la sensación de algo fuera de lo co- zura y suavidad. Pero si uno está delante de ella, resulta que
mún, la sensación de que en esa garganta suena algo que nun. no es sólo un silbido; para entender su arte no solamente es
ca antes hemos oído, y que tampoco poseemos la capacidad necesario oírla sino también verla. Aunque no se tratara más
de oírlo, algo que únicamente esta Josefina y nadie más nos que de nuestro silbido usual, en primer lugar y en este caso
capacita para oír. Pero justo eso es lo que, en mi opinión, no lo que aquí ocurre de singular es que alguien se coloca cere-
es correcto, yo no lo siento y tampoco he advertido nada pa- moniosamente para no hacer ni más ni menos que lo habi-
recido en los demás. Entre la gente con la que intimamos nos tual. Cascar una nuez no es un arte en realidad, por eso nadie
confesamos abiertamente que el canto de Josefina, como can- se atrevería a congregar a un público y, para entretenerlo, po-
to, no tiene nada de extraordinario. nerse delante de él a cascar nueces. Si a pesar de ello lo hace
¿se tratará siquiera de un canto? A pesar de nuestra falta de y consigue su objetivo, entonces a todas luces no era cascar
talento musical, sí que poseemos tradiciones de canto; en las nueces sin más. O puede que sí se trate de cascar nueces, pero
épocas antiguas de nuestro pueblo existía el canto; las sagas resulta que no habíamos hecho mucho caso a este arte por-
hablan de ello, e incluso se han conservado canciones que de que lo dominábamos a la perfección, y que este nuevo cascar
hecho nadie sabe cantar. Una idea de lo que es el canto sí que de nueces nos enseña ahora su auténtica esencia, para lo cual,
tenemos y la verdad es que esta idea no se corresponde con el en lo referente a los resultados, podría ser incluso útil que en
arte de Josefina. ¿será de verdad un canto? ¿No será solamen- ese cascar de nueces estuviera un poco menos capacitada que
te un silbido? Porque el silbido, naturalmente, todos lo cono- la mayoría de nosotros.
cemos, ésa es la auténtica habilidad de nuestro pueblo o, me- Puede que pase algo parecido con el canto de Josefina; ad-
jor dicho, en absoluto una habilidad sino una exteriorización miramos en ella lo que no admiramos de ningún modo en
vital característica. Todos silbamos, pero naturalmente a nadie nosotros; por cierto que en este punto ella está totalmente de
se le ocurre hacerlo pasar por un arte, silbamos sin prestar acuerdo con nosotros. En una ocasión yo estaba presente
atención, es más, sin darnos cuenta, y entre nosotros hay mu- cuando alguien, como ocurre con frecuencia, llamó su aten-
chos que no saben siquiera que silbar forma parte de nuestras ción acerca del popular silbato común a todos, y ello de una
particularidades. Así pues, si fuera cierto que Josefina no can- forma del todo modesta, pero para Josefina ya fue demasiado.
ta, sino que simplemente silba y que quizá incluso, como por Jamás he visto una sonrisa tan impertinente y tan soberbia
lo menos me parece a mí, apenas sobrepasa los límites del sil- como la que puso ella aquel día. Ella, que en realidad por fue-
bido usual - puede quizá que su fuerza ni siquiera sea sufi- ra es la dulzura en persona, llamativamente dulce incluso en-
ciente para esa forma usual de silbar, mientras que un simple tre nuestro pueblo, tan abundante en esa clase de figuras fe-
peón lo hace sin esfuerzo durante todo el día mientras traba- meninas, apareció en aquel momento como una verdadera
ja-, si todo eso fuera verdad, ciertamente en ese caso se re· descarada; por cierto que, debido a su enorme sensibilidad,
batiría el supuesto talento artístico de Josefina, pero entonces debió reparar en ello de inmediato y se calmó. En todo caso
ahora más que nunca habría que resolver el enigma de su lo que sí hace es negar toda relación entre su arte y el silbido.
gran prestigio. Por aquellos que son de la opinión contraria s9lo siente des-
Pero es que justo lo que ella produce no es un silbido. Si precio y probablemente un odio inconfesable. Esta no es una
uno se pone lo suficientemente lejos de ella y escucha, o me- vanidad habitual, porque esa oposición, a la que yo pertenez-
jor hace una prueba a este respecto, a saber, si Josefina por co a medias, con seguridad no la admira menos de lo que lo
ejemplo, está cantando entre otras voces y uno se impone la hace la masa, pero Josefina no quiere ser admirada simple-
tarea de reconocer su voz, no percibirá nada más que un sil- mente, lo que quiere es ser admirada exactamente de la for-
bido corriente, a lo sumo un poco más llamativo por su dul- ma en que ella lo determine, no le va en absoluto la simple

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admiración. Y cuando se sienta uno delante de ella, la en. Pues bien, si lo pequeño le hace tal servicio, cómo se lo
tiende; la oposición sólo se ejerce en la lejanía; .cuando se está hará lo grande. Nuestra vida es muy turbulenta, cada día trae
sentado ante ella se sabe: lo que ella está silbando aquí no es consigo sorpresas, temores, esperanzas y horrores que una
un silbido. persona sola no podría soportar si no tuviera en todo mo-
Puesto que silbar forma parte de las costumbres que practi· mento, de día y de noche, el respaldo de sus compañeros;
camos sin pensar, podría creerse que también·silba el audito· pero aun así resulta muchas veces bastante dificil; con fre-
rio de Josefina; al escuchar su arte nos encontramos a gusto, y cuencia miles de hombros tiemblan bajo un peso que en rea-
cuando nos encontramos a gusto, silbamos; pero su auditorio lidad estaba destinado a uno solo. Josefina entonces conside-
no silba, no se oye ni un ratón, callamos como"si formáramos ra que ha llegado su hora. Ya está ahí de pie, la delicada cria-
parte de la ansiada paz de la que en todo caso nos mantie_ne tura, vibrando con temor -de una manera especial por debajo
a distancia nuestro propio silbido. ¿será su canto lo que nos del pecho; es como si hubiera acumulado toda su fuerza en el
encanta? ¿O será quizá el solemne silencio por el que está ro· canto, como si a todo lo que en ella no está al servicio inme-
deada su frágil vocecita? Una vez ocurrió que,. mientras Jose- diato del canto se le hubiera extraído toda la fuerza, toda po-
fina cantaba, una niña boba empezó a silbar también con sibilidad de vida, como si estuviera desnuda, expuesta, entre-
toda su candidez. Pues bien, resultó ser exactamente lo mis- gada solamente a la protección de unos espíritus benignos,
mo que escuchábamos también de Josefina; allí delante el tí- como si una fría exhalación pudiera matarla al pasar por su
mido silbido, a pesar de toda la experiencia, y aquí entre el lado tal y como está ahí de pie, completamente ensimismada,
público el ensimismado silbar infantil; hubiera resultado im- con su canto por morada. Pero justo al ver esto nosotros, sus
posible describir la diferencia; pero a pesar de ello, con silbi- supuestos enemigos, solemos decirnos: «No es capaz n i de sil-
dos y palabras estridentes hicimos callar a la alborotadora bar siquiera; hay que ver el esfuerzo que tiene que hacer para
pese a que no hubiera sido en absoluto necesario, pues segu- sacar de su interior no ya canto -no hablemos de canto-,
ramente ella se hubiera agazapado de miedo y de vergüenza sino el silbido usual de nuestro país». Esto es lo que nos pa-
mientras Josefina prorrumpía en su silbido triunfal y estaba rece, a pesar de que, como se ha mencionado, se trata de una
completamente fuera de sí, con los brazos extendido y el cue- impresión por un lado inevitable pero también efimera y en
llo estirado hasta más no poder. extremo pasajera. Al momento estamos también nosotros in-
Por cierto que siempre acaba pasando lo mismo, cualquier mersos en el sentimiento de la multitud que acalorada, cuer-
pequeñez, cualquier casualidad, cualquier rebeldía, un cruji- po con cuerpo, escucha y contiene la respiración.
do en el parqué, un rechinar de dientes, una avería en la ilu- Para reunir a su alrededor ese montón de gente de nuestro
minación, los considera ella apropiados para aumentar el pueblo que casi siempre está en movimiento, que corre dis-
efecto de su canto; en su opinión canta para oídos sordos; no parado de un sitio a otro por motivos que con frecuencia no
faltan el entusiasmo y el aplauso, pero ha tenido que apren- están muy claros, la mayoría de las veces Josefina no tiene que
der hace ya tiempo a renunciar a una comprensión auténtica hacer nada más que, con la cabecita echada hacia atrás, la
en el sentido en que ella la entiende. De ahí que todas las mo- boca semiabierta y los ojos vueltos hacia la altura, adoptar esa
lestias le vengan bien; todo lo que desde fuera vaya en contra postura que indica su intención de cantar. Puede hacerlo don-
de la pureza de su canto, será vencido durante una lucha fácil, o de ella quiera, no tiene que ser un lugar visible desde lejos,
incluso sin lucha alguna, simplemente mediante una con- cualquier rincón escondido, elegido por casualidad a su anto-
frontación, todo puede contribuir a estimular a la multitud, a jo en ese momento, es de igual manera idóneo. La noticia de
instruirla, si no en la comprensión, sí al menos en un respeto que quiere cantar se transmite de inmediato, y rápidamente se
consciente. forman procesiones en esa dirección. Pues bien, a veces se in-

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_,,,..,,.,

terponen obstáculos. Cuando más le gusta cantar a Josefina es como si este ser frágil, necesitado de cuidados, en cierto modo
en tiempos de agitación, diversas preocupaciones y necesida- magnífico -magnífico por el canto, en su opinión-, le hu-
des nos obligan entonces a tomar diferentes caminos, ni aun biera sido encomendado y tuviera que cuidar de él; nadie tie-
con la mejor .de .las voluntades conseguimos reunimos tan ne claro cuál sea el motivo, lo único que parece seguro es el
deprisa como es el deseo de Josefina, y en esas ocasiones pue· hecho en sí; pero uno no se ríe de lo que se le ha encomen-
de que esté ahí en su excelsa postura sin un número suficien- dado; reírse de ello sería incumplimiento del deber; la más ex-
te de oyentes -naturalmente entonces se enfurece, se pone a trema maldad que los más malvados entre nosotros le inflin-
patalear, suelta maldiciones de una forma muy poco femeni- gen a Josefina es decir a veces: «Se nos quitan las ganas de reír
na, llega incluso a morder. Pero ni siquiera un comporta- al ver a Josefina».
miento así perjudica su buen nombre; en lugar de poner cier- Así es como la atiende el pueblo, del mismo modo que lo
tos límites a sus excesivas exigencias, se esfuerzan por satisfa- hace un padre que acepta a un hijo que alarga hacia él suma-
cerlas; se envían mensajeros para reclutar oyentes; se mantiene nita -no se sabe muy bien sí pidiendo o exigiendo. Podría
en secreto ante ella lo que está sucediendo; después, por los pensarse que nuestro pueblo no sirve para el cumplimiento
caminos de los alrededores, se ven centinelas que hacen seña- de tales obligacioD:es paternales, pero en realidad las cumple,
les a los que se v~ acercando para que se apresuren; y ello al menos en este caso, de una forma modélica; ningún indi-
durante el tiempo necesario para que, por fin, se reúna un nú- viduo podría hacer lo que en este sentido puede hacer el pue-
mero medianamente aceptable. blo como conjunto. Bien es verdad que la diferencia de fuer-
¿~é es lo que empuja al pueblo a tomarse tantas moles- za entre un pueblo y un individuo es inmensa, al pueblo le
_tías a causa de Josefina? Una pregunta no más fácil de res- basta con atraer a su protegido al calor de su cercanía, y ya
ponder que la de su canto, con la que también está relaciona- está suficientemente protegido. No obstante, con Josefina no
da. Se la podría suprimir y unirla del todo a la segunda pre- nos atrevemos a hablar de estas cosas. «A silbidos me río yo
gunta, si se pudiera afirmar que el pueblo está entregado sin de vuestra protección», dice entonces. «Sí, sí, a silbidos», pen-
condiciones al canto de Josefina. Pero justamente ése no es el samos nosotros. Y, además, realmente no es una auténtica re-
caso; nuestro pueblo apenas conoce una entrega incondicio- futación si ella se rebela, se trata mucho más de la forma de
nal; este pueblo que por encima de todo ama la astucia, la in- ser de un niño y de la forma en que los niños agradecen las
genua, por supuesto, el . cuchicheo infantil, el chismorreo, el cosas, y la reacción natural del padre es no hacerle ni caso.
inocente, por supuesto, ése para el que sólo se mueven los la- Pero, amén de esto, hay algo más que juega un papel im-
bios; un pueblo así al fin y al cabo no puede entregarse sin portante en la relación entre el pueblo y Josefina, algo mucho
condiciones, Josefina lo advierte perfectamente y justo eso es más dificil de explicar. Se trata de que Josefina es de la opi-
lo que combate cori el enorme esfuerzo de su débil garganta. nión completamente contraria, ella cree que es ella quien pro-
Por supuesto que no se debe ir demasiado lejos con unos tege al pueblo. Al parecer es su canto el que nos salva de una
juicios tan generales, el pueblo está ciertamente entregado a grave situación política o económica; ni más ni menos que
Josefina, pero no -incondicionalmente. No sería capaz, por eso consigue, y aunque no haga desaparecer la desgracia, al
ejemplo, de reírse de ella. Podemos admitirlo: algunas cosas menos nos da la fuerza para sobrellevarla. Ella no lo expresa
de Josefina invitan a hacerlo, y de por sí nosotros siempre es- así y tampoco de ninguna otra manera, habla poco en gene-
tamos muy cercanos a la risa; a pesar de las calamidades de ral, permanece en silencio entre las cotorras, pero sus ojos
nuestra vida, una leve risa es, hasta cierto punto, algo que nos centellean y se puede leer en su boca cerrada -muy pocos
es muy propio; pero de Josefina no nos reímos. A veces ten- entre nosotros saben mantener la boca cerrada, ella sí sabe.
go la impresión de que el pueblo entiende su relación con ella Ante cualquier mala noticia -y algunos días se atropellan

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......,..

unas a otras, incluidas las falsas y las medio ciertas- se le- por eso con toda seguridad no sacrificaría Josefina su canto,
vanta de inmediato, y eso que de puro .cansancio lo que más pese a que el hecho en sí no sería insignificante en absoluto.
la atrae es el suelo, se levanta, estira el cuello e intenta otear su Sin embargo, tampoco se ve obligada a hacerlo porque su
rebaño como el pastor antes de la tormenta. Es verdad que arte no pasa inadvertido. Pese a que en el fondo nos dedique-
también los niños, con su forma de ser violenta e incontrola- mos a cosas totalmente distintas, y el silencio reine por com-
da, exigen cosas parecidas, pero por lo que ·se refiere a Josefi- pleto no sólo por amor al canto, y más de uno ni siquiera le-
na éstas no son tan infundadas como en aquéllos. Por su- vante la mirada, sino que apriete la cara contra la piel del
puesto que ella ni nos salva ni nos da fuerzas; es fácil dárselas vecino y Josefina, allí arriba, parezca esforzarse mucho inútil-
de salvador de este pueblo acostumbrado al sufrimiento, que mente, pese a ello - y eso es innegable--, algo de su canto
no se cuida a sí mismo, rápido en sus decisiones, que conoce trasciende también sin duda hasta nosotros. Ese silbido que
bien la muerte, y sólo aparentemente miedoso en el ambien- ·se .levanta, donde ante todos los demás prevalece el silencio,
te de osadía en el que vive constantemente y que, además de llega casi como un mensaje del pueblo al individuo; el leve
eso, es tan fecundo como atrevido; es fácil, digo, dárselas des- silbido de Josefina en medio de las dificiles decisiones es casi
pu~s de salvador de este pueblo que siempre ha conseguido como la mísera existenci~ de nuestro pueblo en medio del tu-
salvarse a sí mismo de alguna manera, aunque sea haciendo multo de un mundo adverso. Esa nada de voz, esa nada de
unos sacrificios que dejan helado al historiador --en general, utilidad, se mantiene firme y se abre camino hasta nosotros,
desatendemos del todo la investigación de la historia. Y sin sienta bien pensar en ello. Seguro que, en un momento así,
embargo, es cierto que en situaciones d~ emergencia es cuan- no soportaríamos a un auténtico artista del canto, si es que
do mejor aguzamos el oído a la voz de Josefina. Las amenazas llegara a encontrarse uno entre nosotros, y rechazaríamos por
que planean sobre nosotros nos vuelven más silenciosos, más unanimidad lo absurdo de semejante espectáculo. Ojalá Jose-
humildes, más sumisos al mangoneo de Josefina; nos junta- fina esté a salvo de llegar a saber que el hecho de que la escu-
mos con gusto, con gusto nos amontonamos, sobre todo, por- chemos es una prueba contra su canto. Puede que lo presien-
que ocurre por una razón ajena del todo a la atormentadora ta, por qué iba a negar si no con tal vehemencia que la escu-
cuestión principal, es como si bebiéramos juntos a toda prisa chemos, pero ella canta una y otra vez y, silbando, hace como
-sí, la prisa es necesaria, cosa que Josefina olvida con excesi- que no lo presiente.
va frecuencia-, la taza de la paz antes del combate. No se tra- Por lo demás siempre habrá, no obstante, un consuelo para
ta tanto de una audición de canto cuanto de una concentra- ella: hasta cierto punto sí que la escucharnos de verdad, pro-
ción popular y, encima, una concentración en la que, a excepción bablemente de una forma parecida a como se escucha a un ar-
del silbidito de la parte de delante, el silencio es total; el mo- tista del canto; ella logra entre nosotros efectos a los que tal
mento es demasiado serio como para ponerse a charlar. artista aspiraría inútilmente y que proceden, justamente, de
Claro está que semejante relación no puede satisfacer en sus insuficientes recursos. Puede que esto guarde relación
absoluto a Josefina. A pesar de todo el inquieto disgusto que principalmente con nuestra forma de vida.
la colma, a causa de una situación jamás aclarada del todo, no En nuestro pueblo no se conoce la juventud, apenas una
ve muchas cosas; cegada como está por la confianza en sí mis- breve infancia. Es cierto que con regularidad aparecen reivin-
ma y, sin tener que hacer un gran esfuerzo, podría conseguir- dicaciones para que se garantice a los niños una libertad es-
se que se le pasaran muchas más, un enjambre de lisonjeros pecial, un especial buen trato, su derecho a una cierta despre-
anda siempre actuando en este sentido, bueno, realmente en ocupación, un poco de disparatado retozo, un poco de jugueteo,
un sentido útil para todos; pero cantar sólo de pasada, desa- para que se reconozca ese derecho y se ayude a su cumpli-
percibida, en el rincón de alguna concentración popular, sólo miento; se manifiestan ese tipo de reivindicaciones y casi

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~

todo el mundo las acepta, no hay nada que haya que aprobar sotros, un talento práctico infalible, actuamos a veces de una
con más empeeño, pero tampoco hay nada que en la realidad forma completamente insensata, es decir, justo de esa forma
de nuestra vida pueda ser menos dado, se aceptan las reivin- tan insensata en que actúan los niños, sin sentido, derrocha-
dicaciones, se efectúan intentos a su favor, pero, pronto vuel- dora, generosa, irresponsable, y todo ello en muchas ocasio-
ve a estar todo como antes. Nuestra vida es de uµ manera que nes sencillamente por gastar una pequeña broma. Y si bien es
un niño, tan pronto como es capaz de andar un~poquito y se cierto que nuestra alegría por ello ya no puede tener la fuerza
encuentra en disposición de diferenciar su entorno, tiene que de la alegría infantil, algo de ella pervive por dentro con se-
ocuparse de sí mismo igual que un adulto; los !erritorios en guridad. De esa puerilidad de nuestro pueblo ha sabido sacar
los que, por consideraciones económicas, tene¡p.os que vivir provecho Josefina desde siempre.
diseminados, son demasiado grandes, demasía.dos nuestros Pero nuestro pueblo no es solamente pueril, hasta cierto
enemigos, imprevisibles los peligros que se av~~inan por to- punto es también un viejo prematuro; la infancia y la vejez se
das partes -no podemos mantener a los niños :alejados de la desarrollan entre nosotros de una forma diferente a las de los
lucha por la vida, si lo hiciéramos, sería su fina'.J prematuro. demás. No tenemos juventud, nos convertimos inmediata-
A estos tristes motivos hay que añadir, claro está, ~o de mayor mente en adultos y somos adultos demasiado tiempo, a par-
peso: la fecundidad de nuestra tribu. Una gener~ción --cada tir de ahí un cierto cansancio y una cierta desesperanza reco-
una de ellas es numerosa- arrolla a la otra. Los niños no tie- rren con un áncho rastro la naturaleza de nuestro pueblo, en
nen tiempo de ser niños. Es posible que otros pueblos atien- conjunto tan tenaz y lleno de esperanza. Puede que nuestra
dan con más cuidado a sus niños, es posible que allí se cons- falta de talento musical también tenga que ver con esto; so-
truyan colegios para los pequeños, es posible que allí los ni- mos demasiado viejos para la música, su ardor y su ímpetu no
ños salgan en masa a diario de esos colegios, así es como congenian con nuestra gravedad, fatigados, nos la quitamos
ocurre siempre día tras día, durante largo tiempo los mismos de encima haciendo un gesto negativo con la mano y nos re-
niños, el futuro del pueblo que brota de allí. Nosotros no te- plegamos en el silbar; unos pocos silbidos de vez en cuando,
nemos escuelas, pero de nuestro pueblo surgen, en periodos eso es lo mejor para nosotros. Cualquiera sabe si hay talentos
brevísimos y en masa, enormes bandadas de niños nuestros, musicales entre nosotros; pero si los hubiera, el carácter de
cuchicheando o piando alegremente, cuando todavía no han nuestros compatriotas los soficaría ya antes de que germina-
aprendido a silbar; revolcándose o rodando gracias a la fuerza ran. Por el contrario, Josefina puede silbar o cantar, o como
de la presión, cuando todavía no saben andar;. llevándose ella quiera llamarlo, a su antojo, no nos molesta, nos satisfa-
todo por delante totpemente con su cuetpo, cuando todavía ce, lo sobrellevamos bien; si ello contuviera algo de música,
no pueden ver, inuestros niños! Y no los mismos niños como estaría reducida a su más mínima expresión; una cierta tradi-
en aquellas escuelas, no, una y otra vez niños nuevos, sin fin, ción
,
musical
, .
sí que se mantiene, pero sin molestarnos en lo
sin interrupción; apenas aparece un niño, inmediatamente mas m1nrmo.
deja de serlo, y ya están empujando detrás de él los nuevos Pero Josefina ofrece mucho más a un pueblo de ese temple.
rostros infantiles, indiferenciables por ser tantos y tener tanta En sus conciertos, sobre todo en tiempos rigurosos, solamen-
prisa, rosados de felicidad. Cierto es que, por hermoso que te los muy jóvenes muestran interés por la cantante como tal,
sea todo esto y por mucho que nos envidien los demás, con sólo ellos miran asombrados cómo ondula sus labios, expulsa
toda la razón, nosotros no podemos dar a nuestros niños una el aire entre sus dientes, sucumbe de admiración por los soni-
verdadera infancia. Y esto tiene sus consecuencias. Una cierta dos que ella misma produce, y hace uso de ese sucumbir para
puerilidad, imperecedera e imposible de erradicar, atraviesa enardecerse en nuevas actuaciones que cada vez se le hacen
nuestro pueblo; en franca contradicción con lo mejor de no- más incomprensibles, pero la auténtica multitud - está muy

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:-,

claro- se ha replegado en sí misma. Aquí, durante los esca- el fondo, también lo saben todos y, a pesar de ello, irán corrien-
sos descansos entre los combates, el pueblo sueña, es como si do de nuevo la próxima vez que Josefina se levante para can-
a cada individuo le descansaran los miembros, como si el in- tar en el lugar y en el momento que a ella le apetezca. Según
quieto pudiera por una sola vez estirarse y desperezarse a gus- esto podría llegarse a la conclusión de que ella está casi más
to en la gran cama cálida del pueblo. Y en esos sueños suena allá de la ley, que puede hacer lo que quiera, aunque ello ame-
esporádicamente el silbido de Josefina; ella lá ~lama perlado, nace a la totalidad, y que todo se lo perdonan. Si esto fuera
nosotros lo llamamos martilleante; pero en todo caso, allí así, entonces las exigencias de Josefina serían del todo com-
como en ningún otro sitio, es donde se encuentra en su lugar, prensibles, es más, hasta cierto punto podría verse en esa li-
tal como la música apenas encuentra nunca el momento que bertad que le otorga el pueblo, en ese regalo fuera de lo co-
está esperándola. Algo hay ahí de la pobre y breve niñez, algo mún, no hecho a nadie más, que en realidad refuta las leyes,
de la felicidad perdida y jamás vuelta a encoiitrar, pero tam- un reconocimiento de que éste, tal y como afirma Josefina,
bién hay en ello algo de la activa vida actual,:ae su _p equeña no la entiende, que contempla embobado e impotente su
vivacidad, incomprensible y, sin embargo, exis.t ente e imposi- arte, no se considera digno de ella, ansía resarcir ese sufri-
ble de extinguir. Y todo esto no se dice verdaderamente a voz miento que causa a Jose~a con un servicio más que deses-
en grito sino suavemente, susurrando, en confianza, a veces en perado y, del mismo modo que el arte de ella está más allá de
un tono un poco ronco. Naturalmente se trata de un silbido. su capacidad de comprensión, así tambiéQ. sitúa su persona y
¿cómo no? El silbido es la lengua de nuestro pueblo, sólo sus deseos fuera de su mando. Pues bien, esto, claro está, no
que más de uno silba su vida entera y ni lo sabe, mientras que es cierto en absoluto, puede que el pueblo, de forma indivi-
aquí el silbido ha sido liberado de las ataduras-de la vida coti- dual, capitule con demasiada rapidez ante Josefina, pero
diana y también nos hace libres a nosotros durante un breve como no capitula incondicionalmente ante nadie, tampoco
tiempo. Con toda seguridad no querríamos. pasar sin esos lo hará ante ella.
espectáculos. _ Desde hace mucho tiempo, quizá ya desde el comienzo de
Pero de ahí a lo que pretende Josefina, que ella es quien su carrera artística, está luchando Josefina para no tener que
nos da renovadas fuerzas, etcétera, etcétera, hay un buen .tre- hacer ningún tipo de trabajo, y ello en consideración a su can-
cho. Para la gente normal, claro está, no para los que lison- to; por consiguiente, habría que quitarle de encima las preo-
jean aJosefina. «Cómo iba a ser de otro modo», dicen con su cupaciones que trae consigo ganarse el pan de cada día y todo
descaro realmente ingenuo, «cómo podría explicarse de otra lo relacionado con nuestra lucha por la vida para, probable-
manera, en especial ante µn peligro inmediato e inminente, la mente, hacerlo repercutir en el pueblo como totalidad. Un
enorme afluencia que ya ha impedido incluso·~en más de una apresurado incondicional -de ésos también había alguno-
ocasión el rechazo suficiente y justo a tiempo de ese peligro». podría sacar como conclusión, ya sólo por lo raro de esa exi-
Bueno, esto último lamentablemente es cierto, si bien no for- gencia, por el estado mental capaz de inventarla, una legiti-
ma parte de los títulos de gloria de Josefina, en especial si se midad interna. Pero nuestro pueblo saca otras conclusiones y
añade que, cuando ese tipo de concentraciones eran disueltas rechaza con toda tranquilidad la exigencia. Deja también de
inesperadamente por el enemigo y más de uno de los nues- tomarse molestias por la réplica a la fundamentación de la so-
tros hubo de dejar allí su vida, Josefina, que tenía toda la cul- licitud. Josefina expone, por ejemplo, que el esfuerzo del tra-
pa, es más, que quizá era quien había atraído al enemigo con bajo le perjudica la voz, que ciertamente el esfuerzo en el traba-
sus silbidos, siempre estaba en posesión del sitito más seguro jo es pequeño comparado con el del canto, pero que le quita
y bajo la protección de sus seguidores, era la primera que la posibilidad de descansar lo suficiente después de haber
desaparecía a la chita callando y a toda prisa. Pero esto, en cantado y de recobrar fuerzas para un nuevo canto, que se ve

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obligada a llegar al agotamiento total y, a pesar de ello, en Si en el lugar del pueblo hubiera aquí un individuo, podría
esas circunstancias jamás puede conseguir dar la talla al máxi- pensarse que ese hombre habría transigido ante Josefina por
mo. El pueblo escucha y lo pasa por alto. A veces es muy di- el ininterrumpido y ardiente ahelo de poner fin de una vez a
ficil conmover a este pueblo tan fácil de conmover. El recha- . la transigencia; que ha transigido más de lo humanamente
zo es en ocasiones tan duro, que incluso Josefina se queda posible en la firme creencia de que, a pesar de ello, la transi-
cortada, da la impresión de que se resigna, trabaja como se gencia encontraría su justo límite; es más, que ha transigido
debe, canta lo mejor que puede, pero todo esto sólo durante más de lo que era necesario sólo para acelerar la cosa, sólo
un tiempo, después entabla de nuevo la lucha con renovadas para mimar a Josefina y empujarla hacia nuevos deseos hasta
fuerzas -para esto parece que las tiene sin límite. que después plantease de verdad y por fin esa última reivin-
Lo que está bien claro es que Josefina no ansía realmente lo dicación; él entonces, claro está, procedería al rechazo defini-
que exige de palabra. Ella es sensata, no huye del trabajo, es tivo, brevemente, pues estaba preparado desde hacía tiempo.
más, en general la holgazanería es desconocida entre noso- Bien, lo que pasa es que con toda seguridad no es así; el pue-
tros, tras la aprobación de lo que exige no viviría.de modo dis- blo no necesita de esas astucias, además, su veneración por Jo-
tinto a como lo hacía antes, el trabajo no sería un .obstáculo sefina es sincera y demostrada; la reivindicación de Josefina
para su canto y, además, el canto tampoco sería más bello --a es, no obstante, tan desmesurada, que cualquier niño impar-
lo que aspira es, pues, al reconocimiento de su arte, un reco- cial podía haberle pronosticado el desenlace; a pesar de eso es
nocimiento público, evidente, más allá de los tiempos, por posible que, en la opinión que ella tiene del asunto, también
encima de todo lo conocido hasta ahora. Pero mientras que a tengan algo que ver esas sospechas y añadan amargura al do-
ella casi todo lo demás le parece alcanzable, esto se le niega lor de la rechazada.
pertinazmente. Puede que desde el principio hubiera debido Pero aunque tenga sospechas de esa clase, no se deja desa-
encauzar su ataque en otra dirección, puede que ahora se dé nimar de la lucha por ellas. En los últimos tiempos se ha agu-
cuenta del error cometido, pero ya no hay vuelta de hoja, vol- dizado la lucha; si hasta el momento sólo la había mantenido
ver sobre lo andado significaría ser infiel a sí misma, ahora tie- con palabras, ahora empieza a utilizar otros medios, en su
ne que apechugar con esa exigencia. opinión más efectivos, en nuestra opinión más peligrosos
Si de verdad tuviera enemigos, como ella dice, éstos po- para ella misma.
drían mirar divertidos su lucha sin tener que _mover ni un Hay quien piensa que .Josefina se está volviendo tan apre-
dedo. Pero ella no tiene enemigos, e incluso aunque más de miante porque siente que se hace vieja, que la voz se le va de-
uno esporádicamente le ponga algún que otro reparo, a nadie bilitando y que por eso parece que ha llegado la hora de en-
le divierte esa lucha. Y ello porque el pueblo aparece aquí en tablar la última batalla en favor de su reconocimiento. Yo no
una fría posición judicial, eso es algo que sólo muy raramen- lo creo. Josefina no sería Josefina si eso fuera verdad. Para
te se ve entre nosotros. Y si uno quiere, en este caso concreto, ella no existen ni el envejecimiento ni las debilidades de su
aprobar semejante postura, la sola idea de que en otra ocasión voz. Cuando ella exige algo, no la mueven a ello cosas exter-
el pueblo pudiera comportarse así con él, descarta cualquier nas sino una consecuencia interna. No agarra la corona de lau-
satisfacción. En el caso del rechazo, de forma similar al de la rel más alta porque justo en ese momento esté colgada un
reivindicación, no se trata de la cosa en sí misma sino de que poco más abajo, sino porque es la más alta; si pudiera la colga-
el pueblo pueda cerrarse de una forma tan impenetrable con- ría más arriba aún.
tra un compatriota, y tanto más impenetrablemente cuanto Claro está que ese menosprecio de las cosas externas no la
más paternalmente, e incluso más que paternalmente, cuida obstaculiza para hacer uso de los medios más indignos. Para
de él con humildad en los demás casos. ella su derecho está fuera de toda duda; entonces qué impor-

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...,

tancia va a tener la forma en que lo consiga; principalmente Pues bien, el pueblo no hace ni caso de estas declaraciones,
porque en este mundo, tal como se le manifiesta a ella, justo decisiones y cambios de decisiones, de la misma manera que
los medios dignos han de fracasar. Puede que por eso haya un adulto, inmerso en sus pensamientos, no hace caso del pa-
trasladado incluso la lucha por su derecho desde el terreno ·del lique de un niño, favorable en un principio, pero inaccesible.
canto a otro un poco menos apreciado por ella. Sus partida- Pero Josefina no se resigna. Así, hace poco, afirmó que tra-
rios han puesto en circulación testimonios suyos según los bajando se había producido una lesión en un pie y que le do-
cuales se considera absolutamente capaz de cantar de tal for- lía mientras cantaba; pero como ella sólo podía cantar de pie,
ma que se convierta en un verdadero placer para el pueblo en se veía obligada incluso a abreviar sus canciones. A pesar de
todos sus estamentos sociales e incluso hasta e,h la oposición que cojea y camina apoyándose en sus partidarios, nadie se
más secreta, auténtico placer no en el sentido del pueblo, que cree de verdad lo de la lesión. Aunque se reconozca la espe-
afirma de verdad sentir desde siempre ese plac~ por el canto cial delicadeza de su cuerpecito, nosotros somos un pueblo
de Josefina, sino placer en el sentido de las ansias de ella.. Pero trabajador y Josefina también pertenece a él. Si nos pusiéra- ·
que, añade ésta, como no puede falsificar lo :,elevado, ni li- mos a cojear por cualquier herida, el pueblo entero estaría co-
sonjear lo común y corriente, hay que dejarlo todo como jeando todo el tiempo. Pero aunque haya que llevarla como a
está. Otra cosa es, sin embargo, lo que se refiere·'a su ludia por una lesionada, aunque se deje ver en ese lamentable estado
la dispensa del trabajo, claro que es una lucha por su canto, con mucha mas frecuencia que antes, el pueblo escucha su
pero aquí no lucha de manera directa con la valiosa arma del canto agradecido y fascinado lo mismo que antaño y no mete
canto, de ahí que cualquier medio que utilice para ello sea lo mucha bulla a causa de la abreviación.
suficientemente bueno. ·.,. Como no puede estar cojeando constantemente, se inven-
Fue así, por ejemplo, como se extendió el rumor de que, si ta cualquier cosa, pone como pretexto que está cansada, de
no transigían con ella, tenía la intención de abreviar lasco- mal humor, débil. Ahora, además del concierto, tenemos
loraturas. Yo no sé nada de coloraturas, nunca he advertido también una obra de teatro. Detrás de Josefina vemos a sus
coloratura alguna en su canto. Sin embargo, Josefina quiere partidarios rogándole e implorándole que cante. Ella bien
abreviar las coloraturas, no suprimirlas de momento, sólo abre- quisiera, pero no puede. La consuelan, la adulan, cargan casi
viarlas. Según parece, ha ejecutado su amenaza aunque yo.no con ella hasta un lugar previamente escogido donde tiene que
he notado diferencia alguna en comparación con sus actua- cantar. Cede por fin· entre lágrimas dificiles de interpretar,
ciones anteriores. El pueblo al completo escuchó como siem- pero cuando, haciendo con toda evidencia un inmenso es-
pre, sin expresar su parecer acerca de las coloraturas y tam- fuerzo de su voluntad, quiere empezar a cantar, apagada, con
poco ha cambiado el tratamiento a la reivindicación de Jose- los brazos no extendidos como antes sino colgando sin vida
fina. Por cierto que ella, tanto en su presencia como en su del cuerpo, lo que produce la impresión de que quizá se le
forma de pensar, tiene a veces sin lugar a dudas algo realmen- han quedado un poco cortos, cuando empieza a entonar, es
te garboso. Así, por ejemplo, después de aquella actuación, cuando y~ no marcha la cosa, un tirón involuntario de la ca-
como si su decisión acerca de las coloraturas hubiera sido con beza lo indica, y ella se desploma ante nuestros ojos. Pero des-
respecto al pueblo excesivamente dura o demasiado repenti- pués vuelve a levantarse y canta, en mi opinión, como lo hace
na, declaró que próximamente tenía la intención de volver a siempre; puede que, si uno tiene oído para los más suaves ma-
cantar las coloraturas completas. Pero después del siguiente tices, perciba un entusiasmo fuera de lo común que va en
concierto volvió a cambiar de opinión, dijo que las grandes provecho! de la cosa en sí misma. Y al final ella se encuentra
coloraturas se habían acabado de una vez por todas y que no incluso menos cansada que antes, con paso firme, si es que
regresarían hasta que no llegase una decisión favorable a ella. pueden ~enominarse así sus cortos y rápidos pasitos, se aleja

[41 .2] [413]


...........

rechazando cualquier ayuda de sus adeptos e inspeccionan-


do con una fría mirada a la multitud que le abre camino con
respeto.
Hasta hace poco éste era el estado de cosas, pero la última
novedad es que, a una hora en la que la esperaban para cantar,
ella había desaparecido. No sólo sus adeptos la buscan, mu-
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chos otros se ponen al servicio de la búsqueda, en·vano;Josefi- EN PERIÓDICOS O REVISTAS
na ha desaparecido, no quiere cantar, tampoco quiere que se lo
rueguen, esta vez nos ha dejado totalmente abandonados.
Hay que ver lo mal que calcula la muy lista, tan mal que uno
podría pensar que no calcula para nada, sino que solamente es
arrastrada por un destino que en nuestro mundo no puede ser
nada más que un destino muy triste. Es ella misma quien re- .. .-'' /
húye el canto, ella misma quien destruye el poder que había
conseguido ejercer sobre los corazones. ¿Cómo pudo siquie-
ra conseguir ese poder conociéndolos tan mal? Ella sigue es-
condiéndose y no canta, pero el pueblo, sosegado, sin una de-
cepción visible, imperioso, una masa asentada en sí misma, que
formalmente, y aunque las apariencias lo contradigan, sólo es
capaz de dar regalitos y jamás. de recibirlos, tampoco de Josefi-
na, ese pueblo sigue andando su camino.
Pero Josefina tiene que ir hacia abajo. Pronto llegará la hora
en que suene su último silbido y enmudezca. Ella es un pe·
queño episodio en la eterna historia de nuestro pueblo y el
pueblo superará la pérdida. Seguro que no va a ser fácil, ¿cómo
serán posibles las concentraciones en un silencio total? Ya,
claro, ¿es que no eran silenciosas con Josefina? ¿Era su silbido
real más sonoro y animoso" de lo que lo será el recuerdo de él?
¿Acaso no era, ya en vida de ella, nada más que un mero re-
cuerdo? ¿No ha sido el pueblo quien, con su sabiduría, ha
puesto tan alto el canto de Josefina para que, de esa manera,
no acabara perdiéndose?
Puede ser que al final no la echemos demasiado de menos,
sin embargo, Josefina, redimida de las plagas terrenas, que por
otra parte y en su opinión estaban destinadas a los elegidos,
se perderá alegre en el incontable montón de héroes de nues-
tro pueblo y, puesto que no nos dedicamos a la historia, pron-
to será olvidada, como todos sus hermanos, en una creciente
redención.

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