Está en la página 1de 3

¿Debo tomar en cuenta las críticas de no profesionales para mi obra?

Tengo mucho respeto por la capacidad de los profesores de escritura creativa de comentar y
analizar las técnicas literarias, pero el corazón y la imaginación de un escritor sólo
despegan cuando está a solas con su bolígrafo y con un montón de folios en blanco.

Si la imaginación es dirigida en otra dirección por otra persona, puede retraerse, en parte
por la exigencia de uno mismo, pero también por el miedo a no cumplir las expectativas del
profesor o igualar el éxito de los compañeros de clase.

Me he topado con bastantes casos donde la imaginación de una persona se ve afectada


debido a la constante represión que sufre por ponerse como meta agradar a su público.

Y si a esto se suma la crítica de los compañeros, puede verse acentuada la incapacidad para
pensar correctamente. Por eso dudo que sea útil que los estudiantes lean en voz alta y
expongan sus textos ante una clase con poca o nula experiencia.

Entiendo que la crítica es indispensable para lograr señalar errores en la trama, escritura
deficiente o falta de cohesión en un texto.

Pero cuando los compañeros son convertidos en un jurado, su veredicto puede ser, en el
mejor de los casos sesgado y en el peor de los casos, perjudicial, debido a la falta de
experiencia y poca fiabilidad a la hora de criticar.

Claro, esto no quiere decir que no haya una buena parte de compañeros que quieran aportar
de modo sincero su grano de arena, pero es que tanto los comentarios negativos como los
positivos en exceso suelen ser por lo demás inadecuados, ya que no se suele ver con total
claridad la obra misma ni sus defectos o aciertos.

En una ocasión observé la reunión de un grupo de estudiantes en el momento en que los


textos eran sometidos a dictamen y leídos en voz alta y después votados por los ellos
mismos.

Como en mis años de universidad nunca pertenecí ningún tipo de grupo de escritura enre
los mismos alumnos, me sorprendió ver que se realizaba esta práctica.
Entre ellos acordaron escribir un cuento sobre una silla. Inevitablemente, había historias
sobre la silla del abuelo (con excesiva claridad inspiradas sobre alguna canción infantil),
sobre sillas antiguas, sobre mecedoras, sillas de niños, incluso una vieja silla de cocina que
en realidad era, supuestamente, la que contaba su experiencia dentro de la casa y el entorno
familiar.

Pero un texto aportaba algo distinto, y era el que trataba sobre una silla eléctrica y los
pensamientos del hombre condenado a sentarse en ella.

Estaba tan bien escrita que no fue hasta el final cuando me di cuenta de lo que era la silla o
hacia dónde llevaba el camino y posible redención del hombre.

Todavía más perspicaz era la nota de esperanza que recorría la narración. Era
conmovedora, sin llegar a rayar en lo depresivo ni lo meloso.

Cuando recibió unánimemente la puntuación más baja —un punto— me quedó claro que la
excelencia de la escritura, la originalidad de la idea, la profunda compasión y la habilidosa
forma en que se evitaba todo apunte de desesperanza habían sido ignorados por los rivales
de la autora.

Cuando volví a ver a la autora, descubrí que había publicado su historia (aunque si les soy
honesto no recuerdo dónde, ya que fue hace varios años). Dudo seriamente que el texto
ganador de ese grupo de estudiantes —un amanerado cuento sobre la silla preferida de un
gatito— fuera jamás publicado.

Aunque a veces puede ser de gran ayuda recibir una opinión independiente acerca de una
obra, y todavía más si esa opinión es la de un profesional, no me gusta la práctica de
exponer el trabajo de un principiante a la crítica de otros autores que carecen igualmente de
experiencia.

Cuando un principiante es juzgado de este modo, sus críticos parecen ansiosos por
demostrar que a pesar de que ellos no escriben perfectamente, pueden ver todos los
defectos de una historia y «saltar sobre ella sin compasión», o, por el contrario, ensalzar un
trabajo por lo demás mediocre en aras de no herir la sensibilidad de su compañero. Esto es
lo que sucedió aquella vez con el cuento de la silla eléctrica y la silla del gato.
Todo aspirante a escritor crecerá a su ritmo, a su tiempo y a su manera si su confianza en sí
mismo no es herida por la crítica realizada por personas no calificadas, como pueden ser
con frecuencia otros aspirantes a escritor.

La crítica puede y debe ser honesta y objetiva, más no por ello cruel, porque me he topado
bastantes casos de autores que, por más que señalen los obvios defectos de su obra,
pretenden defenderla a muerte a pesar de los argumentos contundentes y justificados debido
a la soberbia actitud de aquel que lo juzga.

El escritor se dará cuenta de sus errores cuando una persona con un criterio formado se
interese en su trabajo y le sugiera formas para mejorarlo. Esto en un ámbito profesional
forma parte del trabajo de un editor, y escuchar la crítica es parte del trabajo de un escritor,
porque de nada sirve una excelente crítica si un escritor no es lo bastante honesto consigo
para admitir sus carencias.

También podría gustarte