Está en la página 1de 90

Filosofía del Tiempo

(seminario)

Apuntes:
Introducción al problema y repaso de las principales
ideas acerca del tiempo anteriores al siglo XX

Pablo D. Sisterna

Introducción: ¿cómo hacerse preguntas acerca del tiempo?

La primera pregunta que le viene a la mente de uno, en lo que a cuestiones temporales se


refiere, es: ¿qué es el tiempo? Nuestros primeros encuentros con el tiempo aparecen en la
más temprana niñez, y su extensión se va agrandando “conforme pasan los años”, valga el
juego de palabras. Y lo que vemos es que las cosas cambian, que hay cosas y personas que
aparecen y desaparecen. Entonces la pregunta básica podría ser: ¿por qué las cosas
cambian? o bien ¿por qué las cosas se repiten? Pero si las cosas se repiten, entonces una
pregunta previa sería ¿por qué recuerdo cosas?, o bien ¿por qué existe la memoria?, para
finalmente unir todas las anteriores en la siguiente: ¿por qué cambia mi memoria?

La experiencia primordial de la que hablamos es una sucesión de estados o situaciones, a las


que se suma eso que llamamos “memoria”. Si no hubiera memoria no podríamos hablar de
sucesión, ya que no tendríamos registro alguno del estado o miembro anterior de la misma.
Dada la experiencia de una sucesión, la pregunta que surge inmediatamente es: ¿hubo un
estado inicial o primer miembro de esta sucesión? Esta pregunta a su vez se puede dividir
en dos: una subjetiva que pregunta acerca del primer estado de nuestra sucesión, la que
percibimos de manera directa: ¿hubo un primer estado de nuestro flujo de consciencia,
nacimos como personas en algún momento?, y otra pregunta que surge de darle un marco
objetivo a nuestra experiencia, o sea que surge de creer en la existencia de un mundo externo
a nosotros: ¿existió un primero estado del Mundo, el Mundo nació hace un tiempo finito, o
existió desde siempre?

Aunque el pensamiento acerca del comienzo del Mundo existe desde tiempos muy antiguos,
podemos decir que la reflexión sistemática más allá de la mitología comienza, como con
tantos otros temas fundamentales, en la Grecia del siglo VI a.C. Dijimos comienzo antes de
mencionar al tiempo, ya como vimos, es este último el que le aparece al hombre a través de

1
sus preguntas más remotas, tales como la pregunta por el sentido del mundo que nos rodea,
relacionada con su origen, y la necesidad de encontrar un orden en nuestras vidas, saber
encontrar lo predecible dentro de lo impredecible, lo que nos lleva (y llevó al hombre
primitivo) a la indagación por lo que se repite, por lo registrable, por ende y por fin, por la
memoria, y por el descubrimiento del pasado. Finalmente, entender un poco al mundo,
descubrir alguna de sus regularidades, condujo al hombre al “descubrimiento” y a la
pregunta por el futuro, como algo que enriquece a la vida, al enriquecer la percepción del
presente, enriqueciendo nada menos que nuestras bien conocidas expectativas.

Alrededor del “enigma del tiempo” pueden aparecer muchas preguntas. Por ejemplo, si nos
intriga el hecho de que cada uno de nosotros nos sintamos siempre el mismo, y por otro lado
vemos que todo cambia, incluso nosotros mismos nos podemos preguntar:

¿Qué es primero, el Ser o el Devenir?

¿Soy una persona que cambia, o soy un proceso que, dado que mantiene algunas cosas más
o menos constantes, me provoca la ilusión de que soy un individuo con un grado
considerable de continuidad? Notemos que la definición misma de persona depende de la
respuesta a dicha pregunta. Y más allá de que la hemos formulado adrede de una manera
simplista, esta pregunta resume otras muchas, algunas más o menos sofisticadas, tal como

¿Qué es lo primero, qué es lo más fundamental, lo que está fuera del tiempo, o lo que está
dentro de él?

Si hay un Yo más allá de lo que me pasa, quizá ese Yo esté más allá del tiempo. En cambio,
si lo fundamental que hay en mí es mi proceso de cambio, por ejemplo, mi flujo de
percepciones, de sensaciones, o de estados de consciencia, entonces quizá no hay un Yo,
sino un proceso al que le pongo un nombre, un proceso que tiene la ilusión de, en el algún
sentido, ser. Por otro lado, cada pregunta presupone prejuicios, ideas o teorías aceptadas
tácitamente, en este caso el tiempo como un contenedor de cosas, de eventos, de hechos, etc.
El tiempo como algo real, independiente, no como un derivado de otras cosas más
fundamentales. Y si es un contenedor, nos podríamos preguntar lo siguiente:

¿Es el devenir lo fundamental? ¿Hay algo fuera del tiempo?

Si la respuesta a esta última pregunta es afirmativa, ¿cómo podemos corroborarla, si nosotros


estamos dentro del tiempo? ¿Acaso hay algún ejercicio o mecanismo que nos permita
salirnos de él? Entonces cabe preguntarse acerca de cosas que nos pueden conducir a
caminos hasta hace poco exclusivos de la teología:

¿Qué es la eternidad, un tiempo infinito, o algo fuera de él?

Al preguntarnos por la eternidad sin alusión alguna a Dios, estamos llevando el problema
del tiempo, y la pregunta por la existencia de algo que lo trascienda, al terreno filosófico,
independiente de lo religioso. Al fin y al cabo, ninguna filosofía libre de dogmatismos
puede ser llamada “filosofía de libro”, mientras que por el contrario tenemos varias

2
“religiones de libro” en la historia de la humanidad. De todas maneras, las religiones
pueden ser una fuente de inspiración para hacernos más preguntas, tal como:

¿Es el tiempo un fenómeno decadente de la eternidad?

Esta cuestión surge de la reflexión filosófica acerca de la “caída en el tiempo”, de la caída


primordial del hombre. ¿Acaso el paraíso era (con lo que “era” pueda significar en este
contexto) un mundo sin cambio, sin devenir, sin tiempo? Es común que una de las cosas
que extrañamos los que hemos vivido muchos momentos felices en nuestra infancia, es la
sensación de que las cosas nunca van a cambiar, sobre todo las cosas lindas, y
particularmente, los seres queridos más “viejitos” que nosotros. Entonces, al concentrarnos
en los efectos adversos del paso del tiempo, es natural que lo pensemos como una caída,
como un descenso, hasta que nos damos cuenta también que esos mismos momentos gratos
de nuestra infancia requerían del paso del tiempo.

Parecería que estos razonamientos nos llevan a un camino arriesgado, con cornisas que
asoman casi a la insania mental. Vayamos entonces a un tema más pulcro, más previsible,
el del mundo formal, o los mundos formales. Si pensamos en un mundo formal, por
ejemplo, en un sector del mundo matemático, nos podemos preguntar si existen infinitos
números naturales o sólo un número indefinido, o bien surgen otras preguntas tal como:

¿La eternidad es sólo una potencialidad de tiempo infinito?

En este contexto, la anterior es una forma velada de preguntar si la eternidad es como la


sucesión infinita de los números naturales, o bien es algo que está más allá de cualquier recta,
o incluso de cualquier visualización posible. Quizá muchas de estas preguntas no tengan
nunca respuesta, pero todas seguramente suponen un ejercicio para la mente, que puede llevar
a preguntas menos ambiciosas que sí tengan respuesta.

Por supuesto, y tal como dijimos antes, todo este mar de interrogantes no tendría sentido si no
fuera por nuestra percepción directa del paso del tiempo, su ritmo, y nuestros recuerdos
(noción de pasado) y expectativas (noción de futuro). Y es a partir de esta base experiencial
fundamental que surgen las siguientes preguntas:

¿Es concebible la conciencia fuera del tiempo, o necesita del fluir temporal para tener
cabida?

Una conciencia fuera del tiempo probablemente no podría distinguir entre pasado, presente
y futuro, y mucho menos percibir el flujo temporal. Al tener acceso a “todo junto”, la
conciencia sería quizá pura experiencia de recuerdo, pura memoria. ¿Se puede llamar a eso
conciencia? No habría expectación alguna, ni una sensación de presente, en el sentido de
“instante privilegiado, por lo que al menos la respuesta suscita no pocas dudas.

Un concepto íntimamente relacionado con el tiempo es el de cambio. Para hablar de cambio


necesitamos al menos de dos descripciones, de dos conjuntos de propiedades, o siguiendo
la definición formal de Mario Bunge, de un par ordenado de estados. Decimos “estado” en
el sentido de un conjunto de propiedades de la cosa, acerca de la cual se dice que está en

3
dicho “estado”. ¿Qué significado podría tener el transcurso del tiempo si no hubiera nada
que cambiase? Más allá de nuestra experiencia personal del devenir, la noción de cambio
lleva a la siguiente pregunta fundamental:

¿El cambio es anterior o posterior al ser? ¿Necesitamos del ser para hablar del cambio? ¿O
el ser se construye a partir del cambio mismo?

Estas preguntas han tenido diferentes respuestas, incluso nuevas en el siglo XX y en el actual
siglo XXI. Por ejemplo, el filósofo Alfred N. Whitehead introdujo la llamada Filosofía de
Procesos, en la cual la ontología fundamental se construye a partir de historias, de procesos, y
no a partir de cosas.1 Una cosa sería un caso especial de proceso en el cual hay algo, o un
conjunto de propiedades, que se mantiene estable. Resulta difícil construir un idioma que se
adapte a esta ontología, e incluso formalizarla. Por ejemplo, deberíamos poder reemplazar la
noción de cambio como un par ordenado de estados de una cosa, por otra noción, tal como un
par de estados, pero sin referencia a cosa alguna. Como alternativa tendríamos que prescindir
de la noción (estática) de estado, por otra que defina a un cambio básico como algo que no
involucre a ningún par de otras entidades o conceptos. Deberíamos poder reemplazar la
oración “El perro corre en esta vereda” por otra que dijera algo así como “El correr en esta
vereda perrea”. De todas maneras, la filosofía de procesos es un proyecto en vías de
construcción, con final incierto, pero que ayuda a formular de manera más acaba la siguiente
pregunta:

¿Qué es el cambio, una sucesión de estados de cosas, o las cosas son procesos con ciertas
características de estabilidad?

O bien de manera más coloquial, utilizando una metáfora basada en descubrimientos de la


modernidad, podemos interrogarnos lo siguiente:

¿El cine es anterior o posterior a la fotografía?

De hecho, una película es una sucesión de fotografías, pero el devenir ¿es una sucesión de
estados del Universo, o una foto es un caso particular de una película muy aburrida en
donde nada pasa?

Otro ejemplo interesante del siglo XX lo constituye el filósofo inglés John McTaggart2, quien
propuso dos series temporales, la serie A y la serie B. La serie A representa el tiempo que
fluye, el tiempo según lo percibimos cada uno de nosotros, un tiempo en el que cada hecho
pasado alguna vez fue presente, y también futuro. En esta serie, cada instante tiene bien
definida una propiedad temporal que puede tomar uno de tres valores: presente, pasado y
futuro. Conforme transcurre el tiempo, un dado instante es futuro, para luego ser presente, y
finalmente ser pasado. Por otro lado, la serie B denota al tiempo matemático de la física,
usualmente representado por la variable t. Este tiempo no fluye, es un parámetro, por lo que
sólo tienen sentido las nociones de “anterior” y “posterior”, que son relaciones entre
eventos y entre instantes. Por ende, los instantes no tienen la propiedad de temporalidad que

1
Alfred North Whitehead, Process and Reality, corrected edition, The Free Press, New York, 1979.
2
John M. Ellis McTaggart, The Unreality of Time, Mind 17, 456–73, 1908.

4
tienen en la serie A, sino que sólo está definida una relación temporal entre ellos la cual,
valga el juego de palabras, es independiente del tiempo. Dados dos instantes, si uno es
anterior a otro, lo es “para siempre”. Sin entrar en detalles, mencionamos que este filósofo
argumenta que tanto una serie como la otra lleva a contradicciones, por lo que concluye que
el tiempo no existe. Por ende, finalmente propone una serie C, la que es muy similar a la
serie B, salvo que no existe un tiempo independiente, sino que sólo hay eventos ordenados,
y éste es el sustrato último de la realidad, aunque el carácter de estos eventos para
McTaggart es más bien mental. Un poco en línea con esta última idea, aunque en un marco
filosófico más materialista y objetivo, en el siglo XXI el físico inglés Julian Barbour3
también plantea que el tiempo no existe como una entidad fundamental independiente, sino
que es un producto emergente de otras propiedades o estados del Universo, lo cual lo lleva a
elegir la primera opción en la siguiente pregunta:

¿La realidad es una caja llena de fotografías, ordenadas de acuerdo con algún principio de
coherencia secuencial, o el tiempo es algo fundamental, independiente de la existencia
de cualquier caja de fotos?

En lo que sigue haremos un recorrido desde los albores de la civilización, atravesando las
edades antigua y medieval y llegando hasta los albores de la modernidad. Además, en donde
lo consideremos apropiado agregaremos alguna reflexión extemporánea, aprovechando
nuestro punto de vista actual, que se nutre de las modernos descubrimientos e ideas, tanto
científicas como filosóficas. En otras palabras, el nuestro será un recorrido diacrónico, o sea
un estudio de cómo fueron cambiando y/o evolucionando las ideas acerca del tiempo, con
algunos ingredientes anacrónicos, o sea con comentarios desde nuestra perspectiva del siglo
XXI.

La prehistoria humana del tiempo


Seguramente hubo una época en la que nuestros antepasados vivían el presente y vivenciaban
sólo un entorno muy acotado del pasado y del futuro, como probablemente es el caso de la
mayoría de las especies de mamíferos hoy en día. Sin embargo, hay evidencias de que algo pasó
hace alrededor de 70.000 años con nuestras capacidades cognitivas, que entre otras cosas amplió
nuestro lenguaje para incluir muchas más cosas y situaciones.4 En lo que respecta al tiempo y
aproximándonos un poco más cerca del presente, hay evidencias de una ampliación en el rango
temporal de las preocupaciones humanas. Por ejemplo, las pinturas rupestres paleolíticas
encontradas en cuevas como la de Lascaux en Dordoña, al suroeste de Francia, han sido
interpretadas como evidencia de que la gente hace 20.000 años operaba con intenciones
teleológicas en términos de pasado, presente y futuro. Pasado, por representar recuerdos de
cacerías pasadas, y futuro, por el probable pensamiento mágico, o esperanza mágica, de que
esas pinturas trajeran buena fortuna para las futuras cacerías del grupo.

Los rituales de entierros pueden ser considerados como evidencia de pensamiento acerca del
futuro (la vida más allá de la muerte del difunto, y la propia futura muerte de los que
3
Julian Barbour, The End of Time (Oxford University Press, 2000).
4
Yuval Noah Harari, De animales a dioses, Debate, Buenos Aires, 2016, pág. 15.

5
participan en el ritual). Una sepultura Neandertal de hace 60.000 años encontrada en una cueva
en el norte de Irak hasta con flores, señala que la conciencia de futuro es mucho más antigua
de lo que podría imaginarse a priori.5 Por otro lado, el arte rupestre más antiguo conocido
tiene más de 66.000 años de antigüedad y es de autoría neandertal, habiendo sido datado en
tres cuevas de diferentes zonas de España. Los entierros de nuestra propia especie se
remontan hasta 35.000 años, y se desarrollan ritos funerarios complicados con anterioridad al
año 8.000 a.C., que incluyen armas, herramientas, ornamentos, e incluso comida.6

Ampliando lo antes dicho, la llamada “revolución cognitiva” de hace 70.000 años, en la que
se cree que el Homo Sapiens desarrolló un lenguaje con la capacidad de hablar acerca otros
seres humanos, marcó su capacidad para vivir en comunidades coordinadas de hasta 150
individuos, llevándolo a la supremacía frente a las demás especies humanas tales como los
neandertales, y su posterior extinción.7 Podemos preguntarnos si este desarrollo influyó en su
percepción del tiempo. Al fin y al cabo, hablar de otros seres humanos, de sus vivencias,
incluso los “chusmeríos”, involucran claramente al tiempo. Cuando uno le cuenta a un amigo
que fulanito de tal se divorció o chocó el auto, la primera pregunta que surge, además del
“dónde fue” y el “cómo fue”, es el “cuándo fue”.

La revolución agrícola se inició entre 9.500 y 8.500 a.C. en las regiones que van desde el
sudeste de Turquía el oeste de Irán y el levante. En lo que nos interesa, marcó una toma de
conciencia de los ciclos anuales, y al mismo tiempo una necesidad de conocerlos y
entenderlos lo mejor posible, para poder saber los mejores momentos para la siembra y la
cosecha. Probablemente esos conocimientos se referían a cambios climáticos cíclicos, o a
desbordes de ríos, ya que es difícil que en ese entonces hubiera noción alguna de los ciclos
astronómicos, con la probable excepción de las fases de la luna dado su carácter manifiesto.

Restos megalíticos como los de Stonehenge en el condado de Wiltshire, Inglaterra, muestran


que hacia fines del cuarto milenio a.C. el hombre tuvo mayor consciencia del aspecto cíclico de
los tiempos de nuestro planeta, concretamente del calendario y de los movimientos
astronómicos cíclicos, tales como la posición de salida del Sol en el horizonte, y seguramente
una mejor cuantificación de los días entre las diferentes fases de la Luna, o sus sucesivas
posiciones en el cielo.8 En términos generales y paradójicamente, la existencia de fenómenos
periódicos han hecho hoy en día del tiempo, algo que algunos dicen que no existe, la variable física
medida con mayor precisión. Es que, entre el período del primer reloj de la historia, esto es, las 24
horas que demora la Tierra en completar una rotación sobre su eje, hasta los períodos de los
modernos relojes atómicos, que involucran frecuencias de 10.000 millones de Hertz, hay nada
menos que… ¡15 órdenes de magnitud!

Egipto Antiguo

5
G.J. Whitrow, Time in History, Oxford University Press, 1990, pág. 23.
6
Lucien Levy-Bruhl, Alma Primitiva, SARPE, Madrid, 1985, págs. 15-17.
7
Harari, op.cit., págs. 50-54.
8
Whitrow, op.cit, pág. 24.
6
Estudios recientes indican que nuestra percepción del tiempo está basada en eventos. Por
ejemplo, los estudiantes aprenden mejor a dar estimaciones de tiempos geológicos cuando se
les enseña los diferentes periodos como categorías limitadas por eventos. Incluso las épocas
dentro de periodos, y éstos a su vez dentro de eras, se comprenden mejor como jerarquía de
eventos asociados a diferentes escalas temporales.9 Los egipcios, que no fueron la excepción
a esta característica humana, tenían una noción de tiempo lineal, y a su vez su forma de medir
los años era en función de las dinastías y los reinos de los diferentes faraones. El mito del
asesinato de Osiris por parte de su hermano Seth y su posterior recuperación a manos de su
esposa Isis, estaba relacionado con la crecida del Nilo temprano en el verano y su consecuente
fertilización de las tierras, y la retirada de las aguas en otoño y el consiguiente sembrado.
Ambos se consideraban buenos momentos para que asumiera el nuevo faraón. Esa noción
cíclica les daba cierta seguridad de que, incluso ante épocas de crisis, la situación normal
sería nuevamente restablecida. La muerte y resurrección de Osiris, que creían que había
tenido lugar en sus tierras, podía ser repetida perpetuamente mediante simulaciones mágicas,
incluso ante la muerte del Faraón para propiciar su posterior resurrección.

No todo estaba claro en la cronología egipcia. De hecho, los períodos de correinados introducían
dificultades incluso para que los egipcios pudieran establecer un tiempo acumulado lineal desde
las primeras dinastías hasta sus respectivos momentos presentes. De todas maneras, el aspecto
temporal-cíclico de los egipcios hicieron de ellos los autores del “calendario más inteligente de
la historia de la humanidad” según algunos expertos10. Su año civil consistía en doce meses de
treinta días cada uno, y cinco días adicionales al finalizar el año, llamados posteriormente por
los griegos días epagómenos, o sea que en total sumaban 365. Este era el calendario civil,
cuyas primeras evidencias datan de la época del faraón Shepseskaf, de la IV dinastía, y
comenzaba con el amanecer helíaco de Sotis, el nombre egipcio de la estrella Sirio. El año
empezaba entonces cuando Sirio aparecía por el horizonte en el momento de la salida del Sol.
La llamada salida helíaca de Sotis se producía en torno al inicio de la inundación anual, y
equivalía aproximadamente, en la latitud de Menfis, al 19 de julio del año juliano, actualmente
en torno a fines de dicho mes de nuestro calendario. Los meses se agrupaban en tres
estaciones, cada una de las cuales constaba de 4 meses, de 3 semanas de 10 días cada uno.
Estas semanas, denominadas décadas, eran llamadas primera, mediana y última. Las estaciones
eran: la estación de la inundación Ajet, el invierno o germinación Peret y el verano o calor
Shemu, también conocida como “estación de la deficiencia” por la falta de agua en el Nilo.

En pocos siglos los egipcios se dieron cuenta de que el año tenía alrededor de un cuarto de
día más. Pensemos que cada 400 años el inicio oficial y el solar se desviaban 100 días
adicionales, y aunque los egipcios observaron este desplazamiento que provocaba que el
verano comenzase a mitad de la estación Peret (invierno), el calendario civil no se
corregía, sino que acumulaba el error. En realidad, los sacerdotes guardaban celosamente
este secreto como una forma más de poder. De todas maneras y ya entrada la era helénica en
Egipto, en 238 a.C. y bajo el reino de Ptolomeo III se introdujo el calendario Sótico o
Alejandrino, en el cual se agregaba oficialmente un día epagómeno adicional cada
cuatro años.

9
I. Resnick et.al., Examining the Representation and Understanding of Large Magnitudes Using the
Hierarchical Alignment model of Analogical Reasoning. CSS 2012 Conference Proceedings, 917-922.
10
Otto Neugebauer, The Exact Sciences in Antiquity, Dover, 1969, pág. 81.

7
Los egipcios también tenían un calendario lunar, y descubrieron que 309 meses lunares
equivalían casi a 25 años civiles. En efecto si multiplicamos 309 por el valor hoy conocido
de 29,53 días para el mes lunar, obtenemos 9.124,77 días, mientras que 25 por 365 da
9.125, que difiere del valor anterior en menos de un cuarto de día. Esta es una coincidencia
numérica y no astronómica, ya que el año civil egipcio, igual a 365 días exactos, es una
invención humana.

En lo que respecta a medir tiempos a escalas menores al día, los egipcios también fueron
pioneros. En ese sentido, los restos más antiguos de un reloj de sol están en el Museo
Egipcio de Berlín, y pertenece al Egipto de 1.500 a.C. Los más primitivos de estos relojes
se basaban en la longitud de la sombra de un objeto puesto verticalmente, mientras que
relojes de sol posteriores se basaban en la dirección de la sombra. La combinación de
longitud y dirección permitirían construir relojes solares que midieran tanto el momento
del día como el tiempo dentro del año. Los egipcios también inventaron el concepto de
hora, pero dado que dividían al día en 12 horas al igual que la noche, la longitud de las
horas diurnas era mayor en verano que en invierno, y viceversa con las horas nocturnas.

La aparición de una estrella o de un planeta antes de la salida del Sol que antes mencionamos,
conocida como Ascensión helíaca o primera ascensión, involucra diferentes astros de
acuerdo con el momento del año. Los sacerdotes egipcios elegían una nueva estrella cada
diez días, período conocido como decanato. El año estaba dividido entonces por 36
decanatos. Dado que durante el verano se pueden ver de noche sólo doce de estas estrellas
especiales (aunque por supuesto se ven más cantidad en invierno con sus noches más
prolongadas), los egipcios dividieron la noche en doce partes, las que nosotros llamamos
horas. De todas maneras, los doce signos del zodíaco fueron una invención alejandrina, no
egipcia.

Los egipcios también inventaron el reloj de agua, o Clepsidra como lo llamarían más tarde los
griegos, esenciales en la antigüedad para medir intervalos de tiempo nocturnos. Los había de
dos tipos, de acuerdo con si el agua fluía desde o hacia un recipiente con una escala
graduada. Los relojes que recibían agua eran normalmente cilíndricos, mientras que los
que derramaban agua eran cónicos invertidos con un orificio en la punta. Los griegos y
romanos también las usaban, y en 30 a.C. Vitrubio (arquitecto y escritor romano del siglo I
a. C.) describe varios tipos de clepsidras.

Sumeria y Babilonia
En Oriente Medio, la región entre las planicies aluviales de los ríos Éufrates y Tigris que
formaba la parte sur de la antigua Mesopotamia fue dominada sucesivamente por pueblos
pertenecientes a diferentes ciudades de la región. El período histórico se inicia con Sumeria y la
ciudad de Uruk, en la que aparece la rueda en torno al 3.500 a.C., y la escritura en el 3.300 a.
C., fecha a la que pertenecen las tablillas de arcilla con escritura cuneiforme más antiguas
conocidas. La difusión de los avances de la cultura de Uruk por el resto de Mesopotamia dio
lugar al nacimiento de la cultura Sumeria.

8
Los ríos Éufrates y Tigris, a diferencia del Nilo, tenían crecidas no cíclicas, y muchas veces
enormemente destructoras. Por eso los pueblos de la Mesopotamia no tenían un sentido de la
estabilidad muy arraigado, y mucho menos una creencia en el carácter cíclico del mundo. Su
visión del cambiante mundo está claramente resumida en el siguiente pasaje de la Epopeya de
Gilgamesh, que parece anticipar en 2.000 años el pensamiento del filósofo griego Heráclito.
Gilgamesh llega ante la presencia de Utnapishtim, el hombre al que los dioses le dieron la
inmortalidad, y le pregunta por el secreto de la vida eterna, a lo que Utnapishtim le responde:

Nada permanece,
¿Construimos nuestras casas para siempre, para siempre marcamos con nuestro sello lo que
nos pertenece?
¿Los hermanos mantienen la herencia que reciben unida para siempre?
¿Divide el odio para siempre?
¿Salen de madre los ríos e inundan la tierra sus altas aguas para siempre?
Como la efímera, que nace larva del huevo, se hace ninfa
Y alcanza a ver la gloria del sol un solo día,
todo pasa, nada permanece.11

Hacia el año 2.000 a.C. los sumerios habían sido conquistados por los babilonios, sobreviviendo
su lenguaje sólo para el saber antiguo y ritos religiosos. La hegemonía babilonia fue a su vez
reemplazada por la asiria y caldea avanzado el primer milenio a.C. La matemática asirio-
babilónica utilizaba el sistema de numeración sexagesimal sumerio que, al ser posicional,
facilitó el desarrollo de un álgebra y una aritmética tempranas. De aquí se derivan la división
del círculo en 360 grados y la de una hora en 60 minutos.

En el 2.000 a.C. sabían que Venus volvía a su posición respecto de las estrellas fijas cinco
veces cada ocho años. Para el 700 a.C. conocían el Ciclo de Saros, que es un periodo de 223
meses sinódicos, o 6.585,32 días (aproximadamente 18 años y 11 días), tras el cual la Luna y
la Tierra regresan aproximadamente a la misma posición en sus órbitas, y por ende se pueden
repetir los eclipses. Aclaremos que el mes sinódico medio es el tiempo medio que transcurre
entre dos fases iguales de la Luna, tal como por ejemplo entre dos sucesivas alineaciones
de ésta con la Tierra y el Sol. En este sentido los sumerios hallaron que en promedio el mes
lunar era de 29 días y un cuarto. Según un diccionario bizantino del siglo XI llamado Suda,
Saros era una medida entre los caldeos que equivalía a este tiempo, por lo que en 1.691 el
astrónomo inglés Edmund Halley propuso llamar a este ciclo de eclipses lunares de este
modo.

Del período asirio y fechadas hacia el año 687 a.C. se encuentran las tablas Mul-Apin, aunque
probablemente estén basadas en un texto sumerio más antiguo de alrededor del año 1.000
a.C. En estas tablas se describen los movimientos del Sol, la Luna y los Cinco Planetas, y se
representan 66 estrellas individuales, fechas de salidas helíacas de 34 estrellas, etc. Hacia
fines del siglo V a.C. los astrónomos neo babilonios o caldeos dividieron la eclíptica
(órbita aparente del Sol con respecto a las estrellas fijas) en 12 signos iguales que

11
Cantar de Gilgamesh, Editorial Galerna, Buenos Aires, 1977, pág. 70.

9
ocupaban cada uno 30 grados de longitud celeste, en analogía a los 12 meses del año de
30 días.

Es lógico que muchos de los primeros astrólogos creyeran en el carácter cíclico del
Universo, dado que el movimiento de los astros obedecía a su vez a ciclos cada vez mejor
establecidos. Por otro lado, sabemos que poco después del año 500 a.C. el zodíaco (división
del cielo en doce partes), era ya algo firmemente establecido. El hecho de que los
astrólogos hayan decidido mantener constante la asociación de cada nombre de signo con
una determinada época del año ha hecho que, por ejemplo, hasta el día de hoy el signo de
Aries comience en el equinoccio vernal, aproximadamente el 21 de marzo, pero en
realidad, en esa fecha el Sol se encuentra en la constelación de Piscis. Los equinoccios
vernales coincidirán paulatinamente con el Sol en la constelación de Acuario recién hacia
mediados del actual milenio. Por ende, la noción de signo del zodíaco se ha disociado de
la noción de constelación astronómica, más concretamente de una determinada región del
cielo.

Antes de seguir repasaremos algunos conceptos útiles:

Año sidéreo: es el tiempo exacto que tarda el Sol en dar una vuelta completa sobre la eclíptica,
o sea el tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol (o sea que al cabo
de un año sidéreo el Sol está en el mismo punto en el cielo respecto a las estrellas fijas
para un observador fijo en la superficie de la Tierra).

Año trópico: es el lapso entre dos solsticios o entre dos equinoccios, el cual es ligeramente más
corto que el año sidéreo debido a la precesión de los equinoccios, o sea debido a la precesión
del eje de rotación de la Tierra.

Equinoccios: son los dos momentos del año en los cuales el plano del ecuador terrestre
contiene al centro del Sol.

Solsticios: son los dos momentos del año en los cuales el eje de rotación de la Tierra, el
segmento que une el Sol con la Tierra y el eje de rotación de la Tierra alrededor del Sol son
coplanares. Equivalentemente, son las dos épocas del año en que el plano que contiene el eje de
rotación de la Tierra y al segmento que une al Sol con la Tierra, es perpendicular al plano de la
órbita de la Tierra alrededor del Sol.

Ciclo metónico: Metón encontró que 19 años solares son casi igual a 235 meses lunares y
a 6.940 días. Hoy sabemos que el mes sinódico medio es de alrededor de 29,5306 días, y
el año trópico es de aproximadamente 365,2422 días. Si dividimos estos números nos da
el valor 12,3683, extremadamente parecido a la división 235/19 = 12,3684. Metón
propuso distribuir a lo largo de este ciclo 110 meses de 29 días y 125 meses de 30 días, a
partir del día trece del mes doce del calendario usado entonces en Atenas, que corresponde
al 27 de junio de 432 a.C. El astrónomo ateniense eligió dicha fecha debido a que
correspondía al solsticio de verano de ese año. Posteriormente, este ciclo se constituyó en el
fundamento de los calendarios judíos y cristianos. Incluso, dado que los babilonios creían
que cada una de las cuatro fases de la luna de siete días terminaba en un “día malo”, estos
tabúes babilonios terminaron influyendo indirectamente en el sábado judío y en nuestro

10
domingo occidental.

Los tiempos griegos


El tiempo y la justicia de Anaximandro
En Mileto y probablemente durante el tercer año de la 42ª Olimpiada (610 a.C.), nace el
discípulo y continuador del “primer filósofo de la historia” Tales, llamado Anaximandro, a
su vez compañero y maestro de Anaxímenes. Se le atribuye sólo un libro titulado Sobre la
naturaleza. También se lo cree autor de un mapa terrestre, de la medición de los solsticios y
equinoccios por medio de un gnomon, de trabajos para determinar la distancia y tamaño de
las estrellas, y de la afirmación de que la Tierra es cilíndrica y ocupa el centro del
Universo. Es el primer ejemplo de un discípulo que se atreve a criticar a o disentir con su
maestro.12 Según el historiador griego del siglo II a.C. Apolodoro de Atenas, murió poco
tiempo después del segundo año de la 58ª Olimpiada (547-546 a. C.).

Para él, el principio (arché) de todas las cosas es lo ápeiron (de a: partícula privativa; y
peras: 'límite, perímetro'), es decir, lo indeterminado, lo ilimitado. Lo que es principio de
determinación de toda realidad ha de ser indeterminado. Lo ápeiron es eterno, siempre
activo, lo concibe como algo material, es "lo divino" que da origen a todo. ¿Y por qué lo
incluimos en esta historia de las ideas acerca del tiempo? Por ser el autor del siguiente
texto, el fragmento más antiguo de la filosofía y el primer texto en prosa de la historia13:

Ahí, de donde deriva la generación de los seres, también se cumple su disolución, de acuerdo
a una ley necesaria, pues ellos deben expiar recíprocamente la culpa y la pena de la
injusticia en el orden del tiempo.

Este pasaje nos llega a través de una obra titulada Física, del filósofo neoplatónico Simplicio
de Cilicia (490 – 560 d.C.). Según Simplicio, Anaximandro consideraba que el “principio” o
arché de todas las cosas es lo indeterminado o ápeiron, a continuación de lo cual cita el
fragmento anterior como textual del filósofo milesio. En este fragmento aparece el problema
del cambio como generación y destrucción. La justicia y la necesidad están íntimamente
relacionadas para Anaximandro. Si las cosas limitadas son las que cometen injusticias,
entonces el tiempo ordena y limita el surgir y destruir de las cosas. El tiempo previene que una
dada cosa exceda sus límites, y es eventualmente destruida por su opuesto. De alguna
manera, el tiempo y su orden tienen un carácter holístico o universal, más allá de
circunstancias especiales o particulares, carácter común al ideal que se tiene de la justicia
como símbolo de imparcialidad y de objetividad. Parafraseando a Isaac Newton y su idea
de tiempo absoluto, quizá Anaximandro podría haber escrito que la justicia absoluta existe
y fluye de manera uniforme, independientemente de todo proceso particular. De ser éste el
caso, todo acto de justicia humana debería aspirar a reflejar la justicia absoluta, así como

12
Carlo Rovelli: The First Scientist, Anaximander and his legacy, Westholme, 2011 (hay traducción al
español, El nacimiento del pensamiento científico: Anaximandro de Mileto, Herder Editorial, 2018), págs. xi-
xix.
13
Mondolfo, op.cit., pág. 49.
11
todo acto de medición del tiempo mediante la observación de movimientos periódicos
particulares, debería aspirar a medir el tiempo absoluto. Para Anaximandro existe la
injusticia, pero la justicia de encarga de repararla, a su debido tiempo.

Heráclito y la realidad del cambio y del tiempo


Heráclito de Éfeso (c. 535 - 484 a. C.) perteneció a una familia aristocrática, y de acuerdo
con el historiador Diógenes Laercio, su padre abdicó como rey de Éfeso y eligió a Heráclito
como sucesor al trono, pero éste lo rechazó en favor de su hermano. Esta ciudad pertenecía
al Imperio Persa desde 547 a.C., aunque tenía cierta autonomía. De todas maneras,
Heráclito vivió en una época de cambios políticos en la que Éfeso y otras colonias griegas
de Asia Menor estaban bajo la amenaza de perder la poca o mucha autonomía de la que aún
gozaban, lo que probablemente influyó en su filosofía, basada en la inestabilidad
permanente de todo. Escribió un libro, De la Naturaleza, del que poseemos muchos
fragmentos, algunos de los cuales se refieren directa o indirectamente al tiempo14:

No es posible descender dos veces al mismo rio, tocar dos veces una sustancia mortal en
el mismo estado, sino que por el ímpetu y la velocidad de los cambios (se) dispersa y
nuevamente se reúne, y viene y desaparece (fr. 91).

A quien desciende a los mismos ríos, le alcanzan continuamente nuevas y nuevas aguas (fr.
12).

Descendemos y no descendemos a un mismo rio: nosotros mismos somos y no somos (fr. 49).

Según Platón y Aristóteles, con esta forma de pensar el conocimiento se torna imposible, ya
que no puede establecerse ninguna relación entre el objeto y el sujeto, al estar ambos en
constante cambio. Al renunciar a toda cosa estable, el conocimiento se hace difícil, ya que
todo conocimiento involucra conceptos, que por definición no cambian. El último fragmento
que citaremos se encuentra entre los más extraños y sugerentes de Heráclito:

El tiempo es un niño moviendo fichas en un juego, el poder real es el de un niño (fr. 52).

Evidentemente para Heráclito el tiempo tiene poder, aunque sea el de un niño. Mucho se ha
especulado acerca del sentido de los fragmentos de Heráclito, cosa que dejaremos practicar
libremente a cada lector. Una cosa queremos señalar desde nuestra perspectiva moderna, y
es que para Heráclito el elemento más importante era el fuego, participante de todos los
cambios en las sustancias. Hoy en día el fuego está indisolublemente asociado al calor, y
éste a su vez a la flecha termodinámica del tiempo, la que surge a partir del segundo
principio de la termodinámica. No es de extrañar entonces que para Heráclito el tiempo
haya sido un actor primordial de la creación, “siempre” presente, implacable en su fluir, de
atrás hacia adelante, del pasado, que no se puede cambiar, al futuro, que aún no lo
conocemos. Por último, la imagen del “niño moviendo fichas de un juego” nos recuerda a

14
Mondolfo, op.cit, pág. 53.

12
la negación de Einstein acerca de que “Dios juega a los dados”, y la posición contraria de
uno de los padres de la física cuántica, Niels Bohr. La Mecánica Cuántica contiene al azar
en su fundamento, y al mismo tiempo las rigurosas leyes estadísticas de la misma teoría dan
como resultado el determinismo en muchos aspectos del mundo macroscópico. Quizá
entonces podamos decir que, a la luz de la ciencia actual, el tiempo es un niño que mueve
fichas, pero siguiendo las precisas reglas de un juego cósmico.

Parménides de Elea y la ilusión del cambio y del tiempo

Considerado el fundador de la escuela eleática, Parménides floreció alrededor de 500 a. C


en Elea, colonia griega fundada hacia 540 a.C. en la costa de la actual Calabria, en la
entonces Magna Grecia. Escribió un poema filosófico, Sobre la naturaleza, con una
introducción seguida de dos partes: De la verdad y de la opinión. Queda una buena parte de
la primera (sobre el ser uno inmutable). De la segunda parte (explicaciones de los
fenómenos, extraídas de las doctrinas pitagóricas), sólo nos han llegado escasos fragmentos.
En la primera parte de esta obra Parménides llega a la conclusión categórica de que el
cambio y por ende el devenir son imposibles, inconcebibles, por ser contradictorios con la
noción misma de ser. Los siguientes fragmentos son claros al respecto15:

Nunca ha sido ni será, pues es ahora todo en conjunto, uno y continuo. En efecto, ¿qué
origen buscarías para él? ¿Cómo y de dónde habría crecido? No te dejaré decir ni
pensar que provenga del no-ser, pues no es posible decir ni pensar que (el ser) no sea. Y
si viniese del no-ser, ¿qué necesidad lo habría forzado a nacer antes o después? Así, pues,
es menester que sea del todo o que no sea en absoluto. Ni tampoco la fuerza de la verdad
permitiría a cualquier cosa que fuese nacer del no-ser o junto a él; porque la justicia no
permite, a cualquier cosa que sea, ni nacer ni disolverse; soltándola de sus cadenas, sino
que la retiene en ellas, y el juicio nuestro sobre estas cosas está expresado en estos
términos: ¿es o no es? Está juzgado, pues, como necesario, que una de las dos vías debe
abandonarse como inconcebible e inexpresable (porque no es el camino de la verdad), y
que la otra es real y verdadera. ¿Cómo, pues, podría ser en el futuro lo que .es? ¿o cómo
podría nacer? Si hubo nacido, no es; ni (es) si fuese para ser en el futuro. De esta manera
queda cancelado el nacimiento, y no se puede hablar de destrucción (fr. 8, 5-21).

El destino lo ha encadenado a ser todo enteramente e inmóvil: para él, no son sino
solamente nombres, todas las cosas que los mortales han establecido creyéndolas
verdaderas, el nacer y el morir; el ser y el no-ser; el cambiar de lugar y el mudar del color
brillante (fr. 8, 37-41).

Aunque en ninguno de estos fragmentos Parménides menciona el tiempo, es evidente que al


negar la posibilidad del cambio está negando la existencia del tiempo de manera radical. Esto es
así porque, como veremos más adelante, varios filósofos han jugado con la idea de la existencia
de dos tiempos, uno más “verdadero”, estático y dado de “una vez por siempre” (en el caso de
una historia infinita podríamos compararlo con la recta real) y otro que fluye, menos

15
Mondolfo, Ibid, págs. 92 y 93.

13
fundamental, ligado en general a nuestra subjetividad. Al negar el cambio, es difícil imaginar
cómo podría haber imaginado Parménides incluso una “historia congelada” en esa eternidad del
tiempo total.

Platón y la imagen móvil de la eternidad


Quien conoce algo del pensamiento de Platón, y en particular con su ontología, enseguida lo
relaciona con lo “platónico”, en el cual tiene preponderancia, o tiene carácter fundamental, lo
inmaterial inmutable frente a lo material mutable. Perteneciente a una familia aristocrática
ateniense, su formación filosófica giró principal y directamente alrededor de Sócrates, e
indirectamente a partir de las ideas de Pitágoras, Parménides y Heráclito16. Platón tenía
alrededor de 30 años al momento de la muerte de Sócrates en 399 a. C. Durante más de diez
años realiza viajes a Egipto, Cirene, Magna Grecia y Sicilia, lugares en donde entra en
contacto directo con la sabiduría egipcia y con las doctrinas pitagóricas, de donde tomará
su gran valoración de las matemáticas, su aspecto místico y sus ideas acerca de la
transmigración de las almas. Las ideas de Heráclito acerca del carácter esencial del
cambio las aplica al mundo sensible, el cual diferencia del mundo verdaderamente real, el
de las ideas, el cual incluye al de las matemáticas. A este último aplicará las ideas de
Parménides acerca del carácter inmutable del Mundo. ¿Y cómo entra en todo este
esquema conceptual el tiempo? Veremos a continuación que será una especie de
intermediario, sobre todo a partir de su frase más famosa acerca del tiempo, que lo
considera como la imitación móvil de la eternidad. Una vez regresado a Atenas, en 387
funda su famosa Academia. Allí se dedica por completo a la enseñanza y a la composición
de los diálogos, con las dos únicas interrupciones de sus viajes a Sicilia (366 y 361 a.C.), en
los que fracasa al intentar aplicar sus teorías políticas. Muere a los 80 años en 347 a.C., y
deja la dirección de su escuela a su sobrino Espeusipo.

Como recién mencionamos, aceptando parcialmente las ideas de Parménides, Platón creía
que sólo las cosas que no cambian tienen una existencia real, o bien podríamos decir que
sólo ellas participan del Ser. Por otro lado, en lugar de negar el cambio, propuso que era
producto de nuestra imagen imperfecta de la realidad (lo que llamamos “mundo sensible”),
y no completamente una ilusión. En este sentido, y tal como anticipamos en el párrafo
anterior, recurrió nada menos que al tiempo para intentar resolver la paradoja, como leemos
en el siguiente fragmento del capítulo 38 del Timeo17:

Cuando el Padre que había engendrado el mundo comprendió que se movía y vivía, hecho
imagen nacida de los dioses eternos, se alegró con ello y, en su alegría, pensó en los medios
de hacerlo más semejante aún a su modelo. Y de la misma manera que ese modelo es un
viviente eterno, se esforzó, en la medida de su poder, por hacer igualmente eterno ese
mismo Todo. Ahora bien, lo que en realidad era eterno, como hemos visto, era la
sustancia del viviente modelo, y era imposible adaptar enteramente esta eternidad a un
mundo generado. Por esta razón, su autor se preocupó de hacer una especie de imitación

16
Bertrand Russell, A History of Western Philosophy, Unwin Hyman Ltd., London, 1990 (hay traducción al
español: Historia de la Filosofía Occidental, Tomos I y II, Austral, 2010), págs. 122-124.
17
En Gunn, op.cit, págs. 21 y 22.

14
móvil de la eternidad, y, mientras organizaba el cielo, hizo, a semejanza de la eternidad
inmóvil y una, esta imagen eterna que progresa según las leyes de los números, esto que
nosotros llamamos el tiempo.

En efecto, los días y las noches, los meses y las estaciones no existían en manera alguna antes
del nacimiento del cielo, sino que su nacimiento se ordenó al tiempo mismo en que se construía
el cielo. Todo eso son, en efecto, divisiones del tiempo: el pasado y el futuro son especies
producidas del tiempo, y, cuando las aplicamos sin sentido a la sustancia eterna, es porque
ignoramos la sustancia de todo ello. Nosotros decimos de esta sustancia que existía, que existe
y que existirá. Ahora bien: en realidad, la expresión “existe” no se aplica más que a la
sustancia eterna. Por el contrario, las palabras “existía”, “existirá”, son términos que hay que
reservar para lo que nace y avanza en el tiempo. Pues eso no son sino cambios. Pero lo que
siempre es inmutable y nunca experimenta el cambio, esto no se hace ni más viejo ni más joven
con el tiempo y nunca fue engendrado, ni actualmente deviene, ni será en lo futuro. Antes todo
lo contrario, una realidad de esta clase no connota ninguno de los accidentes que el devenir
implica en los términos que se mueven en el plano de lo sensible, sino que esos accidentes son
variedades del tiempo, el cual imita la eternidad y se desarrolla en círculo siguiendo el número.

El tiempo, pues, fue creado con el firmamento, a fin de que, nacidos a una, se disuelvan
también al mismo tiempo, si alguna vez se han de deshacer, y fue forjado según el modelo de la
eterna naturaleza, a la que se asemeja tanto cuanto es posible, pues este modelo existe a través
de todas las épocas, y el firmamento creado ha sido, es y será en todo momento. Tal fue el
designio y el pensamiento de Dios en la creación del Tiempo. Hizo el sol, la luna y otros cinco
astros, llamados planetas, a fin de distinguir y preservar los números del tiempo. De esta
manera, y con este fin, dio origen a tantos astros como momentos de cambio hubo en la
evolución celeste, a fin de que el firmamento creado se asemejase lo más posible al ser perfecto
e inteligible e imitase a la naturaleza eterna.

Más allá de algunos pasajes oscuros o extraños de estos tres párrafos, cuando Platón escribe que
el tiempo fue, pues, producido con el cielo, está anticipando veladamente la afirmación
categórica de San Agustín, que analizaremos más adelante, cuando dice que no tiene sentido la
pregunta acerca de qué hacía Dios antes de crear el Universo, por la sencilla razón de que no
hubo un “antes”.

Por otro lado, leemos que la eternidad descansa en la unidad, mientras que la imagen eterna
llamada tiempo es divisible. Es curiosa esta dicotomía entre ambos mundos, el temporal y
el eterno, ya que parecería que esa unidad podría implicar ausencia total de variedad. Ese
posiblemente no sea el caso, si consideramos que la eternidad contenga al mundo de las
ideas, en el que obviamente hay más de un elemento, de una idea. Por otro lado, en el
mundo temporal también hay variedad, pero quizá esa divisibilidad sea la responsable de
que dicha variedad sea cambiante.

Es interesante además que Platón vea a los planetas como marcadores de la medida del tiempo
porque, aunque no lo diga explícitamente, la única manera de que un sistema completamente
cíclico marque un tiempo mucho mayor que su periodo sin caer en la aceptación de un eterno
retorno que incluya al propio tiempo, es pensar en que hay algo más que la propia configuración
de los planetas, algo así como una “memoria cósmica”. Es verdad que Platón veía plausible la

15
idea de un eterno retorno, pero también se desprende que no hay necesariamente una completa
identificación de un ciclo con el siguiente.

En lo que respecta al cambio, en relación al conocimiento, para Platón estaba claro que uno
aprehende lo que no cambia, y uno opina carca de lo que cambia, tal como leemos en el
siguiente párrafo del Timeo, V, 27-2818:

De acuerdo a mi opinión, es necesario distinguir ante todo, las siguientes cosas: qué es lo que
siempre es, y no tiene generación; y qué es lo que se engendra y nunca es. Lo uno se
comprende por la inteligencia por medio del razonamiento, como lo que es eternamente de una
manera; lo otro, al contrario, es opinable con la opinión, por medio del sentido irracional, en
cuanto se engendra y perece y nunca es verdaderamente.

No podemos asegurar si las formas de Platón existen siempre en el sentido de existir


inmutablemente a lo largo de “todo” el tiempo, o bien si lo hacen “fuera” del tiempo, pero está
claro que el tiempo no alcanza, o al menos no afecta, al mundo platónico de las ideas. Si el
conocimiento bien entendido es el de las verdades eternas, claramente no puede cambiar. En
cambio, la opinión, una versión apresurada del conocimiento, es proclive a cambiar, no una,
sino muchas veces, en la medida en que no repose en la serenidad y claridad del verdadero
conocimiento. Dado que el mundo que conocemos es sensible, por ende, no pudo haber
existido siempre, y así lo expresa en el siguiente fragmento del Timeo, V, 28:19

En torno al cielo íntegro o mundo… hay que considerar… si fue siempre, sin ningún comienzo
o generación, o si fue generado, comenzando por algún principio. Fue engendrado, ya que éste
se puede ver u se puede tocar, y tiene cuerpo, y las cosas de este género son sensibles; las cosas
sensibles… ya se demostró que engendran y son engendradas.

Esta es una afirmación categórica de Platón sobre el hecho que, dado que el Universo es
tangible, material, necesariamente tuvo que tener un comienzo, porque evidentemente solo lo
inmaterial, las ideas, pueden existir siempre. El dualismo platónico no implica lógicamente el
dualismo temporal, aunque muchos de los pensadores dualistas han asociado a lo inmaterial
una existencia eterna, ya sea en el sentido extra temporal o en el de infinitamente temporal.

El diálogo llamado Parménides de Platón es una obra que está llena de pasajes bellos y
enigmáticos al mismo tiempo. Algunos de ellos son pertinentes a nuestro tema, tal como el
152B2-D2, que a continuación transcribimos, siendo el último que analizaremos del autor20:

Es más viejo, cuando, en el curso de devenir más viejo, está en el tiempo presente, el que está
entre el fue y el será. Dado que presumiblemente no salteará el ahora cuando viaje desde el
antes hacia el después. Por lo que cuando encuentra al ahora, entonces cesa de devenir más
viejo, y no deviene sino que en realidad es entonces más viejo. Porque si siguiera yendo hacia
adelante, no sería nunca capturado por el ahora, dado que lo que va hacia adelante se ubica
de modo que toca tanto al ahora como al después, dejando ir al ahora y captando el después,
deviniendo entre los dos, el después y el ahora. Pero si por necesidad todo aquello que está

18
Mondolfo, op.cit., pág. 246.
19
Ibid, pág. 271.
20
En Sorabji, op.cit., págs. 360 y 361.

16
deviniendo no saltea al ahora, entonces cuando está en el ahora, siempre cesa de devenir, y
entones es lo que sea que estaba deviniendo.

Este fragmento del Parménides de Platón ha sido considerado por algunos comentaristas
posteriores como una prueba de que Platón aceptaba la posible existencia de un tiempo
indivisible, un átomo temporal, dado que en el ahora, como algo delimitado por el antes y el
después, el cuerpo no envejece, o sea que el tiempo no le transcurre, aunque el ahora sea algo
delimitado. Un punto no es algo delimitado, sino que es algo que delimita, por lo que, si el
ahora es delimitado, entonces el ahora es finito, y por otro lado el tiempo no transcurre
“durante” el ahora, porque las cosas no envejecen. Por ende, dicen algunos, el ahora de Platón
es un átomo de tiempo. Dejaremos esta y otras reflexiones para el lector, ya que es momento de
pasar al siguiente filósofo en nuestra larga lista de pensadores que han escrito acerca del tiempo.

Aristóteles y el número del movimiento


Aristóteles nació en la antigua ciudad griega de Estagira, en la península de Calcídica, en
384 a.C. y fue hijo de Nicómaco, médico del rey de Macedonia. Llegó a Atenas a los 17
años y permaneció durante 20 años en la escuela de Platón. A la muerte de Platón,
Aristóteles viajó a Asia Menor, donde entabló contacto con algunos platónicos, y se casó
con la sobrina de su antiguo compañero de academia de nombre Hernias, entonces
gobernador de Atarneo, una antigua colonia griega en Jonia.21 En 343 a.C. el rey Filipo de
Macedonia lo convoca como educador de su hijo Alejandro, y pocos años después, luego de
que éste fuera coronado, regresa a Atenas en 335 a.C, donde funda su escuela o Liceo. Su
pensamiento ya se había ido alejando de su maestro, y en lo que a nosotros nos importa, fue
reemplazando la teoría platónica de las ideas por su propia teoría de los universales.
Aunque esta teoría no la desarrolló con total claridad (y de hecho se sigue debatiendo
acerca del tema en la actualidad), los universales son algo parecido a lo que llamaríamos
hoy en día los adjetivos, o bien las clases. Durante 13 años se dedica a dictar cursos, de
donde saldrán la mayoría de sus libros, que tienen un carácter mucho más académico y
menos poético que los de Platón. Esta actividad es interrumpida con la muerte de Alejandro
(323 a.C.), y Aristóteles fallece exiliado en Calcídica al año siguiente.

Para Aristóteles sólo los individuos tienen sustancia o son sustancias, no así los adjetivos.
Por ende, no hay ni ideas ni adjetivos que tengan existencia propia, con lo que se hace
difícil hablar de la existencia de cosas eternas, o de cosas fuera del tiempo, con la sola
excepción del dios aristotélico, del cual hablaremos en breve. Las sustancias cambian
porque cambian sus atributos, con lo que el tiempo no es un intermediario entre la
verdadera (e inmutable) realidad y la apariencia mutable, tal como pensaba Platón. Mas allá
de esto, Aristóteles escribió acerca del tiempo en varias de sus obras, analizando diferentes
aspectos del mismo. Sostenía que el tiempo no tiene principio ni fin, o sea que es infinito,
en el sentido aristotélico de infinito: algo que de hecho no tiene límites, y que siempre
puede ser extendido o agrandado en algún sentido. El infinito es infinito potencial, no de
hecho, ya que un infinito de hecho sería algo inconcebible e incluso conduciría a diferentes
paradojas. El siguiente párrafo perteneciente al capítulo 7 del libro XII de la Metafísica

21
Russell, op.cit., págs. 173 y 174.

17
analiza simultáneamente la ausencia de límites tanto del tiempo como de la sustancia
eterna, el Dios aristotélico22:

De lo que acabamos de decir resulta que hay una sustancia eterna, inmóvil y separada de
los seres sensibles. También ha quedado demostrado que esta sustancia no puede tener
ninguna extensión, sino que es incompartible e indivisible: ella mueve, en efecto, durante
un tiempo infinito, pero nada finito posee una potencia infinita, y, mientras toda extensión
solo podría ser infinita o finita, esta sustancia no puede, por la razón precedente, tener una
extensión finita, y no puede tener una extensión infinita porque no existe en absoluto la
extensión infinita. Pero también hemos demostrado que ella no admite modificación ni
alteración, pues todos los demás movimientos son posteriores al movimiento local.

Parecería que este párrafo nos dice que esa sustancia eterna está dentro del tiempo,
abarcando un intervalo infinito del mismo. También nos dice que no se mueve pero que a
su vez sí mueve, situándose fuera de los seres sensibles. El problema acerca de si Dios está
fuera del tiempo en una eternidad atemporal, o bien si está dentro del tiempo en una
eternidad de infinita duración o sempiternidad, aparece una y otra vez en debates filosóficos
y teológicos. Para entender qué nos quiere decir Aristóteles cuando menciona una posible
infinita duración, es pertinente analizar cuál es su noción de infinito a través de los
siguientes fragmentos del capítulo 8, libro tercero, de su Física23:

… si se niega absolutamente la existencia del infinito, es evidente que se derivan muchas


imposibilidades: habría un principio y un fin del tiempo, y las magnitudes no serían más
divisibles en magnitudes, y el número no sería más infinito…

el infinito existe en cierto sentido, en otro sentido no...

La magnitud no es infinita en acto, pero lo es tal en cuanto a la divisibilidad…

Queda, pues que el infinito existe en potencia…

También desde el punto de vista de la adición, el infinito existe así en potencia; pero…

sin embargo, no puede rebasar la magnitud definida del todo, mientras que en la división
rebasa toda determinación, y siempre habrá uno más pequeño.

Veremos que para Aristóteles el Mundo no puede haber sido creado en un tiempo finito en
el pasado, por lo que es importante conocer, a partir del párrafo anterior, cómo soluciona el
problema de la existencia del infinito, y es a través del concepto de “infinito en potencia”.
Es algo así como un “recurso ilimitado” que tenemos a disposición, toda vez que
necesitemos del algo más grande, o algo más pequeño, o algo más duradero. De todas
maneras, nadie es perfecto, y claramente un pasado infinito difícilmente se puede entender
como un infinito en potencia, porque ya tuvo lugar.

22
Aristóteles, op.cit., pág. 329.
23
En Mondolfo, op.cit., Vol. II, pág. 46.

18
El problema del tiempo y el ahora puntual

La relación entre la noción de tiempo como algo medible que ordena sucesivamente los
acontecimientos, y la noción fenomenológica del ahora, del presente al que tenemos acceso
mediante nuestra percepción, es un tema que sigue suscitando debates entre pensadores
contemporáneos de diferentes disciplinas. Aristóteles fue uno de los primeros que intentó
encarar el problema, tal como leemos en los siguientes fragmentos del capítulo 10, libro IV,
de su Física:24

Después de lo dicho tenemos que pasar al estudio del tiempo. Conviene, primero, plantear
correctamente las dificultades sobre el mismo, a fin de determinar, mediante una
argumentación exotérica, si hay que incluirlo entre lo que es o entre lo que no es, y
estudiar después cuál es su naturaleza.

Que no es totalmente, o que es pero de manera oscura y difícil de captar, lo podemos


sospechar de cuanto sigue.

Pues una parte de él ha acontecido y ya no es, otra está por venir y no es todavía, y de
ambas partes se compone tanto el tiempo infinito como el tiempo periódico. Pero parece
imposible que lo que está compuesto de no ser tenga parte en el ser.

Además de esto, si ha de existir algo divisible en partes, entonces será necesario que,
cuando exista, existan también las partes, o todas o algunas. Pero, aunque el tiempo es
divisible, algunas de sus partes ya han sido, otras están por venir, y ninguna es. El ahora
no es una parte, pues una parte es la medida del todo, y el todo tiene que estar compuesto
de partes, pero no parece que el tiempo esté compuesto de ahoras.

Resaltamos la frase “el ahora no es una parte”, por lo inesperada y contundente, y por las
extrañas conclusiones a las que puede llevar. Pareciera que el tiempo no existe, dado que el
pasado ya fue, el futuro aún no es, y el presente (“ahora”) no es una parte, si le hacemos
analogía con el punto matemático. Para Aristóteles el “ahora” no puede ser finito, porque
entonces tendría una superposición con parte del futuro y parte del pasado. De hecho, al
decir que el tiempo “no es totalmente”, o que es, pero de manera oscura, es darle poca
chance de una existencia plena. Qué pensaría el lector de un teólogo que le dijera que Dios
no es totalmente, o bien que es de una manera oscura, o qué reflexión le provocaría un
economista que le dijera lo propio de la noción de riqueza, actividad económica o pobreza.

En el mismo capítulo de su Física, Aristóteles se sumerge más profundamente en el difícil


terreno del ahora y su controvertida existencia:25

Además, no es fácil ver si el ahora, que parece ser el límite entre el pasado y el futuro,
permanece siempre uno y el mismo o es siempre otro distinto. Porque si fuera siempre
distinto, y si ninguna de las dos partes que están en el tiempo fueran simultáneas (a menos
que una de ellas contenga a la otra, como el tiempo más grande contiene al tiempo más

24
Aristóteles, Física, Biblioteca Clásica Gredos, 1995, págs. 148 y 149.
25
Ibid, págs. 149 y 150.

19
pequeño), y si el ahora que no es, pero antes era, tuviese que haberse destruido en algún
tiempo, entonces los ahora no podrán ser simultáneos entre sí, ya que siempre el ahora
anterior se habrá destruido. Pero el ahora anterior no puede haberse destruido en sí
mismo, porque era entonces, ni tampoco puede destruirse en otro ahora. Porque hay que
admitir que es tan imposible que los ahoras sean contiguos entre sí, como que un punto lo
sea con otro punto. Entonces, si no se destruyese en el siguiente ahora, sino en otro,
existiría simultáneamente con los infinitos ahoras que hay entre ambos, lo cual es
imposible.

Esto nos recuerda al argumento del Parménides de Platón: un presente con duración tiene
partes anterior y posterior, ambas con carácter presente, llegando al absurdo de partes
presente y pasado a la vez. A la pregunta de Platón acerca de cuándo se produce el cambio
si el presente no dura, Aristóteles responde que el cambio no se produce en un “ahora” sino
en un intervalo de tiempo, dado que en el ahora no hay movimiento alguno. Dos mil años
después Newton resolverá el problema de manera diferente usando su recién descubierto
cálculo infinitesimal: el presente no tiene duración, pero el cambio se puede definir como
un límite de cambios pequeños en lapsos igualmente pequeños. Un cociente de cantidades
arbitrariamente pequeñas puede dar una magnitud finita, en este caso, la velocidad
instantánea Newtoniana. Desde el lado de la psicología y la sociología, algunos
pensadores del siglo XX tales como Elliot Jaques26, sostendrán que en realidad hay dos
dimensiones del tiempo, una medible y registrable que contiene las relaciones “anterior” y
“posterior”, y otra que fluye, y que describe el mundo de las expectativas de la persona, de
sus deseos, proyectos, metas, miedos, anticipaciones, etc. En ese caso el ahora pertenecería
a esta segunda dimensión del tiempo, y por lo tanto no sería un punto, sino otra cosa, cuya
naturaleza fenomenológica precisa aún se sigue debatiendo en nuestros días.

Volviendo a Aristóteles, uno podría pensar que todos los instantes son el mismo, dado que
no es posible definir instantes contiguos, así como no es posible definir puntos contiguos.
Por ende, no está definido el momento en que un instante deja de ser presente, o sea cesa de
existir. ¿Significa que todos los instantes son el mismo? Antes que caer en la tentación de
responder que sí, a continuación, en el mismo capítulo de su Física, Aristóteles nos dice lo
siguiente:27

Por otra parte, tampoco es posible que un ahora permanezca siempre el mismo, porque
ninguna cosa finita y divisible tiene un solo límite, tanto si es continua en una como en
muchas dimensiones. Pero el ahora es un límite, y es posible tomar un tiempo limitado.
Además, si ser simultáneo con respecto al tiempo es ser en uno y el mismo ahora, ni antes
ni después, y si tanto las cosas anteriores como las posteriores estuvieran en este ahora
presente, entonces los acontecimientos de hace diez mil años serían simultáneos con los
actuales, y nada de cuanto suceda sería anterior o posterior a nada.

El ahora no puede permanecer siempre el mismo, cosa que se sigue en cuanto que es límite
entre cosas mensurables diferentes. Podemos intentar entrar atrevidamente en la mente del
filósofo, y conjeturar que lo que quiso decir es que no podemos identificar los registros o

26
Elliot Jaques, La forma del tiempo, Paidós, Buenos Aires, 1984.
27
Aristóteles, Física, pág. 150.

20
recuerdos del pasado, presentes en el ahora, con los hechos que acontecieron en el pasado,
ya que llegaríamos a la conclusión de que un instante de hace diez mil años se puede
identificar con, o como mínimo está contenido en, el instante presente, cosa absurda para
Aristóteles (y para la mayoría de la gente).

De las muchas propuestas que hubo acerca de cómo Aristóteles resuelve estas paradojas,
siguiendo a R. Sorabji28, sostenemos que el siguiente párrafo del capítulo 5, libro III, de la
Metafísica nos puede dar un indicio, al negar que se le puedan adjudicar a las fronteras las
nociones de producción y destrucción, sean éstas puntos (fronteras entre segmentos), rectas
(fronteras entre superficies), superficies (fronteras entre volúmenes), o instantes (fronteras
entre períodos de tiempo):29

Añádase a estas dificultades el que esta opinión entraña otras consecuencias irracionales
sobre la generación y la destrucción. En este caso, la sustancia que antes no existía, ahora
existe; y la que existía antes deja de existir. Este cambio va acompañado de un proceso de
generación y de destrucción. Por lo contrario, los puntos, las líneas y las superficies que
tan pronto existen como no existen, no son lógicamente susceptibles de generación y de
destrucción. Ya que cuando los cuerpos entran en contacto o se separan se produce, en el
primer caso, una superficie, y en el segundo, hay dos. Así cuando los cuerpos se unen, las
superficies no desaparecen, pero dejan de existir, mientras que después de la división, las
superficies existen cuando antes no existían. Pero el punto que es indivisible no se ha
podido dividir en dos. Y si estas realidades están sujetas a la generación y a la destrucción,
proceden sin duda de algo.

Pero con los seres de que tratamos ocurre como con el instante en el tiempo: tampoco él
está sujeto a la generación ni a la destrucción, aun pareciendo siempre otro ser distinto a
él mismo, pues no es una sustancia. Sucede con los puntos, las líneas y las superficies,
pues la razón es idéntica, ya que estas cosas son igualmente límites o divisiones.

La solución del problema consiste básicamente en no aplicar el verbo presente cuando no se


debe, y contentarse con aplicar el presente perfecto cuando no hay otra alternativa. Más
precisamente, debemos distinguir entre el presente y el presente perfecto. No podemos
decir que el instante presente está dejando de existir (presente), pero sí podemos decir, en
cualquier instante posterior, no importa cuán cercano, que el instante en cuestión ha dejado
de existir (presente perfecto). Adicionalmente, y en el caso de que haya un registro en
nuestra memoria o en algún otro soporte, podemos decir que un nuevo recuerdo se
incorpora al mismo, un recuerdo que hace referencia (aunque no es idéntico) a un
acontecimiento pasado. En el instante actual, sólo podemos decir que dicho instante es, y
nada más. En particular, no podemos utilizar ningún otro tiempo verbal.

Como para terminar de aclarar el tema, citamos el siguiente fragmento del capítulo 3, libro
VIII, de la Metafísica, acerca de la sustancia formal, que es el resultante de la unión de la
materia y de la forma, con respecto al cual en principio habilita al presente perfecto:30

28
Sorabji, op.cit., págs. 10 - 12.
29
Aristóteles, Metafísica, págs. 89 y 90.
30
Ibid., pág. 230.

21
Esta sustancia debe, necesariamente, o bien ser eterna, o bien ser corruptible, sin estar
sometida al proceso de la producción. Pero ha sido demostrado y puesto en evidencia en
otro lugar que nadie produce la forma; que no nace, y que solamente se realiza en un
objeto determinado, y que lo que nace es el compuesto de materia y de forma.

Aunque para Aristóteles las formas no se producen, y la materia tampoco, sí pueden nacer
uniones entre ambas, o bien decaer. En el siguiente fragmento del capítulo 6, libro VI de su
Física, lo explicita para las cosas divisibles31:

Por consiguiente, lo que ha cambiado tiene que haber estado cambiando y lo que está
cambiando tiene que haber cambiado: el cumplimiento del cambio es anterior al proceso
de cambio y a su vez el proceso es anterior al cumplimiento: jamás podremos captar cuál
de los dos es el primero. La razón de esto está en el hecho de que dos cosas sin partes no
pueden ser contiguas, pues la división puede proceder hasta el infinito, como en el caso de
la línea, que puede aumentar o disminuir por división.

Por lo tanto, es también evidente que una cosa divisible y continua que ha llegado a ser
tendrá que haber estado antes llegando a ser, y que una cosa divisible y continua que está
llegando a ser antes tendrá que haber llegado a ser, aunque no siempre se trata de la cosa
misma que está llegando a ser, sino a veces de algo distinto, por ejemplo de alguna de sus
partes, como en el caso de la primera piedra de una casa.

Sin embargo, recordemos que el instante no es algo divisible, ni es una sustancia, por lo que
tampoco puede tener ni cambiar de forma, quedando claro que no puede devenir a la
existencia. Si el lector quedo un poco confundido con las consideraciones y fragmentos de
las últimas dos páginas, puede quedarse tranquilo, dado que han dado lugar a diferentes
interpretaciones, así como a numerosas confusiones y malos entendidos, entre los eruditos.
Llega la hora de formularnos la siguiente pregunta:

¿Y qué es el Tiempo para Aristóteles?

La definición de Aristóteles para el tiempo nos sorprende, ya que comienza mencionando el


concepto de movimiento, paro luego alejarse de esta asociación al absolutizar de alguna
manera al tiempo, y finalmente relacionarlo con el concepto de número. Comencemos
analizando los siguientes fragmentos del capítulo 15, libro IV, de su Física:32

¿Qué es el tiempo y cuál es su naturaleza?...

Parece que el tiempo es, sobre todo, un movimiento y un cambio…

Pero el cambio y el movimiento de cada cosa están sólo en la misma cosa que cambia, o en
el lugar en donde se encuentra el mismo móvil y mudable; en cambio, el tiempo existe

31
Aristóteles, Física, págs. 224 y 225.
32
Mondolfo, op.cit. Vol. II, pág. 52.

22
igualmente en todas las partes y para todas las cosas. Además, todo cambio puede ser más
veloz y más lento, y el tiempo no…

Entonces es evidente que no es un movimiento.

Acá vemos una concepción del tiempo de carácter absoluto, o sea cuyo fluir es
independiente de cualquier cosa o suceso particular, anticipándose en 2.000 años a una
concepción similar en Isaac Newton33. El único matiz que podríamos mencionar es que
Aristóteles podría admitir que el tiempo sea una “función promedio” del movimiento de
todas las cosas del Universo, algo que plantean algunas formulaciones contemporáneas de
la Gravedad Cuántica34. En los siguientes fragmentos del capítulo 17 del libro IV de su
Física, leemos:35

Y como el móvil se mueve de un punto al otro, y toda magnitud es continua…

, por ser continua la magnitud, también el movimiento es continuo, y en virtud del


movimiento, también el tiempo...

Y tal como en la magnitud se halla lo anterior y lo posterior, es necesario que también en


el tiempo haya lo anterior y lo posterior, en relación con aquellos de allá...

Y cuando experimentamos lo anterior y lo posterior, decimos entonces que existe el tiempo,


porque esto es el tiempo el número del movimiento por relación al antes y al después. De
modo que, el tiempo no es movimiento, sino movimiento en cuanto tiene número...

el número numerado, no aquél con el cual enumeramos.

El tiempo es movimiento en cuanto tiene número numerado, o sea el número contado. Para
contar necesitamos de la memoria ya que, en caso contrario, al olvidar que contamos el
número 1, a continuación, en lugar de contar el número 2, repetiríamos el 1, o sea que
nuestra enumeración sería algo así como “1, 1, 1…”. Por ende, los números como tales no
alcanzan, sino que necesitamos de la memoria, y la memoria es un ingrediente esencial para
percibir el paso del tiempo, en particular para percibir lo anterior y lo posterior, lo pasado y
lo futuro. Nuestra lectura moderna del estagirita nos hace ver que está tratando de incluir en
su definición del tiempo aspectos físicos mensurables tales como cambios observables, y
aspectos más ligados a nuestra percepción del mismo, tales como el contar, que involucra
nuestra memoria, al menos de corto plazo. La unión de lo observable con lo contable lo
lleva genialmente a proponer, en su Física, a los procesos que se repiten como buenos
medidores del tiempo, tal como leemos en los siguientes fragmentos del libro IV, capítulo
20:36

33
Isaac Newton, The Principia, Prometeus Books, New York, 1995 (hay traducción al español: Principios
matemáticos de la Filosofía Natural, Tecnos, 2011), pág. 13.
34
Barbour, op.cit; C.J. Isham, Canonical Quantum Gravity and the Problem of Time, lectures at the NATO
Summer School held in Salamanca in June 1992, arXiv:gr-qc/9210011; Claus Kiefer, Quantum Gravity, 2nd
edition, Oxford University Press, Oxford, 2007.
35
Mondolfo, op.cit., págs. 52 y 53.
36
Ibid., pág. 53. 23
Porque hay un movimiento de traslación y una de sus formas es el movimiento circular, y
cada cosa se mide con una unidad de su mismo género,…

así, también el tiempo con un tiempo determinado…

Si, entonces, lo que es primero es medida de todos los de su mismo género, el movimiento
circular, en su uniformidad, es la medida por excelencia, porque su número es el más fácil
para conocer.

La unidad de medida del tiempo tiene que ser algún movimiento periódico, o sea repetitivo,
y para Aristóteles el ejemplo más perfecto y confiable es el circular.

En el capítulo 19 del mismo libro de su Física, Aristóteles se ocupa de la relación ente los
seres eternos y el tiempo:37

Y como estar en el tiempo es como estar en el número, habrá que considerar un tiempo
mayor que todo lo que se halla en el tiempo; en consecuencia, es inevitable que todos los
seres que están en el tiempo, estén contenidos en el tiempo….

De manera que es evidente que los seres eternos, en cuanto son eternos, no están en el
tiempo, pues tiempo es medida del movimiento, será también, indirectamente, medida del
reposo…

Luego, todas las cosas mortales y engendradas y, en general las que ora existen y ora no,
están necesariamente en el tiempo.

Como el infinito en acto es inconcebible, los seres eternos están fuera del tiempo, ya que en
caso contrario serían seres que han vivido de hecho una cantidad infinita de tiempo.
Nosotros, seres mortales y temporales, estamos en el número, estamos en el cambio del
registro, de la memoria, y ese cambio nos lleva al nacimiento, pero también a la
destrucción, o sea a la muerte. Al fin y al cabo, somos seres mortales, y Aristóteles es poco
proclive a proponer clara y abiertamente una vida eterna para los seres de carne y hueso de
este mundo, a diferencia de Platón y su defensa de la inmortalidad del alma.

Afirmación de Aristóteles: el instante no es tiempo

Volviendo al instante, al presente, en el capítulo 17 del libro IV de su Física, Aristóteles es


nuevamente categórico al negarle categoría temporal, profundizando su análisis del tema
como sigue:38

El instante mide al tiempo en cuanto anterior y posterior. El tiempo es el número de la


traslación; y el instante…

37
Ibid., pág. 53.
38
Ibid., pág. 53.

24
es como la unidad del número. Y el tiempo es continuo por medio del instante, y se divide
por él….

Y es todavía claro que el instante no es una porción del tiempo, como la división no es una
porción del movimiento, ni el punto es porción de la línea…

De modo que, en cuanto es límite, el instante no es tiempo…

, pero es número en cuanto sirve para enumerar.

Es clara la analogía entre la línea de tiempo y la línea de puntos en el espacio. El instante es


un límite pero no representa lapso alguno. Sirve para contar, al igual que cuando contamos
los números, si imaginamos la recta de números reales (que no estaba establecida en la
época de Aristóteles), sólo podemos contar mediante puntos en dicha recta, mientras que
las porciones de la recta misma son las que tienen medida no nula. Cualquier punto aislado
no tiene medida. Análogamente ocurre con el tiempo, sus intervalos, y sus instantes, estos
últimos como si fueran mojones puntuales separados de a kilómetro, en una ruta de la cual
no son parte. Los autos no recorren mojones ni se mueven en ellos, a lo sumo los ven pasar
a su costado, mientras recorren la ruta a lo largo de todo su continuo recorrido. En el
capítulo 2 del libro VI de su Física leemos al respecto:39

Es necesario también que el instante, considerado no en sentido relativo, sino absoluto y


primero, sea indivisible y tal permanezca en cualquier tiempo. Porque es extremidad del
pasado, más allá de la cual no hay nada de futuro, y es extremidad del porvenir, más allá
de la cual no hay nada de pasado: y esto se ha llamado el límite de entrambos…

No es posible movimiento en el instante...

; pues si fuese posible, en él podría moverse lo más rápido y lo más lento…

, por eso se dividiría el instante. Pero era indivisible: por lo cual no puede darse
movimiento en el instante. Pero tampoco reposo.

Dado que para Aristóteles la velocidad requiere de los conceptos de “intervalos de tiempo”
y de “espacios finitos”, no es posible ni medirla ni concebirla en el instante. Por ende,
tampoco puede ser pensado el reposo en el instante como caso particular de velocidad nula.
Hubo que esperar dos mil años para que Newton y Leibniz separadamente desarrollaran el
cálculo diferencial, el concepto de límite, y su consecuente concepto de velocidad
instantánea, o sea velocidad asociada a un dado instante.

La ausencia de un tiempo inicial requiere del movimiento circular

El pasado sin límites propuesto por Aristóteles le trae más de un problema, ya que para este
filósofo todo cambio es entre contrarios, con lo que uno podría especular que están
acotados, ya que un par de contrarios actúan como un “piso” y un “techo”, entre los que se

39
Ibid., pág. 54.

25
mueve determinada cualidad. Sin embargo, Aristóteles es consciente de que el movimiento
de traslación no puede ser entre contrarios, ya que no es acotado. Por ende, no puede darse
un movimiento de traslación desde el infinito pasado, ya que requeriría una distancia
recorrida infinita de hecho. A continuación, en el capítulo 8 del libro VIII de su Física,
leemos cuál es su solución al problema:40

Todo movimiento local es o circular o rectilíneo o una mezcla de ambos; por lo tanto, si
uno de los dos primeros no es continuo, no podrá serlo el que esté compuesto de uno y otro
movimiento. Ahora bien, es claro que si el movimiento de una cosa es rectilíneo y finito,
entonces no es continuo, porque tiene que volver sobre sí, y lo que vuelve sobre sí en línea
recta se mueve según movimientos contrarios; pues son contrarios el movimiento hacia
arriba y el movimiento hacia abajo, el movimiento hacia adelante y el movimiento hacia
atrás, el movimiento hacia la izquierda y el movimiento hacia la derecha, ya que éstas son
las contrariedades con respecto al lugar…

Lo que muestra con toda claridad que el movimiento rectilíneo no puede ser continuo es
que al volver sobre sí tiene que detenerse; y no sólo cuando el movimiento es rectilíneo,
sino también cuando es en círculo (pues tener un movimiento circular no es lo mismo que
moverse en círculo: el último puede ser continuo o bien volver sobre sí cuando haya
alcanzado el punto de partida…

El movimiento circular, en cambio, es uno y continuo; porque ninguna imposibilidad se


sigue de ello, ya que lo que es movido desde A se moverá simultáneamente hacia A por el
mismo impulso, pues se mueve hacia el punto hacia el que ha de llegar sin tener
movimientos contrarios ni contradictorios al mismo tiempo…

Así pues, no hay ningún cambio que sea infinito ni continuo excepto el movimiento
circular, y es suficiente con lo que se ha dicho.

En efecto y tal como anticipáramos, no existe el cambio infinito, ya que eso supondría
contrarios separados por una distancia infinita, y eso es imposible. La única posibilidad de
movimiento infinito en el tiempo, es un movimiento periódico, o sea que involucre una
variedad finita. Para Aristóteles, pareciera que el único movimiento periódico imaginable o
al menos aceptable es el circular. Hoy conocemos infinidad de movimientos periódicos que
no son necesariamente círculos, tales como las elipses, o incluso figuras de las más variadas
formas, como en numerosos ejemplos de sistemas dinámicos no lineales, o sistemas
complejos en general.41 De todas maneras, rescatamos como muy válida e interesante la
propuesta de Aristóteles acerca de que es necesario, para que un movimiento sea
compatible con la eternidad, que sea periódico.

El Tiempo Continuo de Aristóteles y su consiguiente infinita divisibilidad

40
Aristóteles, Física, págs. 304 – 312.
41
Grégoire Nicolis y Ilya Prigogine: Exploring Complexity, an Introduction. W.H. Freeman and Company,
New York, 1989.

26
Veremos que hubo pensadores neoplatónicos e islámicos que postularon saltos en el
espacio, otros, átomos temporales, y otros, una combinación de ambos. Para Aristóteles en
cambio, era claro que el tiempo es continuo, y por ende infinitamente divisible, al igual que
el espacio y el movimiento, tal como lo escribe en el capítulo 1 del libro VI de su Física:42

Es imposible que un continuo conste de indivisibles, como la línea de puntos, si la línea es


continua y el punto indivisible…

Sería necesario que los puntos estuviesen en continuidad o en contacto recíproco, para que
resultase un continuo; y el mismo discurso se aplica a todos los indivisibles…

Ya que están en continuidad las cosas entre las cuales no se ha interpuesto ninguna
intermedia del mismo género, pero entre los puntos hay siempre una línea intermedia y
entre los instantes un tiempo…

Es evidente que cada continuo es divisible en partes siempre divisibles…

La misma argumentación conserva su valor para la magnitud, para el tiempo y para el


movimiento.

Por consistencia, como el movimiento involucra tanto al espacio como al tiempo, si éstos
últimos son continuos, también lo debe ser el movimiento. Es inconcebible la idea de dos
puntos que estén algo así como “pegados”, ya que siempre es posible imaginar un tercer
punto entre ellos. Además, es clara la analogía entre el tiempo y la línea geométrica de
puntos, tal como leemos en el siguiente fragmento del capítulo 5 del libro VI de la Física:43

Por necesidad son las mismas las divisiones del tiempo y las del movimiento… y del
espacio en el cual se cumple el movimiento. Si el movimiento es divisible, también lo es el
tiempo… La consecuencia por excelencia del cambio es la divisibilidad de todos y al
infinito, pues a lo mudable le corresponde inmediatamente el ser divisible e infinito.

En términos atomistas, podemos decir que para Aristóteles no hay átomos de tiempo, así
como la línea tampoco consta de átomos de distancia, ni tampoco existen átomos de
movimiento, tal como lo expresa con toda claridad en el siguiente fragmento del capítulo
15 del mismo libro VI de su Física:44

En efecto, ni el tiempo consta de instantes, ni la línea de puntos, ni el movimiento de


unidades indivisibles de movimiento.

Es claro para Aristóteles que lo mudable debe ser divisible e infinito, dado que, como
dijimos, le resulta inconcebible los átomos de cualquier tipo, temporales, espaciales o de
materia. Hoy en día, quizá por el descubrimiento de los átomos de la materia (aunque
divisibles) y de las partículas fundamentales (no divisibles, pero sí destruibles), estaríamos

42
Mondolfo, op.cit. Vol. II, pág. 48.
43
Ibid., pág. 48.
44
Ibid., pág. 48.

27
más proclives a considerar aceptable si algún día y de alguna manera se comprueba que el
tiempo consta de una unidad mínima indivisible, tal como el lapso derivado de la mecánica
cuántica, la relatividad y la gravitación, el llamado “tiempo de Planck”. Este intervalo de
tiempo fue sugerido por primera vez por el físico alemán Max Planck en 1899, como una
unidad natural que se obtiene de combinar las siguientes tres constantes fundamentales: la
velocidad de la luz, la constante fundamental de la mecánica cuántica que lleva su nombre,
y la constante universal de la gravitación, o constante de Newton. Este lapso es
aproximadamente igual a 1,38 × 10−43 segundos, o sea
0,000000000000000000000000000000000000000000138, donde el lector puede contar 42
ceros entre la coma y el 1!45

Con semejante profusión de ideas y escritos aristotélicos acerca del tiempo y temas
relacionados, es evidente que su influencia en este tema haya sido enorme y de largo
alcance.

El eterno retorno y el tiempo continuo de los estoicos


Antes de entrar a comentar las ideas estoicas acerca del tiempo, abrimos un paréntesis para
mencionar que la Escuela Megárica fue una escuela filosófica que tuvo vigencia
significativa durante el siglo IV a. C. Fue fundada por Euclides de Megara, discípulo
de Sócrates, y su filosofía era una síntesis de ideas de Parménides y de Sócrates.
Identificaba “el Uno” del primero con la “forma de Dios” del segundo, que llamaba
“Razón”, “Dios” o “Mente”, entre otras. Según Euclides (no confundir con el geómetra)
esta idea era la verdadera esencia del ser, y era eterna e inalterable. En estas y otras ideas de
Platón y Heráclito abrevó el fundador de la escuela filosófica estoica, Zenón de Citio,
quien fue un mercader fenicio que nació alrededor del año 334 a.C. en Citio, que
corresponde a la actual ciudad de Lárnaca, en la isla de Chipre. Al llegar a Atenas,
presumiblemente debido a su actividad comercial, tomó contacto con la filosofía y decidió
abocarse a su estudio. Influido por las ideas filosóficas de Heráclito, Sócrates y Platón, se
dedicó de lleno a la filosofía y abrió su escuela en 300 a.C., en la Stoa Poikile, que significa
“Pórtico Pintado” en griego antiguo, un espacio público semi abierto de encuentro social.
Por ello su escuela fue denominada la Stoa, y más allá de que la doctrina estoica fue
evolucionando a través de sus sucesores, siempre se le dio suma importancia a la virtud y a
la mejor manera de cada individuo de encarar su destino. Escribió muchos libros, de los que
sólo quedan títulos y fragmentos, y comentaristas posteriores aseveraron que dio fin a su
vida voluntariamente, alrededor del año 262 a.C. A diferencia del epicureísmo, la escuela
estoica evolucionó y se transformó constantemente a través de sus sucesivos representantes,
cuyo segundo exponente es:

Cleantes de Assos, nacido alrededor del año 300 a.C. en Tróade, actual Turquía, fue el
principal discípulo y sucesor de Zenón. Se dice que fue un hombre severo y rígido, y
escribió, entre otras obras de las que poseemos pocos fragmentos, el famoso “Himno a
Zeus”, que anticipa el estilo de algunos escritores cristianos. Algunos cronistas antiguos,

45
John D. Barrow, The Constants of Nature, Pantheon, Londres, 2002, págs. 23-27.

28
Diógenes Laercio entre ellos, sostienen que también él se dejó morir de hambre, alrededor
del año 233 a.C.

El tercer líder de la escuela, Crisipo de Solos, nació alrededor del año 280 a.C. en la región
costera de Cilicia, al sur de la península de Anatolia, en la actual Turquía, y falleció
alrededor de 208 a.C. en Atenas. Fue llamado el “segundo fundador” del estoicismo y
sostén del Pórtico, porque a través de su enorme actividad literaria (más de 700 libros)
sistematizó y desarrolló la doctrina en sus diferentes aspectos, así como la defendió en sus
diferencias con los epicúreos y los académicos. Fue cuasi monoteísta, ya que sostuvo que
Zeus era el único dios inmortal, y quizá su principal aporte haya sido su valoración de la
importancia de la lógica, así como el desarrollo que llevó a cabo de la dialéctica.

Son muy pocos los textos originales que sobrevivieron de los fundadores del estoicismo,
por lo que citaremos a varios comentadores posteriores. Primeramente mencionamos a
Ioannes Stobaeus o Estobeo, un doxógrafo (algo así como un estudioso de las opioniones
de pensadores anteriores) neoplatónico oriundo de Stoboi, actual Istip, perteneciente en ese
entonces a la provincia romana de Macedonia, quien vivió entre los siglos V y VI d.C.
Realizó una de las más amplias antologías de textos de la antigüedad griega que se ha
conservado, con citas de alrededor de quinientos autores. Sus dos obras fundamentales son
la conocida como Eclogae physicae, dialecticae et ethicae por un lado, y los “Sermones” o
“Sentencias” por el otro. En el capítulo 171 del libro I de las Eclogae nos dice46:

Creen Zenón, Cleanto y Crisipo que la sustancia se transmuta en fuego tanto como en
semilla, y de esto, se cumple de nuevo una ordenación exactamente igual a la anterior.

En esta frase, el “exactamente igual”, de ser literal, tiene consecuencias profundas en el


resto del pensamiento estoico. En ese sentido, el filósofo cristiano Nemesio de
Emesa (activo durante la segunda mitad del siglo IV), obispo de la antigua ciudad siria de
Emesa, actual Homs, nos provee de comentarios muy esclarecedores. De hecho, en el
capítulo 38 de su libro De natura hominis, algo así como una sistematización de
antropología filosófica cristiana, al comentar la idea estoica del tiempo cíclico, nos habla
del eterno retorno cíclico del Universo, la conflagración universal y la idéntica
reproducción del todo:47

Dicen los estoicos que cuando los astros en su movimiento hayan tornado al mismo signo y
a la propia longitud y latitud en la que se encontraba cada uno al principio, cuando por
primera vez se constituyó el universo, en esos ciclos de los tiempos se cumple una
conflagración y destrucción de los seres; y de nuevo, desde el principio, se retorna al
mismo orden cósmico; y de nuevo, moviéndose igualmente los astros, cada suceso
acaecido en el ciclo precedente, vuelve a cumplirse sin ninguna diferencia. Efectivamente,
existirá nuevamente Sócrates, existirá Platón y cada uno de los hombres con los mismos
amigos y conciudadanos; y serán creídas las mismas cosas y discutidos los mismos
argumentos, y retornará igualmente cada ciudad, pueblecillo y campiña. Y este retorno
universal se cumplirá no una sola, sino muchas veces; más bien las mismas cosas

46
Ibid., pág. 138.
47
Ibid., pág. 138.

29
retornarán al infinito y sin término. Y los Dioses no sujetos a destrucción, siguiendo uno de
estos ciclos conocen por él todo lo que habrá de suceder en los ciclos siguientes. Pues
nunca sucederá nada de extraño además de todo lo que ha sucedido precedentemente, sino
todo así, inmutablemente, hasta en las cosas más pequeñas.

Esta idea de repetición “hasta en las cosas más pequeñas” nos puede producir una mezcla
de vértigo con claustrofobia, una sensación de tedio extremo, de rutina casi patológica y,
por qué no, nos sugiere una especie de “neurosis cósmica. De todas maneras, hubieron y
hay pensadores que consideran que un tiempo infinito y completamente cíclico no es más
que un disfraz de un tiempo finito, cuyo tamaño es precisamente la duración de dicho ciclo.
El filósofo aleman Gottftried W. Leibniz sostuvo el “principio de la identidad de los
indiscernibles”, que dice que dos cosas idénticas son en realidad una y la misma cosa. Si el
Universo se repite hasta en sus más mínimos detalles, este principio nos indicaría que cada
ciclo no es ni más ni menos que el primer y único ciclo, o sea que el Universo es cerrado y
finito temporalmente. Para aceptar esta aplicación de dicho principio, tenemos que aceptar
una visión del tiempo como algo dado, no como algo que fluye intrínsecamente. En efecto,
en este último caso el flujo mismo se incorpora como un ingrediente independiente, que
hace que un nuevo ciclo no sea algo completamente idéntico al anterior. Sobre este
delicado tema volveremos en más de una oportunidad a lo largo de este libro.

Los estoicos no son la excepción a tantas otras escuelas anteriores, en cuando a proponer un
eterno retorno, como elemento o “antídoto” de finitud dentro de la inmensa variedad de los
hechos en la “Historia del Mundo”. Incluso ésto le da un determinismo total a la historia
(independientemente de la existencia o no de leyes locales), y al estoico pareciera que sólo
le queda enfrentar los hechos con la mejor actitud, lo que hoy llamaríamos “actitud
estoica”. De todas maneras, si nuestra actitud también se repite, entonces no queda ningún
resquicio de libertad, más allá de la sensación o ilusión de la misma.

Hiparco y el gran año equinoccial

Hacemos un paréntesis en nuestro relato de las ideas filosóficas acerca del tiempo, para
mencionar a uno de los mayores contribuyentes a nuestra comprensión de los “tiempos del
cielo”. Nos referimos a Hiparco, que nació alrededor del año 190 a.C. en Nicea, antigua
población ubicada a orillas del lago İznik, en la actual Turquía, y probablemente murió en
la isla de Rodas alrededor del año 120 a. C.). Fue uno de los astrónomos y matemáticos
más importantes de la antigüedad, y el más antiguo conocido en haber poseído una tabla
trigonométrica. Llevó a una precisión sin precedentes la observación de la posición de las
estrellas, formando un catálogo de 1.080 estrellas, que todavía se emplea por los
astrónomos modernos como referencia para los datos antiguos sobre las posiciones
estelares.

Aunque se ha perdido casi toda su obra, en el “Almagesto”, libro del astrónomo y


matemático greco-romano del siglo II d.C. Claudio Ptolomeo, se mencionan dos de sus
libros: “Acerca del desplazamiento de los puntos de los solsticios y equinoccios” y “la
medida del año”. Allí leemos que Hiparco midió la posición de Spica, Régulo y otras

30
estrellas y las comparó con las medidas de sus predecesores, los astrónomos Timocares y
Aristilo. Notó entonces que Spica se había movido 2 grados con respecto al equinoccio de
otoño. Por otro lado, comparó las medidas del año trópico (que como dijimos es el tiempo
entre dos equinoccios) y el año sideral (el tiempo que le toma al sol regresar a una estrella
determinada) y descubrió una diferencia no menor a 1 grado por siglo. Esto significó el
descubrimiento de la precesión de los equinoccios, que tiene un período de 26.000 años,
curiosamente lapso similar al gran año cósmico de Platón y al tiempo entre sucesivas
conflagraciones de Empédocles. Su causa física fue descubierta recién por Newton en el
siglo XVII. Es notable que este sabio, en una época tan remota, haya notado el
desplazamiento de 1 grado por siglo de una estrella, con respecto a un lugar en la bóveda
celeste determinado por la intersección del plano de la órbita de la Tierra alrededor del Sol,
con su plano de rotación alrededor de su centro, lo que en astronomía se conoce como
Equinoccio vernal. Una prueba más del increíble genio del ser humano, al que volvemos a
continuación, nuevamente desde el punto de vista filosófico.

El Dios sin futuro de Filón de Alejandría


También llamado Filón el Judío (c. 15 a. C. – c. 45 d. C.), Filón pertenecía a una familia de
buena posición en Alejandría y vivió gran parte de su vida en dicha ciudad. Fue uno de los
filósofos más renombrados del judaísmo durante el período helenístico, aunque
posteriormente su obra fue mejor recibida por parte de algunos cristianos que por parte de
los judíos.

Para Filón, hay un único Dios, incorpóreo e increado. Entre Dios y el hombre se encuentra
la actividad intelectual divina, creadora del mundo, llamada Logos, algo así como un
intermediario entre ellos. Logos es el hijo primogénito de Dios e imagen de éste. Por debajo
están las Potencias (atributos divinos), a través de las cuales Dios actúa sobre el mundo.
Claramente preanuncia el neoplatonismo de Plotino, como veremos más adelante. En la
sección 6.32 de uno de sus varios comentarios alegóricos al Génesis, titulado Quod Deus
Inmutabilis Sit (“Que sea Dios inmutable”), leemos:48

Por ende con Dios no hay futuro, dado que ha puesto debajo de él los mismos límites de
todos los tiempos. En verdad, su vida no es tiempo, sino eternidad, el arquetipo y modelo
para el tiempo. Y en la eternidad nada es pasado o futuro, sino que simplemente tiene ser.

Claramente, para Filón, Dios está más allá del tiempo, aunque no podemos decir que esté
“fuera” del tiempo, en el sentido de que no hay intersección alguna entre ellos. Esto se
desprende del fragmento “ha puesto debajo de él los mismos límites de todos los tiempos”,
ya que se podría deducir que Dios engloba al tiempo, o sea que el tiempo es una parte,
aunque más no sea pequeña o infinitesimal, de él. En el capítulo 6 del libro I de su obra De
providentia (“Sobre la providencia”), un diálogo de carácter estoico acerca de la
predeterminación del Mundo, escribe:49

48
En Sorabji, op.cit., pág. 121.
49
Ibid, pág. 204..

31
A menudo sucede, si una persona vaga sin cuidado alrededor de sus observaciones, que
ella creerá que este cosmos ha existido y durado por años eternos sin comienzo, y que por
lo tanto no tuvo origen en la creación, sino que tuvo existencia perpetua, y no puede de
ninguna manera ser destruido. Pero cuando hemos aducido las claras observaciones a ser
citadas más adelante, la gente no podrá traer ese argumento universal sofisticado, que es
llevado a una larga digresión, por el cual tratan de mostrar que Dios en ningún momento
comenzó la creación de este cosmos, sino que siempre estuvo atento a crear este preciso
hermoso universo. Porque dicen que no le es apropiado a la Divinidad estar sin actividad,
dado que eso es indolencia e inercia, pero que Dios estableció todas las cosas sin
comienzo. En esto, no reconocen lo absurdo de dicha hipótesis; dado que por querer
remover un cargo mínimo contra Dios, presionan contra él una carga máxima.

Esa carga máxima a la que alude Filón puede ser más de una cosa: por ejemplo, un tiempo
infinito en el pasado nos lleva a concluir que hace infinito tiempo que Dios terminó su obra,
por lo que podría sentir el tedio posteriormente, en lugar de sentirlo previo a comenzar la
creación del Universo. O bien, si Dios hace infinito tiempo que creó el Mundo, y una vez
creado le requiere su constante atención, implica que ha estado en constante actividad desde
hace “infinito” tiempo. Parecería que es difícil escapar al tedio, o en su caso al agotamiento,
cuando se dispone de un tiempo infinito, incluso para Dios.

Ha habido mucho debate acerca de si Filón creía que Dios creó el cosmos, o sea el mundo
ordenado, a partir de la materia informe e increada, o bien si creó ambos, materia y orden.
Incluso en otros escritos, el propio Filón se pronunció en contra de la idea de Dios en un
estado de inacción durante infinito tiempo, tácitamente anticipando la idea de San Agustín,
que como veremos, sostenía que Dios creó Universo y tiempo conjuntamente, o sea que no
había tiempo antes de que el Universo fuera creado por Dios.

El es divino más allá del tiempo de Plutarco

Plutarco fue un importante historiador y filósofo griego que nació en Queronea, región
griega de Beocia, alrededor del año 50 d.C. En su juventud y gracias a pertenecer a una
familia acomodada, pudo estudiar filosofía, retórica y matemáticas en la Academia de
Atenas. Tras serle concedida la ciudadanía romana adquirió el nombre de Lucio Mestrio
Plutarco. Realizó muchos viajes, entre los que se destacan uno a Egipto y dos viajes a
Roma. La mayor parte de su vida la pasó en Queronea, donde fue iniciado en los misterios
del dios griego Apolo, convirtiéndose en el mayor de los dos sacerdotes de Apolo en el
Oráculo de la isla de Delfos, donde era el responsable de interpretar los augurios de la o las
pitonisas del oráculo. Falleció en dicha isla alrededor del año 120 d.C.

Su trabajo más conocido es una serie de biografías de griegos y romanos famosos, llamado
las “Vidas paralelas”, aunque su principal interés desde el punto de vista filosófico giró
alrededor de cuestiones morales. De hecho, entre sus obras más importantes se encuentran
las “Obras Morales y de Costumbres”, que incluyen tres diálogos entre las Pitas o Pitonisas

32
del oráculo de Delfos, los llamados “Diálogos Píticos”. Uno de esos diálogos se llama “La
E de Delfos”, en donde leemos el siguiente fragmento:50

Por ende es irreverente, en el caso de lo que es, el decir siquiera que fue o que será.
Porque estos son desviaciones y cambios y alteraciones y pertenecen a lo que no es de
naturaleza tal de permanecer en el ser. Dios, sin embargo, si esto necesita ser dicho, no
está en el tiempo, sino en la eternidad, la cual es sin cambio y atemporal, y sin desvíos, no
conteniendo ni anteriores ni posteriores, ni aquellas cosas por ser ni aquellas pasadas, ni
más viejas ni más jóvenes. Único, ha completado el “siempre” en un único ahora, y
aquello que realmente es de esta manera solo es, no habiendo devenido, no siendo en el
futuro, no habiendo comenzado, y sin haber sido destinado a finalizar. Por ende debemos
reverenciarlo y amarlo, y dirigirnos a él diciendo, “Tú eres”, o, por Zeus, como algunos
dijeron hace mucho tiempo, diciendo “Tú eres uno”.

Antes que nada, debemos comentar que la letra “E” era presentada por los sacerdotes a los
visitantes del templo de Apolo, y estaba relacionada con el “Tú eres” del párrafo antes
citado. También aparecía en algunas monedas que representaban el templo en Delfos.

En este fragmento queda claro que Dios está fuera del tiempo, en la eternidad, aunque por
otro lado, si ha completado el “siempre” en un “único ahora”, podríamos aventurar que
Dios vive un único presente, que contiene todo el tiempo, ya que contiene al “siempre”.
Veremos que la idea de un presente divino “sumamente especioso”, al punto de contener
todo el tiempo, aparece en la historia de las ideas acerca de la relación entre Dios y el
tiempo en más de una ocasión.

Volviendo al antes citado capítulo 41 de su obra De communibus notitiis adversus Stoicos,


Plutarco nos habla acerca de la negación de los átomos temporales de los estoicos:51

Es contrario a la concepción común decir que hay un tiempo futuro y pasado, y no tiempo
presente, sino que recientemente y el otro día subsisten mientras que no hay ahora en
absoluto. Sin embargo esto es lo que sucede para los estoicos, quienes no permiten un
tiempo mínimo, y no quieren que el ahora sea indivisible, sino que dicen, toda vez que
alguien piensa que ha captado algo y concebido como presente, que parte de él es futuro y
parte de él es pasado. Por ende nada permanece nivelado con el ahora, ni queda parte
alguna del presente, si del tiempo del que se dice ser presente algo se asigna al futuro y
algo al pasado.

Dado que este párrafo pertenece a una obra contraria al pensamiento estoico, algunos
eruditos pensaron que muestra que Plutarco adhería a la visión del carácter atómico del
tiempo. De todas maneras, lo prudente es señalar que, en realidad, más que nada está
atacando a los estoicos, sin proponerse resolver el problema. El átomo temporal que Crisipo
había rechazado probablemente ya había sido postulado por Epicuro o alguno de sus
seguidores, pero la formación platónica de Plutarco lo lleva a no ser muy claro en cuanto a
si acepta o no los átomos temporales. Más adelante veremos que habrá quien se atreva a

50
En Sorabji, op.cit., pág. 121.
51
Ibid., pág. 380.

33
proponerlos de manera más clara, muchos siglos antes del advenimiento de la Mecánica
Cuántica y las especulaciones acerca de su relación con el espacio y el tiempo.

La Trinidad atemporal en Orígenes


Hacia fines del siglo II d.C. el cristianismo ya era una religión considerablemente extendida
a lo largo del imperio romano, y necesitaba de una estructura organizacional de creciente
complejidad. Para penetrar en las capas intelectual y económicamente más altas de la
sociedad, también requería de una teología y fundamentación filosófica que pudiera
competir con las escuelas de pensamiento vigentes en ese momento. En ese contexto
aparece en escena Origenes Adamantius (Alejandría, 185 - Tiro o Cesarea Marítima, 254),
conocido principalmente como uno de los padres de la Iglesia oriental, y uno de los tres
teólogos cristianos más importantes, junto con San Agustín y Santo Tomás. Orígenes fue
discípulo de Clemente de Alejandría, uno de los primeros filósofos cristianos y,
curiosamente, también del filósofo Amonio Saccas, maestro de Plotino, este último
fundador de la última gran escuela filosófica pagana: el neoplatonismo. Entre sus
numerosas obras, se encuentra Peri archon (“Sobre los principios”), en la que Orígenes
trata de integrar el pensamiento cristiano a los grandes debates filosóficos contemporáneos.
Lo más interesante quizá es que en esta obra Orígenes se preocupa más de plantear los
problemas teológicos que de fijar posiciones definidas, señalando fundamentalmente
caminos de reflexión a recorrer para el creyente. En lo que a nosotros respecta, nos interesa
su discusión acerca de la eternidad de la Santísima Trinidad, tal como leemos en el
siguiente fragmento del capítulo 3 del libro I:52

El Espíritu Santo nunca habría sido incluido en la unidad de la Trinidad, esto es, de Dios
el Padre inmutable y Su Hijo, si no hubiera sido siempre el Espíritu Santo. Por supuesto,
las palabras que usamos, “siempre” y fue”, y cualquier otra tal palabra con significado
temporal de la que nos apropiemos, debe ser entendida de manera elástica como una
expresión sin arte. Dado que los significados de estas palabras son temporales, mientras
que las cosas de las que estamos hablando, aunque descriptas de manera temporal para
tratar en nuestra discusión, van por su naturaleza más allá de cualquier entendimiento en
un sentido temporal.

Evidentemente para Orígenes la Santísima Trinidad existe más allá del tiempo, o fuera del
tiempo. Que el Hijo haya encarnado “temporalmente” sin abandonar su naturaleza divina y
por ende extra temporal, es un problema teológico de no fácil solución, en el que no
profundizaremos.

En otro orden de cosas, Orígenes no concebía la posibilidad de una creación conjunta del
tiempo y del Universo, como sí lo hará pocos años más tarde San Agustín. Por ende, a la
pregunta acerca de qué estaba haciendo Dios antes de crear el Universo, respondió diciendo
que creó una cantidad grande de mundos sucesivamente antes de crear el nuestro, aunque
confesó su ignorancia acerca de cuántos creó antes del nuestro. No pudo solucionar el

52
En Sorabji, op. cit., pág. 115.

34
dilema entre explicar qué estaba haciendo Dios antes de crear el “primer mundo”, o bien
cómo concebir que haya creado una infinidad de mundos antes del nuestro. Sin duda el
hecho de que viviera en una época en la que el pensamiento cristiano se estaba recién
formando, le permitió hacer este tipo de especulaciones acerca de “otros mundos” previos
al nuestro sin correr el riesgo de ser condenado por otros cristianos. De todas maneras, en
esa época los cristianos debían temer más que nada a los paganos, y en el año 250 fue
encarcelado y torturado durante las persecuciones del emperador Decio contra los
cristianos. Fue liberado dos años después, luego del asesinato del mencionado emperador.
Lamentablemente su salud se había visto muy deteriorada, por lo que murió pocos meses
después. Como mencionamos antes, un condiscípulo suyo sería el fundador de la última
escuela filosófica importante de la antigüedad, el neoplatonismo, del cual hablaremos a
continuación.

Los neoplatónicos
El neoplatonismo no sólo es la última de las escuelas filosóficas del paganismo, sino que
además, al reunir en su sistema elementos derivados del platonismo, del neopitagorismo, de
los eleatas, del aristotelismo, de los estoicos y de los judeo-alejandrinos, es algo así como la
culminación de mil años de filosofía. Por si esto fuera poco, su importantísimo componente
religioso lo hace una síntesis de toda la metafísica religiosa acumulada, tanto explícita
como implícitamente, en dicha historia milenaria. Paradójicamente, esta sistematización de
toda la filosofía religiosa pagana hizo del neoplatonismo un contrapeso filosófico frente a la
propagación de la doctrina cristiana, pero al mismo tiempo sirvió para la primera
fundamentación filosofía de esta última. De alguna manera, su teología del politeísmo iba a
servir para que el cristianismo desarrollara su teología del monoteísmo con aspectos
pluralistas tales como los santos. Las discusiones acerca del tiempo y la eternidad tendrán
infinidad de puntos en común entre las correspondientes al cristianismo temprano y al
neoplatonismo. En su historia deben distinguirse tres fases: 1) la alejandrino-romana (siglos
II-III), de carácter místico, especulativo y académico al mismo tiempo, 2) la siria (siglos
IV-V) de carácter teúrgico y místico preponderantemente, y 3) la ateniense (siglos V-VI),
con características más enciclopedistas y eruditas, aunque conservando mucho de la
religiosidad y el misticismo anteriores.

Fase alejandrino-romana neoplatónica: Plotino

La escuela neoplatónica fue fundada en Alejandría por el filósofo Amonio Saccas (c. 175 –
c. 240 d. C.), pero tuvo su máximo representante en Plotino (204-270). Nacido en
Licópolis, (ubicada en la actual gobernación egipcia de Asiut), después de haber sido
discípulo de Amonio durante más de 10 años, y de haber participado luego de una
expedición a Persia para aprender la sabiduría persa e hindú, Plotino se dirigió a Roma en
244, donde estableció una escuela cada vez más numerosa y célebre, y ejerció amplia
influencia también sobre el emperador Galieno, que por sugestión suya deseaba fundar una
ciudad platónica en Campania, una región del sur de la península itálica, en la costa del mar
Tirreno.

35
Su discípulo y biógrafo Porfirio (c. 232 – 304 d. C.) narra el desprecio que demostraba
por el cuerpo y las cosas materiales, así como la intensidad de su aspiración religiosa, que
culminó en cuatro ocasiones en la beatitud del éxtasis, también descripto como un
arrobamiento en Dios. Por supuesto que el carácter exacto de estas experiencias quedará
para siempre velado para nosotros, siendo cada uno libre de especular acerca de ellas. Sus
escritos, que comenzó a componer a los 50 años, fueron después ordenados para su
publicación por Porfirio, en seis “Enéadas”, o sea grupos de 9 libros cada uno.

En la tercera Enéada, libro 7, capítulo 6, Plotino desarrolla su idea acerca del Uno,
principio de todo, entidad fundamental, y su relación con la eternidad como algo que se
encuentra más allá del tiempo:53

Entonces no contiene ningún esto, aquello o lo otro. Ni por lo tanto lo vas a separar, o
desenrollar, o extenderlo, o estirarlo. Ni por ende puedes tú encontrar ningún anterior ni
ningún posterior a él. Si entonces no hay ningún anterior ni ningún posterior acerca de él,
sino “es” es las cosa más verdadera acerca de él, e incluso es él, y esto en el sentido de
que es por su esencia y su vida, entonces de nuevo tenemos precisamente la cosa de la que
estamos hablando, esto es, la eternidad.

Como el Uno no tiene partes, no se puede separar, ni estirar, ni tampoco se le puede


encontrar ningún anterior para Plotino, porque “es”. A algo que no fue ni será, sino que
solamente es, no se le pueden aplicar los conceptos temporales usuales. En este sentido,
dado que nuestro lenguaje tiene profundamente incorporado el tiempo, así como los
tiempos verbales, podemos caer en el error de abusar del lenguaje para describir algo que
no puede ser aprehendido por el mismo. Por ejemplo, una de esas palabras es “siempre”, tal
como leemos en el mismo capítulo:54

Pero cuando decimos “siempre” y “no alternativamente existente y no-existente”, debemos


ver esta forma de hablar como una concesión a nosotros mismos. Dado que quizá
“siempre” no está siendo usado apropiadamente. Adoptada para clarificar lo
imperecedero, puede que distraiga al alma a imaginar una prolongación de algo que se
está incrementando y de nuevo de algo que nunca va a caer. Quizá hubiera sido mejor solo
describirlo como “ser”. Pero aunque “ser” es una palabra adecuada para sustancia, la
gente pensó que “deviniendo” también era sustancia, y entonces necesitaron para su
comprensión agregar la palabra “siempre”. No es que “ser” sea una cosa y “siempre”
sea otra, no más que el filósofo es una cosa y el verdadero filósofo es otra. Pero como una
cosa que pretendía hacer filosofía, el agregado “verdadero” pasó a ser usado. De la
misma manera, “siempre” se agrega a lo que tiene ser, y la palabra “siempre” a la
palabra “ser”, de modo que decimos “siempre ser”. Y por eso es que tenemos que tomar el
“siempre” como” el “verdadero” ser. El “siempre” tiene que ser incluido en esa
propiedad no extendida que de ninguna forma necesita nada más allá de lo que ya posee. Y
posee todo.

53
En Sorabji, op.cit., pág. 112.
54
Ibid., pág. 112.

36
Para Plotino el “siempre” de la eternidad no denota un tiempo infinito, una duración
infinita, sino un “verdadero” ser. De esta manera deja en claro que lo eterno, que todo lo
tiene, está más allá del tiempo, más allá de la duración.

Una cuestión profunda y compleja es cómo resuelve Plotino la experiencia mística que
nosotros individuos podemos tener, como de hecho él nos relata que tuvo, con el hecho de
que el Uno es atemporal. Para ello introduce una segunda entidad a la que llama el
“Intelecto”, que participa o tiene contacto con el Uno, pero que se diferencia entre otras
cosas en que no está limitado a ser sin partes, a no diferenciarse, aunque también está más
allá del tiempo. Quizá se puede relacionar al Intelecto con el mundo de las ideas de Platón,
en el que, como su nombre lo indica, hay variedad de cosas, variedad de ideas. Aunque la
respuesta no está clara y uno podría encontrar sugerencias en varios de sus escritos,
podríamos especular diciendo que nuestros pensamientos participan del Intelecto, y éste a
su vez toma contacto con el Uno atemporal. Por ende, en una experiencia mística dejamos
la ilusión de nuestro cuerpo individual, y percibimos la experiencia del Intelecto, que en
realidad está siempre “dentro” nuestro, como un “fundamento permanente”. Entonces no es
que nos salimos del tiempo y luego regresamos, sino que en una experiencia mística
experimentamos lo que más de verdadero hay en el fundamento último de nuestra
existencia, que es el Intelecto y su unión con el Uno atemporal. El tercer componente
trascendente para Plotino es el Alma del Mundo, que sí es temporal, y está asociada con la
vida, de la cual nuestra alma individual forma parte, y es lo que nos provee justamente de
nuestra actividad vital. Así, provisto de estas tres entidades, y aunque no sea fácil de
comprender, será en realidad a través de la relación entre el Alma y el Intelecto como
nosotros podemos llegar ocasionalmente a vivir la experiencia mística del Uno.

En el capítulo 8 del mismo libro 7 de la III Enéada, Plotino diferencia el tiempo del
movimiento: 55

El movimiento no puede ser tiempo, se hable de un acto definido de movimiento o de una


suma unida formada por todos esos actos, pues en ambos sentidos el movimiento tiene
lugar en el tiempo. Y, por supuesto, si no hay ningún movimiento en el tiempo, la
identificación con el tiempo se vuelve totalmente insostenible.

Acá podemos ver al tiempo como algo completamente independiente del movimiento.
Incluso podemos imaginar al tiempo fluyendo aun cuando no haya movimiento alguno en
el Universo, quizá porque el Alma, que es previa al tiempo, persiste en su actividad aun en
ausencia de cosa alguna que se mueva. En esto Plotino está más cerca del tiempo absoluto
de Newton que del tiempo cuasi universal que vimos en Aristóteles. De todas maneras,
aunque el tiempo sea independiente del movimiento vemos, en el siguiente fragmento del
mismo capítulo anterior, a Plotino anticipando a San Agustín y su idea de un comienzo para
el tiempo:56

El tiempo, que aún no existía, reposaba en el seno del mismo Ser. Pero una naturaleza
activa (el Alma universal) que deseaban ser dueña de sí misma, poseerse a sí propia y

55
En J. Alexander Gunn, El problema del tiempo, Tomo I, Hispamérica, Buenos Aires, 1986, pág. 33.
56
Ibid., pág. 34.

37
añadir sin cesar a lo presente, entró en movimiento, y el tiempo entró en movimiento con
ella… El Alma universal tenía en sí una actividad que la agitaba y movía a transportar a
otro mundo lo que veía siempre en la región superna.

En esta última frase vemos resonancias de la idea de Platón acerca del tiempo como una
imagen móvil de la eternidad. Así como el Uno es intemporal y no toma parte de los
cambios del Mundo, el Alma del Mundo tiene Vida, y el tiempo es una función de la
misma. Aunque el Alma universal está fuera del tiempo y del espacio, tiene una constante
actividad en su interior que la lleva a transportar a otro mundo (¿el nuestro?), todas o
muchas de las cosas que “ve” en la eternidad. Y el Intelecto, que está de alguna manera
entre el Uno y el Alma, comparte con el Uno el estar fuera del tiempo, pero a diferencia del
Uno, el Intelecto alberga la variedad de las diferentes formas, algo análogo al mundo de las
ideas de Platón. El Alma y el Intelecto comparten el hecho de contener variedad, pero el
Alma tiene actividad, tiene vida, y para Plotino esta vida es el Tiempo mismo (Universal
como el Alma misma), algo completamente ajeno al atemporal Intelecto.

Vemos también que para Plotino el Tiempo es mucho más que el “número en relación al
antes y al después” de Aristóteles, y que por ende no es necesariamente algo numerable. De
hecho, para Plotino hay espacio para que haya movimientos que no obedezcan leyes, y que
por ende no sean correlacionables con el tiempo, el que no solamente sería continuo, sino
que no sería completamente medible por ningún reloj del Mundo. Algo que nos recuerda un
resultado de la moderna mecánica cuántica, que dice que ningún puntero de ningún reloj se
correlaciona uniformemente con el tiempo absoluto Newtoniano.

Para Plotino el tiempo abarca todas las apariencias y es la causa de su orden y movimiento,
dado que la actividad del Alma del Mundo las produce. Por ende, según Philip Turetzky
Plotino se diferencia de Platón al sostener que el tiempo no es el último envoltorio del
mundo cambiante, sino la frontera inferior de la eternidad y el instrumento mediante el cual
las apariencias descienden del Alma. Como veremos más adelante, las ideas del pagano
Plotino influirán fuertemente en el cristiano San Agustín y en otros pensadores después de
él.

Fase Siria Neoplatónica: Jámblico y sus dos tiempos

Porfirio tuvo un discípulo que se destacó especialmente. Nos referimos a Jámblico, quien
nació a mediados del siglo III en la región de Macedonia llamada Calcidia. Muerto en 330,
vivió probablemente largo tiempo en Siria, iniciando la llamada “fase siria” del
neoplatonismo. Estamos en una época en la que, por un lado, continúan apareciendo obras
de comentario de los más importantes filósofos griegos, y por el otro, se acentúan las
influencias orientales. Paralelamente, numerosos son los soldados romanos que se van
haciendo adeptos a la religión cristiana, lo que será uno de los factores que determinará que
el emperador Constantino autorice oficialmente dicha religión a comienzos del siglo IV. En
cuanto al neoplatonismo y sus derivaciones, una teología cada vez más fantástica y
compleja complementa e incluso substituye a la especulación filosófica. Particularmente se
multiplican las hipóstasis de manera de comprender mejor la relación entre el uno

38
inmutable y nuestro mundo cambiante y variado. Algunos de estos modos de ser
“verdaderos” o fundamentos del ser toman la forma de divinidades ultramundanas
(sobreinteligibles, inteligibles e intelectuales) y mundanas (dioses celestes, terrestres,
ángeles y demonios, intermediarios entre Dios y el hombre). De esta manera se sofistica y
expande la práctica de la teurgia, esto es, la práctica mágica y virtuosa de ritos y fórmulas
para ganarse la buena voluntad de los dioses. Como consecuencia, el éxtasis plotiniano
como búsqueda de la unión espiritual con Dios pasa a segundo plano, y es reemplazado por
prácticas que involucran en menor medida al propio cuerpo y a la propia meditación.

Un documento notable de la escuela de Jámblico es el llamado De los misterios de los


egipcios (que el filósofo Proclo atribuye al mismo Jámblico, pero que hoy se sabe que es de
un discípulo suyo), que es como una Biblia de la renovación del paganismo, intentada por
el neoplatonismo. Buena parte de nuestro conocimiento de las ideas de Jámbico se la
debemos a Simplicio y su gran obra llamada Física, en la que comenta el libro homónimo
de Aristóteles. En el siguiente párrafo del capítulo 793 de dicha obra nos cuenta la opinión
de Jámblico acerca del tiempo, o de los tiempos:57

Parece entonces como si en estas palabras Jámblico está postulando un ahora no generado
antes de las cosas que participan en él, y recién luego (los ahoras) que son transmitidos de
éste a los participantes. Al igual que con el ahora, así también con el tiempo. Hay un
tiempo antes de las cosas temporales, y hay muchos tiempos que surgen en lo que
participa, de modo que en ellos un tiempo es pasado, uno presente, uno futuro.

Simplicio incluso concluye que para Jámblico hay cuatro tiempos: i) el no generado; ii) el
pasado; iii) el presente y iv) el futuro. De todas maneras, esto es dudoso, ya que en citas
directas de Jámblico aparecen sólo dos tiempos. Una diferencia importante con Plotino es
que Jámblico rechaza la identificación de la eternidad y el tiempo con la vida. Es el primero
que distingue claramente el tiempo estático del tiempo que fluye, cosa que había sido sólo
sugerido por pensadores previos. De esta manera busca resolver la paradoja del presente
puntual, planteada por Aristóteles. El ahora que pasa se encuentra con el ahora eterno en un
punto, en el que cobra realidad, mientras que la realidad del tiempo estático sin partes es
completa. Al respecto, en el siguiente texto del capítulo 787 de la Física de Simplicio
leemos:58

Jámblico piensa que deberíamos entender la ausencia de partes y la irrealidad como


aplicadas a tiempos diferentes.

Hubo un escritor anterior a Jámblico, conocido actualmente como Pseudo-Arquitas, a


quien Simplicio confundió con el Arquitas Pitagórico, y quien se cree influyó en el
pensamiento de Jámblico. Simplicio lo cita en el capítulo 353 de su Comentario a las
Categorías de Aristóteles al cuestionar la propia existencia del tiempo, dado su carácter
difícil de precisar, de la siguiente manera:59

57
En Sorabji, op.cit., pág. 37.
58
Ibid., pág. 39.
59
Ibid., págs. 39 y 40.

39
Que es por lo que o bien no existe del todo, o bien es oscuro y difícilmente existe. Porque
cómo podría existir en realidad si su pasado no es más, su futuro no es aún, y su ahora es
sin partes e indivisible.

Por otro lado, en el capítulo 355 de la misma obra, Simplicio cita a Jámblico proponiendo
su solución de los dos tiempos al problema de la existencia evanescente del tiempo presente
que fluye, y su contraposición al tiempo estático:60

¿Cómo puede entonces la misma cosa ser siempre diferente, y aun así permanecer la
misma en forma? ¿Cómo puede ser dividido, y aun así indivisible? ¿Cómo alterna, y aún
así combina su comienzo y final en uno? Es porque hay una diferencia entre el ahora en el
cual las cosas participan en la naturaleza, y que es inseparable de las cosas que devienen,
y el (ahora) que es separado y por sí mismo. Uno de estos permanece quieto en la misma
forma consistentemente; el otro se ve en movimiento continuo.

Si volvemos a la Física de Simplicio, vemos que en el capítulo 355 lo cita a Jámblico


extendiéndose en algunas consecuencias de su teoría de los dos tiempos:61

Por ende si alguien toma el ahora como siendo una parte del tiempo, lo tomará como
siendo naturalmente ligado al cambio. Pero si lo interpreta de la forma en que algunas
personas lo han reconocido como no siendo para nada un (período) de tiempo, entonces
será un origen del tiempo existiendo separadamente y permaneciendo el mismo en forma. Y
cuando, por lo tanto, se dice que el tiempo pasado no existe más, y que el futuro no es aún,
debemos reconocer que estas cosas se dicen de los ahoras que avanzan, y viajan junto con
el movimiento, y alternan junto con el movimiento. Pero cuando las cosas son contenidas
en el ahora y separadas en él y nunca se corren de su origen propio, entonces permanecen
siempre en el ahora.

Es claro que para Jámblico, así como hay dos tiempos, hay respectivamente dos “ahoras”.
Hay un ahora que avanza, cambia, y que posiblemente debido a eso tiene partes, y hay un
ahora que resulta de una suerte de “intersección instantánea” entre el ahora que fluye y la
eternidad, intersección que quizá no tiene partes, sino que es puntual. El ahora que corre,
que fluye, es reemplazado hacia el final del fragmento anterior por los “ahora que
avanzan”. Cuando Jámblico los menciona en plural, quizá se esté refiriendo al ahora de
cada ser que percibe el fluir del tiempo. Estas especulaciones y otras se las dejamos libradas
al lector y su voluntad de aventurarse en estas oscuras, aunque apasionantes, aguas del
pensamiento antiguo.

Agustín de Hipona, un santo con tiempo propio


San Agustín nació en el año 354 en el poblado de Tagaste, en la actual Argelia, y junto con
Jerónimo de Estridón, Gregorio Magno y Ambrosio de Milán, conforman los cuatro más
importantes Padres de la Iglesia latina. Su padre era un pequeño propietario pagano,
60
Ibid., pág. 40.
61
Ibid., pág. 40.

40
mientras que su madre, Santa Mónica, se constituyó para la Iglesia como un ejemplo de
mujer cristiana. Esta le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana para
posteriormente, al ver cómo Agustín se separaba del camino del cristianismo, entregarse a
la oración constante. Años después Agustín se llamará a sí mismo “el hijo de las lágrimas
de su madre”. San Agustín estaba dotado de una gran inteligencia y mostró mucho interés
hacia la literatura, especialmente la griega clásica.

Durante años estudió diversas escuelas filosóficas sin que encuentre en ninguna una
verdadera respuesta a sus inquietudes. En medio de una significativa frustración personal,
decidió en 383 partir para Roma, la capital del Imperio. Gracias a su amigo y protector
Símaco, prefecto de Roma, es nombrado Magister rhetoricae en Mediolanum (Maestro de
retórica en la actual Milán), en donde se produce la etapa que conducirá a su conversión.
Allí empieza a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio,
cuyas prédicas eruditas y al mismo tiempo apasionadas lo impresionan. Así, fuertemente
motivado, en 386 se consagra al estudio formal y metódico del cristianismo. Pocos años
después, en 391, viaja a Hipona, en la actual Argelia, y sin buscarlo, durante una
celebración litúrgica, es elegido por la comunidad para que fuese ordenado sacerdote, a
causa de las necesidades del obispo Valerio de Hipona. Luego de una inicial resistencia,
Agustín acepta esta elección en medio de una profunda emoción, y posteriormente, en 395,
es consagrado como obispo, cargo que ejercerá hasta su muerte en 430.

El lector se preguntará como es que sabemos todos estos datos de la vida personal de San
Agustín, y es que en realidad los conocemos de primera mano, a través de su obra más
famosa, de carácter autobiográfico, aunque también filosófico, titulada “Confesiones”. En
lo que a nuestro tema respecta, San Agustín nos interesa especialmente ya que con él se
afianza la noción de tiempo lineal, en contraposición a cualquier carácter cíclico del
tiempo. Podemos decir que la idea acerca del tiempo de nuestra civilización actual debe
mucho a la emancipación definitiva cristiana de la noción de eterno retorno. Al respecto el
santo, en el capítulo 13 del libro XII de su otra obra capital, “La Ciudad de Dios”, nos
dice:62

Los filósofos paganos han introducido ciclos de tiempo en los cuales las mismas cosas
están en el orden de la naturaleza siendo restauradas y repetidas, y han afirmado que estas
oscilaciones de eras pasadas y futuras seguirán incesantemente…

A partir de esta burla no son capaces de liberar el alma inmortal, incluso luego de que
haya conseguido la sabiduría, y creen que procede incesantemente hacia una falsa
bendición retornando sin cesar a la verdadera miseria…

Es sólo a través de la sensata doctrina de un curso rectilíneo que podemos escapar de no


sé qué falsos ciclos descubiertos por falsos y engañosos sabios.

Claramente para San Agustín la repetición cíclica de todos los acontecimientos es un


absurdo, ya que haría absurda la sola noción de progreso, como algo condenado a

62
En Withrow, op.cit., pág. 63.

41
retroceder o a desandarse, algo que está en oposición a la doctrina cristiana, y también en
oposición a buena parte de nuestras aspiraciones, tanto personales como sociales.

Una de las contribuciones más originales de San Agustín, es su forma de encarar una
pregunta varias veces formulada con anterioridad: ¿qué hacia Dios antes de crear el cielo y
la Tierra? En el capítulo 12 del libro XI de sus Confesiones nos dice:63

He aquí mi respuesta al que pregunta qué hacía Dios antes de hacer el cielo y la tierra. No
respondo lo que contestó uno para eludir bromeando la violencia de la pregunta:
“Preparaba infiernos –dijo- para los que escrutan las profundidades”. Una cosa es ver y
otra reír. No respondo así. Respondería “No sé lo que no sé”, antes que poner en ridículo
a quien ha indagado sobre cosas profundas y aplaudir al que respondió con falsedades. En
cambio, digo que Tú, Dios nuestro, eres el Creador de toda criatura y, si por el nombre de
“cielo y tierra” se entiende toda criatura, audazmente digo: “Antes de hacer Dios el cielo
y la tierra, no hacía nada”. Porque, si hacía, ¿qué hacía sino una criatura? ¡Ah, si yo
supiera todo lo que deseo para mi provecho, del mismo modo como sé que ninguna
criatura se hacía, antes de que se hiciera alguna!

Inicialmente San Agustín deja sin responder a la pregunta acerca de qué hacía Dios antes de
crear al Universo, aunque vemos que preliminarmente no acepta que hubiera un tiempo en
el que Dios estuviera sin hacer nada, y muestra incluso un rechazo inicial a la pregunta
misma, jugando con la idea del infierno para los que la formulan.

Su idea acerca de la relación entre Dios y el tiempo la sigue desarrollando, y vemos que la
influencia neoplatónica en San Agustín resulta evidente en el siguiente párrafo del capítulo
13 del mismo libro XI de las Confesiones, donde niega que Dios exista en el tiempo, sino
que más bien existe fuera de él:64

Todos tus años permanecen simultáneamente, porque subsisten; no pasan, excluidos por
los que vienen, porque no transitan. Éstos nuestros, en cambio, existirán todos, cuando
todos dejen de existir. Tus años son un solo día, y tu día no es el día cotidiano sino un
“hoy”, que no cede el lugar a un “mañana” ni sucede a un “ayer”. Tu hoy es la eternidad.
Por eso engendraste, coeterno a ti, a Aquél a quien dijiste: “Yo te he engendrado hoy”. Tú
hiciste todos los tiempos y, antes de todos ellos, existes Tú. Y no hubo tiempo alguno en que
no hubiera tiempo.

El existir todos los años juntos para Dios, nos conduce a la idea de serie B temporal de Mc
Taggart, donde la recta “está ahí” y el tiempo no fluye, con todos sus años y días presentes.
Aunque la idea de creación del tiempo junto con el Mundo está ya presente en el Timeo de
Platón, San Agustín es el primero en articular claramente esta idea para responder a la
preocupación sobre la finitud temporal del Universo y el peligro asociado de la
contingencia del momento de la creación. Al no haber un tiempo previo, la pregunta acerca
de por qué no antes o después pierde sentido. De todas maneras, filósofos posteriores como

63
San Agustín, Confesiones, Editorial Losada, Buenos Aires, 2005, pág. 330. En lo que resta de esta sección
siempre nos referiremos al libro XI de esta obra.
64
Ibid., pág. 331.

42
Leibnitz y Kant plantearon otra pregunta que queda sin responder, y es por qué pasaron la
determinada cantidad de años desde la creación del Mundo hasta nuestros días, y no más o
menos.

En el siguiente párrafo del capítulo 13 la solución al misterio aparece cuando San Agustín
implícitamente considera al tiempo como una parte de lo creado, no importa si como una
cosa, una sustancia o qué, pero fundamentalmente algo creado:65

Pero, si alguien, con voluble sentido, divaga por las imágenes de tiempos hacia atrás y se
admira de que Tu, Dios todopoderoso, que todo lo creas y todo lo conservas, artífice del
cielo y de la tierra, te abstuviste de una obra tan grande durante innumerables siglos, antes
de hacerla, que despierte y advierta que se admira de cosas falsas. Pues, ¿cómo podrían
haber pasado innumerables siglos que Tú mismo no hicieras, dado que eres el autor y
creador de todos los siglos? O ¿qué tiempos hubieran existido, de no haber sido creados
por ti? O ¿cómo habrían pasado, de no haber existido nunca? Así pues, dado que eres el
obrero de los tiempos, si hubo algún tiempo antes de que hicieras el cielo y la tierra, ¿Por
qué se dice que te abstuviste de obrar? Tú habrías hecho ese mismo tiempo: no pudieron
pasar los tiempos antes de que los hicieras. Si antes del cielo y la tierra no había ningún
tiempo, ¿por qué se pregunta qué hacías “entonces”? No había “entonces” donde no
había tiempo.

El estilo confesional de San Agustín abarca también su tratamiento del tiempo, tal como
leemos en el siguiente párrafo del capítulo 14, que ha pasado a la fama entre todos los
filósofos del tiempo hasta el presente:66

¿Qué es, entonces, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo al que
me lo pregunta, no lo sé. Con todo, confiadamente afirmo saber que, si nada pasara, no
habría tiempo pasado; si nada adviniera, no habría tiempo futuro; si nada hubiera, no
habría tiempo presente. Pero entonces, esos dos tiempos, el pasado y el futuro, ¿cómo
existen, si el pasado ya no es y el futuro todavía no es? En cuanto al presente, si lo fuera
siempre y no pasara a ser pretérito, no sería tiempo sino eternidad. Así pues, si, para que
sea tiempo, el presente debe ser de tal modo que transite al pasado, ¿cómo podemos decir
de él que existe, cuando la razón por la que existe es que no existirá? En realidad, no
podemos decir verdaderamente que el tiempo existe sino en cuanto tiende a no existir.

Se han impreso ediciones de las Confesiones sin incluir este y otros capítulos, por
considerárselos demasiado filosóficos y que no forman parte de la autobiografía del Santo.
Sin embargo, en párrafos como éstos vemos que, más allá de que San Agustín no está
narrando ningún evento particular de su vida, su análisis del tiempo tiene mucho de
confesión, de relato interior. Por otro lado, por momentos parece llegar a la conclusión
parmenídea de que el tiempo (al menos el subjetivo) no existe.

Finalmente, San Agustín responde categóricamente a la pregunta sobre que hacia Dios
antes de crear el Mundo: no hubo antes, sino que Dios creó Mundo y Tiempo juntos. Por

65
Ibid., págs. 330-331.
66
Ibid. págs. 331 y 332.

43
otro lado, para nosotros seres humanos sólo existe el presente, por lo que el pasado no
existe, y mucho menos se puede decir que fue largo. Aparentemente podríamos decir que el
conjunto de los presentes sucesivos sí fue largo, haciendo una libre interpretación de la
frase Largo fue aquel tiempo siendo presente. Ahora bien, si el tiempo no existe, ¿en qué
sentido San Agustín dice lo que dice? Podríamos conjeturar una respuesta: si podemos
hablar acerca de lo que fue, es porque tenemos memoria, y la memoria es, y ese recuerdo de
algo prolongado es lo que existe ahora.

Los siguientes dos fragmentos del capítulo 23 muestran a un San Agustín que se diferencia
de su influencia platónica, al decir claramente que el tiempo es mucho más que el
movimiento de uno o de varios astros:67

Escuché decir a un hombre docto que el movimiento del sol, la luna y las estrellas
constituían los tiempos mismos, pero no estuve de acuerdo con ello. Pues, ¿por qué los
tiempos no han de ser más bien el movimiento de todos los cuerpos? Si se detuviesen las
luminarias del cielo y siguiera girando la rueda del alfarero, ¿acaso no habría tiempo con
el que medir esas vueltas y decir o que son de la misma duración o que, si unas giran más
lentamente y otras más rápido, unas se prolongan más y otras menos? Y, mientras decimos
estas cosas, ¿no hablamos también nosotros en el tiempo? ¿No habría en nuestras
palabras sílabas más largas y más breves por el hecho de que aquéllas sonaron durante
más tiempo y éstas durante menos tiempo?...

Por tanto, que nadie me diga que los tiempos consisten en el movimiento de los cuerpos
celestes. Porque también, cuando, por el deseo de un hombre, el sol se detuvo para que él
culminara su combate en victoria, el sol estaba detenido, pero el tiempo corría, tal es así
que la batalla se libró y terminó en el espacio de tiempo que le bastaba. Veo, pues, que el
tiempo es cierta distensión. Pero, ¿lo veo o me parece verlo? Tú, Luz, Verdad, me lo
mostrarás.

El enorme respeto que le tiene al enigma del tiempo lo lleva a rechazar que éste sea, dicho
en términos modernos, una propiedad emergente de cosas más fundamentales tales como el
cambio en la posición de los planetas y de las estrellas. ¿Por qué no considerar hechos
temporalmente privilegiados a nuestra pronunciación de sílabas, en lugar de a las
revoluciones de los planetas? Incluso mientras Dios detuvo al Sol, la batalla de Gabaón
narrada en el libro de Josué se realizó (más allá de que luego este hecho bíblico fuera
utilizado como argumento en contra de las ideas geocéntricas de Copérnico y de Galileo).

Para San Agustín, tanto los misterios comprendidos como los misterios aún sin resolver,
ambos son fuentes de admiración a Dios. La riqueza de nuestra ignorancia y la riqueza de
nuestra sabiduría, ambas nos acercan a Él. Aunque quizá podríamos decir que fue mejor
psicólogo que metafísico en su discusión acerca del tiempo, quizá justamente por esto,
dicha discusión se hace aún más valiosa en la historia del pensamiento universal, y de
enorme actualidad.

67
Ibid., págs. 337 y 338.

44
Según el físico y matemático Roger Penrose, San Agustín tuvo una “intuición genial”
acerca de la relación espacio-tiempo, cuando Agustín afirma que el Universo no nació en el
tiempo sino con el tiempo, que el tiempo y el universo surgieron a la vez. El físico y
divulgador científico Paul Davies comparte también esta afirmación. Podemos agregar que
San Agustín es un ejemplo sin antecedentes de honestidad intelectual y de apertura interior,
tanto existencial como filosófica, hacia sus lectores, aun sospechando de cierta “sobre
actuación literaria” de sus arrepentimientos o de su adoración y postración ante Dios.
Podríamos agregar que, si reemplazamos en el último párrafo citado, la palabra “Dios” con
la palabra “Misterio último”, podría ser un clamor del hombre moderno ante el sentido, o la
falta de él, del universo que lo rodea.

Fase Ateniense neoplatónica

La última fase del neoplatonismo está señalada por un retorno fuertemente erudito a las
obras de comentario de Platón y de Aristóteles.68 El precursor fue un comentador de éstos,
Temistio (Paflagonia, antigua área en la costa del mar Negro, c. 317 - Constantinopla, c.
388), que además fue un alto funcionario del Imperio Romano de Oriente. A continuación
listamos a los principales pensadores de dicho período, deteniéndonos en quienes realizaron
contribuciones significativas al problema del tiempo.

Plutarco de Atenas (350-432), llamado “el grande” por sus discípulos, fue el fundador de
esta fase, además de restablecer la Academia platónica en Atenas y dirigirla. Conocía todas
las tradiciones teúrgicas de la escuela, compartiendo la idea de Jámblico acerca de la
posibilidad de alcanzar la comunión con Dios a través de los ritos teúrgicos.

Siriano de Atenas (muerto c. 437) sucedió como director de la Academia a Plutarco de


Atenas en 431/432. Fue el principal maestro de Proclo, quien le sucedió a su vez en la
dirección de la Academia, distinguiéndose como comentador de Platón y Aristóteles.

Proclo (Constantinopla, 410 – Atenas, 485), llamado “el sucesor”, es considerado el último
gran representante de la especulación griega y a su vez el último filósofo pagano notable
del Imperio Romano de Oriente, o Imperio Bizantino. Llegó a los 20 años a Atenas para
quedarse definitivamente. En su obra de comentarista erudito y gran practicante del
ascetismo y de la teurgia, recogió las creencias y opiniones religiosas y filosóficas en un
sistema, que después sirvió de modelo a la escolástica árabe y cristiana.

Proclo comentó que en su época se había sintetizado el sistema matemático de Ptolomeo


con la cosmología física de Aristóteles (nueve capas esféricas concéntricas). Coincidió,
junto con Jámblico y contra Plotino, en que el tiempo no podía ser la vida del Alma del
Mundo. Viendo que Jámblico no estaba plenamente convencido en cuanto a representar al
tiempo como una línea, propuso una imagen del tiempo como un círculo que representa el
mundo sensible, y cuyo centro, que está en reposo, representa el mundo inteligible.

68
Mondolfo, op. cit. Vol.II, pág. 297.

45
Aceptó la existencia de dos tiempos propuesta por Jámblico que antes comentamos y, por
otro lado, en su obra perdida de Aeternitate Mundi contra Christianos, argumentó en contra
de un principio temporal para el Universo. Veremos más adelante que parte de los
argumentos de Proclo se conocen gracias a su contemporáneo y adversario filosófico
cristiano, Juan Filopón.

Dionisio Areopagita (Atenas, s. I.) fue un obispo y mártir ateniense. Según los Hechos de
los Apóstoles, fue miembro del Areópago ateniense o “Colina de Ares” (monte situado al
oeste de la Acrópolis de Atenas y sede del Consejo desde el 480 a. C. hasta el 425 d.C.), y
se convirtió posteriormente al cristianismo bajo la influencia de Pablo de Tarso. Fue el
primer obispo de Atenas y posteriormente sufrió el martirio bajo el emperador Domiciano.

Durante siglos se le atribuyeron diferentes obras que actualmente se consideran escritas por
un teólogo bizantino anónimo, denominado Pseudo Dionisio Areopagita, que vivió en
algún momento entre los siglos V y VI d. C. Estas obras, de inspiración neoplatónica,
tuvieron una amplia influencia en la escolástica europea medieval. Se cree entonces que fue
Pseudo Dionisio quien escribió una serie de cartas filosóficas que firmó con dicho nombre,
probablemente para resaltar el valor de ellas. Quizá fue uno de los discípulos de Proclo, que
luego de convertirse al cristianismo identificó la jerarquía de los espíritus celestiales
platónicos con los diferentes seres angélicos mencionados en las Sagradas Escrituras.

Los saltos temporales de Damascio


Nacido en Damasco c. 458 y muerto después del año 538, Damascio fue el último director
de la Academia de Atenas. En el año 529, el emperador del Imperio Romano de Oriente,
Justiniano I, cerró la escuela y Damascio, junto a seis de sus colegas, buscó refugio en la
corte de Cosroes I de Persia. Cuando el emperador y el rey persa firmaron un tratado de
paz, se permitió a los filósofos volver a Occidente, por lo que se cree que Damascio regresó
a Alejandría y trabajó allí en sus obras.

Su contribución a las ideas acerca del tiempo es digna de destacarse. Comparó al “tiempo
superior” de Jámblico con un río entero, desde su fuente hasta su boca, con la diferencia de
que este “río temporal” no fluye. Pensó al tiempo como un orden que evita que todos los
acontecimientos sucedan simultáneamente, o bien que se mezclen sucesos pasados con
futuros. Esto nos recuerda a la definición que dio el físico estadounidense John Archivald
Wheeler a partir de un grafiti que vió en un café de Austin, Texas, que decía: el tiempo es
la manera que la naturaleza tiene de evitar que todo suceda de una vez. Quizá la mayor
originalidad de Damascio sea la de haber propuesto la existencia de saltos o átomos
temporales, tal como se puede leer en los siguientes extractos de su Comentario sobre el
Parménides de Platón:69

O, como estábamos diciendo ahora, el tiempo siempre fluye y progresa mediante saltos, y
cada salto es un todo unido e indivisible en partes al nivel del progreso por intervalos. Hay

69
Sorabji, op. cit., pág. 55.

46
una medida diferente para diferentes saltos, una más corta para la estrella más lenta y una
más larga para la más rápida, que es por lo cual atraviesa el mismo círculo más rápido. Y
los tiempos deben diferir, dado que los movimientos lo hacen. Así también lo hacen los
reposos…

Para retomar, estos saltos son medidas temporales marcadas por secciones demiúrgicas y
de esta manera al menos indivisibles en partes. Cada uno es un todo junto, y debe decirse
que muestran el detenimiento del tiempo en su avance, y ser llamados un “ahora” no en el
sentido de un límite del tiempo, sino en el sentido de un tiempo que es demiúrgicamente
indivisible en partes, aún si es divisible en nuestro pensamiento, y eso infinitamente.
Porque los cuerpos son todos también infinitamente divisibles, y aun así hay en los cuerpos
secciones demiúrgicas que son indivisibles en partes.

En este texto de Damascio leemos la que quizá sea su mayor originalidad: una visión dual
del tiempo como continuo y atómico. En efecto, pensaba que el tiempo fluye dando saltos
de un átomo temporal a otro, pero por otro lado cada átomo está aislado de los otros, y
además es infinitamente divisible. De esta manera el presente tiene medida no nula, y al
mismo tiempo saltamos de presente a presente constantemente. Al decir que “estos saltos
son medidas temporales marcadas por secciones demiúrgicas” parecería significar que los
átomos temporales tienen marcas o secciones “de fábrica” que no se pueden quitar,
remover, y por ende son indivisibles (atómicos) “de origen”. Simplicio, en su Física, cita el
siguiente texto de Damascio:70

Es más, una cosa que nunca está en ningún tiempo recogida en una, sino que tiene su ser
en devenir: eso es lo que el tiempo es, en la forma de día, noche, mes, o año. Porque
ninguno de estos viene en una vez; ni tampoco lo hace una competencia, aunque una
competencia puede estar presente mientras sea lograda de a una parte en cada tiempo. Ni
tampoco una danza viene de una vez, porque ésta sucede también de a una parte por
tiempo, y aun así se dice que una persona está bailando la danza presente. De esta manera
también, entonces, todo el tiempo existe deviniendo, pero no siendo.

El ejemplo de competencia lo toma de Aristóteles, y de esta manera considera que puede


resolver las paradojas planteadas por el estagirita. Parecería que el devenir viene de a
cachitos, o sea de a tiempos finitos, atómicos, y solo es el tiempo presente, y mientras que
el tiempo como un todo deviene. En otro fragmento de la Física de Simplicio leemos las
siguientes palabras de Damascio:71

A continuación (Aristóteles) sostiene, que si el ahora cesa de existir, lo hace bien durante
él mismo o en otro ahora, dado que lo que cesa de existir lo hace en el tiempo, así como lo
que deviene a la existencia lo hace en el tiempo. Claramente este argumento requiere un
tiempo del tiempo; sin embargo él mismo denunció la idea de que hay movimiento del
movimiento. Y en general si tratamos de tomar medidas de medidas, seguiremos al infinito,
tomando una medida de codo para medir otra medida de codo, como si eso necesitara
medición, y poniendo un conjunto de números como previos a otros. Pero si eso está fuera

70
Ibid., pág. 57.
71
Ibid., págs. 60 y 61.

47
de lugar, y si cada una de las cosas mencionadas es perfectamente capaz de dar su propio
carácter peculiar para lo que sea que lo necesite, sin que necesite en sí misma participar
en la precisa cosa que ella misma es, entonces la sugerencia acerca del tiempo está
también fuera de lugar. Si hubiera alguien que dijera que hay tal necesidad, pienso que
estaría pensando bajo presión de algún otro, pero sería su propia decisión el dar una
medida a una medida. De esta manera no hay necesidad de que el tiempo cese de existir en
el tiempo, ni un ahora en un ahora. Por otro lado, no es posible para varios ahoras existir
simultáneamente. Porque la realidad del ahora se ve en el flujo del tiempo contra algún
resto presupuesto, sea lo que sea. ¿Cómo entonces, si el tiempo, que él mismo se mueve,
tiene su ser en el devenir, puede evitar el necesitar un tiempo adicional para medir y
ordenar sus partes, y evitar que ellas se escruten las unas a las otras? O la respuesta es
que el tiempo se mueve de manera de acompañar el movimiento y medirlo, así como el
codo se extiende a lo largo de la cosa que es medida y preserva el carácter peculiar de una
medida sin necesitar algo que la mida.

Sin duda es un fragmento de una sofisticación y sutileza grandes, pero aún así nos deja con
una sensación de respuesta inconclusa. Si no tiene sentido proponer tiempos con respecto a
los cuales surjan o cesen otros tiempos, tampoco queda resuelto el problema de como el
presente de gente que vivió hace mil años no es el mismo que nuestro presente. ¿En qué
momento o de qué forma dejó de ser presente? Parecería que Damascio descarta que haya
algo así como un “metatiempo”, o sea un tiempo en el que transcurre o acontece el,
digamos, “tiempo primero”, dado que llevaría a una regresión infinita. La paradoja
aristotélica no queda claramente resuelta, e incluso es más elegante la solución de
Aristóteles al sostener que el presente es una frontera, y no un existente con medida no
nula. De todas maneras, Damascio da un atrevido y genial salto intelectual, al sugerir que,
si no es necesario un tiempo del tiempo, entonces tampoco es necesario un tiempo de las
cosas, si cada una de las cosas mencionadas es perfectamente capaz de dar su propio
carácter peculiar. Evidentemente las reflexiones de Damascio son estimulantes y
provocadoras y merecerían una mayor atención en la historia del mundo de las ideas, más
aún hoy en día, cuando las nociones mismas de espacio y de tiempo están siendo puestas en
discusión, a la hora de compatibilizar la Mecánica Cuántica con la Teoría General de la
Relatividad.

El devenir de Simplicio
Poco se sabe acerca de dónde Simplicio vivió y enseñó a lo largo de su vida, pero sabemos
que era oriundo de Cilicia, en la actual Turquía, y vivió aproximadamente entre los años
490 y 560. Fue alumno de Amonio de Hermia en Alejandría, y luego fue un activo
integrante de la escuela neoplatónica de Atenas, hasta su disolución en 529. Trabajó con
Damascio en Alejandría, y compartió su exilio temporal a Persia. Simplicio tuvo
influencias eclécticas, y siguiendo las tesis del antes mencionado Siriano de Alejandría,
trató de conciliar a Platón y Aristóteles. En ese sentido identificó el “no ser” de Platón con
la “materia” de Aristóteles, de quien tomó la teoría del “intelecto agente”, que según el
estagirita era la parte de nuestra alma que nos permite acceder a lo universal y por ende al

48
conocimiento científico. Además, ese intelecto agente era algo separado del individuo, por
lo que algunos lo identificaron con la porción del alma que sobrevive a la muerte.

En lo que a nosotros interesa, debemos decir que Simplicio comentó extensamente las ideas
de Damascio acerca del tiempo, aunque no estaba de acuerdo con la idea de que el tiempo
todo exista completamente, negando cualquier idea parecida a nuestra conocida serie B
temporal. También rechazó la idea de saltos y de átomos temporales, tal como leemos en el
siguiente fragmento de su Física:72

Sin embargo, ni el avance todo en una movida ni el salto a través de una parte entera
me parece que tiene sentido, cuando se aplica al movimiento o al tiempo. Para un lugar,
cuyas partes se quedan en el mismo sitio, pienso que lo podemos contemplar agrupando a
las cosas juntas de esta manera. Pero para las cosas que tienen su ser en el devenir, no
podemos tomar todas las cosas de una movida, a menos que lo hacemos meramente en
nuestros pensamientos. Porque lo que fue tomado en una movida debería ser tomado no
como fluyendo, sino como estático, y no en cuanto deviniendo, sino en cuanto siendo. Y aún
así, ¿qué tiene este carácter entre las cosas, que tienen su ser en el devenir? Uno debería
más bien escuchar las siguientes afirmaciones del filósofo Damascio, y lo que dijo en sus
propias palabras.

Simplicio luego cita el párrafo de Damascio que vimos antes acerca del ser del tiempo en el
devenir, con lo que pretende retener la existencia del tiempo a través de su propio devenir.
Al rechazar la existencia de átomos temporales, Simplicio le quita todo ser al tiempo
dejándole solo devenir, con lo que pareciera que anticipa la filosofía de procesos del siglo
XX, introducida por A.N. Whitehead, así como algunas ideas de H. Bergson.

Simplicio escribió su Física posteriormente al año 529, en el que Justiniano le puso fin a la
enseñanza en la escuela de Atenas. Aunque existen controversias en cuanto a cuán
terminante fue dicha clausura, lo que está claro es que no hubo posteriormente a Simplicio
pensador alguno de relevancia en Grecia. Es más, según señala R. Sorabji73, podemos
considerar a la Física de Simplicio como la última gran contribución al pensamiento de la
antigüedad, al menos en lo que respecta al análisis de muchos de los problemas y paradojas
acerca del espacio, el tiempo y el continuo, planteadas por Aristóteles y demás filósofos de
la antigüedad. De todas maneras, antes de adentrarnos en el pensamiento de la edad media,
no podemos dejar de comentar las ideas acerca del tiempo de dos pensadores cristianos
prominentes.

72
Ibid., pág. 61.
73
Ibid., pág. 62.

49
La evolución del calendario entre la edad antigua y la edad
media

Uno da por sentado que el tiempo a escalas pequeñas, las que hoy en día llamamos horas o
minutos, estaban en la consciencia de los seres humanos de manera constante. De hecho,
ese no es el caso, como tampoco sería el caso con nosotros, si no dispusiéramos de relojes
acordes a esas escalas. Los ciudadanos del imperio mejor organizado de la antigüedad, nos
referimos a los romanos, no eran expertos en la medición del tiempo. En ese entonces no
eran abundantes ni los relojes de sol ni las clepsidras, ni en el centro ni en la periferia del
mundo romano, aunque familias adineradas ostentaban el tener una clepsidra, así como
también esclavos, que anunciaran las horas del día a sus amos.74 No obstante lo antes dicho,
los romanos fueron pioneros en tener un calendario que fuera incrementándose
indefinidamente, al igual que los griegos al contar las olimpíadas, sin volver “a cero” a
partir del cambio de una dinastía o reinado tal como lo hacían los egipcios.

Nuestro calendario actual es una modificación del calendario que Julio César introdujo a
partir del 1 de Ianuarius (enero) del año 45 a.C. (709 desde la fundación de Roma, o “a. u.
c.”, por ab urbe condita), motivado precisamente por una necesidad civil organizacional.
Como hasta ese entonces el calendario estaba basado en meses lunares, para ajustarlos a la
duración del año solar agregaban un mes extra cada dos años, lo que se prestaba a manejos
temporales discrecionales con fines políticos. De hecho, el año civil estaba tres meses
desfasado, al punto que los meses oficiales correspondientes al invierno, ¡caían en otoño!

Asesorado por el astrónomo griego Sosígenes de Alejandría, César dictaminó que el año 46
a.C. (708 a.u.c.) durara 445 días,75 y a partir de ahí el año sería enteramente solar, con un
año bisiesto cada cuatro años. Enero, marzo, mayo, julio, septiembre y noviembre tendrían
31 días, 30 el resto salvo febrero, que tendría 29 días. Esta simetría se rompió cuando el
emperador Augusto, en 7 a.C., le cambió el nombre a Sextilis (como el año romano
comenzaba el 1 de marzo, nuestro “agosto” era el sexto mes del año) por un nuevo nombre
en honor a él. El “mes de Augusto” tendría una nueva duración de 31 días, para “no ser
menos” que los demás meses, a costa de quitarle un día a febrero. Además, y para que no
hubiera tres meses seguidos de 31 días, septiembre y noviembre fueron reducidos a 30 días,
y octubre y diciembre aumentados a 31.

La Iglesia Católica adoptó este calendario para hacer sus cálculos de fecha litúrgicas,
aunque el Concilio de Nicea (325) señaló que los cálculos de Sosígenes tenían errores. La
fecha de la celebración de la Pascua de Resurrección se siguió definiendo como el primer
domingo después del primer plenilunio posterior al equinoccio “oficial” de primavera, el
que se fijaba el 21 de marzo.

Un conjunto de tablas de Pascua (tablas lunares confeccionadas para calcular la fecha de


ocurrencia de futuras pascuas) fueron confeccionadas por Cirilo de Alejandría (376-

74
Withrow, op.cit., pág. 66.
75
Ibid, pág. 66.

50
444)76, un cristiano erudito quien fuera Patriarca de dicha ciudad por varios años, contando
los años a partir del comienzo del reinado del emperador romano Diocleciano en el año
284, famoso por su prolongada persecución a los cristianos. Cirilo es famoso por haber
emprendido una persecución contra los judíos de Alejandría y haber expulsado a varios
miles de ellos, y también por haber estado involucrado, aunque no se sabe bien de qué
forma, en el asesinato de la filósofa y matemática Hipatia a manos de turbas cristianas. No
obstante esto último, a ojos de la Iglesia el balance de la vida de Cirilo fue positivo, ya que
en 1882 fue proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa León XIII.

El sistema Anno Domini de Dionisio el Exiguo y de Beda el


Venerable

Dionisio el Exiguo fue un monje oriundo de la antigua región de Escitia Menor (entre
las actuales Rumania y Bulgaria) que vivió aproximadamente entre los años 460 y 530. Fue
miembro de la comunidad de monjes escitas de Tomis, la ciudad principal de Escitia,
habiéndose destacado en matemáticas, además de como erudito eclesiástico. Desde
principios del siglo VI vivió en Roma como miembro de la Curia Romana.

A pedido del Papa Juan I, Dionisio trabajó durante años para obtener una ampliación de las
tablas usadas hasta entonces para el cálculo de la fecha de la Pascua77. Como esta fecha
depende de los ciclos lunares, Dionisio utilizó el más exacto hasta entonces, el ciclo
metónico de 19 años que vimos anteriormente, e incluyó cinco de tales ciclos para obtener
las fechas pascuales a lo largo de 95 años. En este contexto, Dionisio utilizó la datación
basada en el nacimiento de Cristo, o Encarnación, posiblemente sin la intención de que se
convirtiera en una nueva base cronológica. En una carta dirigida al entonces canciller del
papa Juan I (futuro papa Bonifacio), le explica detalles sobre la luna pascual de ese año,
que en sus tablas corresponde al año 242 de la era diocleciana o “era de los mártires”.
Como vimos antes, era costumbre en esa época fijar los años a partir del comienzo de algún
reinado. En este caso, la “era diocleciana” era la numeración de los años utilizada por los
cristianos de Alejandría durante los siglos IV y V, que como dijimos comenzaba en el año
284. Dionisio designa el año 525 como el del “consulado de Probo”, o sea que su referencia
era el “año consular”, oficial en su época, reemplazando los años dioclecianos de las viejas
tablas de Pascua, para no continuar con el recuerdo de un emperador tan adverso a los
cristianos. Lamentablemente Dionisio se equivocó en unos 4 a 7 años al datar el reinado de
Herodes I el Grande y asignó al nacimiento de Jesús el año 753 a. u. c., cuando
probablemente haya sido alrededor del 748 a. u. c.

Este sistema Anno Domini recién lo volvió a usar Beda el Venerable, de quien hablaremos a
continuación, para fechar los sucesos en su “Historia eclesiástica de los ingleses”, que
terminó de escribir en 731. Dado que el número “cero” aún no era aceptado en la Europa de
la Alta Edad Media, Dionisio no incluyó en nuestra era el año cero. Asombrosamente, el
sistema de Dionisio no sería usado demasiado sino hasta varios siglos después.

76
Ibid, pág. 70.
77
Ibid, pág. 70.

51
San Beda o Beda el Venerable fue un monje benedictino nacido alrededor del año
672, en los confines entre uno de los reinos de los anglos llamado Northumbria, y Escocia.
Sus padres lo confiaron a la edad de siete años al abad de un monasterio vecino, y a partir
de allí su vida siempre tendría lugar en diferentes claustros. Escribió la mayor parte de sus
obras en el monasterio de Saint Peter en Monkwearmouth, Sunderland, en el nordeste de
Inglaterra, y en su monasterio adjunto, Saint Paul, siendo su obra más conocida la Historia
ecclesiastica gentis Anglorum (Historia eclesiástica del pueblo de los Anglos), que le valió
el título de “Padre de la Historia Inglesa”. Sus escritos científicos incluyen un tratado de
gramática y un trabajo de fenómenos naturales titulado De rerum natura. También escribió
una cronología o historia abreviada del mundo, desde su creación hasta el año 725 titulada
De temporibus liber, y otra similar, pero hasta el año 703 titulada De temporum ratione,
editadas repetidas veces durante varios siglos. Falleció en 735 en Jarrow, al nordeste de la
actual Inglaterra, cerca de Escocia.

Como dijimos antes, Beda comenzó la práctica de dividir la era cristiana en “Antes de
Cristo” y “Después de Cristo”. Defendió que la Tierra era una esfera estática con cinco
zonas, de las cuales solamente las dos templadas eran habitables, y sólo la del hemisferio
norte estaba habitada de hecho. Rodeando la Tierra estaban los siete cielos: el aire, el éter,
el Olimpo, el espacio ígneo, el firmamento con los cuerpos celestes, el cielo de los ángeles
y el cielo de la Trinidad. Las aguas del firmamento separaban la creación corpórea de la
espiritual. Su visión del Universo era una combinación del sistema aristotélico y algunas de
sus esferas de carácter divino cristiano, con el sistema de epiciclos de Ptolomeo, y tuvo una
noción clara de las fases de la luna, así como de los eclipses.

Pensemos que hacia el año 700, en Occidente el aprendizaje del legado filosófico y erudito
en general de la antigüedad estaba confinado prácticamente sólo a Irlanda y a la costa de
Northumbria.78 La falta de comunicación fluida con el continente llevó a que la Iglesia
Británica (también conocida como Iglesia Celta) y la Iglesia Romana tomaran rumbos
diferentes en algunos aspectos litúrgicos, entre ellos la fecha de la Pascua. Beda logró
alinear a ambas iglesias en lo que respecta a esta cuestión y le dio la razón a la Iglesia
Romana. Calculó tablas de Pascua para el período que va entre los años 532 y 1063, y
como mencionamos antes, introdujo el sistema de Dionisio el Exiguo en Inglaterra. De
todas maneras, recién en el siglo X, bajo el papado de Juan XIII, fue que la Iglesia comenzó
a datar los años a partir del nacimiento de Cristo.

El tiempo en el mundo islámico frente a una Europa oscurecida


Afortunadamente para el posterior desarrollo filosófico y científico de Occidente, la ciencia
griega encontró un refugio en el recién nacido Imperio árabe que, en el transcurso del siglo
VII, conquistó todas las tierras del norte de África y pasó a España a través del estrecho de
Gibraltar. El quinto y más famoso califa de la dinastía abasí de Bagdad, Haroun Al-
Raschid, el de la historia de “Las mil y Una Noches”, quien gobernó entre 786 y 809, envió

78
Ibid, pág. 71.

52
agentes a Bizancio para obtener manuscritos de filósofos griegos, para posteriormente
hacerlos traducir al árabe. Su hijo Al-Ma'mún, quien gobernó entre 813 y 833, fundó una
escuela de ciencias en Bagdad llamada “La Casa de la Sabiduría”, y alcanzó un pico en el
ritmo de las traducciones.79 Por otro lado y en el extremo occidental del imperio, la ciudad
de Córdoba en España se convertía en otro importantísimo centro cultural en suelo europeo.
Los eruditos árabes estudiaron y tradujeron manuscritos griegos salvados de las bibliotecas
helénicas, parcialmente destruidas. La era arábiga dejó su impronta a través de términos
científicos, aún en uso actualmente, tales como “álgebra”, “alcohol”, “álcali”, “amalgama”,
“almanaque”, “Antares”, etc. Los árabes desarrollaron el álgebra, desconocida para los
griegos, e introdujeron los numerales arábigos que hacen mucho más fácil el cálculo de lo
que era con el sistema romano. También realizaron importantes contribuciones a la óptica,
así como a la filosofía a través de originales comentarios a las obras de Aristóteles y otros
filósofos griegos. En el siglo XII el Imperio árabe sucumbió rápidamente como resultado de
la invasión de Genghis Khan (fundador del primer imperio mongol), y también debido a las
repetidas Cruzadas cristianas a Tierra Santa.

Por este tiempo, los Estados europeos estaban emergiendo lentamente de la alta y “oscura”
Edad Media. En el año 787 Carlomagno, en su calidad de soberano del Imperio franco,
emitió una carta a todos los obispos y abades del Imperio estableciendo que todas las
abadías y catedrales debían tener escuelas agregadas.80 El curso corriente de estudios
consistía en el “trivium”, que incluía gramática latina, retórica y lógica, y el “quadrivium”,
que incluía aritmética, geometría, música y astronomía, disciplinas derivadas de la
Academia platónica. A partir de su coronación como Emperador del Sacro Imperio
Romano en en año 800, Carlomagno intensifica la fundación de abadías a lo largo del norte
de Europa, y lleva la educación y el estudio de la sabiduría antigua. Posteriormente,
cambios políticos y sociales conducirían hacia el llamado “Renacimiento del siglo XII”,
para cuyo aspecto intelectual sería de enorme importancia la traducción del árabe al latín de
obras de filósofos antiguos preservadas gracias al mundo islámico.

En lo que respecta a la isla de Gran Bretaña, las invasiones vikingas a Inglaterra demoraron
su afianzamiento como nuevo centro de estudio. Posteriormente con las invasiones de los
normandos y la exigencia de éstos de que cada propiedad tuviera debidamente justificado
su origen, hizo que muchos monasterios se preocuparan por averiguar (o en algunos casos
forzar) su historia. Esto provocó un florecimiento de la historiografía en Inglaterra, uno de
cuyos principales exponentes fue nuestro recién comentado Beda el Venerable.

Los intelectuales del mundo islámico estaban al tanto de los argumentos de Juan Filopón a
favor del comienzo del Universo, y también de los de sus oponentes. Similares argumentos
dados por San Juan Buenaventura (a quien muchos atribuyeron equivocadamente
originalidad en este tema), por San Alberto Magno y por Santo Tomás de Aquino, se
inspiraron en sus respectivas lecturas de obras de pensadores islámicos, que entre otras
cosas discutían acerca de los argumentos de Juan Filopón.

79
David C. Lindberg, The Beginnings of Western Science, The University of Chicago Press, Chicago, 1992,
pág. 168.
80
Ibid. pág 185.

53
Salvo excepciones, los filósofos islámicos aceptaron la teoría de Aristóteles acerca de un
tiempo infinito hacia el pasado, o sea la ausencia de comienzo (no necesariamente de
creación) del Universo. También diferenciaron el tiempo eterno absoluto, trascendente al
tiempo humano, del conteo de cualquier duración, concepto vinculado a nuestra propia
percepción temporal.

El tiempo sin comienzo de Avicena


Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sīnā, conocido luego como “Avicena” en el
occidente cristiano, fue médico, filósofo y científico, y nació en Persia, más precisamente
en Afshana, provincia de Jorasán, situada en la actual República de Uzbekistán, alrededor
del año 980, y murió en Hamadán, ciudad ubicada en la actual República Islámica de Irán,
en 1037. Escribió más de cuatrocientos libros, predominantemente de filosofía y medicina,
de los cuales “El libro de la curación” y “El canon de medicina” son los más conocidos. Sus
discípulos a veces se referían a él como “el tercer Maestro” (después de Aristóteles y el
filósofo musulmán Al-Farabi). Fue el vehículo principal de la presentación del pensamiento
aristotélico (aunque con influencias platónicas) ante los eruditos occidentales de la Edad
Media, luego de que sus obras se tradujeran al latín en el siglo XII. Declaró haber leído en
más de cuarenta ocasiones la Metafísica de Aristóteles. Consideró que la Razón era una
manifestación objetiva de la voluntad del propio Dios, y la colocó por encima de todo ser.
Es más, señaló que a través de la razón somos llamados a buscar la perfección a lo largo de
nuestras vidas.

Avicena argumentó a favor de un universo sin comienzo, tomando el argumento de


Simplicio acerca de que, aunque hayan existido un número infinito de almas, el número en
la actualidad es finito, ya que las pasadas ya no están. Como los neoplatónicos creían en la
inmortalidad de las almas, habían postulado un reciclado (reencarnaciones sucesivas)
eterno de un número finito de almas. Avicena en cambio, quien también creía en la
inmortalidad de las almas, sostenía que efectivamente había un número infinito de almas,
algunas encarnadas, otras ya no, y otras por encarnar. Argumentó en contra de conjuntos
infinitos ordenados, argumentando que si le quito a una semirrecta una porción finita de su
extremo finito (supongamos izquierdo) y la alineo con otra semirrecta que antes comenzaba
en el mismo punto, como debería ahora ser más corta, entonces su extremo infinito debería
terminar “antes”, concluyendo así que los conjuntos infinitos ordenados no pueden existir
de hecho. Como el conjunto de las almas no es un conjunto ordenado (por ejemplo,
podríamos decir que los seres desencarnados “no forman ningún tipo de fila”), entonces no
habría ningún problema en que hubiera un número infinito de éstas.81

Como último comentario, mencionamos que Avicena también propuso que toda división de
las duraciones se debe a cortes imaginarios en instantes que hacen los seres humanos, lo
cual puede ser considerado como un sensato convencionalismo si nos referimos a la
existencia de los días, minutos, segundos, etc., todas invenciones humanas con sentido
práctico.

81
En Sorabji, op.cit., págs. 225 y 226.

54
El nominalismo temporal de Averroes
Abū l-Walīd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd, “Averroes” para
occidente, nació en Córdoba, en el entonces Al-Ándalus, en 1126, y murió en Marrakech en
1198. Fue maestro de filosofía y leyes islámicas, además de matemáticas, astronomía y
medicina. Además de elaborar una enciclopedia médica, escribió comentarios sobre la obra
de Aristóteles (se lo conocía como “El Comentador”). En su obra “Refutación de la
refutación” (Tahafut al-tahafut) defendió la filosofía aristotélica frente a las afirmaciones
del teólogo y filósofo persa Al-Ghazali acerca de que la filosofía estaría en contradicción
con la religión, y sería por lo tanto una afrenta a las enseñanzas del Islam. Sus escritos
influyeron en el pensamiento cristiano de la Edad Media y el Renacimiento.

En su obra conocida como “Gran comentario”, Averroes formuló su teoría del pensamiento
o “noética, la que parte de la distinción aristotélica entre dos intelectos, el nous pathetikós
(intelecto receptivo) y el nous poietikós (intelecto agente). Para Averroes el nous poietikós
es Dios mismo, mientras que nuestra alma, que es mortal, es sólo el nous pathetikós.
Dedicó muchas páginas a explicar cómo piensa el ser humano, y cómo es posible la
formulación de verdades universales y eternas por parte de nosotros, seres perecederos.

En anticipación a los nominalistas occidentales franceses del siglo XIV, Averroes sitúa el
origen de la intelección en la percepción sensible de los objetos individuales, y su fin es la
universalización. Esta universalización no existe fuera del alma, sino que siente e imagina
para finalmente captar el universal. Este universal tiene una existencia relativa, o quizá
deberíamos decir parcial, en cuanto a que aparece en nuestras mentes en la forma de un
particular imaginado cada vez, y es nuestro intelecto el que proporciona una especie de
“clase de equivalencia mental de hecho”. Por ejemplo, agrupamos todas las veces en que
hemos pensado en un perro, probablemente en un individuo diferente cada vez, en un
conjunto de “constructos” o imágenes al que llamamos “concepto perro”, en referencia a
ese conjunto de imágenes particulares, sumadas a las instancias en que vimos perros reales,
éstos últimos pertenecientes al mundo de las cosas sensibles. En su obra Tahâfut expone la
necesidad de que la ciencia se adecue a la realidad concreta y particular, pues no puede
existir conocimiento directo de los universales. Estas consideraciones generales nos
permiten entender mejor la filosofía temporal averroísta.

En lo que respecta al tiempo, Averroes consideraba que la duración es una potencia de


movimiento que se hace actual con la numeración del alma, quien percibe al tiempo en todo
movimiento. La realidad es capaz de cambio y nosotros lo percibimos como flujo temporal.
Nuestro acto de contar, de enumerar, que requiere entre otras cosas de nuestra memoria, es
lo que le da actualidad a la duración. Dado que además pensaba que el origen de todos los
cambios en la naturaleza está en el movimiento de la esfera celeste, el tiempo es un aspecto
inseparable de dicho movimiento astronómico, en buena aproximación al pensamiento
platónico. Por otro lado, podríamos decir que era un “nominalista cronométrico” al
considerar que las mediciones del tiempo están en nuestra mente, aunque para ser más
exactos, deberíamos quizá llamarlo un “conceptualista temporal”. Complementando lo

55
anterior, sostendrá que el pasado y el futuro no son cosas reales en sí mismas, sino que de
alguna manera son construcciones del alma.82 En otras palabras, nuestro “concepto tiempo”
refiere al conjunto de todas las veces en que hemos medido lapsos, en que hemos contado
minutos, segundos, en que hemos “palpitado” de alguna manera duraciones. Debemos
mencionar que el nominalismo oficialmente entendido como tal aparecerá en occidente
recién en el siglo XIV.

Los átomos temporales de Maimónides


Moshé ben Maymon (Maimónides) fue un rabí judío nacido en Córdoba en 1135, y
muerto en El Cairo en 1204. Ejerció como médico, y estando en Egipto fue Saladino su
paciente más ilustre. Se interesó también por la astronomía y la filosofía, habiendo
construido un sistema escolástico judío, el cual escribió en árabe. Se diferenció de
Aristóteles en cuanto a que criticó la prueba de que el Universo siempre existió. Para
Maimónides, la creación fue a partir de la nada, con lo cual Dios no sólo le dio forma a la
materia informe, sino que también la creó (hubo en la edad media quienes sostenían que la
materia era increada, y que la creacion de Dios consistió en darle forma). En su obra más
conocida, la “Guía de los perplejos”, escribe83

El tiempo está compuesto de átomos temporales, (o sea) de muchas partes, las que debido
a su corta duración no pueden ser divididas…

Una hora es (por ejemplo), dividida en sesenta minutos, el segundo en sesenta partes y así
sucesivamente; finalmente luego de diez o más divisiones sucesivas por sesenta, se
obtienen elementos de tiempo que no son sujeto de división, y de hecho son indivisibles.

Es notable que Maimónides proponga intervalos temporales inimaginablemente pequeños,


y más en esa época, equivalentes a menos de trillonésimas de segundo, o attosegundo (10-18
segundos), del orden de magnitud de la precisión de los relojes más estables de la
actualidad.84 Explica su idea de átomos temporales el hecho de que haya tenido influencias
del epicureísmo y que conociera las paradojas de Zenón, además de haber leído muchos de
los escritos de Platón y Aristóteles.

Maimónides pertenecía al grupo de pensadores medievales que tenían una visión


drásticamente contingente y no causal del Mundo, en la que su existencia en un instante
dado no implicaba su existencia en un instante posterior. Evidentemente esta visión,
conocida como “ocasionalista”,85 requería de la acción creadora constante de Dios, en
contraposición al pensamiento deísta, cuyos mayores representantes serán Newton y los
mecanicistas que le sucedieron. Podríamos decir que Dios no se puede “quedar dormido” ni
un segundo, dado que en ese caso el Mundo simplemente se desvanecería.

82
En Sorabji, op.cit., pág. 97.
83
En Withrow, op.cit., pág. 79.
84
Fritz Riehle, Towards a redefinition of the second based on optical atomic clocks, Comptes Rendus
Physique, 16 (2015), págs. 506-515.
85
Ibid, págs. 297 y 298.
56
El paulatino ocaso intelectual del mundo islámico

Bagdad, capital del califato Abasí, perdió parte de su esplendor con los ataques turcos que
la convirtieron a principios del siglo XIII en títere de los mamelucos, caudillos miliares
turcos de origen eslavo. Por si ésto fuera poco, en 1258 el nieto del conquistador mongol
Gengis Kan, Hulagu Kan, saqueó Bagdad, aunque posteriormente fundó un observatorio
en Maragha, Azerbaidján, donde se reunió una biblioteca de unos 400.000 volúmenes y al
que fueron astrónomos desde España hasta China.

Un escocés que anticipa el rol del observador, en este caso en la


actualización del tiempo

Juan Duns Scoto fue un teólogo escolástico franciscano que nació en Duns, Escocia, en
1266, y murió en Colonia, Alemania, en 1308. Estudió en las universidades de Cambridge,
Oxford y París, y enseñó en estas dos últimas. La sutileza de sus análisis le valió el
sobrenombre de Doctor Sutil, ya que criticó ciertas posiciones aristotélicas de Santo Tomás,
desde un lugar parcialmente agustiniano. Durante mucho tiempo se le veneró como santo
sin mediar canonización, hasta que en 1993 el Papa Juan Pablo II confirmó su culto como
beato.

Basándose en que Dios puede crear otros mundos con otros movimientos, además de mover
la esfera celeste como un todo, una de las condenas de 1277 fue la creencia de que los
movimientos no pueden continuar si la esfera celeste cesa de moverse. De acuerdo con esta
condena, Scoto sostenía que existe un tiempo potencial en las cosas que tiene una
existencia real fuera de la mente, incluso en ausencia de todo movimiento, dado que el
potencial de actuar de la naturaleza persiste aún en una situación estática.86 Sutilmente
agrega que el tiempo potencial, aunque objetivo, no tiene existencia de hecho, sino virtual.
El tiempo virtual es continuo y sucesivo, pero no contiene partes diferentes de hecho. El
tiempo es una sucesión formal de las partes del movimiento, y se actualiza como una
cantidad determinada cuando se lo somete a la medición (las cursivas son nuestras). Es
notable como este último párrafo nos trae al presente, a una de las interpretaciones de la
Mecánica Cuántica más famosas, la de Copenhague, en la que algunas de las propiedades
de un sistema fisico, pasan de tener un carácter virtual a adquirir un carácter real, mediante
el acto de un observador. Recapitulando, para Duns Scoto el tiempo objetivo, en el sentido
de tiempo independiente de cualquier subjetividad, es potencial, y como tal es continuo. Por
otro lado, el tiempo medido, en el sentido de medición realizada por un sujeto observador,
se actualiza subjetivamente y es discreto, ya que se fundamenta en el carácter finito y
discrecional de los actos de medición/observación de los sujetos. El tiempo medido es
entonces una composición de magnitudes continuas virtuales, que se actualizan en
magnitudes actuales y discontinuas.

86
Philip Turetzky, Time, Routledge, London, 2000, pág. 65.

57
Muchas de estas cuestiones Scoto las trata en su obra Quaestiones Quodlibetales. Como
valoración general de Scoto mencionamos que, influido por la escuela de Oxford, creyó que
sólo es científico el conocimiento que se obtiene por medio de las causas, demostró las
propiedades de las cosas, y aceptó el modelo científico deductivo de las matemáticas. Esta
será una de las anticipaciones epistemológicas y metodológicas de la revolución científica,
emprendida por Galileo Galilei dos siglos y medio después.

Nicolás de Oresme: Un tiempo para la guerra y un tiempo para


la paz
Nicolás de Oresme nació en Normandía c.1323 y falleció en 1382. Se destacó en numerosas
disciplinas tales como la economía, las matemáticas, la astronomía, la filosofía y la música.
Fue también teólogo y obispo de Lisieux, además de traductor y consejero del rey Carlos V
de Francia. Oresme fue un adelantado a su época en muchos aspectos,87 casi un moderno
podríamos decir, ya que combatió fuertemente el racismo y la astrología, e incluso especuló
sobre la posibilidad de que hubiera otros mundos habitados en el espacio. Fue el último
gran intelectual europeo que se desarrolló académicamente antes del surgimiento de la
peste negra. Fue nominalista y por otro lado introdujo un método para representar
gráficamente las velocidades, con la distancia recorrida en el eje horizontal y las
velocidades como alturas perpendiculares en diferentes puntos. Incluso realizó el primer
intento de representar el movimiento uniformemente acelerado. Debido a que las
matemáticas en ese entonces no eran lo suficientemente avanzadas, esta representación no
era exacta, pero aun así podemos decir que Oresme anticipó ideas que recién serían
desarrolladas tres siglos después por Descartes y por Newton.

Demostró que las razones propuestas por la física aristotélica contra el movimiento del
planeta Tierra no eran válidas, e invocó el argumento de la simplicidad (de la navaja de
Ockham) en favor de la teoría de que es la Tierra la que se mueve, y no los cuerpos
celestes. Agregó que no se puede demostrar que sean los cielos y no la Tierra quienes roten,
asociando esta idea con la teoría del impetus elaborada por su maestro Jean Buridan.
Argumentaba que, si la Tierra tuviese un giro diurno, la velocidad de cada cuerpo celeste
sería proporcional a su grado de imperfección (o sea más lento cuanto más perfecto). Esta
valentía lo diferenció de Buridan, Alberto de Sajonia y Ockham, quienes apoyaban
tácitamente la idea de una Tierra rotante, pero nunca lo expusieron tan claramente como
Nicolás.

En lo que al tiempo respecta, es interesante su argumento sobre la inconmensurabilidad de


los períodos planetarios, que sugieren una idea de tiempo lineal, sin ciclo universal alguno.
En el siguiente fragmento de su obra matemática y geométrica conocida como Ad pauca
respicientes (Acerca de algunas cosas) leemos:88

87
Peter Pesic, Music and the Making of Modern Science, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 2014,
págs. 21-25.
88
Bert Hansen, Nicole Oresme and The marvels of nature: a study of his De causis mirabilium with critical
edition, translation, and commentary, Pontifical Institute of Mediaeval Studies, Toronto, 1985, págs. 18-20.
58
No hay ningún registro conocido entre las cantidades que describen los movimientos de los
cuerpos celestes...

Resulta de esta inconmensurabilidad que es imposible predecir científicamente el lugar o


el momento exacto de algún aspecto, oposición, conjunción, o configuración, acaecida o
futura...

Es probable que en un instante dado los cuerpos celestes estén reunidos de un modo tal
que no lo estuvieron jamás de ese modo en el pasado, y que no lo estarán jamás en el
futuro, no ha habido ni habrá configuraciones o disposiciones similares en toda la
eternidad.

Por ende, Oresme concluye que es imposible emitir un juicio sobre el futuro, con lo que el
tiempo pasa a ser sinónimo de novedad, concepto sin dudas profundo que sigue siendo
motivo de debate en la actualidad. Este argumento ya había sido formulado a fines del S.
XIII por el belga Henri Bates de Malines, en su traducción latina de los tratados de
Abraham Ibn Ezra (intelectual judío andalusí). Consecuentemente, Nicolás se opone
igualmente a la teoría del Gran Año de Platón, desarrollando estas ideas aún mas en su obra
De incommensurabilitate motuum celestium, o Tractatus de commensurabilitate vel
incommensurabilitate motuum celi (“Acerca de la inconmensurabilidad de los movimientos
celestes”, o “Tratado de la conmensurabilidad e inconmensurabilidad de los movimientos
celestes”).

En relación con la infinita variedad de los cielos y de los constantes cambios y novedades
que trae el paso del tiempo, Oresme escribió en su obra titulada Le Livre du ciel et du
monde (El libro del cielo y del mundo):89

Dado que los cuerpos de nuestro mundo están gobernados por cuerpos celestes y por sus
movimientos naturales, como dijo Aristóteles en su primer libro de Meteoros, se sigue por
lo tanto que los cuerpos terrestres son continuos a nuevos y diferentes arreglos tales que
no existieron nunca previamente y que las cuestiones humanas, excepto aquellas que
dependen de la voluntad humana en oposición a la inclinación natural, son continuamente
diferentes y tales como nunca fueron de ninguna manera antes. Así como el cambio no
puede existir a menos que sea para mejor o para peor, -aunque ambos mejor y peor son a
veces para lo mejor - y así como el canto coral por voces excelentes no es tan bueno si las
voces siempre cantan en armonía absoluta, de la misma manera las cosas aquí abajo están
a veces en mejor estado que otras veces, dependiendo de las variaciones en la música
imperceptible de las esferas; de acuerdo a ello, a veces tenemos paz, a veces guerra, como
las Escrituras dicen: Un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz; una vez
esterilidad, en otro tiempo fertilidad, y así con todos los demás cambios.

La novedad constante tiene, entre otras consecuencias, que ni la paz ni la guerra son para
siempre, y podríamos agregar que tampoco podemos ninguno de nosotros dormirnos en

89
Peter Pesic, op.cit., pág. 31.

59
laureles de ningún tipo, sino más bien estar alertas a los imprevistos cambios que siempre
acontecen.

El tiempo y el nacimiento de la ciencia y la filosofía modernas


No es casual que la noción de tiempo absoluto se fuera desarrollando y afianzando
paulatinamente a partir del siglo XIV. Una motivación pretérita la encontramos a partir de
la división del día en ocho horas canónicas en los monasterios benedictinos, ya en el siglo
VI. El principal mandato es el ora et labora, para el que se consideró el mejor
aprovechamiento de la luz solar según las distintas estaciones del año, para lograr un
equilibrio entre el trabajo, la meditación, la oración y el sueño.

La longitud de estas horas era claramente desigual entre las estaciones. A partir del
desarrollo de los relojes mecánicos, los cuales eran en principio independientes de los
tiempos astronómicos, se posibilitó el establecimiento de horas con una duración
independiente de la época del año. En este sentido la principal invención la constituye el
Foliot, inventado entre los años 1300 y 1400.90 El nombre deriva del francés faire le fou,
algo así como “estar loco” o “dar vueltas como un loco”. Este mecanismo también se
conoce como escape Verge, y es perpendicular al eje de giro principal del reloj. En la parte
superior hay una rueda dentada, la cual es movida por dos pesas colgando de una polea, y
que empuja dos paletas fijadas a una varilla, la que a su vez hace mover a una barra
horizontal oscilante. Esta “lenta caída” es rítmica, al permitir al engranaje avanzar a
intervalos regulares.

Una consecuencia socioeconómica inesperada consistió en que los trabajadores pasaron de


vender su trabajo en función de los productos elaborados, a vender su tiempo. La hora
uniforme de 60 minutos se fue afianzando en la industria textil, a punto tal de que, en 1335,
el gobernador de la región francesa de Artois autorizó a los habitantes del pueblo Aire-sur-
la Lys construir un campanario que sonara cada hora de trabajo de los empleados textiles.91

En el terreno filosófico, el nominalismo, corriente negacionista de la existencia objetiva de


los universales, favoreció un tratamiento dual del tiempo en varios pensadores
inmediatamente posteriores, en el que coexistían visiones atomistas y visiones continuas de
este concepto. Mencionaremos dos ejemplos, de alguna manera duales entre sí, y ambos
seguidores de Ockham. Por un lado, tenemos al Fraile Menor Nicolás Bonet (c.1280 -
1343), quien fue teólogo y llegó a ser Obispo de Malta, y era conocido como “Doctor
Pacificus” debido a su modo suave de dar clases y sermones. Bonet sostenía que el tiempo
real, el que regula de alguna manera los movimientos, se compone de partes indivisibles,
mientras que a nuestro tiempo mental lo percibimos como continuo. Por el otro lado
debemos mencionar a su contemporáneo Ioannes Canonicus, quien sostenía lo contrario, o
sea que el tiempo real es discontinuo, mientras que el flujo temporal en nuestra mente da
saltos, donde quizá a cada salto lo podríamos relacionar con una unidad de pensamiento. Lo
que esto muestra es una creciente separación entre un supuesto tiempo natural o real, y un

90
Withrow, op.cit., págs. 102–107.
91
Ibid., pág. 108.

60
tiempo subjetivo o mental, que se instalará en los debates filosóficos definitivamente hasta
nuestros días.92

El eterno retorno del péndulo: el tiempo medible de Galileo


Galilei
Entre los siglos XIV y XVI muchos cambios religiosos y políticos sucedieron en Europa, y
en lo que al tiempo respecta, los relojes se fueron perfeccionando poco a poco. El
reemplazo de pesas por resortes permitió reducir el tamaño de los relojes mecánicos, cosa
que permitió la aparición de relojes domésticos, aunque por supuesto de uso restringido a
las familias ricas. La idea de un tiempo independiente de cualquier movimiento particular
se fue afianzando, particularmente en los países donde la reforma protestante fue ganando
terreno, en parte como oposición al complejo calendario católico, en el que cada día tenía
un significado litúrgico determinado. No obstante lo dicho, la siguiente revolución en
cuanto a la concepción del tiempo respecta, ocurrió en el mundo católico, concretamente en
la Italia post renacentista, de la mano de Galileo Galilei.

En 1564 Pisa pertenecía al Gran Ducado de Toscana. En ese año nacía Galileo, hijo del
músico y matemático florentino Vincenzo Galilei, quien años después muy probablemente
le haría conocer a su hijo las modernas ideas heréticas acerca de una Tierra que gira
alrededor del Sol.93 En el inicio de su adolescencia Galileo entró al convento de Santa
María de Vallombrosa (Florencia), donde recibió una formación religiosa que le llevó a
plantearse unirse a la vida eclesiástica. Esta opción no era del agrado de Vincenzo, quien
aprovechó una infección en el ojo de Galileo para sacarlo del convento, alegando “falta de
cuidados”. Dos años más tarde, Galileo fue inscrito por su padre en la Universidad de Pisa,
donde estudió Medicina, Filosofía y Matemáticas.94

Un día que asistía a misa en la catedral de Pisa, observó una lámpara colgante que se
movía. La amplitud de las sucesivas oscilaciones era cada vez menor, y la lámpara se
aproximaba al reposo, como sabemos, debido fundamentalmente al roce con el aire. Por
algún motivo, a Galileo se le ocurrió medir el tiempo de las sucesivas oscilaciones, por
medio del único “ciclo a mano” que tenía, su propio pulso. Fue así como descubrió que la
duración de las oscilaciones no variaba al disminuir su amplitud. Experimentando en su
casa descubrió además que, para una longitud dada de la cuerda, el período de oscilación
era independiente del peso de la piedra colgante. Sugirió entonces el uso de un péndulo de
una longitud dada como una buena medida del “tiempo”, en particular para medir los
latidos del pulso de los pacientes: así nacía el “pulsómetro”.95

Al descubrir más adelante que todos los cuerpos caen con la misma aceleración en el caso
ideal en que podemos despreciar el roce del aire (la llamada “ley de la universalidad de la

92
Turetzky, op.cit., págs. 66-70.
93
Pesic, op.cit., págs. 48-54.
94
Johannes Hemleben, Galileo, Salvat, Barcelona, 1985, págs. 25-36.
95
George Gamow, Biografía de la Física, Salvat, Barcelona, 1987, págs. 27 y 28.
61
caída libre”), Galileo pudo comenzar a entender por qué el período del péndulo es
independiente de la amplitud de oscilación. En efecto, este movimiento es un caso especial
de una caída originada por la fuerza de la gravedad, pero en un “tobogán curvo”. Galileo
realizó muchos experimentos para comprobar esta ley, abstrayendo magistralmente, tal
como mencionamos, la resistencia del aire. Estos pasos revolucionaron poco a poco la
concepción del tiempo, y el hombre empezó a sentir que estaba corriendo poco a poco el
velo del “ritmo oculto de las cosas”, un ritmo independiente de la rotación de tal o cual
planeta. La idea de un ritmo universal, de un tiempo absoluto, e incluso quizá del “tiempo
de Dios”, se estaba plasmando como una idea a la cual sería posible acceder.

Galileo consideró más y más al tiempo como una entidad que se puede describir
geométricamente, como un “eje en un gráfico”. Quizá sin saberlo, estaba contribuyendo al
surgimiento de nuevos problemas, por ejemplo, ¿cómo incluir el flujo del tiempo en un eje
matemático?, o ¿hay que tomarse en serio dicho eje? en el sentido que ¿tiene el tiempo
realmente tantas cosas en común con una recta? Por otro lado, si hay infinitas intensidades
de velocidades en un dado intervalo, ¿significa que el tiempo es continuo? Claramente,
luego del fallecimiento de Galileo en Florencia en 1642, el tiempo en la mente de los
filósofos naturales ya nunca más volvería a ser el mismo.

El tiempo absoluto de Newton


Para muchos el más grande físico de todos los tiempos, Isaac Newton nació en 1642 en
Woolsthorpe, un pueblo del condado de Lincolnshire, y falleció en Londres en 1727. Su
padre, agricultor, falleció antes de que naciera su hijo. Durante su infancia Isaac no gozó de
una salud demasiado sólida, y eso sumado a su entonces timidez hizo que no se destacara
como un buen alumno. Un antes y un después fue su primera riña con un compañero de la
escuela que, además de ser uno de los mejores estudiantes de la clase, era muy agresivo
hacia los demás muchachos. Al recibir un golpe en el vientre de parte de este joven,
Newton lo desafió a luchar y lo venció debido a, dicho en sus propias palabras, su “espíritu
superior y resolución”. Poco tiempo iba a pasar para que extendiera su victoria en el campo
de la inteligencia, al destacarse entre los primeros de su clase.

Vivió parte de su adolescencia en el pueblo de Grantham, a unos 11 km de su pueblo natal,


donde estudió en el King´s School y ya mostró claras evidencias de su interés por el
tiempo. En ese sentido, el médico y anticuario inglés William Stukeley narra en su
biografía de Newton, escrita en 1752, lo siguiente: Nos cuentan lo diligente que era al
observar el movimiento del Sol, especialmente en el patio de la casa donde vivía. Más
adelante, Stukeley cuenta que Isaac seguía cuidadosamente las sombras proyectadas sobre
las paredes y techo del edificio, y clavaba estaquillas para señalar las horas y las medias
horas… las cuales, tras algunos años de observaciones, fue haciendo más y más precisas,
hasta el punto de que cualquiera sabía exactamente la hora que era con sólo mirar el
cuadrante de Isaac, como lo llamaban normalmente.96

96
Gale E. Christianson, Newton, Vol. I, Salvat, Barcelona, 1987, pág. 25.

62
John Conduit, quien fue miembro del parlamento inglés, y sobrino político de Newton.
contaba que97 “Hasta el momento de su muerte retuvo la costumbre de efectuar constantes
observaciones en las habitaciones que utilizaba normalmente, respecto a los lugares donde
el sol proyectaba sombra; y a menudo observé… cuando alguien le preguntaba qué hora
era, decírselo inmediatamente tras mirar el lugar donde se hallaba aquella sombra, con
tanta exactitud como si hubiera mirado su reloj.

La madre de Newton quería que se dedicase a la agricultura, pero él, con 18 años de edad,
decidió firmemente ingresar a la Universidad de Cambridge. Su condición de clase media
baja hizo que debiera realizar tareas domésticas en las habitaciones de varios de sus
compañeros, de mejor condición social, para así poder costearse los estudios. Nunca asistió
regularmente a sus clases y pasó más tiempo en la biblioteca, casi como un autodidacta.
Entre 1663 y 1664 leyó algunos de los libros más importantes de matemática y filosofía
natural de la época, tales como los “Elementos” de Euclides, la “Geometría” de Descartes,
la “Óptica” de Kepler y la Arithmetica infinitorum del gran matemático inglés John
Wallis.98 Al momento de graduarse en el Trinity College, aún permanecía sin destacarse.

A mediados del verano de 1665, la Gran Peste cayó sobre Londres y a los pocos meses uno
de cada diez londinenses había muerto. En el otoño se cerró la Universidad de Cambridge
por su proximidad al centro de la plaga, y todos los estudiantes fueron enviados a sus
respectivas casas. Fue así como Newton volvió a la granja de su madre, y permaneció allí
dieciocho meses hasta que se volvió a abrir la Universidad. Esos dieciocho meses fueron
los más fecundos en su vida, en los que concibió prácticamente todas sus ideas científicas
revolucionarias.

A la edad de 26 años fue nombrado profesor de la Universidad de Cambridge y a los 30,


miembro de la Royal Society. Durante sus años de profesor en Cambridge, Newton
desarrolló las ideas que había concebido entre los 23 y los 25 años, aunque siempre las
mantuvo en considerable reserva. De hecho, recién en 1686 con 44 años de edad, publicó su
obra cumbre sobre mecánica y gravedad, los Philosophiae naturalis principia mathematica,
(Principios matemáticos de Filosofía Natural). Su otra obra monumental, la Opticks
(Óptica), recién la publicaría a los 65 años.

Newton planteó un programa para entender la naturaleza estudiando las fuerzas naturales,
no las manuales, bajo la hipótesis de que las primeras se encuentran gobernadas por leyes
matemáticas. Dentro de este plan general, llevará a la cima la idea de la geometrización del
tiempo, como por ejemplo al encontrar, de manera genial, las leyes que gobiernan las
órbitas de los planetas alrededor del Sol, a partir de su Ley de la Gravitación Universal.
Cuando comenzó a escribir sus Principia, ya tenía en mente buena parte de los resultados a
obtener, por lo que sabía que tenía que dedicarle un párrafo aparte a la definición del
tiempo.

En el Libro I de sus Principia, la primera parte está dedicada a definir los conceptos
fundamentales de su teoría, tales como “fuerza aplicada” y “cantidad de materia”. En el

97
Ibid.
98
Ibid., págs. 77 y 78

63
final de la misma, incluye su más famoso Scholium (escolio o nota explicativa, en este caso
particular bastante extensa), y es así como leemos, en su parte I, su famosa definición de
tiempo absoluto:99

I. El tiempo absoluto, verdadero y matemático, de sí mismo, y por su propia naturaleza


fluye uniformemente sin relación a nada externo, y se dice con otro nombre “duración”: el
tiempo relativo, aparente y vulgar, es alguna medida sensible y exterior (tanto sea precisa
o imprecisa) de la duración mediante el movimiento, que es comúnmente utilizada en lugar
del verdadero tiempo; tales como una hora, un día, un mes, un año.

Es sorprendente leer en el mismo párrafo acerca de un “tiempo matemático que fluye


uniformemente”. ¿Cómo podría un tiempo matemático fluir? ¿En qué lugar de las
matemáticas existe algo que fluya, sea el tiempo u otra cosa? Newton nos desconcierta, no
sabemos si adrede o no, pero vemos que tenía claro que su definición de tiempo se refería a
un concepto que, a priori, no podemos estar seguros de poder medir. Por otra parte,
evidentemente se había dado cuenta de que como “ideal”, esta definición sería de gran
utilidad para el desarrollo de nuestra comprensión y descripción de los fenómenos
mecánicos. La variable independiente de Oresme, el espacio o distancia recorrida, le estaba
dando lugar a la nueva variable independiente: el tiempo. El futuro le daría la razón, habida
cuenta del enorme éxito que tuvo la nueva física inventada por él, y esto,
independientemente de que el debate pasado y actual acerca de si el tiempo absoluto existe,
o sólo existe un tiempo relacional (o relacionado con el movimiento y el espacio), siga
vigente. Esta “herramienta absoluta”, sea o no real de hecho, ha sido y sigue siendo de
enorme utilidad científica.

Al tiempo como medida de la duración mediante el movimiento, Newton lo considera


vulgar, y además no podemos estar seguros si alguna vez podremos encontrar algún
movimiento que refleje el tiempo verdadero, absoluto, con flujo uniforme. En el mismo
Scholium pero en la parte IV, Newton nos aclara más su idea acerca del tiempo absoluto y
su diferencia con el relativo:100

El tiempo absoluto, en astronomía, se distingue del relativo, mediante la ecuación o


corrección del tiempo vulgar. Dado que los días naturales no son verdaderamente
uniformes, aunque usualmente son considerados iguales, y utilizados como medida del
tiempo; los astrónomos corrigen esta desigualdad mediante su deducción más precisa de
los movimientos celestes. Es posible, que no exista tal cosa como un movimiento uniforme,
mediante el cual medir exactamente el tiempo. Todos los movimientos pueden ser
acelerados o retardados, pero el verdadero, o uniforme, progreso del tiempo absoluto no
está sujeto a cambio. La duración o perseverancia de la existencia de las cosas es la
misma, tanto si los movimientos son rápidos o lentos, como si no los hubiese: y por tanto se
debería distinguir de lo que son sólo sus medidas sensibles; y de las cuales las obtenemos,
mediante la ecuación astronómica. La necesidad de esta ecuación, para determinar el
tiempo de un fenómeno, se patentiza también tanto por el experimento del reloj de péndulo,

99
Ibid., pág. 13.
100
Ibid., págs. 14-15.

64
como por los eclipses de los satélites de Júpiter.

La ecuación del tiempo a la que se refiere Newton es, básicamente, la expresión que se
obtiene para el tiempo como función de las variables directamente observables,
concretamente las posiciones de los planetas en el cielo. Las ecuaciones de Newton
presuponen la existencia del tiempo absoluto, que aparece como un parámetro “t”. Cuando
uno las resuelve, lo que obtiene son expresiones para las posiciones de los planetas en
función del tiempo. Si es posible invertir estas ecuaciones, uno obtiene la ecuación del
tiempo. Se podría argüir que el tiempo absoluto existe por definición, pero esto no sería
hacerle justicia al genio de Newton.

La idea operativa detrás del tiempo absoluto de Newton, es que existe una manera de
parametrizar el orden de los fenómenos tal que las fuerzas, o más aún, las leyes en general,
que gobiernan su evolución, son particularmente sencillas y ligadas al sentido común. A
este sentido práctico Newton lo elevó a la categoría ontológica de “absolutismo temporal”,
o sea, el tiempo absoluto.

En el Escolio general agregado al final de la edición de 1727, Newton se extiende en su


concepción de Dios y su relación con el tiempo:101

Este Ente lo gobierna todo, no como el alma del mundo, sino como Dueño de todos; y
debido a su dominio suele ser llamado Señor Dios “παντοҡράτωρ”, o Legislador
Universal; pues Dios es una palabra relativa, y está en relación con los siervos: y Deidad
es la dominación de Dios no sobre su propio cuerpo, como imaginan aquellos para quienes
Dios es el alma del mundo, sino sobre los siervos. El Dios Supremo es un Ente eterno,
infinito, absolutamente perfecto; pero un Ente, no importa cuán perfecto, sin dominio, no
puede ser mencionado como Dios Señor; pues decimos, Dios mío, Dios vuestro, el Dios de
Israel, el Dios de dioses, y Señor de Señores; pero no decimos, Eterno mío, Eterno vuestro,
Eterno de Israel, y Eterno de Dioses; no decimos, Infinito mío, o Perfecto mío: estos son
títulos que no tienen relación con los siervos.

El carácter eterno, infinito y perfecto no es relevante en lo que respecta a la relación entre


Dios y nosotros, sino que lo que cuenta es que es nuestro Señor, y nosotros sus siervos. Sin
embargo, aun siendo eterno participa de la duración:102

Él es eterno e infinito, omnipotente y omnisciente; es decir, su duración abarca desde la


eternidad hasta la eternidad; su presencia desde el infinito hasta el infinito: él gobierna
todas las cosas, y conoce todas las cosas que son o pueden ser hechas. No es la eternidad o
la infinitud, sino eterno e infinito; no es la duración y el espacio, sino que dura y está
presente. Dura por siempre, y está presente en todo lugar: y existiendo siempre y en todo
lugar, constituye a la duración y al espacio.

101
Ibid., págs. 440-441.
102
Ibid., pág. 441.

65
El mensaje final de Newton podría resumirse como sigue: la Filosofía Natural es el camino
que nos conducirá a conocer el tiempo absoluto, el espacio absoluto, las leyes de la
naturaleza, y quizá, finalmente, como dirá en el siglo XX el fisico inglés Stephen Hawking,
al “pensamiento de Dios”.103

El Tiempo Relacional de Leibniz


Gottfried Wilhelm Leibniz fue uno de los filósofos más originales y prolíficos de la
historia. Nacido en Leipzig en 1646 y fallecido en Hannover en 1716, su diversidad de
intereses y actividades lo hicieron incursionar en la filosofía, teología, lógica, matemáticas
y leyes, además de tener un rol político destacado. Tuvo una disputa con Newton por la
prioridad en el descubrimiento del cálculo diferencia e integral, aunque se acepta que muy
probablemente hayan sido actividades paralelas e independientes.104

El otro debate famoso entre ambos pensadores, aunque mediado del lado de Newton por el
filósofo y teólogo inglés Samuel Clarke, es acerca del carácter absoluto o relacional del
tiempo y del espacio, donde claramente el filósofo alemán tenía una posición
relacionalista.105 Esta posición considera que ni el espacio ni el tiempo son cosas de las que
se pueda predicar nada (al menos nada monádicamente), sino que cada uno representa un
conjunto de relaciones entre cosas con existencia propia. Por ejemplo, el espacio no tiene
sentido sin la existencia de cosas de cuyas distancias entre sí podamos predicar algo, ni
tampoco tiene sentido el tiempo, sin eventos de los cuales podamos predicar algo.

Leibniz creía que no bastaba con descubrir las leyes de la naturaleza para encontrar a Dios,
aunque su optimismo lo llevó a pensar que vivimos en el mejor de los mundos posibles. En
este sentido consideraba que existen leyes que no son metafísicamente necesarias, sino que
son las más perfectas. Creía que el cambio es continuo, y refiriéndose al principio de
continuidad en el movimiento de los sistemas físicos, escribió en una carta dirigida al
profesor de filosofía y matemáticas de la Universidad de Leiden, Burcher de Volder, lo
siguiente:106

La hipótesis de los saltos no puede ser refutada sino mediante el principio del orden, por la
ayuda de la suprema razón, que hace todo de la forma más perfecta.

O sea que ni el espacio ni el tiempo dan saltos, debido al “principio del orden”. Quizá
Leibniz estuviera pensando, entre otras cosas, en que no hay razón suficiente para que la
naturaleza de saltos temporales de determinada magnitud en lugar de otra. Al fin y al cabo,
¿por qué la unidad mínima de tiempo tendría que ser de una trillonésima de segundo, por
ejemplo, en lugar de ser de dos trillonésimas de segundo, o de una billonésima?

103
Stephen Hawking, Historia del tiempo, Editorial Crítica, México, 1988, pág. 224.
104
B. Russell, op.cit., págs. 563 y 564.
105
Ezio Vailati, Leibniz and Clarke: A Study of Their Correspondence, Oxford University Press, Oxford,
1997.
106
John D. Barrow y Frank J. Tipler, The Anthropic Cosmological Principle, Oxford University Press,
Oxford, 1989, pág. 63. 66
En su obra titulada “Fundamentos Metafísicos de la Matemática”, escribió que el tiempo
es:107

el orden de existencia de las cosas que no son simultáneas.

Relacionado al párrafo anterior, Leibniz pensaba que no es que haya un ritmo universal de
tiempo, si no que el tiempo es local en cada acontecimiento. Por otro lado, en su tercera
carta a Clarke, escribe:108

Los instantes considerados sin las cosas no son nada en absoluto.

La frase anterior es una clara negación de cualquier tipo de existencia independiente del
tiempo. En su cuarta carta a Clarke, agrega, refiriéndose y respondiendo al teólogo
inglés:109

El autor sostiene que el espacio no depende de la situación de los cuerpos. Yo respondo:


“Es verdad que no depende de tal o cual situación de los cuerpos, pero lo es también que el
orden que vuelve a los cuerpos capaces de estar situados y por el cual tienen una situación
entre ellos mismos cuando existen juntos, así como el tiempo, es ese orden con respecto a
su posición sucesiva. Pero, si no hubiese criaturas, el Espacio y el Tiempo solo estarían en
la idea de Dios.

Es evidente la relación ente la existencia de un tiempo local y la no existencia de un tiempo


absoluto. Como el tiempo no es más que una relación entre sucesos no simultáneos, y
habida cuenta de que se dan sucesos en diferentes lugares del Universo y de diferente
carácter, el ritmo del tiempo es algo que solo tiene sentido definir localmente.

Para enmarcar las ideas temporales de Leibniz en el contexto de toda su filosofía, es


conveniente mencionar los tres principios filosóficos que lo ubican entre los filósofos más
destacados de toda la historia:

• Principio de razón suficiente: ningún hecho puede ser verdadero o existente, sin
que haya una razón suficiente para que así sea, y no de otro modo.

• Principio de perfección: Dios eligió la mejor de todas las infinitas alternativas con
las que contó para crear nuestro mundo. De todos los mundos posibles, el nuestro es
el mejor.

• Principio de identidad de los indiscernibles o Ley de Leibniz: no existen dos


cosas que puedan ser exactamente iguales, indiscernibles.

107
E. Valiati, op. cit., pág. 120.
108
J. A. Gunn, op. cit., pág. 94.
109
Ibid., pág. 95.

67
Este último principio lo llevó a Leibniz a sostener que no es posible que el tiempo sea
absoluto ni que todas sus partes sean iguales (homogéneo), porque estaríamos violando este
principio. Cada “parte” del tiempo debe ser totalmente diferente a las demás, como si el
tiempo se fuese renovando constantemente.

Si el tiempo se extendiese desde el infinito, ¿contó Dios con una Razón Suficiente para
crear el Universo en el momento (y en el lugar) en que lo hizo y no en cualquier otro? Si el
tiempo es totalmente homogéneo no hay nada que indique que un momento sea especial.
Notemos que Leibniz toma el argumento de Aristóteles para obtener una conclusión muy
diferente a la del filósofo griego respecto a un posible infinito pasado. Newton
argumentaría que la voluntad de Dios ya es razón suficiente, pero Leibniz no podía aceptar
de ninguna manera que una voluntad fuera una razón. Aún Dios mismo tuvo que tener una
razón suficiente para crear el Mundo. De todas maneras, Leibniz resuelve completamente
este problema en función a su idea relacional del tiempo. En efecto, adhiere a la idea
bosquejada por Platón y desarrollada claramente por San Agustín tal como vimos, acerca de
que no había tiempo antes de que existieran cosas. Esto es un corolario en la filosofía de
Leibniz, ya que, siendo el tiempo una relación ente eventos, “antes” de que hubiera un
mundo no había cosas, y por ende tampoco había eventos, luego, tampoco tiempo.

En sus escritos esotéricos, nunca publicados por decisión propia, Leibniz sostuvo que todas
las verdades son analíticas, o sea que en todas las proposiciones el predicado está de alguna
manera contenido en el sujeto. Si esto es así, entonces todas las verdades, aún las
temporales, son de alguna manera eternas. El hecho de que Alejandro Magno conquistara
casi todo medio oriente antiguo está contenido en la definición de “Alejandro Magno”, y
así para todos los hechos históricos, o sea para todos los hechos temporales. Esta lógica
parecería darle el golpe de gracia a la noción de tiempo como algo con existencia
independiente, y como algo portador de “novedad”. Las consecuencias del pensamiento de
Leibniz fueron llevadas muy lejos, de la mano de filósofos naturales tales como Ernst Mach
en el siglo XIX, Albert Einstein en el siglo XX, y el físico inglés Julian Barbour en el siglo
XXI.

El tiempo como categoría del conocimiento de Kant


Immanuel Kant nació en 1724 y vivió toda su vida en Königsberg, Prusia oriental
(actualmente Kaliningrado, Rusia), hasta el año de su muerte en 1804. Para muchos,
además de ser uno de los más importantes filósofos de la historia, se puede considerar el
padre de la moderna psicología cognitiva. Su aporte más original quizá sea el de haber
analizado conjuntamente el mundo, la lógica, y nuestra forma de pensar y de percibir. Para
entender sus contribuciones a las ideas acerca del tiempo es conveniente repasar algunos
aspectos de su pensamiento filosófico relevante para nuestro tema de interés.

Para Kant, las proposiciones se pueden dividir en al menos dos conjuntos: las proposiciones
analíticas, que son aquellas en las que el predicado está contenido en el sujeto, y el resto,
llamadas proposiciones sintéticas. Al primer conjunto se lo podría identificar con el
conjunto de las tautologías, si identificamos al sujeto con el conjunto de las propiedades

68
que lo caracteriza. Una proposición sintética nos da una nueva información que no está
contenida en la definición del sujeto mismo. Sin entrar en detalles que nos alejarían de
nuestro principal interés, Kant sostuvo, de manera innovadora, que existen proposiciones
que no son analíticas, dado que su predicado no está incluido en la definición del sujeto, o
sea que son sintéticas, pero, y esto es lo novedoso, son verdaderas a priori.

La propuesta de la existencia de estas verdades a priori se basa en nuestro sistema de ver el


mundo, en nuestro aparato conceptual, mental. Consideraba que hay dos intuiciones o
puntos de vista (Anschauung en el original alemán, que significa “mirar” u “observar”) a
priori, el espacio y el tiempo. También existen para Kant doce conceptos a priori, llamados
categorías. Las dos intuiciones y los doce conceptos no están “allá en el Mundo”, sino que
son parte de nuestro aparato perceptual y mental. Por ende, corremos el riesgo de llegar a
contradicciones o “antinomias”, si queremos aplicar esos conceptos al Mundo. La primera
de esas antinomias involucra precisamente al tiempo. Kant considera que es relativamente
fácil probar tanto la tesis de que “el Mundo tiene un comienzo en el tiempo, y está limitado
en lo que respecta al espacio”, como la antítesis que dice “el Mundo no tiene comienzo en
el tiempo y no tiene límites en el espacio”. Esta contradicción surge del hecho de que
tiempo y es espacio no están “allá en el Mundo”, sino que son intuiciones nuestras, “lentes”
con los que miramos al Mundo.

Para observar la importancia que Kant le da al tiempo, notemos que su obra metafísica y
epistemológica cumbre, la “Crítica de la razón pura”, se divide en dos grandes partes, la
“Teoría elemental trascendental” y la “Metología transcendental”. La primera a su vez se
divide en dos, la “Estética trascendental” y la “Lógica trascendental”. Finalmente la
Estética se compone de dos secciones, una dedicada al espacio, y la otra dedicada al
tiempo. Acerca de esta última, vale la pena comentar algunos párrafos de su “Exposición
metafísica del concepto del tiempo”:

1) El tiempo no es un concepto empírico derivado de experiencia alguna, porque la


simultaneidad o la sucesión no serían percibidas si la representación a priori del tiempo no
les sirviera de fundamento.110

En este párrafo nos va preparando para su noción del tiempo como una intuición previa a
cualquier representación conceptual, o sea algo que está en nuestra mente como molde en el
que ubicar (en este caso ordenar) nuestras experiencias del mundo exterior, trascendiendo
cualquier concepto particular.

2) El tiempo es una representación necesaria que sirve a todas las intuiciones. No se puede
suprimir el tiempo en los fenómenos en general, aunque se puedan separar muy bien éstos
de aquél. El tiempo, pues, está dado a priori.111

El tiempo es parte del escenario en el que nos representamos el mundo que observamos,
aunque Kant admite que la parte no temporal de los fenómenos se puede discriminar.
Notemos que se refiere a los fenómenos, o sea a nuestras percepciones, y no a las cosas en

110
Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, Vol. I, pág. 120.
111
Ibid.

69
sí mismas, externas a nosotros. No tiene sentido para Kant separar explícitamente las cosas
externas del tiempo, porque estas cosas naturalmente son independientes del tiempo, dado
que éste no es otro que nuestro tiempo, nuestro concepto temporal.

3) En esa necesidad a priori se funda también la posibilidad de los principios apodícticos,


de las relaciones o axiomas del tiempo en general, tales como que el tiempo no tiene más
que una dimensión; los diferentes tiempos no son simultáneos, sino sucesivos (de igual
modo que espacios diferentes no son sucesivos, sino simultáneos).112

El carácter lineal del tiempo es una característica de nuestro ordenamiento del mundo
exterior en una sucesión de estados, y como tal, necesariamente es lineal. Así como para
Kant el espacio resulta del producto de nuestra impronta al dividir nuestro mundo
perceptual en partes (simultáneas), el tiempo es el producto de nuestra forma de percibir
más de un campo perceptual posible, de manera sucesiva. De todas maneras, esto para Kant
no es caprichoso, sino que resulta de una conexión causal entre las cosas “allá afuera” y
nuestra aprehensión de las mismas. Incluso podríamos decir que, aunque hay un nexo
causal entre mundo exterior y percepción, podría ocurrir que la sucesión percibida es
producto de esa interacción entre el exterior y nuestro intelecto, pero que no nos dice
necesariamente que el mundo exterior evolucione como una sucesión (unidimensional,
como toda sucesión) de estados objetivos. Aunque es discutible, quizá hubiera lugar para
una “imagen móvil de la eternidad platónica” compatible con la metafísica Kantiana.

4) El tiempo no es ningún concepto discursivo o, como se dice, general, sino una forma
pura de la intuición sensible. Tiempos diferentes no son más que partes del mismo
tiempo.113

Tiempos diferentes, en el sentido de situaciones diferentes del mundo que nos


representamos en nuestro entendimiento, son todas ordenadas por la misma intuición a
priori, a la que llamamos “tiempo”. No podemos hablar acerca del tiempo, sino acerca del
orden con que percibimos los diferentes fenómenos, dado que precisamente ese orden es lo
que constituye el tiempo. No es el tiempo absoluto de Newton independiente de los hechos,
no es el tiempo relativo de Leibniz como relación entre eventos objetivos, sino que es un
tiempo relativo a nuestra percepción de los hechos, porque es parte de nuestra misma
matriz con la que percibimos el Mundo.

5) La naturaleza infinita del tiempo significa que toda cantidad determinada de tiempo es
solamente posible por las limitaciones de un único tiempo que les sirve de fundamento. Por
lo tanto, la representación primitiva del tiempo debe ser dada como ilimitada. Pero cuando
las partes mismas y magnitudes todas de un objeto sólo pueden ser representadas y
determinadas por medio de una limitación de ese objeto, no puede entonces la
representación toda ser dada por conceptos (porque éstos sólo contienen representaciones
parciales), sino que deben tener como fundamento una intuición inmediata.114

112
Ibid.
113
Ibid.
114
Ibid., págs. 120 y 121.

70
Este párrafo, de difícil lectura, parece decir que a priori el tiempo no tiene límites, y no
podría tenerlo habida cuenta de que es una intuición nuestra, y por ende una potencialidad
de ordenar nuestras percepciones, la que no puede tener una limitación a priori. Cuando
percibimos lo que llamamos un “objeto”, como tal tiene límites que nosotros mismos
imponemos, al captarlo diferenciadamente del resto de nuestra “escena perceptual”. La
representación toda no puede ser un agregado de parcialidades, sino que la totalidad es
aprehendida sin intermediación, o quizá hay en nuestra mente un vínculo directo entre
alguna parte de ella y la totalidad percibida.

Un ejemplo moderno, o sea ajeno al tiempo de Kant, lo constituirían las diferentes capas de
la corteza visual en nuestro cerebro. La primera capa, llamada “V1”, tiene una relación
directa entre diferentes porciones del campo visual y diferentes circuitos neuronales,
mientras que las sucesivas capas, especialmente la “V7”, tiene circuitos que sólo se excitan
ante ciertos patrones que involucran escalas mayores. Por ejemplo, determinada cara de una
persona conocida excita cierta región neuronal, diferente a la que excita otra cara, aunque
ésta tenga ciertos parecidos con la primera. Extrapolando este razonamiento al tiempo,
podemos decir que, aunque percibimos cambios puntuales, lapsos determinados, nuestra
percepción global del tiempo no concibe un límite alguno para el mismo, más precisamente
no concibe ni un principio ni un fin.

Kant era un gran admirador de la filosofía natural de Newton, y de alguna manera trata de
encontrar una concepción del tiempo intermedia entre el tiempo absoluto newtoniano, y el
tiempo relacional de Leibniz, aunque más cercana al primero dado que le da al tiempo un
carácter trascendente a la relación entre las cosas mismas. Más adelante en la misma
sección escribe:115

…los conceptos de mudanza y de movimiento (como cambio de lugar), sólo son posibles
por y en la representación del tiempo, y que si esta representación no fuera una intuición
(interna) a priori, no podría ningún concepto, sea el que quiera, hacer comprensible la
posibilidad de una mudanza, es decir, la posibilidad de unión de predicados opuestos
contradictoriamente en un solo y mismo objeto (por ejemplo, que una cosa misma esté y no
esté en un lugar). Solamente en el tiempo pueden encontrarse estas dos determinaciones
contradictoriamente opuestas en una misma cosa, es decir, sólo en la sucesión. Explica,
pues, nuestro concepto de tiempo, la posibilidad de tantos conocimientos sintéticos a priori
como expone la ciencia general de movimiento, que no es poco fecunda.

Vemos que la sucesión temporal permite la validez de predicados que, si fueran


simultáneos, darían lugar a claras contradicciones.

Kant valora enormemente la ciencia (Newtoniana) de movimiento, así como su fecundidad,


y dado que considera, según sus propios criterios, que su teoría del tiempo le de un soporte
metafísico apropiado, queda satisfecho con su logro.

115
Ibid., pág. 121.

71
En la siguiente subsección, en la que estudia algunas consecuencias de estos conceptos
introducidos, escribe:116

a) El tiempo no subsiste por sí mismo, ni pertenece a las cosas como determinación


objetiva que permanezca en la cosa misma, una vez abstraídas todas las condiciones
subjetivas de su intuición.

Reafirmando lo que comentamos antes, no sólo resulta que no existe un tiempo


independiente del cambio de las cosas, sino que ni siquiera existe dependiente
exclusivamente de las mismas cosas, porque el tiempo, al ser una intuición nuestra,
depende de nosotros mismos, es una parte de nosotros mismos.

b) El tiempo es la forma del sentido interno, es decir, de la intuición de nosotros mismos y


de nuestro estado interior. El tiempo no puede ser determinación alguna de los fenómenos
externos, no pertenece ni a la figura, situación, etc., sino que determina la relación de las
representaciones en nuestros estados internos. Y como esta intuición interior no tiene
figura alguna, procuramos suplir esta falta por analogía y nos representamos la sucesión
del tiempo con una línea prolongable hasta lo infinito, cuyas diversas partes constituyen
una serie que es de una sola dimensión, y derivamos de las propiedades de esta línea todas
las del tiempo, exceptuando sólo una, a saber: que las partes de las líneas son simultáneas,
mientras que las del tiempo son siempre sucesivas. De donde se deduce también que la
representación del tiempo es una intuición, porque todas sus relaciones pueden ser
expresadas por una intuición exterior.117

En este párrafo resulta claro que para Kant el tiempo es interno a nosotros en más de un
sentido. Es parte de la arquitectura de nuestra mente, de nuestro pensamiento. Es un orden,
y como tal, indefectiblemente es unidimensional. En algún sentido podemos decir que el
relacionalismo temporal de Leibniz es llevado en Kant hasta nuestras mentes. Si para
Leibniz el tiempo depende del cambio de las cosas y no existe como entidad independiente,
para Kant el tiempo sólo existe en nuestras mentes, no sólo como concepto en el sentido
usual del término, sino como una de las principales vigas de nuestra estructura cognitiva.
Concluye esta subsección con un párrafo en el que afirma el valor objetivo del tiempo, el
cual citaremos casi en su totalidad:118

Nuestras afirmaciones muestran la realidad empírica del tiempo, es decir, su valor objetivo
respecto a todos los objetos que puedan ofrecerse a nuestros sentidos. Y como nuestra
intuición es siempre sensible, no puede nunca ofrecerse a nosotros un objeto en la
experiencia, sin caer bajo las condiciones del tiempo. Combatimos, por tanto, toda
pretensión de realidad absoluta del tiempo, a saber: la que le considera, sin atener a la
forma de nuestra intuición sensible, como absolutamente inherente a las cosas, es decir,
como condición o propiedad. Tales propiedades que pertenecen a las cosas en sí, no
pueden nunca ser proporcionadas por los sentidos. En esto consiste, pues, la identidad
transcendental del tiempo, según la que, si se abstraen las condiciones subjetivas de la

116
Ibid.
117
Ibid., págs. 121 y 122.
118
Ibid., págs. 122 y 123.

72
intuición sensible, no es absolutamente nada, no pudiendo ser contado tampoco entre las
cosas en sí mismas (independientes de toda relación con nuestra intuición), ni como
subsistiendo en ellas, ni como inherentes a ellas. Sin embargo, esta idealidad, lo mismo
que la del espacio, no debe ser comparada a las subrepciones de las sensaciones, porque
aquí se supone que el fenómeno mismo a quien se unen estos atributos tiene una realidad
objetiva; realidad que falta completamente aquí, a no ser que se considere sólo
empíricamente, es decir, en cuanto que sólo se estime el objeto como fenómeno.

El tiempo no es una cosa en sí misma, no tiene realidad absoluta, en el sentido de que es


una intuición nuestra, y su identidad trascendental Kant la relacionará con nuestra propia
identidad. El tiempo no es objetivo, pero todos los objetos que se nos aparecen
fenomenológicamente lo hacen en un marco temporal, el nuestro. Más adelante en su
Crítica Kant nos sorprende con una serie de ingeniosas antinomias en las que deduce
resultados contradictorios entre sí, lo que toma como una prueba más de los errores de la
metafísica anterior a la suya. La que nos interesa es parte de la Primera Antinomia de Kant,
específicamente su parte temporal:

Tesis: el mundo tiene un comienzo en el tiempo.

Demostración:

En efecto, supongamos que el mundo no tenga comienzo en el tiempo; siendo así, hasta
cualquier momento dado habrá transcurrido una eternidad y, en consecuencia, habrá
transcurrido una infinita serie de estados de las cosas del mundo que se suceden unos a
otros. Ahora bien, la infinidad de una serie consiste en que no puede completarse nunca
por medio de sucesivas síntesis. Por lo tanto, es imposible una serie cósmica infinita
transcurrida y, en consecuencia, un comienzo del mundo es condición necesaria de su
existencia, que es lo que había que demostrar primero.

Antítesis: el mundo no tiene comienzo, sino que es infinito en el tiempo.

Demostración:

En efecto, pongamos que tenga un comienzo. Como el comienzo es una existencia que va
precedida de un tiempo en que no existe la cosa, es preciso que haya precedido un tiempo
en que el mundo no fuera, o sea, un tiempo vacío. Ahora bien, en un tiempo vacío no es
posible que nazca cosa alguna, porque ninguna parte de tal tiempo tiene, ante otra,
condición distintiva alguna de la existencia de preferencia a la de la no existencia (tanto si
se admite que nace por sí misma como por otra causa). Por consiguiente, aunque en el
mundo pueden comenzar varias series de cosas, el mundo mismo no puede tener comienzo
y, por lo tanto, es infinito respecto del tiempo pasado.

Como para Kant el tiempo es una categoría del entendimiento, o sea que no tiene sentido
hablar del tiempo sin la existencia de algún “sujeto portador” de dicho entendimiento, estas
antinomias son producto de suponer que el tiempo es algo objetivo, más allá de nosotros o
de perceptor alguno en general. Esto lo deja en claro en los siguientes fragmentos de su
observación a la antítesis:

73
…si bien las cosas, como fenómenos, determinan el espacio, es decir, que de todos sus
predicados posibles (magnitud y relación), hacen que tales o cuales pertenezcan a la
realidad; pero, por el contrario, el espacio, como algo que existe en sí, no puede
determinar la realidad de las cosas en cuanto a la magnitud o a la forma porque en sí no
es nada real. Por consiguiente, un espacio (lleno o vacío) puede ser limitado por
fenómenos, pero estos no pueden ser limitados por un espacio vacío fuera de ellos. Lo
mismo puede decirse del tiempo.

En lenguaje moderno, podemos interpretar este pasaje diciendo que el tiempo (y lo mismo
el espacio) pertenece a nuestro aparato cognitivo, y por ende no puede determinar la
“realidad” de las cosas, pero sí nos ayuda a ubicarlas en cuanto fenómenos que son. No
tiene sentido hablar de tiempo o de espacio fuera de los fenómenos, porque tanto tiempo
como espacio cobran sentido en cuanto marcos cognitivos, marcos del “ universo” de
nuestros fenómenos.

…en el fondo ese expediente consiste solamente en que, en lugar de un mundo sensible, se
piensa quién sabe qué mundo inteligible y en vez del primer comienzo (una existencia antes
de la cual precede a un tiempo del no-ser), se piensa una existencia que no supone ninguna
otra condición en el mundo, y que, en lugar de límites de la existencia, piensa límites del
universo, y de ese modo se soslayan el tiempo y el espacio. Pero aquí hablamos solamente
de mundus phaenomenon y su magnitud, y en él no es posible en modo alguno prescindir
de las mencionadas condiciones de la sensibilidad sin suprimir su esencia. El mundo
sensible, si está limitado, se halla necesariamente en el vacío infinito. Y si a priori se
quiere prescindir de éste y en consecuencia del espacio como condición de la posibilidad
de los fenómenos, desaparece todo el mundo sensible, el único que se nos da en nuestro
problema. El mundus intelligibilis no es más que el concepto universal de mundo, concepto
en que se hace abstracción de todas las condiciones de la intuición de ese mundo y, en
consecuencia, respecto de él no es posible proposición sintética alguna, ni afirmativa ni
negativa.

El concepto universal de mundo requiere que nos abstraigamos de todas las intuiciones, de
todas nuestras percepciones, y por ende no podemos decir nada a ciencia cierta acerca de él,
dado que no podemos enmarcarlo dentro de ningún espacio más grande, por decirlo de
alguna manea. El vacío en cuanto “nada misma” tampoco ayuda, ya que por definición ese
vacío estará desprovisto de cosa fenoménica alguna, y por ende su existencia no tiene
sentido. El mundo en sí no podemos decir nada, y del mundo como conjunto de todos los
fenómenos de nuestra percepción, no puede ser enmarcado en nada fuera de él, porque seria
un marco “esencialmente sincategoremático”, porque no adquiriría sentido ni siquiera a la
manera en que lo hacen las proposiciones o las conjunciones al unirse a verbos,
proposiciones, etc.

En otros fragmentos Kant articula sus ideas acerca del tiempo y del espacio con sus
categorías, además de identificar el tiempo absoluto Newtoniano dentro de su filosofía,
pero este análisis nos ocuparía mucho más espacio del que le queremos dedicar a cada
pensador. Este idealismo parcial de Kant, que se suma a su aceptación de la existencia de

74
un mundo independiente de nosotros, será tomado como punto de partida por filósofos
netamente idealistas posteriores, tales como Fichte y Hegel.

El pasado y el futuro presentes en el presente Laplaciano

Pierre Simon Laplace nació en Normandía en 1749, en el seno de una familia de


granjeros, y falleció en París en 1827. Su padre quería que Pierre fuera ordenado en la
Iglesia Católica Romana, y para ello a los 16 años fue enviado a la Universidad de Caen
para estudiar teología. Sin embargo, sus profesores de matemática reconocieron su enorme
capacidad para dicha disciplina, y fueron sorprendidos cuando Laplace escribió un artículo
titulado Sur le Calcul integral aux differences infinitment petites et aux differences finies
(“Sobre el cálculo integral de diferencias infinitamente pequeñas y de diferencias finitas”),
que el famoso físico y matemático Lagrange, 13 años mayor, le publicó en Turín.

Estudió un tiempo bajo la tutela del enciclopedista, científico y matemático Jean le Rond
d'Alembert, quien lo recomendó como profesor en la Escuela Militar de París en 1767,
donde tuvo entre sus discípulos a Napoleón. En 1796 publica su Exposition du système du
monde, donde desarrolla una teoría sobre la formación del Sol y del sistema solar a partir de
una nebulosa o remolino de polvo y gas, cuya esencia sigue vigente en la actualidad. En
1805 Napoléon I le confirió la legión de honor, y en 1816 fue elegido miembro de la
Academia Francesa.

A partir de los descubrimientos de nebulosas realizados por el gran astrónomo William


Herschel en Inglaterra, Laplace mostró que el colapso gravitatorio de una nebulosa podría
haber dado origen a la formación del Sol, y que el material orbitando en torno al Sol podría
haberse condensado para formar una familia de planetas. Esta teoría explicaba de manera
natural que todos los planetas orbiten en torno al Sol en el mismo sentido (de oeste a este) y
que sus órbitas estén en un mismo plano. Herschel concordó con esta idea y escribió en un
artículo publicado en 1814 lo siguiente: el estado hacia cual la acción incesante del poder
de aglomeración ha traído a la Vía Láctea al presente, es un tipo de cronómetro que puede
ser utilizado para medir el tiempo de su existencia pasada y futura.119 Como vemos, las
escalas del tiempo eran cada vez más grandes en el naciente mundo de la mecánica celeste,
una de las ramas de la pujante filosofía natural fundada por Newton. Estas escalas de
tiempo difícilmente podrían armonizar con las escalas de tiempo del Obispo de Ussher.

Su Traité de mécanique céleste (“Tratado de mecánica celeste”) es una obra en 5 tomos en


la que aplica las leyes de Newton al movimiento de los planetas del sistema solar con una
precisión nunca lograda antes, utilizando métodos tanto numéricos como analíticos. En ese
momento había algunos movimientos anómalos que seguían sin solución: Júpiter mostraba
una aceleración secular (o sea unidireccional, no oscilante, en el tiempo), al igual que la
Luna, mientras que Saturno presentaba una desaceleración. De continuar así
indefinidamente, Júpiter se escaparía del sistema solar, Saturno se precipitaría hacia el Sol
y la Luna hacia la Tierra. Laplace demostró que la aceleración de Júpiter y el frenado de

119
G.J. Withrow, op.cit., págs. 152 y 153.

75
Saturno eran movimientos periódicos que, al involucrar tiempos del orden de los mil años,
habían hecho creer que eran variaciones seculares. Con esto le estaba dando un gran
espaldarazo al pensamiento deísta, para el que no es necesario que Dios intervenga
constantemente en el Universo, ni siquiera para mantenerlo mecánicamente estable.

Fue un creyente del determinismo causal. En su Ensayo filosófico sobre la probabilidad de


1819, leemos:120

Debemos considerar el presente estado del universo como el efecto de su estado previo y
como la causa del estado que le sucederá. Un intelecto que conociera en determinado
momento todas las fuerzas que controlan la naturaleza, y además, las situaciones relativas
de todas las entidades de las cuales la naturaleza está compuesta, si este intelecto fuera lo
suficientemente vasto como para llevar a cabo el análisis matemático de estos datos,
podría reunir, en la misma fórmula, los movimientos de los cuerpos más grandes del
universo y aquellos del átomo más liviano; para semejante intelecto nada sería incierto, y
el futuro así como el pasado estarían presentes ante sus ojos.

La ausencia de novedad asociada al paso del tiempo es la característica fundamental de esta


visión determinista de Laplace, la que no hace más que llevar a las últimas consecuencias
las leyes de Newton, aplicadas a todo el Universo. En suma, podríamos decir que, si nada
escapa a esas leyes entonces todo está dicho, desde los albores del tiempo, tanto acerca del
pasado, y del futuro hasta el confín de los tiempos, por remotos que éstos sean. Esta visión,
que para muchos resultaba asfixiante, mientras que para otros era estimulante, recibirá un
golpe fuerte a fines del siglo que estaba naciendo.

120
Hans Reichenbach, The Direction of Time, University of California Press, Berkeley and Los Angeles,
1971, Pág. 10.

76
Nicolas Léonard Sadi Carnot (París, 1796 - 1832)

Era hijo del político y matemático francés Lazare Carnot, amigo de Robespierre y conocido
como el “Gran Carnot”, y tío de Marie François Sadi Carnot, que llegó a ser presidente de
la República Francesa. Era Licenciado en la Escuela Politécnica, y en 1824 publicó
“Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego y sobre las máquinas adecuadas para
desarrollar esta potencia”, donde expuso las ideas que darían forma al segundo principio de
la termodinámica.

Este libro fue ignorado inicialmente por la comunidad científica, y luego fue rescatado del
olvido por el ingeniero ferroviario Émile Clapeyron. Luego fueron conocidos en Alemania
por Rudolf Clausius (quien ayudó a su difusión) y por William Thomson (Lord Kelvin) en
el Reino Unido.

El segundo principio está directamente relacionado con la determinación del máximo


rendimiento de una máquina térmica en función de las temperaturas de su fuente caliente y
de su fuente fría. Luis XVIII envió a Carnot a Inglaterra para investigar el gran rendimiento
de sus máquinas de vapor, en donde comprobó que la elevación de la temperatura lo más
posible para obtener el vapor mejoraba el funcionamiento de las máquinas, y descubrió una
relación entre las temperaturas del foco caliente y frío y el rendimiento óptimo o ideal
(nunca alcanzado en la práctica) de la máquina.

Describió el ciclo termodinámico de un gas que consta de cuatro etapas: 1) una expansión
isotérmica durante la cual el gas está en contacto con una fuente de calor a una temperatura
que denotaremos T2, de la cual absorbe una cantidad de calor Q2; 2) una expansión
adiabática (o sea una expansión durante la cual el gas está aislado térmicamente, o sea que
no intercambia calor con el medio circundante; 3) una compresión isotérmica, durante la
cual el gas está en contacto con una fuente de calor a temperatura T1, a la que entrega una
cantidad de calor Q1, y finalmente 4) una compresión adiabática, luego de la cual regresa a
su estado inicial. Se supone que la fuente de la que toma calor está más caliente que aquella
de la que lo toma, por lo que sin pérdida de generalidad supondremos que T2>T1.

Carnot mostró que la eficiencia máxima del gas “h”, definida como la cantidad de trabajo
neto que realiza W dividido por la cantidad de calor Q2 que absorbe, está dada por la
expresión h = W/Q2 = (T2 - T1)/T2, independientemente de la naturaleza del gas utilizado.
Toda máquina que sigue el llamado “Ciclo de Carnot” es conocida como “máquina de
Carnot”. Es de destacar que la formula anterior vale sólo si expresamos a la temperatura en
una escala absoluta. En ese sentido, no importa el “tamaño” del grado que utilicemos, dado
que en la fórmula aparecen sólo cocientes de temperaturas, pero sí que su “cero” sea el
correcto.

El otro hecho profundamente significativo que señaló Carnot es que una máquina térmica
alcanza su máxima eficiencia posible sólo cuando realiza un proceso reversible, o sea un
proceso que también se pueda realizar en sentido inverso. Para que esto suceda, dicho
proceso tiene que ser realizado lentamente, de manera tal que el sistema físico esté instante

77
a instante en un estado de equilibrio térmico, esto es, que tenga una temperatura uniforme a
lo largo de su interior y que, en las etapas en las que esté en contacto térmico con una
fuente externa, se mantenga a la misma temperatura que ésta. Estos dos aspectos de su
descubrimiento le valieron un lugar destacado en la historia de la ciencia.

Carnot llegó a la conclusión de que la cantidad de energía mecánica que puede ser
producida por una máquina de vapor debe ser proporcional a la diferencia de temperaturas
entre la caldera donde se origina el vapor y el refrigerador donde se condensa. Creía, sin
embargo, que la cantidad de calor que llega al refrigerador es igual a la que ha salido del
hervidor y que el trabajo mecánico es originado por una cierta cantidad de “caída” de calor
desde la temperatura alta a la región de temperatura baja. El ingeniero francés murió en
1832, víctima de una epidemia de cólera que asoló París, pensando que el calor era una
sustancia, idea que iba a cambiar radicalmente pocos años después.

Rudolf Julius Emmanuel Clausius: el desorden y la dirección del


tiempo (Koszalin, Prusia, 1822- Bonn, 1888)
Extendió la obra de Sadi Carnot referente a las leyes de transformación de una forma de
energía en otra. Su artículo más famoso, Über die der Kraft bewegende Wärme (“Sobre la
fuerza motriz del calor y las Leyes del calor que pueden ser deducidas”) se publicó en 1850
y se refería a la teoría mecánica del calor. En este trabajo demostró que existía una
contradicción entre el principio de Carnot y el concepto de conservación de la energía,
debido a la creencia de este último en el concepto de “calórico”.

Clausius formuló con mayor claridad que hasta ese momento las dos leyes de la
termodinámica para superar esta contradicción: mientras que Carnot creía equivocadamente
que el calor queda intacto al pasar del hervidor al refrigerador, la primera ley de la
termodinámica afirma que parte del calor se pierde (al fin y al cabo, no es una sustancia
propiamente dicha como sería el calórico) y que su equivalente aparece como trabajo
mecánico realizado por la máquina de vapor.

O sea que podemos (y debemos) renunciar a la idea de conservación de calor, y de esta


manera conservar el principio tan fundamental encontrado por Carnot, que posteriormente
sería reelaborado por Clausius en la forma del principio de aumento de la entropía.

En 1865 publicó en la revista Annalen der Physik un artículo titulado: Über verschiedene
für die Anwendung béqueme Formen der Hauptgleichung der mechanischen Wärmehteorie
(“Acerca de las varias formas convenientes de las ecuaciones principales de la teoría
mecánica del calor”), en el que introdujo el concepto de “entropía”, que denotó con la letra
S. Lo definió a partir de su cambio, como la cantidad de calor recibida o perdida por el
cuerpo, dividida por la temperatura (absoluta) del mismo. En dicho artículo escribió:

Prefiero tomar los nombres de cantidades científicas importantes a partir de lenguas


antiguas, de modo que puedan ser los mismos en todas las lenguas vivientes. Propongo por

78
lo tanto llamar entropía a la cantidad (S) de un cuerpo, a partir de la palabra griega para
transformación: h tpoph.

Este concepto se instaló desde ese momento como uno de los pilares de la ciencia hasta
nuestros días, encerrando el misterio de la famosa “flecha del tiempo” y de la asociada
irreversibilidad de los procesos macroscópicos.

William Thomson, primer baron (Lord) Kelvin: la flecha y las


edades del tiempo (Belfast, Irlanda del Norte, 1824 - Largs, Ayrshire, Escocia, 1907)
Su padre era profesor de matemáticas en Belfast y formado en Glasgow, y autor de varios
textos de dicha materia. Teniendo seis años fallece su madre y su padre consigue un puesto
de profesor en Glasgow, trasladándose con sus hijos allí. A los 10 años su padre lo
matricula en la Universidad de Glasgow, y a los 17 años, y sin haberse graduado en
Glasgow, se matricula en el Saint Peter's College de Cambridge. A los 21 años se
transforma en Fellow del Saint Peter's College.

Posteriormente viaja a París y toma durante algunos meses clases de química y física en la
Sorbona, conociendo entre otros grandes científicos del momento al químico y físico Henri
Victor Regnault (Aquisgrán, 1810 – París, 1878), conocido por sus cuidadosas mediciones
de las propiedades térmicas de los gases, quien sería su gran mentor en el área de la teoría
del calor.

A su regreso a Cambridge asiste a la reunión anual de la British Association for the


Advance of Scientific Theory de 1845, donde entabla relación con Michael Faraday, 33 años
mayor que él. En 1846 es elegido por unanimidad para ocupar la cátedra de Filosofía
Natural en la Universidad de Glasgow, y permaneció en dicho cargo más de medio siglo,
hasta su jubilación, en 1899.

En la reunión de la British Association de 1847 conoce a Joule, seis años mayor que él y
cuyos trabajos lo terminan de convencer de la equivalencia entre calor y energía mecánica,
superando su aceptación previa del calórico, idea compartida con Carnot y la mayoría de
los científicos hasta esa época. A partir de estudios acerca de la reducción del volumen de
un gas cuando se lo enfría, Joule estimó que ninguna sustancia podía bajar a una
temperatura inferior a los 294 grados centígrados bajo cero.

Thomson, uniendo las ideas de Joule con los trabajos de Carnot sobre eficiencia de motores
térmicos, realizó el cálculo definitivo del cero absoluto, igual a menos 273,15° Celsius, que
definiría luego en su honor la escala de grados Kelvin, que es la escala natural en la que se
escriben las ecuaciones termodinámicas. La unidad de grado Kelvin coincide con la de
grado Celsius, y es la unidad de temperatura en el Sistema Internacional de Unidades.

Ampliando sobre lo anteriormente dicho, cabe destacar que desarrolló paralelamente a


Clausius la formulación y comprensión del segundo principio de la termodinámica a partir
de los descubrimientos de Sadi Carnot en relación con la eficiencia de una máquina

79
térmica. Lord Kelvin se dio cuenta de que una manera alternativa de formular la segunda
ley es mediante la afirmación de que es imposible convertir calor en energía mecánica sin
tener calor adicional fluyendo desde un lugar caliente a un lugar frío. Es equivalente a la
expresión: el calor sólo fluye por sí mismo desde un lugar caliente a un lugar frio.

Empleando la noción de entropía, el segundo principio se puede formular diciendo que la


entropía de un “sistema aislado” (es decir, un sistema que no está en interacción mecánica
con su entorno) únicamente puede aumentar o permanecer constante.

Kelvin y la edad de la Tierra

Kelvin era cristiano, y al mismo tiempo con un gran espíritu científico que lo hizo oponerse
al uniformismo o uniformitarismo, corriente de pensamiento que en geología sostiene que
los procesos naturales que actuaron en el pasado son los mismos que actúan en el presente,
y con la misma intensidad.

Aunque sus raíces filosóficas se remontan a la antigüedad, fue refinado y popularizado por
científicos británicos de los siglos XVIII y XIX, especialmente James Hutton, John
Playfair, Charles Lyell y William Whewell (quien acuñó el término). De hecho Darwin se
apoyó en estas ideas para posibilitar las enormes escalas temporales que su reciente Teoría
de la evolución requería. Kelvin escribiría años después que la única posibilidad compatible
con la escasa edad de la Tierra, era un origen exobiológico para la vida, en la forma de algo
así como un musgo traído por un meteorito desde otros mundos.

En este sentido, y como suele pasar con el avance de la ciencia, nuevos problemas e
incógnitas surgieron, como por ejemplo el de la edad de la Tierra. Georges Louis Leclerc,
Conde de Buffon (Montbard, Francia, 1707 - París, 1788) era un naturalista francés que
anticipó parcialmente la teoría de Darwin, al considerar a partir de la similitud entre los
hombres y los simios la posibilidad de un ancestro común.

Por otro lado, sostenía que el calor del Sol es insuficiente para calentar la Tierra, por lo cual
debería haber un calor interior. Consecuentemente efectuó la hipótesis de que en el interior
de la Tierra debe haber un calor residual, de una remota época en que la Tierra era en su
totalidad mucho más caliente que en la actualidad. Por otro lado, no creía que en el presente
tuvieran lugar en el interior reacciones que estén generando calor.

Anteriormente Newton, en sus Principia, había calculado el tiempo de enfriado de la


Tierra, pensándola como un globo de hierro al rojo vivo, obteniendo más de 50.000 años
como tiempo de enfriado. Por su parte Buffon calculó 36.000 años hasta llegar a una
temperatura apta para la vida, y otros 39.999 hasta ahora.

En esa época no había consenso acerca de la edad de la Tierra, y mucho menos se pensaba
que pudiera ser mucho más vieja que algunas decenas de miles de años. El desarrollo de la
geología y su creciente estimación de la edad de la Tierra, incrementaría el problema de
cómo generar una fuente de calor en la actualidad, adicional a la del Sol, habida cuenta de

80
que los modelos de enfriamiento de Newton y de Buffon daban por extinguido cualquier
calor primigenio.

Volviendo a Kelvin, desde que a los 17 años leyó la “Teoría analítica del calor” de Fourier,
William creía firmemente que ni la Tierra ni el Sol podrían haber vivido eternamente y
conservar el calor residual actual. En 1863 publicó el trabajo titulado “Sobre el
enfriamiento secular de la Tierra” en el que supuso una conductividad térmica constante en
la Tierra y un gradiente de temperatura tal que el centro aún estaba a 4000 K.

A partir de la teoría de Fourier de la conducción del calor, estimó que habían transcurrido
98 millones de años desde la solidificación de nuestro planeta. También estimó una edad
para el Sol de entre 10 y 100 millones de años. El costado victoriano de Kelvin lo llevó a
rechazar la teoría de la evolución de Darwin, usando sus resultados acerca de la edad de la
Tierra y el Sol para sostener que no hubo tiempo suficiente en la historia de la Tierra para
que los mecanismos de mutaciones aleatorias y selección natural de Darwin pudieran
explicar una evolución desde los primitivos organismos vivos de nuestro planeta y el
hombre actual. En 1874 el amigo de Kelvin, físico y Profesor de Filosofía Natural de
Edimburgo Peter Guthrie Tait (1831-1901), bajó la edad de la Tierra a menos de 20
millones de años, y el físico y astrónomo Newcomb a 10.

El geofísico escocés James Croll (1821 – 1890), defensor de la teoría de Darwin, sostenía
que algún mecanismo en el Sol debe haber para darle un pasado de miles de millones de
años, tal como lo pedía la pujante geología. Ante las críticas que recibió por no poder
precisar dicho mecanismo, llegó a decir: Su incapacidad [la del físico] sin embargo, de
concebir otra fuente no puede ser aceptada como prueba de que no existe ninguna otra
fuente.

Un geólogo escocés amigo de Kelvin llamado Sir Archibald Geikie (1835 – 1924),
considerando el ritmo actual de cambio geológico y biológico como constante a lo largo de
la historia de la Tierra concluyó que su edad sería grande también. Decía:

Luego de una cuidadosa reflexión sobre la materia, afirmo que el registro geológico
establece una masa de evidencia, la cual ningún otro argumento de otros departamentos de
la naturaleza puede explicar, y lo que me parece, no puede ser interpretado
satisfactoriamente salvo permitiendo un rango de tiempo mucho mayor que los límites
estrechos que las especulaciones físicas recientes concederían.

…que debe haber algún error en el argumento físico puedo, de mi parte, difícilmente
dudar…

Kelvin luego escribía que si la conductividad de la Tierra no es constante en su interior


podría llegar a tener hasta 4000 millones de años, pero insistía en la cota a la edad del Sol.

Es llamativo que un geólogo llamado Thomas Chrowder Chamberlin (1843 - 1928),


creador de la teoría de los planetesimales, en 1899 anticipara la fusión nuclear sin saberlo,
al mencionar la posibilidad de que tal vez haya algún mecanismo atómico desconocido:

81
¿Es el conocimiento actual relativo al comportamiento de la materia bajo tales
condiciones extraordinarias como las que se dan en el interior del Sol suficientemente
exhaustivo como para garantizar la aserción de que no existe ninguna fuente de calor no
conocida? Lo que sea la constitución interna de los átomos está aún abierta a
cuestionamiento. No es improbable que haya organizaciones complejas y asentamientos de
energías enormes. Ciertamente ningún químico cuidadoso realmente afirmaría que los
átomos son elementales.

En 1872, Thomson junto con su amigo Tait escribieron su Elements of Natural Philosophy,
una obra fundamental que incluía elementos de físico matemática, así como los recientes
desarrollos instrumentales y de teoría de la medición, algo así como un tratado general de
física y al mismo tiempo un compendio para los físicos e ingenieros de la época.

William Thomson fue nombrado caballero en 1866, y en 1892 se convirtió en el Barón


Kelvin, de Largs (condado escocés de Ayr, a unos 50 Km de Glasgow), en reconocimiento,
entre otras cosas, a sus logros en termodinámica, siendo el primer científico británico en ser
admitido en la Cámara de los Lores.

Creía en la existencia de átomos a nivel fundamental, a pesar de haber sido uno de los dos
descubridores de la segunda ley termodinámica, y en su artículo titulado The Kinetic
Theory of the Dissipation of Energy (La teoría cinética de la disipación de la energía)
publicado en los Proceedings of the Royal Society of Edinburgh en 1874, podemos leer:

La esencia del descubrimiento de Joule (la conservación de la energía) es el sometimiento


de los fenómenos físicos a la ley dinámica. Si, entonces, el movimiento de cada partícula de
materia en el universo fuera invertido en forma precisa en cualquier instante dado, el
curso de la naturaleza sería simplemente revertido para siempre. La burbuja explotando en
la espuma al pie de una catarata se reuniría y descendería en el agua: los movimientos
térmicos reconcentrarían su energía y arrojarían la masa cataratas arriba en gotas
rearmándose en una columna cerrada de agua ascendente. El calor que se había generado
debido a la fricción de los sólidos y disipado por conducción, y la radiación con absorción,
volverían nuevamente al lugar de contacto y arrojarían al cuerpo móvil de nuevo contra la
fuerza que lo había previamente lanzado. Los peñascos recobrarían del barro los
materiales requeridos para reconstruirlos en sus formas dentadas previas, y se reunirían
con el pico de la montaña del cual se habían desprendido previamente. Y si también la
hipótesis materialista de la vida fuera verdadera, las criaturas vivientes crecerían en
reversa, con conocimiento consciente del futuro, pero ninguna memoria del pasado, y
volverían nuevamente a ser no nacidos. Pero el fenómeno real de la vida trasciende
infinitamente la ciencia humana, y la especulación acerca de las consecuencias de su
inversión imaginada es marcadamente infructuosa. Muy por el contrario, sin embargo, lo
es con respecto a la reversión de los movimientos de la materia no influida por la vida, de
la cual una consideración muy elemental conduce a una explicación completa de la teoría
de la disipación de la energía…

Los procesos físicos, por otro lado, son irreversibles: por ejemplo, la fricción de sólidos, la
conducción de calor y la difusión. Sin embargo, el principio de disipación de la energía

82
organizada [o aumento de entropía] es compatible con una teoría molecular en la cual
cada partícula está sujeta a las leyes de la dinámica-

La síntesis entre su inquebrantable fe cristiana y su formulación del segundo principio de la


termodinámica queda reflejado en el siguiente escrito, extraña mezcla de rechazo del statu
quo, confianza en el progreso y al mismo tiempo afirmación de que todo desaparecerá:

Quisiera referirme a ese antiguo pero no por ello menos interesante tema de los milagros
de la geología. Aquí las ciencias físicas hacen algo por nosotros. San Pedro habla de
burlones que dicen de todas las cosas “que siguen siendo tal y como eran desde los
comienzos de la creación”, el Apóstol, en cambio, afirma que “todas estas cosas se
desvanecerán”. En mi opinión, las ciencias físicas llegan incluso a demostrar la verdad
científica de estas palabras. Tenemos la convicción de que no es de ningún modo posible
que las cosas sigan yendo siempre tal y como lo han venido haciendo durante los últimos
seis mil años. En ciencia, al igual que en moral y en política, no hay ningún tipo de
periodicidad. Algo que podamos vaticinar con certeza del futuro es que será diferente del
pasado. Todo se halla en estado de evolución y progreso.

El largo eterno retorno de Boltzmann


Ludwig Edward Boltzmann nació en Viena en 1844 en el seno de una familia acomodada y
cursó estudios medios en Linz, doctorándose en la Universidad de Viena en 1866. Fue
sucesivamente profesor de física en Graz y de matemáticas en Viena. En 1894 retomó su
puesto, ahora como profesor de física teórica, en la Universidad de Viena, y al año
siguiente Ernst Mach obtuvo la cátedra de historia y filosofía de las ciencias. Mach era uno
de los más claros opositores al trabajo de Boltzmann. En 1900, debido a su descontento con
Mach, Boltzmann se trasladó a Leipzig.

Boltzmann fue un participante activo en el debate entre atomistas y no atomistas,


particularmente en relación con la tensión entre la segunda ley de la termodinámica y la
simetría temporal de la mecánica Newtoniana. En el prefacio a la Parte II de su obra
titulada “Conferencias sobre la teoría de los gases”, publicada en 1896, escribe no sin
vehemencia que:

En mi opinión, sería una gran tragedia para la ciencia si la teoría de los gases fuera
temporalmente arrojada al olvido por una actitud hostil y momentánea hacia ella, como
sucedió, por ejemplo, con la teoría ondulatoria debido a la autoridad de Newton. Soy
consciente de ser sólo un individuo luchando débilmente contra la corriente del tiempo.
Pero todavía permanece bajo mi poder contribuir de tal modo que, cuando la teoría de los
gases sea de nuevo revivida, no mucho más tendrá que ser redescubierto.

Mach dejó la Universidad de Viena en 1901 por motivos de salud, lo que permitió a
Boltzmann volver al año siguiente. Algunos consideran que Boltzmann padecía un
trastorno bipolar, dado que algunas de sus expresiones reflejan efusividad seguida de

83
depresión. El último de sus ciclos depresivos se produjo durante unas vacaciones en 1906
en Duino, cerca de Trieste, que lo llevó al suicidio.

Sólo unos años después de su muerte, los trabajos de Jean Perrin sobre las suspensiones
coloidales (1908-1909), constituyendo un ejemplo la espuma de cerveza, confirmaron los
valores del número de Avogadro y la constante de Boltzmann, convenciendo a la
comunidad científica de la existencia de los átomos.

Quizá su contribución más famosa y significativa sea la de haber entendido a la entropía


como una medida (logarítmica) del número de estados microscópicos compatibles con un
dado estado macroscópico. Este estado macroscópico está definido a partir de las variables
que nosotros podemos medir u observar, sea con nuestros sentidos o con instrumentos
científicos.

La compatibilidad entre la reversibilidad de las leyes fundamentales (y microscópicas) de la


física y la irreversibilidad de las leyes (macroscópicas) de la termodinámica es explicaría
como un producto de nuestra visión imperfecta y borrosa de la naturaleza.

La ecuación que describe la entropía

S = k log W
se encuentra grabada en la tumba de Boltzmann, en el Zentralfriedhof, el cementerio central
de Viena.

Boltzmann aplicó las técnicas estadísticas de Maxwell a las colisiones atómicas,


deduciendo el famoso teorema “H” que lleva su nombre. Bajo la hipótesis conocida como
de “caos molecular”, en la que se supone que las moléculas no tienen correlación alguna
previo a un choque entre ellas, este teorema dice existe una función denotada con la letra
“H”, que siempre decrece con el tiempo, y que resulta igual a la entropía, pero con signo
opuesto.

De todas maneras, Boltzmann era consciente de que la hipótesis de caos molecular


introduce subrepticiamente la asimetría temporal que quiere justificar, pero eso no lo que
quita mérito al teorema, que sirve para aclarar las implicancias de vivir en un mundo
extrañamente asimétrico en el tiempo. En palabras de Boltzmann:

Uno tiene la opción de dos tipos de escenarios. Uno puede suponer que el universo entero
se encuentra al presente en un estado muy improbable. Sin embargo, uno puede suponer
que los eones durante los cuales este estado improbable dura, y la distancia desde aquí
hasta Sirio, son minúsculas comparadas con la edad y tamaño del universo. Debe haber
entonces en el universo, el cual está en equilibrio térmico como un todo y por ende muerto,
aquí y allá regiones relativamente pequeñas del tamaño de nuestra galaxia (los que
llamamos mundos), los que durante el tiempo relativamente corto de eones de desvían
significativamente del equilibrio. Entre estos mundos el estado de probabilidad [función
H] crece tan a menudo como decrece… Este punto de vista me parece el único modo en

84
que uno puede entender la validez del segundo principio y la muerte térmica de cada
mundo individual sin invocar un cambio unidireccional del universo entero desde un
estado inicial definido hasta un estado final.

La idea subyacente es la de un universo eterno en ambas direcciones temporales. En


contraposición, la idea del Big Bang universal favorece la primera opción.

En un artículo publicado en 1877 titulado “Acerca de las relaciones entre un teorema


mecánico general y la segunda ley de la termodinámica”, escribió:

Mencionaré aquí una consecuencia peculiar del teorema de Loschmidt, ésto es que cuando
seguimos al estado del mundo hacia el pasado infinitamente distante, estamos en realidad
en lo correcto al considerarlo como muy probable de modo que deberíamos alcanzar un
estado en el cual todas las diferencias de temperaturas han desaparecido, de la misma
manera en que deberíamos estarlo al seguir el estado del mundo en el futuro distante.

El teorema de Loschmidt al que refiere tiene que ver con la paradoja que lleva su mismo
nombre, sobre la que ampliaremos más adelante, y que resulta del hecho de que para cada
estado que evoluciona aumentando su entropía, existe otro estado que conduce a una
disminución de ella.

Boltzmann era consciente de que, aunque las leyes de la mecánica no tienen dirección
temporal, sin establecer algún tipo de condiciones iniciales son completamente inútiles para
predecir el comportamiento concreto de un sistema en una situación real. También escribió
que esas condiciones iniciales del Mundo deben haber sido muy improbables, tanto más
cuanto más nos adentremos en el pasado remoto. Esta apreciación del carácter especial del
“inicio” del Universo sigue siendo aceptada casi unánimemente en la actualidad.

La fama y el reconocimiento a Boltzmann fueron creciendo con los años. Por ejemplo E.
Schrödinger, en un artículo publicado en una revista berlinesa en 1929, en referencia a él
escribió:

Su línea de pensamiento puede llamarse mi primer amor en la ciencia.


Ningún otro me ha embelesado así ni volverá a hacerlo.

Mach y su crítica del tiempo absoluto newtonianio


El físico y filósofo de lengua alemana Ernst Mach nació cerca de Brno, en ese entonces
perteneciente al Imperio austríaco (actualmente República Checa), en 1838. En 1855
ingresó a la Universidad de Viena, donde recibió un doctorado en física luego de presentar
una tesis titulada “Sobre las cargas eléctricas y la inducción”. Durante ese período también
tomó un curso sobre fisiología médica. Luego se dedicó al estudio del efecto Doppler tanto
en óptica como en acústica, y en 1864 asumió como Profesor de Matemáticas en la
Universidad de Graz, para luego en 1866 tomar el cargo de profesor de física.

85
Desde 1867 hasta 1895 fue profesor de física experimental en la Universidad Charles de
Praga, y regresó a la Universidad de Viena en 1895. Sufrió un ataque cerebrovascular en
1897 que le produjo parálisis parcial, por lo que abandonó la Universidad en 1901, aunque
fue elegido miembro de la cámara alta del parlamento austríaco, cargo que ocupó hasta
1913, cuando se mudó a la casa de su hijo en Vaterstetten, cerca de Munich, donde
permaneció hasta su muerte.

Mach se hizo famoso en el mundo científico especialmente por sus estudios de las ondas de
choque balísticas, y en general la dinámica de fluidos a velocidades superiores a las del
sonido. También contribuyó al surgimiento de la psicología Gestalt y al estudio de la
función de equilibrio del oído interno.

En lo que a filosofía de la ciencia respecta, quizá su idea más conocida es el denominado


“Principio de Mach”, que tanto influiría en Einstein en su búsqueda de la Teoría General de
la Relatividad. Básicamente este principio, de raíces Leibnizianas, dice que el espacio
absoluto no existe, y que el movimiento de un cuerpo sólo tiene sentido en relación con
otro cuerpo. Si nos mareamos cuando giramos alrededor de nuestro eje, no es porque lo
hagamos con respecto a ningún espacio absoluto, sino cuando lo hacemos respecto a la
distribución de materia en el Universo, la que en la época de Mach sería la distribución de
las estrellas fijas. Coherente con su positivismo, rechazó toda metafísica y religión.

En cuanto a sus ideas acerca del tiempo, en la sección VI del capítulo 2 de su obra The
Science of Mechanics (“La ciencia de la mecánica”), titulada Newton´s views of Time,
Space and Motion (“Los puntos de vista de Newton acerca del tiempo, el espacio y el
movimiento”), luego de citar los fragmentos más importantes de los Principia de Newton
acerca del tiempo, Mach escribe:121

Cuando decimos que una cosa A cambia con el tiempo, simplemente queremos decir que
las condiciones que determinan una cosa A dependen de las condiciones que determinan
otra cosa B. Las vibraciones de un péndulo tienen lugar en el tiempo cuando su ocurrencia
depende de la posición de la Tierra. Dado que, sin embargo, en la observación del
péndulo, no estamos bajo la necesidad de tener en cuenta su dependencia de la posición de
la Tierra, sino que podemos compararlo con otra cosa (las condiciones de la cual por
supuesto también depende de la posición de la Tierra), fácilmente surge la noción ilusoria
de que ninguna de las cosas con la cuales la comparamos son esenciales. También
podremos, al considerar el movimiento de un péndulo, despreciar completamente otras
cosas externas, y descubrir que, para cada posición de él, nuestros pensamientos y
sensaciones son diferentes. El tiempo, consecuentemente, parece ser una cosa particular e
independiente, de cuyo progreso depende la posición del péndulo, mientras que las cosas a
las que recurrimos y que elegimos aleatoriamente para efectuar la comparación, parecen
jugar un rol completamente colateral. Pero no debemos olvidar que todas las cosas en el
mundo están conectadas unas con otras y dependen unas de otras, y que nosotros mismos y
todos nuestros pensamientos son también parte de la naturaleza. Está claramente más allá

121
Ernst Mach, The Science of Mechanics: A Critical and Historical Account of Its Development, Sixth
Edition (The Open Court Publishing Company, La Salle, Illinois, 1989) (traducción al castellano del
fragmento citado de P.S.), págs. 272-273.

86
de nuestro poder el medir los cambios de las cosas a través del tiempo. Más bien al
contrario, el tiempo es una abstracción, a la cual llegamos mediante el cambio de las
cosas; hecho debido a que no estamos retringidos a ninguna medida definida, ya que están
todas interconectadas. Un movimiento es llamado uniforme, en el cual incrementos
descriptos de espacio iguales corresponden a iguales incrementos de espacio descriptos
mediante algún movimiento con el cual formamos una comparación, tal como la rotación
de la Tierra. Un movimiento puede, con respecto a otro movimiento, ser uniforme. Pero la
cuestión acerca de si un movimiento es en sí mismo uniforme, no tiene sentido. De forma
similar con tan poca justicia, también podemos hablar de un “tiempo absoluto” – de un
tiempo independiente del cambio. Este tiempo absoluto no puede ser medido mediante la
comparación con ningún movimiento; por lo tanto no tiene ni un valor práctico ni uno
científico; y nadie está justificado para decir que sabe nada acerca de él. Es una
concepción metafísica ociosa.

Nos hemos tomado la libertad de traducir este extenso fragmento, porque creemos que en él
está resumida buena parte de la concepción del tiempo de Mach. Sólo existen las
percepciones, las sensaciones, las mediciones de objetos concretos con movimientos
concretos.

La única medida posible del cambio es mediante el establecimiento de correlaciones entre


movimientos, o entre procesos físicos en general. Habrá procesos más “amigables” o
“armónicos” con respecto a nuestra percepción del cambio, o más estables, o más
reproducibles, que utilizaremos para definir alguna medida del tiempo. Puede ser la
rotación de la Tierra, la oscilación de un péndulo, o un proceso atómico que se repite, pero
lo que definitamente no tiene sentido alguno es hablar de, y mucho menos medir el
transcurrir de, un “tiempo absoluto”.

En el capítulo titulado Time-Sensation (“La sensación del tiempo”) de su obra


Contributions to the Analysis of the Sensations (Contribuciones al análisis de las
snsaciones)122, Mach hace un desarrolló muy interesante de la relación entre nuestra
percepción del paso del tiempo, la música, el ritmo, nuestra capacidad de contar y la
memoria. En algunos tramos incluso nos recuerda la noción de Aristóteles acerca del
tiempo como “número en relación al antes y al después”.

Para Mach la memoria también es un elemento esencial de nuestra percepción temporal, e


incorpora además la recientemente descubierta segunda ley de la termodinámica,
proponiendo una relación entre la asimetría que para nosotros hay entre el pasado y el
futuro, con la asimetría del aumento permanente de la entropía del Mundo. De todas
maneras no citaremos más fragmentos de Mach ni nos extenderemos más sobre sus ideas
acerca del tiempo, dejando al interesado la posibilidad de profundizar en la bibliografía
original del pensador austríaco.

Es de destacar que Albert Einstein leyó a Mach, e incluso en 1902 cuando era estudiante en
Zürich se reunía regularmente con sus amigos Conrad Habicht y Maurice Solovine para

122
Ernst Mach, Contributions to the Analysis of the Sensations (The Open Court Publishing Company, La
Salle, Illinois).

87
comentar los dos libros de Mach antes mencionados sobre Mecánica y sobre las
Sensaciones (ambos publicados originalmente en la década de 1880). Fue Einstein quien
acuñó el término Principio de Mach, que básicamente dice que la masa inercial de un
cuerpo depende de su acoplamiento con el resto de la materia en el Universo, con lo que
difícilmente habría fuerzas inerciales si no hubiera otros cuerpos con los que un cuerpo
dado pueda interactuar.

Fue junto con el filósofo de lengua alemana Richard Avenarius creó la corriente llamada
“empiriocriticismo”, filosofía que buscaba fundamentarse en las ciencias duras al mismo
tiempo que eliminar todo vestigio de metafísica en cuanto a ideas sin conexión con la
experiencia. El fin último de la ciencia sería entender las relaciones entre “complejos de
sensaciones”, dado que estas últimas son lo único de lo que podemos hablar a ciencia
cierta. No es que no sea lícito en el medio recurrir a conceptos teóricos tales como átomos o
campos, pero al final lo que importa, y lo que significa algo realmente concreto, es nuestro
discurso acerca de lo observable.

Consideraciones finales acerca de las ideas sobre la irreversibilidad en las


leyes de la naturaleza a principios del siglo XX

Las leyes fundamentales de la física son invariantes frente a una inversión temporal, y esto
vale tanto para la mecánica clásica como para la mecánica cuántica, en el caso de esta
última al menos si dejamos de lado el problema del “colapso de la función de onda”. Dicho
de manera algo menos técnica, dichas leyes no distinguen entre el pasado y el futuro. Esta
última frase requiere de una aclaración adicional. No distinguir entre pasado y futuro
significa que, si observo la evolución de un sistema analizando la función matemática que
describe las magnitudes físicas que lo describen en función del tiempo, no puedo saber si el
parámetro temporal “fluye” en una dirección o en otra.

Otra manera equivalente de decir la misma cosa es la siguiente: si la variable “t” denota al
tiempo que “avanza” hacia el futuro o hacia “adelante”, tanto la función f(t) como la
función f(-t) = f´(t) son soluciones a las ecuaciones de movimiento del sistema. Esto vale
tanto para las ecuaciones de Newton (mecánica clásica), como para las ecuaciones de
Schrödinger y de Heisenberg (mecánica cuántica ondulatoria y mecánica cuántica matricial
respectivamente). La interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica, según la cual
el sistema cuántico “colapsa” en alguno de los valores previamente posibles de la variable
que se somete a observación, no obedece a ninguna ecuación, sino que tiene implícitamente
incluida una dirección privilegiada del tiempo, y por ende no entraría dentro de lo que
llamamos una “ecuación de evolución invariante frente a una inversión temporal”, entre
otras cosas porque ni siquiera es una ecuación.

Lo asombroso es que en todos los sistemas macroscópicos que observamos hay una clara
“flecha” o “dirección privilegiada” del tiempo, porque hay un conjunto de procesos que
nunca se observan en la naturaleza, mientras que su reverso temporal sí. Hubo muchos
científicos que intentaron resolver esta paradoja, no siempre con éxito y mucho menos con
aceptación por parte de la mayoría de la comunidad científica, tal como vimos más arriba.

88
Es curioso que la teoría atómica de Dalton, que era ampliamente aceptada por los químicos,
tenía tantos enemigos en otras disciplinas.

El químico y físico austríaco Johann Joseph Loschmidt (1821 - 1895), quien fuera uno de
los pioneros de la teoría de la valencia atómica y del tamaño molecular, sin embargo,
consideraba incompatible el hecho de que los átomos obedezcan las leyes de la mecánica y
que el mundo macroscópico sea temporalmente asimétrico. En un artículo escrito en 1876,
elaboró un argumento conocido como la “paradoja de Loschmidt”, en el que parte de un
conjunto de partículas encerradas en una caja aislada. Si inicialmente éstas se encuentran en
un rincón de la caja, luego la expansión del gas implica que al cabo de un tiempo las
partículas ocupan todo el volumen de la caja.

Por otro lado, si el estado inicial es similar al estado final de la situación anterior, pero con
todas las velocidades de las partículas invertidas en su dirección, el gas al cabo del mismo
tiempo finalizará con todas las partículas concentradas en el rincón inicial del caso anterior,
cosa que nunca se observa en la naturaleza. Este es un ejemplo entre miles en donde el
mundo real consta de procesos en los cuales la entropía total aumenta (gas desparramado en
toda la caja luego de estar en un rincón), pero nunca ocurre lo contrario.

Como para Loschmidt era impensable que la naturaleza tenga una especie de “horror” a un
determinado subconjunto de condiciones iniciales, desordenadas de una manera lo
suficientemente especial como para que luego aparezca el orden, le pareció más razonable
directamente sostener que la materia a nivel fundamental no obedece las leyes de la
mecánica clásica. Como para el físico austríaco toda partícula elemental obedece la
mecánica Newtoniana, y por otro lado la materia parece componerse de moléculas de
diferentes estructuras, probablemente haya pensado que las mismas no se comportan como
partículas elementales, o que al menos no obedecen las leyes de Newton. Tras su muerte en
1895 el problema seguía abierto.

El químico y filósofo Friedrich Wilhelm Ostwald (Riga, Letonia, 1853 - Grossbothen,


Alemania, 1932), quien fue premio Nobel de Química en 1909 por sus trabajos en la
catálisis y por su búsqueda de los principios fundamentales detrás de los equilibrios
químicos y las velocidades de reacción, inicialmente se opuso a la teoría atómica. En un
artículo escrito en 1895 sobre la “superación” del materialismo científico, al cual se oponía,
escribía:

La proposición de que todos los fenómenos naturales se pueden reducir, en última


instancia, a fenómenos mecánicos ni siquiera puede ser tomada como una hipótesis de
trabajo útil: es simplemente un error. Este error es más claramente revelado por el
siguiente hecho. Todas las ecuaciones de la mecánica tienen la propiedad de que admiten
inversión de signo de las cantidades temporales. Es decir, teóricamente procesos
perfectamente mecánicos pueden desarrollarse igualmente bien hacia adelante y hacia
atrás [en el tiempo]. Por lo tanto, en un mundo puramente mecánico no podría haber un
antes y un después como tenemos en nuestro mundo: el árbol podría convertirse de nuevo
en brote y semilla, la mariposa volvería a ser una oruga, y el anciano un niño. Ninguna
explicación es dada por la doctrina mecanicista para el hecho de que esto no suceda, ni

89
puede darse debido a la propiedad fundamental de las ecuaciones mecánicas. La
irreversibilidad real de fenómenos naturales demuestra así la existencia de procesos que
no pueden ser descritos por ecuaciones de la mecánica; y con esto queda establecido el
veredicto sobre el materialismo científico.

Aunque no podemos decir que hacia el final de su vida haya abrazado totalmente su tan
denostado materialismo científico, sí podemos afirmar que, luego de que Jean Perrin
comprobara experimentalmente que el movimiento browniano obedece las ecuaciones
calculadas por Albert Einstein, cambió de opinión acerca de la existencia real de los
átomos.

Quizá los eones de Boltzmann no tengan cabida en el Universo, y en ese caso el origen de
la segunda ley de la termodinámica y su flecha del tiempo asociada haya que buscarlo en su
propia historia, una historia que incluye algún momento especial “inicial”. Y hemos escrito
la palabra “inicial” entre comillas, porque es parte del problema mismo del tiempo:
¿comenzó? y si lo hizo ¿qué significa que “comenzó”? El problema de la flecha del tiempo
es en última instancia inseparable del problema del comienzo del tiempo, y por ende del
problema de la definición misma de tiempo.

90

También podría gustarte