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acólitos
del diablo
Rafael Toriz
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Entre la genialidad y la locura algunas más recientes —buena parte de su obra ha sido
La sinagoga de los iconoclastas cumple uno de los designios republicada en los últimos años por Sudamericana—,
de las obras magistrales: ser inencontrable, presentarse rematadas en las librerías de saldos y de viejo de la
como un rumor antiguo, casi apagado, venido de lejos capital argentina.
mediante fuentes difusas (por eso resulta todo un ha A la escasez de sus libros se suma su trayectoria
llazgo que Anagrama haya lanzado una tercera edición como escritor. Habiendo empezado su carrera como
a fines del año pasado). Y así sucede con toda la obra un notable poeta neorromántico en Buenos Aires en la
de Wilcock, desperdigada en ediciones antiquísimas o década de los cuarenta y hasta inicios de los cincuenta
—donde entablaría una sólida amistad con Borges,
Bioy y Silvina Ocampo—, parti
ría después hacia Italia, donde se
dedicaría de lleno a la narrativa, la
traducción, en ocasiones al teatro y
algunas veces a la poesía.
El caso no tendría mayor inte
rés si no fuera porque al abandonar
la Argentina abandonaría también
el español, esa “cárcel” (la expresión
es suya), para escribir en italiano,
lengua que enriqueció con sus ex
quisitas traducciones de las obras
de Marlowe, Shakespeare, Joyce y
un vastísimo etcétera. Wilcock fue
un traductor destacadísimo que lo
mismo tradujo al español que a la
lengua de Dante, con tal maestría
que Roberto Calasso, uno de los
pocos sibaritas del oficio en activo,
afirmó: “cuando empezó a escribir
en italiano, logró transmitir ense
guida a la lengua ese sello que era
el de sus gestos, el modo en que
se manifestaba su persona. Así, su
italiano es como un islote tropical,
poblado por una vegetación antigua
y frondosa, atrapado en la corriente
de un río contaminado por desper
dicios industriales, que atraviesa
una árida y pérfida campiña. Muy
pocos, hasta ahora, han intentado
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Entre los acólitos del diablo
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de choque desea volver imbécil a la humanidad para Las almas agrupadas en esta sinagoga de irreveren
regresarla a la felicidad y contemplar, en la cara de un tes se ve sin embargo sujeta a la locura del observador
idiota, el reflejo de Dios. más perverso y desalmado, el que juzga conociendo
Parecido es el caso de Aaron Rosenblum, un perfectamente las paredes de su propio encierro y el
utopista descarado que desea instalar al mundo con más enfermo de todos: el narrador, un testigo elocuen
temporáneo en 1580, cuando Inglaterra gobernaba el te de la locura que viene de las ninfas, filibustero que
mundo conocido, bajo el pretexto de que al parecer mezcla en la medida exacta la ciencia y la imaginación
entonces la humanidad era feliz. con la magia de sus inquilinos, esos acólitos que lo
Como se ve, se trata de una galería desopilante y acompañan en el infierno y a quienes él aventaja en
ridícula, y que como todas las ideas verdaderas lleva en genialidad y estropicios, es decir, en enfermedad: es
sí misma el germen de la verdad y la genialidad. Los él quien encarna, arropado por las llamas, la terrible
personajes de esta novela fragmentaria son constructo lucidez.
res de sistemas en el vacío, creyentes ateos en mundos Consciente de su circunstancia, luego de haber
mejores y más lógicos que éste; de ahí la oscura fasci abierto la puerta a un mundo delirante e inaudito, no
nación que despiertan los dementes, el reconocimiento deja de ser elegante y categórico al apuntar sin amargu
velado: vistos con detenimiento algunos de estos sis ra ni vanagloria: “a nadie se le permite en este mundo
temas no resultan menos ridículos e imposibles que el ser totalmente original, a partir del momento en que
comunismo, la filantropía o la democracia. todo o casi todo ha sido dicho por un griego”.
J. Rodolfo Wilcock
La sinagoga de los iconoclastas
Barcelona, Anagrama (Panorama
de Narrativas, 9), 3a ed., 2010
(1a ed.: 1982), 173 pp.
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