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«Ica, que fabrica mucho aguardiente, [...], y de una fábrica que tiene de vidrios
ordinarios envía grandes porciones, que se gastan entre la gente ordinaria de Lima y
otras provincias [...]El valor anual de todos estos artículos asciende a 588.742 pesos»
(Tadeás Haënke, 1790).
El geólogo Bueno (1951) y el historiador Macera (1964) explican que el valle de Ica –
concretamente, las pampas de Villacurí– contiene tierras salitrosas que permitían la
expansión de una planta llamada 'barrilla o yerba de vidrio' cuyas cenizas contienen
sosa, ingrediente esencial para fabricar vidrios, jabones y lejías. De acuerdo con Ramos
(1989), el primer horno de vidrio se estableció en Xauranga por el maestro Pedro de la
Barrera que lo transportó desde Sevilla, vía Panamá, en la primera década del siglo XVII.
La fabricación de vidrio era una empresa costosa por lo que los jesuitas articularon una
red de suministros para asegurar leña constante, insumos alimenticios locales y el
transporte de la mayoría de lo producido hacia Lima y Piura (en el Perú) y Nicaragua.
Una pequeña cantidad se destinaba a las ciudades de Huamanga, Jauja y Huancavelica
en la sierra. Con el tiempo, los obrajes de vidrio de convirtieron en unidades integradas
de producción con jornaleros de otras especialidades, por ejemplo, con maestros
fundidores de cobre y estaño (necesarios para reparar las pailas y los moldes que se
usaban para hacer vidrio) y los 'labradores de madera' que no solo eran leñadores, sino
que reparaban las parras y bateas de la 'fábrica'.
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Luego de la expulsión de los jesuitas (1767) tanto del Virreinato como de Ica, el espacio
dejado por estos fue acaparado por el maestro vidriero Francisco Bernaola que, a partir
de 1704, desde su hacienda 'Mamacona' –antigua propiedad jesuita–, pugnaba por
acaparar la producción de vidrio en el valle. Sus aspiraciones monopólicas no se
concretaron gracias a la Dirección General de Temporalidades que bregó por mantener
abierta la producción de vidrio al mayor número posible de interesados.
Unode
los puntos más concurridos por la aristocracia limeña para la comprar de objetos
de vidrio fue la botica de 'San Andrés' (Archivo General de la Nación Perú-AGNP, C13,
leg.265, 1787), donde además de mostrar manufacturas locales se importaron vidrios
desde la península –de la real fábrica de La Granja de San Ildefonso–, vía Panamá
(Pastor, 2002). Allí se vendían “frasquitos de cristal de Holanda a 12 reales cada uno”
(AGNP, Protocolos notariales, 1746, folios 556-559), vidrios en objetos de loza y de cedro
tallado (AGNP, Protocolos notariales, 1718, folio 779), “vidrios de Venecia” (AGNP,
Protocolos notariales, 1647, folios 304-306), “ollitas de vidrio de Ica” (AGNP, Notario Juan
Bautista Tenorio, 1755), “piezas de botellas de vidrio de Ica a 3 reales cada uno” y “tazas
de vidrio de Ica grande en 2 pesos” (AGNP, Notario José de Bustinza, 1762), “tazas con
tapadera de plata de 12 reales a 2 pesos”, “lebrillitos de vidrio de Ica a un peso”, “piezas
de vidrio de diferentes juguetes” (AGNP, Notario Gregorio González, 1772),
“cornucopias” que eran espejos de vidrio azogado y “arañas de cristal de tres órdenes
[de luces] con flores de colores en 100 pesos” (AGNP, Notario Lucas de Bonilla, 1794). El
creciente interés de la élite limeña por los objetos de vidrio y su exportación a otros lares
llevó a afirmar a la historiadora Martins (2021), citando a Vicente (2009), “[las] políticas
adoptadas por la dinastía de los Borbones restringieron las posibilidades de desarrollo
de las industrias locales, pero claramente estas no afectaron la vidriería de Ica”.
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El vidrio
pasó también al escenario de la moda personal femenina. De acuerdo con la
historiadora Martins (2021) hay evidencias que “[...]las personas más distinguidas del
virreinato [peruano] ostentaron joyas compuestas por distintos modelos de cuentas de
vidrio” que el lenguaje virreinal bautizó como 'piedras de Francia' (O'Phelan, 2007) por
el uso de esmaltes azules y blancos. Otro tipo de joya en vidrio de mucha aceptación en
Perú y Panamá fueron los relicarios a los que se les añadía oro, plata o marfil, así como
los botones de vidrio para los trajes de las señoras. Preferencias que reforzaron las
dinámicas de ostentación de las élites criollas en los virreinatos hispanoamericanos
hasta los inicios de las guerras de independencia en el que el cambio de paradigmas
modificó el gusto artístico de las personas.
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