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¿Perdón o resentimiento?

Algunas reflexiones sobre las implicaciones políticas del


perdón frente a los “falsos positivos”1

Un domingo por la tarde, el 2 de marzo de 2008, la señora Blanca Nubia Monroy habló por
última vez con su hijo Julián. En esta conversación, Julián le contó que iba a encontrarse con
alguien que le había ofrecido un trabajo, y le pidió que le guardara algo de comida, porque
no pensaba demorarse. Al día siguiente, tropas del Batallón Santander reportaron que, en
medio de un enfrentamiento con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Ocaña, Norte
de Santander, Julián Oviedo Monroy fue la única baja. En este supuesto combate, los
soldados dispararon 550 cartuchos y Julián murió por 6 disparos de fusil. Después de 6 meses
de incesantes búsquedas, la señora Monroy encontró el cuerpo de su hijo, que había sido
sepultado en una fosa común (Redacción El Tiempo, 2009).

Julián nació a las 10 de la noche en el hospital Simón Bolívar, era chiquitico, desde que yo
quedé embarazada fue una alegría muy bonita, a medida que iba creciendo yo me tomaba mi
vientre y lo abrazaba, lo consentía y él como que respondía a esa caricia. Julián fue la luz de
mis ojos, él lo fue todo para mí, cuando él tenía 5 días de haber nacido, yo le hice un
juramento: que no me iba a separar de él pasara lo que pasara, y ahí estuvimos juntos 19 años;
hasta que me separaron de él, me lo arrancaron de mis brazos bruscamente. Yo tengo la foto
de mi hijo al lado de mi cama, a ratos me levanto y lo consiento, a veces le hablo, le saludo;
cuando voy a salir de la casa le paso mi mano por su carita, le digo: cuida la casa y cuida a
tus tres hermanos. (Bello, 2019)

Julián y la señora Blanca Monroy son solamente dos de las miles de víctimas de los “falsos
positivos”, un crimen de Estado2 en el que las Fuerzas Militares de Colombia asesinaron a

1
Trabajo final presentado por Oscar Andrés Ardila Peñuela, estudiante del Doctorado Interinstitucional en
Educación de la Universidad Pedagógica, en el marco del Seminario ¿Justicia, castigo y/o perdón?
Implicaciones para la formación moral y política, orientado por los doctores Alexander Ruiz Silva y Manuel
Prada Londoño.
2
De acuerdo con el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (MOVICE), los crímenes de
Estado son “aquellos delitos cometidos por los agentes estatales, o por particulares (como los grupos
paramilitares) que actúan en complicidad o por tolerancia (omisión) del Estado.”. (MOVICE, 2020)
civiles para presentarlos como guerrilleros dados de baja en combate. De acuerdo con el
Informe de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), entre el 2002 y el 2008, 6.402 personas
fueron asesinadas en el desarrollo de este atroz delito. El objetivo del presente escrito es
preguntarse: ¿cuáles son las posibilidades (y también las responsabilidades) políticas que
surgen a partir del eventual perdón frente a crímenes de Estado como los “falsos positivos”?
y ¿cómo pueden comprenderse estas posibilidades y responsabilidades políticas a partir de
una perspectiva vinculada con la democracia radical? Es importante resaltar que este escrito
no busca señalar la necesidad de perdonar estas cruentas acciones, hacerlo sería despojar a
las víctimas de su agencia, lo que constituiría una revictimización. Lo que busca el presente
texto es reflexionar en torno a los significados políticos del perdón frente a estos crímenes.

El perdón sociopolítico en el marco de los “falsos positivos”

Como explica (Zembylas, 2007), “el perdón existe en, por lo menos, dos niveles distintos. El
nivel privado e interpersonal y el nivel público y sociopolítico. En el plano privado, el perdón
es una experiencia subjetiva que se ubica al interior del individuo y se desarrolla entre dos
personas. Por otro lado, el perdón sociopolítico se ubica entre grandes grupos de personas”.
(Pág. 83). Por lo tanto, para preguntarse por las posibilidades políticas del perdón frente a los
“falsos positivos”, es necesario establecer si este acto se ubica en un plano privado o público.
Considero que, más allá de citar extensos informes sobre estos crímenes de Estado, es
apropiado escuchar nuevamente a la señora Monroy, quien, en una reciente entrevista con el
medio France 24, explica con claridad las causas de estos delitos:

Los falsos positivos es una problemática (sic) que hay en Colombia, que la hubo en el 2008.
Porque en el 2005, el señor presidente en ese entonces, Álvaro Uribe, Estados Unidos le
pasaba una cantidad de plata muy grande a Colombia para lo del Plan Colombia. En Estados
Unidos, al empezar a ver que no habían (sic) resultados, de que no estaban dando resultados
de guerrilleros asesinados, entonces le llamaron la atención a Colombia. Entonces el señor
Uribe empezó a exigir resultados. No queremos decir que él le dijo a los militares que tenían
que matar gente, pero si empezó a exigir resultados de guerrilleros muertos.
Que hizo el Ejército Nacional de Colombia, empezaron más que todo en el área del
Catatumbo, en Santander, a conseguir campesinos, asesinarlos y hacerlos pasar como
guerrilleros. Cuando ya los campesinos se dieron cuenta y empezaron a denunciar, ya ellos
no podían hacer eso en el Catatumbo, entonces contactaron civiles que llegaran a Bogotá, y
estas personas empezaron a contactar jóvenes de Bogotá, y no solamente de Bogotá, de
Antioquia, de Córdoba, prácticamente de todo el país.

Entonces que hacían, le pagaban un dinero a los reclutadores, los reclutadores se hacían
amigos de los muchachos, jugaban fútbol, todo este tipo de cosas, se ganaban la confianza de
estos muchachos. Ya luego les ofrecían un trabajo, con este trabajo se llevaban a estos
muchachos a varios lugares del país, los asesinaban, a muchos los vestían con ropa militar,
les ponían armas, les ponían granadas y los hacían pasar por guerrilleros.

Luego llegaron al municipio de Soacha, Soacha es un municipio de Bogotá donde llega


mucha gente desplazada. Es un municipio de escasos recursos económicos. Entonces
empezaron a contactar a los muchachos. En diciembre del 2007 comenzaron: se llevaron dos,
luego en enero se llevaron otros dos, luego en marzo se llevaban otros dos, y así
sucesivamente. A mi hijo se lo llevaron en el mes de marzo, el 2 de marzo del 2008, fue
asesinado el 3 de marzo, al día siguiente. Él salió de la casa, a encontrarse con una persona
para un trabajo, me dijo que le guardara comida que él no se demoraba, pero no volví a saber
absolutamente nada de mi hijo. (France 24, 2021)

Entonces, ¿quién sería el destinatario de un hipotético perdón de la señora Monroy? ¿los


reclutadores que se aprovecharon de las necesidades económicas de su hijo para llevarlo a la
muerte? ¿los soldados que le dispararon? ¿los oficiales que les dieron la orden de hacerlo?
¿los políticos colombianos que, pensando en sus réditos políticos, presionaban a los
miembros del Ejército por resultados? ¿los políticos estadounidenses que, bajo el fallido
discurso de la lucha contra el terror, condicionaban la asignación de recursos económicos a
los resultados de la guerra? Para reflexionar en torno a un eventual perdón frente a los “falsos
positivos”, es necesario ir más allá del plano interpersonal planteado por Zembylas, y abordar
las implicaciones sociopolíticas de estos crímenes.
Sin embargo, considero que no es suficiente ubicar esta reflexión en un plano sociopolítico,
ya que, a diferencia de otras situaciones de victimización, los “falsos positivos” no son
crímenes producidos en el marco de una guerra entre dos ejércitos, ni del conflicto entre dos
grupos étnicos, sino de crímenes de Estado, lo que agrega condiciones específicas que deben
considerarse. Por lo tanto, cabe preguntarse, ¿qué implica comprender los “falsos positivos”
como crímenes de Estado?

Los “falsos positivos” como crímenes de Estado

De acuerdo con el MOVICE, los crímenes de Estado se diferencian de otras conductas


delictivas por las siguientes características:

• Son actos generalizados que se cometen contra una gran cantidad de víctimas, ya sea por la
cantidad de crímenes o por un solo crimen contra muchas víctimas.
• Son actos sistemáticos que se realizan de acuerdo a un plan o política preconcebida, lo que
permite la realización repetida de dichos actos inhumanos.
• Son cometidos por las autoridades de un Estado o por particulares que actúan con respaldo
de dichas autoridades, con su tolerancia o complicidad.
• Están dirigidos contra la población civil por motivos sociales, políticos, económicos,
raciales, religiosos o culturales. (MOVICE, 2020)

¿Fueron los “falsos positivos” un acto generalizado? Si consideramos las cifras planteadas
por la JEP en su más reciente informe, entre 2002 y 2008 se presentaron 6.402 víctimas de
“falsos positivos”, es decir, fueron asesinadas casi 3 personas al día durante 6 años. Frente a
la condición sistemática de estos crímenes; de acuerdo con el comunicado 071 de la JEP:

La Sala de Reconocimiento encontró que no se trataba de hechos aislados o de una repetición


accidental. Las desapariciones forzadas y asesinatos probados tenían las mismas
características y una misma finalidad: responder a la presión por “bajas” a “como diera lugar”
y así satisfacer el indicador oficial del éxito militar en el marco de la política institucional del
conteo de cuerpos (JEP Jurisdicción Especial para la Paz, 2021)
¿Fueron cometidos por autoridades del Estado? Hasta el pasado 6 de julio, la JEP ha
imputado cargos a 26 miembros del Ejército por crímenes de guerra y de lesa humanidad
ligados a los “falsos positivos”. Y, ¿Cuáles las condiciones sociales que tuvieron en cuenta
los victimarios para escoger a sus víctimas? La JEP afirma que:

Bajo una lógica criminal cercana al de la “limpieza social”, estas víctimas fueron
seleccionadas porque eran trabajadores informales o desempleados, tenían alguna
discapacidad o porque eran desempleados o habitantes de calle; características que las hacía
atractivas para sumar criminalmente sus cuerpos a las estadísticas militares de “bajas en
combate”. (JEP Jurisdicción Especial para la Paz, 2021)

Aunque no existe actualmente una sentencia judicial que determine los “falsos positivos”
como crímenes de Estado, podemos evidenciar que, de acuerdo con la investigación
desarrollada por la JEP, estos delitos comparten las características señaladas por el MOVICE.
Sin embargo, existe una condición sustancial ligada con los crímenes de Estado que es
importante señalar; de acuerdo con Suárez: “cuando hablamos de crímenes de Estado
pareciera ser una paradoja, porque el Estado es quien está destinado por su posición a
proteger la vida, la honra, los bienes y la integridad de cada uno de los asociados que hacen
parte de ese presunto pacto social en el que el Estado se compromete a garantizar los derechos
de las personas, y las personas se comprometen a que el Estado se sostenga” (CINEP , 2019).

Por lo tanto, para analizar las implicaciones políticas del perdón frente a crímenes de Estado,
es necesario situarse por fuera de la lógica que interpreta la victimización política como un
conflicto entre dos partes frente a las cuales el Estado se sitúa como una instancia neutral.
¿Qué implica entonces la posibilidad de perdonar al Estado frente a sus crímenes?

Implicaciones políticas del perdón frente a los crímenes de Estado

Raoul Vaneigem, en su texto Ni perdón ni talión, rechaza la posibilidad del perdón, debido a
que no busca transformar las condiciones que hacen posible la falta: “Lejos de volver mejores
a los hombres, el perdón los endurece en la idea de una fatalidad para la que no hay otro
remedio más que la compasión. ¡Mi deseo es que nada se olvide, con el objeto de que la
culpabilidad se borre para no dejar subsistir bajo nuestros ojos sino el error cuya reincidencia
hay que impedir!” (Vaneigem, 2021, pág. 84).

¿Por qué el perdón no lograría transformar esta fatalidad que produce la victimización?
Porque, para (Vaneigem, 2021), la falta y el castigo hacen parte de un ciclo interminable que
refuerza la presencia y la necesidad del Estado: “El castigo ilustra y mantiene el ejemplo de
un temor saludable, sin el cual ningún poder, ninguna instancia autoritaria, ningún superior
jerárquico podría mantenerse” (Pág. 51). El Estado, para Vaneigem, se sostiene gracias a su
función punitiva; por lo tanto, el perdón no detendrá el ciclo de victimización, porque el
Estado requiere de la falta para conservar su capacidad de castigar.

La perspectiva de Vaneigem parece particularmente apropiada para analizar las


implicaciones políticas del perdón frente a crímenes de Estado como los “falsos positivos”,
¿el perdón frente a estos delitos implica dotar al Estado de una legitimidad política que perdió
al incumplir su función como garante de los derechos ciudadanos? O mejor, siguiendo a
Vaneigem. ¿es posible perdonar a un Estado que se sostiene a través de un ciclo interminable
de crimen y castigo?

Sin embargo, cabe preguntarse, ¿qué alternativas les quedan a las víctimas de estos crímenes?
¿resignarse a ser portadoras de un crimen irresoluto? Creo que el mismo (Vaneigem, 2021)
insinúa una perspectiva distinta cuando afirma: “¿Deseamos honrar la memoria de los
sacrificados? Que no sea en concepto de víctimas -y mucho menos de mártires-, sino en
cuanto seres para los cuales el mejor homenaje que se les puede hacer consiste en combatir
por una vida soberana.” (Pág. 85). Finalmente, (Vaneigem, 2021) menciona los procesos
judiciales en las comunidades zapatistas en México, como alternativa frente a este ciclo
punitivo del Estado. Describe como el veredicto en este proceso busca la toma de conciencia
del victimario frente a la herida que han abierto sus acciones en la comunidad, y la necesidad
de contribuir a su cicatrización mediante actos de reparación a sus víctimas. (Pág. 81).

A su vez, (Chaparro, 2002) reflexiona sobre las implicaciones sociopolíticas del perdón en
el proceso de Justicia y Paz entre el gobierno del presidente Álvaro Uribe y los grupos
paramilitares. Frente a las preocupaciones de Chaparro por la posibilidad de que este proceso
de negociación no tenga en cuenta la necesidad de verdad, justicia y reparación para las
víctimas, propone un perdón sin soberanía que, al ser ejercido por las víctimas, puede
constituirse en un contrapeso frente al perdón soberano emprendido por el gobierno Uribe:
“En esta encrucijada, un perdón sin soberanía plantea lo imperdonable, no sólo del daño, sino
de los acuerdos y circunstancias que lo han hecho posible.” (Pág. 250).

Esta posibilidad del perdón sin soberanía como contrapeso del perdón soberano se evidencia
en la tensión entre memoria y verdad judicial. Para (Chaparro, 2002), la verdad jurídica choca
con cierto nivel de impunidad que es consustancial a un proceso de negociación entre los
grupos armados y el Estado. Frente a este nivel inevitable de impunidad, la memoria pública
serviría como alternativa al olvido, inhibiría el recurso a la venganza y permitiría la
construcción de un horizonte moral compartido. (Pág. 247).

Para la construcción de este horizonte moral, la reparación, de acuerdo con (Chaparro, 2002)
debería concebirse más allá de la justicia estatal que individualiza la sanción, hacia procesos
de transformación social. Esto implica el reconocimiento de las raíces políticas y económicas
de los grupos armados, vinculadas con un modelo de sociedad excluyente, en donde estas
organizaciones han sido la única experiencia real de presencia estatal en diversas regiones
del país. Sin embargo, un obstáculo significativo para esta propuesta de reparación es la
mutua dependencia entre los grupos armados y las élites regionales para afianzar su poder
económico y político, esta codependencia se evidencia en la contrarreforma agraria descrita
por el autor, en la que procedimientos ilegales desarrollados por los grupos armados
permitieron la consolidación del poder terrateniente en muchas zonas del territorio
colombiano.

En síntesis, (Chaparro, 2002) propone el ejercicio de un perdón sin soberanía como un


aspecto central en los procesos de justicia transicional, que permita una verdadera
reconciliación social:
Igual que el perdón soberano, el perdón sin soberanía está afuera del derecho, pero no más
allá, sino “más acá”, en la mera existencia de las víctimas y en la red de familiares, amigos y
comunidades que han fraguado con ellos su destino, muchas veces en medio de la exclusión,
el desplazamiento y la marginalidad. En ese paso de lo individual a lo colectivo, un perdón
sin soberanía otorga un sentido nuevo a la acción de la comunidad de sobrevivientes del
conflicto y se convierte en una práctica política y vital de los ciudadanos en su conjunto. (Pág.
255).

Esta propuesta del perdón sin soberanía parece desarrollar con mayor detalle las posibilidades
políticas de una justicia asociada al perdón sociopolítico, insinuada por Vaneigem. Al
plantear la verdad, la justicia y la reparación como condiciones sociales que no pueden
obviarse para generar la posibilidad de un perdón sociopolítico, Chaparro ubica a las víctimas
en un lugar central dentro de los procesos de reconciliación y sugiere algunas alternativas
para la recuperación de esa agencia perdida mediante su victimización.

Sin embargo, creo que entender el perdón de las víctimas como un acto sin soberanía debe
analizarse con mayor detalle, ¿qué implicaciones políticas tiene esta denominación? Es claro
que Chaparro busca diferenciar esta alternativa de la desarrollada por el Estado, en este caso
por el gobierno Uribe; pero ¿realmente puede trazarse una línea que separe de manera tajante
el perdón soberano y el perdón sin soberanía?, ¿cómo se constituye la soberanía del perdón
estatal? o mejor ¿omitir la participación política de las víctimas no implica situarlas en un
lugar de subordinación frente a las condiciones establecidas por el Estado para ejercer su
perdón?

Inicialmente, Chaparro señala como la condición irreductiblemente personal del perdón,


planteada por Jacques Derrida, deconstruye la viabilidad del perdón como un acto de
soberanía, entendida, de acuerdo con Hobbes, como: “la delegación contractual del poder
que una sociedad coloca en manos del soberano y sus representantes” (Pág. 245). Para
Chaparro, si el perdón es un acto inevitablemente personal, solo posible entre la víctima y el
victimario, el perdón soberano sería imposible. Sin embargo, retomando la tensión
antinómica señalada por Derrida, para Chaparro, el perdón sin soberanía podría ser una
posibilidad que busca establecer un puente en la tensión antinómica señalada por Derrida
entre el perdón puro e incondicional y las condiciones sociales y políticas que hacen posible
su realización. (Págs. 234-235). Por lo tanto, a través del perdón sin soberanía se propone
una conexión entre los planos privados y públicos del perdón señalados por (Zembylas,
2007).

Considero que esta propuesta de Chaparro permite establecer conexiones interesantes en la


paradoja señalada por (Vaneigem, 2021), lo que permitiría trascender la separación entre un
Estado meramente punitivo y unas víctimas despojadas de su agencia política. Al entender el
perdón sin soberanía como un contrapeso fundamental al perdón soberano ejercicio por el
Estado, se reconocen las múltiples dimensiones políticas que implica este plano público del
perdón, sin reducirlas a una dicotomía unilateral entre el Estado y las víctimas. Sin embargo,
encuentro problemática la denominación del perdón ejercido por las víctimas como un
perdón sin soberanía, fundamentalmente por dos razones: primero, porque parece reducir la
constitución de la soberanía estatal a un momento único, en el que los ciudadanos, mediante
su voto, delegan en los gobernantes su soberanía. Considero que, entender la soberanía de
esta forma, simplifica en exceso el proceso constante de construcción de la soberanía estatal,
que no puede reducirse a un momento específico, sino que se recrea a lo largo de diversos
momentos de los procesos políticos. Creo que entenderlo de esta manera implica despojar,
no solamente a las víctimas, sino al resto de los ciudadanos, de un rol fundamental en la
consolidación (o el cuestionamiento) de la soberanía (y de la legitimidad) estatal.

Además, considero que el perdón sin soberanía podría desconocer el papel de las minorías
políticas en la construcción de la soberanía estatal. De acuerdo con (Uprimny, s.f.), la
democracia no puede entenderse simplemente como el gobierno de las mayorías, sino que
las visiones constitucionales contemporáneas señalan la necesidad de conservar un equilibrio
entre la “soberanía popular, pero también (…) la prohibición de la discriminación y el respeto
igualitario de los derechos de todos”. Por lo tanto, el ejercicio del gobierno estatal no puede
desconocer su responsabilidad con las minorías políticas. Reconocer, por lo tanto, la
participación política de las víctimas en la consolidación (o el cuestionamiento) de la
soberanía estatal es un elemento central para comprender las implicaciones políticas de su
perdón.
El perdón constructivo: la justicia como núcleo del perdón

A partir de las reflexiones planteadas previamente, considero que, para analizar las
posibilidades políticas del perdón ligado a crímenes de Estado como los “falsos positivos”,
es apropiado acudir al concepto de perdón constructivo, planteado por Daniel Philpott. Para
(Philpott, 2012), cuando la víctima decide de manera totalmente autónoma ejercer un perdón
constructivo, aporta a la construcción de la reconciliación y la paz.

Al diferenciar entre perdón y renuncia de justicia, Philpott señala que el perdón constructivo
implica considerar al victimario de forma restaurativa, al concebirlo más allá de sus actos
reprochables, como un integrante legítimo de la comunidad política, que debe ser reconocido
como ciudadano, digno de respeto y de debate, como cualquier otro ciudadano. Este
reconocimiento no implica la condonación de los crímenes cometidos pues, afirma (Philpott,
2012): “si un acto incorrecto no es más un acto incorrecto, entonces no habría nada que
perdonar” (Pág. 262).

De acuerdo con la propuesta de Philpott, la justicia debe situarse como el núcleo moral del
perdón constructivo; al asumir que la restauración de las relaciones sociales correctas sería
el objetivo central del perdón. Cuando un victimario pide perdón, reconoce que su crimen
fue una violación de la condición de la víctima como sujeto de derechos humanos; por lo
tanto, este reconocimiento implica un aporte en la derrota de esta injusticia. Por lo tanto,
cuando la víctima decide perdonar, también contribuye a disminuir la fuerza y la eficacia del
mal ejercido por el victimario, y puede reforzar la legitimidad de la comunidad política como
espacio para el ejercicio de las relaciones sociales.

Estas posibilidades del perdón constructivo como aporte para la construcción de una
comunidad política justa también pueden evidenciarse cuando Philpott aborda el problema
de la restauración, al concebirlo no solamente como el ejercicio de resarcimiento frente a los
daños causados a las víctimas, sino ligado también al reconocimiento de su agencia política,
de la que fueron despojadas mediante el acto de victimización. Para Philpott, la restauración
debe contribuir en el empoderamiento de las víctimas como agentes, más allá de su condición
de objetos de una agresión, con el fin de restituir la relación entre la víctima, el victimario y
la comunidad que los rodea. Esta conexión entre perdón y transformación social también
puede evidenciarse en las reflexiones de Philpott en torno a la importancia de la memoria:
“Es cuando el pasado es recordado correctamente que las victimas están mejor posicionadas
para transformarlo de la manera en la que el perdón únicamente lo hace” (Pág. 269).

En síntesis, para el autor, el perdón puede entenderse como un acto que, a partir de la
vulneración de las relaciones sociales adecuadas, busca reconstruir el marco político en el
que estas relaciones sean viables. Por lo tanto, el perdón sería un acto conjunto de piedad y
justicia, solamente posible en el marco de una ética de la reconciliación política. Philpott
reconoce que tanto las víctimas, como los victimarios y el Estado pueden aportar a la
construcción de una justicia restaurativa, aunque desde posiciones distintas, que no pueden
sustituirse entre sí.

En este sentido, quizás sea necesario preguntarse: ¿cómo puede ejercerse el perdón
constructivo en un contexto en el que el Estado no solamente se niega a reconocer a las
víctimas, sino que continúa participando en actos de victimización? Aquí considero
apropiado mencionar los planteamientos de (Philpott, 2012) en torno al resentimiento como
acto legítimo de protesta que pueden ejercer las víctimas frente a la persistencia de las
condiciones injustas que llevaron a su victimización: “Algunos momentos son aquellos en
los que la justicia requiere de la guerra y la activa oposición ante regímenes injustos. Pero
otros momentos son apropiados para perdonar. Cuando esos momentos son cada vez más
extensos y frecuentes, la justicia tiene una mejor oportunidad de crecer”. (Pág. 285).

El perdón constructivo, ¿un camino para la construcción de una democracia radical?

Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en su libro Hegemonía y estrategia socialista, plantean la


democracia radical como alternativa para una nueva organización política de lo social 3. Para

3
En cuanto a esta relación entre lo político y lo social, (Laclau, 2004) afirman que: “la política en tanto que
creación, reproducción y transformación de las relaciones sociales, no puede ser localizada a un nivel
determinado de lo social, ya que el problema de lo político es el problema de la institución de lo social, es decir,
de la definición y articulación de relaciones sociales en un campo surcado por antagonismos” Pág. 195.
(Laclau, 2004), la democracia radical consiste en la extensión de la lógica democrática a
campos cada vez más amplios de lo social, desligando este discurso de su origen vinculado
con el capitalismo moderno, para convertirlo en un mecanismo central para la transformación
social. A través de este desplazamiento; conceptos como: igualdad y libertad podrían ser
utilizados en un contexto más amplio que el demarcado por su origen en las revoluciones
decimonónicas, para utilizarlos como elementos centrales de un discurso que permita
evidenciar y transformar los antagonismos propios de la organización social existente: “la
lógica democrática es, simplemente, el desplazamiento equivalencial del imaginario
igualitario a relaciones sociales cada vez más amplias y, en tal sentido, es tan sólo una lógica
de la eliminación de las relaciones de subordinación y de las desigualdades” (Pág. 235).

Para comprender mejor esta función de la lógica democrática como discurso que hace
emerger los antagonismos sociales, es necesario analizar las diferencias entre relaciones de
subordinación, relaciones de opresión y relaciones de dominación en la propuesta de Laclau
y Mouffe. Afirman que las relaciones de subordinación son las que implican un cierto nivel
de sometimiento de un agente frente a las decisiones de otro, mientras que las relaciones de
opresión son relación de subordinación en las que se ubican determinados antagonismos y
las relaciones de dominación son las relaciones de opresión que han sido identificadas como
ilegítimas desde la perspectiva de un agente social exterior a ellas.

Por lo tanto, la presencia de los antagonismos en ciertas relaciones de subordinación es lo


que las diferencia de las relaciones de opresión y las de dominación (Pág. 196). Y ¿cómo se
identifican estos antagonismos?, (Laclau, 2004) afirman que: “Es sólo en la medida en que
es subvertido el carácter diferencial positivo de una posición subordinada de sujeto, que el
antagonismo podrá emerger. “Siervo”, “esclavo”, etc., no designan en sí mismos posiciones
antagónicas; es sólo en términos de una formación discursiva distinta, tal como, por ejemplo,
“derechos inherentes a todo ser humano” que la positividad diferencial de esas categorías
puede ser subvertida, y la subordinación construida como opresión. Esto significa que no hay
relación de opresión sin la presencia de un “exterior” discursivo a partir del cual el discurso
de la subordinación pueda ser interrumpido”. (Pág. 196).
Por lo tanto, podría afirmarse que el hipotético perdón frente a crímenes de Estado como los
“falsos positivos”, nos ubicaría al interior de una disputa por el significado de la injusticia (y
la posible justicia) frente a estos crímenes. La justicia, entonces, puede concebirse como un
elemento asociado a la extensión de la lógica democrática que permite evidenciar los
antagonismos presentes en estos reprochables actos. Sin embargo, es importante no olvidar
el aspecto constructivo de este posible perdón, siguiendo a Philpott; en este sentido, este acto
no sería solamente una expresión de denuncia, sino una contribución en la construcción de
una comunidad política justa. ¿Cómo se articula esta perspectiva con la presencia de los
antagonismos desde la perspectiva de la democracia radical?4

Para comprender esta conexión, es importante señalar que, el momento subversivo de la


democracia radical, vinculado con la extensión de la lógica democrática para evidenciar los
diversos antagonismos sociales es solo uno de los elementos propios de esta propuesta
política. (Laclau, 2004) afirman que también es necesario considerar la construcción de
propuestas para la organización social como parte fundamental de este proyecto hegemónico:
“ningún proyecto hegemónico puede basarse exclusivamente en una lógica democrática, sino
que también debe constituir en un conjunto de propuestas para la organización positiva de lo
social. Si las demandas de un grupo subordinado se presentan como demandas puramente
negativas y subversivas de un cierto orden, sin estar ligadas a ningún proyecto viable de
reconstrucción de áreas sociales específicas, su capacidad de actuar hegemónicamente estará
excluida desde un comienzo. Es la diferencia existente entre lo que podría llamarse una
“estrategia de oposición” y una “estrategia de construcción de un nuevo orden” (Pág. 235).

4
Aunque excede al objetivo del presente escrito, considero importante señalar como Laclau y Mouffe conciben
lo social como totalidad incompleta; que no puede ser entendida como entidad suturada y autodefinida, pero
tampoco como dispersión absoluta. (Laclau, 2004) plantean que: “En este punto, nuestro análisis confluye con
varias corrientes del pensamiento contemporáneo que -de Heidegger a Wittgenstein- han insistido en la
imposibilidad de fijar significados últimos. Derrida, por ejemplo, parte de una cesura radical en la historia del
concepto de estructura, constituida por el momento en que el centro -el significado trascendental bajo sus
diversas formas: eidos, arché, telos, energeia, ousía, alétheia, etc.-, es abandonado y con él la posibilidad de
fijar un sentido exterior al flujo de las diferencias.” (Págs. 151-152). Quizás esta condición agonal de lo social
podría relacionarse con la condición aporística del perdón señalada por Derrida.
Reflexiones finales

Pensar sobre las posibilidades (y las responsabilidades) políticas del perdón de crímenes de
Estado como los “falsos positivos”, implica reconocer la valentía presente en las acciones de
mujeres como la señora Blanca Monroy; mujeres que, siendo víctimas de acciones
indescriptiblemente crueles e injustas, han logrado, a través de su dolor, iluminar caminos
para la denuncia de los antagonismos presentes en la sociedad colombiana, e señalarnos la
necesidad de imaginar alternativas más justas, a luchar en la construcción de un nuevo orden.

Este reconocimiento debería implicar un profundo respeto por las decisiones autónomas de
todas las víctimas, debería situarnos frente a la responsabilidad de no contribuir, de ninguna
manera, en un nuevo despojo de su agencia política. Sin embargo, también implica la
responsabilidad de tod@s, de actuar para que la construcción de una comunidad política más
justa sea posible, una comunidad en la que nunca más las madres se vean obligadas a
separarse de sus hijos.
Bibliografía

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