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6º Domingo de Pascua-B - 1 -
PRIMERA LECTURA
Palabra de Dios.
6º Domingo de Pascua-B - 2 -
1.1. Ambientación
El episodio del libro de los Hechos de los Apóstoles que la lectura de hoy nos
propone forma parte de una sección (cf. 9,32-11,18) cuyo principal protagonista es Pedro.
El tema central de esta sección es la llegada del cristianismo a los paganos.
Para los primeros cristianos (oriundos del mundo judío), no era claro que los
paganos tuviesen acceso a la salvación y que pudiesen entrar en la Iglesia de Jesús. El
pagano era un ser impuro, en casa del cual el buen judío tenía prohibido entrar para no
contaminarse. ¿Querría Dios que la salvación fuese también anunciada a los paganos?
Para Lucas, está claro que Dios también quiere ofrecer la salvación a los
paganos. Para dejar eso bien claro, Lucas sitúa a Dios dirigiendo toda la trama. Es Dios
quien, en una visión, pide a Cornelio que mande llamar a Pedro (cf. Hch. 10,1-8); y es Dios
quien arrebata a Pedro “en éxtasis” y le prepara para ir al encuentro de Cornelio (cf.
Hch 10,9-23). La conversión de Cornelio será, básicamente, histórica; las “visiones” y los
detalles son, probablemente, el escenario que Lucas monta para presentar su
catequesis. Fundamentalmente, Lucas está interesado en dejar claro que Dios quiere
que su propuesta de salvación llegue a todos los hombres, sin excepción.
1.2. Mensaje
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Nuestro texto acentúa, especialmente, el hecho de que el mensaje de salvación
está destinado a todas las naciones, sin distinción de personas, de razas o pueblos. Al
iniciar el discurso, Pedro reconoce que “Dios no hace distinciones; acepta al que lo
teme y practica la justicia, sea de la nación que sea” (vv. 34-35). Por tanto, el anuncio
sobre Jesús debe llegar a todos los lugares de la tierra. Después del anuncio hecho
por Pedro, se produce la efusión del Espíritu “sobre todos los que escuchaban sus
palabras” (v. 44), sin distinción entre judíos y paganos (v. 45) El resultado del don del
Espíritu es descrito con los mismos elementos que aparecieron en el relato del día de
Pentecostés: todos “hablaban lenguas” y “glorificaban a Dios” (v. 46). Es la
confirmación directa de que Dios ofrece la salvación a todos los hombres y mujeres,
sin ninguna acepción. Pedro es el primero en sacar de ahí las debidas consecuencias
bautizando a Cornelio y a toda su familia.
Los primeros cristianos, oriundos del mundo judío y marcados por la mentalidad
judía, consideraban que la salvación era, sobre todo, un don de Dios para los judíos; los
paganos podrían, eventualmente tener acceso a la salvación, una vez que se
convirtiesen al judaísmo y aceptasen la Ley de Moisés y la circuncisión. El Espíritu
Santo vino, con todo, a mostrar que la salvación ofrecida por Dios, traída por Cristo y
testimoniada por los discípulos, no es patrimonio o monopolio de los judíos o de los
cristianos oriundos del judaísmo, sino que es un don ofrecido a todos los hombres y
mujeres que tengan el corazón abierto a las propuestas de Dios.
1.3. Actualización
Nuestro texto pretende dejar claro que la salvación ofrecida por Dios a través
de Jesucristo es un don destinado a todos los hombres y mujeres. Para Dios, lo
decisivo no es la pertenencia a una raza o a un determinado grupo social, sino la
disponibilidad para acoger la oferta que el realiza. La salvación únicamente no
llega a aquellos que se cierran en el orgullo y en la autosuficiencia, rechazando
los dones de Dios. El Bautismos fue, para todos nosotros, el momento de
nuestro “sí” a Dios y a la salvación que él ofrece, pero es necesario que, en cada
momento, renovemos ese primer “sí” y que vivamos en una permanente
disponibilidad para acoger a Dios, sus propuestas, sus dones.
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claramente); el Dios que invita a cada ser humano a formar parte de la
comunidad de la salvación nos dice que tenemos que acoger y amar a todos,
independientemente de su raza, del color de su piel, de su origen, de su
preparación cultural, de su lugar en la escala social. No sólo en teoría sino,
sobre todo, con gestos concretos, estamos llamados a anunciar el mundo de
Dios, sin exclusión, sin marginar a nadie, sin intolerancia, sin prejuicios.
Cuando Pedro llega a casa de Cornelio, este fue a su encuentro y se postró a sus
pies. Pero Pedro le alzó diciéndole: “Levántate, que soy un hombre como tú” (vv.
25-26). La actitud humilde de Pedro nos hace pensar en lo ridículas y faltas de
sentido que son ciertos intentos de afirmación personal ante los hermanos,
ciertas poses de superioridad, la búsqueda de privilegios y de honras, las luchas
por los primeros lugares. Aquellos a quienes, en una comunidad, se les ha sido
confiada la responsabilidad de presidir, de coordinar, de organizar, de animar,
deben sentirse sencillos hombres, humildes instrumentos de Dios. Su misión es
testimoniar a Jesús y no buscar privilegios o la adoración de los hermanos.
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Salmo responsorial
Salmo 97, 1 - 4
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SEGUNDA LECTURA
Dios es amor
Queridos hermanos,
amémonos unos a otros,
ya que el amor es de Dios,
y todo el que ama ha nacido de Dios
y conoce a Dios.
Quien no ama
no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene:
en que Dios envió al mundo a su Hijo único,
para que vivamos por medio de él.
En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó
y nos envió a su Hijo
como victima de propiciación
por nuestros pecados.
Palabra de Dios.
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2.1. Ambientación
La primera Carta de Juan es, como vimos en los domingos anteriores, un escrito
destinado a las Iglesias joánicas de Asia Menor, afectadas por las enseñanzas de ciertas
sectas heréticas. Esas sectas (que negaban elementos fundamentales de la propuesta
cristiana a propósito de la encarnación de Cristo y del “mandamiento del amor”), tenían a los
cristianos confusos y enredados, sin descubrir el camino de la verdadera fe. En ese contexto,
el autor de la carta va a presentar una especie de síntesis de la doctrina cristiana,
deteniéndose especialmente en esclarecer las cuestiones más polémicas.
El texto que se nos propone, pertenece a la tercera parte de la carta (cf. 1 Jn 4,7-5,12).
Ahí, el autor establece como criterio de la vida cristiana auténtica la relación entre el amor a
Dios y el amor a los hermanos. En esa doble dimensión es donde los cristianos deben buscar y
encontrar su identidad.
2.2. Mensaje
Los creyentes son “hijos de Dios”. Es la vida de Dios la que circula en ellos y la que
debe transparentarse en nuestros actos. Ahora, si Dios es amor (y amor total, incondicional,
radical), el amor debe ser una realidad siempre presente en la vida de los “hijos de Dios”.
Quien “conoce” a Dios, esto es, quien vive una relación próxima e íntima con Dios, tiene que
manifestar con gestos concretos esa vida de amor que llena su corazón (v. 8). Los que “nacen
de Dios” deben, pues, amar a los hermanos con el mismo amor incondicional, desinteresado y
gratuito que caracteriza el ser de Dios (V. 7). El amor a los hermanos no es, pues, algo
accesorio, secundario para el creyente, sino que es algo esencial, obligatorio. Ser “hijo de
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Dios” es vivir en comunión con Dios, exige que el amor se transparente en la vida y en las
relaciones que establecemos los unos con los otros.
2.3. Actualización
“Dios es amor”. El autor de la primera Carta de Juan no llegó a esta definición de Dios
a través de razonamientos académicos y abstractos, sino mediante la constatación del
modo de actuar de Dios para con los hombres. Sobre todo, él “vio” lo que sucedió con
Jesús y cómo Jesús mostró, en gestos concretos, ese increíble amor de Dios por la
humanidad. Juan nos invita a contemplar a Jesús y a sacar conclusiones sobre el amor
de Dios; nos invita, también, a reparar en esas mil y una pequeñas cosas que traen a
nuestra existencia momentos únicos de alegría, de felicidad, de paz y a percibir en
ellas signos concretos del amor de Dios, de su presencia a nuestro lado, de su
preocupación por nosotros. La certeza de que “Dios es amor” y que él nos ama con un
amor sin límites, es el mejor camino para derrumbar las barreras de la indiferencia,
del egoísmo, de la autosuficiencia, del orgullo que tantas veces nos impiden vivir en
comunión con Dios.
¿Qué significa “nacer de Dios” o ser “hijo de Dios”? ¿Es haber sido bautizado y tener
el certificado, por un acto institucional, de pertenecer a la Iglesia? “Nacer de Dios” es
recibir vida de Dios y dejar que la vida de Dios circule en nosotros y se transforme en
gestos de vida. No somos “hijos de Dios” porque un día fuimos bautizados; sino que
somos “hijos de Dios” porque un día optamos por Dios, porque continuamos día a día
acogiendo esa vida que él nos ofrece, porque vivimos en comunión con él y porque
damos testimonio de ese Dios que es amor a través de nuestros gestos.
Si somos “hijos” de ese Dios que es amor, “amémonos unos a los otros” con un amor
igual al de Dios, amor incondicional, gratuito, desinteresado. Un creyente no puede
pasar la vida mirando hacia el cielo, ignorando los dolores, las necesidades y las luchas
de los hermanos que caminan por la vida a su lado. Tampoco puede cerrarse en su
egoísmo y comodidad e ignorar los dramas de los pobres, de los oprimidos, de los
marginados. No puede, tampoco, ser selectivo y amar solamente a algunos, excluyendo
a los demás. La vida de Dios que llena los corazones de los creyentes debe
manifestarse en gestos concretos de solidaridad, de servicio, de entrega, en beneficio
de todos los hermanos.
Aleluya
Aleluya Jn 14, 23
El que me ama guardará mi palabra
—dice el Señor—,
y mi Padre lo amará, y vendremos a él.
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EVANGELIO
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3.1. Ambientación
El Evangelio de este Domingo nos sitúa, otra vez, en Jerusalén, en una noche de
Jueves del mes de Nisán del año treinta. La fiesta de la Pascua está muy próxima y la
ciudad está llena de forasteros. Jesús también está en la ciudad con su grupo de
discípulos.
Hace ya algunos días que las autoridades judías habían decidido eliminar a Jesús
(cf. Jn 11,45-57). La muerte en cruz es, ahora, más que una probabilidad: es el escenario
inmediato; y Jesús es plenamente consciente de ello. Los discípulos también perciben
que están viviendo un momento decisivo. Se manifiestan con miedo. ¿Será que la
aventura con Jesús ha llegado a su fin?
Es en este contexto en el que podemos situar la última cena de Jesús con los
discípulos. Se trata de una “cena de despedida” y todo lo que ahí sea dicho por Jesús
suena a “testamento final”. Jesús sabe que va a partir al Padre y que los discípulos se
quedarán en el mundo, continuando y testimoniando el proyecto del “Reino”.
En ese momento de despedida, las palabras de Jesús recuerdan a los discípulos
lo esencial del mensaje y les presenta a grandes rasgos ese proyecto que ellos deben
continuar realizando en el mundo.
En el texto que se nos propone Jesús señalar a su comunidad (de entonces, pero
también de hoy y de siempre) el verdadero “camino del discípulo”, el camino de la unión
con Jesús y con el Padre. En la perícopa anterior (cf. Jn 15,1-8) Jesús había utilizado,
para tratar el tema, la imagen de los sarmientos (discípulos) que han de dar fruto
(misión) por su unión con la vid (Jesús), plantada por el agricultor (Dios); ahora, Jesús
habla de los discípulos como “los amigos” que él eligió para colaborar con él en la
misión.
3.2. Mensaje
En este discurso de despedida de Jesús a los discípulos, Juan nos propone una
catequesis donde son presentadas las principales características de ese “camino” que
lo discípulos deben recorrer, tras la marcha de Jesús de este mundo. Juan se refiere,
de forma especial, a la relación de Jesús con los discípulos y a la misión que los
discípulos serán llamados a desempeñar en el mundo.
1. La relación del Padre con Jesús es el modelo de relación de Jesús con los
discípulos. El Padre amó a Jesús y le demostró siempre su amor; y Jesús correspondió
al amor del Padre, cumpliendo sus mandamientos. De la misma forma, Jesús amó a los
discípulos y les demostró siempre su amor; y los discípulos deben corresponder al
amor de Jesús, cumpliendo sus mandamientos (v. 9-10)
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2. ¿Cuáles son esos mandamientos del Padre que Jesús cumplió con total
fidelidad y obediencia? Juan se refiere aquí, evidentemente, al cumplimiento del
proyecto de salvación que Dios tenía para los hombres y que confió a Jesús. Jesús, con
absoluta fidelidad, cumplió los “mandamientos” del padre y presentó a los hombres una
propuesta de salvación. Liberó a los hombres de la opresión de la Ley, luchó contra las
estructuras que esclavizaban y mantenían a los hombres prisioneros de las tinieblas;
enseñó a los hombres a vivir en el amor, en el amor que se hace servicio, donación,
entrega hasta las últimas consecuencias. Les presentó, de esa forma, un camino de
libertad y de vida plena. De la acción de Jesús nació el Hombre Nuevo, libre del
egoísmo y del pecado, capaz de establecer nuevas relaciones con los demás hombres y
con Dios. Los discípulos son el fruto de la obra de Jesús. Ellos forman una comunidad
de seres humanos libres, que acogen y enseñan el plan salvador que el Padre les
ofreció en Jesús. Ellos nacerán del amor del Padre, amor que se hizo presente en la
acción, en los gestos, en las palabras de Jesús.
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través del amor, de la salvación de Dios) y son todos responsables de que la misión se
realice. Los discípulos no son empleados a sueldo de un señor, sino amigos que,
voluntariamente y llenos de alegría y entusiasmo, colaboran en la tarea. Entre esos
“amigos”, hay total comunicación y confianza (el “siervo” no sabe lo que hace su
“señor”, en cambio el “amigo” comparte con el otro “amigo” sus planes y proyectos). A
sus “amigos”, Jesús les comunicó el proyecto de salvación que el Padre tenía para los
hombres y también la forma de realizar ese proyecto (a través del amor, de la
entrega, de la donación de la vida). Jesús revela a Dios a los “amigos”, no a través de
enunciados sobre el ser de Dios, sino mostrando, con su persona y su actividad, que el
Padre es amor sin límites y trabaja en favor de los hombres.
6. Los discípulos (los “amigos”) son los elegidos de Jesús, aquellos que él escogió,
llamó y envió al mundo a dar fruto (v. 16a). Eso no significa que Jesús llame a unos y
rechace a otros; significa que la iniciativa no es de los discípulos y que su
acercamiento en la comunidad del Reino es únicamente una respuesta a la invitación
que Jesús le hace. El objetivo de esa llamada, es la misión (“os he elegido para que
vayáis y deis fruto”, v. 16b). Jesús no quiere constituir una comunidad cerrada,
aislada, vuelta hacia sí misma, sino una comunidad que va al encuentro del mundo, que
continúe su obra, que testimonie el amor, que lleve a todos los hombres el proyecto
liberador y salvador de Dios. El resultado de la acción de los discípulos de Jesús, será
el nacimiento del Hombre Nuevo, esto es, de hombres adultos, libres, responsables,
animados por el Espíritu, que reproducen los gestos de amor de Jesús en medio del
mundo. De esa forma, se realiza el proyecto salvador de Dios. Ese “fruto” debe
permanecer, esto es, debe convertirse en una realidad efectiva y presente en el
mundo, capaz de transformar el mundo y la vida de los hombres. Cuanto más fuerte
sea la intensidad del vínculo que une a los discípulos con Jesús, más frutos producirá la
acción de los discípulos. En esa acción, los discípulos no estarán solos. El amor del
Padre y la unión con Jesús sustentarán a los discípulos que, en medio del mundo, se
empeñan en realizar el proyecto de salvar al hombre (16c).
3.3. Actualización
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frustración, de persecución no podemos olvidar que Jesús está a nuestro lado,
dándonos coraje y esperanza, luchando con nosotros para vencer a las fuerzas
de la opresión y de la muerte.
Los discípulos son los “amigos” de Jesús. Jesús los conoce, los llama, comparte
con ellos el conocimiento y el proyecto del Padre, los asocia a su misión;
establece con ellos una relación de confianza, de proximidad, de intimidad, de
comunión. Este tipo de relación que Jesús quiso establecer con los discípulos no
excluye, sin embargo, que él continua siendo el centro de referencia, alrededor
del cual se construye la comunidad de los discípulos. ¿Jesús es, de hecho, el
centro alrededor de quien se articula la vida de nuestras comunidades? ¿Qué
lugar es el que ocupa en nuestra vida? ¿En el día a día, cómo desarrollamos y
profundizamos en nuestro conocimiento y en nuestra comunión con él?
Sobre todo, los “amigos” de Jesús deben amar como él amó. Jesús cumplió los
“mandamientos” del Padre, esto es, el proyecto de Dios para salvar y liberar a
los hombres, haciendo de su vida un entrega total de amor, sin límites ni
condiciones; la cruz es la expresión máxima de esa vida vivida exclusivamente
para los demás. Y ese es el camino que Jesús propone a sus discípulos (“Éste es
mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”). Es aquí
donde reside la “identidad” de los discípulos de Jesús. Los cristianos son
aquellos que son testigos ante el mundo, con palabra y con gestos, que el mundo
nuevo que Dios quiere ofrecer a los hombres, se construye a través del amor.
¿Qué lo que dirige nuestra vida, nuestras opciones, nuestras tomas de posición:
el amor, o el egoísmo? ¿Nuestras comunidades son, realmente, anuncios vivos
que muestran el amor, o son espacios de conflicto, de división, de lucha por los
propios intereses, de realización de proyectos egoístas?
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