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Post-elecciones, el pueblo y la clase trabajadora.

Con el triunfo de Castillo, algunos sectores populares antes excluidos están consiguiendo un nuevo
posicionamiento político, eso es innegable. Si ello se mantiene se estarían confirmando las tesis
sobre un ensanchamiento de la democracia en clave ciudadanista, es decir: actores sociales
antiguamente marginados escalan en derechos de igualdad frente a las viejas élites,
especialmente centralistas y costeñas. Junto a ello se divisa un programa económico de corte más
regulador con respecto a las inversiones extranjeras y posiblemente algún intento por
subvencionar parte de la producción nacional, especialmente en el agro. En suma, se trata del
programa de una democracia ampliada y la búsqueda de cierta soberanía económica nacional,
donde el pueblo esté mejor y más profundamente representado y por lo tanto el Estado
realmente aparezca como representante de lo común en esa diversidad popular ahora más visible.
Todo esto, claro está, sin poner en cuestión las bases estructurales del sistema de explotación,
pues para ello se debería contar con una perspectiva hegemónicamente comunista, la cual no
existe pese a las escandalizadas voces de la prensa cobarde y funcional al poder. La situación es
distinta, la reivindicación de lo popular aquí es parte de una vieja estrategia de la izquierda en cuya
visión es necesaria una especie de concertación nacional de los sectores sociales estratégicos, a
saber: una parte de la burguesía nacional, la pequeña burguesía progresista, el campesinado y la
clase trabajadora, que se unen temporalmente para completar el desarrollo de una Nación que los
residuos de los sistemas patrimoniales o pre-modernos impedían (oligarquías, centralismo,
racismo, etc.). En la práctica, y al menos en una primera etapa, esto puede suponer algunas
elevaciones en el nivel de derechos de campesinos y trabajadores, pero, sobre todo, marca el
ascenso de una nueva burguesía, ya no solo limeña, sino provinciana, andina o amazónica. Supone
también un cambio en el discurso sobre la unidad nacional, esta vez más amplia, contradiciendo y
luego asimilado al de la vieja élite (por ej., lo andino vs lo occidental, primero, y lo andino como
síntesis de lo occidental, finalmente). Es también un escenario donde parte de la clase media,
aquella más enraizada en el discurso democrático, puede medrar y hacer suya discursos ultra
inclusivos, ultra democráticos, incluso críticos, con tal que no mellen tres cosas: su acceso a un
consumo relativamente alto y diverso, la unidad nacional y la relación de clase fundamental
(contradicción capital-trabajo). En tal escenario, la clase trabajadora aparece como un actor más,
desdibujada, matizada o vestida con traje “popular”, es decir, nunca como ella misma, siendo la
pequeña burguesía ilustrada la que produce un imaginario de lo que es ser pueblo o ser trabajador
donde elementos propios de nuestra clase (modos de hablar, vestimentas, comidas, etc.) se
domestican en pro de una parafernalia nacional y nacionalista amigable. Así, aunque
aparentemente visible, la presencia del proletariado es una imagen hecha por otros y para otros,
pierde su autonomía de clase y es invisibilizado. El pueblo es un concepto ambiguo que necesita
adjetivarse o resignificarse en lo concreto para ser realmente útil a un programa donde la clase
trabajadora (la gran mayoría de la población determinada pasivamente por el capital) sea
protagonista. Se trata pues de activar un camino propio independiente de la burguesía, aunque
sea ella nacional o “popular”, ya que esto ha devenido siempre en una vuelta a la situación inicial
de subordinación o incluso de mayor escasez (véase el ejemplo de Venezuela).

Los tiempos complejos exigen también claridad. La perspectiva ácrata realmente existente no ha
sabido establecer una continuidad crítica que reconozca el protagonismo de la clase trabajadora,
el proletariado. “Los anarquismos” han tendido a ser más bien cómplices de una situación donde
nuestra clase se ha ido subsumiendo en otros colectivos sociales, perdiéndose la identidad y la
perspectiva histórica del comunismo (superación de la sociedad de clases y su forma estatal). El
programa de la socialdemocracia, tanto la más light (llamada caviar) como la más pesada o
nostálgica de la URSS y el estalinismo, es la alianza de clases, las llamadas tareas democrático
burguesas, es la alianza con la burguesía nacional. Allí, los intereses de campesinos (cada vez
menos numerosos) y trabajadores urbanos y rurales son puestos en segunda fila frente a los del
aliado geopolítico estratégico funcional al nuevo empresariado (ahora China y Rusia en lugar de
solo EEUU). Estamos frente a una intención por instaurar ese programa desde el gobierno, y
cualquier posición que apele a lo popular sin tener en cuenta eso va a ser atacada con el poder del
propio Estado popular. Al mismo tiempo, la reacción se organiza y van siendo más visibles grupos
neo-fascistas, ultra-conservadores, ultra-liberales, etc., así como oportunistas de siempre
(Etnonacionalistas, Alianza para el progreso, etc.) que verán en “lo popular” un momento para
posicionarse y ascender, coaptando a sectores realmente proletarios. El escenario es complicado y
exige de nosotros agudeza, creatividad y posicionamientos certeros y maduros. Esto implica
también una labor de ruptura con las viejas taras ideológicas que medran en el ambiente político
local, especialmente en el ácrata. El anarquismo a secas ha sido un nido de ambigüedades,
contradicciones, y falta de potencia, tanto así que no ha podido defender términos como los de
“libertario” arrogado ahora por colectivos de ultra liberales que hasta tienen más poder de
convocatoria que los propios ácratas. El anarquismo infiltrado de liberalismo, con su defensa
acrítica del individuo frente al Estado y el abrazo sospechosamente fácil de ciertas posturas
irracionales (pachamamismo, nihilismo) ha sido muy permeable a la propaganda burguesa que ya
desde el siglo xix Kropotkin denunciaba. Desde Biblioteca Manuel y Delfín Levano pensamos que
hay una tarea de estudio y definición que debe llevarse a cabo, pues todo activismo puede quedar
nulo o ser asimilado por otros partidos e intereses si no contamos con un programa y estructura
propia y de clase. Se trata de luchar, pero también de ganar, y frente a este escenario complejo,
las armas de la crítica deben estar afiladas y bien afiladas.

¡A DESARROLLAR AUTONOMIA DE CLASE!

¡POR UN PROYECTO COMUNISTA ANÁRQUICO!

SALUD

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