Está en la página 1de 6

Conciencias de clases:

Conciencia de clase es un concepto marxista que define la capacidad de los


agentes que pertenecen a una clase social de ser conscientes (y de actuar de
acuerdo a dicha conciencia) de las relaciones sociales antagónicas -ya
sea económicas, políticas o ideológicas- que los condicionan o determinan, siendo
la condición original de la organización política en una sociedad de clases.

La teoría de la conciencia de clase

Algunos autores destacan la distinción en la obra de Marx entre clase en sí y clase


para sí. La primera refiere a la existencia de una clase como tal y la segunda a los
individuos que conforman dicha clase en tanto consciente de su posición y
situación histórica

A finales del siglo XIX se hablaba, por ejemplo en España, del "obrero consciente"
o del "obrero organizado" para diferenciarlo del simple trabajador. Según el
historiador Julio Aróstegui en aquel momento el calificativo de "consciente"

Conciencia de clase en las sociedades contemporáneas

Las transformaciones sociales progresivas desde el siglo XX promovieron una


complejidad extraordinaria en el entramado social, lo que afectó notoriamente la
teoría temprana de conciencia de clase, hecho asumido tanto por
el neomarxismo como por el posmarxismo; lo que llevó a autores tales como Nicos
Poulantzas a postular que en sistemas capitalistas "maduros" existe una
fragmentación del sistema de clases que los autores clásicos describen.

Las causa de esta fragmentación o multidimensionalidad es -según seguidores y


revisores del pensamiento de Marx- la misma raíz histórica que la carencia de
conciencia de clases original: la alienación producida por las estrategias de
dominación capitalista.
Nadie duda sobre la existencia de las clases sociales. Marx lo dejó claro, son dos:
la burguesía, dueña de los medios de producción y acumuladora del capital a
partir de la apropiación de la fuerza de trabajo de los asalariados. Y el
proletariado, los asalariados, los que carecen de propiedad privada sobre los
medios de producción. Una clase que domina a la otra, que explota a la otra, que
se aprovecha y se enriquece a partir de esa explotación sobre la mayoría. Pero es
la clase trabajadora, la que hace el esfuerzo, la que produce y genera la riqueza
legítima, que luego le es arrebatada y distribuida entre quienes concentran el
poder y los medios de producción.

Marx también disertó sobre las características de la superestructura político


jurídica, a partir de esas relaciones de producción, de ese modo de producción
fundamentado en la explotación. Es decir, los que dominan en la economía,
dominarán en la política y en la construcción de aquello que da sentido común a la
sociedad en que se desarrolla. La economía capitalista amerita de un
ordenamiento jurídico que proteja y naturalice esa relación arbitraria y desigual de
una minoría que domina a la gran mayoría. A partir de este hecho, la estructura
del Estado Burgués servirá para mantener y profundizar la desigualdad como
elemento fundamental del capitalismo. Es la dictadura de la burguesía, que puede,
o no, tener fachada de democracia liberal, puede predicar, o no, los derechos del
hombre, pero que a fin de cuentas, no es más que el sistema de justificación y
protección jurídica- institucional-moral de la explotación económica y la opresión
sobre la clase trabajadora.

En Venezuela la burguesía nacional gobernó y dominó a sus anchas, hasta 1989.


Una extendida pobreza caracterizó a la inmensa mayoría de los venezolanos.
Mientras que un puñado de familias, acumulaban riqueza a partir de la pobreza y
el trabajo de esa mayoría. Una burguesía además improductiva, parasitaria,
aferrada a la renta petrolera que el Estado, su Estado, le facilitaba para importar y
especular, más que producir. Los gobiernos y gobernantes que se
correspondieron con esa etapa de la historia y la economía venezolana, eran fieles
representantes de aquel sistema de dominación y acumulación del capital. Un
enjambre legal que avalaba la desigualdad, la explotación y la entrega de nuestros
recursos energéticos y minerales a las grandes corporaciones internacionales,
jefes y jefas imperialistas de esa burguesía criolla. Unas Fuerzas Armadas que
actuaban como ejército de ocupación, para proteger los privilegios de los pocos y
reprimir a las grandes mayorías, que reclamaban su parte de esa riqueza, riqueza
que ellos producían, y que también reclamaban los derechos sociales que les eran
negados permanentemente.

Pero con 1989, vino 1992, con ese pueblo en la calle, vino Hugo Chávez, y así, los
que no tenían parte, se hicieron con el poder político, utilizando con inteligencia
estratégica las herramientas de la propia democracia burguesa. En 1999, no se
produce un cambio de administración, ni de gobierno en Venezuela, comienza un
cambio de época: la transformación y reversión estructural del sistema de
exclusión de las mayorías y dominación de la minoría. Y efectivamente, cuando la
minoría burguesa entendió que la Revolución Bolivariana sí iba en serio, que
pretendía distribuir equitativamente la riqueza nacional y revertir el sistema de
dominación y entrega de los Recursos Naturales, se desató una reacción voraz de
quienes sentían cómo iban perdiendo aceleradamente el poder político y
económico que ilegítimamente detentaron durante más de siglo y medio.

La burguesía, como clase social, se quedó sin el poder político nacional. Y aunque
aún conservan amplia hegemonía sobre la propiedad de los medios de
producción, han visto disminuidas sus capacidades de dominación y explotación a
través de importantes nacionalizaciones, así como de la promulgación de leyes
populares que restringen sus privilegios y márgenes de maniobra para explotar a
la clase trabajadora. Y esa clase mayoritaria de invisibles y asalariados neo
esclavizados, como diría el pensador francés Jacques Ranciere, esa parte de los
que no tenían parte, se hizo del poder político, no sólo institucional, sino social y
territorial, a partir de la construcción del Poder Popular.

De manera dialéctica, la clase social trabajadora comenzó a hegemonizar la


superestructura jurídico política de la sociedad venezolana del siglo XXI, a pesar
de que las relaciones económicas de producción no se transformaron al mismo
ritmo. La burguesía, por su parte, emprendió una fase violenta y permanente de
intento ilegal de restauración en el poder político, a partir de la fuerza de su amplia
propiedad privada sobre los medios de producción, los medios de especulación
importadora y sus medios de comunicación. Mientras el Comandante, Hugo
Chávez, afianzaba a las mayorías en el poder político, fue generando las
condiciones para que esa clase trabajadora se fuera apropiando también de
medios de producción y fuesen generando nuevos medios, a partir de su
organización para el trabajo. La burguesía, sin embargo, tuvo la audacia de
permear las instituciones del Estado, en muchos casos vinculadas al poder
económico hegemónico, y siguió apropiándose de parte de la renta petrolera, ya
no en origen (PDVSA), sino en destino (las divisas para la importación y
producción). También usaron ese poder para tratar de derrocar al Gobierno
Bolivariano.

El Presidente Nicolás Maduro cortó de cuajo el acceso de la burguesía a las


divisas del pueblo. Nuevas instituciones y métodos surgieron. A pesar de la
disminución del ingreso petrolero, la inversión social se ha ampliado, las Misiones
Socialistas avanzan, los derechos sociales se han profundizado en estos últimos 4
años. A pesar de las dificultades, y precisamente gracias a su capacidad para
superar las dificultades con el Pueblo, la Revolución Bolivariana se acerca cada
día más a su punto de no retorno. Ante esta realidad, y aprovechando las
dificultades económicas, la burguesía arremete con todas sus fuerzas, nacionales
e internacionales, con todo su poder económico y mediático, con toda su
capacidad de generar violencia política, para evitar que la Revolución alcance ese
punto definitivo de irreversibilidad.

En esta nueva etapa de acciones violentas e inconstitucionales, la burguesía sigue


demostrando su monolítica conciencia de clase. Es decir, quienes componen esa
clase social explotadora, defienden su restauración, luchan por recuperar sus
privilegios y, en consecuencia, por negarle los derechos sociales a la mayoría.
Planifican desde sus centros de poder económico su estrategia, sus tácticas y
atajos inconstitucionales para retomar el poder.

Buena parte de sus nuevas tácticas de guerra se desarrollan hoy en la plataforma


2.0. Las balas no se disparan, sino que se inoculan, desde la idea liberal, bajo el
ropaje de la “lucha pacífica y no violenta de la sociedad civil”. Todo se reduce a
una imagen, a una consigna vacía, propio de la idea postmoderna del fin de la
historia que profetizó erradamente Fukuyama en los años noventa. A través de la
voracidad de las redes sociales nos quieren hacer ver que un país de un millón de
kilómetros cuadrados y más de treinta millones de personas se reduce a los dos
kilómetros cuadrados de caos que incendian en el este de Caracas un grupo de
dirigentes irresponsables con alma de Nerón, acompañadados de un contingente
de mercenarios y ciudadanos emborrachados por el odio y el fanatismo. Es un
esfuerzo más para llevar al pueblo a su propia estructura de pensamiento liberal
burgués. Pero el pueblo hace rato que dejó de abrazar ciegamente el evangelio
capitalista.

No hay manera de hacer compatibles los intereses de la burguesía con los de la


clase trabajadora. La primera, como explicamos al inicio, siempre se alimenta y
sustenta del sufrimiento de la segunda, de la entrega de las mayorías. Los
sempiternos dueños de los medios de producción y sus allegados tienen claridad
meridiana de su necesidad de liquidar la Revolución. Ahora bien. ¿Tiene la clase
trabajadora conciencia plena de clase? ¿Hasta qué punto la confusión mediática y
la guerra económica genera la percepción de desclasamiento de algunas familias
trabajadoras? ¿Cuál ha sido el impacto de esa guerra psicológica para distorsionar
la realidad y procurar que los oprimidos defiendan los intereses de quienes les
oprimen? ¿A qué otra clase, que no sea la trabajadora, puede pertenecer una
maestra, un campesino, un médico, una indígena, un artista, un obrero, una
enfermera, un transportista, un minero, un soldado, una funcionaria pública, un
profesional asalariado?¿A los intereses de cuál de las dos clases opuestas
pertenecen los sectores medios de la sociedad? ¿Con qué clase de identifican?
¿Con la trabajadora o con la se enriquece a partir de robarles su conocimiento, su
vida (tiempo) y fuerza de trabajo?

Ésta es la hora de la clase trabajadora. Es el momento de desarrollar plena


conciencia de nuestra condición de clase, de nuestra identidad social.
Momento de cerrar filas con nuestra Revolución y demostrarle a la clase burguesa,
no solamente que ni ellos, ni sus privilegios volverán en la Venezuela del siglo
XXI, sino que además perderán de manera definitiva su hegemonía sobre los
medios de producción, que dejarán de determinar el modo y las relaciones de
producción. Tanto el Comandante Chávez, como el Presidente Maduro, han
respetado y han convocado a aquellos dueños de medios de producción privados
que estén dispuestos a liquidar el sistema rentista petrolero, que estén dispuestos
a desatar sus fuerzas productivas y que estén dispuestos a acompañar a la clase
trabajadora al traspasar la barrera del no retorno. Dueños de medios que han de
producir con los trabajadores, que los respetan, no que los explotan. No hay nada
más violento y letal que la explotación capitalista.

Hoy más que nunca, debemos analizar la realidad, los hechos históricos, los
intereses contrapuestos y excluyentes de los grupos sociales en conflicto:
debemos fortalecer nuestra conciencia de clase. Somos mayoría, somos alegría,
creemos en una sociedad de justicia para que haya una sociedad en paz. No
queremos que vuelvan los que nos roban nuestra esperanza, nuestro trabajo, para
enriquecerse. Los desafíos por venir serán determinantes. Tomemos conciencia
de dónde venimos, de dónde estamos, de quiénes somos y qué queremos. De
nosotros depende hoy la existencia misma de la Patria, la construcción de nuevas
relaciones de producción, de nuevas relaciones humanas, de una sociedad
edificada sobre los valores de la igualdad, el trabajo y solidaridad. La nuestra es
una Revolución Socialista, de la clase trabajadora, dirigida por un trabajador, que
responde únicamente al mandato y los intereses de su clase, del Pueblo, del
interés nacional y el bien social.

También podría gustarte