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(Génesis 44:18-47:27
Fue suficiente con declarar: "Yo soy Iosef". Eso permitió a los hermanos deducir
el resto. Sin embargo, la pregunta: "¿Mi padre aún vive?" (Mi padre y
no nuestro padre) fue directo al eje del problema, porque sugiere que no se
comportaron como debe hacerlo un hijo, de lo contrario no hubieran vendido a
su hermano ni convencido a su padre anciano de que estaba muerto. Sin
embargo, Iosef no se presentó con esas palabras sino con su conciso: "¿Mi
padre aún vive?", dando lugar para que los hermanos juzgaran por sí mismos.
El pueblo judío sobrevivió a través de los siglos con la Torá como nuestra guía.
Nuestra emuná (fe) nos sostuvo. Nunca perdimos la esperanza. Cuando nos
sentimos superados por las dificultades de la vida, debemos recordar que
somos judíos, descendientes de la familia de Iehudá. Si nos conectamos con
nuestra Torá, con nuestra fe, Dios seguramente vendrá a auxiliarnos.
Recordemos que el nombre Iehudá también significa "agradecer y alabar a
Dios".3 Quizás esa sea la definición más precisa del pueblo judío: en tiempos de
alegría, así como en tiempos de adversidad, le agradecemos a nuestro Creador.
Nunca nos damos por vencidos, porque sabemos que Dios siempre nos
protegerá.
“Y Iosef no pudo contenerse ante todos los que estaban de pie junto a él,
y dijo: ‘Saquen a todo hombre de mi presencia’. Y no quedó ningún
hombre con él cuando Iosef se dio a conocer a sus hermanos. Emitió su
voz en llanto, y escucharon los egipcios, y escuchó la casa de Paró. Y Iosef
dijo a sus hermanos: ‘Yo soy Iosef. ¿Mi padre aún vive?’ Pero sus hermanos
no pudieron responderle porque quedaron desconcertados ante
él”. (Bereshit 45:1-3)
En un instante, todo cambió. “Aní Iosef, ‘yo soy Iosef’, yo soy a quien vendieron
en esclavitud, quien creyeron que era un soñador buscando usurpar el poder”.
Al escuchar esas palabras, los hermanos se dieron cuenta, inmediatamente, que
todo lo que pensaron sobre Iosef durante los últimos 22 años estaba
equivocado. Todas las piezas calzaron, y quedaron sin habla, sorprendidos y
avergonzados.
Nuestros sabios dicen que esta experiencia será vivida por cada uno de
nosotros cuando nos paremos delante de Hashem y enfrentemos nuestro juicio
final.
Dios nos dirá: “Yo soy Hashem” y nosotros, en un instante, quedaremos sin
habla. Todas nuestras excusas y razonamientos falsos (este problema no tiene
solución, no puedo hacer esto, etc.) y las quejas insidiosas (Hashem no es justo,
¿cómo puede hacerme esto?) se evaporarán cuando nos encontremos con la
realidad de Dios.
A eso, Iosef contestó: “Yo soy Iosef. ¿Mi padre aún vive?”. En otras palabras: ¿En
dónde estaba tu preocupación por el dolor de nuestro padre cuando me
vendiste en esclavitud?
Con esas pocas palabras, Iosef les mostró a sus hermanos la equivocación moral
que habían cometido. No los sermoneó, sino que, en cambio, enfocó su
atención en cómo las propias acciones de ellos contradecían el supuesto
objetivo de evitar el sufrimiento de Yaakov. Y así como Iosef les mostró a sus
hermanos la inconsistencia de su comportamiento, Dios nos mostrará a cada
uno de nosotros nuestras inconsistencias e hipocresía, y luego, todas nuestras
racionalizaciones se derrumbarán.
Eliahu y el pescador
El Midrash (Yalkut Shimoní, Nitzavim 940) relata que Eliahu Hanaví estaba en
una ocasión caminando por la calle, cuando encontró un hombre que era cínico
y burlón. Eliahu le preguntó: “¿Qué le responderás a tu Creador en el Día del
Juicio?”.
Luego Eliahu le preguntó: “Hijo mío, ¿cómo ganas tu sustento? ¿En qué
trabajas?”.
“Soy un pescador”.
Toda persona en el mundo utiliza una excusa similar: “Si Dios tan sólo me
hubiera enseñado a estudiar, si Dios tan sólo me hubiera mostrado cómo
cambiar el mundo, si tan sólo supiera cómo cambiarme a mí mismo, pero ¿qué
puedo hacer? Dios no me dio esos talentos”.
Dios tiene el registro completo de nuestra vida frente a Él, y cuando nos
muestre lo que éramos capaces de hacer cuando estábamos motivados, no
tendremos cómo excusarnos. La verdad estará frente a nuestros ojos: “¡Ay de
nosotros en el Día del juicio; ay de nosotros en el Día de la reprimenda!”.
Sin excusas racionales en las que apoyarnos, ¿no sabríamos acaso todo el
Talmud? ¿No amaríamos a nuestro prójimo, más allá del color de kipá que use,
o incluso si no usa?
Dios nos encarará, así como Iosef encaró a sus hermanos. Pero podemos evitar
esta vergüenza despertando ahora y considerando las consecuencias de
nuestras acciones. Dios es vida, y quiere que despertemos y vivamos. No es
necesaria la culpa, porque esta lucha es parte de la naturaleza humana. Sin
embargo, eso no nos exime de actuar. El reloj corre, no viviremos para siempre.
Dejemos de inventar excusas y, en cambio, aceptemos nuestras
responsabilidades tanto como podamos.
Pero nadie pudo alcanzar un nivel de grandeza espiritual tan elevado como para
ser destacado. Esto sólo lo lograron Abraham, Itzjak y Iaakov. Los tres patriarcas
forman una unidad, muchas veces llamada una carroza, o la personificación del
Infinito en este mundo. Cada uno de ellos representa uno de los pilares que
sostienen el mundo.
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Cada uno de los patriarcas representó una cualidad diferente: Abraham el amor,
Itzjak la fortaleza y Iaakov la verdad. Esa cualidad se convirtió en un conducto
para el crecimiento espiritual. Sin embargo, los patriarcas no sólo tuvieron
una inclinación hacia ese rasgo, sino que lo perfeccionaron hasta unirse por
completo a Dios a través del mismo.
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Si crees que satisfaces los deseos de tu vida pero sientes que te falta algo, lo
más probable es que estés satisfaciendo un deseo físico y no un deseo de tu
alma.
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El primer paso para cumplir el objetivo de tu vida es identificar cuál de los tres
rasgos es la motivación principal de tus decisiones. Como todos tenemos los
tres, no siempre es fácil identificarlo. Sin embargo, con un poco de
autoconocimiento se puede llegar a la verdad.
Algunas personas me piden que las ayude a encontrar el objetivo de sus vidas.
Esto implica que quieren que las ayude a encontrar eso que deben hacer, como
ser médico, chef o ama de casa. Pero en verdad eso no importa. Lo que sí
importa es cómo y por qué uno hace cualquier cosa que haga.
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Ejercicio espiritual:
Observa los tres deseos principales: el deseo de sentir placer, de ser bueno y de
sabiduría. Analiza cuál de ellos te motiva con más fuerza y consistencia. Este es
el primer paso para lograr tu propósito en la vida. Esta es tu misión… deberías
elegir aceptarla.