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Vaigash

(Génesis 44:18-47:27

La crítica positiva y lo que significa ser


judío

Esta parashá probablemente sea la más emotiva de la Torá. Después de 22 años


de separación, Iosef se revela ante sus hermanos y declara: "Yo soy Iosef, ¿mi
padre aún vive?1 Estas palabras fueron la crítica más demoledora que Iosef pudo
haber hecho a sus hermanos. En lugar de recriminarles por haberlo vendido
como esclavo, simplemente dijo: "Yo soy Iosef", lo que implicaba: "Mis sueños,
que ustedes creyeron que eran delirios de grandeza, se cumplieron. Dios me
convirtió en rey y los envió para que se postren ante mí". Sin embargo, Iosef no
dijo esas palabras en ningún momento.

Fue suficiente con declarar: "Yo soy Iosef". Eso permitió a los hermanos deducir
el resto. Sin embargo, la pregunta: "¿Mi padre aún vive?" (Mi  padre y
no nuestro  padre) fue directo al eje del problema, porque sugiere que no se
comportaron como debe hacerlo un hijo, de lo contrario no hubieran vendido a
su hermano ni convencido a su padre anciano de que estaba muerto. Sin
embargo, Iosef no se presentó con esas palabras sino con su conciso: "¿Mi
padre aún vive?", dando lugar para que los hermanos juzgaran por sí mismos.

De esto aprendemos que la crítica es más efectiva cuando se la utiliza como un


espejo y que nunca tiene efecto con bromas dolorosas, gritos, comentarios
cínicos o apodos. Esas tácticas sólo traen problemas secundarios que provocan
más resentimiento y distancia.

Cuando Iosef abrazó a su hermano Biniamín, cayó sobre su cuello y lloró


intensamente. Biniamín hizo lo mismo.2 La Guemará explica que Iosef lloró por
los Templos Sagrados que serían destruidos en la tierra designada a Biniamín y
que Biniamín lloró por el Tabernáculo, que sería destruido en la porción
designada a Iosef. Podemos preguntarnos por qué eligieron ese momento
particular para llorar por los Templos y por el Tabernáculo. El mensaje que
transmite la Torá es que, trágicamente, ellos vieron que el mismo resentimiento
que llevó a la fragmentación de la Casa de Iaakov continuaría dividiendo a
nuestro pueblo y llevaría a la destrucción de los Templos. Iosef y Biniamín
lloraron uno por el dolor del otro, enseñándonos que el único remedio para
esta plaga del odio es aprender a sentir empatía los unos por los otros, sentir el
dolor de los demás y acercarnos a ellos con jésed, dando un ejemplo de bondad
y amor.

NUNCA TE DES POR VENCIDO


En esta parashá  descubrimos algunas formas en las que el nombre "judío" nos
define como pueblo. Cuando los hijos de Iaakov fueron confrontados por las
acusaciones irracionales del virrey de Egipto (Iosef), y entendieron que la vida
de su hermano menor, Biniamín, estaba en riesgo, Iehudá (cuyo nombre
connota "judío", porque un judío es llamado iehudí) se levantó como un león
para pelear por su hermano. Por más desesperada que pareciera la situación,
Iehudá, un hombre de fe absoluta, no se dio por vencido. Tampoco nosotros,
sus descendientes, nunca nos dimos por vencido.

Iehudá enfrentaba muchos obstáculos. El virrey egipcio (Iosef) simulaba no


hablar ni entender hebreo. Un traductor actuó como intermediario, y la
evidencia complicaba la situación de Biniamín. Sin embargo, Iehudá habló en
hebreo desde lo más profundo de su corazón, acudiendo a la sensibilidad judía.
Podemos preguntarnos por qué Iehudá esperó lograr algo hablando en hebreo
y mencionando valores judaicos a ese supuesto egipcio, que en verdad era
Iosef.

Este es el legado de Iehudá: si hablamos en nombre de Dios, si sustentamos


nuestra Torá y estamos dispuestos a arriesgar nuestra vida por el bien de
nuestros hermanos, no habrá ninguna barrera que no podamos superar.

El pueblo judío sobrevivió a través de los siglos con la Torá como nuestra guía.
Nuestra emuná  (fe) nos sostuvo. Nunca perdimos la esperanza. Cuando nos
sentimos superados por las dificultades de la vida, debemos recordar que
somos judíos, descendientes de la familia de Iehudá. Si nos conectamos con
nuestra Torá, con nuestra fe, Dios seguramente vendrá a auxiliarnos.
Recordemos que el nombre Iehudá también significa "agradecer y alabar a
Dios".3 Quizás esa sea la definición más precisa del pueblo judío: en tiempos de
alegría, así como en tiempos de adversidad, le agradecemos a nuestro Creador.
Nunca nos damos por vencidos, porque sabemos que Dios siempre nos
protegerá.

El día del juicio


En uno de los momentos más dramáticos de la Torá, arriesgando su vida,
Yehudá enfrenta al virrey de Egipto, pidiéndole que se le permita tomar el lugar
de su joven hermano detenido para ahorrarle a su padre la debilitante angustia
de perder el último hijo de su amada Rajel.
Conmovido por la entrega y el auto sacrificio de Yehudá, Iosef ya no puede
continuar ocultando su identidad.

“Y Iosef no pudo contenerse ante todos los que estaban de pie junto a él,
y dijo: ‘Saquen a todo hombre de mi presencia’. Y no quedó ningún
hombre con él cuando Iosef se dio a conocer a sus hermanos. Emitió su
voz en llanto, y escucharon los egipcios, y escuchó la casa de Paró. Y Iosef
dijo a sus hermanos: ‘Yo soy Iosef. ¿Mi padre aún vive?’ Pero sus hermanos
no pudieron responderle porque quedaron desconcertados ante
él”. (Bereshit 45:1-3)

En un instante, todo cambió. “Aní Iosef, ‘yo soy Iosef’, yo soy a quien vendieron
en esclavitud, quien creyeron que era un soñador buscando usurpar el poder”.
Al escuchar esas palabras, los hermanos se dieron cuenta, inmediatamente, que
todo lo que pensaron sobre Iosef durante los últimos 22 años estaba
equivocado. Todas las piezas calzaron, y quedaron sin habla, sorprendidos y
avergonzados.

Nuestros sabios dicen que esta experiencia será vivida por cada uno de
nosotros cuando nos paremos delante de Hashem y enfrentemos nuestro juicio
final.

“¡Ay de nosotros en el Día del juicio; ay de nosotros en el Día de la


reprimenda! Iosef era el más joven entre las tribus, y no pudieron tolerar
su reprimenda… Cuánto más aún cuando Hashem venga y recrimine a
toda persona por no haber actuado correctamente, no podremos tolerar
esta reprimenda  (Bereshit Rabá 93:10).

Dios nos dirá: “Yo soy Hashem” y nosotros, en un instante, quedaremos sin
habla. Todas nuestras excusas y razonamientos falsos (este problema no tiene
solución, no puedo hacer esto, etc.) y las quejas insidiosas (Hashem no es justo,
¿cómo puede hacerme esto?) se evaporarán cuando nos encontremos con la
realidad de Dios.

Hay un elemento adicional en la crítica de Iosef. Él les preguntó a sus hermanos:


“¿Mi padre aún vive?”. Pero Iosef ya sabía que su padre estaba vivo. Después de
preguntar, inmediatamente les dijo: “Apúrense, vayan donde mi padre y díganle:
‘Así dijo tu hijo Iosef: Dios me ha convertido en amo de Egipto. Desciende a mí,
no te demores’” (Bereshit 45:9). ¿Por qué entonces Iosef preguntó si su padre
aún seguía con vida?

El Beit Haleví (Bereshit  45:3) explica que la pregunta es parte de


la tojajá ‘reprimenda’ de Iosef a sus hermanos. Yehudá acababa de realizar un
apasionado pedido, diciéndole a Iosef que no podía apresar a Biniamín porque,
si lo hacía, mataría a su padre Yaakov. “Incluso si Biniamín es un ladrón”,
argumentó Yehudá, “no puedes hacer algo que le causará tanto dolor y
angustia a mi padre. Arréstame a mí en vez de él”.

A eso, Iosef contestó: “Yo soy Iosef. ¿Mi padre aún vive?”. En otras palabras: ¿En
dónde estaba tu preocupación por el dolor de nuestro padre cuando me
vendiste en esclavitud?

Con esas pocas palabras, Iosef les mostró a sus hermanos la equivocación moral
que habían cometido. No los sermoneó, sino que, en cambio, enfocó su
atención en cómo las propias acciones de ellos contradecían el supuesto
objetivo de evitar el sufrimiento de Yaakov. Y así como Iosef les mostró a sus
hermanos la inconsistencia de su comportamiento, Dios nos mostrará a cada
uno de nosotros nuestras inconsistencias e hipocresía, y luego, todas nuestras
racionalizaciones se derrumbarán.

Eliahu y el pescador
El Midrash (Yalkut Shimoní, Nitzavim 940) relata que Eliahu Hanaví estaba en
una ocasión caminando por la calle, cuando encontró un hombre que era cínico
y burlón. Eliahu le preguntó: “¿Qué le responderás a tu Creador en el Día del
Juicio?”.

“Tengo la respuesta perfecta”, respondió el cínico. “Hashem no me dio la


sabiduría y el entendimiento necesario para estudiar Torá y Talmud. Intenté,
pero no me entra en la cabeza”.

Luego Eliahu le preguntó: “Hijo mío, ¿cómo ganas tu sustento? ¿En qué
trabajas?”.

“Soy un pescador”.

“Fascinante”, respondió Eliahu. “¿Me contarías sobre tu profesión?”.

El hombre le explicó toda la complejidad de tejer redes, arrojarlas y removerlas


del agua. Eliahu escuchó su larga explicación y dijo: “Fantástico, realmente
conoces tu profesión. Dime, ¿quién te dio sabiduría y entendimiento para hacer
todo eso?”.

“Dios”, respondió el pescador.

“Dios te dio sabiduría y entendimiento para pescar”, lo desafió Eliahu, “¿pero no


te dio sabiduría y entendimiento para estudiar Su Torá, en la cual está escrito:
‘[la Torá] no está en el cielo, sino en tu boca y en tu corazón, para que la
cumplas’ (Devarim 30:14). Si Dios te dio toda esa inteligencia para pescar,
entonces sin duda te dio inteligencia para que estudies Su Torá”.
Reconociendo la verdad en las palabras de Eliahu, el pescador quedó
boquiabierto y rompió en llanto.

Toda persona en el mundo utiliza una excusa similar: “Si Dios tan sólo me
hubiera enseñado a estudiar, si Dios tan sólo me hubiera mostrado cómo
cambiar el mundo, si tan sólo supiera cómo cambiarme a mí mismo, pero ¿qué
puedo hacer? Dios no me dio esos talentos”.

Y Dios responderá: “Tus propias acciones atestiguan en tu contra”. Nos


recordará cuando aprendimos cantidades de material para el curso de biología,
cuando memorizamos la tabla periódica y las alineaciones de los equipos de
fútbol, cuando sobresalimos en el examen de ingreso a la universidad, cuando
nos graduamos de la misma…

Dios tiene el registro completo de nuestra vida frente a Él, y cuando nos
muestre lo que éramos capaces de hacer cuando estábamos motivados, no
tendremos cómo excusarnos. La verdad estará frente a nuestros ojos: “¡Ay de
nosotros en el Día del juicio; ay de nosotros en el Día de la reprimenda!”.

Analiza las consecuencias


Intentando calmar al consternado pescador, Eliahu le dijo que esta tendencia a
racionalizar es parte de la naturaleza humana, que todos creemos tener la
excusa perfecta que nos salvará cuando enfrentemos a Dios. Es importante que
hagamos introspección ahora, para poner los pies en la tierra y despertar de
nuestro letargo. No esperemos hasta entrar en el Olam Habá ‘Mundo Venidero’,
cuando ya será demasiado tarde para cambiar.

Sin excusas racionales en las que apoyarnos, ¿no sabríamos acaso todo el
Talmud? ¿No amaríamos a nuestro prójimo, más allá del color de kipá que use,
o incluso si no usa?

Debemos encontrar herramientas para despertar, y ese es el objetivo de


la tojajá ‘reprimenda’. Este es el mensaje que Iosef les envió a los hermanos
cuando preguntó: “¿Mi padre aún vive?”. Les dijo que analizaran las
consecuencias de sus acciones: “No quieren causarle tormento a nuestro padre,
están dispuestos a luchar a muerte para que no aprisione a Biniamín. Pero,
¿analizaron las consecuencias de sus acciones cuando me separaron de mi
padre? ¿Acaso mi padre aún vive?”.

Es fácil permanecer dentro de la ‘zona de confort’ de nuestros patrones de


conducta y pensamiento, y tomar el camino que ofrece menos resistencia. Pero
debemos detenernos y observar las consecuencias, en lugar de seguir nuestros
deseos sin pensar la dirección en la que estamos yendo. Así, sólo así, tendremos
la posibilidad de no cometer un error.
Piensa en las consecuencias de no estudiar Torá al máximo de tu capacidad,
piensa en el impacto que esto tendrá en ti y en tu familia. Piensa en las
consecuencias de ignorar las altísimas tasas de asimilación y matrimonios
mixtos que causan estragos en nuestra nación, y piensa en cómo todos
nosotros seremos responsables por no haber salvado a nuestros hermanos
judíos que estaban a nuestro alrededor: en la oficina, en el vecindario o en
nuestra familia extendida.

Piensa en las consecuencias. Debemos concientizarnos, porque un día Dios


vendrá y nos dirá a cada uno de nosotros: “Aní Hashem, ‘soy Dios’” y luego nos
mostrará cómo nuestra propia vida contradecía nuestras excusas. Nos mostrará
que cuando nos comprometimos a hacer algo, por la razón que fuera,
sobrellevamos la frustración, buscamos soluciones y no renunciamos hasta
haber alcanzado nuestro objetivo. Él nos mostrará que si, Dios no lo quiera,
hubiese sido nuestra hermana casándose con un católico o nuestro hijo
atrapado en un culto o fuera del camino de la Torá, hubiéramos hecho lo
imposible para salvarlos. ¿En dónde estuvimos cuando un hijo de Dios —
nuestra hermana o hermano judío— estuvo en alguna de estas situaciones?

Dios nos encarará, así como Iosef encaró a sus hermanos. Pero podemos evitar
esta vergüenza despertando ahora y considerando las consecuencias de
nuestras acciones. Dios es vida, y quiere que despertemos y vivamos. No es
necesaria la culpa, porque esta lucha es parte de la naturaleza humana. Sin
embargo, eso no nos exime de actuar. El reloj corre, no viviremos para siempre.
Dejemos de inventar excusas y, en cambio, aceptemos nuestras
responsabilidades tanto como podamos.

Los tres pilares de la existencia


Jaiei Sara (Génesis 23:1-25:18)
Amor, fortaleza y verdad.

En el libro de Génesis, la Torá pasa rápidamente a través de miles de años de


historia sin entrar en detalles sobre los individuos, hasta que llega a Abraham,
Itzjak y Iaakov. Esas tres personas se destacan por su relación especial con Dios.

Con certeza hubo muchas personas especiales en el planeta, muchos otros


individuos rectos. Incluso tenemos una tradición respecto a que hubo una casa
de estudio dirigida por Shem, el hijo de Nóaj, quien enseñó una forma de
monoteísmo ético.

Pero nadie pudo alcanzar un nivel de grandeza espiritual tan elevado como para
ser destacado. Esto sólo lo lograron Abraham, Itzjak y Iaakov. Los tres patriarcas
forman una unidad, muchas veces llamada una carroza, o la personificación del
Infinito en este mundo. Cada uno de ellos representa uno de los pilares que
sostienen el mundo.

***

Amor, fortaleza, verdad.


Los cabalistas explican que toda nuestra existencia se basa en tres principios
que conforman el plano arquitectónico de la creación. Las palabras para esos
principios sólo describen una fracción de los mismos, porque es imposible
describirlos por medio del lenguaje. Un grupo de palabras utilizadas por los
místicos son amor, fortaleza y verdad.

Cada uno de los patriarcas representó una cualidad diferente: Abraham el amor,
Itzjak la fortaleza y Iaakov la verdad. Esa cualidad se convirtió en un conducto
para el crecimiento espiritual. Sin embargo, los patriarcas no sólo tuvieron
una inclinación  hacia ese rasgo, sino que lo perfeccionaron  hasta unirse por
completo a Dios a través del mismo.

Abraham buscó constantemente oportunidades para enseñar y hacer bondad


con los demás. La conexión de Itzjak era más interna, con un desarrollo de la
fortaleza interior y la conquista de los deseos físicos. Iaakov armonizó ambos
rasgos de amor y fortaleza interior y, por medio del estudio de sabiduría, llegó a
una verdad que fue el pináculo de los tres rasgos.

***

Todos tenemos las tres cualidades


Cada uno tiene estas tres cualidades. Quizás la forma más clara de verlas es
conectarlas con los tres deseos fundamentales de la humanidad: 1) el deseo de
placer, 2) el deseo de ser bueno y 3) el deseo de entender. Todos queremos
estas tres cosas.

Tu deseo de placer  puede llevarte a buscar dinero, amor, hijos o a experimentar


el placer de hacer cosas buenas por los demás. Tu deseo de ser bueno puede
también llevarte a buscar dinero, amor e hijos, porque esas son las cosas que la
sociedad valora y te confieren más honor y estima. Tu deseo de verdad puede
llevarte en las mismas direcciones, pero por una razón diferente.
Lo que haces en el mundo no es tan importante; lo que importa es cómo y por
qué lo haces. Puedes ir en la misma dirección que otra persona y que ella sea
feliz y tú seas miserable. Necesitamos saber qué motiva cada una de nuestras
acciones. Porque para ser felices y estar satisfechos, necesitamos satisfacer los
deseos de nuestra alma, de nuestra esencia.

Todo deseo puede descarriarse. El enamoramiento puede confundirse con el


amor. El dinero puede confundirse como un fin en sí mismo y no como un
medio. Los hijos pueden considerarse una limitación en lugar de una
oportunidad para nutrir.

Si crees que satisfaces los deseos de tu vida pero sientes que te falta algo, lo
más probable es que estés satisfaciendo un deseo físico y no un deseo de tu
alma.

Un conserje normalmente no es muy valorado por la sociedad. No lo verás en la


columna de sociales, ni lo buscarán para honrarlo en una cena. Sin embargo, un
conserje tiene tanto acceso a la santidad como cualquier otra persona; con las
intenciones correctas puede ayudar a los demás, ser honesto en el trabajo, etc.
Un conserje puede ser más exitoso que otras personas que conoces en los
aspectos realmente importantes, y lo será para toda la eternidad.

Lo que importa no es lo que haces, sino cómo y por qué lo haces.

***

Un deseo del alma.


Si bien todos tenemos esas tres motivaciones fundamentales, en cada individuo
una de ellas es dominante. Al igual que Abraham, Itzjak y Iaakov, quienes
ejemplificaron una de estas cualidades, todos tenemos un deseo que motiva
nuestras principales decisiones y aspiraciones.

Rav Eliahu Dessler (en Mijtav MeEliahu) explica: Puedes ayudar a un extraño


porque eso es moralmente correcto, porque te da placer ayudar a los demás o
porque hacerlo expresa tu entendimiento de la forma en que debería
comportarse un ser humano. Si analizas tus decisiones diarias verás que casi
siempre uno de estos impulsos es la raíz de tus decisiones.

El primer paso para cumplir el objetivo de tu vida es identificar cuál de los tres
rasgos es la motivación principal de tus decisiones. Como todos tenemos los
tres, no siempre es fácil identificarlo. Sin embargo, con un poco de
autoconocimiento se puede llegar a la verdad.
Algunas personas me piden que las ayude a encontrar el objetivo de sus vidas.
Esto implica que quieren que las ayude a encontrar eso  que deben hacer, como
ser médico, chef o ama de casa. Pero en verdad eso no importa. Lo que sí
importa es cómo y por qué uno hace cualquier cosa que haga.

Con seguridad, deberíamos observar qué cosas disfrutamos hacer y qué


talentos tenemos. Esas son las pistas que Dios nos da para descubrir qué
es eso  que debemos hacer. Pero un médico que no entiende su cualidad (amor,
fortaleza o verdad), y no entiende el deseo de su alma dentro de ese rasgo,
puede terminar arruinando su vida y la de los demás. Puede comenzar un
negocio en Internet y escribir prescripciones falsas para volverse rico con
rapidez. No importa si le gusta ser médico ni si es bueno como tal. Está
perdiendo el tiempo.

Veamos un ejemplo. ¿Qué experiencia te gustaría tener: A. Una profecía que te


haga sentir sumamente elevado y te una al Infinito, B. traer la paz mundial y C.
tener toda la sabiduría que existe? A. es placer, B. es bondad y C. es verdad.

Descubrir tu cualidad principal es el comienzo del autoconocimiento.

***

Ejercicio espiritual:
Observa los tres deseos principales: el deseo de sentir placer, de ser bueno y de
sabiduría. Analiza cuál de ellos te motiva con más fuerza y consistencia. Este es
el primer paso para lograr tu propósito en la vida. Esta es tu misión… deberías
elegir aceptarla.

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