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Capítulo I

Como no he sabido de nadie que antes de nosotros se ocupara del habla vulgar, y como la tal habla
nos es a todos imprescindible - ya que pertenece no sólo a los hombres, sino también a las mujeres y
a los niños, en tanto la naturaleza lo permita -, y queriendo de algún modo ilustrar la mente de quienes
como ciegos deambulan por las plazas, y muchas veces estiman postrero lo que es primero, procura-
remos, con la celeste inspiración del Verbo, ser útiles a esta lengua del vulgo, no sólo bebiendo de
tan noble vaso el agua de nuestro ingenio, sino que escogiendo o compilando de otros, mezclando en
la bebida lo mejor, para que desde allí podamos beber el dulcísimo hidromiel.
Como a toda ciencia no le corresponde probar su sujeto sino declararlo, y para que se entienda de lo
que trata, sin perder más tiempo, digamos que llamamos habla vulgar a aquella a la que en su entorno
familiar se habitúan los niños cuando comienzan a distinguir las voces; o más brevemente aún, defi-
nimos como lengua vulgar a la que, sin normativas, se aprende por imitación de la nodriza.

Disponemos de otra lengua secundaria a la que los Romanos llamaron gramática . Por igual la tienen
los Griegos y otros, pero no todos, porque no llegamos a conocer sus reglas ni a aprenderla sino
transcurrido un tiempo y tras asiduo estudio.
De estas dos el habla vulgar es la más noble, ya porque fue la primera usada por el género humano,
ya porque la gozan en todo el orbe, aunque esparcida en diferentes pronunciaciones y términos; sea
también porque nos es natural, mientras que la otra es más bien artificial.
Y de esta nuestra más noble nos proponemos tratar ahora.

Capítulo II
Ella es en verdad nuestra primera lengua, y no digo nuestra como si hubiera otra además del habla
humana, porque de entre todos los seres a solo el hombre le fue dado hablar, ya que sólo a él le fue
necesario. No les fue dado a los ángeles, ni tampoco a los animales, porque hubiera sido superfluo, y
la naturaleza aborrece lo superfluo.
Si consideramos con perspicacia cuál es el propósito del habla, es evidente que no consiste sino en
enunciar a otros lo concebido en nuestra mente. Y dado que los ángeles, para comunicar sus gloriosas
concepciones, disponen de una prontísima e inefable suficiencia intelectual, por medio de la cual uno
a otro se dan a conocer enteramente por sí mismos, o al menos por aquel fulgentísimo Espejo en el
que todos están representados en su máxima belleza, y donde avidísimos contemplan su propio re-
flejo, no parece que tuvieran necesidad de signo oral ninguna.
Y si se objetara a partir de los espíritus caídos, se puede responder doblemente: primero que, como
tratamos de aquellas cosas que son necesarias al bienestar, no debemos tomarlos en cuenta, puesto
que primeramente fueron malvados despreciadores de la ayuda divina; y segundo y mejor, que los
demonios para comunicar su perfidia entre sí no necesitan más que cada uno sepa todo de todos, de
porqué y cuánto; lo que ciertamente saben, pues se conocieron unos a otros antes de su caída.

Para los animales inferiores, que son dirigidos sólo por el instinto, no fue necesario proveerlos de
habla: porque los animales de una misma especie tienen en común los mismos actos y pasiones, y así
por los propios conocen los ajenos; pero entre las de diversa especie tampoco fue necesaria el habla,
inclusive les hubiera sido perjudicial, dado que no hay entre ellos relaciones de amistad.
Y si alguien quisiera objetar de la serpiente que habló a la primera mujer, o del asno de Balaan, de
que hablaron, respondemos que en el primer caso el ángel y en el segundo el diablo operaron de tal
manera que ellos movieron sus órganos, de forma que surgiera una voz clara como habla verdadera;
y no que al asno le correspondiera otra cosa que rebuznar y a la serpiente silbar.
Si alguien también quisiera objetar por lo que Ovidio dice en el quinto de la Metamorfosis de los
picamaderos parlantes, decimos que lo dice figurativamente entendiendo otra cosa. Y se dijera todavía
que los picamaderos y otras aves hablan, decimos que no es verdad, porque tales actos no son hablar,
mas un cierta imitación de nuestra voz; o que imitan nuestros sonidos, pero no es nuestra palabra. Por
donde si alguien al decir "urraca" le contestaran "urraca", no sería sino imitación o representación del
sonido del que primero habló.
Y así se ve claramente que sólo al hombre le fue dado hablar; mas porqué le fue necesario, intentare-
mos probarlo brevemente.

Capítulo III
Puesto que lo que guía al hombre no es el instinto natural, sino la razón, y como la razón en cada
individuo es diferente en cuanto a discernir o juzgar o elegir, a tal punto que al parecer cada uno
disfruta de su propia idea, debemos retener que nadie comprende al otro por los propios actos o pa-
siones, como las bestias. Ni tampoco por medio de la especulación, como el ángel, que uno a otro se
contacta, porque el espíritu humano padece de obstrucción , debido al espesor y opacidad del cuerpo.

Fue necesario por tanto que, para comunicar el pensamiento, el género humano tuviera algún signo
racional y sensible; porque el signo, al tener que asumir conceptos de la razón y llevarlos a la razón,
había necesariamente de ser racional, pero como no podían pasar de una razón a otra sino por un
medio sensitivo, necesariamente tuvo que ser sensible. Porque si hubiera sido sólo racional, no habría
podido pasar de uno a otro; y si sólo sensible, no habría podido recibir nada de una razón ni depositar
nada en otra. Este signo es pues el noble fundamento del que hablamos; sensible en cuanto es sonido,
pero racional en cuanto algo significa según el propósito de la voluntad.

Capítulo IV
Sólo al hombre le fue dado el habla, como lo demuestran las premisas. Ahora, me parece, que hay
que corresponde considerar a cual de los hombres le fue dado primero la facultad de hablar, y qué fue
lo que dijo, y a quién, y dónde, y cuándo, y cuál fue además el idioma de la primera conversación.

Según pues dice el Génesis en su comienzo, donde la Sagrada Escritura trata de los primordios del
mundo, resulta que fue la mujer la que primero habló antes que nadie, es decir la muy presuntuosa
Eva, cuando solicitada por el diablo respondió: "Del fruto de los árboles del Paraíso comemos, del
fruto del árbol que está en el medio del Paraíso nos mandó Dios que no comamos ni lo toquemos, no
sea que muramos".
Pero aun cuando la mujer en el texto es la que primero habló, es razonable pensar que fue el hombre,
pues se considera muy inconveniente que tan egregio acto del género humano no saliera primero del
hombre que de la mujer. Creemos pues racionalmente que a Adán le fue dado hablar primero por
Aquel que en un instante lo plasmó.
Qué fue lo que primero resonó en la voz del primer hablante, no titubeo en decirlo, como lo haría
cualquiera de sana mente, que fue "Dios", es decir El [voz hebrea] , ya sea que fuera una pregunta o
una respuesta. Pues en verdad parece absurdo y horrible pensar que antes de Dios otra cosa expresara
el hombre, puesto que por él y en él fue creado. Pues así como después de la prevaricación del género
humano todas sus conversaciones comenzaron con "heu" [voz latina ¡Ay!] , es razonable pensar que
antes comenzara con alegría; y como no hay alegría alguna fuera de Dios, que está toda en Dios, y el
mismo Dios es todo alegría, se sigue que el primer locuente, primero y antes que nada dijera "dios".

Pero aquí surge una duda: porque, como dijimos antes, el hombre cuando primero habló lo hizo en
forma de respuesta, y su respuesta fue a Dios: pues si fue a Dios, resulta que Dios fue el primero en
hablar, lo que parece contrario a lo que hemos dicho.
A lo que decimos que bien pudo ser que el hombre respondiera a una pregunta de Dios, sin que Dios
hubiera hablado en esta lengua de la que estamos tratando. ¿Quién duda de que todo lo que existe
obedece a la voluntad de Dios, por quien son conservadas y gobernadas todas las cosas? Por tanto así
como tantas alteraciones del aire ocurren por imperio de la naturaleza inferior, que es ministra y
hechura de Dios, de modo que bramen los truenos, estallen relámpagos, caiga la lluvia, se esparza la
nieve y se desgarre el granizo ¿acaso al imperio de Dios la naturaleza no se movería para resonar
algunas palabras, caracterizándolas el mismo que caracterizó mayores cosas?
A esto y a otras cuestiones creemos que la respuesta dada es suficiente.

Capítulo V
Opinamos, no sin razón sin embargo, ya deduciendo de lo dicho como de lo que diremos, que el
primer hombre dirigió primeramente su palabra al mismo Dios. Por tanto y con razón, decimos que
ese mismo primer locuente habló inmediatamente después de inspirado en él el soplo de la Virtud
Animante. Pues pensamos que es más humano ser percibido que percibir, mientras sea percibido y
perciba como ser humano. Por tanto si aquel Artesano y Principio de Perfección y Amador inspirando
colmó a nuestro primer hombre de toda perfección, nos parece razonable que tal nobilísimo ser vivo
primero fue percibido antes de hacerse percibir.
Si alguien sin embargo objetara que no le era necesario hablar al primer hombre puesto que todavía
estaba solo, y que Dios sin palabras discierne todos nuestros arcanos antes que nosotros mismos,
decimos, con aquella reverencia necesaria cuando afirmamos algo de la Voluntad Eterna, que aunque
Dios, sin necesidad de palabras, conociera o pre-conociera (que cuanto a Dios, es lo mismo) el pen-
samiento del primer hablante, quiso él mismo sin embargo hablar, para que en la manifestación de
tan gran don fuera glorificado aquel mismo que gratuitamente se lo diera. Por lo tanto es de creer que
por divina disposición nos llena de alegría manifestar ordenadamente nuestros afectos.
Y de aquí podemos perfectamente deducir dónde fue pronunciada esta primera locución; porque si
fuera del paraíso llegó el soplo divino al hombre, diríamos que afuera, si en cambio adentro, diríamos
que fue dentro del Paraíso el lugar de la primera locución.
Capítulo VI
Dado que los asuntos humanos se tratan en muchos y variados idiomas, de forma que muchos tanto
se entiendan con muchos hablando como sin hablar, nos corresponde investigar cuál es el idioma que
se cree que habló aquel varón que no tuvo madre ni mamó leche, ni fue niño ni llegó a adulto.

En esto, como también en otras muchas cosas, la inmensa ciudad de Pietramala, es patria de la mayor
parte de los hijos de Adán. Porque, si un cualquiera fuera de tan deshonesta razón como para creer
que el lugar de su nacimiento es el más deleitoso bajo el Sol, le sería también creíble que su vulgar,
es decir su lengua materna, fuera la mejor de todas, y en consecuencia considerarla como la misma
que habló Adán.
Nosotros en cambio, para quienes la patria es el mundo como para los peces el Océano, a pesar de
que bebimos del Sarno antes de tener dientes, y todavía amemos a Florencia, bien que por amarla
padecemos injusto exilio, antes en razones que en sentimientos fundamos nuestro juicio. Y bien que,
según nuestro deleite o el sentir de nuestro corazón no haya en la tierra lugar más encantador que
Florencia, consultando los libros de poetas y de otros escritores que han descrito el mundo entero y
sus partes, considerando nosotros mismos las variadas características de los lugares del mundo y su
situación respecto de ambos polos y el círculo ecuatorial, examinamos atentamente y juzgamos fir-
memente que hay más nobles y más deliciosas regiones y ciudades que la Toscana y Florencia, de
donde somos oriundos y ciudadanos, y que muchas naciones y pueblos usan una lengua más placen-
tera y más útil que la nuestra.
Retornando al propósito, decimos que cierta forma de habla fue creada conjuntamente con el alma
primera. Digo "forma" para abarcar tanto los vocablos de las cosas cuanto la construcción y la pro-
nunciación de la frase: forma que a decir verdad toda lengua viva adoptaría, a no ser, que fuera dis-
persada, por culpa de la humana vanidad, como más adelante se probará.
En esta forma de lenguaje Adán habló; en esta forma de lenguaje hablaron todos sus descendientes
hasta la construcción de la torre de Babel, que se traduce como "torre de la confusión"; esta forma de
lenguaje la heredaron los hijos de Heber, quienes por ello se llamaron Hebreos. En ellos permaneció
luego de la confusión de las lenguas, a fin de que nuestro Redentor, que habría de nacer de ellos en
cuanto ser humano, no hablara la lengua de la confusión, sino la de la gracia.
Fue pues el idioma hebraico el que pronunciaron los labios del primer hablante.

Capítulo VII
¡Ay! ¡Qué nos avergüenza renovar ahora la ignominia del género humano! Pero como no podemos
dejarla de lado sin franquearla, la desgranaremos aun cuando crezca el rubor en las mejillas y al alma
le repugne.
¡Ah naturaleza nuestra siempre propensa al pecado! ¡Ah, desde el comienzo y siempre colmada de
nequicia! ¿No fue suficiente a corregirte que, ciega de tu primera prevaricación, te expulsaban de la
patria de las delicias? ¿No bastó que por tu universal lujuria y crueldad pereciera en el cataclismo
todo lo que por derecho te pertenecía, con excepción de sólo una familia, y que perecieran por tus
fechorías los animales del cielo y de la tierra? Hubiera sido ciertamente suficiente, pero como dice el
proverbio "No cabalgarás antes de la tercera vez", tú, miserable, cabalgar quisiste un miserable caba-
llo.
He aquí, caro lector, que el hombre, por olvido o despreciando los castigos recibidos y apartando la
vista de los verdugones remanentes, presumiendo por estúpida soberbia, por tercera vez se alzó al
látigo.

Incurable, presumió en su corazón, persuadido por el gigante Nembroth, que por propia industria
podría superar no sólo a la naturaleza sino hasta al naturante, que es Dios, y comenzó a edificar la
torre en Sennaar, que fue luego llamada Babel, es decir "confusión", con la que esperaba subir al
cielo, proponiéndose en su inconciencia no igualar sino superar al Creador. ¡Oh inconmensurable
clemencia del celeste imperio!
¿Qué padre soportaría nunca tal insulto de su hijo? Mas alzándose, no con hostil sino con paternal
azote, habituado ya a fustigar, castigó ahora al hijo rebelde con piadosa aunque imborrable repri-
menda.

Fue entonces cuando casi todo el género humano se embarcó en el inicuo proyecto; una parte super-
visaba la obra, otra planeaba la arquitectura, una edificaba muros, otra ajustaba a escuadra, una alisaba
con trulla, otra escindía piedras, una transportaba por mar y otra por tierra, y otros grupos se dedicaban
a diversas tareas; entonces les cayó del cielo una confusión tal que si antes todos se servían de una y
de la misma lengua para el trabajo, diversificados en muchas lenguas lo abandonaran, y nunca más
pudieron reunirse en una tarea común.
De modo que sólo quienes que convenían en una misma tarea tuvieron una misma lengua: por ejemplo
los arquitectos tenían una, los transportistas de piedras otra, todos los que las preparaban otra; y así
fue de cada uno de los oficios. Tanta cuanta fue la variedad de oficios necesarios a la obra, tantos
fueron los idiomas en que se dividió el género humano, y cuanto más excelente era el arte, tanto más
rudo y bárbaro fue el lenguaje que hablaban.
Aquellos en quienes la lengua sagrada perduró, no prestaron su mano a la obra ni en ella consintieron,
mas seriamente detestándola se burlaban de la estupidez de los obreros. Pero esta pequeñísima parte
- mínima en número -, venía de la simiente de Sem, conjeturo, quien fue el tercer hijo de Noé: del
cual se originó el pueblo de Israel, quienes hablaron la antiquísima lengua hasta el momento de su
dispersión.

Capítulo VIII
De la precedente confusión de las lenguas opinamos, en base a no leves razones, que por primera vez
los hombres se dispersaron por todos los climas del mundo y las regiones y los extremos habitables
de los diversos climas. Y cuando la raíz principal de la humana progenie se instaló en las regiones de
oriente, y se expandió luego de un lado y del otro, dispersóse nuestra progenie en múltiples ramas, y
para finalmente alcanzar los confines occidentales, donde por primera vez las gargantas racionales
bebieran tal vez de todos o de algunos de los ríos de Europa.
Pero sea que fueran advenedizos los que primero llegaron, sea que fueran nativos y estuvieran retor-
nando, los hombres aportaron tres lenguas con ellos: y a unos les correspondió la región meridional
de Europa, a otros la septentrional; y los terceros, que ahora llamamos griegos, en parte ocuparon
regiones de Europa, y en parte de Asia.
Por tanto de un mismo idioma, a través de la punitiva confusión, nacieron las diversas lenguas vul-
gares, como mostraremos más abajo.
Pues todo el territorio que se encuentra desde la desembocadura del Danubio, es decir las marismas
Meótidas, hasta los confines occidentales de Inglaterra, limitado por los lindes de Italia y de Francia,
y del Océano, obtuvo un solo idioma, bien que posteriormente derivado en diversas lenguas vulgares
entre Eslavos, Húngaros, Teutónicos, Sajones, Ingleses y otras muchas naciones, pero casi todas con-
servaron un signo de su único y común origen, es decir que todas esas lenguas al afirmar dicen IÓ.

A partir del territorio de este idioma, es decir desde los límites de los húngaros hacia el oriente, otra
lengua ocupó toda la región que desde allí se llama Europa, y que allende se extiende.
Finalmente todo el territorio que fuera de estos dos dominios ocupa Europa, tuvo un tercer idioma,
bien que dividido en tres formas: pues unos al afirmar dicen OC, otros OIL, otros SI, como lo Espa-
ñoles, los Franceses y los Italianos. Y el signo de que estas tres lenguas vulgares provienen de un
mismo idioma es evidente, ya que muchas cosas se nombran con los mismos términos como "Dios",
"cielo", "amor", "mar", "tierra", "ser", "vivir", "morir", "amar", y otras más que son casi todas.

De estos lo que para decir sí responden OC tienen la parte occidental de Europa meridional, a partir
del límite genovés. Los que dicenSI tienen la parte oriental a partir de dichos confines orientales, a
saber hasta aquel promontorio de Italia a partir del cual comienza la ensenada del mar Adriático y
Sicilia. Pero los que dicen OIL son como septentrionales respecto de estos: pues al oriente tienen a
los Alemanos, y a occidente y el norte están encerrados por el mar de Inglaterra y terminan limitados
por los montes de Aragón; al sur tienen la Provenza y las laderas de los Apeninos.

Capítulo IX
Es necesario pues poner ahora a prueba nuestro raciocinio, porque pretendemos investigar cosas de
las que no hay autoridad alguna que las haya tratado, es decir de la variación decurrente de un único
y el mismo idioma. Y como por caminos más conocidos se avanza más sana y brevemente, hablare-
mos de este nuestro idioma, dejando de lado los demás: porque lo que en uno es lógico presumible-
mente se aplicará a los demás.
Pues bien, este idioma del que nos ocupamos es como dijimos triforme: pues unos dicen OC,
otros SI, y otros OIL. Y que haya sido un mismo idioma a partir de la confusión (lo que resta por
probar), se demuestra pues compartimos muchos vocablos, como lo expresan elocuentes decidores:
coincidencia que repugna ciertamente a la confusión misma, que derramó el cielo en la edificación
de Babel.

Trilingües maestros decidores, pues, concuerdan en muchos vocablos, y máximamente en el de


"amor".

Así Gerardo de Brunel


Sim sentis fezels amics, per ver encusara Amor.
[Si me sintiera amigo fiel, por cierto acusaría a amor].

El Rey de Navarra
De fin amor si vient sen et bonté.
[Del fino amor viene sabiduría y bondad]
Meser Guido Guinizelli
Ne fe' amor prima che gentil core,
ne cor gentil prima ch'amor, natura.
[No hizo al amor antes que al corazón gentil
ni al corazón gentil antes que al amor, natura.]

Investiguemos sin embargo porqué las variedades fueron principalmente tres; y porqué cada una des
estas variaciones varía ella misma, como por ejemplo el dialecto de la derecha de Italia difiere del
de la izquierda (porque de una forma hablan los Paduanos y de otra los Pisanos); y porqué vecinos
próximos aún así discrepan en el habla, como los Milaneses y los Veroneses, los Romanos y los
Florentinos, inclusivo los que comparten una misma progenie, como los Napolitanos y los Gaeta-
nos, Raveneses y Faventinos, y lo que aún es más sorprendente, los que habitan en una misma ciu-
dad, como los Bononienses del barrio de Santa Felicidad y los de la Calle Mayor.
Todas las diferencias y variedades de habla provienen, como se demostrará, de una sola causa.

Decimos pues que ningún efecto es mayor que su causa, en cuanto es efecto, porque lo que no
existe no puede hacer nada. Como entonces toda nuestro habla - con excepción de la lengua creada
por Dios para el primer hombre -, fue a nuestro beneplácito reelaborada después de aquella confu-
sión, que no fue sino olvido de lo precedente, y como el hombre es un animal inestable y veleidoso
en sumo grado, resulta que no puede ser ni durable ni continua, sino que está forzada a variar a tra-
vés del tiempo y del espacio, como lo hacen todas nuestras demás cosas, como por ejemplo las cos-
tumbres y el vestido.

Y aseguro que no se debe dudar sino mantener firmemente el hecho de que varíe "en el tiempo":
porque si indagamos sobre muchas otras cosas nuestras, veremos que discrepan mucho más de las
de nuestros antiquísimos conciudadanos que de las de nuestros coetáneos de lejanas regiones. Por lo
cual sin temor afirmamos que si los antiquísimos Papienses resucitaran, hablarían otra lengua que la
de los modernos Papienses.

Ni tampoco debe maravillarnos lo dicho, así como no nos maravilla ver crecido a un joven aunque
no lo hayamos visto crecer; porque no nos percatamos de las cosas que se mueven muy lentamente,
y cuanto más tiempo se requiere para percibir que varían, tanto más estables las juzgamos.

Entonces no nos admiremos de quienes, con no más juicio que las bestias, piensan que una misma
ciudad siempre hizo uso de una misma lengua, porque las variaciones del lenguaje no ocurren sino
muy lentamente a través de una prologada sucesión temporal, y también porque la vida de los hom-
bres, por su propia naturaleza, es muy breve.

Si por tanto el habla de un mismo pueblo varía, como hemos dicho, sucesivamente en el tiempo, ni
puede de manera alguna permanecer igual, se sigue necesariamente que la lengua de los que viven
separados y distantes se diversifique en las más variadas lenguas, como variadamente varían sus
costumbres y el vestido, porque no son estables ni por naturaleza ni por común acuerdo, sino que
nacen del humano beneplácito y de la vecindad de los lugares.

De aquí nacieron los inventores del arte gramática [es decir el latín y el griego. NT], que no es sino
una cierta inalterable identidad del habla en tiempos y lugares diversos. Gramática que como fue
reglada por consentimiento común de muchos pueblos, no está sometida al arbitrio individual, y en
consecuencia no puede variar. Y la inventaron para que los cambios del lenguaje que fluctúan al ar-
bitrio de los individuos no afectaran de ningún modo, ni siquiera ligeramente, el conocimiento de
las obras y la autoridad de los antiguos y de aquellos que la diversidad de lugar los hace distintos .

Capítulo X
Ahora bien - como dijimos antes - siendo nuestra lengua tripartita, según que se la oye en tres formas
diferentes, evaluamos a las tres con tanta timidez que no nos animamos establecer precedencias entre
ellas por comparación de unas u otras de sus partes, a no ser por el hecho de que los gramáticos
asumieron el término "sic" como adverbio de afirmación, lo cual parece conceder una cierta superio-
ridad a los Italianos, que dicen SI.

Sin embargo cada parte cuida de si misma con amplios argumentos.

Para sí alega la lengua de OIL que por su fácil y deleitable lengua vulgar, le pertenece todo cuanto ha
sido traducido en prosa vulgar, a saber, la Biblia, los libros de las gestas de los Troyanos y los Roma-
nos, y las bellísimas leyendas del Rey Arturo, y otras muchas historias y doctrinas.

La otra que alega por sí, a saber la lengua de OC, afirma que de los escritores en vulgar le pertenecen
los primerísimos poetas por ser la más perfecta y dulce forma de hablar, piensa en Pedro de Auvernia
y otros vetustos decidores.

Finalmente la lengua de los italianos afirma tener la precedencia por dos de sus privilegios, a saber:
primero porque los que más dulce y sutilmente poetizaron son familiares y domésticos suyos, como
Cino de Pistoia y su amigo; el otro argumento es que sus escritores están más afirmados en la gramá-
tica común, que para quienes tal cosa consideren, será solidísimo argumento.

Nosotros sin embargo sin abrir juicio sobre lo dicho, limitamos nuestro tratado a la lengua vulgar de
Italia, y nos proponemos tratar de sus variantes y asimismo compararlas entre sí.

Decimos pues que Italia en primer lugar está partida en dos regiones, a saber la derecha y la izquierda.
Si quisiéramos establecer la línea que las divide, diríamos que es la cordillera de los Apeninos, que
como suma cumbre aquí y allá derrama agua gota a gota, y la destila por largas laderas en variados
sitios, como describe Lucano en el segundo . Al derecho lado se empapa en el mar Tirreno, el iz-
quierdo cae sobre el mar Adriático.

Las regiones del lado derecho [mirando hacia el Sur] son: la Pulia, aunque no toda, Roma, el Ducado,
la Toscana y la marca de Génova; la izquierda tiene una parte de Pulia, la Marca Anconitana, Roman-
diola, Lombardía, la Marca Trevisana con Venecia. La Tierra Friulana y la Istria no pueden pertenecer
sino al lado izquierdo de Italia, y las islas tirrenas, a saber de Sicilia y Cerdeña, no pertenecen sino al
derecho lado, o hay que asumirlas como acompañantes del lado derecho de Italia.

A ambos lados y en la regiones aledañas las lenguas de los hombres varían: como la de los Sicilianos
con los Apúleos, de los Apúleos con los Romanos, los Romanos con los Espoletos, de estos con los
Toscanos, de los Toscanos con los Genoveses, de los Genoveses con los Sardos; también de los Ca-
labreses con los Aconitanos, de estos con los Romañolos, de los Romañolos con los Lombardos, de
los Lombardos con los Trevisanos y Venecianos, de estos con los Aquileienses, y de estos con los
Istrianos. Acerca de lo cual pensamos que ningún Italiano disiente.

Por lo cual al menos, en las lenguas vulgares, hay 14 básicas que varían. Porque aun cuando todas las
lenguas vulgares varían, piensa en Toscana Senenses y Arentinos, en Lombardía Ferrarenses y Pla-
centinos; también en una misma ciudad alguna variación advertimos, como dijimos en el capítulo
precedente. Por donde si quisiéramos calcular las variaciones de las primarias y secundarias y subse-
cundarias lenguas vulgares, en este mínimo ángulo del mundo no sólo se llegaría al millar de varia-
ciones, sino a muchas más.

Capítulo XI
Siendo que el vulgar italiano disuena en muchas variedades, busquemos cuál es la lengua más culta
e ilustre de Italia: y en tren de abrir una vía transitable a nuestra búsqueda, extirpemos primero de la
selva las zarzas y los retoños agrestes.

Como los Romanos pretenden estar por encima de los demás, extirpando o desarraigando malezas los
prepondremos a los demás, ya que reclaman que por ningún motivo se los ha de tocar en la investi-
gación de la lengua vulgar. Decimos sin embargo que el Romano antes que vulgar es un triste colo-
quio, el más torpe de todos los italianos vulgares; lo que no es de admirar porque inclusive la defor-
midad de sus costumbres y hábitos apesta mucho más que los demás. Dicen por ejempo: Mezzure,
¿quinto dici? [Señor ¿qué dice?]

Después de los Romanos echemos a los de la Marca de Ancona que dicen así: Chignamente state
siate [Como estáis, quedáos]: con quienes también separemos a los de Spoleto.

No hay que dejar pasar que para escarnio de estos tres pueblos se inventaron muchas canciones: entre
las cuales una recta y perfectamente compuesta por cierto Florentino de nombre Castra; comenzaba
así

Una fermata scopai da Casciolicita


cita se 'n gia 'n grande aina.
[Me tropecé con una mujer de Fermo, viniendo yo de Cascioli
que rauda rauda se alejaba de gran prisa].

Y después de estos, expulsemos a los de Milán y de Pérgamo y sus alrededores, contra los cuales
recordamos que alguien les cantó también en escarnio:

Enter l'ora del vesper,


ciò fu del mes c'ochiover.
[A la hora de vísperas,
ocurrió en el mes de octubre]

Después filtremos a los Aquileienses e Istrianos, quienes acentuando a lo salvaje erutan: ¿Ces fas-
tu? [¿Qué haces tú?] Con ellos expulsemos a todas las hablas montañeses y rústicas cuya enorme
disonancia siempre la percibe el ciudadano medio, como es el caso de Casentinos y Fractenses.

También rechacemos a los Sardos que no son italianos pero al parecer hay que asociarlos a los italia-
nos, porque son los únicos que no tienen un vulgar propio, sino que simios imitadores que son de la
gramática dicen domus nova y dominus meus. [En latín: casa nueva y señor mío]

Capítulo XII
Pasados por filtro, por decir así, los vulgares italianos, de entre los que quedaron en la criba breve-
mente elijamos por comparación el más honorable y que más honra al que lo habla.

Y en primer lugar examinemos el ingenio del siciliano: pues se ve que el siciliano adquirió fama por
encima de los demás gracias a lo cual todo lo que se poetiza en Italia se dice siciliano, y precisamente
porque sabemos de muchos decidores regionales que han cantado solemnemente, piensa en estas can-
ciones:

Ancor que l'aigua per lo focho lassi


[Aún que el agua por el rostro fatigado]

y también

Amor, che lungiamente m'hai menato.


[Amor que largamente me has llevado]

Pero esta fama de la tierra siciliana, si consideremos atentamente el objetivo que persigue, ha venido
a caer, al parecer, en oprobio de los Príncipes italianos, cuya soberbia no es la magna de los héroes
sino la pusilánime de los plebeya. Pues ilustres héroes, como Federico César y su digna prole Man-
fredo, demostrando la nobleza y rectitud de su alma, actuaron, hasta donde la fortuna lo permite, con
humana rectitud, despreciando toda brutalidad. Por lo cual, todos los de noble corazón y dotados de
ingenio se esforzaban por conformarse a la majestad de tan grandes príncipes, a tal punto que, en su
época, todo lo que nacía de los excelentes espíritus italianos, se manifestaba primero en la corte de
tan augustos reyes; y como el trono real estaba en Sicilia, todo lo que nuestros predecesores escribían
en vulgar pasó a llamarse siciliano: lo que también nosotros hacemos, ni tampoco nadie de la poste-
ridad podrá cambiarlo.

Racha, Racha! [Antiquísima expresión de desprecio]

¿Quién suena hoy la tuba del último Federico, quién la campana de Carlos II, quién el cuerno de Juan
y de Azzo, poderosos marqueses, quien las flautas de otros magnates, sino "Venid verdugos carnice-
ros, venid fraudulentos, venid devotos de la avaricia"?

Pero mejor es volver a nuestro asunto antes que hablar en vano.


Y decimos entonces que si consideramos el vulgar siciliano tal como brota de los coterráneos medio-
cres, de cuya boca corresponde hacer juicio, veremos que no merece prevalecer de ninguna manera,
porque no tiene pronunciación expedita, como por ejemplo:
Tragemi d'este focora se t'estea bolontate.
[Dame de este fuego, si tu querer lo permite]

Si en cambio lo queremos tomar como brota de la boca de los principales ciudadanos, como puede
verse de las alegadas Canciones, en nada difiere del excelentísimo vulgar del que hablaremos más
adelante.

Los de Pulia por su desapacible vulgar o por estar próximos de los Romanos y los de la Marca, tor-
pemente barbarizan: oigámoslos:

Bòlzera che chiangesse lo quatraro.


[Quisiera que el traviesillo llorase]

Pero aun cuando los Pulieses comúnmente tienen un habla horrenda, algunos entre ellos se han ex-
presado pulidamente, incluyendo en sus canciones términos curiales [los propios de una Corte Real],
lo que se percibe claramente observando algunos de sus decires, como por ejemplo:

Madonna, dir vi voglio


["Señora, deciros quiero", de Giacomo de Lentini]

Per fino amore vo sì lentamente


"Tras fino amor voy tan lentamente" de Rinaldo de Aquino]

Por lo cual, tomando nota de lo que hemos dicho, es necesario que se comprenda que ni el vulgar de
Sicilia ni el de Apulia es el más bello, puesto que vemos que los escritores más elocuentes se apartaron
del vulgar propio.

Capítulo XIII
Vengamos ahora a los Toscanos, quienes embriagados de sus propias locuras se atribuyen el título de
tener un vulgar ilustre. En lo cual no sólo delira el juicio de la plebe, sino que hallamos muchos
famosos varones que tal lo consideraron, como Guitonne d'Arezzo, que nunca se aplicó al vulgar
curial, Bonagiunta de Lucca, Gallo pisano, Mino Monacato sienés y Brunetto florentino, cuyo decires,
si tuviera tiempo para examinarlos, vería que son municipales antes que curiales.

Y como los toscanos más que nadie se entregan a esta embriaguez, parece digno y útil que nos deten-
gamos algo detalladamente a desmitificar los vulgares municipales de los toscanos, uno tras otro.
Hablan los Florentinos y dicen:

Manichiamo, introcque che noi non facciamo altro.


[Comamos, que otra cosa no hacemos]

Los Pisanos:
Bene andonno lifatti de Fiorensa per Pisa.
[Bien marchan los asuntos de Florencia en Pisa]

Los de Lucca:

Fo voto a Dio ke in grasrra eie lo comune di Lucca.


[Voto a Dios que la comuna de Lucca está en enjundia.]

Los Senenses:

Onche renegata avesss'io Siena. Ch'ee chesto?


Hubiera yo nunca renegado de Siena. ¿Qué es esto?

Los Arentinos:

Vuo'tu venire ovelle?


[¿Quieres tú ir a cualquier parte?]

De Perugia, también de Città di Castello, por la afinidad que tienen todos con los Romanos y Espo-
letanos, nada queremos tratar.

Pero a pesar de que casi todos los Toscanos son obtusos en su torpe coloquio, sin embargo vemos que
algunos de ellos conocieron la excelencia del vulgar, como Guido, Lapo y un otro de Florencia [el
mismo Dante], y Cino de Pistoia, a quienes por ahora indignamente posponemos, bien que no indig-
namente forzados.

Ahora bien si examinamos las hablas toscanas y sopesamos cuánto se apartaron de su propio vulgar
los que antes honramos, no queda duda que otro es el vulgar que buscamos bien distinto del que habla
el pueblo Toscano. Si empero alguien pensara que lo que decimos de los Toscanos no ha de afirmarse
de los Genoveses, guarde en mente sólo esto, que si los Genoveses perdieran la letra z, tendrían ne-
cesidad o de perder totalmente el habla o buscarse una nueva. La z ocupa la mayor parte de su habla,
letra que no es posible pronunciar sino con mucha aspereza de sonido. [la zeta italiana que se pro-
nuncia "ts" - torna áspero el habla].

Capítulo XIV
Cruzando ahora las frondosas cumbres de los Apeninos, investiguemos, como es nuestra costumbre,
diligentemente el ala izquierda de Italia, el Levante.

Al entrar en Romania, hemos hallado en el Lacio, decimos, dos vulgares opuestos entre sí con sus
propias discrepancias. Uno de los cuales, se oye tan femenino por el sonido blando de los vocablos y
de la pronunciación que a un hombre, mismo hablando virilmente, se lo tiene por mujer. Así ocurre
con todos los de Romania, y especialmente los de Forli, cuya ciudad, de reciente fundación, parece
el centro de toda la provincia: ellos deusci dicen para afirmar, y dulcemente a sus amadas dicen oclo
meo y corada mea. Algunos de sus poetas, tal como Tomás y Hugolino Bucciola de Faenza, vimos
que supieron apartarse del habla propio en sus poesías. ["deusci" = Si por Dios; "oclo meo, corada
mea" = ojito mio, corazón mío]

Como dijimos, hay otro vulgar que, por sus vocablos y acentuación, tan hirsutos y ásperos, por su
ruda aspereza priva de tanta gracia a la mujer que dudarías al oírla hablar que no fuera varón . Y
tienen esta forma de hablar todos los que dicen magara, o sea los Brecianos, los Veroneses, los Vi-
centinos y los Paduanos, que torpemente truncan todos los participios en "tus", y los denominativos
en "tas", como mercò y bonté. A los cuales adjuntamos también a los Trevisanos quienes, a la manera
de los Brescianos y sus alrededores, cortan la palabra y pronuncian la consonante v como f, por ejem-
plo dicen nof por nove y vif por vivo: lo cual reprobamos por barbarismo.[Son barbarismos de origen
franco, dialectos que hoy se llamkan franco-venecianos]

Ni los venecianos consideran digno su vulgar, y si alguno de ellos, confundido en su error, quisiera
vanagloriarse, que recuerde si alguna vez no dijo:

Per le plage de Dio tu non veras


[Forma afrancesada y cercana al español : Por las plagas de Dios tú no verás].

Entre los venecianos sabemos de uno solo, Ildebrando Paduano, que se apartó del vulgar materno
para volverse al vulgar ilustre.

Por donde, comparando todos los vulgares del presente capítulo, concluímos que ni el Romaniolo, ni
como dicho su opuesto, ni el Veneciano son el vulgar ilustre que andamos buscando.

Capítulo XV
Tratemos ahora de examinar brevemente cuánto es lo que resta de la itálica jungla.

Decimos pues que talvez no es mal concepto el de quienes afirman que es muy hermosa la lengua
que hablan los Boloñeses, pues los vecinos de Imola, de Ferara y de Módena algo adoptan para su
vulgar propio, como es fácil colegir de lo que en las regiones confines hacen todos, como lo muestra
Sordello de Mantua en las regiones de Cremona, Brescia y Verona; quien, siendo, como fue, tan
elocuente, puso todo su celo en servirse de la lengua vulgar propia no sólo en poesía sino también en
la conversación común.

Porque los citados ciudadanos de Boloña toman de los de Imola dulzura y suavidad, de los de Ferrarsa
y de Módena la gárrula locuacidad que es propia de los Lombardos; pensamos que en ellos se con-
servó esta mezcla proveniente de los inmigrantes Lombardos originales. Y esta es la razón de que no
hallamos a ningún poeta entre los de Ferrara, de Módena y de Reggio; porque habituados como están
al propio garrular no pueden de ningún modo lograr un vulgar culto sin abandono de una cierta aspe-
reza. Lo mismo y mucho más hay que pensar de los Parmesanos quienes dicen monto por
"multo" [mucho].

En consecuencia pues como los Boloñeses reciben de ambas cosas, como se ha dicho, es lógico pensar
que su habla, debido a la mixtura de opuestos como se dijo, pierde algo de la necesaria suavidad, lo
que sin duda alguna incluimos en nuestra propia apreciación.
Por donde si lo que los proponen se refieren solamente
el habla vulgar propio de cada municipio en comparación con las demás, estamos grata y plenamente
de acuerdo; pero si simplemente quieren escoger al habla vulgar boloñesa, disentimos de ellos por no
estar de acuerdo.

Porque no es lo que llamamos áulico e ilustre: porque si lo fuera, el grande de Guido Guinizelli, Guido
Ghileri, Fabruzzo, Honesto y otros poetas Boloñeses nunca se hubieran apartado del vulgar propio:
porque fueron maestros ilustres y llenos de la apreciación del vulgar.

El gran Guido

Madonna, 'l fino amore ch'io vi porto


[Señora, el fino amor que por vos me embarga]

Guido Ghileri

Donna, lo fermo core,


[Señora, el firme corazón]

Fabruzzo

Lo meo lontano gire;


[Mi lejano vagar]

Honesto

Più non attena il tuo soccorse, amore.


[Ya no más espero tu auxilio, amor]

Expresiones que mucho difieren del común boloñés.

Y si ahora pasamos a las restantes ciudades que están en los extremos bordes de Italia, no aprobamos
a ninguna - y si alguien es capaz de dudar de ello, ni nos dignaremos siquiera a darle explicación
alguna - poco nos queda por decir del tema que estamos tratando.

Por donde, dejando de lado la criba, a fin de rápidamente considerar lo que falta, decimos que las
ciudades de Trento, Turín y también Alejandría están tan próximas de los confines de Italia que ca-
recen de un lenguaje puro, de manera que en lugar del vulgar torpísimo que tienen, si lo tuvieran
hermoso aún así les negaríamos que fuera un verdadero italiano, tanta es la mezcla que tiene de otras
lenguas.

Por donde, si buscamos un italiano ilustre no lo hallaremos entre ellas.

Capítulo XVI
Después de cazar por valles y praderas de Italia y no encontrar la pantera que buscamos, a fin de
encontrarla investiguémosla de modo más racional para que, con diligente estudio, a la que se pre-
siente aquí y allá y no termina de aparecer, finalmente la atrapemos entera en nuestras redes.

Resumiendo pues nuestra cacería, decimos que en todo género de cosas es necesario que haya una
con la que todas se comparen y ponderen, y que venga a ser medida de todas las demás; como en los
números todos se comparan con el uno, y se dicen más o menos grandes según como distan o se
aproximan al uno, y como en los colores todos se miden con el blanco, puesto que se dicen más o
menos visibles según se acercan o se alejan del blanco. Y de igual manera como decimos de estos
que significan una cantidad o una cualidad, de lo que sea que se prediquen, así también se puede decir
de la sustancia: de tal manera que todo pueda ser medido conforme se encuentre en un género, por
medio de aquel que es lo más simple del género. Razón por la cual, en nuestras acciones, cuanto
quiera se dividan en diversas clases, es necesario encontrar un signo con el que sean ellas y él mismo
medidos. Pues, en cuanto obramos específicamente como hombres, tomamos la virtud - entendiéndola
en forma general - por la cual juzgamos bueno o malo a cada uno; en tanto que como ciudadanos,
hacemos uso de la ley, en relación con la cual se dice que el ciudadano es bueno o malo; en cuanto
obramos como italianos, hay ciertos signos simplicísimos de las costumbres, de los hábitos y del
habla, por los cuales los actos italianos se ponderan y se miden.

En consecuencia hay signos nobilísimos de las acciones de los italianos, que no pertenecen como
propios a ninguna ciudad de Italia, pero son comunes a todas: entre los cuales se puede discernir aquel
vulgar que venimos buscando, cuyo aroma se respira en cualquier ciudad pero no anida en ninguna.
Puede tal vez sentirse más en una que en otra, como se percibe la sustancia simplicísima de Dios más
en el hombre que en el bruto, más en el animal que en la planta, más en la planta que en el mineral,
más en el mineral que en el elemento, más en el fuego que en la tierra; y la cantidad simplicísima,
que es el uno, se la percibe más en el impar que en el par; y el color simplicísimo, es decir el blanco,
más se percibe en el amarillo que en el verde.
Por consiguiente, logrado lo que queríamos, decimos vulgar ilustre, cardinal, áulico y curial de Italia
al que late en todas las ciudades y no se lo percibe en ninguna, y a partir del cual los vulgares muni-
cipales propios de cada ciudad se miden, se ponderan y se
comparan.

Capítulo XVII
Pues bien digamos ahora la razón por la que a este vulgar que hemos hallado, le aplicamos los adje-
tivos de ilustre, cardinal, áulico y curial; de manera que dejemos ver con claridad lo que queremos
decir.

Primero pues precisemos qué entendemos por ilustre, y cómo lo aplicamos. Entendemos por ilustre
lo que fulge iluminando e iluminado; y de esta forma llamamos a ciertos varones ilustres, sea porque
ilustrados ellos mismos iluminan con su autoridad a los demás en temas de justicia y de caridad, sea
que por el esplendor de su magisterio son maestros excelsos, como lo fueron Séneca y Numa Pompi-
lio. Y así el vulgar de que hablamos es sublime por su magisterio y su potestad, y a los suyos exalta
con honor y con gloria.

Y que sea excelso por magisterio se lo ve claramente cuando de tantos rudos vocablos italianos, de
tan perplejas sintaxis, de tan defectuosas pronunciaciones, y de tan rústicos acentos vemos que se lo
elige por egregio, diáfano, perfecto y urbano como lo hicieron en sus canciones Cino de Pistoia y su
amigo [Dante mismo. NT].

Veamos cómo es excelso por potestad. ¿Y cuál mayor potestad es la del que puede trastocar el corazón
de los hombres para que quiera lo que no quiere y no quiera lo que quiere, como ha hecho y hace?
Que sea excelso en honor, fácil es. ¿Acaso no asombran a sus súbditos por su fama los reyes, mar-
queses, condes y magnates?
Cuánto exalte gloriosos a los suyos, nosotros mismos lo experimentamos, que por la dulzura de su
gloria tenemos a menos nuestro exilio.
Razones por las cuales debemos confesarlo ilustre en justicia.

Capítulo XVIII
No sin razón decoramos a este vulgar ilustre con un segundo epíteto, diciéndolo cardinal. Pues así
como toda la puerta obedece a la bisagra o cárdine , de modo que hacia donde se vuelve la bisagra
hacia allí lo hace la puerta, sea que se mueva para abrir o para cerrar; así también la total grey de los
vulgares municipales cambian y se recambian, se mueven y se aquietan conforme como éste, como
verdadero patriarca, lo hace. ¿Acoso no extirpa día a día las zarzas de la itálica selva? ¿Acaso no
implanta día a día nuevos esquejes y nuevas plantas? ¿En qué otra cosa se esfuerzan sus cultivadores
sino en sacar y poner, como se ha dicho? En consecuencia bien merece ser decorado con tan gran
expresión.

La razón por la que lo llamamos áulico es porque si los Italianos tuviéramos una corte palaciega sería
cortesano. Porque si la corte es la morada común de todo el reino y el augusto gobernante de todas
las partes del reino, a fin de ser común a todos y no propia de ninguno, es necesario que en ella se
converse familiarmente y allí habite, y no haya otra morada más digna para el habitante: y esto parece
ser lo que estamos diciendo de este vulgar. Y de aquí proviene que quienes se expresan en todos los
reales lo hacen en este vulgar ilustre; por ello también sucede que nuestro ilustre como forastero
peregrine y se hospede en humildes albergues, pues estamos faltos de corte.

También merecidamente lo llamamos curial porque curialidad no es otra cosa que la regla ponderada
de las cosas que hacer se deben, y porque la balanza de este ponderar suele hallarse solamente en las
excelentísimas curias, de ahí que a todo lo que en nuestros actos es ponderado se lo llama curial. Por
donde como este que en la insigne curia de los Italianos se lo pondera, merecidamente se lo llama
curial.Decir curial equivale a racional, pero en la más alta acepción. [La curia - la corte - es el lugar
donde actúa la mente del Estado, que regula - debida legislación mediante - la conducta del pueblo].

Pero pudiera ser frivolidad decir que se lo pondera en la excelentísima curia de los Italianos, cuando
carecemos de curia. A lo que fácilmente se responde. Pues curia, en cuanto considerada como única
y una sola, como la curia del rey de Alamania, no exista en Italia, sin embargo no faltan sus miembros,
y como los miembros se aúnan con un solo Príncipe, así los miembros de éste están unidos a la bené-
fica luz de la razón. Por donde es falso decir que los Italianos carecen de curia, aunque carezcamos
de Príncipe, porque tenemos curia, aunque físicamente esté dispersa.
Capítulo XIX
A este vulgar, del que se ha mostrado que es ilustre, cardinal, áulico y curial, decimos que se lo llama
italiano. Pues así como puede reconocerse un vulgar propio de Cremona, y también uno propio de
Lombardía; así puede hallarse uno propio de todo el lado izquierdo de Italia, y así como pueden
reconocerse todas estos vulgares así también puede hallarse uno que sea de toda Italia. Y así como
uno se dice cremonés, y el otro lombardo y el tercero de media Italia, el que pertenece a toda Italia se
llama italiano. De este han hecho uso doctores ilustres que han poetizado en lengua vulgar en Italia,
como los Sicilianos, los Puglieses, los Toscanos, los Romañoles, los Lombardos y los de ambas Mar-
cas .
Y porque, como prometimos al principio de esta obra, nuestro propósito es enseñar la doctrina de la
elocuencia vulgar, comenzando por aquel excelentísimo trataremos en los libros siguientes de quienes
pensamos que son dignos de usarlo, y porqué, y cómo, y dónde también y cuándo, y para quienes está
dirigido. Declaradas estas cosas, nos ocuparemos de ilustrar las hablas vulgares inferiores, gradual-
mente descendiendo hasta aquel que es propio de una sola familia.
Capítulo XX

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