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Éxodo 1-3 y Marcos 11-12

“Y Moisés apacentaba el rebaño de Jetro su suegro, sacerdote de Madián; y


condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto, y llegó a Horeb, el
monte de Dios”, Éxodo 3:1.

Cuando una persona es nula o ha hecho algo que no vale la pena decimos
comúnmente que es un “cero a la izquierda”, o sea, totalmente sin valor. Este
número al que estamos tan acostumbrados hoy en día no fue aceptado sino
hasta hace unos cuatro siglos atrás. Más que un problema científico significaba
una incomodidad teológica ya que representaba la nada, el vacío. Además, ya
que era un invento indio que llegó a Europa por los árabes, no existía en la
numeración judía, romana ni griega. La Iglesia Católica tuvo que admitir su uso,
pero restringido a ciertas áreas del saber, mediante decreto de mediados del
siglo XVI. Esta es una de las razones por las que no existe el año cero en el
calendario gregoriano, y tenemos la gran batalla por saber si terminó el siglo y
empezó el milenio o todavía somos periódico de ayer.

Creo que en nuestro inconsciente colectivo le tenemos pánico al cero. A nadie


le gusta decir que “no sabe nada”, sino que “algo sabe”. He notado que solo a
los exitosos les gusta hablar de sus inicios de `cero´ pero esto después que sus
cuentas corrientes tienen varios ceros pero a la derecha. Sin embargo, el `cero´
es el lugar desde donde todas las cosas comienzan, y el Señor es experto en
“Trabajos desde la Nada”. Mientras más nos escudemos en decir que tenemos
(cuando en realidad no tenemos) más difícil será el camino para poder
empezar. En esta reflexión conoceremos a un hombre que tuvo que aprender a
empezar desde el mismísimo cero: Moisés.

Lo que nosotros sabemos ahora de este hombre está a muchos números de


distancia del vacío. Es el líder fundador de la nación hebrea y un estadista de la
antigüedad con una fuerza y sabiduría magistral. Los griegos los consideraron
como uno de sus dioses, y aún más, el primer sabio de la humanidad. Durante
todos los tiempos de la historia del hombre, Moisés ha sido un personaje digno
de estudiar y de emular. También en nuestros días ha sido motivo de reflexión
y discusión. Su personalidad y logros siguen vigentes, y el polvo del tiempo no
ha podido cubrir su grandeza.

Sin embargo, si estudiamos la historia de su vida con detenimiento, nos


daremos cuenta de no nació ni vivió con la gloria que posteriormente conquistó:

Fue un niño que no debió nacer. Su nacimiento se produjo en un período


terrible de la historia hebrea en Egipto. Al multiplicarse los hijos de Jacob sobre
la tierra, las autoridades decidieron eliminar a los varones recién nacidos,
“Entonces Faraón ordenó a todo su pueblo, diciendo: Todo hijo que nazca lo
echaréis al Nilo, y a toda hija la dejaréis con vida” (Ex.1.22). Antes de nacer ya
lo habían declarado `cero´, pero Dios tenía otros planes.
Su madre, para poder esconderlo, decidió que Moisés viviese en medio de un
engaño que permita su supervivencia. Es universalmente conocida la historia
del niño colocado en una cuna flotante que fue descubierta por la hija del
Faraón. Nació de un pueblo esclavo pero vivió en medio de la pompa del
pueblo más poderoso de su tiempo. Pero era un `cero´ porque era ciudadano
de dos mundos pero no pertenecía realmente a ninguno. A pesar de sus títulos
nobiliarios y sus dotes como guerrero (la tradición señala que era capitán del
ejército egipcio y que venció en algunas batallas), es claro que no lo aceptaban
totalmente a este egipcio adoptado de entre los esclavos hebreos. Imagino que
él quiso salir de la incertidumbre del `cero´ social dirigiéndose a sus hermanos,
para los cuales se podría convertir en un auténtico líder. “Y aconteció que en
aquellos días, crecido ya Moisés, salió donde sus hermanos y vio sus duros
trabajos; y vio a un egipcio golpeando a un hebreo, a uno de sus hermanos.
Entonces miró alrededor y cuando vio que no había nadie, mató al egipcio y lo
escondió en la arena. Y al día siguiente salió y vio a dos hebreos que reñían, y
dijo al culpable:¿Por qué golpeas a tu compañero” (Ex. 2:11-13). El número
vacío empezaba a quedar atrás y sentía que entre sus hermanos podría ser un
verdadero juez y líder de su nación. Pero el `cero´ le volvió a caer encima, y
ahora lanzado de entre su mismo pueblo: “Y él respondió:¿Quién te ha puesto
de príncipe o de juez sobre nosotros? ¿Estás pensando matarme como
mataste al egipcio? Entonces Moisés tuvo miedo, y dijo: Ciertamente se ha
divulgado el asunto” (Ex.2.14). Como un gran imán, Moisés fue atraído por el
vacío nuevamente. Su propio pueblo lo rechazaba y ahora sus intenciones
quedaron al descubierto, ” Cuando Faraón se enteró del asunto, trató de matar
a Moisés; pero Moisés huyó de la presencia de Faraón y se fue a vivir a la
tierra de Madián, y allí se sentó junto a un pozo” (Ex.2.15). Todos sus sueños
acabaron de repente. Ya no existía siquiera la posibilidad de salir de la nada;
ahora era un fugitivo sin pasaporte cuyas esperanzas quedarán para siempre
dentro del invulnerable y despiadado `cero´.

¿Cuántos de nosotros vivimos rodeados de un permanente `fracaso´? Somos


como “Malasuerte”, ese dibujo animado que siempre tenía una nube oscura de
lluvia sobre su cabeza y todas las cosas le salían mal. Moisés había intentado
durante cuarenta años el poder fraguar el cemento que le permita edificar su
propio nombre, y no lo había logrado. En su memoria sólo había retazos de
éxitos, pero sin conexión, meramente anecdóticos, que no superan la barrera
del temible `cero´.

Ahora, se convertía en refugiado de un beduino del desierto. Reuel lo acoge en


el seno de su familia y le entrega a su hija Séfora por mujer. A su primer hijo le
pone un nombre que encierra todos los profundos sentimientos encontrados
que poblaban su corazón: Gersón, que significa `forastero´. Es como si hubiese
decidido dejar de luchar por su vida y quedarse siempre bajo los límites del
número vacío sin nunca llegar a ser natural de ningún lugar en donde crecer.
Pero nuestra historia empieza a cambiar sin que el protagonista se de cuenta
de que Dios estaba al tanto de su situación y que para El no es problema
empezar de cero. En nuestro texto del encabezado nos encontramos con
Moisés varias décadas después de los sucesos que anteriormente
mencionamos. Ya no era el líder impetuoso, ni el soñador de proezas de la
antigüedad. En todos estos años ni siquiera tenía sus propias ovejas: seguía
como asalariado de la familia de su esposa. Este hombre, que fue formado
para las altas esferas sociales, ahora era un solitario que cuidaba ovejas en
medio de la soledad agreste del Sinaí. El lugar en donde estaba era para él el
territorio de su destierro, de su fracaso, en donde en incontables oportunidades
había recorrido con su mente sus años pasados y todavía se preguntaba qué
pasó con su vida.

Pero las cosas empiezan a cambiar cuando Dios irrumpe en medio de lo


cotidiano. Moisés no estaba de viaje, no estaba en algún ritual religioso o
acompañado de alguien muy especial. Él estaba solo y haciendo lo que durante
años había hecho. Allí estaba en medio de las montañas desnudas, ásperas y
rudas en donde se combina magistralmente la grandeza con la desolación. No
hay cantos de aves que rompan la monotonía, solo el sonido del aire, los
balidos de los animales y uno que otro deslizamiento de piedras.

Es muy común también en estos territorios la combustión natural de los


arbustos que ardían hasta consumirse por completo como consecuencia del
calor. Nada fuera de lo normal. Pero en medio de lo cotidiano hace su aparición
el Señor: ” Y se le apareció el ángel del SEÑOR en una llama de fuego, en
medio de una zarza; y Moisés miró, y he aquí, la zarza ardía en fuego, y la
zarza no se consumía” (Éx.3.2). Podríamos imaginar una aparición gloriosa y
vibrante, llena de manifestaciones telúricas sobrenaturales… pero no fue así.
La combustión de los pequeños espinos del desierto en medio de la tierra
rocosa es un fenómeno frecuente. Pero esta zarza ardiente era especial porque
no se consumía. En medio de lo cotidiano, Dios se mostró a un Moisés que
había aprendido a observar las cosas con detenimiento.

En nuestras vidas Dios también se está manifestando. Lo hace a través de la


manutención del fuego de pequeñas zarzas que debieran estar ya apagadas.
Todavía vemos como un pequeño calor en la relación con nuestros hijos o
nuestra esposa (o). Vemos que a pesar de lo mal que nos ha ido en los
negocios todavía hay esperanzas de futuros trabajos; es cuando en medio de
nuestra salud quebrantada todavía sentimos las ansias por vivir. Esas pueden
ser las zarzas que debemos observar. Humanamente deberían consumirse con
rapidez, pero por algo sobrenatural e incomprensible todavía se mantienen en
pie. No te equivoques: Dios no está escondido en las catedrales de techos
altos y cantos gregorianos… Dios está en medio de lo cotidiano, en medio de la
insignificancia gloriosa de tus dramas en los que Él está totalmente
comprometido. Lo lamentable es que nos cuesta prestar atención a las
pequeñas pero importantes cosas de nuestra vida.

“Entonces dijo Moisés: Me acercaré ahora para ver esta maravilla: por qué la
zarza no se quema” (Éx. 3:3). El desconcierto de ver en pie lo que ya debería
estar deshecho llevó a Moisés a la curiosidad y no al desaliento. ¿Te asombra
ver cómo todavía estás en pie? ¿Te asombra ver cómo todavía tu familia se
mantiene a pesar de las desavenencias? ¿Te asombra ver cómo todavía hay
fuego interior en ti para seguir luchando? La palabra “asombro” significa tanto
“hacer sombra” como “iluminar para ver mejor”. ¿Cómo reaccionas ante el
asombro? ¿Le pones sombra al acontecimiento y dices que solo son los
estertores de la muerte? ¿O iluminas la situación tratando de encontrar la razón
por la que todavía está con vida?

Moisés quiso respuestas iluminadoras, y Dios, en medio de lo cotidiano y


temporal, le dio señales de su gloria y eternidad. “Cuando el SEÑOR vio que él
se acercaba para mirar, Dios lo llamó de en medio de la zarza, y dijo:¡Moisés,
Moisés! Y él respondió: Heme aquí” (Éx. 3:4-5). En medio de lo insignificante
Dios estableció su trono. En medio de la tierra del fracaso, Moisés debía
doblegar sus rodillas, porque Dios estaba allí. El Señor dignificó esta tierra
olvidada y le devolvió la honra a este hombre a quién reconoció por su nombre.
Cuando Dios obra no lo hace por casualidad. Él aparece en las vidas de
aquellos a quienes ya conoce y lo hace desde el terreno del `cero personal´. La
religión nos ha enseñado que siempre debemos ir a Dios con algo entre las
manos, pero el Señor de la Biblia nos encuentra cuando no tenemos nada que
ofrecerle, nada que entregarle, más que nuestro propio vacío y a nosotros
mismos. Y nuestro fracaso se convierte en “tierra santa” cuando Dios se hace
presente. Todavía las cosas no han cambiado, nada ha mejorado pero Él ya
está allí, y por Él y su presencia las cosas ya son diferentes.

¿Te habías puesto a pensar que tu casa es “tierra santa”? ¿Qué tu relación
matrimonial también lo es? ¿Qué tu hijo que tanto te hace sufrir es “tierra
santa? Saca tu calzado como señal de respeto y como símbolo de que no
huirás antes de ver lo que Dios quiere enseñarte. Nadie sale a la calle sin
zapatos, y si lo hace caminará con sumo cuidado y no se apartará mucho de su
casa. Eso es lo que espera el Señor de ti: Reconoce que Él está contigo y que
quiere que trabajes por solucionar tus propios fracasos y no que andes
buscando todo nuevo porque eres incapaz de reconstruir lo que con tus propios
manos arruinaste.

El Dios de los cristianos es un Dios que habla. Los dioses de este mundo son
más bien sensoriales y estéticos. Nuestro Dios lo primero que hará será
hablarnos y esperará de nosotros absoluta disposición para escuchar. Cuando
el Señor se presenta a nuestras vidas en medio de nuestro `cero´ nos dirá tres
cosas muy importantes:
“Y añadió: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tenía temor de mirar
a Dios” (Éx.3:6). No es un Ser desconocido, Él nos conoce y conoce todos
nuestros antecedentes. Tiene la autoridad del propietario para irrumpir en
nuestras vidas.

“Y el SEÑOR dijo: Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en


Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces, pues estoy
consciente de sus sufrimientos. Y he descendido para librarlos de la mano de
los egipcios, y para sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa, a
una tierra que mana leche y miel, al lugar de los cananeos, de los heteos, de
los amorreos, de los ferezeos, de los heveos y de los jebuseos” (Éx.3.7-8).
Nuestro Dios está al tanto de todas nuestras situaciones. “He visto…he oído…
he conocido” son palabras que nos demuestran su absoluto conocimiento de
nuestro caso. Nunca el Señor llega a nuestra vida primero para informarse y
hacer un presupuesto de arreglo. Si Él está allí es porque ya tiene la solución.
Él hará el arreglo pero basado en su propio guión y no en ninguna propuesta
que nosotros podamos hacerle. Al Señor no le interesan las dilaciones, así le
dijo a Moisés: “Ahora pues, ven…” (Ex.3.10a). Nuestro Señor es Dios del
presente, y las circunstancias no lo cohíben ni lo aprisionan. Cuando Moisés le
preguntó su nombre, Él respondió: “…YO SOY EL QUE SOY…” (Ex.3.14a).
Moisés iba a poder salir de la fuerza del gravedad del `cero´ porque “… yo
estaré contigo…” (Ex.3.12a) le dijo el Señor. Las presiones de la vida que
hacen que nos mantengamos postrado se disiparán por el poder de la fuerza
del Señor. Su presencia y su absoluta identificación con nuestra causa es
preámbulo para la victoria.

Finalmente, el Señor se compromete afirmando que la tierra del fracaso de


Moisés será después un lugar glorioso, ” … y esto te será por señal de que yo
te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre
este monte” (Ex.3.12b). El Señor es un excelente restaurador. Él espera
trabajar contigo hasta dejarte cero kilómetros y listo para emprender una nueva
vida y salir por fin del tan odiado `cero a la izquierda´.

Nuestro Señor y Salvador Jesucristo se identificó siempre con las cosas


simples de la vida. El se encontró con la gente porque fue en su búsqueda. Se
los encontró en funerales, fiestas, comidas, de paso por los senderos, en medio
del mar, en los cementerios y en los lechos de dolor. Y en cada lugar en donde
estuvo la restauración fue evidente. Cuando entró a Jerusalén la gente lo
recibió con un cántico: “Los que iban delante y los que le seguían, gritaban:
¡Hosanna! BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR” (Mr.11.9).
La palabra “Hosanna” significa: “Salva ahora”. Ese es el deseo de Jesús,
salvarnos ahora y restaurarnos ahora. La postergación no es un atributo de
Dios sino un impedimento del alma humana. Esto sucede porque aunque el
Señor está presente y desea salvarnos, nosotros no sabemos doblegarnos
ante Él como lo hizo Moisés, y no le prestamos atención al plan de restauración
que trae consigo. Por eso las cosas no dejan de ser `religiosos ceros´. Jesús le
preguntó con tristeza a los hombres de su tiempo: “¿No erráis por esto, porque
ignoráis las Escrituras y el poder de Dios?” (Mr.12.24b). Son dos variables con
que deben luchar los Moisés de nuestro tiempo: la ignorancia de las cosas de
Dios por su desconocimiento de la Biblia y la incredulidad a lo que Jesucristo
es capaz de hacer en sus vidas. Pero el Señor sigue salvando ahora. Hoy día,
si tú lo decides, puedes sacar el calzado de tus pies y entregándole tu vida al
Señor Jesucristo puedes empezar a ver tu propia restauración. Él te llama por
tu nombre… no rechaces su llamado.

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