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“¿Los buitres son inmortales?

” se pregunta Norberto Galasso en su último


libro, publicado y titulado como Triunfo buitre: la deuda externa Argentina
de los Kirchner a Macri, pregunta que aparece expuesta en el capítulo Nro.
17 del mismo y en el cual hace referencia primordialmente a un artículo de
Rubén Dri para la revista “La tecla eñe” denominado como El
enfrentamiento con los fondos buitre. En este último se describe un
interrogante a modo de caracterización de los buitres, es decir si el capital
financiero es algo residual del capitalismo, o es de su propia constitución.
Rubén Dri describe a este movimiento propio del capital financiero, y del
mismo capital en si, como algo que “se desprende” del producto del trabajo
industrial en términos marxistas, para erigirse como un sujeto autónomo
en su propia dinámica especulativa. Frente a esta afirmación de Dri, es
interesante preguntarse por la propia especificidad, a decir, del sujeto-
deudor y el sujeto-acreedor, o más propiamente a este último nombrarlo
como un sujeto-buitre.

Partiendo desde esta distinción para elaborar, quizás, una respuesta a la


pregunta de Galasso, es necesario enmarcar la cuestión, desde un
comienzo, como una que atañe a la normatividad, es decir una pregunta
que atañe a la ética-política, o bien, “desde donde y hasta donde” es
legítimo o no, el reclamo del sujeto-buitre en la imposición del pago de una
deuda estatal. ¿Es un reclamo valido? ¿Su legitimidad se sustenta en el
derecho al reclamo? ¿Es un reclamo éticamente responsable?

La distinción entre ética y política ha sido muy compleja desde la irrupción


del estado moderno, y aún más en la plena constitución del capitalismo, o
a decir del mercado como dispositivo íntegro y regulador en nuestras
vidas. Desde un comienzo el nacimiento de la economía mercantil
burguesa ha sustraído a la esfera de la política el domino sobre las
relaciones económicas dando origen a la contraposición y transición -en
términos hegelianos- de la sociedad civil a la sociedad política, o bien de la
esfera privada a la esfera pública del ciudadano. Por otro lado, cuando se
habla de la irreductibilidad de la ética en el marco de la política y el
mercado -por más que estas se aboquen desde su primado a la praxis
humana- es cuando se dice que lo que resulta obligatorio para la moral no
tiene por qué serlo para la política, y aquello que resulta ser licito en la
política no tiene por qué ser licito para la moral. Más allá de todas las
disquisiciones que nos puede conjurar esta distinción, y en las cuales no
podemos detenernos, es bien sabido que esta complejización instituye un
doble plano en la moralidad desde esta óptica irreductible entre ética y
política, a decir, uno que podríamos llamar como “éticamente responsable”
cumplir con un deber, y por otro lado si es “justo o no” el deber. En este
caso, si es éticamente responsable exigir el pago de una deuda a una
nación que en cuyo caso al pagarla lo llevaría a la ruina, y si es justa la
propia constitución de aquella deuda; y por otro lado, es éticamente
responsable para el sujeto-deudor no pagar esa deuda aunque su
económica lo imposibilite, y por otro lado si es justa la deuda que se le
atribuye al sujeto-deudor. Desde este doble plano podemos embarcarnos
hacia la pregunta si los buitres son inmortales. Anticipándonos, esta
dicotomía es irresoluble en términos de la ética normativa por un lado y la
política por otro, porque, por ejemplo, desde una especificación
Agustiniana del obrar político de un estado como magna latrocinia (De
Hipona; IV, 4), no se condice en nada con lo socialmente aceptado como
normativo. Es decir no hay ningún fundamento ético sustentable para
atribuir, sea en el obrar político o en el económico para establecer que una
deuda estatal con estas características posee algún rasgo específico de
inmoralidad o de injustica, ya que ellos no operan por normas formales
éticamente concebidas.

Ahora bien, para apoyar un poco nuestro argumento, con respecto a esto
Jorge Alemán en su último libro Horizontes neoliberales en la subjetividad,
dice sobre el sujeto-deudor al que estamos aludiendo aquí: “El reverso de
este empresario de sí es precisamente un deudor que está frente a un
acreedor frente al cual no va poder jamás cancelar la deuda. Las deudas,
tanto la soberana, como la privada, como la pública, son las nuevas
formas de subjetivar al sujeto en la época neoliberal del Capital.” (Alemán;
pag.36). Si bien, Jorge Alemán por un lado, y Rubén Dri por el otro,
técnicamente no hacen referencia a lo mismo en lo que refiere a lo
programático de sus argumentos, hay un germen que posibilita en estos
dos el intento por explicar la pregunta de Galasso. Alemán por un lado
establece “el régimen de lo simbólico” del Neoliberalismo en esta dicotomía
sujeto-deudor/acreedor, es decir como se establece la apropiación, o mejor
dicho en palabras de Alemán, la “creación de este tipo específico de
sujetos” en el capitalismo, mientras que Dri se pregunta esencialmente
por la constitución del capital financiero en la dinámica del capital en sí.
Sin embargo, ambos se condicen en la irreversibilidad que ha instituido el
Neoliberalismo en conformarnos, sea por las buenas o por las malas, en
sujetos-deudores, en naciones-deudoras, casi como si de un planteamiento
insalvable se tratase.

Anteriormente, elaboramos esta distinción entre lo que es “éticamente


responsable” y lo que es “justo o no hacer”, quizás aquí tenemos el
“porqué” la pregunta de Galasso es una pregunta ética, y no una
económica o política, y el fundamento, a su vez, de que es lo que parece
inacabable en esta problemática. Esto se debe a que, en lo que se refiere a
los criterios procesuales de las normas, es decir de qué manera y como se
establece una norma, es que siempre se dirimen en su “aplicabilidad”.
Cualquier norma posee validez solo en el grado en que pueda ser aplicable,
y esta misma es aplicable solo y solo si se puede convivir con ella, aquí
tenemos esta distinción entre lo que es “éticamente responsable” y lo que
es “justo o no hacer”, pero ¿Esta distinción vale para el político? Justo es
que todo aquel que posea deudas las salde, pero tipificar la decisión como
éticamente responsable es solo “si es posible” que las salde, y por otro lado
es justo que un acreedor exija el pago de una deuda si es legitima aquella,
y es éticamente responsable exigirla solo si es posible que el deudor la
pueda saldar. Y decíamos que es una pregunta ética la de Galasso porque
no es una en tanto se discuta la validez o no de los fondos buitres, sino de
una “decisión” de aplicar o no la norma en tanto deuda. Es decir, que en
ambos lados es válida siempre la norma, sea de exigirla o no, de pagarla o
no, pero es una problemática ético-política en tanto sea una decisión
aplicable en términos soberanos, a decir que sea éticamente responsable
establecer la norma, o mejor dicho, el pago de los buitres.

Ahora bien, para que esta norma sea de decisión aplicable o no, en rangos
políticos, debe haber un criterio de verdad que establezca la legitimidad
sea del sujeto-deudor o del sujeto-acreedor, este criterio de verdad estará
promovido por el discurso político, esto es así porque un estado siempre
está constituido, en términos de la democracia representativa, por sus
gobernantes y sus diferentes programas políticos. Por ejemplo, en la
actualidad de la Argentina tenemos dos polos opuestos, el del neo-
peronismo “Kirchnerista” y el neo-liberalismo de la “Alianza cambiemos”,
uno que no se condice con la legitimidad de los buitres, y otro que sí, y por
lo tanto sus criterios de verdad son en tanto la aplicabilidad de la política
que desean establecer. En un proyecto peronista se priorizara el capital
interno de la nación, mientras que en el otro se preocupara como dice
Galasso de “las relaciones carnales” que tendrá con el capital extranjero.
Quizás esta distinción podría rememorarnos aquella categorización que
realiza Maquiavello del modo caracterizar al buen político como aquel que
domine las artes del León y la Zorra, y que posteriormente un
maquiavelista moderno como Vilfredo Pareto separara arguyendo dos
clases de políticos, que por un lado existen aquellos, en los que predomina
el instinto de la persistencia de los agregados como aquellos que se
preocupan por el bien colectivo, que serían los leones maquiavélicos, y por
otro en los que prevalece el instinto de la combinación como los aquellos
que especulan por su ascenso personal, que son las zorras maquiavélicas.
Más allá de que pareciere razón suficiente para alegar un dualismo que
separa por un lado la ética y la política por el otro, es decir “la razón del
estado” por un lado y lo que es justo o no hacer por el otro, es necesario
establecer porque en los tiempos que corren este dualismo histórico, a
decir, es insalvable y por lo tanto los buitres son inmortales.

Decíamos que es insalvable la cuestión desde un panorama ético-político,


el porqué de ello, y decíamos, que el universo de la moral y de la política se
mueven dentro del ámbito de sistemas éticos diferentes y contrapuestos.
Más que de inmoralidad de la política o impoliticidad de la moral, se
debería hablar de dos universos éticos que se mueven por principios
diferentes según las diversas situaciones en que se encuentran los
hombres en su actividad. El mercado al ser establecido como un
“mecanismo racionalmente perfecto”, no puede ser sometido a valoración
alguna del orden de la moral, incluso en las valoraciones moralmente más
desprejuiciadas del mercado nunca se llegara a sostener consciente y
racionalmente la inmoralidad del mercado sino, como mucho, su pre-
morlidad o amoralidad, es decir no tanto su incompatibilidad con la moral
sino con su carácter ajeno a toda valoración del orden moral, es decir,
como mucho se afirmara que no se gobierna en absoluto por ninguna
norma. Por lo tanto, ¿tiene sentido plantearse el problema de la licitud o
ilicitud moral de la política y del mercado? Ciertamente no hay argumentos
convincentes para esto.

La moral como dijimos se plantea, sea formalmente o no, la cuestión por el


comportamiento de un individuo o un grupo de individuos, el problema no
está en el individuo, sino en el grupo de individuos en donde podríamos
decir que se encuentra la praxis política, ya que dentro de un grupo de
individuos no necesariamente una norma moral individual debe regir para
el grupo. El porqué de ello ya lo expresamos, se debe a que la
responsabilidad de un sistema político no se vale por la injerencia de una
moral, sino del buen funcionamiento del estado, y lo mismo sucede con la
economía. Ahora bien, desde el plano de la ética que simplemente juzga
decisiones y sujetos, y no realmente un fenómeno, podemos poner la
atención a este último para intentar solventar el problema que refiere a la
ética de grupos. Juzgar un fenómeno, es decir un hecho, como por ejemplo
los Hodouts o fondos buitres puede ser dirimido desde su “justificación”.
La exigencia de una justificación nace cuando el acto viola o parece violar
las reglas sociales generalmente aceptadas, tratase o bien de reglas
morales, jurídicas o consuetudinarias. Es decir nadie justifica un acto que
parece aplicarse racionalmente a una norma, sino si no se lo hace, nadie
juzga si fue moral el acto de un padre al arrojarse a un lago para salvar a
su hija, se lo juzga solo si no lo hace. La justificación nace desde ese
plano, la justificación de los fondos buitres está en su hecho, en la
posibilidad de que “pueda ser saldada esa deuda”, y por otro lado una
decisión política como la de pagar o no una deuda sea licita o no, siempre
el foco estará en el que no la paga, más que aquel que si desea hacerlo,
porque una deuda y su pago siempre prescribe un acto que se presume
como bueno, en cambio no pagarlo no.

Desde este sentido, una deuda como la de los buitres es impagable, ya que
si se la paga, se la pagará con aun más deuda y esa deuda con las
implicancias del capital financiero puede ser “amoralmente” comprada
nuevamente, y por otro lado si se decide no pagarla, el estigma seguirá en
tanto es imposible juzgarla como justa o injusta aquella. También la
alteridad política en democracia motiva aún más el problema, ya que el
establecimiento de una imposibilidad ética en un régimen político, o a
decir, la aplicabilidad de un proyecto político cambiará siempre detentando
la norma.

El argumento quizás se asimile con uno pesimista, que podría decir en el


más extremo de los casos “la política no sirve para nada, si ni siquiera
puede salvarnos de esta dicotomía”, pero en realidad lo que se presume, a
su vez, en la pregunta de Galasso es una pregunta que nos direcciona a
una aún más compleja, es decir por aquella que se pregunta si la dinámica
del capital es hegemónica o no. Muchos han derramado demasiada tinta -
y yo no pretendo explicar completamente en pocas líneas esto tan difícil-
intentando explicar una dialéctica como la es, por un lado, la del discurso
neo-liberal y por el otro la del discurso de la emancipación o quizás del
populismo, lo cierto es que más allá del uso tradicional del término
“hegemonía”, no hay razones suficientes para establecer que el discurso
capitalista es hegemónico. Esto se debe a que la dinámica del capital
supera, desde su propia constitución, cualquier otra dinámica propuesta
por el orden de lo humano, ya que se inscribe en la total detentación del
poder. Por otro lado, esto en si es una paradoja, a razón de que si el capital
detenta absolutamente el poder, desde un planteo historicista, toda la
historia de la humanidad se resume, en términos ontológicos, a una
hipostasis inalienable del poder del capital, o a decir a una subsunción
total del poder real del capital en términos marxistas en la constitución
propia del ser humano. Esto en realidad no es así, ya que lo político aún
sigue siendo un foco de resistencia para este poder. En cambio, lo que si
es cierto, es que la política en la actualidad, se vale de esta dinámica del
poder del capital, y desde este sentido es preciso aseverar que no hay, en
términos equivalentes, una relación hegemónica como podría ser la que en
Argentina históricamente se da entre el peronismo y el radicalismo, sino
una relación entre el poder real y el de lo político.

Es sabido que la Alianza Cambiemos y todos sus usufructos, son los


portavoces del poder real del capital, su dinámica partidaria la justifica, su
gabinete está plagado de CEOs y sus alianzas acumulan toda política
como homogenización y homologación del poder del capital, el cual por fin
tiene des-historizar la problemática, hacerla más dúctil a la realidad y
programar, en términos psicológicos, al sujeto para que disfrute del “goce
castrado” que nos propone el Capital. En estos términos es que no hay
una relación hegemónica entre estos dos, sino una que pretende detentar
todo el poder, y otra que ofrece resistencia desde lo que el capital aun no
pudo apropiarse. Quizás, esto inapropiable del capital es ese sentido ético
que aun profesamos en la política, ese sueño de una sociedad más justa, o
quizás un humano más considerado con los asuntos de la nación, o quizás
simplemente lo único que no pudo apropiar el capitalismo son nuestros
sueños.

Bibliografía:

Galasso, N.; “Triunfo buitre: La deuda externa Argentina de los Kirchner a


Macri”; 1ª ed.; Ciudad autónoma de Buenos Aires; Colihue; 2017.

Dri, R.; “El enfrentamiento con los fondos buitre”; lateclaene.com;


15/1/2015.

Bobbio, N. “Teoría general de la política”; trad. A. de Cabo y G. Pisarello;


3ra ed; España; Trotta; 2009.

Alemán, J.; “Horizontes neoliberales en la subjetividad”; 1ra ed.; Olivos;


Grama Ediciones; 2016.

De Hipona, A.; “La ciudad de Dios”; Trad. Gomez F.; 5ta ed; Buenos Aires;
Club de lectores, 1997.

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