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Leyenda de Cantuña

Hace muchos años, se construía el


atrio de la Iglesia de San Francisco,
donde trabajaba un indígena
llamado Cantuña, responsable de
terminar la obra. Pero el tiempo
pasaba y el atrio no se concluía.
Cantuña fue amenazado con ir a
prisión por no cumplir el contrato.
Un día, cuando regresaba a su
casa, de entre un montón de
piedras salió un pequeño
hombrecillo vestido todo de rojo,
con nariz y barba muy puntiagudas. Con voz muy sonora dijo: Soy Satanás,
quiero ayudarte. Yo puedo terminar el atrio de la iglesia antes de que salga el
sol. A manera de pago, me entregarías tu alma. ¿Aceptas? Cantuña, que veía
imposible terminar la obra, dijo: Acepto, pero no debe faltar ni una sola piedra
antes del toque del Ave María o el trato se anula. De acuerdo, respondió
Satanás.
Miles de diablos se pusieron a trabajar sin descanso. Cantuña, que miraba
muerto de miedo que la obra se terminaba, se sentó en un lugar y se dio
cuenta de que ahí faltaba una piedra. Cuando tocó el Ave María, logró salvar
su alma. El diablo, muy enojado, desapareció camino al infierno. Cantuña
quedó feliz y el atrio de la Iglesia de San Francisco se conserva hasta hoy en la
capital del Ecuador.
Leyenda del Padre Almeida

En esta historia se cuenta,


como un padre el cual no era
precisamente el mejor debido
a su mala conducta. La leyenda
cuenta que este padre, todas
las noches salía a tomar
aguardiente, para salir tenía
que subir en un brazo de la
estatua de Cristo, pero una
noche mientras intentaba salir
se dio cuenta que la estatua lo
regreso a ver y le dijo: ¿Hasta
cuándo padre Almeida? y este le contesto "Hasta la vuelta, Señor" y se
marcho. Una vez ya emborrachado, salió de la cantina y se encontraba
paseando en las calles de Quito, hasta que pasaron 6 hombres altos
completamente vestidos de negro con un ataúd, aunque el padre Almeida
pensó que era un toro con el cual chocó y se desplomo, pero al levantarse
regreso a ver en el interior del ataúd, y ere él, el padre Almeida, del asombro
huyo del lugar. Se puso a pensar que eso era una señal y que si seguía así
podía morir intoxicado, entonces desde ese día ya no ha vuelto a tomar y se
nota en la cara de la estatua de Cristo más sonriente.
Leyenda del Gallo de la catedral

Cuando Quito era una ciudad llena


de misterios, cuentos existía un
hombre de fuerte carácter, le
tentaban las apuestas, las peleas de
gallos, la buena comida y sobre todo
le encantaba la bebida. Este hombre
era conocido como don Ramón
Ayala y apodado el "buen gallo de
barrio".

Dentro de su día tenía la costumbre


de visitar la tienda de doña Mariana,
por sus deliciosas mistelas, en el
tradicional barrio de San Juan.
Dicen que la doña era muy bonita y trataban de impresionarla todos los hombre de alguna
manera.

Don Ayala después de sus acostumbradas borracheras, gritaba con voz estruendosa que él
era, él era el más gallo de barrio y que ninguno lo ningunea a él.

Caminando hacia su casa que se ubicaba a unas pocas cuadras de la Plaza de la


Independencia, decide pararse frente a la Catedral y así se enfrenta al gallo de la Catedral,
diciendo:"¿Qué gallos de pelea, ni que gallos de iglesia", !Soy el más gallo!, !Ningún gallo me
ningunea!, !Ni el gallo de la Catedral!
Se dice que los gritos de don Ramón podía acabar con la paciencia de cualquiera, acercándose
al lugar del diario griterío, vuelve don Ramón, ebrio, pero esta vez sintió un golpe de aire, en un
primer momento pensó que era su imaginación, pero al no ver al gallo en su lugar habitual le
entró un poco de miedo, pero como un buen gallo se paró desafiante. El gallo con un picotazo
en la pierna lo tiró en el suelo de la Plaza Grande.

Don Ramón entre el susto y el miedo pidió perdón a la Catedral y a su gallo, pero este le dijo
que prometiera que nunca volviera a tomar micelas y él le contestó que ni agua volverá a
tomar. Desde ese día, algunas personas que lo conocían, dijeron que nunca volvió a tomar y se
volvió una persona seria y responsable. Dicen personas que vivían en la época que esto solo
se trataba de una broma hecha por los amigos de don Ramón y el sacristán de la Catedral para
cambiar su conducta.
Leyenda del Chuzalongo

Se dice que vive en las montañas; allí se encuentran las pisadas es de tamaño
de un niño de seis años, con el cabello largo y “sucu”; del ombligo le sale un
miembro como un bejuco de “Chuinsa”.

Para que no aviente el aire de mala suerte del chuzalongo se entra a la


montaña, se rompe una rama y se marca; así no pasa nada. Cuando esta
marcado ya no ataca a nadie, es muy juguetón e inquieto y no hace nada; pero
en cambio tiene un “humor malo”, después de un momento da un “aire fuerte” y
le deja cadáver a una persona.

Cuentan los antiguos que unas muchachitas que Vivian cuidando el ganado en
el cerro se han puesto a jugar con el “chuza” y le encontraron chupándose la
sangre de esas niñas. Se han presentado a casa dos suquitos, han salido las
chicas, y les han chupado la sangre y matado. Cuando se acercaron a una
doncella dicen que solo con el aire fuerte les mata.
Leyenda de María Angula

La historia cuenta sobre una niña de una edad de 14 años, su madre vendía tripa mishqui, (es una comida
tradicional que son tripas de res y se las pone sobre un brasero con carbón caliente para que vaya
cociéndose lentamente, de los cual bota un aroma penetrante), esto se lo vende en una de las esquina de
la ciudad colonial en Quito. En una ocasión la madre de Mariangula mandó a comprar tripas, pero como
esta niña era muy inquieta se fue a jugar con sus amigos e hizo caso omiso al mandado de su madre y
para colmo se gastó el dinero para la compra de las tripas. La niña preocupada por lo sucedido se
imaginaba que su madre le iba a pegar. Entre la preocupación de la Mariangula que caminaba por las
calles paso por el
cementerio, y se le ocurrió la
macabra idea de sacarle las
tripas de uno de los muertos
que recién lo habían
enterrado las sacó y las llevo
a su mamá para que las
vendiera y en efecto logro su
objetivo para no ser
castigada, las tripas se
vendieron muy bien cosa que
a todo el que compraba le
gusto y en algunos casos se
repitieron.

Ya en horas de las noche, en casa donde vivía con su familia era una casa tradicional de dos pisos como
las que hay en Quito colonial, Mariangula se acordaba de lo que había hecho. Cuando de repente
escucho la puerta que se abrió fuertemente, pero lo trágico es que ella era la única que escuchaba
aquellos ruidos y los demás seguían muy dormidos como si no pasaba nada, a pesar de los muchos
ruidos que se escuchaba en la casa. Cuando los ruidos era muy fuertes y se podían escuchar con
claridad puso mucha atención que decían:" Marianguuula , dame mis tripas y mi pusún que te robaste de
mi santa sepultura". Aquella voz se escuchaba cada vez más cerca de su habitación y Mariangula se iba
poniendo muy asustada ya que se escuchaba los pasos que subían por las escaleras y la voz se hacía
más fuerte:"Marianguuula, dame mis tripas y mi pusún que me robaste de mi santa sepultura".

Ella se ponía pensaba sobre lo que hizo y como que podía hacer para salvarse y en especial qué es lo
que le iban hacer estos seres. Cuando de repente encontró una navaja o cuchillo y se cortó su estómago.
Cuando los seres entraron a la habitación de Mariangula estaba con sus tripas regadas en la cama
muriéndose lentamente y estos seres desaparecieron. Se dice que la madre de Mariangula vende
ahora"carne en palito" en lugar de tripa mishqui el chuzo o palito le sirve a Mariangula para defenderse de
los fantasmas.
Leyenda de la caja ronca

Había una vez en San Juan Calle un chiquillo curioso que quería saber en qué sueñan los fantasmas.
Pues este pequeño había escuchado sobre unos aparecidos que merodeaban en las noches de Ibarra,
sin que nadie supiera quiénes eran, pero que de seguro no pertenecían a este Mundo.

-¡Ay Jesús!, decía Carlos, ojalá no salgan la noche en que tengo que regar la chacra. Sin embargo, este
muchacho de 11 años era tan preguntón que se enteró que las almas en pena vagaban a medianoche
para asustar a todos los que salían. Estos seres, según decían, penaban porque dejaron enterrados
fabulosos tesoros y hasta que alguien los encontrara no podían ir al cielo. Estos entierros estaban en
pequeños baúles de maderas duras para que resistieran la humedad de las paredes. Carlos moría de
ganas de conocer a esas almas en pena, aunque sea de lejos y fue a la casa de su amigo Juan José para
que lo acompañara al regadío.
-¡Qué estás loco!, dijo Juan José.

Yo estaba en el barrio cuando hablaron de la Caja Ronca, que era como habían denominado a esa
procesión fantasmal.

-No seas malito, le dijo Carlos.

Y luego de insistir, los dos chicos caminaron hasta el barrio San Felipe. Empezaron a regar los sembríos y
después prendieron una fogata y esperaron que el tiempo transcurriera, eso sí evitando hablar de la
temible Caja Ronca. Atraídos por la magia del fuego no tardaron en dormirse, mientras un ruido pareció
entrar por el portón del Quiche Callejón. Despertaron y el sonido se hizo cada vez más fuerte. Entonces
se acercaron a la hendidura y lo vieron todo:
Un personaje extraño rodeado de fuego daba órdenes a sus fieles, que caminaban lentamente como
arrepintiéndose. Los curiosos estaban pegados al portón como si fueran estatuas. Y entonces la puerta
sonó. A su lado se encontraba un penitente con una caperuza que ocultaba sus ojos. Les extendió dos
enormes velas aún humeantes y se esfumó como había llegado.
A Juan José le pareció que una carroza contenía la temible Caja Ronca, que no era otra cosa que algún
baúl lleno de plata perdido en el tiempo y el espacio y que buscaba unas manos que lo liberaran de su
antiguo dueño.

Ni cuenta se dieron cuando se quedaron dormidos, ni aún en el momento en que sus pies temblorosos los
llevaron hasta sus casas de paredes blancas. En San Juan Calle, las primeras beatas que salieron a misa
los encontraron echando espuma por la boca y aferrados a las velas fúnebres. Cuando fueron a
favorecerles comprobaron que las veladoras
se habían transformado en canillas de
muerto. Fue así como, de boca en boca, se
propagaron estos sucesos y los chicos
fueron los invitados de las noches cuando se
reunían a conversar de los sucesos de la
Caja Ronca...
Leyenda de la dama tapada

Hace más de doscientos años en las calles apartadas de Guayaquil, los


trasnochadores veían la Dama Tapada. "Anoche vi a la Dama Tapada",
contaba en una reunión de amigos. Son puros cuentos, respondía el amigo con
aires de valentón. Yo nunca he tropezado con ella. Nunca se la ve antes de las
12 de la noche, ni después de las campanadas del alba, opinaba otro asistente
a la reunión. Según la leyenda, la Tapada era una dama de cuerpo esbelto y
andar garboso, que asombraba en los vericuetos de la ciudad y se hacía seguir
por los hombres. Nunca se supo de dónde salía. Cubierta la cabeza con un
velo, sorpresivamente la veían caminando a dos pasos de algún transeúnte
que regresaba a la casa después de divertirse. Sus almidonadas enaguas y
sus amplias polleras sonaban al andar y un exquisito perfume dejaba a su
paso.

Debía ser muy linda. Tentación daba alcanzarla y decirle una galantería. Pero
la dama caminaba y caminaba. Como hipnotizado, el perseguidor iba tras ella
sin lograr alcanzarla. De repente se detenía y, alzándose el velo se enfrentaba
con el que la seguía diciéndole: Míreme como soy... Si ahora quiere seguirme,
sígame...Una calavera asomaba por el rostro y un olor a cementerio
reemplazaba el delicioso perfume. Paralizado de terror, loco o muerto quedaba
el hombre que la había perseguido. Si conservaba la facultad de hablar, podía
contar luego que había visto a la Dama Tapada.
Leyenda de la boa y el tigre

Por el camino que lleva a Misahuallí, a 6 Km.


de Puerto Napo, en la comunidad de Latas
vivía una familia indígena dedicada a lavar oro
en las orillas del río Napo. Un día la madre
lavaba ropa de la familia, mientras la hija más
pequeña jugaba tranquilamente en la playa:
tan concentrada estaba la señora en su duro
trabajo, que no se percató que la niña se
acercaba peligrosamente al agua, justo en el
lugar donde el río era más profundo. Una
súbita corazonada la obligó a levantar su
cabeza, pero ya era demasiado tarde; la niña
era arrastrada por la fuerte correntada y sólo
su cabecita aparecía por momentos en las
crestas de las agitadas aguas.

La mujer transida de dolor y desesperación,


hincando sus rodillas en la arena implora a
gritos ... yaya Dios! .... yaya Dios! Te lo suplico salva a mi guagua, y Oh! sorpresa, la tierna niña retorna
en la boca de una inmensa boa de casi 14 metros de largo, que la deposita sana y salva en la mismísima
playa; la mujer abrazando a la niña llora y sonríe agradecida. Desde aquel día la enorme boa se convirtió
en un miembro más de la familia, a tal punto que cuando el matrimonio salía al trabajo cotidiano, el
gigantesco reptil se encargaba del cuidado de los niños.

Pero un tormentoso día, cuando los padres fueron a la selva en busca de guatusas para la cena, la boa
no llegó a vigilar a los niños como solía hacerlo todos los días. Este descuido fue aprovechado por un
inmenso y hambriento tigre, que se hizo presente con intenciones malignas.

Los muchachos desesperados gritaron a todo pulmón “!yacuman amarul! (boa del agua), el gigantesco
reptil al oír las voces de los niños salió del río y deslizándose velozmente entró a la casa; se colocó junto
a la puerta, para recibir al tigre que trataba de entrar sigilosamente en el hogar de sus amigos; la lucha
que se desató fue a muerte; la boa se enroscó en el cuerpo de felino, pese a las dentelladas del
sanguinario animal; los anillos constrictores del reptil se cerraron con fuerza, mientras el tigre la mordía
justo en la parte de la cabeza, al final se escuchó un crujido de huesos rotos y ambos animales quedaron
muertos en la entrada de la casa.

Cuando regresaron los padres de los chicos, recogieron con dolor los restos de su boa amiga y
ceremoniosamente la velaron durante dos días, para luego enterrarla con todos los honores y ritos que se
acostumbraban utilizar para con los seres queridos.

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