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Cuando Quito era una ciudad llena de misterios, cuentos existía un hombre
de fuerte carácter, le tentaban las apuestas, las peleas de gallos, la buena
comida y sobre todo le encantaba la bebida. Este hombre era conocido
como don Ramón Ayala y apodado el "buen gallo de barrio". Dentro de su
día tenía la costumbre de visitar la tienda de doña Mariana, por sus
deliciosas mistelas, en el tradicional barrio de San Juan.
Dicen que la doña era muy bonita y trataban de impresionarla todos los
hombre de alguna manera. Don Ayala después de sus acostumbradas
borracheras, gritaba con voz estruendosa que el era el era el más gallo de barrio y que ninguno lo ningunea a
él.
Caminando hacia su casa que se ubicaba a unas pocas cuadras de la Plaza de la Independencia, decide pararse
frente a la Catedral y así se enfrenta al gallo de la Catedral, diciendo:"¿Qué gallos de pelea, ni que gallos de
iglesia", !Soy el más gallo!, !Ningún gallo me ningunea!, !Ni el gallo de la Catedral!
Se dice que los gritos de don Ramón podía acabar con la paciencia de cualquiera, acercándose al lugar del
diario griterío, vuelve don Ramón, ebrio, pero esta vez sintió un golpe de aire, en un primer momento pensó
que era su imaginación, pero al no ver al gallo en su lugar habitual le entró un poco de miedo, pero como un
buen gallo se paró desafiante. El gallo con un picotazo en la pierna lo tiró en el suelo de la Plaza Grande.
Leyenda del Chuzalongo
La historia cuenta sobre una niña de una edad de 14 años, su madre vendía
tripa mishqui, (es una comida tradicional que son tripas de res y se las
pone sobre un brasero con carbón caliente para que vaya cociéndose
lentamente, de los cual bota un aroma penetrante), esto se lo vende en una
de las esquina de la ciudad colonial en Quito. En una ocasión la madre de
Mariangula mandó a comprar tripas, pero como esta niña era muy inquieta
se fue a jugar con sus amigos e hizo caso omiso al mandado de su madre y para colmo se gastó el dinero para
la compra de las tripas. La niña preocupada por lo sucedido se imaginaba que su madre le iba a pegar. Entre la
preocupación de la Mariangula que caminaba por las calles paso por el cementerio, y se le ocurrió la macabra
idea de sacarle las tripas de uno de los muertos que recién lo habían enterrado las sacó y las llevo a su mamá
para que las vendiera y en efecto logro su objetivo para no ser castigada, las tripas se vendieron muy bien cosa
que a todo el que compraba le gusto y en algunos casos se repitieron.
Había una vez en San Juan Calle un chiquillo curioso que quería saber en
qué sueñan los fantasmas. Pues este pequeño había escuchado sobre unos
aparecidos que merodeaban en las noches de Ibarra, sin que nadie supiera
quiénes eran, pero que de seguro no pertenecían a este Mundo.
-¡Ay Jesús!, decía Carlos, ojalá no salgan la noche en que tengo que regar la
chacra. Sin embargo, este muchacho de 11 años era tan preguntón que se
enteró que las almas en pena vagaban a medianoche para asustar a todos los
que salían. Estos seres, según decían, penaban porque dejaron enterrados
fabulosos tesoros y hasta que alguien los encontrara no podían ir al cielo.
Estos entierros estaban en pequeños baúles de maderas duras para que resistieran la humedad de las paredes.
Carlos moría de ganas de conocer a esas almas en pena, aunque sea de lejos y fue a la casa de su amigo Juan
José para que lo acompañara al regadío.
Debía ser muy linda. Tentación daba alcanzarla y decirle unagalantería. Pero la dama caminaba y caminaba.
Como hipnotizado, el perseguidor iba tras ella sin lograr alcanzarla. De repente se detenía y, alzándose el velo
se enfrentaba con elque la seguía diciéndole: Míreme como soy... Si ahora quiere seguirme, sígame...Una
calavera asomaba por el rostro y un olor a cementerio reemplazaba el delicioso perfume. Paralizado de terror,
loco o muerto quedaba el hombre que la había perseguido. Si conservaba la facultad de hablar, podía contar
luego que había visto a la Dama Tapada.