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No obstante, la vida de una persona es el reflejo de aquello que vive, y sus escritos
manifiestan implícita o explícitamente mucho de cuanto ella vive en su interior. Las cartas (unas
679 conocidas) dejan entrever entre consejos y vivencias mucho de su “interioridad”; su obra Ser
finito y ser eterno ha sido calificada como su “autobiografía intelectual”1 ; también para muchos
la Ciencia de la Cruz es un escrito cargado de experiencia personal; y, por otro lado, su amigo y
confidente durante varios años, el filósofo polaco Roman Ingarden, afirmó que “Edith no habría
escrito nada de lo que no estuviera convencido”. Todo ello unido a los testimonios de quienes la
conocieron de cerca, así como otros muchos escritos, nos ayudan a desvelar el “misterio”, que si
bien es “inefable”, al menos se deja narrar y manifestar. Toda experiencia de Dios auténtica
necesariamente termina encarnándose y siendo reflejo de la omnipotencia de Dios... una de esas
huellas que Dios va dejando en cada persona, en cada criatura y que si abrimos los ojos,
fácilmente podemos contemplar: “vestidos los dejó de su hermosura” (Juan de la Cruz).
1 Uno de sus grandes amigos fenomenólogos, Alejandro Koyré, lo expresa con estas palabras: “A mi juicio,
representa su ‘biografía espiritual’: es el resultado de la tensión de toda una vida consagrada a la búsqueda del
sentido del ser, dirigida después hacia Dios y anhelante del conocimiento de Dios a través de la experiencia mística,
esta experiencia en sí del amor del Otro.” Tomado de una entrevista a Alejandro Koyré reproducida en E. DE
MIRIBEL, Edith Stein: Dall’università al lager di Auschwitz, Ed. Paoline, Milano 1987, p. 96.
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No es fácil concretar lo que se entiende por experiencia, máxime cuando estamos frente a
un vocablo que se usa para designar situaciones muy variadas. Si queremos captar el sentido de
“experiencia espiritual” necesariamente tenemos que recurrir a la Historia de la Salvación. Sólo
desde allí se puede enfocar correctamente lo que pretendemos designar con este concepto de
experiencia de Dios. En la Sda. Escritura, y más concretamente en el Antiguo Testamente, hay un
concepto que engloba mejor que ninguno el contenido de la “Experiencia de Dios”: Alianza. No
se trata simplemente de un sentimiento o de un momento más o menos intenso, sino de una
realidad que implica la vida entera del sujeto y del pueblo. Implica acogida de una palabra que ha
de ser respondida para que realmente se dé un diálogo auténtico2 .
4. Una vivencia verificada: en cuanto vivencia es algo subjetivo, pero que necesita
2 En este sentido resulta interesante el estudio de Daniel MARGUERAT-Yvan BOURQUIN, Cómo leer los relatos
bíblicos. Iniciación al análisis narrativo, Sal terrae, Santander 2000; cfr. también Mercedes NAVARRO, Cuando la
Biblia cuenta. Claves de la narrativa bíblica, PPC, Madrid 2003.
3 Cfr. J. G. S. ARNAUD, Sal de tu tierra, Madrid 2002, pp. 22 ss. (Se puede completar el concepto de experiencia
desde los diccionarios de Espiritualidad y de Mística. Ambos publicados por Paulinas).
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Estos conceptos, si bien no podemos detenernos a analizarlos ahora, nos servirán para
entender mejor la “experiencia de Dios” de Edith Stein y el testimonio consecuente.
Ahora bien, en la última página de este trabajo Edith se coloca en un nivel hipotético y se
pregunta sobre la posibilidad de una realción entre personas puramente espirituales, en otras
palabras, sobre la posibilidad de una experiencia religiosa. Su posición parece ser positiva,
siempre y cuando se acepte la existencia del Espíritu. Sin embargo, como cabría esperar, no
afronta la cuestión y “deja la respuesta de la pregunta formulada a ulteriores investigaciones”5 .
Su vida posterior fue, sin duda, la respuesta que en un determinado momento se hace real en ella.
Recordamos aquí cuanto transcribe en su libro posterior Causalidad Psíquica, sobre lo que
seguramente fue su Experiencia de Dios:
La misma Edith Stein, aunque brevemente, nos ofrecerá en una ocasión su concepción de
la Experiencia religiosa y su posibilidad, precisamente en un diálogo epistolar abierto con el
filósofo (por entonces bastante excéptico) Roman Ingarden. En una carta escrita el 20 de
Noviembre de 1927 afirma:
“Creo que se puede y debe hablar de experiencias religiosas; pero con ello
no se trata de una “contemplación directa” de Dios... El camino normal
discurre sobre efectos que uno nota en sí, en otros y en los acontecimientos,
etc., en la naturaleza y en la vida de los hombres, de los cuales ninguno -
tomado en sí mismo- remite tan claramente a la autoridad divina, de modo
que ya no fuera pensable otra explicación; sin embrago, todos ellos
contienen en sí una tal indicación, algunos tan fuerte en su aislamiento, que
es imposible rehuírla, en todo caso su impacto es tal que metodológicamente
uno puede dudar, pero no realmente... No es neceario que al final de nuestra
vida lleguemos a una prueba convincente de la experiencia religiosa. Pero sí
es necesario que tomemos una decisión a favor o contra Dios. Esto es lo que
nos exige: decidirnos sin una prueba de garantía. Este es el gran desafío de
la fe.”7
No nos detenemos más en esta cuestión, pues resulta evidente que la misma experiencia
6 PK, p. 76.
7E. STEIN, Obras completas I: Escritos autobiográficos y cartas, Burgos-Vitoria-Madrid 2002, pp. 801-802. /En
adelante abreviamos Obras I).
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de Edith, así como sus investigaciones en torno a la estructura del ser humano admiten y
demuestran como posible la “experiencia de Dios”.
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a. Experiencia negativa
Con ello nos estamos refiriendo a la experiencia que le llevó a Edith Stein en su
adolescencia a rechazar la práctica de su religión y la creencia en Dios. Frente a un hecho así
surgen inmediatamente dudas, sobre todo si lo contemplamos desde nuestra realidad actual de los
últimos decenios. Casi hasta parece normal que un adolescente tome esa actitud de “pasotismo” o
indiferencia frente a la religión. Es algo que hemos podido constatar y hasta experimentar
personalmente.
Sin embargo, soy de la opinión de que Edith Stein no toma esta decisión a la ligera, si
bien es cierto que las circunstancias ambientales terminan por influirla (el ambiente liberal de su
escuela, la falta de una auténtica formación religiosa, el ambiente ateo en casa de su hermana
Erna,...). Para entender su opción tenemos que situarnos en el contexto que ella está viviendo,
sobre todo interiormente. Lo primero que choca profundamente en la actitud de Edith es su
decisión, -desconcertante para toda la familia y profesorado-, de abandonar la escuela: no le
ofrecía lo que ella necesitaba para vivir, para comprender su existencia, para afrontar el mundo,...
Edith vive una profunda crisis existencial de sentido, y decide romper con aquello que no “da
respuestas”8 . Eso mismo parece sucederle con la religión: el Dios de su infancia no responde a
las espectativas que se plantea Edith: si existe es demasiado trascendente, quizás hasta
exclusivista pues es para un sólo pueblo, y, además, no completa el sentido de la existencia del
hombre9 . En la lógica de una adolescente que comienza a plantearse la “búsqueda de la verdad”,
lo más lógico y consecuente es no aferrarse a aquello que aparece sin sentido.
8 Posiblemente esta experiencia negativa le lleva a insistir en la necesidad de una educción integral de las jóvenes:
“Existe el gran peligro de que las muchachas a sí mismas se digan: las hermanas no tienen la menor idea del mundo;
no han sido capaces de prepararnos para los problemas que ahora tenemos que resolver. Y entonces todo podría ser
arrojado por la borda por considerarlo inútil”. Carta a Calista Kopf, 20-Octubre-1932, en Obras I, p. 984.
9 Es la experiencia trágica que descubre Edith en la celebración de los funerales judíos a los que asiste: no hay una
auténtica creencia en el más allá. Sobre este aspecto y los señalados anteriormente nos habla Edith en su
autobiografía: Historia de una familia judía, en Obras I, pp. 200 ss y 257 ss.
10 Obras I, pp. 257 ss.
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Todos estos elementos en los que ha ido creciendo y madurando la joven filósofa, van
abonando la tierra donde tendrá que crecer y madurar el “encuentro” con Dios. Su capacidad de
apertura al otro sin prejuicios, su talante de observadora y su capcidad empática convierten 3
sucesos “ocasionales” o “providenciales” en orientaciones en su búsqueda de la verdad:
-catedral de Frankfurt, donde le impacta la actitud de una mujer que entra a ahcer
un momento de oración;
-Iglesia en Heidelberg, en la que le impacta un muro divisorio para que pudieran
compartir la Iglesia católicos y protestantes;12
-actitud de Anne Reinach frente a la muerte de su marido: una actitud
esperanzadora fundada en su fe cristiana que le asegura que la muerte no es el punto final.13
Estos tres “acontecimeintos” le están dibujando a Edith el rostro de un Dios muy diferente
del que ella había rechazado en su adolescencia. Con este “fenómeno” se adentra a buscar, ahora
sí positivamente, en el cristianismo. En algunas de sus cartas de esa época leemos:
c. Crecimiento en la experiencia
Este texto de Edith nos orienta inicialmente en el tema que pretendemos abordar ahora:
¿cómo vive Edith Stein la experiencia de Dios? ¿cuáles son los contenidos que la sustentan? ¿en
qué sentido marca su vida y su existencia? Vamos a tratar de resolver estos interrogantes.
característicos de su “experiencia”.
Una vida cristiana dependerá directamente del concepto, consciente o inconsciente que se
tenga de Dios. Y ello se acentúa aún más cuando ese concepto se convierte en experiencia. Si
analizamos brevemente cuál es nuestra idea de Dios, esa idea que nos han transmitido y que
hemos ido asimilando, fácilmente podremos entender nuestra manera de actuar frente a la
religión. Frecuentemente, detrás del rechazo “masivo” de Dios al que asistimos, suele encontrarse
un concepto erróneo, falso o incompleto de Dios. Incluso la misma religiosidad de los otros nos
desvela mucho de su idea de Dios.
Es fundamental esta visión y experiencia del Dios amor para Edith. A él consagra toda su
vida, sus esfuerzos y su muerte, porque es consciente de que Dios no busca más sacrificio que el
del amor: “el rey que me ha escogido es inmensamente grande y misericordioso”. Un amor que
es misericordia y bondad, y que se manifiesta en la pobreza y debilidad personal:
“No eres tú sola la que comete muchas faltas: todos las cometemos.
Pero el Señor es paciente y rico en misericordia. En su Providencia
también puede sacar provecho de nuestras faltas, si se las ponemos
delante del altar. Un corazón contrito y humillado Tú, oh Dios, no lo
desprecias (Salmo 50). Este es uno de mis versos preferidos.”19
protege, defiende, alimenta, enseña y forma; amor que llora con los que
lloran y se alegra con los que están alegres; dispuesto a servir a todos
para que lleguen a ser lo que el Padre quiere; en una palabra: el amor
del corazón divino.”21
Un amor, pues, que se hace visible a todos a través de la acción de los hombres y mujeres
que viven íntimamente unidos con Dios. Sólo desde la experiencia interior del amor, se puede
hacer partícipes a los demás de tal don. “El hecho de servir es el efecto del amor” 22 . Por eso,
para Edith una experiencia de Dios que no se transluzca en vida, en servicio, en testimonio, no es
auténtica experiencia del Dios Amor.
Cuando Edith habla del amor de Dios, no está simplemente teorizando, deja que hable su
corazón, y ella misma plantea el interrogante “¿cómo llegará al amor de Dios, que no ve, sin ser
amado antes por Él?”. La respuesta nos la ofrece ella misma: “Para darse a Él amándolo,
debemos aprender a conocerlo en cuanto amante... Este conocimiento no se perfecciona más que
cuando Dios se da Él mismo al alma en la vida de la gracia y de la gloria, cuando la hace
participar de su propia vida divina y la hace entrar en ella”23 .
De este mismo amor, Edith deduce la bondad de todo ser humano -no en vano la
búsqueda de la verdad del hombre le había abierto el camino hacia Dios-. Y a pesar de ser
víctima del odio nazi, siempre conservó una visión positiva del ser humano. Así aconseja a una
de sus dirigidas:
“Cuando estés con otras personas piensa en esto: que existe algo
común que es más fuerte que lo que separa e intenta estar ligada a ello...
Dios es el que ve el interior de las personas. Él ve lo malo, pero tambié el
más pequeño granito de oro, que a nosotras a menudo se nos pasa
desapercibido y que desde luego en ninguna parte falta. Cree en este granito
presente en toda persona, y para ello pide que se te conceda una mirada
penetrante.”24
Edith Stein vivía profundamente unida con Dios y buscaba en todo configurarse con la
voluntad divina sobre ella. Un deseo que nace de una total confianza en un Dios al que ve como
Salvador, y por eso buscará ponerse sin reservas en sus manos, abandonarse en ÉL.
En la vida de Edith descubrimos diversas mediaciones o caminos a los cuales ella presta
especial importancia y a los cuales dedica su tiempo. Ella misma los propone como medios que
nos ayudan a vivir esa dinámica de la experiencia de Dios: la oración y la lectura de los
Evangelios. Ambos ayudan a configurar el propio espíritu con Aquel que da sentido a toda su
existencia. Es un modo de responder a ese Amor: identificándose con sus sentimientos y con su
obra. Es como tomar conciencia de a qué me compromete esa relación.
25 Ib., p. 464.
26 Ib., p. 472.
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No nos queda mucho por decir, sino simplemente concluir y resumir lo que en la vida de
Edith Stein implica la experiencia de Dios y el testimonio consecuente. Y lo resumiría en dos
pensamientos de ella:
-por otro lado, supone una percepción teológica del hombre: creado a imagen y
semejanza de Dios, y por eso mismo, portador de un tesoro inmenso. Aquí radica, aunque de ello
apenas hemos hecho mención, uno de las grandes hazañas conseguidas por Edith Stein, y uno de
los grandes retos que su vida nos plantea: la urgente necesidad de recuperar al hombre, a la
persona, en todas sus dimensiones: ser espiritual libre, individuo y comunidad.
Por supuesto, estos elementos necesitarían de una ulterior explicación. Pero quedémonos
como palabra conclusiva con esas palabras del Testamento de Edith en donde se ofrece a sí
misma, y que expresan mejor que ninguna otra, su profunda identificación con Cristo: en la vida,
La experiencia de Dios en Edith Stein: de la experiencia al testimonio___________________________________14
en la muerte y en la resurrección: “Por todos los que Dios me ha dado: que ninguno de ellos se
pierda”27.
27 Obras I, p. 516.