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ALFONSO
M." DE L1a;BTOadH
En el acontecer de la
experiencia de Dios
S. ALFONSO
M." DE LIGUORI
En el acontecer de la
experiencia de Dios
ISBN: 978-84-284-0693-2
Depósito Legal: M. 34.784-2008
Al Rvdmo. P. Joseph W. Tobin, C.SS.R.,
Superior General.
LIBRODE PS~COLOG~A
ESPIRITUAL
Con el empeño de este libro no he perseguido el compromiso
de escribir una biografía más de S. Alfonso. Las hay y muy docu-
mentadas, escritas con toda exactitud objetiva de fechas, división
de etapas, anotaciones, citas luminosas y subrayados de los
acontecimientos cumbre.
Pero la historia no es sólo cuestión de fechas, acontecimien-
tos, revoluciones, guerras o tratados de paz, sino el inicio de esos
movimientos sordos, desconocidos a primera vista, secretos, que
engendran y maduran todo lo anterior, hasta que aparecen al exte-
EL REINO DE NÁPOLES
Cuando el joven rey despertó a lo real de la realidad, descu-
brió un reino increíble e insólito. Nápoles, la capital, era un caos.
Su población se acercaba a los 300.000 habitantes, superando a
otras grandes capitales europeas; pero aquí se vivía como en una
"casbah" oriental: sin servicios ni nada que se asemejase a una
estructura urbana. Era la capital del gentío, de la masa humana
aglomerada, de la bulla y la desocupación. Carlos de Borbón,
impresionado por aquel espectáculo bochornoso, se reafirmó en
su decisión primera: "Dedicar toda mi atención a mejorar el bien-
estar general de mis súbditos".
Para dar una visión lo más objetiva posible de Nápoles en el
siglo XVIII, sigo los pasos de un profesional reconocido como G.
Orlandi en "II Regno di Napoli nel Settecento" o "II mondo di S.
Alfonso Maria de Liguori" (Spicilegium Historicum Congregationis
Ssmi. Redemptoris, annus XLIV, 1996), sin olvidar a E. Lage,
incansable buceador de las fuentes históricas redentoristas; y
junto a ellos, a especialistas de renombre como Galanti, Lepre,
Ajello, Di Maio, A. Filangieri, Reio, Schipa, Rao y tantos otros, en
cuyas fuentes he bebido y a quienes no cito nominalmente a pie
de página en el primer capítulo, como sería lo correcto, por no
hacer abultada la obra. Valga como explicación.
La ciudad de Nápoles
Nápoles vivía, más que de la política, del tópico de su clima
bonancible y de la riqueza ubérrima de sus campos. Llevaba un
enorme retraso en el desarrollo integral; no así en la miseria.
De hecho, de sus 300.000 habitantes, sólo cerca de 50.000
trabajaban participando en el proceso productivo; todos los demás
eran parásitos, especuladores o nobles que no hacían nada.
Galanti amontonaba hasta 20.000 los pobres de la ciudad.
Las condiciones de vida de la población napolitana eran, en
conjunto, inmensamente mejores que las del resto del reino.
La costa
Se ha calculado que 2.000 kilómetros de costa eran habitados
sólo por el 14%, mientras que el 58% habitaba en las montañas y
colinas, y el 28% en la llanura.
¿Por qué huía la gente de las zonas costeras? Porque toda-
vía, a principios del siglo XVIII, el litoral era insalubre, saturado de
miasmas. Y por miedo a la piratería y a las "razzias" frecuentes de
los berberiscos y piratas. Por eso se instalaban en lugares interio-
res más seguros. Basta pensar que en los veinte años anteriores
a 1555, 400.000 personas habían sido capturadas por turcos y
piratas, lo que arrojaba una media de 20.000 al año, sin contar los
que habían sido asesinados durante sus incursiones. Para prote-
ger de asesinatos, incendios y cautiverios el litoral y sus habitan-
tes, se habían construido en lugares más estratégicos una red de
torres costeras de defensa, bien fortificadas, a una distancia de
sólo dos km.
La flota enemiga ejercía una agobiante presión pretendiendo
el control del mar. En 1722 la flota de guerra napolitana sólo con-
taba con cuatro galeras, siete naves trirremes, algunos navíos
ligeros para maniobras rápidas y varias tartanas para surtir de
municiones de guerra y víveres a la tropa. Descendían hasta las
costas de Sicilia y hasta el Adriático para disuadir con su presen-
cia a los piratas turcos o berberiscos, protegían los puertos, salva-
guardaban los transportes marítimos de tropas y mercancías, escol-
taban los desplazamientos reales o diplomáticos por mar entre
Nápoles y Barcelona.
Caminos
Los caminos y las comunicaciones eran pésimos: bacheados
y enfangados cuando llovía, sin hostales de manutención y repo-
so ... Hasta que todo cambió a mediados del XVIII, cuando apare-
ció una Real Orden por la que se emprendía la apertura de una
vía, a la que todos debían contribuir con una carga tributaria anual,
a fin de conseguir una mejor comunicación entre provincia y pro-
vincia, desde el interior hasta el mar. Al final de siglo, cinco vías
surcaban el reino. Todas las vías convergían en Nápoles. La más
larga no superaba los 650 km.
Hasta entonces los albergues, mejor, posadas y tabernas, eran
generalmente malos, pero los viajeros y transeúntes suplían sus
deficiencias llevando consigo los alimentos necesarios y un míni-
mo de ajuar doméstico. Con la nueva legislación para la estructura
vial y su realización, se sustituyeron las carretas por carruajes tira-
dos por caballos y mulos, sobre todo en determinadas estaciones
del año. Se construyeron posadas donde se relevaban los anima-
les de tiro, paraban las calesas y hasta las novedosas "diligencias"
de cuatro ruedas, capaces de transportar hasta seis personas.
Los desplazamientos ordinarios de las personas se hacían en
cabalgadura, pero sobre todo a pie. Así se comprende que la
Regla de los Redentoristas advirtiera, hablando de ir a misiones:
"Irán a pie, lo más a caballo; sólo por necesidad se permite viajar
en calesa". Imponía uniformarse al modo habitual de viajar que
tenía el pueblo.
La condición de la mujer
La mujer vivía en una total sujeción al hombre. Debía cargar
con los trabajos más pesados, tanto en casa como en el campo.
Además de la diferencia jurídica, también en la clase más pobre
las mujeres tenían que sufrir un trato discriminatorio en el plano
alimenticio, como el destete de las niñas, provocado mucho antes
que el de los niños, o los alimentos más nutritivos reservados al
hijo mayor.
La imposibilidad de hacerse con una dote y, frecuentemente,
la imposibilidad de encontrar a alguien con quien formar una fami-
lia propia fomentaban la prostitución, problema gravísimo que se
afrontó desde la represión. A la solución humana y cristiana de
este problema se dedicó, con celo y compromiso apostólico efec-
tivo, el Beato Jenaro María Sarnelli, abogado, uno de los primeros
compañeros y amigos de S. Alfonso.
En realidad, el oficio de prostituta era una plaga de difícil solu-
ción. En Nápoles las prostitutas vivían en la zona próxima a los
cuarteles de la guarnición, ya que las meretrices pagaban una
tasa de arrendamiento como cualquier otra gabela. La vida de las
mujeres de clase superior era más soportable; socialmente eran
más honradas y respetadas.
En la capital, el galanteo, el teatro, el juego o el baile absorbían
todo el tiempo de las mujeres de condición. La libertad otorgada a
las casadas para tratar con quien quisieran evoca la figura del cici-
beo: el caballero elegido por una dama que aceptaba servirla,
acompañarla en carroza al baile, a pasear... en suma, a entrete-
nerla o divertirla.
La alimentación
El campesino no se alimentaba de trigo. Parte de la cosecha
la dedicaba a pagar el arriendo y a sufragar las tasas. El pan que
comían se hacía de cebada, de maíz, de mijo y, sobre todo, de
centeno, que se consideraba parecido al trigo.
En los siglos XV y XVI el alimento de la ciudad lo constituían la
berza o el repollo. Al repollo se le echaban sustancias grasas como
tocino, sebo de la propia carne cocida, ahumada o embutida, a la
que se añadía, en medida variable, pescado desecado o desalado,
entre el que dominaba el bacalao, el queso, la fruta y el vino. Éste
era considerado como alimento fundamental de la dieta cotidiana;
no así la leche, que se tenía como una especie de medicina.
A partir de 1630 se pasó, poco a poco, a una alimentación
basada en pasta, macarrones, fideos ... Fue así como los napolita-
nos se transformaron de comer repollos a comer macarrones,
insuficiente para proporcionar las sustancias proteínicas que sólo
la carne podía suministrar.
En invierno, el pueblo humilde se alimentaba con pan de polen-
ta de maíz, cocinado con aceite disuelto y sal. El consumo del vino
era excesivo. Además de la patata, comenzó en este tiempo a
difundirse el uso del tomate. Café, té y cacao eran productos que
sólo consumía la clase bien de la ciudad en el siglo XVI.
Condiciones higiénico-sanitarias
La responsabilidad última de la salud pública del reino estaba
confiada al protomédico del reino, quien, de ordinario, era el médi-
co mismo del rey. Ejercía su autoridad sobre los médicos, ciruja-
nos, farmacéuticos, que no hay que confundir con las comadro-
nas, drogueros, barberos, autorizados a hacer sangrías.
El Tribunal de la Salud General estaba encargado de proteger
el reino de toda epidemia y tenia jurisdicción incluso en los cemen-
terios y sepulturas.
Hacia finales del siglo XVIII médicos y cirujanos eran cerca de
2.400, mientras se amontonaban 10.000 matronas, barberos y
demás personal sanitario.
Para el ejercicio de la medicina se exigía haber estudiado en
la Facultad de Medicina de Nápoles o Salerno. Al acabar la carre-
ra, debían seguir un curso de especialización en la Escuela del
Hospital Regio de los Incurables de Nápoles.
También los farmacéuticos debían haber estudiado la carrera
de Farmacia durante tres años. En Nápoles había 100 farmacias
y 2.200 en todo el reino.
Los remedios terapéuticos más en boga consistían en dietas,
purgantes, sangrías o baños. Desde mediados del siglo XVlll la
química comenzó a ofrecer nuevas posibilidades terapéuticas.
En Nápoles había ocho hospitales. No obstante, la cura más
segura será siempre un buen aire, la buena comida y la limpieza:
las tres cosas más descuidadas en el hospital.
Deficitarias eran también las condiciones higiénico-sanitarias
de la ciudad: no tenía cloacas. Como en el resto de las grandes
capitales de Europa, los vasos de noche continuaban siendo
vaciados por la ventana. Por consiguiente, se debía caminar por
el centro de la calle y estar muy atentos a las ventanas para no
sufrir desagradables sorpresas.
Marginación social
Entre los efectos nefastos de la marginación social, uno de los
más graves era el abandono de los recién nacidos. Según Galanti,
su número se elevaba a 25.000 al año. De ellos, cerca de 2.000
se entregaban en la "Annunciata de Nápoles" o centros análogos.
En otras localidades eran abandonados en el umbral de un
convento alejado, en la casa del párroco, del confesor o de las
comadronas públicas. Y para que el expósito no sufriera, "se le
daba opio".
No corrían mejor suerte los que atendía la caridad pública, por-
que muchos morían por falta de alimentación y de cuidados ade-
cuados. De los que sobrevivían, muchos los acogían los labrado-
res y se los llevaban a casa como hijos adoptivos, pero sólo si
eran hombres, no si eran niñas, que, si sobrevivían, acababan
entregándose a la prostitución.
La escuela
La infancia acababa sobre los 6 ó 7 años y comenzaba la
etapa de la latencia que finalizaba a los 14 años, es decir, recién
alcanzada la madurez sexual.
¿Quienes eran los que enseñaban en ese tiempo? El párroco,
la maestra, el maestro del pueblo, el mercenario, el preceptor, la
Orden religiosa o cualquiera que supiera lo más elemental: leer,
escribir y cuentas. Sólo la alta nobleza se permitía el lujo de tener
un preceptor en casa, mientras que las demás familias recurrían
al párroco o a cualquier otro sacerdote, y en los centros más
poblados al maestro de escuela.
¿Entendían la lengua italiana o solo el dialecto? El problema
de la alfabetización era problema conjunto con el de la "dialecto-
fonía". Una muy buena contribución en esta dirección llegaba de
la predicación y, de modo especial, de la de los misioneros popu-
lares, como los Redentoristas.
Eran pocas las mujeres que sabían leer y escribir, incluso
entre la nobleza y la burguesía. En Nápoles los Píos Operarios
hacía tiempo que habían abierto tres escuelas gratuitas para las
chicas del pueblo llano, pero la autoridad apenas ofreció ayuda.
Se les enseñaba a leer y escribir.
En Nápoles y aldeas, en 1685, de los que contraían matrimo-
nio, sólo el 3,5% sabía firmar. Y hacia el final del siglo XVIII, en
1775, sólo el 8,5%. O sea, que durante noventa años la alfabeti-
zación se había estancado.
El grado académico más ambicionado era el de laureado o
doctor en leyes, seguido del de medicina.
El clero
En Nápoles, tanto el clero diocesano como el regular era
numerosísimo. En 1734 se estimaba que el conjunto del personal
eclesiástico se acercaba a los 120.000, el 4% de la población.
Los motivos de tanta afluencia al sacerdocio, entre otros, eran:
- El deseo de usufructuar los privilegios de carácter fiscal y
jurisdiccional.
- El deseo de ayudar a la familia en su conservación y creci-
miento.
- El incremento de servicios religiosos.
Comenzó a decrecer la admisión a las órdenes menores a raíz
de las normas adoptadas por pastores celosos, como el cardenal
lnnico Caracciolo y el cardenal Giacomo Santelmo Stuart, quienes
reclutaban el clero diocesano con discernimiento: lo querían ins-
truido, competente, formado en la liturgia y en la catequesis. Otras
razones que contribuyeron poderosamente a la disminución de
clérigos fueron no sólo la desmembración de la propiedad de la
Iglesia, sino, de modo especial, la abolición de la inmunidad fiscal
de los sacerdotes.
Galanti daba un juicio positivo sobre los sacerdotes de su tiem-
po: "En general, son buenos ciudadanos, y entre ellos, los párro-
cos tienen fama de honradez y sabiduría; muchos cultivan el talen-
to inestimable de hablar en público. El clero en las provincias ya
es menos respetado".
En Nápoles encontramos varias clases de clero:
- Los regulares, unos 4.500 entre monjes, clérigos y Hermanos,
que ocupaban 104 conventos.
- Una docena de Órdenes o Congregaciones, jóvenes o
reformadas, pobres y ardorosas en celo apostólico. Eran los mejo-
res auxiliares de los obispos en la predicación del Evangelio, la
animación de los grupos laicales, la dirección espiritual, la educa-
ción de niños y adolescentes.
- Y los sacerdotes pobres e incultos que vivían en provincias.
Más tarde, el mismo Alfonso describirá lo que sus ojos contem-
plaban, sobre todo en la ciudad de Nápoles: Se pavonean en las
calles y en los salones de sociedad, vestidos de seda con hábito
corto, polveada la cabellera, con adornadas bocamangas, con oja-
les de oro en el jubón y hebillas de plata en los zapatos.
No olvidemos que sería tan falso juzgar a todo el clero del siglo
XVlll sólo sobre la base de los abades galantes y pomposos de
las estampas de la época, como de los eruditos redactores de las
gacetas eclesiásticas o del innumerable tropel de los funcionarios
del gobierno pontificio.
Por otra parte, tengamos presente que en el reino había 131
diócesis y cerca de 3.700 parroquias.
Los obispos
En el siglo XVlll continuaba en Nápoles la dinastía de obispos
que provenían de familias nobles. Entre 1740 y 1780, todos los
obispos fueron nacionales. Y aunque parezca una incongruencia,
los obispos elegidos por el gobierno resultaron mejores que los
nombrados por la Santa Sede. Parece que los obispos provenien-
tes de los Institutos religiosos tenían una mayor preparación teo-
lógica, con menoscabo de la jurídica y de la experiencia pastoral.
Existía un fenómeno extendido: el del "absentismo" de los
obispos de sus diócesis, a veces por años enteros, con las conse-
cuencias que son fáciles de imaginar desde el punto de vista pas-
toral. En 1741 eran unos treinta los que vivían en Nápoles. Entre
los motivos aducidos estaban: defender y tutelar cerca de los tri-
bunales de la capital los derechos de la diócesis, negocios a resol-
ver por cuenta de la Santa Sede o del gobierno, motivos familia-
res, etc. Pero los pretextos más recurrentes eran el mal estado de
salud, el aire nocivo, la humedad ambiental de la diócesis, etc. Lo
que no quiere decir que no hubiera obispos verdaderamente san-
tos. ¿Y quién atendía mientras tanto las diócesis? Los vicarios.
Los religiosos
Se calcula que en la Italia del siglo XVIII, para una población
de 13.500.000 habitantes, los religiosos eran cerca de 65.000, uno
por cada 208 habitantes. No se puede decir que su fama ante la
opinión pública fuera directamente proporcional a su número, a
juicio de todos excesivo.
En el reino, la disciplina de los religiosos, por muchas y diver-
sas razones, está quizás más relajada que en otros lugares. En el
otro plato de la balanza habría que poner los factores positivos,
como la reforma introducida en varias Órdenes antiguas, la funda-
ción de nuevos Institutos, el florecer de los estudios, la actividad
apostólica interna, las misiones externas, la santidad heroica...
Entre 1806 y 1815 el rey había comprendido la importancia del
trabajo de los Redentoristas,celosos misioneros, y del influjo religio-
so e incluso social en las zonas rurales más abandonadas. Pero no
pudo concederles la plena aprobación de su Congregación, ya que
hubiera estado en contra de la política seguida por su gobierno; se
limitó a dejarles que sobrevivieran sin posibilidad de expandirse.
Vida cristiana
Se puede afirmar que la sociedad italiana del siglo XVlll era
creyente y devota. Asimismo se puede afirmar, en general, que el
pueblo que vive lejos de las vías de comunicación practica una
religiosidad que se pierde en tiempos lejanos y que sólo formal-
mente puede llamarse cristiana.
La piedad napolitana estaba dominada por prácticas diarias,
semanales y mensuales y estaba apoyada en "directorios" o "relo-
jes". Se expresaba y se multiplicaba en prácticas caracterizadas
por su efectividad, de forma superficial y repetitiva, ocultando fre-
cuentemente su vacío interior. De la devoción se cae en el devo-
cionalismo o beatería, que normalmente no es otra cosa que reci-
tación mecánica de fórmulass. Por eso en las zonas internas con-
Práctica sacramental
El Bautismo: Dada la elevada mortalidad infantil de aquella
época, se impartía uno o dos días después de haber nacido. Y en
los casos en que se temía que el recién nacido sobreviviera, la
misma comadrona, instruida por el párroco, procedía a bautizar.
La Confirmación: Hacia los cinco años, los niños comenzaban
la catequesis como preparación de la confirmación. Cada año, el
párroco hacía el cómputo de los niños que debían confirmarse y
de paso comprobaba la calidad religiosa y moral de los padrinos.
La Confesión y Comunión: A los nueve o diez años -nunca
antes del uso de razón, los siete años- los niños eran admitidos a
la confesión y la comunión, después de haber frecuentado la pre-
paración que se hacía en Cuaresma. Posteriormente eran muchos
los que se sustraían a las obligaciones religiosas. En Nápoles,
hacia la mitad del siglo XVIII, un número grande de habitantes de
barrios y aldeas no obedecía a la obligación del precepto pascual;
una cuarta parte de la población no frecuentaba la misa festiva.
El Matrimonio se celebraba en dos fases. La primera consistía
en los "esponsales": promesa voluntaria, consciente y mutua que
los futuros esposos se hacían ante el párroco y ante los testigos.
La segunda parte consistía en la celebración propiamente dicha
del sacramento. En el intervalo no debían frecuentar mucho sus
encuentros por el peligro consabido de adelantar de hecho y con
hechos el matrimonio.
La Unción de los enfermos era el último sacramento que reci-
bían los fieles o, como entonces se decía, el santo óleo o la extre-
ma unción. Debía ser administrada en peligro de muerte, precedi-
da de la confesión y el viático. Los médicos estaban obligados a
suspender su visita durante tres días si el enfermo no se confesa-
ba; y esto bajo juramento. Con frecuencia se llamaba al sacerdote
cuando el enfermo ya no podía hablar. Si llegaba demasiado tarde,
se justificaba la demora en llamarlo con el morbum repentinum o lo
registraba con otro semejante: por abandono de los familiares.
S. Alfonso alzaba la voz contra la costumbre de visitar a los
enfermos, sobre todo a los de alta condición, "reduciendo todo a
ajustar las cuentas para la muerte cuando son ya casi cadáveres,
que apenas pueden hablar, sentir, darse cuenta del estado de su
conciencia y tener dolor de sus pecados".
En lo que toca a las exequias, era raro que se negase a los
difuntos los funerales religiosos.
16 Ibídem, 5-6.
¿Y cuál fue la influencia psicológica de la madre? Un protec-
cionismo exagerado con su primogénito que le creó inseguridad.
Lo envolvió en un clima de gran riqueza afectiva, pero bloqueada
en sus manifestaciones exteriores, lo cual le crea hipertrofia del
funcionamiento cerebral.
"Las energías de vida se canalizan normalmente por cuatro
conductos: la actividad intelectual, la acción, la sensibilidad y el
corazón. El corazón es el canal más importante. Cuando está blo-
queado, las energías buscan correr por los tres canales restantes,
provocando una hipertrofia de estos modos de funcionar"l7.
La hipertrofia del funcionamiento cerebral se da en los muy
dotados intelectualmente,que compensan con éxitos intelectuales
sus frustraciones afectivas, retrasos afectivos o faltas de expresio-
nes exteriores afectivas.
Doña Anna les habla a sus hijos constantemente del pecado
como ofensa a Dios y merecimiento del castigo eterno del infier-
no. Tanta "inflación" de pecado, propia de aquel tiempo, tanta
insistencia en el infierno... explicaría los escrúpulos de conciencia
o neurosis obsesiva de contenido religioso o moral de Alfonso, y
la imagen desfigurada de Dios Padre.
La sociedad ambiente reza al Dios omnipotente, teme la justi-
cia divina en relación con el pecado y el infierno. Pocos o nadie le
hablan del Dios Amor. Cultiva el devocionalismo fácil, un pietismo
de consumo, con tendencia a deslizarse hacia un cristianismo sin
compromiso, fronterizo a las supersticiones de todo pueblo religio-
samente indocto.
Doña Anna aparece como una mujer que cultiva su fe. Es la ter-
nura hecha carne, austera, enemiga del "cicibeísmo" y superíiciali-
dad social. Formó a su hijo Alfonso en una conciencia delicada al
borde de la irritación de la piel del alma; lo preparó para el contac-
to íntimo con Dios y para una devoción filial a la Santísima Virgen.
Sabe desenvolverse con soltura y altura en las recepciones de
gala y en las fiestas de sociedad que su esposo daba en su pala-
19 A. M. TANNOIA,
O. C. Vol. 1, 5.
20 Ibi'dem, 7.
2. CONTEXTOFAMILIAR 47
28 T. REY-MERMET,
o. c., 124.
3. MASCANDO
A SOLAS LA AMARGURA DEL VAC~O 55
1693, había tenido que pagar la tasa antigua. ¿Por qué? Porque
una cualidad nueva no hace nuevo un feudo.
Alfonso arguye: "Un feudo antiguo que asume una nueva cua-
lidad, no por eso se constituye en nuevo. Una cualidad nueva no
hace nuevo a un feudo".
La exposición ha sido brillante. En la sala se oyen murmullos
de admiración y entusiasmo por el desarrollo, claridad y precisión
de los argumentos del joven abogado napolitano. Alfonso se sentó
tranquilo. Había defendido el principio más limpio de la justicia que
él amaba y propugnaba en lo más íntimo de su corazón. Nunca
había aceptado defender causas injustas, ni cohechos, ni dinero.
Nada que turbara su conciencia.
Maggiochi, su abogado oponente, ni siquiera se toma el traba-
jo de argumentar. Le dice displicente: "Señor De Liguori, ¿es que
usted no sabe leer? Los textos son los textos". Y pide que un escri-
bano lea la transacción de 1693 con todas sus cláusulas.
El Sacro Real Consiglio, el Tribunal de los Tribunales, aprueba
y da su asentimiento a esta argumentación de Maggiochi como
algo evidente. El montaje político-jurídico, tramado en secreto de
antemano, se había consumado, y nada menos que con la abso-
lución del cardenal virrey.
29 Cf. T. REY-MERMET,
o. c., 124.
que ahora se veían obligados a reconocer mostrándose de acuer-
do con sus mismos argumentos forenses que alevosa, premedita-
da y fríamente le habían robado.
"Déme 90.000 ducados y yo lo dejo liberado de los adeudos
de Amatrice". Todo acabó en una transacción. Prueba inequívoca
de que lo nuevo del feudo no abolía las deudas antiguas, como
lo había asentado jurídicamente aquella mañana amarga de
Getsemaní don Alfonso de Liguori, ahora ya ex-abogado para
siempre del foro de Nápoles.
Había también otro motivo de orden íntimo y hondo, que abrió
los ojos de Alfonso y le arrancó el grito del alma, esculpido para
siempre en las actas de los santos convertidos: ¡Mundo, mundo,
te conozco! ¡Adiós, tribunales!
"Esto hunde a Alfonso y le hace perder la capacidad del hom-
bre de salvar al mundo por medio de las reglas de la justicia, de
las leyes y de la honradez, en las que confiaba hasta este momen-
to. Ahora ve que todo ese mundo se revela ineficaz ante la corrup-
ción"30. Marrullerías del foro, justicia venal, porque se vende al
mejor postor.
Era la sociedad en que vivía: una sociedad barroca. Toda una
nueva concepción exagerada de la vida, nacida contra el equilibrio
del Renacimiento: las pelucas ficticias; los espadines que no se
usan; el galanteo floral; los saludos recargados: "Beso su mano". ..
"a sus pies, señora", obsequiosas reverencias de fachada, doblán-
dose cumplidamente ante las damas y casi barriendo el suelo con
las plumas del sombrero; las frases tan galantes como retóricas y
vacías. Retórica: todo era retórica, ostentación y apariencia de
prestigio. Pero en el fondo un vacío pavoroso.
Mientras, la barquilla de Alfonso bogaba mar adentro, lejos de
los meretricios entre el poder y la justicia, lejos también de una
sociedad que, si la empujaban y caía al suelo, sonaba a hueco.
Volvió cabizbajo a casa. Se encerró en su habitación, al mar-
gen de las lágrimas de su madre, de los sollozos del duro patrón
A. GARC~A
36 J. MONGE,Escoger "mi"vida: Sal Terrae n. 967 (1994) 282.
37 DE SAINT
A. EXUPÉRY, El Principito, XXI.
38 BENEDICTOXVI, Deus caritas est, n. 1.
5. ¿,QUE SUCEDld EN AQUEL MOMENTO SINGULAR? 69
40 B. ZOMPARELLI,
Despego. En Diccionario de Mística, Madrid 2002, 548.
Este tiempo intermedio que pasa Alfonso en el desierto de su
habitación es un momento fuerte de maduración, efecto del encuen-
tro que ha tenido con Dios; inicio de opciones personales que le
estimulan y le llaman no sabe de dónde, ni para qué. (Las gran-
des hazañas de la historia de la Iglesia han tenido su origen en el
"silencio y en la oración").
Alfonso comenzó a sentir una como desazón de conciencia.
Aún no había dado ninguna explicación a su familia de lo sucedi-
do, ni de lo que en su mente bullía y se sentía urgido a realizar
"ya". Decidido, abrió la puerta de su habitación y todavía tuvo tiem-
po de escuchar unas palabras de su padre, que denunciaban su
estado de intransigencia visceral. Al ver a su primogénito ante él,
más que como monstruosidad moral, como desahogo psicológico,
vociferó: " P i d o ~
Dios que me saque de este mundo o que te lleve
a ti. Mi corazón ya no está para verte".
Las entrañas de doña Anna se estremecieron convulsivamen-
te. Jamás hubiera soñado oír un tal exabrupto de labios de su
esposo querido, y menos contra su hijo visceralmente amado.
Alfonso, desde una profundidad desconocida para él antes del
encuentro con Dios, serenamente, detectando en el improperio de
su padre un "signo indubitable del Espíritu", piensa en alta voz:
"Sólo Dios es quien nos llena y Él solo quien nos ama. ¿Qué puedo
esperar del mundo, si mi propio padre ya no me puede ver?".
Y el hombre nuevo, que por primera vez comienza a entender su
vida como un "sentirse apasionadamente amado por Dios", con una
fuerza que no sabe de dónde le viene, da el paso definitivo, revela
a su padre clara y serenamente sus proyectos inmediatos: "Padre,
estoy viendo la aflicción que sin quererlo le estoy causando. Es
necesario que le diga cuanto antes que ya no soy de este mundo.
He resuelto, y es Dios quien me lo inspira, entrar en el Oratorio. Le
ruego que no me lo tome a mal y que me dé su bendición".
Don Giuseppe no puede aguantar más. En su vida ha capea-
do temporales en alta mar, ha luchado, vencido y perseguido las
naves enemigas, limpiando las costas napolitanas de piratas y
berberiscos, ha sofocado inicios de motines de la tripulación de
remeros, que hacían deslizarse aladamente sobre el agua azul la
5. ¿,QUE S U C E D I ~EN AQUEL MOMENTO SINGULAR? 73
41 Cf. T.REY-MERMET,
O . c., 129.
--
La torre no se rindió. La cercaron, la asediaron, pero resistió
todas las andanadas y asaltos. No desfalleció por carencia de avi-
tuallamiento. Día y noche evocaba y rumiaba Alfonso su experien-
cia "afectante" y transformadora de los Incurables: "Deja el mundo
y entrégate a mí".
Este impacto, que le abrasa como una herida abierta, le sigue
y le persigue hasta donde nadie le ha seguido y perseguido. Así,
en dialogo consigo mismo, reflexiona y ora: "Sólo Dios es quien
nos llena y Él sólo quien nos ama. No puedo defraudarlo".
El amor urge y turba siempre las horas, como fuego en rastro-
jal. La diferencia está en que, cuando el amor ha prendido voraz
en un corazón, rechaza ser apagado.
El mayor pecado contra el amor, sea humano o divino, es
defraudarlo o, a la postre, apagarlo y convertirlo en cenizas. ¡Qué
atentado contra la belleza apagar, dejar una hoguera sin latido!
6
Aproximación
a la experiencia de Dios
46 Ibídem, 679.
de gravedad, 'pondus meum', que orienta definitivamente al hom-
bre hacia Dios como único término posible del amor"47.
De ahí la palabra de la maestra espiritual Sta. Teresa, que
desde su experiencia personal nos ofrece su propio testimonio
para animar y hacer avanzar al creyente "visitado por Dios": "Para
aprovechar mucho en este camino y salir a las moradas que dese-
amos, no está en saber mucho, sino en amar mucho; y así, lo que
más os despertare a amar, eso haced. No está la perfección en los
gustos, sino en quien ama másv*.
Pero, educados casi exclusivamente en la dirección vertical e
intimista de la relación con Dios, olvidamos que donde mejor se
expresa el amor es en el servicio realista al prójimo. Es una cons-
tante en la vida de los santos. Han descubierto a Dios en los
sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, en la cruz, en su
Palabra, en tantas circunstancias ordinarias de la vida, pero donde
lo han encontrado siempre es en el amor servicial y concreto al
prójimo. "Si estás en éxtasis y tu hermano necesita un vaso de
agua, deja tu éxtasis y ve a llevarle el vaso de agua. El Dios que
dejas es menos seguro que el Dios que encuentras", escribía el
místico Jan van Ruysbroeck (1293-1381).
Sta. Teresa, mujer tan santa como práctica, enseñaba gráfica-
mente a los miembros de sus primeros "palomares" con su estilo
desenfadado de madre y hermana: "Que no, hermanas, que no;
obras quiere el Señor; y si ves alguna enferma a la que puedas
dar algún alivio, no se te dé nada perder esa devoción y te com-
padezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere
menester, lo ayunes porque ella lo coma1'49.
Tampoco hemos de creer que la experiencia de Dios tiene su
lugar apropiado y exclusivo en la oración. La oración mental es y
ha sido para muchos el lugar privilegiado para la experiencia de
Dios. Pero ésta puede acaecer en cualquier lugar, tiempo o cir-
cunstancia de la vida ordinaria.
CARACTER~STICAS
DE LA EXPERIENCIA DE DIOS
La experiencia de Dios no es sino una forma peculiar de expe-
riencia de fe. Es el reconocimiento de su Presencia misteriosa en
las mil circunstancias y actividades de la vida. A S. Alfonso le sor-
prendió en un hospital, atendiendo a los enfermos.
He aquí un resumen de algunas características concretas de
la experiencia de Dios:
- Carácter extraordinario del acontecimiento. Una tarde en el
hospital de los Incurables: "Luz", "Voz", el trepidar pavoroso del
suelo.. .
- Conocimiento inmediato de estar ante una Realidad inefable,
sin manipulación humana posible. Dios es Dios y jamás podrá ser
objeto de ninguna objetivación ni manipulación humana. Alfonso no
busca nada extraordinario; le "acaece", le sorprende pasivamente.
- No es para él algo puramente afectivo, con exclusión del
conocimiento. Tampoco es algo subjetivo, que le haga prescindir
de la objetividad de lo que está viviendo.
- Más que un conocimiento intelectual, es un conocimiento
vivido, sentido en todo el ser. La experiencia de Dios es viva y
engloba toda clase de conocimientos: no sólo los intelectuales,
sino también los intuitivos, psíquicos y sensoriales. Es la persona
entera la que se abre, como una flor de loto, a la totalidad del Otro
que la visita.
Hay, entre otros, dos clases de conocimiento: el intelectual y el
vivencial. La inteligencia es una facultad que permite al hombre
adecuar su mente con el objeto, la idea o la persona a compren-
der, al tiempo que percibe con nitidez las relaciones de las cosas
entre sí. Y existe otro conocimiento: el vivencial. Conocer por
haber experienciado, por haber paladeado y sufrido algo interno o
externo a la persona.
De pocas cosas cambia tanto el hombre como de ideas. Pero
lo "vivido" ni cambia, ni se olvida, ni se podrá explicar. Palabras,
gestos, símbolos, expresiones, silencios... jamás serán capaces
de explicar la densidad, ni la tonalidad afectiva, ni la situación aní-
mica de una voz que llama y ama.
- Presencia dinamizante. La experiencia de Dios cuando es
auténtica, jamás deja al sujeto visitado en un estado de contem-
plación estática, pasiva, boba. Cuando la experiencia de Dios
surge en el centro de la persona, transforma el conjunto de la vida
y empuja a madurar, crecer y desarrollar toda la gama de talentos
con que está dotada. La experiencia surge de la vida y retorna a
la vida, pero no vuelve como fue. La persona es ahora distinta.
Algo ha cambiado.
Alfonso estaba tan preparado en todos los órdenes.. . Por eso
su vida posterior al encuentro con el Señor fue un desbordamien-
to de actividad y de celo apostólico tal, que lo empujó hasta la fron-
tera misma de la muerte.
- Carácter marcante del acontecimiento. Por su carácter
insólito, marca tan indeleblemente la existencia que la divide en
dos: un antes y un después de "aquella hora". Tiene un peso espe-
cífico tan singular y diferente que deja huella honda en la persona
que lo sufre, hasta el punto de que guarda frescas en su memoria
la hora y la circunstancia en que el acontecimiento-encuentro
acaece. "Se fueron con él, vieron dónde vivía y se pasaron aquel
día con él. Eran como las cuatro de la tarde" (Jn 1,39). ¡Qué gra-
cia y qué tormento debió resultar aquella conversación! Dialogar
con la plenitud del Verbo en la fugacidad de unos momentos que
fluían imparables.
Es lo que acaece a S. Alfonso que, después de años y años
del acontecimiento, siente la necesidad de recordar en el ámbito
familiar de un recreo de la comunidad la fecha exacta de lo que él
llama "mi conversión". El encuentro con el Señor es siempre como
un mojón y una frontera trazada que divide: hasta aquí y desde
aquí en adelante.
6. APROXIMACI~N
A LA EXPERIENCIA DE DIOS 81
DEJA EL MUNDO^'
"ALFONSO,
Siempre la misma constante en labios de Dios: sal, deja, parte,
camina ... Se la pidió, en tiempos lejanos, a Abraham: "Sal de tu
tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre" (Gn 12,l).
La repitió Jesús al joven rico: "Fijando en él su mirada le dijo: 'Una
cosa te falta; anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y
tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme'. Pero él, aba-
tido por estas palabras, se marchó entristecido porque tenía
muchos bienes" (Mc 10,21-22).
La continúa repitiendo hoy, a lo humano, a todo corazón ena-
morado, que en la forma más radical exige la renuncia a los bienes,
instalaciones, familia, porvenir y a cualquier otro medio que pueda
suponer dependencia, en un intento por liberar a la persona
amada de todo lo que la aprisione o esclavice. iY a lo divino!
¿Qué significado tiene la palabra mundo? He aquí una pala-
bra rica de contenidos y significados. En primer lugar, significa el
conjunto de seres y cosas que existen en su amplitud cósmica y
que nosotros llamamos universo. En segundo lugar, designa tam-
bién este escenario sobre el que se representa el drama, la tra-
gedia o la comedia de nuestras vidas, que engloban trabajos,
ocupaciones, cargos, problemas, frustraciones y éxitos, egoís-
mos, gestos egregios y banales, y toda la variada gavilla menuda
y apretada de circunstancias que la estructuran. Mundo significa,
también, el género humano, la comunidad de hombres que habi-
tan el cosmos. En efecto, mundo es una palabra con variados
contenidos. Hay que romper la cáscara de cada uno para ver lo
que tienen dentro.
Para los primeros cristianos el mundo era una realidad concre-
ta, relacionada siempre con el momento histórico que les había
tocado vivir, y del que no imaginaban huir ni en los momentos
estremecedores de persecución, porque precisamente allí tenían
que ser testigos vivos del Señor muerto y resucitado. Vivían encar-
nados en una religión atiborrada de ídolos, pero dinamizados inte-
riormente por una actitud cristiana. Ahí, en ese mundo pagano, es
donde anunciaban que con Jesús resucitado se había iniciado un
mundo nuevo.
Más tarde, con la libertad constantiniana de la Iglesia y el abur-
guesamiento lento de la experiencia cristiana, surgió la protesta
de cristianos radicales que huyeron del mundo, como reacción y
proclamación de lo esencial del cristianismo: el amor a Dios y al
prójimo.
Pero, 'qué significaba para Alfonso aquel imperativo que le
exigía dejar el mundo? ¡Qué desgarrones de vida oculta a veces
la asepsia aparente de una palabra! Mundo para Alfonso era todo
lo que había ido construyendo paciente y dinámicamente, día a
día, durante 27 años floridos, desde lo más encumbrado social-
mente hasta lo sin volumen ni relevancia cotidiana:
- Su brillante carrera de jurista, su puesto de primer espada
en el foro de Nápoles, la clientela distinguida que frecuentaba su
despacho porque confiaban en la rectitud de su conciencia, su
ciencia y la experiencia demostradas.
- El Centro filipense, fundado por el P. Giovenale Ancina,
hogar popular de la ardiente juventud napolitana que Alfonso fre-
cuentaba las tardes de los domingos y fiestas, donde saciaba su
sensibilidad musical, con la que vibraba su ser entero en los con-
ciertos y representaciones escénicas, religiosas o profanas, ves-
pertinas.
- Su clavecín querido, acariciado horas y horas por sus
dedos de niño y adolescente, o representando "S. Alessio, drama
musical de Bernardo Pasquini, en el que Alfonso interpretaba el
papel de 'diablo' tocando magistralmente el clavecín"51.
- Mundo era para el prescindir de la frecuencia semanal y con-
fortante en el plano espiritual, en cuentas de conciencia, dudas,
escrúpulos con su confesor y guía, el P. Tommaso Pagano; y de la
7. "ALFONSO, DEJA EL MUNDO Y ENTRÉGATE A M¡" 87
,
'
RADICALIDAD
Pero sólo es posible abandonar tan drásticamente "el propio
mundo", cuando antes ha sufrido la persona entera la seducción
del amor. Y Alfonso había quedado seducido por el Dios Amor, la
Presencia ardiente y seductora de la zarza ardiente del Horeb.
Las palabras de Mt 19,21-29 son imposibles de ejecutar si
antes no ha precedido una fortísima seducción. A pocas cosas se
7. "ALFONSO,DEJA EL MUNDO Y ENTRÉGATE A MY 89
52 A. M. TANNOIA,
o. c. Vol. 1, 12.
do mortal y la pena que la menor ofensa causa al corazón de
Jesucristo.
Vida monótona, cansina, como el rodar isócrono de las ruedas
del ferrocarril, siempre por los mismos carriles, hasta que el acon-
tecimiento de la "Voz inesperada" tatuó para siempre su vida.
'Fue sólo una voz interior? ¿Y el temblor sísmico que sintió él y
todo el hospital? ¿Y la Luz indescriptible que lo envolvía?
Sin que haya un resquicio para la duda, aquello fue un acon-
tecimiento que dividió en dos su vida. Un día normal se convirtió
para él en una experiencia única y transformante. El célebre abo-
gado de Nápoles debió experimentar el mismo shock que en 1553
sacudió a su maestra Sta. Teresa de Ahumada ante el Ecce Horno.
En las primeras horas y en los tres días inmediatamente posterio-
res, aturdido, descubre que ha sido visitado por Dios, como lo des-
cubrió Zacarias en el templo (Lc 1,8-9).
Cuanto más piensa y profundiza en lo que le ha acaecido, la
conciencia del acontecimiento va "in crescendo", hasta que, poco
a poco, golpe a golpe, cobra noción plena de que el acontecimien-
to ha sido algo muy semejante a un éxodo que, como todo éxodo,
está apuntando a una salida y a un encuentro; de un ver tiene que
pasar al oír. Como en el monte Horeb, el Dios de la zarza también
ha salido al encuentro de él, Alfonso de Liguori.
El encuentro con Dios es un riesgo y un acontecimiento salva-
dor que llama a una vida nueva (Gn 28,17; 32,2-33. Ex 19,21; Is
6,5). La misma sensación que tuvo Alfonso en el hospital de los
Incurables, la tuvieron'los que contemplaron la gloria de Jesús (Mt
12,6; Mc 1,27; 2,12; 4,41; 5,15). El Dios que se presenta al famoso
exjurista no es el que lleva grabado en su conciencia desde peque-
ño: un Dios eco de sus relaciones familiares, severo y distante, cas-
tigador y aplacador. Ahora tiene rostro y detalles de Padre, manifes-
tado en Cristo en una historia de amor personal, que está empezan-
do a comprometer a Alfonso en tres acciones, que no entiende de
momento. Son como el eco del Dios de la zarza en el desierto:
- Vas a bajar.
- Para salvar.
- Porque quiero llevarlos a una tierra buena, espaciosa y fértil.
8. EL AMOR, PALABRA CLAVE 93
DIOSES AMOR
Una certidumbre se le impone, llenándole el alma: "Dios me
ama". Por primera vez comprende la voz de otro que sintió antes
la misma experiencia. "El amor procede de Dios. Quien no ama no
conoce a Dios porque Dios es Amor. El amor no consiste en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó prime-
ro" (1 Jn 4,lO).
Ha sido el mismo Dios quien le ha ido revelando que es esen-
cialmente amor, que sólo sabe amar, que sólo puede amar, como
el sol iluminar, entibiar y caldear la creación, que es la fuente de
la vida y de la felicidad. El Dios Trinidad vive en el amor y de amor,
actúa porque ama, porque es Amor (1 Jn 4,8).
El amor verdadero no se conoce por lo que exige, sino por lo
que ofrece. Cuando la persona se siente visitada por e l Amor,
comprende que tras su experiencia de Dios en la fe, no puede ser
otra cosa en adelante que una vida dedicada con frescura renova-
da a ser respuesta al Amor.
El amor es la vida y la fuente de la vida. "Esta afirmación, sen-
cilla y absoluta al mismo tiempo, lleva inmediatamente al núcleo
de esta altísima palabra e indica un método de profundización. El
conocimiento auténtico del amor no puede originarse sino en la
escucha de Dios"53.
El amor es la vida inagotable. Tiene dos características pecu-
liares: la gratuidad y el don. El amor se difunde por su propia natu-
raleza, y difundiéndose genera en torno a sí más amor. Incluso el
amor no se contenta con amar, sino que hace a los otros capaces
de amar. El Amor "fontal", que es Dios, establece con los hombres
una realidad de paz, de mutua benevolencia, de comunión.
Alfonso ya había encontrado a Dios en labios de su madre,
cuando desde niño le enseñó a orar, y en su padre cuando ambos
iban cada año a encontrarse consigo y con Dios en los ejercicios
espirituales. También en los PP. Filipenses, en su confesor y direc-
tor espiritual, el P. Tommaso Pagano. Pero era un Dios amorfo, sin
DE LA ISLA DE S.
53 BENEDICTINAS GIULIO,Amor: En Diccionavio de Mística,
Madrid 2002, 139.
rostro ni perfil personal, que movía a practicar una letanía de prác-
ticas piadosas, diarias, semanales o mensuales, pero que dejaban
su alma a merced de posibles turbulencias espirituales, hijas de la
fragilidad humana y de los estímulos de la sociedad ambiente.
"Profundizando en estas meditaciones, fueron para él estos ejerci-
cios, la lluvia vespertina que cae a su tiempo sobre un terreno ya
amenazado de quedar árido, y se veían brotar en su corazón las
semillas de la piedad, a las que si las otras semillas de las pasio-
nes no extinguieron, al menos habían comenzado a sofocar"^.
No pasaron muchos días desde la visita del Dios de la zarza
cuando, ya más sereno su espíritu, confesó con sencillez su inte-
rioridad más honda: "Sólo Dios es quien nos llena y Él solo quien
nos ama".
Para Alfonso, la más alta santidad no está en la contemplación,
sino en el mayor amor que es don y actuación personal. Ésta era su
aspiración constante, hasta que llegó un día en que, como fruto
maduro, cayó del árbol de su experiencia su obra maestra espiritual:
la Práctica del amor a Jesucristo. B. Haring nos dice que en ella
enseña cómo construir una vida totalmente cristiana, en línea con el
capítulo 13 de la primera carta de S. Pablo a los corintios.
Esta obra, que debiéramos enmarcar en la psicología espiri-
tual, no nace de altas consideraciones teológicas de escuela, sino
de la vida entendida como "intercambio de amor", como respues-
ta afectiva, inmediata y operativa a lo que él vive, siente y quiere
comunicar a los demás.
Desde el encuentro con Dios, el 29 de agosto de 1723, que
acaece en lo que él llama "el día de mi conversión", Cristo está
presente en el trasfondo de la vida de Alfonso, que ha tenido una
evolución de pensamiento y vivencia de Cristo Redentor. Estas
páginas son la clave para descubrir el proceso espiritual de toda
la vida de un santo extraordinario, la idea matriz que estructura
sus obras.
Para probarlo, Alfonso presenta un texto clave de la Palabra de
Dios, que meditará, saboreará y asimilará hasta hacerlo carne de
8. EL AMOR, PALABRA CLAVE 95
P. L. A R R ~ N I Z¿Quién
, eres tú, Jesús? Madrid 2001, 98.
56 S. ALFONSO, Práctica del amor a Jesucristo, 12-13.
Tan convencido está de esta verdad, que solía aconsejar con
frecuencia y convicción a sus misioneros: "Si el santo amor de
Dios no entra en el corazón, difícilmente perseverará.. . Por eso, el
principal esfuerzo del predicador en la misión debe ser que cada
sermón deje a sus oyentes inflamados en el santo amor"57.
CONFORMIDAD
CON LA VOLUNTAD DE DIOS
Es la doctrina que vivió y enseñó S. Alfonso. El capítulo prime-
ro de su obra espiritual, Conformidad con la voluntad de Dios,
comienza afirmando: "La autenticidad de la existencia cristiana
consiste en vivir el amor a Dios. Por eso S. Pablo dice: 'Y por enci-
ma de todo, revestíos del amor' (Col 3,14). De un amor que, para
ser perfecto, necesita ir acompañado de la conformidad de nues-
tra voluntad con la voluntad de Dios. Además, según S. Dionisio
Areopagita, el principal efecto del amor es éste: unir la voluntad de
aquellos que se aman, de tal manera que tengan un solo querer ...
63 Ibídern, 85.
64 S. ALFONSO,Agradar a Dios, Madrid 1987, 81.
9. AMARES HACER LA VOLUNTAD DE DIOS 107
LA FASCINACIÓN TRANSFORMANTE
Cristianamente, decir conversión significa superar la actitud de
un amor posesivo y pasar a un amor oblativo que se expresa en
el amor a los otros, prescindir de la búsqueda egoísta de uno
mismo para ponerse al servicio de Dios en los demás. Quien
madura en amor oblativo revela que tiene conciencia de haber
sido tocado en el hondón de su ser por otro amor.
El móvil de la conversión es, pues, la fascinación sorprenden-
te que impacta al hombre en un encuentro con el Misterio. El con-
tenido cristiano de la conversión es esa Persona divina llamada
Jesús, a quien acogemos consciente, personal y libremente en
nuestra vida. Además, "el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm
55).Es el amor con que Dios nos ama y cuya prenda y testigo es
67 Cf. J. A. GARC~A
MONGE,
a. c., 280-282.
Camino que no se anda, se llena de hierba, es cierto. Pero tam-
bién lo es que de tanto ir a ver una rosa, se hace un sendero.
No, aquella tarde única del acontecimiento de los Incurables
no fue una conversión para Alfonso, sino la irrupción sorpresiva y
sorprendente del Espíritu del Resucitado que se le adentraba
como un torbellino de vida nueva por las arterias del alma y lo
transformaba en un hombre nuevo, decidido, arriesgado, valiente.
Sentía que su vida había dado un vuelco espectacular porque
había sentido la acción redentora del Resucitado. La presencia de
una "Luz" y una "Voz" conmocionantes le habían tatuado para
siempre, desbordando colmadamente todos sus planes y los de
su mismo padre, el altivo y soñador comandante de la Capitana.
La conversión no es cuestión de un momento; es el comienzo
de un camino tan largo como la vida del sujeto. La profundidad del
Dios inabarcable que da un nuevo horizonte a la vida y con ello
una orientación decisiva, se ha concienciado en el alma, dándole
la medida de la infinitud de Dios y que lleva ahora en su interior en
forma de deseos.
A partir del amor de Dios experimentado, Alfonso siente una
fuerza interior que lo atrae hasta la altura divina. El propio Alfonso
se ha convertido en un amor que busca su complemento en un
más allá. Se ve invitado a responder a la profundidad de la fuente
original, primigenia de su ser humano, porque hasta ahí ha Ilega-
do la Voz imperativa que le exigía: "Entrégate a mí".Dios ha rege-
nerado a Alfonso el día en que padeció la experiencia divina.
El ser humano es por naturaleza un peregrino del Absoluto,
manifestado en el amor de Cristo. Por eso tiene que abrirse a la
experiencia de Dios desde lo profundo, donde ha sido tocado por
Él. Y desde ahí entregarse a secundar la experiencia divina en la
fe hasta alcanzar al Invisible en el rostro de Cristo, que nos lo visi-
biliza: "Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9).
Toda persona que viene a este mundo se forma según el dina-
mismo de Dios, de su imagen, que tiende a la conformación secre-
ta y misteriosa con Él, a la percepción y santidad de Dios, respe-
tando siempre la libertad. Por eso, Alfonso será capaz de acciones
sublimes que ni conoce ni sueña ahora.
La conversión cristiana no es un momento puntual de la vida
humana y cristiana. Es dejar, olvidar, otros caminos, por muy
atractivos y fascinantes que aparentemente puedan parecer. Es la
conversión a Jesucristo.
Una fe que no está unida al Misterio de Cristo o que no condu-
ce a él, es insuficiente, necesita ser iluminada por Cristo muerto y
resucitado. Es vivir un proceso de progreso espiritual, de transfor-
mación, que cada día es nuevo y que acaba en la Pascua defini-
tiva con el Señor resucitado.
Pero en cada vida la conversión tiene una forma propia, por-
que toda persona es nueva y nadie es una copia de otro. La con-
versión de S. Pablo y de S. Agustín, como la de cada uno de los
grandes convertidos a la fe, no fue un acontecimiento sobreveni-
do en un momento determinado, sino un camino.
Primer éxodo
Comienza a partir de la palabra pronunciada por la Voz, aque-
lla tarde singular de los Incurables: "Deja el mundo y entrégate a
mí". Alfonso rompe con su profesión de abogado, con su clientela
selecta, con sus amigos del foro de Nápoles, con la alta clase
social entre la que se movía a gusto. Rompe con el caudal de
inversiones de ilusión y preparación integral que su padre ha ido
invirtiendo en él, esperando percibir en un mañana la eficiencia de
los activos, seguro de la solvencia de su primogénito. Y rompe con
lo que más le cuesta: el cariño posesivo de su madre.
La locura social de esta opción no sería posible si no estuvie-
ra seguro de la locura del amor de Dios por él. Alfonso está apren-
diendo qué significa amar y ser amado, cuál es el significado irre-
versible de la palabra amor, que tantas veces repetirá en sus
libros. Comprueba cómo se diluye el viejo temor a Dios, como
bruma de amanecer, porque en su vida esta amaneciendo la
novedad de Jesús resucitado.
¿Puedo afirmar a boca llena como Alfonso: "El Señor ha esta-
do grande con nosotros y estamos alegres"?
Segundoéxodo
El alma de Alfonso era todo un carrusel que chirriaba interro-
g a n t e ~graves. ¿Por qué dejar tanto bien como se hacia en las
"capillas del atardecer"? ¿No son las misiones, que duran unos
días y luego no se prosiguen, como tormenta de verano? ¿No se
dedicaban ya a las misiones populares tantos sacerdotes celosos?
Tras meses de oración, consulta y discernimiento, Alfonso se
decide y opta por los pobres. No se identificó ni con los pobres, ni
con la pobreza, sino con Jesucristo pobre y misionero por pueblos
y aldeas, "el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamen-
te ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la
condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres, apare-
ciendo en su porte como un hombre cualquiera" (Flp 2,6-7).
Alfonso abandonó su rango social, dejó su carrera brillante de
jurista: la imagen aureolada que le rodeaba en la ciudad de
Nápoles, y se desprendió de gustos y comodidades propias, dada
su pertenencia al alto nivel de vida social.
Le salieron al paso no sólo los pobres económicamente débi-
les, sino los pobres desasistidos de atención espiritual y pastoral.
No fundó escuelas, ni centros de salud, sino que anunció a los
socialmente marginados el Cristo de la "Luz" y de la "Voz" de los
Incurables, el Cristo del amor gratuito e incondicional, el Cristo del
amor hasta el extremo que le había salvado a él.
Alfonso no cayó en la trampa de fundar una Congregación de
misioneros "ad tempus", temporeros, salvaconciencias. Hizo mucho
más. Se encarnó entre los pobres, se hizo pobre. Plantó sus casas
en aldeas y pueblos sin nombre, allí donde los pobres callan, viven
y ganan el pan con el sudor de su frente, ignorados y viviendo al día.
Tercer éxodo
Fue el éxodo del intelectual que había sido formado en el
seminario napolitano en la línea rigorista de su tiempo, fronteriza
al jansenismo y al rigorismo. Y durante algún tiempo la practicó.
Pero, de pronto se vio rodeado de marginados ignorantes,
espiritual y socialmente hablando. Daba misiones y se confesa-
ban. Pero, ¿cómo aplicar a estas pobres gentes el rigorismo moral
de escuela? ¿Dónde dejaba su conciencia al Dios Amor redentor,
que lo había salvado a él personalmente? ¿Y por qué no aplicar
aquí y ahora lo que tantas veces meditaba: Dios no quiere la
muerte del pecador, sino que se convierta y viva? "Tanto amó Dios
al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en
él tenga vida eterna" (Jn 3,16).
La encarnación, muerte y resurrección de Jesús, su presencia
en la eucaristía, el ministerio de la reconciliación, eran la prueba
más evidente de que Dios es perdón porque es Amor. Dios es
benignidad pastoral porque nos ha amado primero (1 Jn 4,lO) y
ahora el amor ya no es sólo un "mandamiento", sino la respuesta
al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro68.
Cuarto éxodo
¡Qué feliz era en el Instituto fundado por él! Su vida se dividía
en dar misiones, escribir libros y atender a sus hermanos redento-
ristas, con cuyos problemas personales y comunitarios se había
identificado: "Quiero serviros lo más posible. Y Dios sabe cuánto
amo a cada uno de vosotros, más que a mis hermanos y a mi
madre. Sabed que después de Dios sois mi único amor y estoy
dispuesto hasta dar mi vida por vosotros".
Y en esto llegó de Roma un sobre en cuyo interior venía el
nombramiento de obispo para la diócesis rural de Santa Águeda
San
69 R. TELLER~A, Alfonso María de Ligorio, 11, 35.
11
"11 distacco"
LA ASCESIS CRISTIANA
Pero, ¿qué es la ascesis? Se entiende por ascesis el conjunto
de esfuerzos, mediante los cuales se quiere progresar en la vida
moral o religiosa. Originariamente la palabra significaba cualquier
ejercicio físico, intelectual o moral, realizado con un cierto método,
en orden a un progreso; así, el soldado se ejercitaba en el uso de
las armas y el filósofo en el de la meditación ideológica71. Pero
71 Cf. T. GOFFI,
Ascesis. E n Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Madrid
1983, 9 2 s .
tampoco es éste el significado de la palabra "distacco" en la
pluma, el pensamiento y la práctica espiritual de S. Alfonso.
Sobre estas autoflagelaciones se abaten los maestros de la
"sospecha" aleteando con sus teorías freudianas y postíreudianas,
definiendo tales penitencias extremas con el calificativo de maso-
quismo. Masoquismo es, en general, aquella tendencia por la que
una persona disfruta al sentir dolor sexual, emocional o sentimen-
tal, cuando él mismo u otra persona se infringe libre y consciente-
mente cierto grado de maltrato físico o humillación.
¡Qué lejos está el cristianismo en su primavera de los prime-
ros siglos de tales doctrinas y aberraciones psíquicas! Para los
creyentes de la primera cristiandad, la mística de su conversión
les impulsaba, como viento en las velas abiertas de su vida, en
una sola dirección: Cristo muerto y resucitado, con quien querían
identificarse más y más por el amor y el seguimiento. "Vivo en la
fe de quien me amó y se entregó por mí" (Gá 2,20). Sabían que
por el sacramento del bautismo habían sido configurados mística,
pero realmente, con Cristo, con quien querían compartir estimula-
dos por la fe y el amor, su vida y muerte, incluso en el martirio (Rm
6,2-8). "Amor con amor se paga", y ellos amaban al Señor más allá
de los sobresaltos y zozobras diarias de la policía imperial, que los
acechaba sutil y taimadamente, y los perseguía en una guerra sin
cuartel. Pero estaban dispuestos a identificarse con Jesús en el
sufrimiento y el martirio.
Pues bien, la ascesis cristiana sólo es auténtica si se ilumina
y encuadra desde el Misterio Pascual, porque es de muerte y
resurrección, de cruz y gloria, de grano de trigo sembrado y espi-
ga llena de vida que ha llegado a la madurez. En esto consiste la
iniciación cristiana a la fe: en el bautismo celebrado como una
Pascua. Bautizarse es comenzar a morir, y morir es acabar de
bautizarse.
Desde esta perspectiva se esfuman todas las sospechas freu-
dianas o postfreudianas, porque, en el fondo, de lo que realmente
se trata es de un estímulo de la gracia y un esfuerzo de fidelidad
por nuestra parte para superar cuanto huela a muerte y pecado, a
egoísmo y desamor.
Ésta fue la gran iluminación que sintió Alfonso el día de su con-
versión: el amor que le cambió radicalmente sus horas y dinamizó
toda su existencia posterior. Sólo un gran amor es capaz de des-
pertar las exigencias dormidas en el corazón humano. Sólo un
gran amor puede atreverse a proponer la muerte del egoísmo, es
decir, el desamor, mediante el dominio de si y de todas las desvia-
ciones bastardas para un bautizado, a las que ha renunciado:
"Renuncio al pecado como negación de Dios.
Renuncio al mal como signo del pecado en el mundo.
Renuncio al error como ofuscación de la verdad.
Renuncio a la violencia como contraria a la verdad.
Renuncio al egoísmo como falta de testimonio de amor".
c c D ~Y AMOR
~ ~ ~ ~ ~ ~ "
Pero el "distacco" de Alfonso se adentra audazmente más allá
y se pierde atrevidamente en el bosque espeso del amor. Cuando
el amor de Dios entra en un corazón, ya no hay nada que pueda
desplazarlo. Por eso dice el Cantar de los Cantares. "Si alguien
ofreciera todos los bienes de su casa por el amor, se granjearía el
desprecio" (Ct 8,7). Esto es como decir: Una vez que se experi-
mentó el amor de Dios, no se trueca por ninguna cosa que pueda
ofrecerse a cambio. No existe un bien mayor.
Dice S. Francisco de Sales que "al declararse un fuego, se
arrojan por la ventana todos los muebles. Igualmente sucede
cuando el corazón arde en el amor divino. En ese momento se
arrojan aquellas cosas que son incompatibles con Dios, sin nece-
sidad de predicadores o confesoresn72.Texto espléndido que resu-
me toda la teoría de palabras análogas que presentan el mismo
significado teológico-espiritual en la pluma y en la vida de nuestro
santo: desprendimiento, despojo, purificación, desnudez.
S. Alfonso basa el amor en la ascética de la psicología espiri-
tual. Toda ascética sin amor es extraña a Dios y al amor mismo.
POR CRISTO
ALCANZADO
Alfonso se siente y se sabe amado. Dios le ha manifestado un
amor de predilección en Cristo. Su corazón desborda en oleadas
de ternura, gratitud y fervor. Repentinamente se ha visto seducido
por Cristo y ha sentido que ha revolucionado su vida, como la de
Pablo en el encuentro del camino de Damasco: "Cristo Jesús me
alcanzó" (Flp 3,12).
Alfonso percibe también en su interior: "Ea, levántate y ama.
Entra en el mundo terrible de los que han preferido amar a ser
amados". Y comienza a aprender por experiencia qué es el amor
y SUS consecuencias.
Nada es nada hasta que no se vive. Lo malo es que cuando se
vive, no se sabe, no se puede explicar lo vivido. Es la historia
siempre repetida y nunca igualmente reiterada del amor. En un
principio la persona se siente delicadamente herida en un punto
por una incitación externa, deleitosa y constante, que ha comen-
zado a estimularnos desde fuera. "Por el poro que ha abierto la fle-
cha incitante del objeto brota el amor y se dirige atractivamente a
éste.. . Va del amante a lo amado"76.
Nadie ama si antes no se siente solicitado por el amor. El
amor despierta amor. Antes de responder a un amor centrífugo,
precede siempre un amor centrípeto. "El amor no consiste en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó prime-
ro y envió a su Hijo para perdonar nuestros pecados" (1 Jn 4,lO).
De donde deduce Benedicto XVI: "Puesto que es Dios quien nos
ha amado primero, ahora el amor ya no es sólo un 'mandamien-
to', sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro
encuentroV77.
Ese estar esencialmente saliendo íntimamente desde nuestro
ser hacia Cristo es lo que se llama y es el amor. "No se puede ir
al Dios que se ama con las piernas del cuerpo, y, no obstante,
amarle es estar yendo hacia Él. En el amor, abandonamos la quie-
tud y asiento de nosotros, y emigramos virtualmente hacia el obje-
to. Y ese constante estar emigrando es estar amando"78.
Puede parecer, a primera vista, que Alfonso, en su cultivada
sencillez, se movía muy lejos de estas aparentes elucubraciones
psicológicas. Y no es así. Precisamente, estas elucubraciones fue-
ron los pilotes sobre los que cimentó el edificio de su vida, su doc-
trina y sus obras desde el día de su encuentro transformante con
Cristo, desde aquella hora luminosa y bendita en que se le caye-
ron las escamas del Dios temible, lejano y justiciero, y experimen-
El
79 S. ALFONSO, amor divino. E n o. c., 22.
80 Ibídem, 15.
81 IbzClem.
gramas resonando en melodías populares, instrumentos de arqui-
tecto que en sus manos dibujan planos de futuras casas misione-
ras, y la pluma incansable que, desde el púlpito de papel, predica,
enardece, convierte y transmite lo que su mente piensa y su cora-
zón vive.
CRISTO,LO ESENCIAL
Decía Nietzsche: "Quien encuentra un porqué en la vida, tarde
o pronto encontrará el cómo". Alfonso encontró en Cristo el amor
esencial de su vida. Cristo se convirtió en su razón de ser y en el
motivo profundo de todo su trabajo apostólico, su meta y su acica-
te. Por eso comenzaba así su libro quizás más personal y madu-
ro de espiritualidad, Práctica del amor a Jesucristo: "La suma de
la santidad consiste en amar a Jesucristo".
Refiere B. M. Hernando: "Nosotros no entendemos a Dios por-
que no entendemos el amor. Para nosotros el amor nunca es una
locura, sino una "conveniencia", un amistoso arreglo, un cariñoso
afecto. Los grandes amores nos merecen el calificativo de 'román-
ticos', 'novelescos'. Amamos por ansia de seguridad y pedimos a
quien nos ame que no nos complique la vida, sino que nos la haga
más agradable. Y con estas categorías planteamos el amor a Dios,
a Jesucristo, e inconscientemente el amor de Dios. Pero llega
Cristo que ama del todo y exige el amor total, y nos quedamos con
la boca abierta, sin entender nada de nada...
Todos nosotros estamos en circunstancias -ésa es nuestra
vida de creyentes- de emplear, gastar, consumir cada segundo en
función del Amor, con todas las consecuencias. Si esa clave falla,
todo carece de sentido. El amor de las medias tintas, la entrega
mediocre hace de la fe una componenda sospechosa y práctica-
mente estéril. Lo que de verdad separa a los hombres de Cristo no
es la experiencia del mal o lo misterioso de su Presencia en todas
las cosas, sino la diferencia abismal entre el amor mediocre y el
amor total, el amor razón y el que está por encima de la razón".
Esto es lo que Jesús reveló aquel día bendito, aquella hora
imborrable y fecunda a S. Alfonso: el secreto último de la vida, el
propio Cristo. "Somos justificados por el don de su gracia, en vir-
tud de la redención realizada en Cristo Jesús" (Rm 3,24)."A la luz
de estas palabras de S. Pablo, que expresan el contenido funda-
mental de su conversión, la nueva dirección que tomó su vida
como resultado de su encuentro con Cristo Resucitado"82, camino
de Damasco, podemos entender algo de la vida de Alfonso.
Aunque él habla del día de su conversión, como ya he comen-
tado, no hemos de entender su conversión como un cambio de
una vida sin Dios, porque frecuentaba la iglesia, los sacramentos,
las visitas, la devoción a la Virgen, la ayuda a los más necesita-
dos ... Sin embargo, a la luz de su encuentro con Cristo compren-
dió que con todo ello sólo había vivido para sí mismo: no cometer
pecado que le llevara al infierno, visitar a Jesús en el sagrario por-
que le llenaba el corazón... lo negativo de la espiritualidad. Lo que
necesitaba su vida, que se perdía baldía en el mar, era una nueva
orientación. Necesitaba el aguijón desasosegante que enardecía
a Pablo: "La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe
del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí" (Gá 2,20).
La asignatura que tiene que aprender ahora Alfonso es la de
no buscarse a sí mismo, sino entregarse a Cristo y de este modo
participar en la vida del mismo Cristo hasta sumergirse en él y
compartir tanto su vida derramada como un buen perfume por los
demás, sobre todo los más necesitados, como su muerte con una
redención copiosa.
Alfonso, lo que prepara un mañana definitivo y feliz es poder
exclamar al final de este corto puñado de tiempo que llamamos
vida, inundado de paz y serenidad el corazón: "Pero he vivido". Y
tú comienzas a vivir hoy, porque tu vida es y va a ser Cristo.
Pero amar es muy difícil, porque hay que superar infidelida-
des, fragilidades, rutinas, costumbres, desengaños, egoísmos, la
mediocridad, lo cotidiano sin volumen, ya que todo eso es fuego
de paja que calienta, pero cuando se apaga, sólo deja como
recuerdo la frialdad de un montón de cenizas. El amor que suena
92 Ecclesia,6 (1946) 8 .
93 JUANPABLO11, Reconciliatio et paenitentia, n. 18.
14. EL PECADO Y S. ALFONSO 147
98 Cf. BENEDICTO
XVI, Jesús de Naza~et,Madrid 2007, 252-253.
como ta1QQ."No nos salvamos por lo que hacemos, sino porque
hacemos lo que el amor de Dios nos pide. Recordemos lo que
dice la parábola de los trabajadores invitados. Gratuitamente le dio
al último para que tuvieran él y su familia: un denario, que es lo
que necesitaban"100.
Hemos perdido la gratuidad en el amor ... y en la vida; por eso
faltan corazones que sepan decir: ¡Gracias! La correspondencia al
amor de Dios se hace en el amor a los otros. Aprendámoslo de
una vez: La ley se ha hecho Persona. Jesucristo es el amor de
Dios Padre, encarnado. "Quien no ama no ha conocido a Dios por-
que Dios es Amor" (1 Jn 4,8). La misión del Hijo como Salvador
(Jn 3,16-17; 4,42; Rm 3,24-25) ha manifestado que Dios es el
Amor mismo y que el amor de los cristianos, hijos de Dios, deriva
del Padre y del Hijo (Jn 15,9; 17,2).
En momentos graves, cruciales, de persecución y amenaza de
supresión de la Congregación, Alfonso escribió lo que vivía inte-
riormente: "Me hacen temer más nuestras faltas de corresponden-
cia a Dios que las más fieras persecuciones de los hombres y de
los demonios".
Por otra parte está "el pecado en comparación". Jesús casi
nunca habla del pecado. Y cuando lo hace, no habla del pecado
como un acto aislado, como un delito objetivo, como una falta,
sino que lo pone, casi siempre, en comparación con las "gracias"
recibidas, las posibilidades de amar o las oportunidades de salva-
ción que se le concedieron al pecador. Por eso alza su voz lasti-
mada, condolido: "¡Ay de ti, Corozaín! iAy de ti, Betsaida! Si en
Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han reali-
zado en vosotras, hace tiempo que sus habitantes vestidos de
saco y sentados sobre ceniza se habrían convertido. Por eso os
digo que el día del juicio será más llevadero para Tiro y Sidón que
para vosotras" (Mt 11,21-22).
En consecuencia, en el Evangelio, pecado es una relación
comparativa entre lo que se nos ha dado y lo que se nos exige en
EL PECADO EN S. ALFONSO
¿Qué repercusión tuvo el pecado en la vida de Alfonso? Su
madre le inspiraba el horror al gran mal que en sí es el pecado, al
infierno que se merece, y la pena que la menor ofensa causa al
corazón de Jesucristo. Todo hacía impresión en Alfonsolol.
Es cierta aquella máxima filosófica: Lo que se recibe, se reci-
be al modo de quien lo recibe. Alfonso, por edad, por naturaleza y
por cultivo humanista, tenia la piel del alma exquisitamente sensi-
ble. No cabe duda de que el consejo insistentemente repetido por
doña Anna a su primogénito, como gota de agua que cae y cae
sobre la misma piedra llega a horadarla, acabó por marcar para
siempre su vida. La sombra negra del pecado y del infierno, de los
novísimos en suma, le acompañó casi toda su existencia.
Pero afortunadamente su madre puso en la balanza, como
contrapartida, otra enseñanza más creativa, más evangélica y de
más largo alcance. "Sobre todo, se veía empeñada doña Anna en
imbuir en el alma de sus hijos un ardiente amor a Jesucristo y una
confianza filial en la Santísima Virgen María"lO2.
Esta ultima enseñanza aflorará con pujanza más tarde en el
cultivo de su espiritualidad y en su ministerio apostólico. Ya abo-
gado, su padre, marinero en tierra, le llevaba a hacer ejercicios
espirituales, bien con los Jesuitas de la Conocchia o bien con los
Lazaristas del Borgo dei Vergini para recogerse y pensar en su
J. R.BUSTO, O. C.,
Io6 147.
Fue aquella tarde trastornante en el hospital cuando la Presencia
resonó iluminadora en su persona y transformó totalmente su ser,
sintiéndose él mismo, pero otro. Creyó en lo que nunca había
soñado: la liberación de su voluntad cautiva.
LA REDENCIÓN ABUNDANTE
¡Tanta clarividencia, tanto estreno de nuevos despertares,
tanto horizonte ignorado lejos de lo nunca soñado! Todo habia
sido fruto de la gracia. Se sintió emocionado. Estaba a punto de
llorar de alegría como un niño. Era verdad. Dios le amaba perso-
nal, apasionada y gratuitamente. "El Señor me salvó porque me
amaba" (Sal 18,20). "Él nos amó primero y nos envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,lO).
¡Qué abismo de amor entre el que le demostraba su padre don
Giuseppe: un amor lejano, severo, acuciante y frío, y el Amor de
fuego que lo envolvía, le ayudaba a madurar, lo sacaba de sí
mismo y lo asomaba a los más pobres y necesitados de acogida,
de un amor que nadie se lo habia demostrado antes!
Con una lógica irrefutable comprendió que su vida entera tenía
que cambiar. No a devociones, ni prácticas piadosas, sino a ser en
adelante una respuesta radical al Dios del Amor que le habia sali-
do al encuentro y gratuitamente lo había salvado a él primero.
Podía definir ahora su propia vida como la misericordia y el amor
exuberante de Dios hacia él, y en él a toda la humanidad. Nadie
puede redimir si antes no se ha sentido redimido, ni puede salvar
si antes no se ha sentido salvado, ni puede liberar si antes no se
ha sentido liberado física, psíquica, social o espiritualmente.
Ahora es cuando nace en su corazón el significado esencial del
lema de su futura familia religiosa: Copiosa apud eum Redemptio.
La Redención es la prueba de que Dios nos ama y tiene misericor-
dia de nosotros, porque nos perdona y nos colma de bienes.
Alfonso madura en silencio la acción gratuita y salvadora de
Dios en él. Lo hace primero en un contacto de oración profunda con
Cristo Salvador, rastreando en sus horas inmediatamente anterio-
15. LA REDENCI~N
ABUNDANTE 159
ANUNCIAR
EL AMOR VIVIDO
A partir del año de su "conversión", 1723, el amor a Jesucristo
y a los demás va a ser la motivación última de la vida de Alfonso,
el latido secreto de su corazón, el ritornelo, la cadencia pegajosa
de su existencia diaria, su Todo. La clave ha sido el deslumbra-
miento del amor. No será él quien se salve a sí mismo. La tela pin-
tada por Alfonso es la expresión más desgarrada e hiriente de lo
que está viviendo. "El Cristo pintado por Alfonso no es el salvador
de una élite, sino el Salvador universal, pues en Él hay abundan-
te redención"lll. "Amor se escribe con sangre"ll2.
119 S. RAPONI,
a. c.,450.
S. Alfonso comentaba: "Las misiones, que son el fin primordial
de nuestro Instituto.. . nosotros las hacemos de forma diferente a
como las hacen las otras Congregaciones".
¿En qué consiste ese "otro modo diferente"?
1. En que la misión no era de dos o más Padres que salían de
misión. El grupo entero era el que misionaba. Todos participaban
en la misión. Los Padres predicando y los Hermanos coadjutores
responsabilizándose de los servicios materiales.
S. Alfonso lo tenía muy claro. Lo primero que debía hacer el
misionero era iluminar la inteligencia de los oyentes o, como él
solía decir, hacerse comprender incluso del humilde pueblo de los
pobres. Una vez conseguido este fin, lo que importaba era sacu-
dir la voluntad, que no es lo mismo que conmoverla con efímeros
huracanes sentimentales, como era el hacer llorar a los oyentes y
celebrar confesiones generales, sino provocar en el auditorio la
conversión. "Por eso, el predicador debe predicar más con sus
rodillas que con sus palabras".
Detrás de esta planificación intelectual, aparecía el ilustre
togado de Nápoles, cuyos hábitos de elocuencia en el foro no
había olvidado, sino encauzado a la obra sublime de las misiones.
Práctico como era, en detrimento de los púlpitos altos y barrocos,
desde donde veía y era visto el predicador, optaba por una mesa
a nivel del pueblo, cerca de la gente, porque lo suyo era un hablar
familiar, convincente, al alcance de todos los oídos y de todos los
espíritus. Y cuando se trataba de elegir los temas, Alfonso lo enfo-
caba todo desde el amor. Su experiencia de Dios no le consentía
otro enfoque. Él se había sentido salvado porque se había senti-
do amado. Lo mismo quería que hicieran sus misioneros. "El prin-
cipal esfuerzo del predicador debe ser que cada sermón deje a
sus oyentes inflamados de santo amor".
2. En lo que es absolutamente original Alfonso es en dejar
como fruto de la misión la vida devota. Dice A. Tannoia: "Consistía
ante todo en instruir al pueblo sobre la manera de hacer oración
mental. Se explicaba su necesidad y sus ventajas. Después de
media hora, se hacía una meditación sobre la dolorosa Pasión de
Jesucristo. Alfonso hablaba en ella de una forma tan conmovedo-
ra, que los oyentes lloraban. Eran lágrimas ya no de dolor como
las de antes, sino de amor".
3. S. Alfonso, hombre de su tiempo, no fue indiferente a la vita-
lidad del barroco, pero no se quedó fijo en él, adorándolo como si
del becerro de oro se tratara. Después de los grandes temas de la
misión, se esfuerza por lograr que las verdades predicadas entren
en el pueblo humilde, sencillo y analfabeto mediante imágenes
visuales, dependiendo de la preparación de los oyentes: niños, jóve-
nes o mayores. Se anticipó en sus misiones a la característica de
nuestra sociedad: la imagen. Recordemos que al finalizar la misión,
él mismo desplegaba el Crucificado que pintó a la edad de 23 años.
Hoy no cambiaría su modo de anunciar la Buena Nueva. En
esencia, evangelizar es comunicar el amor del Padre, visibilizado en
Jesucristo y hecho presencia en nosotros por el Espíritu.
EVANGELIZAR
HOY
La experiencia de Dios exige comunicar lo vivido: el amor
entrañable del Padre, encarnado y visibilizado en Jesús. La
Congregación redentorista nace de esta experiencia de encuentro
del Resucitado con S. Alfonso, que le cambia la vida radicalmen-
te y le hace vivir en adelante para el Dios Amor en los más aban-
donados por la Iglesia y por la sociedad.
Uno de los últimos Capítulos Generales urgía a los Redento-
ristas: "La predicación hoy no consiste principalmente en la pre-
sentación de fórmulas de fe o códigos de moral. Es una invitación
a la relación personal con un Dios apasionado, un Dios de amor,
que, a cambio, necesita ser amado. Alfonso se lamenta de que el
mundo esté lleno de predicadores que se predican a sí mismos y
no a Jesucristo. Durante las misiones, la tarea principal de todos
y cada uno de los misioneros es encender en sus oyentes el fuego
del amor divino. Si nuestra misión pierde su centralidad en Jesu-
cristo, su luz se extinguirá y ella misma se convertirá en insípida".
Sin experiencia de Dios en la fe, y una fe orada, no habrá cre-
yentes. Aquello eran misiones pensadas y dadas para un tiempo
de catolicismo, más que de cristiandad. ¿Y hoy? ¿Qué significa
evangelizar al hombre de hoy? Llevar la Buena Nueva a todos
para que, por la acción del Espíritu de Jesús, se sientan transfor-
mados en su interior, en hijos de Dios. No hay humanidad nueva
si no hay personas nuevas, con la novedad del bautismo y de la
vida según el Evangelio, es decir, cambio interior (Rm 6,4: Ef 4,23-
24; Col 3,9-10).
Pero el mundo de nuestros días ha sufrido una transformación
sustancial: ha perdido su fe en la palabra; más aún, se siente
inmunizado contra la palabra, porque la siente inútil, vacía e inefi-
caz. Ya no valen las viejas palabras. "Palabras, palabras, pala-
bras" decía el poeta. El hombre de nuestro tiempo tiene concien-
cia de haber superado la civilización de la palabra y haber inaugu-
rado la civilización de la imagen. Como síntesis de su pensamien-
to ha inventado una máxima ambigua que dice: Una imagen vale
más que mil palabras. Esta afirmación imprecisa ha llagado a ser
para muchos como un dogma de fe. Pero no es así. Depende de
la imagen que se ofrezca, así como del contenido de las palabras,
de su veracidad y de quién y cómo las profiera.
Sin embargo, estamos inmersos en la civilización de la ima-
gen. El cine es el arte de saber escribir y transmitir ideas y senti-
mientos a través de una concatenación de secuencias de imáge-
nes impactantes, de música, silencios y palabras. Nosotros mis-
mos, Lestamos preparados para evangelizar desde la nueva civi-
lización de la imagen?
Juan Pablo II veía en lnternet un nuevo foro, un nuevo espa-
cio alrededor del cual se organiza una gran parte de la vida social
de la ciudad. El ciberespacio es hoy un lugar frecuentado, donde
se realizan los encuentros. La puerta de entrada es la emoción,
porque los medios audiovisuales no se dirigen a la razón, sino al
sentimiento, a las emociones. Vivimos en una época en que lo que
importa es sentir. ¿Por qué no hemos de anunciar hoy a Jesucristo
desde un blog creativo, sabiendo lo que queremos comunicar a
las gentes, en un lenguaje sencillo?
Existen comunidades religiosas, vivas, que han creado su pro-
pia página Web, desde la que realizan un apostolado intenso, aco-
giendo consultas, catequizando, brindando respuestas cristianas
a problemas acuciantes que se les presentan. Son comunidades
de evangelización, propias de los tiempos en que vivimos.
Proclamaba el Papa Pablo VI: "Las técnicas de evangelización
son buenas, pero las más perfeccionadas nunca suplirán la acción
discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangeliza-
dor no opera nada sin Él. Sin el Espíritu, la dialéctica más convin-
cente es impotente ante el espíritu de los hombres. Sin Él, los
esquemas sociológicos o psicológicos mejor elaborados se reve-
lan pronto desprovistos de valor"l20.
Pero más allá de los medios culturales de nuestros días están
los métodos tradicionales y siempre efectivos, como el testimonio.
Se ha repetido insistentemente, hasta llegar a ser un tópico, el pen-
samiento de Pablo VI: "El hombre de hoy cree más a los testigos
que a los maestros; mejor, busca maestros que sean testigos".
No se puede dar testimonio si antes no somos testigos del
Misterio, y no podemos ser testigos del Misterio si no oramos en
profundidad y en diálogo vivo y filial con Él. Es el testimonio pri-
mordial, silencioso, que transparenta lo que antes hemos visto y
oído en la oración.
A pocas cosas es tan sensible la juventud de hoy como al
Misterio, cuando éste se apoya fuertemente en una transparencia
de vida. Por eso se encara con los creyentes y les interroga sin
remilgos: ¿Creéis de verdad lo que anunciáis? ¿Vivís lo que
decís? ¿Predicáis de verdad lo que vivís?
Vivir en comunión con Cristo, santificarse y ser apóstol es una
misma cosa.
EL COWÓN ABIERTO
La expresión más profunda del amor de Dios la encontramos
en el regalo que Cristo ha hecho de sí mismo a la humanidad en la
Cruz. Nosotros podemos reconocer el amor sin límites que Dios
nos tiene, sobre todo mirando la herida de su corazón traspasado
y abierto por la lanza, amor radical que nos libera de todo mal.
122 P. L. A R R ~ N I Z¿Quién
, eres tú, Jesús?, 526-527.
123 R. TREMBLAY,
Regarder le Christ Transpercé: Studia Moralia n. 45 (Junio
2007), 74.
124 Zbídem.
17. MIRARAN
AL QUE ATRAVESARON 175
ABDALÁ,UN SIGNO
En la vida de S. Alfonso aparecen algunos episodios muy pró-
ximos a esta doctrina de la liberación de Cristo. Abdalá había naci-
do en Rodas. En una de aquellas razzias anuales que programa-
ban los berberiscos en los cuatro meses sagrados contra las cos-
tas cristianas de Nápoles, para llevarse consigo hombres, mujeres
y alimentos, destruyendo y quemando las cosechas de los abne-
gados labradores, fue capturado con el bajel entero por las gale-
ras cristianas. Y fue a parar al grupo de esclavos "turcos" en casa
del bizarro comandante de la Capitana. Don Giuseppe se lo rega-
ló a su hijo primogénito para que, como sirviente, le ayudara y
siguiera a todas partes adonde fuera su nuevo amo. Previamente
advirtió a Alfonso la peligrosidad que conllevaba el regalo, ya que
muchos amos cristianos habían muerto a manos de tales esclavos
mahometanos.
Abdalá era un musulmán intachable. Sabía teórica y práctica-
mente qué es la guerra sanfa o Yihad. Como el mahometismo era
para él la religión única y verdadera, a aquellos que no la acepten
17. MIRARÁN AL QUE ATRAVESARON 179
se les debe atacar con las armas. Era la ley de su guerra: Cree o
muere. Los combatientes que caigan en combate contra los ene-
migos del lslam tienen asegurada la salvación eterna y entran "sin
tardanza" en el paraíso.
En la escuela le habían filtrado un odio profundo a todas las
religiones que no fueran el Islam. Se presentaba al lslam no como
una religión, sino como la religión exclusiva, la religión inmutable
desde el día en que Mahoma se declaró solemnemente en nom-
bre de Dios como el sello de los Profetasl28.
Pues bien, un día Abdalá pidió hacerse cristiano. Asombro
general. En casa de los Liguori nunca se había hecho catequesis
conversiva con los esclavos musulmanes. Alfonso se había cuida-
do mucho de sugerírselo siquiera. Cuando le cercaron a pregun-
tas, Abdalá, el esclavo musulmán, respondió: "Quiero ser cristiano
a causa de mi amo. Tiene que ser verdadera la religión que le
hace vivir con tanta virtud, piedad y bondad para conmigo". Sus
últimas palabras, tras ser bautizado, atacado como estaba de una
enfermedad irreversible, fueron éstas: "Sí, es ya momento de des-
cansar ... Debo irme en seguida al paraíso".
Es cierto, mirar en profundidad es adentrarse hasta el mismo
núcleo personal del otro. Es contemplar amorosa y sosegadamen-
te lo más íntimo de la persona, lo positivo que hay en ella, lo que
realmente es. Es una mirada empática que se adentra en lo que
late tras la piel del otro y llega hasta el hondón de su ser, descu-
briendo su "sitz im leben", la riqueza o limitación de su persona.
La mirada contemplativa del cosfado traspasado del que mana
sangre y agua (Jn 19,37) se transformó en Alfonso en adoración
silenciosa en sus visitas continuas y ungidas de fervor al sagrario.
Todas las religiones del mundo han querido honrar a su Dios.
Pero saben que a Dios es imposible honrarlo porque sienten la
lejanía y pobreza de la persona humana. Y entonces acuden al
culto de la sustitución: miles y miles de cosas, animales y hasta
personas han sido sacrificadas como víctimas para aplacar la ira
de los dioses y atraer su benevolencia. No obstante, saben que el
tiene otro remedio esta alma que la vista y presencia del Amado,
por la que gime y suspira con entereza y resignación"l30. El cora-
zón, centro de la profundidad del ser. El corazón, donde la perso-
na se decide o no por Dios. El corazón de Jesús herido de muer-
te, que hace referencia al corazón fisiológico de Cristo, considera-
do como símbolo real de todo el amor de Cristo al ser humano.
Esa mirada al corazón traspasado de Cristo hizo que naciera en
él la oración humilde y esperanzada. En verdad, a partir de esta
mirada al Cristo traspasado, el cristiano encuentra el camino. El
evangelio de Juan no es sino la realización de este mensaje, el
esfuerzo por orientar nuestras miradas y nuestros corazones hacia
Él. Y la liturgia de la Iglesia no es otra cosa que la contemplación del
Traspasado, cuyo desfigurado rostro descubre el sacerdote a los
ojos del mundo y de la Iglesia en el punto culminante del año litúr-
gico: la festividad del Viernes Santo. Ved el madero de la Cruz, del
que cuelga la salvación del mundo. Mirarán al que atravesaron.
La mirada de Alfonso, en tantas horas de oración bien ante el
sagrario, bien ante la herida del costado traspasado, le hizo ser
más sensible y permeable como una esponja a las necesidades
de los demás, sobre todo de los marginados. No es extraño que
uno de los últimos actos de la misión, para encaminar a los recién
convertidos hacia el Dios que es Amor, ejercitándolos en la nueva
vida devota, fuera presentar al Crucificado traspasado, pintado por
él mismo, que tan perfectamente describía su actitud interior,
semejante a la de S. Juan de la Cruz, cuando describió su estado
anímico en el Cántico espiritual:
"¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido...".
LA FUENTE DE ENERG~A
¿De dónde manaba toda aquella energía vital para derramar-
se como agua fecunda en los sembrados? Alfonso había descu-
bierto la "Fuente misteriosa", anunciada a la Samaritana: "Todo el
que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del
agua que yo le dé, no tendrá sed jamás; se convertirá dentro de él
en un surtidor que brota para vida eterna" (Jn 4,13-14). Esa fuen-
te excepcional y reconfortante se llama Misterio de la Presencia,
sagrario, eucaristía.
Cuando, próximo a celebrar su pascua definitiva, ya no podía
celebrar la eucaristía, clamaba anheloso como el ciervo sediento
por la fuente de agua limpia y trotona de los arroyos de la monta-
ña: "Aquí está el Santísimo Sacramento, aquí se recibe la comu-
nión; en todas partes está el Santísimo Sacramento. iOh qué cosa
tan bella! Dos lámparas están siempre ardiendo ante el Divino
Sacramento: aquí se expone el Santísimo. ¡Cuánto tiempo quisié-
ramos estar delante del Sacramento!".
Y cuando se veía obligado a salir de la iglesia presidida por la
presencia oculta del Señor en el sagrario, preguntaba: "¿Cuándo
volvemos a visitarlo otra vez?".
¡Tantas y tantas horas pasadas delante de los sagrarios! ¿Qué
hacia? ¿Con qué las llenaba? ¿Qué sentía? Alfonso sentía a Jesús
como hostia, es decir, como sacrifico, como alimento y como suje-
to de adoración.
Como alimento
"¿Qué hace un pobre ante un rico? ¿Qué hace un hambriento
ante un espléndido banquete?" (Visita 1).
"Siendo el pan un alimento que comiéndolo se consume y se
conserva guardándolo, quiso Jesucristo quedarse en la tierra bajo
las especies de pan, para ser no sólo consumido al unirse con el
alma de sus amantes por medio de la sagrada comunión, sino
también para ser conservado en el sagrario y estar ahí presente a
nosotros, recordándonos el amor que nos tiene" (Visita 2).
"Oh Verbo Eterno del Padre, no os habéis contentado con hace-
ros hombre y morir por nosotros, sino que, además, os habéis que-
dado como alimento" (Visita 6).
"Procuremos, dice un piadoso escritor, no apartarnos de nues-
tro Pastor, ni perderle de vista, porque las ovejas que andan cerca
de él siempre son más regaladas y siempre les da bocadillos de lo
que él mismo come" (Visita 11).
"Gracias te doy, oh fe santa, porque me enseñas y aseguras
que en el Sacramento delaltar, en aquel pan celestial, no hay pan,
sino que está Él realmente presente" (Visita 11).
"Ardéis en deseos de que os recibamos y os complacéis en
uniros con nosotros" (Visita 13).
"En la Encarnación ocultó el Verbo su divinidad y apareció en
la tierra hecho hombre; mas para quedarse con nosotros en este
Sacramento, Jesús esconde también su humanidad y sólo descu-
bre las apariencias de pan" (Visita 24).
132 T. REY-MERMET,
o. c., 117.
¿Quién es éste?, preguntaba la gente. Iban a verlo. Volvían a
verlo. Se envidiaba aquel fervor que contagiaba a todos.
En su cercana parroquia de Sant'Angelo a Segno, el altar esta-
ba siempre cuajadito de flores, que Alfonso secretamente regalaba.
¿Cuál es el secreto del éxito del librito Visitas al Santísimo?
Que son vividas, y son más vividas porque tienen la pasión y la
vehemencia de todo converso que ha entregado todo su tiempo,
valores y vida a Jesucristo.
"Dichoso tú si puedes, antes de lo que lo hice, separarte del
siglo y entregarte enteramente a aquel Señor, que se entregó del
todo a nosotros. Para mi desgracia, viví en el mundo hasta la edad
de veintisiete años. Créeme, todo allí es vanidad. Banquetes, fies-
tas, espectáculos, amistades paseos, tertulias, diversiones: ésos
son los bienes con que nos obsequia el mundo, pero todos están
llenos de hiel y sembrados de espinas. Cree a quien de ello tuvo
triste experiencia y la está deplorando"l33.
¡Qué mensaje tan secreto, dinámico y eficiente guardó para
Alfonso toda su vida la solicitud amorosa de Jesús aquella tarde
imborrable que dividió en dos su historia personal y la motivó con
una sola palabra: ¡Entrégate! No se sabe qué arcano secreto ocul-
ta una palabra hasta que se la desentraña y saborea con un gusto
y retrogusto persistente en el paladar de la nostalgia del amor.
"No es necesario salvar el alma como se guarda un tesoro. Es
necesario salvarla como se pierde un tesoro: gastándolo" (C.
Péguy).
Para ti, para mí, para nosotros: Entrégate hasta que duela.
Sigue entregándote hasta que ya no duela. El amor es gratuito,
pero no barato.
Visitas al
133 S. ALFONSO, Santisirno, Madrid 199412, 16.
El "hoyw salvador de Dios
Santo. "Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz,
anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Co 11,26).
Se da, por consiguiente, una memoria objetiva sacramental de
la acción salvífica de Cristo. En el memorial eucarístico se recuer-
da ante todo la muerte del Señor y se actualiza beneficiándose
todos los participantes del banquete eucarístico.
Pero es llamativo y significante que desde el principio y cons-
cientemente la anamnesis de esa muerte no se celebrara el
mismo día que tuvo lugar, el Viernes Santo, sino el Domingo de
Pascua, todos los domingos del año. "El domingo nos reunimos
para la fracción del pan" (Hch 20,7). Es que no es posible, en el
terreno testamentario, conmemorar la muerte de Jesús sin conme-
morar también su resurrección y glorificación, o sin conmemorar
su muerte a la luz de su resurrección y glorificación.
Mediante la actualización del Misterio Pascual en la fe se entra
en contacto salvífico con la persona de Cristo muerto y resucitado.
En Cristo crucificado, resucitado y glorificado vemos el Misterio
divino, oculto y escondido desde la eternidad, y que ahora se
anuncia y revela en la Iglesia, en la que está presente veladamen-
te (Ef 1,4-9). Se hace transparente la gloria Dei en su naturaleza
humana al morir y ser glorificado de un modo oculto para el
mundo, pero patente para los creyentes. Cristo es el Misterio per-
sonificado; por eso aparece lo que él mismo es en sus palabras y
acciones. La Iglesia lo actualiza en el culto, porque Cristo vive con
su eficacia salvadora en la celebración cultual.
El contexto para comprender correctamente el sentido de la
anamnesis es el del culto y la plegaria de los israelitas. En la bera-
kah o bendición hebrea se da gracias a Dios por los hechos salva-
dores, las mirabilia Dei, que ha realizado en su favor a través y a
lo largo de la historia. Se recuerda lo que Dios ha hecho en favor
del pueblo hebreo, y se le alaba y da gracias por haberle escogido
como pueblo. Se trata siempre de una memoria objetiva y llena de
realidad. Dios entra en acción y concede la salvación y la gracia, y
el pueblo, agradecido, canta las maravillas de Yahvé. "Grandes y
maravillosas son tus obras, oh Señor, Dios omnipotente. Justos y
verdaderos tus caminos, oh rey de los siglos" (Ap 15,3-4).
Para el semita, recordar significa dirigirse a Dios y darle gra-
cias porque ha visto cumplidas las promesas de Yahvé. "Auxilia a
Israel su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había
prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descen-
dencia por siempre" (Lc 1,55).
El hombre que recuerda, puede confiar ciegamente en Dios
porque, al recordar, vuelve a hacerse presente y actual la acción
salvadora del Señor. Esto se hacía en Israel cuando se celebra-
ba el culto sagrado en las grandes fiestas o en las romerías
nacionales, como podían ser las fiestas de los ~abernáculos(Lv
23,33ss) y, sobre todo, la gran fiesta de Pascua: "Este día será
memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor,
institución perpetua para todas las generaciones" (Ex 12,14). En
el hoy de la celebración cúltica se hace memoria, se actualiza, se
vive el pasado.
Esta experiencia bíblica nos permite comprender adecuada-
mente el mandato del Señor la noche del Jueves Santo, cuando
realizó su gesto sobre el pan y el vino en memoria suya. Desde
entonces, "la eucaristía ya no es sólo memoria de un pasado, sino
actualización de un presente vivo y pleno. Es la misma realidad
del suceso original representado ahora, no como suceso temporal
y visible, sino como sacramento. Cristo mismo resucitado, el acto
de su donación sin límites, "hasta el extremo" (Jn 13,1), es el
núcleo y contenido de la celebración eucarística. Si un día tomó la
visibilidad de su humanidad biológica, hoy se vincula a los signos
sacramentales para visualizar su presencia gloriosa e invisible"l35.
Así lo entendió siempre la Iglesia al celebrar la eucaristía. El
ministro sacerdote, en virtud del poder que se le confirió en la
ordenación sacerdotal, pronuncia sobre el pan y el vino la plega-
ria que santifica, el Espíritu Santo, para distribuir luego entre los
fieles, como alimento, los dones transformados en el Cuerpo y la
Sangre del Señor. "Santifica estos dones con la efusión de tu
Espíritu de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de
Jesucristo, nuestro Señor" (Plegaria eucarística 11).
135 F. MART~NEZ,
Vivir el año litúrgico,Barcelona 2002, 90.
19. EL "HOY"SALVADOR DE DIOS 195
140 BENEDICTO
XVI, Deus caritas est, n. 3.
141 Redemptoris missio, n. 60.
dades, provincias y reinos; acontecimiento histórico innegable que
evidencia el celo de su amor apostólico.
Una de las características patrimoniales y poco acentuadas de
la espiritualidad alfonsiano-redentorista es el celo por las almas;
más concretamente, y sobre todo, por los más marginados.
¿Cuál es el secreto íntimo del celo misionero de Alfonso? En
los archivos generales de la Casa Generalicia de los Redentoristas
en Roma se guarda como un tesoro el diario íntimo de S. Alfonso,
titulado por él Asuntos de conciencia. En la página 36 leemos estas
palabras escuetas y luminosas, que nos revelan el secreto de su
celo apostólico: "Jesús me ama".
Alfonso padece una herida oculta, que está ahí como un dolor
sordo y persistente. Es el trauma apasionado de su experiencia de
Dios que nunca cicatrizó y le acompañó hasta la muerte, el
encuentro "afectante" con la persona de Cristo mientras se desve-
laba por aquellos pobres seres lacerados que habían sido marca-
dos por el desahucio médico, agostando la mata verde de toda su
esperanza.
Fue allí donde fue sorprendido por el Misterio, al que respon-
dió con una vida espléndida, iluminada por el amor. Su lema fue:
"Vivir para amar y amar para vivir". Pero, ¿es que hay algo más
conciso y urgente en este puñado de años que Dios nos da, que
la vida y el amor? Alfonso no se cansa de repetir reiterativo en su
predicación, cartas y conversaciones: "Dios os ama; amadlo".
Qué sencillo parece el amor; pero después, en la vida concre-
ta y real de cada día, todos le tenemos miedo, porque nada com-
promete tanto como el amor. El corazón enamorado, tarde o pron-
to, plantea sin rodeos esta acuciante disyuntiva: o todo o nada. El
que calcula, no ama. El que distingue, no quiere. El que pone con-
diciones al amor, lo mata, porque amar es darse sin condiciones.
"Jesús me ama". Este convencimiento vivido, rocoso y firme
i
como el acantilado que adentra su mole desafiante en el océano,
es el que va a disparar su alma, desde muy joven, laico todavía,
hacia la misión. Ésta va a ser después la constante de su vida
entera. Alfonso ha dado la espalda a las fiestas galantes de la
Corte, a sus amistades íntimas, a su Nápoles entrañado, y ha ele-
20. EL CELO ALFONSIANO 205
PASIÓN APOST~LICA
Al año siguiente, 1724, se asoma, por vez primera en su vida,
a la misión de S. Egidio, en los barrios periféricos de Nápoles,
donde malvivían económica, moral y socialmente hablando, los
más indigentes y desahuciados de la ciudad.
Dios tiene sus caminos y su hora. Dios nunca da puntada sin
hilo. Quizás el primer punto de inflexión en la vida de S. Pablo
estuviera en aquella semilla invisible de gracia escondida en el
lejano martirio de S. Esteban, cuando el futuro apóstol de los
paganos apretaba la ropa de todos los que le apedreaban para él
"apedrearle con las manos de todos", que comentaría agudamen-
te S. Agustín.
Alfonso, ya sacerdote, se lanza con celo irreprimible a evange-
lizar a los pobres de la ciudad: "Una vez sacerdote, Alfonso ocu-
paba la mayor parte de su tiempo en los barrios donde vive la hez
del pueblo napolitano. Su alegría consistía en encontrarse en
medio de la chusma (los lazzaroni) y de otros cuya profesión era
la miseria. A ellos, más que a otros, les había entregado su cora-
zón. Los instruía, los reconciliaba con Dios por la confesión. De
boca en boca corre la noticia y pronto llega al fin de la ciudad.
Venían de todas partes: cada vez en mayor número llegaban los
criminales y luego volvían. No sólo dejaban sus vicios, sino que se
comprometían en la oración, y en su mente no tenían otra cosa
que amar a Jesucristo" refiere A. Tannoia.
Forman comunidades cristianas de base. Son jaboneros, car-
pinteros, albañiles, barberos, cocheros, porteros, artesanos que
ahora comparten lo que tienen con los que tienen menos que ellos
y ayudan a los enfermos con sus visitas. Las tabernas han dejado
de ser antros de juegos y borracheras. El trabajo ha reemplazado
al robo, y el vagabundeo ha sido sustituido por la conciencia pro-
fesional ignorada hasta ahora.
Alfonso tiene la osadía de hacer responsablesde aquella espi-
ritualidad laica que brota con fuerza de floración primaveral a los
mismos convertidos. Los sacerdotes no dirigen, asisten. Es la
comunidad de base la que dinamiza a la propia comunidad. Y esta
obra "tan alfonsiana" se prolongaría hasta 1848.
Un día, un amigo suyo, arquitecto, le notifica para su consuelo:
"Entre los cocheros hay verdaderos santos". Asombrado, Alfonso
se interroga: "¿Santos? ¿Y entre los cocheros de Nápoles? iGloria
Patrip. Tenía que ser así. La naturaleza se nos ha dado para usar-
la con equilibrio, no para abusar de la misma.
La vida de los misioneros en tiempo de S. Alfonso estaba satu-
rada de incomodidades y circunstancias favorables para perder
pronto la salud. Las regiones que se extienden entre los límites de
la provincia de Salerno y los de la Basilicata son bastante dificulto-
sas: caminos ásperos, crudo y húmedo el aire, faltan incluso las
necesidades mínimas para vivir. Ahí precisamente es donde Alfonso
se movía con placer. De hecho, el celo de Alfonso le llevaba a tra-
bajar en los confines de la provincia de Salerno. Montañas abrup-
tas, grandes valles, torrentes, ríos, bosques, campos desolados.. .
no amedrentaban a Alfonso y a sus misioneros. Los caminos entre
rocas, barro, greda y precipicios los atravesaban alegres, jubilosos,
cantando himnos de alabanza a Jesús y a María. Así animaba
Alfonso a sus misioneros.
20. EL CELO ALFONSIANO 207
JESÚSY EL TIEMPO
'Qué fue el tiempo para Jesús? Más allá de las grandes elu-
cubraciones teológicas, del dominio del Resucitado como Señor
del tiempo, del espacio temporal del hombre y del cosmos, medi-
do por los ritmos de la naturaleza humana, está el tiempo como
momento y ocasión propicia de ser alcanzados por el Dios que
salva en el "hoy" lucano y en la "hora" juanea; esa "hora" dispues-
ta por el Padre, la que Jesús ha esperado de acuerdo con la com-
placencia y agrado del Padre, para llevar a cabo su misión salva-
dora y universal (Lc 22,53; Jn 7,30; 8,20; 12,27s; 13,l; 17,l).
"Mientras es de día, tengo que realizar las obras del que me
envió. Cuando llega la noche, nadie puede trabajar" (Jn 9,4-5). En
tiempos de Jesús, un jornalero trabajaba de sol a sol. Apoyándose
en esta realidad sociológica, Jesús se siente obrero del Padre, al
que en justicia y amor no quiere robar ni un minuto de tiempo.
Tiene una misión que cumplir y se siente urgido a realizarla. Para
Jesús, cada momento es un mundo en el que vivía lo permanen-
te, lo necesario, lo eterno. Y actuaba en consecuencia. No desper-
dició, ni desaprovechó el tiempo. ¡Hizo tanto en tan poco tiempo
de vida!
Seguro que si hubiéramos estado aquel día a las puertas del
templo y hubiéramos oído a Jesús hablar así, sorprendidos, le
hubiéramos respondido: "Pero Jesús, jmira cuánta buena semilla
has sembrado...!". Y él nos hubiera respondido: "Aún no me he
acostumbrado a mirar atrás. ¡Queda tanto por hacer! La vida a los
30 años ya es urgente. No queda mucho tiempo para la plenitud".
Jesús sabe que su tiempo es muy limitado; por eso trabaja de
sol a sol, a destajo, aunque sea sábado. Porque, ¿qué sucederá
al mundo el día en que se paralice mi actuar, si no he revelado y
no he realizado la misión salvífica que mi Padre me encomendó?
Que el mundo continuará sumido en tinieblas y las personas no
21. EL TIEMPO EN S. ALFONSO 213
PRACTICARLA
Y PREDICARLA
Por aquí comenzó Alfonso la catequesis de aquellos sencillos
pastores y campesinos abandonados. Terminada la primera sema-
na misional de la conversión con los impresionantes sermones de
los novísimos, venía el gran sermón de la misericordia de Dios, de
su amor gratuito y apasionado por cada uno de los hombres. Pero
seguidamente, los misioneros se quedaban cuatro o cinco días en
el pueblo misionado y conmovido por la gracia de Dios, y encauza-
ban aquellos nuevos sentimientos de gratitud y transformación por
el lecho por donde corre el río de la vida devota: las devociones
cercanas, sencillas y asequibles a los pequeños del reino de Dios.
Eran unas devociones populares en el ámbito cristiano, asequibles
y frecuentadas por el pueblo creyente: la oración auténtica en que
la fe respiraba con hondura, ejercitada en un ambiente en que
pululaba toda clase de desvíos devocionales, que iban desde la
credulidad a la superstición, desde la magia a la hechicería.
iCÓmo recordaba Alfonso con ternura su infancia, cuando su
cristiana madre, doña Anna Cavalieri, como la gallina recoge a sus
polluelos y los alimenta, así reunía ella cada día la bandada viva-
racha de sus hijos pequeños y les iba adoctrinando, en la teoría y
la práctica, en los primeros rudimentos de la oración! Se sabe por
el testimonio de su hermano D. Gaetano que, cada mañana, la
santa dama, con toda solicitud, bendecía a sus hijos y hacía que
ofrecieran a Dios los debidos obsequios. Cada tarde los juntaba
en torno suyo para enseñarles los fundamentos cristianos: recita-
ba con ellos el santo rosario, el ángelus y otras oraciones en honor
de los santos.
lS2 S. JUAN
DE LA CRUZ,Cántico espiritual leido hoy, Madrid 1980, 44-45.
...Devuélveme la vida,
sé Tú mi sanador,
Tú que me heriste el pecho
y luego me dejaste
vivir sin corazón.
Todo esto le hace padecer como una muerte al sentir que no
posee a Dios en plenitud ni con certeza, a Él, que es su vida (Dt
30,20).
¿El mismo hálito vital de dos miradas fijas en la herida de
Alguien, miradas de quienes antes también han sido traspasados
de Amor? ¿Dos almas aventadas en la misma dirección por el
mismo huracán?
Todos los pies son diferentes. Pero, ¿no es el camino el
mismo?
La Anunciación de María ...
y la de Alfonso
155 M . RUBIO, María de Nazaret: mujev, creyente, signo, Madrid 1981 , 55-56.
156 A. MOLLER, Puesto de María y su cooperación en e2 acontecimiento
Cristo. E n Mysterium Salutis, Madrid 1971, 470.
acontecimiento central. Incluso la actitud de María al pie de la cruz
será la misma actitud de fiat, de disponibilidad total que ha tenido
para ser Madre de Dios, prolongada hasta aquella hora en que el
Hijo la hace también Madre de gracia de los miembros del
Crucificado en la Iglesia.
Introducción ....................................................................... 7
1. Contexto socio-político-religioso ........................................ 15
2 . Contexto familiar ................................................................. 33
3 . Mascando a solas la amargura del vacío ........................... 51
4 . El acontecimiento .............................................................. 61
5. ¿Qué sucedió en aquel momento singular? ....................... 67
6 . Aproximación a la experiencia de Dios .............................. 75
7 . "Alfonso, deja el mundo y entrégate a mí" .......................... 83
8. El amor, palabra clave ........................................................ 91
9 . Amar es hacer la voluntad de Dios .................................... 101
10. ¿Es S . Alfonso un convertido? ........................................... 109
11. "ll distacco" ......................................................................... 119
12. Cristocentrismo .................................................................. 127
13. S. Alfonso y la Encarnación ................................................ 135
14. El pecado y S . Alfonso ....................................................... 145
15. La Redención abundante ................................................... 155
16. El Crucificado Resucitado .................................................. 165
17. Mirarán al que atravesaron ................................................ 173
18. Entregado .......................................................................... 183
19. El "hoy" salvador de Dios ................................................... 191
20 . El celo alfonsiano ............................................................... 201
21. El tiempo en S . Alfonso ...................................................... 211
22. Era oración ........................................................................ 219
23 . La Anunciación de María... y la de Alfonso ........................ 231