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S.

ALFONSO
M." DE L1a;BTOadH
En el acontecer de la
experiencia de Dios
S. ALFONSO
M." DE LIGUORI
En el acontecer de la
experiencia de Dios

EDITORIAL. Covarrubias, 19.280 10-MADRID


O Editorial El Perpetuo Socorro,
Covarrubias, 19 - 28010 MADRID
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Al Rvdmo. P. Joseph W. Tobin, C.SS.R.,
Superior General.

"No tengas miedo, sigue hablando y no te


calles, porque yo estoy contigo y nadie te
hará daño, pues yo me he escogido un pue-
blo grande en esta ciudad" (Hch 18,9-10).
Introducción

Y cuando acabo de escribir el subtítulo de este libro: "En el


acontecer de la experiencia de Dios", al intentar proceder siempre
desde la profesionalidad objetiva, un cúmulo de interrogantes
embarazosos paralizan mi mano impidiéndome continuar.
Pero, ¿es esto posible? ¿No serán mis esquemas mentales,
inconscientes, los que han actuado al elegir este título? ¿Y no
serán precisamente estos mismos interrogantes espinosos los
que a la postre lo destruyan?
El hombre y la mujer han nacido para la comunicación. Ser
persona es ser diferente, y ser diferente abre la puerta para cap-
tar lo intimo del otro, aunque sea siempre con resultados escasos,
vagos, neblinosos.
¡Qué importante y difícil resulta distinguir asépticamente a la
persona separada de sus problemas!
La primera dificultad proviene (nos estamos moviendo al hablar
de la experiencia de Dios en la fe) de su caP-ácter inmediato, de lo
que es objeto de los sentidos, sin una mediación que sea capaz
de explicar la experiencia lindante por ideas, intuiciones, geniali-
dades o presentimientos.
"La experiencia de Dios supone el contacto directo del sujeto
con Dios, el encuentro personal con Él"1. Pero este contacto pro-
pio de la experiencia religiosa no es, no puede ser, nocional, noé-
tico. Se trata de un conocimiento directo, vivido, que se impone y
compromete.

1 J. MART~N La experiencia de Dios, Madrid 1985, 19.


VELASCO,
No es lo mismo describir a un ciego los colores del arco iris
que el maravillarse y palmotear jubiloso de un niño ante el asom-
bro que desata el portento de tal fenómeno natural, contemplado
por vez primera en su vida.
Y vuelve el interrogante: ¿Es posible al ser humano, limitado
como es, acotado al fin, tal conocimiento de Dios? M. Blondel ilu-
mina esta dificultad con una distinción clarificadora: No es lo
mismo una aprehensión intelectual, de carácter nocional, que una
aprehensión real.
Vivimos en un mundo en el que sólo se acepta lo mensurable,
lo que se puede verificar en un laboratorio o inferir de deducciones
matemáticas, filosóficas o lógicas, y que rechaza por sistema lo
que no se pueda evaluar científicamente; una cultura que comen-
zó hablando del eclipse de Dios y que ha terminado haciendo suya
la conclusión de Nietzsche: "Dios ha muerto; nosotros lo hemos
matado". Esta cultura ignora y pasa de largo por cuestiones graves
sobre el más allá y lo trascendente.
¿No será una incongruencia que nosotros mismos, los creyen-
tes, nos refiramos a Dios y hablemos de Él definiéndolo como el
Inefable, "el único que posee la inmortalidad y habita una luz inac-
cesible, a quien ningún hombre ha visto o puede ver"? (1 Tm 6,16).
Sin embargo, hay un hecho que está ahí, roqueño e inconmo-
vible; aparece en todas las épocas, culturas, religiones y libros
sagrados: hablan a coro de la experiencia de Dios, sobre todo
quienes la han padecido: "Te conocía sólo de oídas, pero ahora te
han visto mis ojos" (Jb 42,5). "Entonces el Señor, el Altísimo, me
descubrió su secreto y me reveló toda su gloria. Allí, mientras yo
le contemplaba, no con mis ojos, sino con los suyos1'2.
Y ya en nuestros días, André Frossard, periodista, hijo del
secretario del comunismo francés, sorprendido por Dios, se sien-
te inducido a escribir un libro de título y contenido desafiante:
"Dios existe. Yo me he encontrado con Él"3.

2 R. OTTO, Lo santo, lo racional, lo irracional en la idea de Dios, Madrid


1980, 33.
3 A. FROSSARD, Dios existe. Yo me he encontrado con Él, Madrid 1983.
La dificultad empieza para estos testigos cuando se esfuerzan
por describir y hacernos comprender lo vivido por ellos. Un testi-
monio de excepción: "Oh, válame Dios, cuán diferente es oír estas
palabras y creerlas a entender por esa manera (la experiencia de
Dios) cuán verdaderas son"4.
Quienes así se expresan sólo pueden ofrecernos señales, pis-
tas. La primera y más sustancial de todas es que el acontecimien-
to nuclear de su vida, su experiencia de Dios en la fe, ha sido para
ellos como un Big Bang sorpresivo, que ha dividido su existencia
en dos: la vida hasta entonces y la vida posterior. Ni el tiempo ni
el espacio pueden ser ya iguales que el tiempo y el espacio del
acontecimiento del "encuentro". Han entrado en crisis: ya no se
pueden quedar en la superficie de los sentimientos, ni en las res-
puestas que sólo afectan a la periferia de la persona. Alguien ha
sacudido y conmovido los fundamentos de su existencia.
Todo esto tiene un carácter extraordinario, del que hablan
señalando fechas, detalles y circunstancias precisas. Pero ese
momento es inquietante porque es dinámico y dinamiza a la per-
sona que lo sufre, porque está sintiendo ahora que una mano mis-
teriosa ha abierto su alma a la libertad creadora.
La segunda dificultad proviene de la certidumbre con que ase-
guran que se han encontrado con Dios, con Jesús en persona; y
lo repiten y repiten con insistencia. Ha sido un encuentro fulguran-
te, por consolador, pero también porque se ha impuesto al sujeto.
Esta experiencia no se adquiere por imágenes o ideas reteni-
das en el subconsciente, ni a través de un fortísimo impacto de los
sentidos, imaginación, conceptos o ideas. Es grabado por Dios
directamente en la sustancia del alma. Es como un fuego que
ahora el sujeto "lleva en sus entrañas". No es la adhesión que
excede la capacidad humana.
Se trata de una experiencia del Evangelio como encuentro, no
sólo como palabra, valor, moral o ética: "Para mi el Evangelio no es
un libro; es una Persona", dice Vittorio Messori, periodista conver-
so. Benedicto XVI lo expresa bella y profundamente: "No se

4 STA. TERESA,Moradas VII, 1. E n Obras completas, Madrid 1957, 486.


comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea,
sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
definitiva"5. La experiencia de Dios se convierte así en el verdade-
ro motor esencial de la vida humana, en el manantial que va a
acompañar en adelante alimentando el subsuelo del alma.
Pero, 'existe un camino para trascender lo inmediato? Sí, el
descenso hasta las profundidades del otro, hasta llegar a su yo
último, siempre misterioso; camino poblado, ciertamente, de difi-
cultades y problemas.
Para emprender esta ardua empresa, hace falta una considera-
ble dosis de audacia, intención y preparación para bucear y llegar
a la contemplación interior, al centro de todo, al otro yo, y allí obser-
var con mirada limpia, sin prejuicios ni clichés preconcebidos,
hasta llegar al acontecimiento que le ha cambiado la vida y que se
nos ofrece ahora limpio, cristalino, en su originalidad primera, tal
como fue y sigue siendo para él. Y describir desde ahí lo que se
descubre: signos, mensajes y motivaciones que dinamizan la vida,
objetivos que atraen e imantan, ideas que bullen en la mente, por-
qués, la zarza incombustible que atrae y fascina; en una palabra,
el camino andado y la vida transformada. ¡Qué difícil empresa!

LIBRODE PS~COLOG~A
ESPIRITUAL
Con el empeño de este libro no he perseguido el compromiso
de escribir una biografía más de S. Alfonso. Las hay y muy docu-
mentadas, escritas con toda exactitud objetiva de fechas, división
de etapas, anotaciones, citas luminosas y subrayados de los
acontecimientos cumbre.
Pero la historia no es sólo cuestión de fechas, acontecimien-
tos, revoluciones, guerras o tratados de paz, sino el inicio de esos
movimientos sordos, desconocidos a primera vista, secretos, que
engendran y maduran todo lo anterior, hasta que aparecen al exte-

5 XVI, Deus caritas est, n. 1.


BENEDICTO
rior en el esplendor de toda su virulencia. El mar no es ese respi-
rar incansable, día y noche en movimiento, que produce olas que
se persiguen tesoneras, hasta morir en la playa o estrellarse con-
tra el murallón de la roca. Las grandes marejadas, maremotos y
movimientos sísmicos del mar se engendran en esos ámbitos pro-
fundos y misteriosos del océano, allí donde nadie ha llegado con
los batiscafos más sofisticados. No hay historia sin fechas, ni
fechas sin movimientos causales, profundos, que las originan.
Lo que yo he perseguido con este libro no ha sido escribir la
vida de S. Alfonso desde el esquema teológico-canónico, ni desde
investigaciones analítico-religiosas, sino desde ese género deno-
minado hoy de psicología espirifual: partir de ese encuentro "afec-
tante", adentrándose en una actitud empática en su historia, seguir
y perseguir la evolución de la dinámica de la Gracia correspondida.
Es la historia en que, desde un concreto y constatable momento,
deja de pertenecerse a sí mismo para establecerse en el querer de
Dios, sin "acotaciones a sus exigencias", para vivir al ritmo que Él
le va marcando a través de horas luminosas y noches oscuras.
La vida de S. Alfonso fue, tras la cristofanía de los Incurables,
una existencia cedida a Dios desde sus raíces últimas, para que
realizara en ella su misión salvadora en la Iglesia. Mientras
Francisco de Sales se esforzó por introducir la santidad en los
"salones" y en la "corte", Alfonso predicó al pueblo humilde de los
barrios y arrabales de Nápoles, y a los pastores ignorantes de la
montaña, absolutamente desasistidos cultural y espiritualmente.
Como apunta A. Tannoia, "en el sentir común, Alfonso era tenido
por el primer misionero del reino. Tanto en predicar, como en con-
fesar, poseía un particular don de Dios. No de otra suerte lo juzga-
ban no sólo los obispos y arzobispos, sino también los mismos
misioneros en Nápoles y en las provincias.
La fe ni se inventa ni se divide, y la vida tampoco; se reciben
como don gratuito y se corresponden y alimentan en la oración. La
oración de Alfonso es afectiva más que discursiva, de tramos cor-
tos, continuada y reiterada como las cuentas del rosario. Fue uno
de los grandes contemplativos en la acción. Lo aprendió en la
"zarza incombustible" del sagrario y en la llaga abierta del costado
de Jesús en la cruz, embebido en la certeza de que día y noche le
estaba esperando. Y él no faltó a la cita. Y con María. "El día que
yo no arda, otros morirán de frío...".
Dios lo moldeó y lo acrisoló mediante pruebas exteriores e
interiores. Durante casi toda su vida le persiguieron las ansieda-
des, los escrúpulos, la noche oscura.
Fue un niño prodigio. Abogado a los 16 años, doctor "in utro-
que" con la mención de excelencia: "summo cum honore maximis-
que laudibus et admiratione", jamás dejó de sentirse y de ser abo-
gado, práctico, porque unió el sentido común, el saber jurídico y la
energía del trabajo administrativo y pastoral.
Temperamento vivo, apasionado, napolitano cien por cien,
llegó a ser un milagro de calma anglosajona. Su vida se decide y
define en estos cuatro momentos decisivos:
- El providencial proceso perdido en el foro de Nápoles, que
le abre los ojos a la realidad del "vacío" del barroco y a la compra,
venta y soborno de la justicia.
- El acontecimiento "afectante" de la cristofanía del hospital
de los Incurables.
- El impacto experimentado "más allá de Éboli", arriba de
Scala, donde "tantos pobres pastores viven en el abandono", lo
que determina finalmente la fundación de la Congregación del
Smo. Redentor.
- Una vida de frontera en la Iglesia. Siempre con un pie en el
estribo.
Pocos años antes de la Revolución francesa, Diderot comen-
zaba a dirigir la redacción de la Enciclopedia francesa, teniendo
como principio la lucha contra el oscurantismo de las autoridades
políticas y religiosas. Colaboraban con él figuras señeras como
Voltaire, Montaigne, Rousseau, DIAlambert y Adam Smith, que
tanto facilitaron el camino para derrocar el Antiguo Régimen y ade-
lantar la Revolución francesa.
Mientras tanto, el pueblo sencillo de Italia vivía, somnoliento, de
sus devociones tradicionales y supersticiones, bajo la dominación
arbitraria de la nobleza. No así el gobierno, que ya se había adelan-
tado a introducir el despotismo ilustrado en lo civil y en lo religioso.
Alfonso había vivido la "scienza nuova" en las alturas eminen-
tes de la magistratura, en el círculo de Caravita y del gran filósofo
Vito. Tan bellas como demoledoras elucubraciones produjeron en
su alma de apóstol una herida desasosegante e incurable: "Dios
mío, a lo que hemos llegado a parar. He aquí a dónde llegan los
letrados del presente siglo iluminado. Entretanto las almas van a
la ruina. Nápoles está arruinado. No se confiesan, no escuchan
las predicaciones, y todos los seglares hablan de teología y meten
mano en las Escrituras, dogmas y preceptos".
Para contrarrestar tanto mal, todavía saca fuerzas, a su avan-
zada edad, para escribir "El triunfo de la Iglesia" y "La defensa de
los dogmas", ambos libros de apología contra la nueva ideología
de la "cultura nuova".
Alfonso amaba a la Iglesia. "A los 50 años de su muerte, su
espiritualidad crística y mariana, su teología de la Gracia, de la
oración, y sobre todo su moral y pastoral, se han impuesto oficial-
mente en la Iglesia entera"6.
El gran historiador Adolf von Harnack reconoce: "Alfonso de
Liguori es el teólogo más influyente desde los días de la Contrarre-
forma. (En nota: 'Liguori y Voltaire son totalmente contemporáne-
os y ellos, en la cumbre, fueron los dos conductores de almas de
las naciones romanas'). Liguori es la exacta antítesis de Lutero y
en el catolicismo moderno ha ocupado el lugar de S. Agustín"7.
Y Giuseppe de Luca, el gran conocedor de la espiritualidad,
nos deja con este retrogusto persistente: "Ha creado en los senci-
llos, corazones de santos, de grandes santos".

6 T. REY-MERMET,El santo del Siglo de las Luces, Madrid 1985, 50 1.


7 Cit. por T. REY-MERMET,o. c., 502.
Contexto
socio-político-religioso

La noticia corrió por la ciudad como río de lava enardecida que


descendiera del Vesubio en llamas. ¡Por fin, Napoles iba a osten-
tar con orgullo en Europa una cabeza coronada, propia, en la per-
sona del joven Carlos de Borbón! La acogida fue barrocamente
grandiosa. La gente se echó a la calle, haciendo verdad aquel
dicho de que Nápoles se abre siempre a lo nuevo cuando encuen-
tra a alguien que destruye lo viejo.
Carlos de Borbón nació en Madrid el 20 de enero de 1716. Los
primeros siete años de su vida estuvo bajo la tutela de una institu-
triz española. Después, bajo la custodia y dirección del Conde de
Santesteban, recibió sus primeros estudios en El Escorial: idio-
mas, humanidades y técnicas militares.
El muchacho crecía y lo superaba todo con un precoz sentido
común y el don innato de su simpatía. No gozaba precisamente de
belleza física, sueños imaginarios con que la fantasía popular ha
adornado desde siempre la palabra príncipe. Odiaba la pompa de
la corte barroca, amaba la soledad, igual que su esposa María
Amalia de Sajonia. Sus dos grandes rasgos personales eran amar
la soledad y una afición apasionada por la caza.
Tardó, sin embargo, cuatro años hasta el Tratado de Viena de
1738, el cumplimiento de su mayoría de edad y la muerte de su
padre, para que se proclamara libre, y poder gobernar y adminis-
trar nuestros Estados.
Así se lo confidenció un día al embajador de Cerdeña: "Habré
de dedicar toda mi atención a mejorar el bienestar general de mis
súbditos, porque deseo salvar mi alma e ir al cielo".
Se ganó la simpatía de su nuevo pueblo con dos golpes de
efecto inmediato. El primero fue la visita que hizo a S. Gennaro, a
cuyo detalle regio el santo correspondió con el portento de la licua-
ción de su sangre. Pero subieron de tono sus expectativas cuan-
do el joven príncipe leyó la carta autógrafa de Felipe V, por la cual
el soberano español hacía saber que renunciaba solemnemente a
sus derechos reales sobre Nápoles en favor de su hijo Carlos,
quedando constituida la ciudad en capital de un Reino que englo-
baba también Sicilia.
Carlos se rodeó de ministros de confianza, quienes formaron
un núcleo de asesores eficaces durante toda su vida, que secun-
daron su liderazgo nato.

EL REINO DE NÁPOLES
Cuando el joven rey despertó a lo real de la realidad, descu-
brió un reino increíble e insólito. Nápoles, la capital, era un caos.
Su población se acercaba a los 300.000 habitantes, superando a
otras grandes capitales europeas; pero aquí se vivía como en una
"casbah" oriental: sin servicios ni nada que se asemejase a una
estructura urbana. Era la capital del gentío, de la masa humana
aglomerada, de la bulla y la desocupación. Carlos de Borbón,
impresionado por aquel espectáculo bochornoso, se reafirmó en
su decisión primera: "Dedicar toda mi atención a mejorar el bien-
estar general de mis súbditos".
Para dar una visión lo más objetiva posible de Nápoles en el
siglo XVIII, sigo los pasos de un profesional reconocido como G.
Orlandi en "II Regno di Napoli nel Settecento" o "II mondo di S.
Alfonso Maria de Liguori" (Spicilegium Historicum Congregationis
Ssmi. Redemptoris, annus XLIV, 1996), sin olvidar a E. Lage,
incansable buceador de las fuentes históricas redentoristas; y
junto a ellos, a especialistas de renombre como Galanti, Lepre,
Ajello, Di Maio, A. Filangieri, Reio, Schipa, Rao y tantos otros, en
cuyas fuentes he bebido y a quienes no cito nominalmente a pie
de página en el primer capítulo, como sería lo correcto, por no
hacer abultada la obra. Valga como explicación.

La ciudad de Nápoles
Nápoles vivía, más que de la política, del tópico de su clima
bonancible y de la riqueza ubérrima de sus campos. Llevaba un
enorme retraso en el desarrollo integral; no así en la miseria.
De hecho, de sus 300.000 habitantes, sólo cerca de 50.000
trabajaban participando en el proceso productivo; todos los demás
eran parásitos, especuladores o nobles que no hacían nada.
Galanti amontonaba hasta 20.000 los pobres de la ciudad.
Las condiciones de vida de la población napolitana eran, en
conjunto, inmensamente mejores que las del resto del reino.

La costa
Se ha calculado que 2.000 kilómetros de costa eran habitados
sólo por el 14%, mientras que el 58% habitaba en las montañas y
colinas, y el 28% en la llanura.
¿Por qué huía la gente de las zonas costeras? Porque toda-
vía, a principios del siglo XVIII, el litoral era insalubre, saturado de
miasmas. Y por miedo a la piratería y a las "razzias" frecuentes de
los berberiscos y piratas. Por eso se instalaban en lugares interio-
res más seguros. Basta pensar que en los veinte años anteriores
a 1555, 400.000 personas habían sido capturadas por turcos y
piratas, lo que arrojaba una media de 20.000 al año, sin contar los
que habían sido asesinados durante sus incursiones. Para prote-
ger de asesinatos, incendios y cautiverios el litoral y sus habitan-
tes, se habían construido en lugares más estratégicos una red de
torres costeras de defensa, bien fortificadas, a una distancia de
sólo dos km.
La flota enemiga ejercía una agobiante presión pretendiendo
el control del mar. En 1722 la flota de guerra napolitana sólo con-
taba con cuatro galeras, siete naves trirremes, algunos navíos
ligeros para maniobras rápidas y varias tartanas para surtir de
municiones de guerra y víveres a la tropa. Descendían hasta las
costas de Sicilia y hasta el Adriático para disuadir con su presen-
cia a los piratas turcos o berberiscos, protegían los puertos, salva-
guardaban los transportes marítimos de tropas y mercancías, escol-
taban los desplazamientos reales o diplomáticos por mar entre
Nápoles y Barcelona.

Campesinos y producción agrícola


¡Qué dura ha sido en todo tiempo la vida de los labradores!
Continuamente mirando al cielo con esperanza o recelo, expues-
tos noche y día a los avatares del tiempo, las plagas, los incen-
dios, las malas cosechas... Tantas veces mal comidos, a expen-
sas de los intermediarios que juegan siempre con ventaja.
Siendo la agricultura la base de la economía del Reino, se
racionalizó el cultivo del campo dividiéndolo en dos partes bien
definidas: la periferia de las ciudades, donde se desarrollaba la
horticultura, y los grandes latifundios, que optaron por los cereales
y pastos dedicados a los habituales rebaños en las aldeas o a la
trashumancia y comercio de la lana. Los cereales continuaron
siendo la base de las familias campesinas.

Caminos
Los caminos y las comunicaciones eran pésimos: bacheados
y enfangados cuando llovía, sin hostales de manutención y repo-
so ... Hasta que todo cambió a mediados del XVIII, cuando apare-
ció una Real Orden por la que se emprendía la apertura de una
vía, a la que todos debían contribuir con una carga tributaria anual,
a fin de conseguir una mejor comunicación entre provincia y pro-
vincia, desde el interior hasta el mar. Al final de siglo, cinco vías
surcaban el reino. Todas las vías convergían en Nápoles. La más
larga no superaba los 650 km.
Hasta entonces los albergues, mejor, posadas y tabernas, eran
generalmente malos, pero los viajeros y transeúntes suplían sus
deficiencias llevando consigo los alimentos necesarios y un míni-
mo de ajuar doméstico. Con la nueva legislación para la estructura
vial y su realización, se sustituyeron las carretas por carruajes tira-
dos por caballos y mulos, sobre todo en determinadas estaciones
del año. Se construyeron posadas donde se relevaban los anima-
les de tiro, paraban las calesas y hasta las novedosas "diligencias"
de cuatro ruedas, capaces de transportar hasta seis personas.
Los desplazamientos ordinarios de las personas se hacían en
cabalgadura, pero sobre todo a pie. Así se comprende que la
Regla de los Redentoristas advirtiera, hablando de ir a misiones:
"Irán a pie, lo más a caballo; sólo por necesidad se permite viajar
en calesa". Imponía uniformarse al modo habitual de viajar que
tenía el pueblo.

La condición de la mujer
La mujer vivía en una total sujeción al hombre. Debía cargar
con los trabajos más pesados, tanto en casa como en el campo.
Además de la diferencia jurídica, también en la clase más pobre
las mujeres tenían que sufrir un trato discriminatorio en el plano
alimenticio, como el destete de las niñas, provocado mucho antes
que el de los niños, o los alimentos más nutritivos reservados al
hijo mayor.
La imposibilidad de hacerse con una dote y, frecuentemente,
la imposibilidad de encontrar a alguien con quien formar una fami-
lia propia fomentaban la prostitución, problema gravísimo que se
afrontó desde la represión. A la solución humana y cristiana de
este problema se dedicó, con celo y compromiso apostólico efec-
tivo, el Beato Jenaro María Sarnelli, abogado, uno de los primeros
compañeros y amigos de S. Alfonso.
En realidad, el oficio de prostituta era una plaga de difícil solu-
ción. En Nápoles las prostitutas vivían en la zona próxima a los
cuarteles de la guarnición, ya que las meretrices pagaban una
tasa de arrendamiento como cualquier otra gabela. La vida de las
mujeres de clase superior era más soportable; socialmente eran
más honradas y respetadas.
En la capital, el galanteo, el teatro, el juego o el baile absorbían
todo el tiempo de las mujeres de condición. La libertad otorgada a
las casadas para tratar con quien quisieran evoca la figura del cici-
beo: el caballero elegido por una dama que aceptaba servirla,
acompañarla en carroza al baile, a pasear... en suma, a entrete-
nerla o divertirla.

La alimentación
El campesino no se alimentaba de trigo. Parte de la cosecha
la dedicaba a pagar el arriendo y a sufragar las tasas. El pan que
comían se hacía de cebada, de maíz, de mijo y, sobre todo, de
centeno, que se consideraba parecido al trigo.
En los siglos XV y XVI el alimento de la ciudad lo constituían la
berza o el repollo. Al repollo se le echaban sustancias grasas como
tocino, sebo de la propia carne cocida, ahumada o embutida, a la
que se añadía, en medida variable, pescado desecado o desalado,
entre el que dominaba el bacalao, el queso, la fruta y el vino. Éste
era considerado como alimento fundamental de la dieta cotidiana;
no así la leche, que se tenía como una especie de medicina.
A partir de 1630 se pasó, poco a poco, a una alimentación
basada en pasta, macarrones, fideos ... Fue así como los napolita-
nos se transformaron de comer repollos a comer macarrones,
insuficiente para proporcionar las sustancias proteínicas que sólo
la carne podía suministrar.
En invierno, el pueblo humilde se alimentaba con pan de polen-
ta de maíz, cocinado con aceite disuelto y sal. El consumo del vino
era excesivo. Además de la patata, comenzó en este tiempo a
difundirse el uso del tomate. Café, té y cacao eran productos que
sólo consumía la clase bien de la ciudad en el siglo XVI.

Condiciones higiénico-sanitarias
La responsabilidad última de la salud pública del reino estaba
confiada al protomédico del reino, quien, de ordinario, era el médi-
co mismo del rey. Ejercía su autoridad sobre los médicos, ciruja-
nos, farmacéuticos, que no hay que confundir con las comadro-
nas, drogueros, barberos, autorizados a hacer sangrías.
El Tribunal de la Salud General estaba encargado de proteger
el reino de toda epidemia y tenia jurisdicción incluso en los cemen-
terios y sepulturas.
Hacia finales del siglo XVIII médicos y cirujanos eran cerca de
2.400, mientras se amontonaban 10.000 matronas, barberos y
demás personal sanitario.
Para el ejercicio de la medicina se exigía haber estudiado en
la Facultad de Medicina de Nápoles o Salerno. Al acabar la carre-
ra, debían seguir un curso de especialización en la Escuela del
Hospital Regio de los Incurables de Nápoles.
También los farmacéuticos debían haber estudiado la carrera
de Farmacia durante tres años. En Nápoles había 100 farmacias
y 2.200 en todo el reino.
Los remedios terapéuticos más en boga consistían en dietas,
purgantes, sangrías o baños. Desde mediados del siglo XVlll la
química comenzó a ofrecer nuevas posibilidades terapéuticas.
En Nápoles había ocho hospitales. No obstante, la cura más
segura será siempre un buen aire, la buena comida y la limpieza:
las tres cosas más descuidadas en el hospital.
Deficitarias eran también las condiciones higiénico-sanitarias
de la ciudad: no tenía cloacas. Como en el resto de las grandes
capitales de Europa, los vasos de noche continuaban siendo
vaciados por la ventana. Por consiguiente, se debía caminar por
el centro de la calle y estar muy atentos a las ventanas para no
sufrir desagradables sorpresas.

Marginación social
Entre los efectos nefastos de la marginación social, uno de los
más graves era el abandono de los recién nacidos. Según Galanti,
su número se elevaba a 25.000 al año. De ellos, cerca de 2.000
se entregaban en la "Annunciata de Nápoles" o centros análogos.
En otras localidades eran abandonados en el umbral de un
convento alejado, en la casa del párroco, del confesor o de las
comadronas públicas. Y para que el expósito no sufriera, "se le
daba opio".
No corrían mejor suerte los que atendía la caridad pública, por-
que muchos morían por falta de alimentación y de cuidados ade-
cuados. De los que sobrevivían, muchos los acogían los labrado-
res y se los llevaban a casa como hijos adoptivos, pero sólo si
eran hombres, no si eran niñas, que, si sobrevivían, acababan
entregándose a la prostitución.

La escuela
La infancia acababa sobre los 6 ó 7 años y comenzaba la
etapa de la latencia que finalizaba a los 14 años, es decir, recién
alcanzada la madurez sexual.
¿Quienes eran los que enseñaban en ese tiempo? El párroco,
la maestra, el maestro del pueblo, el mercenario, el preceptor, la
Orden religiosa o cualquiera que supiera lo más elemental: leer,
escribir y cuentas. Sólo la alta nobleza se permitía el lujo de tener
un preceptor en casa, mientras que las demás familias recurrían
al párroco o a cualquier otro sacerdote, y en los centros más
poblados al maestro de escuela.
¿Entendían la lengua italiana o solo el dialecto? El problema
de la alfabetización era problema conjunto con el de la "dialecto-
fonía". Una muy buena contribución en esta dirección llegaba de
la predicación y, de modo especial, de la de los misioneros popu-
lares, como los Redentoristas.
Eran pocas las mujeres que sabían leer y escribir, incluso
entre la nobleza y la burguesía. En Nápoles los Píos Operarios
hacía tiempo que habían abierto tres escuelas gratuitas para las
chicas del pueblo llano, pero la autoridad apenas ofreció ayuda.
Se les enseñaba a leer y escribir.
En Nápoles y aldeas, en 1685, de los que contraían matrimo-
nio, sólo el 3,5% sabía firmar. Y hacia el final del siglo XVIII, en
1775, sólo el 8,5%. O sea, que durante noventa años la alfabeti-
zación se había estancado.
El grado académico más ambicionado era el de laureado o
doctor en leyes, seguido del de medicina.

Pobres, vagabundos y bandidos


Vagabundos, expósitos y prostitutas forman parte del mundo
de los pobres en el siglo XVIII. Es un mundo que viene la mayoría
del campo y que ocupa la ciudad empujado por la carestía de la
vida, el hambre, la necesidad de esconderse, las enfermedades
endémicas.. . Todo esto hacía que la vida de los pobres se volvie-
ra turbulenta y gravosa.
Estaban también los pobres andrajosos y los "banqueros", así
llamados por los bancos de los mercados, bajo los cuales pasa-
ban la noche y se defendían del frío. Se erigieron albergues para
ellos, como el Real Albergue de S. Gennaro de los Pobres, donde
se cobijaron 800, mitad hombres y mitad mujeres.
Determinadas zonas se veían golpeadas por el fenómeno del
bandolerismo, frente a lo cual el gobierno se sentía impotente. Se
recurrió a los arrepentidos para que dieran información y hasta
una habitación, dejándoles exentos de tasas por un tiempo y pro-
porcionándoles ayudas de diversa consideración.

LA RELIGIÓN EN EL REINO DE NÁPOLES

El clero
En Nápoles, tanto el clero diocesano como el regular era
numerosísimo. En 1734 se estimaba que el conjunto del personal
eclesiástico se acercaba a los 120.000, el 4% de la población.
Los motivos de tanta afluencia al sacerdocio, entre otros, eran:
- El deseo de usufructuar los privilegios de carácter fiscal y
jurisdiccional.
- El deseo de ayudar a la familia en su conservación y creci-
miento.
- El incremento de servicios religiosos.
Comenzó a decrecer la admisión a las órdenes menores a raíz
de las normas adoptadas por pastores celosos, como el cardenal
lnnico Caracciolo y el cardenal Giacomo Santelmo Stuart, quienes
reclutaban el clero diocesano con discernimiento: lo querían ins-
truido, competente, formado en la liturgia y en la catequesis. Otras
razones que contribuyeron poderosamente a la disminución de
clérigos fueron no sólo la desmembración de la propiedad de la
Iglesia, sino, de modo especial, la abolición de la inmunidad fiscal
de los sacerdotes.
Galanti daba un juicio positivo sobre los sacerdotes de su tiem-
po: "En general, son buenos ciudadanos, y entre ellos, los párro-
cos tienen fama de honradez y sabiduría; muchos cultivan el talen-
to inestimable de hablar en público. El clero en las provincias ya
es menos respetado".
En Nápoles encontramos varias clases de clero:
- Los regulares, unos 4.500 entre monjes, clérigos y Hermanos,
que ocupaban 104 conventos.
- Una docena de Órdenes o Congregaciones, jóvenes o
reformadas, pobres y ardorosas en celo apostólico. Eran los mejo-
res auxiliares de los obispos en la predicación del Evangelio, la
animación de los grupos laicales, la dirección espiritual, la educa-
ción de niños y adolescentes.
- Y los sacerdotes pobres e incultos que vivían en provincias.
Más tarde, el mismo Alfonso describirá lo que sus ojos contem-
plaban, sobre todo en la ciudad de Nápoles: Se pavonean en las
calles y en los salones de sociedad, vestidos de seda con hábito
corto, polveada la cabellera, con adornadas bocamangas, con oja-
les de oro en el jubón y hebillas de plata en los zapatos.
No olvidemos que sería tan falso juzgar a todo el clero del siglo
XVlll sólo sobre la base de los abades galantes y pomposos de
las estampas de la época, como de los eruditos redactores de las
gacetas eclesiásticas o del innumerable tropel de los funcionarios
del gobierno pontificio.
Por otra parte, tengamos presente que en el reino había 131
diócesis y cerca de 3.700 parroquias.

Los obispos
En el siglo XVlll continuaba en Nápoles la dinastía de obispos
que provenían de familias nobles. Entre 1740 y 1780, todos los
obispos fueron nacionales. Y aunque parezca una incongruencia,
los obispos elegidos por el gobierno resultaron mejores que los
nombrados por la Santa Sede. Parece que los obispos provenien-
tes de los Institutos religiosos tenían una mayor preparación teo-
lógica, con menoscabo de la jurídica y de la experiencia pastoral.
Existía un fenómeno extendido: el del "absentismo" de los
obispos de sus diócesis, a veces por años enteros, con las conse-
cuencias que son fáciles de imaginar desde el punto de vista pas-
toral. En 1741 eran unos treinta los que vivían en Nápoles. Entre
los motivos aducidos estaban: defender y tutelar cerca de los tri-
bunales de la capital los derechos de la diócesis, negocios a resol-
ver por cuenta de la Santa Sede o del gobierno, motivos familia-
res, etc. Pero los pretextos más recurrentes eran el mal estado de
salud, el aire nocivo, la humedad ambiental de la diócesis, etc. Lo
que no quiere decir que no hubiera obispos verdaderamente san-
tos. ¿Y quién atendía mientras tanto las diócesis? Los vicarios.

La formación del clero


El historiador Locatelli ofrece una interesante información sobre
el clero. A propósito del de Nápoles escribía: "Si bien es cierto que
se encuentran poquísimos sujetos ilustres por su nacimiento, no
faltan, sin embargo, personas dotadas, especialmente eclesiásti-
cas, de vida honrada, de práctica en el gobierno de las almas, y
de cuando en cuando, aparecen los eruditos y sabios de gran
prestigio. A todo esto contribuye no sólo la rigurosa disciplina a la
que se ha-sometido el mismo clero desde los primeros años, la
juventud bien orientada y los ejercicios de piedad a los que deci-
didamente se ha dedicado; hay que añadir también los buenos y
prolongados tiempos dedicados a los estudios que proporciona el
célebre y numeroso seminario de este arzobispado".
La evaluación que hacía Alfonso era muy diferente de la de
Locatelli. Escribía el 18 de junio de 1754 al cardenal Antonino
Sersale, recién nombrado arzobispo de la capital: "Vuestra
Eminencia no encontrará al clero de Nápoles como lo dejó.
Encontrará un clero aplomado y, en consecuencia, un pueblo tam-
bién acabado; encontrará especialmente sin vigor el espíritu de
los ordenandos y, lo que es peor, también en las tres congregacio-
nes de sacerdotes, por medio de las cuales en tantos años se ha
conservado el empuje del clero napolitano, siendo el ejemplo de
todo el reino, y se podría afirmar que del mundo entero, pero que
ahora es para llorar al ver a qué ha quedado reducido".

Los religiosos
Se calcula que en la Italia del siglo XVIII, para una población
de 13.500.000 habitantes, los religiosos eran cerca de 65.000, uno
por cada 208 habitantes. No se puede decir que su fama ante la
opinión pública fuera directamente proporcional a su número, a
juicio de todos excesivo.
En el reino, la disciplina de los religiosos, por muchas y diver-
sas razones, está quizás más relajada que en otros lugares. En el
otro plato de la balanza habría que poner los factores positivos,
como la reforma introducida en varias Órdenes antiguas, la funda-
ción de nuevos Institutos, el florecer de los estudios, la actividad
apostólica interna, las misiones externas, la santidad heroica...
Entre 1806 y 1815 el rey había comprendido la importancia del
trabajo de los Redentoristas,celosos misioneros, y del influjo religio-
so e incluso social en las zonas rurales más abandonadas. Pero no
pudo concederles la plena aprobación de su Congregación, ya que
hubiera estado en contra de la política seguida por su gobierno; se
limitó a dejarles que sobrevivieran sin posibilidad de expandirse.

Monjas, religiosas, bizzoche...


En el siglo XVlll las religiosas en Italia eran cerca de 61.000.
Con el tiempo fueron disminuyendo. Debían presentar un modo de
vivir espiritual y moral bastante elevado, aunque no faltaron cier-
tos desvíos.
Monja de casa o bizzocha era una mujer que sin haber entra-
do en un monasterio o conservatorio de monjas, llevaba una cier-
ta vida religiosa. Usaban un manto que les cubría el rostro, de forma
que parecía un hábito religioso. Por Decreto de la Congregación de
los Obispos, debían emitir voto de castidad, tener al menos 40
años, disponer de una casa y lo necesario para vivir. S. Alfonso las
defendió.
Parroquias
Hemos mencionado que había en el reino 131 diócesis y cerca
de 3.700 parroquias. Demasiadas diócesis, pocos párrocos y mal
distribuidos, porque había un número impreciso de iglesias filiales,
más las "ricettizie" o recibidas. Se trataba de iglesias particulares,
fundadas por un laico y dotadas de bienes, en las que la adminis-
tración y participación de los beneficios estaba destinada "por cuo-
tas" a los eclesiásticos destinados al servicio del culto, que eran
los "ricettizi" o receptores.
Con esto se producían dos males: apenas los sacerdotes mar-
cados con el sello sacerdotal entraban en su iglesia, abandonaban
por completo sus estudios, se disipaban y se sumergían en el
ocio. De esta manera la ignorancia crece entre los eclesiásticos de
día en día, así como los vicios, la vanidad, los juegos, la caza, las
mujeres y otras muchas cosas que deshonran y someten al minis-
terio a la vergüenza de los seglares.
Al mantenimiento de los párrocos se proveía mediante el pago
de la congrua, el cobro de la décima personal, o los impuestos
sobre los predios, que variaban según las diócesis o los lugares.

Vida cristiana
Se puede afirmar que la sociedad italiana del siglo XVlll era
creyente y devota. Asimismo se puede afirmar, en general, que el
pueblo que vive lejos de las vías de comunicación practica una
religiosidad que se pierde en tiempos lejanos y que sólo formal-
mente puede llamarse cristiana.
La piedad napolitana estaba dominada por prácticas diarias,
semanales y mensuales y estaba apoyada en "directorios" o "relo-
jes". Se expresaba y se multiplicaba en prácticas caracterizadas
por su efectividad, de forma superficial y repetitiva, ocultando fre-
cuentemente su vacío interior. De la devoción se cae en el devo-
cionalismo o beatería, que normalmente no es otra cosa que reci-
tación mecánica de fórmulass. Por eso en las zonas internas con-

8 Cf. S . RAPONI, La espiritualidad redentorista de los orígenes: SH C.SS.R n.


44 (1996) 419-497.
tinuaron los cultos y las devociones de herencia pagana o de
secretismo mágico-religioso, ligados a los grandes ciclos de las
estaciones y a fenómenos naturales.
Junto a la superstición, las prácticas religiosas eran frecuentes
y folklóricas, enraizándose menos en una realidad moral. Pero,
por otro lado, hay que perderse en el alma napolitana que ofrece
tantos ejemplos de santidad vivida, propuesta a la veneración del
pueblo, en tantos ejemplos de beatificación y canonización. La
vida religiosa de un pueblo se puede resumir en tres palabras: cre-
encias, conducta y práctica.
La catequesis infantil era impartida en Nápoles sobre todo en
la parroquia. Los clérigos tenían obligación de enseñarla una vez
a la semana. El catecismo se enseñaba también en las escuelas
y colegios dirigidos por religiosos. Escasa debía ser la ayuda a la
enseñanza del catecismo que ofrecían los maestros de las escue-
las públicas o privadas. Los párrocos podían negar el certificado
para casare, si los novios no estaban bien instruidos en la doctri-
na cristiana. Y los confesores podían negar la absolución a los
padres que descuidaban la instrucción de la catequesis a los hijos.
Durante su vida de misionero y obispo, Alfonso fue un incansable
apóstol de este medio insustituible de iniciación cristiana.
A la formación religiosa de los adultos se proveía tanto con la
predicación ordinaria como con la extraordinaria: Cuaresma, tri-
duos, novenas, cuarenta horas.. . pero sobre todo con las misiones
populares. Los párrocos estaban obligados a explicar el evangelio
en todas las misas, los domingos y días de fiesta. También los
párrocos de las aldeas estaban obligados a explicar el evangelio,
los principales principios de la fe y a recitar con el pueblo en len-
gua vulgar el credo, el decálogo, el padrenuestro y el avemaría.
Los que menor atención prestaban a la catequesis eran los
religiosos, razón por la cual sus iglesias eran más frecuentadas.
También se enseñaba el catecismo en las cappelle serotine,
extendidas sobre todo en Nápoles y en otros lugares del reino.
A la carencia de la pastoral ordinaria se subvenía con las
misiones populares, que en el reino tuvieron una particular difu-
sión. Precisamente, alarmado el gobierno por los episodios de
crueldad que se sucedieron en Calabria con ocasión de un terre-
moto, en 1789 propuso a los Redentoristas cuatro fundaciones
calabresas: Catanzaro, Crotone, Stilo y Tropea. El gobierno acu-
dió a los Redentoristas porque conocía bien el celo que desplega-
ban en el mundo rural, en el que la posibilidad de instrucción reli-
giosa era generalmente escasa y muchas veces nula, en especial
para algunas categorías de personas, como eran los pastores.
Este hecho fue el que indujo a S. Alfonso a entregarse a la evan-
gelización de la población de las aldeas.
Refiriéndose a la conducta moral, Galanti confesaba que en
todo el reino los homicidios eran cerca de 600, es decir uno por
cada 8.000 habitantes; dos tercios tenían su origen en las riñas
entre borrachos, y los otros por motivos de celos.
Responsabilidad de muchos delitos era la enorme difusión de
armas, que la autoridad había tratado en vano de eliminar o al
menos de reglamentar. Se pusieron en práctica otros medios más
contundentes, como la cárcel, la pena de galeras, la condena a
muerte, las penas financieras, pero, aunque hubo indicios de cam-
bio de conducta, no fue tan general como era de esperar.
S. Alfonso escribía en la circular del 26 de abril de 1775: "En
cualquier región corrupta, como suelen ser las comarcas de la 'tie-
rra de labor' y donde reina cualquier vicio particular como la blas-
femia, la deshonestidad u otros, hace mucho bien la 'maldición de
los pecadores', habituados a estos vicios".

Práctica sacramental
El Bautismo: Dada la elevada mortalidad infantil de aquella
época, se impartía uno o dos días después de haber nacido. Y en
los casos en que se temía que el recién nacido sobreviviera, la
misma comadrona, instruida por el párroco, procedía a bautizar.
La Confirmación: Hacia los cinco años, los niños comenzaban
la catequesis como preparación de la confirmación. Cada año, el
párroco hacía el cómputo de los niños que debían confirmarse y
de paso comprobaba la calidad religiosa y moral de los padrinos.
La Confesión y Comunión: A los nueve o diez años -nunca
antes del uso de razón, los siete años- los niños eran admitidos a
la confesión y la comunión, después de haber frecuentado la pre-
paración que se hacía en Cuaresma. Posteriormente eran muchos
los que se sustraían a las obligaciones religiosas. En Nápoles,
hacia la mitad del siglo XVIII, un número grande de habitantes de
barrios y aldeas no obedecía a la obligación del precepto pascual;
una cuarta parte de la población no frecuentaba la misa festiva.
El Matrimonio se celebraba en dos fases. La primera consistía
en los "esponsales": promesa voluntaria, consciente y mutua que
los futuros esposos se hacían ante el párroco y ante los testigos.
La segunda parte consistía en la celebración propiamente dicha
del sacramento. En el intervalo no debían frecuentar mucho sus
encuentros por el peligro consabido de adelantar de hecho y con
hechos el matrimonio.
La Unción de los enfermos era el último sacramento que reci-
bían los fieles o, como entonces se decía, el santo óleo o la extre-
ma unción. Debía ser administrada en peligro de muerte, precedi-
da de la confesión y el viático. Los médicos estaban obligados a
suspender su visita durante tres días si el enfermo no se confesa-
ba; y esto bajo juramento. Con frecuencia se llamaba al sacerdote
cuando el enfermo ya no podía hablar. Si llegaba demasiado tarde,
se justificaba la demora en llamarlo con el morbum repentinum o lo
registraba con otro semejante: por abandono de los familiares.
S. Alfonso alzaba la voz contra la costumbre de visitar a los
enfermos, sobre todo a los de alta condición, "reduciendo todo a
ajustar las cuentas para la muerte cuando son ya casi cadáveres,
que apenas pueden hablar, sentir, darse cuenta del estado de su
conciencia y tener dolor de sus pecados".
En lo que toca a las exequias, era raro que se negase a los
difuntos los funerales religiosos.

Las devociones populares


Siempre se ha hablado de un cierto devocionalismo meridio-
nal, íntimamente conexo con el mundo de la magia y con el faná-
tico animismo del que se alimentaba la población campesina del
Sur. Donde hay ignorancia es fácil encontrar superstición.
En cuanto a la fe, campesinos y pastores casi ignoraban quién
era Cristo. Era gente que entraba en la iglesia una vez al año y no
conocía al sacerdote. No es extraño que cultivara toda clase de
supersticiones irrisorias.
Pero no todo era ignorancia, superstición y magia en Nápoles.
La mayoría de los cristianos medianamente formados cultivaba
devociones bendecidas y promovidas por obispos y Órdenes reli-
giosas, como el ejercicio de las cuarenta horas, el reloj de la
Pasión, el rosario, la devoción a la Santísima Virgen, a los santos,
y en especial, en la capital, a S. Gennaro.
Las múltiples cofradías procesionaban, sobre todo en Cuaresma
o Semana Santa, portando los pasos de los diferentes episodios
de la Pasión del Señor en carrozas barrocas y riquísimas.
Era el modo de cultivar la santidad en aquella edad, saturada
de medios de perfección y, al mismo tiempo, de ignorancia, magia
y supersticiones.

A pesar de las dificultades que encontró para actualizar y des-


arrollar su política, en 1759 Carlos de Borbón dejó el reino en con-
diciones mucho mejores de las que lo había recibido 25 años atrás.
Quiso dar a Nápoles un aspecto funcional y cultural. Dotó a la ciu-
dad con el teatro de S. Carlos, que llegó a ser muy pronto una de
las sedes más prestigiosas de la tradición musical napolitana. Fue
construido en 1737, 41 años antes que la Scala de Milán y 51 antes
que el Fenice de Venecia. Llegó a suscitar la admiración de sus
contemporáneos. Pronto aparecieron maestros como Scarlatti e
lncola Porpora. Surgieron grandes artistas como Farinelli, Caffarelli
y otros que dominaron la escena europea.
En arquitectura, Carlos de Borbón favoreció el estilo clásico
con la edificación del Palacio Real, el más majestuoso de Italia.
El mejor pintor de este tiempo fue Solimena, protagonista de la
evolución de la pintura napolitana a partir del naturalismo de
Caravaggio con su tenebrismo.
Gran resonancia tuvieron las excavaciones de Herculano y
Pompeya, promovidas por el rey.
El enlace de Carlos de Borbón con M.a Amalia Walburgo, hija
del elector de Sajonia, despertó en el joven rey el interés por el
conocimiento del secreto de la auténtica porcelana de Sajonia. Sus
deseos quedaron plasmados en la construcción de la fábrica de
Capodimonte. Pronto salieron de ella obras maestras de esmaltes,
motivos florales, porcelanas valiosísimas y los más sorpresivos
objetos de arte exquisito.
Pero la mayor grandeza de Carlos de Borbón fue la decisión
de forjar un pueblo, que pasó de ser súbdito pasivo a vibrar altivo,
porque tenía la conciencia de pertenecer y ser capaz de defender
una patria común.
Contexto familiar

En el siglo XVlll la ciudad de Nápoles, en mayor o menor medi-


da, estaba poblada de palacios, propiedad de una nobleza social-
mente excesiva. Se trataba de edificios de dos o tres plantas que
albergaban a 19 príncipes, 156 duques, 173 marqueses, 42 con-
des y 445 barones, más sus familias y servicio. Todos rivalizaban
en impresionar con apariencias deslumbrantes, externas, aunque
en el interior carecieran de mobiliario y accesorios adecuados al
grado de nobleza del inquilino que lo habitaba. Casi todos se dedi-
caban a la adorable ocupación de dar un culto esclavizante y cos-
toso a la diosa de la "buena imagen". Segun M. Vaussard, todo el
ornato de las habitaciones consiste en cuadros que recubran las
cuatro paredes de arriba abajo, con tanta profusión y tan pocos
espacios libres que los ojos se fatigan más de lo que disfrutan.
La planta primera de la mansión estaba reservada para resi-
dencia de los propietarios del inmueble. En ella no debía faltar
nunca la capilla familiar. Las habitaciones del piso superior las dis-
frutaban los hermanos y hermanas no casados. En el piso inferior
se encontraban los alojamientos, los llamados "bassi" o "piezas a
nivel del suelo", para uso del servicio domestico o para alquilar.
Algunos locales extensivos de la planta baja se destinaban a usos
más prácticos y concretos como eran la bodega, cuadras para
caballos y carrozas.. . Generalmente, dentro del palacio había un
jardín para esparcimiento familiar, defendido por altos muros.
La nobleza, además de vivir durante el año de manera confor-
table, sin casi dedicación ni ocupación, se permitía el lujo de pasar
un tiempo de descanso en el campo. La temporada veraniega
abarcaba desde mitad de junio a finales de julio; y la otoñal, de pri-
meros de octubre hasta el 20 de noviembre. "Las distracciones o
esparcimientos en este tiempo de campo solían consistir en la
caza, la nueva moda del amor sentimental entre la dama y el
caballero 'sirviente' de turno, las bromas, el galanteo de 'la pasto-
rella' ... Y, naturalmente, lo que no podía faltar en Nápoles: música,
danza, banquetes, paseos en carroza, juegos de sociedad y jue-
gos de azar"9.
El 15 de mayo de 1695, en la catedral de Nápoles, tuvo lugar
el enlace matrimonial entre el apuesto oficial de la Armada, alférez
de las galeras reales, don Giuseppe Félix de Liguori y doña Anna
Caterina Cavalieri, ambos de familias de abolengo. Él, con sus 25
años floridos, y ella diez meses menos que él. Doña Anna llevaba
al matrimonio un pingüe patrimonio de 5.000 ducados. A don
Giuseppe, al hacerse cadete de la Armada, le cedió su padre, don
Domingo de Liguori, la quinta de Marianella. Ocultaba también en
su alma el caudal arrebatado de una imparable decisión: llegar a
ser "alguien" en la Marina Real.
Ambos cultivaban un secreto amor tan íntimo y entrañado, que
lo trabajarán y compartirán día a día, durante cincuenta años y seis
meses. Podían estar tranquilos. El desarrollo y la progresiva evolu-
ción de su vida familiar se cimentaba en un patrimonio saneado y
sólido: 40.000 ducados, cantidad notable para aquel tiempo.
El nuevo matrimonio se instaló en el barrio nuevo "de¡ Vergini".
Pero el primer fruto de su amor compartido, Alfonso, no nació en
la parroquia de Santa María de¡ Vergini, sino en Marianella. Fue el
27 de septiembre de 1696. Era la hora del alba. Angelus. Siempre
que estalla la vida, amanece. "Al clarear el día, estaba Jesús en la
orilla.. ." (Jn 21,4).
iMarianella! Qué nombre de timbre tan musical y cargado de
preanuncios marianos. Se diría que se va a comenzar a oír en
cualquier momento el rasgueo de una guitarra y la voz atenorada
de un juglar napolitano.

9 La storia della villigiatura, Roma 1994, 160.


M. C. CARDONA,
2. CONTEXTOFAMILIAR 35

El matrimonio feliz decidió, de mutuo acuerdo, trasladarse a


vivir al antedicho barrio "dei Vergini". De este modo, doña Anna,
una mujer con corazón de lis, no estaría lejos de sus padres, cuan-
do su esposo se viera obligado a ausentarse para cumplir con su
responsabilidad de comandante de la Capitana. Éste es el marco
ideal para que las flores de sus ilusiones de recién casados se
convirtieran pronto en frutos de verdad.
Dios no les decepcionó: desvió el río de la fecundidad hacia
aquel hogar, que se convirtió, en los diez primeros años -ritmo
intenso y cortolo- en un paraíso donde cuatro niños y cuatro niñas
estrenaban el milagro de la vida, compartiendo risas y lágrimas,
juegos y rabietas.
Pero, ¿cómo eran psicológicamente los recién iniciados padres,
don Giuseppe de Liguori y doña Anna Cavalieri? El interrogante no
es baladí, porque nadie niega para un mañana, dentro de la fami-
lia, las consecuencias de una interrelación recíproca, sana o ines-
table, tanto entre los esposos como entre padres e hijos.
El niño es continuidad como la vida, pero también cambio: refe-
rencia constante a las experiencias vividas y apertura a lo nuevo
que siempre está llegando. Como indica J. Bowlby, ninguna varia-
ble tiene sobre el desarrollo de la personalidad efectos de mayor
alcance que las experiencias hechas por los niños en su familia: de
hecho, a partir de los primeros meses en sus relaciones con la
'figura materna'; y en los años de la infancia y de la adolescencia
con 'ambos padres'; en este tiempo, el niño se construye modelos
operativos en que se basarán todos sus programas para el resto de
la vida".
No hay padre ni madre, que, al lado de una cuna, no proyec-
ten en secreto lo mejor de sus sueños brillantes y retadores sobre
quien es ya pan de su carne y flor de su sangre. En la cabeza de
don Giuseppe bullían, con fuerza y precisión de profecías, dos
ideas secretas y ambiciosas: el tesoro de su primogenitura y la
nobleza que corría por las venas de aquel recién nacido, ajeno, de

VIDAL,La familia en la vida y en el pensamiento de Alfonso de Liguori,


10 M.
Madrid 1995, 82.
momento, a lo que no fuera agarrarse a los pechos maternos para
sobrevivir. Este doble privilegio era el cuerno de la abundancia
que él imaginaba derramado a lo largo de su vida en forma de títu-
los, poder, riquezas, influencia social y un matrimonio deslumbran-
te que haría un día de su primogénito el gentilhombre más brillan-
te y poderoso del reino.
Todo hombre tiene derecho a soñar lo mejor para sus hijos. Lo
malo es que a veces confundimos nuestros sueños con el sub-
consciente traumatizado.

PERFILDE DON GIUSEPPE


He aquí algunos datos objetivos sobre don Giuseppe que no
admiten interpretación. Huérfano de madre a los seis años, vive su
infancia, como un extraño, al lado de una madrastra, una herma-
na mayor, que no es la suya, y dos hermanas menores. Carencias
afectivas.
Un día, el todavía adolescente Giuseppe tuvo una reacción de
hipercompensación. Dio un salto hacia adelante, tomó una deci-
sión y fue el comienzo de la historia de un hombre que se hizo a
sí mismo. Podía haber tomado la contraria, ante tanta desprotec-
ción afectiva, y haber caído en complejos de inferioridad y falta de
autoestima. Pero no. Con semejante pesadumbre de carencias
afectivas, compensa tanta laguna de sentimientos fundantes ins-
cribiéndose en la Marina como "aventurero", como se llamaban
entonces, es decir, por "cuenta propia".
El joven don Giuseppe comienza a ascender el escalafón
desde abajo, desde el primer peldaño. Su orgullo no admite protec-
cionismos de ningún tipo. Día vendrá en que, ascendiendo grado a
grado en la escala de la jerarquía militar, llegará a ser comandan-
te de esa misma galera Capitana, nave trirreme, movida por los
brazos nervudos y enjutos de 400 galeotes y defendida por 105
oficiales y soldados, que protegían y limpiaban de piratas, corsa-
r i o ~y berberiscos una de las playas más suaves y sedosas de
todo el mundo.
Fue un hombre coronado por los laureles del éxito. Consiguió
prestigio profesional, social, económico, de familia numerosa...
como convenía al estilo clásico. La lucha por la vida hace pasar a
don Giuseppe de la nada a tener un carácter fuerte, a ser un
luchador nato, exigente consigo mismo y con los demás, un hom-
bre ávido de ganancias y de promociones. Todo se lo deberá a su
corazón de acero y a su energía. Los hombres son lo que es su
voluntad. Y así fueron sus objetivos irrenunciables, encapsulados
en una rigidez notable.
Este hombre, que cuando ingresó en la Marina Real no perci-
bió sueldo alguno teniendo que asegurar su propia subsistencia,
siente un día cómo se desata en él la ambición de la riqueza. No
era propiamente ambición, sino la compensación justa a su vida
de niño pobre, en que todo lo tenía tasado. Hay algo peor que la
pobreza: la escasez obligada con premeditación egoísta por su
madrastra.
Ahora es consciente de que también necesita el dinero para
dar a sus hijos un porvenir digno del nombre que llevan, para
potenciar en sociedad la imagen que le aureola y para proseguir
su marcha ascendente de gentilhombre del reino. Para conseguir-
lo, invierte capitales en empresas de tabaco, sal, seda, aceite, hie-
rro, harina. En 1714 crea y preside una explotación de madera
para suministrar a la Marina Real, y carbón pulverizado para fabri-
car pólvora.
El fundador de la escuela psiquiátrica de Logoterapia, el aus-
triaco V. Frankl, escribe a propósito del sentido de la vida: "Lo que
de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud
hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y, des-
pués, enseñar a los desesperados, ya que en realidad no importa
que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de
nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el sig-
nificado de la vida, y en vez de ello, pensar en nosotros mismos
como seres a quienes la vida les inquiere continua y constante-
mente. Nuestra contestación tiene que estar hecha no de pala-
bras, ni tampoco de meditación, sino de una conducta y una
actuación recta. En última instancia, vivir significa asumir la res-
ponsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas
que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continua-
mente a cada individuo"l1.
Vivir es estar siempre creando, haciendo opciones. No se tie-
nen los años cíclicos que uno cumple, sino los que se viven. Hay
quienes se glorían de sus 20 años floridos y tienen una mentali-
dad de rancio. Y hay quien cuenta 80 años y vive con el afán de
los 50. No son los años cronológicos que se tienen, sino los que
se viven con embriaguez creativa.
A don Giuseppe la vida le fue planteando interrogantes impre-
vistos y espinosos. Él fue respondiendo desde su perfil psicológi-
co acusado, marcado con un sello muy fuerte y bien definido. Vivía
seguro, apoyado en una autoestima positiva y respetable.
En realidad, fue un eterno buscador de cargos, ascensos, posi-
ción e imagen social, hasta instalar su vida en la ambición y el orgu-
llo. El 20 de mayo de 1702, cuando el rey Felipe V de España hace
su entrada solemne bajo una lluvia de flores, el estruendo de los
cañones, la algarabía de las campanas y el griterío del pueblo, la
nobleza más linajuda forma la guardia de honor. Don Francisco y
don Carlos Capuano llevan las bridas del caballo real. Con otros
tres caballeros, don Giuseppe empuña una de las varas del paliol2.
Sin embargo, don Giuseppe no era un obseso sicótico de su
posición social. Al contrario, cuanto era y tenía: cualidades, pro-
yectos, dinamismo, vitalidad y sentimientos.. . los volcaba esplén-
dido en su familia, sobre todo en su primogénito, Alfonso.
Así, cuando llegó la hora de escolarizar a su primogénito, lo
hizo de tal manera que estudiara en casa, sin salir del propio hogar;
de esta forma lo alejaba de compañías peligrosas y lograba que se
concentrara unidimensionalmente en los estudios. Eligió a un pre-
ceptor sabio, de conducta sumamente morigerada y temeroso de
Dios: don Domenico Buonachia, sacerdote calabrés, profesor titu-
lado en gramática, humanidades y poesía latina e italiana, que le
enseñó, además, filosofía, geografía y cosmografía.

11 V. FRANKL, El hombre en busca de sentido: Cuadernos de Oración, n. 76


(1990) 12.
12 Cf. R. TELLER~A,S. Alfonso M." de Ligorio, 1, Madrid 1950, 12.
2. CONTEXTO
FAMILIAR 39

Luego aprendió arquitectura, y no debió de ser a flor de agua,


puesto que lo veremos más tarde bosquejando los planos de resi-
dencias, como Pagani y Ciorani, que continúan prestando los mis-
mos servicios que el día en que se inauguraron.
Por medio de Francisco de Jerónimo (San) don Giuseppe fue
introducido en la escuela de Solimena, arquitecto, pintor y escul-
tor, el genio de la escuela napolitana del XVIII. En su academia fue
donde Alfonso aprendió a manejar los caballetes, las paletas, los
pinceles, el dibujo, los colores y la profundidad de sus cuadros,
como el de Jesús en la Cruz, la Madonna y otros.
Con la erección del teatro de S. Carlos por el rey don Carlos
de Borbón, Nápoles se convirtió en la abanderada misionera por
Europa del be1 canto. Nápoles es música. Apenas se han pasado
los Alpes, cuando la música se presenta sin buscarla. El violín, el
arpa, el canto te detienen en las calles. Cuando más se adentra
uno en Italia, tanto más se acerca la música a la perfección.
Nápoles es su punto culminante.
"Las actividades musicales estaban patrocinadas por una mul-
titud de instituciones religiosas y por cuatro conservatorios. Todo
era pretexto para el espectáculo y el teatro. La teatralidad exalta-
ba la efusión religiosa. Nápoles encarnaba la irrefrenable tenta-
ción del trastorno, el delirio, la pasión. La ciudad de Nápoles del
comienzo del barroco era la subversión, lo imprevisible, la vida"
escribía Antonio Florio.
Por eso don Giuseppe puso un maestro de música al servicio
de Alfonso, desde su más tierna edad, hasta hacer de él un maes-
tro del clavecín. Concurrieron en Alfonso varios factores para ello:
su sensibilidad musical, ser napolitano, haber frecuentado los
Oratorios de los Filipenses y los tres años que tomó lecciones de
contrapunto del célebre Gaetano Greco, quien tuvo alumnos tan bri-
llantes como D. Scarlatti, Nicola Porpora, G. B. Pergolesi, Leonardo
Vinci, todos ellos condiscípulos de Alfonso. ¿De dónde iba a brotar
la obra maestra del Duetto o el popular villancico navideño que se
canta en toda Italia: Tu scendi dalle stelle y tantos otros?
Este capitán de acero, tan encumbrado y cargado de respon-
sabilidades, infunde respeto y sumisión, sobre todo a Alfonso. Sin
embargo, bajo aquel exterior temperamental, pronto al imperativo,
y de voz cortante y seca, latía un corazón hambriento de compren-
sión y ternura que no había tenido en la infancia. Cristiano profun-
do, vivía su fe y confianza inquebrantable en Dios, alimentada por
la santidad de S. Francisco de Jerónimo y ejercitada luego en los
avatares siempre imprevistos del mar, en el amor fiel y noble a su
esposa y en la dedicación exhaustiva a sus hijos. "Si quieres
aprender a rezar, adéntrate en la mar".
Cuanto estaba en tierra era todo un caballero cristiano, de una
pieza. Frecuentaba la iglesia y los sacramentos, solo o en compa-
ñía de su amada esposa y su bullanguera prole. Cada año hallaba
tiempo para alejarse de la Capitana y los azares sorprendentes de
la mar, y hacer ejercicios espirituales, organizados por los Padres
Jesuitas en la Connochia, o con los Lazaristas del Borgo dei
Vergini. Unos y otros estaban dirigidos por afamados directores
como el jesuita Nicola M.aBoviglione o el lazarista Vincenzo Cutica.
A bordo de su galera, el puesto de mando estaba adornado con
varias estatuillas de madera pintada: Jesús agonizante, Jesús fla-
gelado, el Ecce Homo, Jesús coronado de espinas y Jesús Ilevan-
do la cruz. Aquello, más que cabina de mando de un tan altivo almi-
rante, parecía un oratorio de monjas piadosamente untuosas. No
llevaba de adorno aquellas imágenes precisamente de la Pasión.
Él mismo confiesa con sencillez que le estimulaban a la oración
secreta: "Esta devoción a Cristo paciente me ha valido de muchas
y grandes gracias. Ella me libró de las manos del turco"l3.
Don Giuseppe, oficial de la Marina militar napolitana, coman-
dante de la galera la Capitana, autoritario, era ímpetu y dinamismo,
todo vitalidad. Pero, ¿no son sus reacciones bruscas y cortantes,
consecuencia de su pobreza inicial, del huérfano de madre que
nunca asumió, de sus carencias afectivas, de toda una vida mascu-
lina exclusivamente de milicia y cuartel, de una voluntad compacta
y consistente, siempre en lucha, superando obstáculos difíciles,
como su existencia le iba presentando y en tan diversos frentes?

13 T.REY-MERMET,o. c., 36.


2. CONTEXTOFAMILIAR 41

PERFILDE DOÑA ANNA


Y doña Anna Cavalieri, la madre de S. Alfonso, ¿cómo era?
Escribe A. Tannoia: "Son demasiado bien conocidas en Nápoles
las raras cualidades de esta gran dama. Mujer de oración y ama-
ble con los pobres, austera con ella misma, se afligía de continuo
con frecuentes ayunos, cilicios, flagelaciones y otros medios de
heroica penitencia. Nunca iba a los teatros, ni fue amante de ter-
tulias, sino que se quedaba atenta a Dios y a sí misma. Se la veía,
sobre todo, solícita del cuidado de sus hijos y de sus deberes de
esposa1'.Recitaba el Oficio como una religiosa claustral.
Ante tales afirmaciones, surge espontánea una batería de inte-
rrogante~:¿Era esto una inmersión retroactiva, una fijación más
honda en el mundo recogido de las cappuccinelle riformate donde
había vivido por espacio de diez años, aprendiendo a leer, escri-
bir, algo de gramática, cocina, bordado y bellas artes? Porque
doña Anna se había encontrado de sopetón con otro mundo de
responsabilidades matrimoniales, familiares y sociales, tan dife-
rente al mundo introvertido de las monjas, otro mundo para el que
no estaba preparada. ¿O lo descrito por el biógrafo son pincela-
das tópicas, comunes y exageradas del cronista para decirnos que
doña Anna era una dama aristócrata de espíritu y piadosa, no
superficial ni casquivana como tantas de la nobleza que practica-
ban el "cicibeísmo"? ¿Nadie le había hablado de la espiritualidad
matrimonial?
En la práctica, aquello era una vida cristiana más de convento
que de casada. Hizo de su persona y de su casa una prolongación
del monasterio: horarios, oraciones, penitencias. Todo apunta a un
clima conventual, vivido en la adolescencia y del que todavía no
se ha desprendido. Todo se identifica con el ambiente único que
ha vivido hasta casarse.
Más tarde escribirá su hijo Alfonso en su más valorado libro de
espiritualidad, "Práctica del amor a Jesucristo": "¡Cuán fuera de
camino andan, dice S. Francisco de Sales, cuantos cifran la san-
tidad en cosa que no sea amar a Dios! Algunos cifran la perfección
en la austeridad de vida; otros en la oración; quienes, en la fre-
cuencia de sacramentos, y quienes, en el reparto de limosnas;
mas todos se engañan porque la perfección estriba en amar a
Dios de todo corazón. En consecuencia, no se trata de un grupo
selecto de almas místicas, sino de todo cristiano que aborrece el
pecado, porque todos son llamados a la santidad. Dios quiere que
todos seamos santos, pero cada uno en su estado: el religioso
como religioso, el seglar como seglar, el sacerdote como sacerdo-
te, el esposo como esposo, el mercader como mercader, el solda-
do como soldado, y así hablando de cualquier estado"l4. Es lo que
tiempos después sintetizaría Guy de la Mauridi: "Es necesario flo-
recer allí donde Dios nos ha plantado".
Habría que haber recordado a doña Anna la espiritualidad de
lo cotidiano, haberle enseñado que la vida normal es el lugar
común donde se encuentra a Dios. Es pura ilusión intentar esca-
par de nuestro "habitar detrás de ideales soñados, olvidando,
mientras tanto, situaciones reales. Vivir la mística de lo cotidiano
no es otra cosa que la vivencia de Dios en lo reiterativo de cada
día: vivir en unión de familia y compartir cada alegría, cada sufri-
miento, cada problema, da consistencia al amor y aprieta los cora-
zones entre sí al gusto de Dios.
Pero el cambio de vida fue tan violento que en un principio
quedó desorientada. Como reacción, se refugió en lo vivido den-
tro de los muros del convento. "La educación de Alfonso no fue
confiada a otros, como era usual entre los nobles... Muy al tanto
de sus obligaciones, doña Anna tomó con toda solicitud su tarea:
no dejó que ningún extraño fuera quien instruyera a su hijo en sus
deberes cristianos, y lo mismo hizo con los demás frutos de las
propias entrañasVl5.
Por el testimonio de su hermano don Gaetano sabemos que
doña Anna, cada mañana, bendecía a sus hijos y hacía que ofre-
cieran las obras del día al Señor. Por la tarde les enseñaba el cate-
cismo, y después, todos juntos, rezaban el rosario. Tenía muchísi-
mo cuidado de que sus hijos no se juntaran con niños de su edad
maliciados tempranamente por la vida. Cada semana los llevaba a

ALFONSO,Práctica del amor a Jesucristo, Madrid 1987, 63.


14 S.
M. TANNOIA,
15 A. Della vita ed istituto del Ven. S. di D. Alfonso M. Liguori.
Vol. 1, Napoli 1798, 5.
2. CONTEXTOFAMILIAR 43

confesar con don Tommaso Pagano, confesor y pariente suyo.


"Según avanzaba Alfonso en años, así crecía la solicitud de la
madre... Ella misma lo instruía prácticamente en el modo de saber
orar y en los deberes de un caballero cristiano. Le inspiraba el
horror al gran mal que en sí es el pecado, al infierno que merece,
y la pena que la menor ofensa causa al corazón de Jesucristo.
Todo hacía impresión en Alfonso"l6.
Desde una perspectiva psicológica, cabe hacerse algunos
interrogantes objetivos: Cuando doña Anna se casa, ¿qué expe-
riencia tiene del mundo exterior o vida no conventual? ¿Qué sabe
de una familia numerosa de niños de edades diferentes?
Lo objetivo y patente es que ejerce, al mismo tiempo, la inten-
sidad de la maternidad y su bisoñez. En los diez primeros años es
madre de ocho hijos. El mayor es Alfonso. Hace de su hogar una
prolongación del convento. Educa religiosamente a los hijos con
prácticas semanales y oraciones más propias del monasterio.
Trata a todos con gran sensibilidad propia y caridad conventual.
Aparece como superprotectora en lo religioso, en la vida ordinaria,
en el cariño, defendiendo la familia de un mundo exterior que no
conoce y contra el que tiene prevenciones.
Nápoles es vida, exaltación del sentimiento, desbordamiento.
Precisamente lo opuesto a la vida que ha vivido Alfonso, determi-
nada por las exigencias del padre, a fin de hacer de él un grande
el día de mañana.

¿Qué supone para Alfonso su padre don Giuseppe? Entender la


vida como norma minuciosa y, en consecuencia, el cumplimiento
del deber. Un elevado nivel de exigencias. El imperativo de supera-
ción. Necesidad de no fallar, ni defraudar a su padre que es una per-
sona autoritaria, impositiva, exigente. Una religiosidad honda y viril.
En resumen, tres palabras: rigidez, perfeccionismo y fe recia.

16 Ibídem, 5-6.
¿Y cuál fue la influencia psicológica de la madre? Un protec-
cionismo exagerado con su primogénito que le creó inseguridad.
Lo envolvió en un clima de gran riqueza afectiva, pero bloqueada
en sus manifestaciones exteriores, lo cual le crea hipertrofia del
funcionamiento cerebral.
"Las energías de vida se canalizan normalmente por cuatro
conductos: la actividad intelectual, la acción, la sensibilidad y el
corazón. El corazón es el canal más importante. Cuando está blo-
queado, las energías buscan correr por los tres canales restantes,
provocando una hipertrofia de estos modos de funcionar"l7.
La hipertrofia del funcionamiento cerebral se da en los muy
dotados intelectualmente,que compensan con éxitos intelectuales
sus frustraciones afectivas, retrasos afectivos o faltas de expresio-
nes exteriores afectivas.
Doña Anna les habla a sus hijos constantemente del pecado
como ofensa a Dios y merecimiento del castigo eterno del infier-
no. Tanta "inflación" de pecado, propia de aquel tiempo, tanta
insistencia en el infierno... explicaría los escrúpulos de conciencia
o neurosis obsesiva de contenido religioso o moral de Alfonso, y
la imagen desfigurada de Dios Padre.
La sociedad ambiente reza al Dios omnipotente, teme la justi-
cia divina en relación con el pecado y el infierno. Pocos o nadie le
hablan del Dios Amor. Cultiva el devocionalismo fácil, un pietismo
de consumo, con tendencia a deslizarse hacia un cristianismo sin
compromiso, fronterizo a las supersticiones de todo pueblo religio-
samente indocto.
Doña Anna aparece como una mujer que cultiva su fe. Es la ter-
nura hecha carne, austera, enemiga del "cicibeísmo" y superíiciali-
dad social. Formó a su hijo Alfonso en una conciencia delicada al
borde de la irritación de la piel del alma; lo preparó para el contac-
to íntimo con Dios y para una devoción filial a la Santísima Virgen.
Sabe desenvolverse con soltura y altura en las recepciones de
gala y en las fiestas de sociedad que su esposo daba en su pala-

17 Cursos "Personalidad y relaciones humanas" (PR.H.1. La madurez afecti-


va, 7.
2. CONTEXTOFAMILIAR 45

cio. Es respetuosa con el servicio, que la adora porque ve en ella


a una "señora" cercana y sin anillos, que se desvive por todos,
porque todo esté siempre a punto y la casa rezume sabor y calor
de hogar.
Como esposa es sumisa y enamorada de su marido. Añora
nostálgica, en silencio, las ausencias obligadas de su consorte en
la mar. Vive con devoción hacia él. Es inteligente y sabe serenar
las pequeñas o grandes tormentas que a veces se levantan en su
hogar. Es un puente seguro entre su esposo, autoritario y avasa-
llador, y su hijo Alfonso, sensible y fiel cumplidor del cuarto man-
damiento. Entre madre e hijo primogénito se da un lazo afectivo
de cariño y cuidado en un contexto positivo. Alfonso aparece
"determinado" en la búsqueda de su madre y "seguro" del cariño
que ésta le brinda en el momento en que la encuentra.
"Doña Anna tuvo exceso de afecto paterno y carencia total de
afecto materno. No es difícil suponer que se diera en ella la ten-
dencia a compensar la carencia materna con exceso de afecto
posesivo hacia los hijos, y que el exceso de protección paterna se
tradujera en indefensión propia, manifestada ésta en la debilidad
psicológica de una conciencia escrupulosa"l*.
No cabe duda de que doña Anna era un tipo obsesivo compul-
sivo, es decir, escrupulosa. Los escrúpulos son signos de insegu-
ridad básica, mucho más si la infancia ha estado superprotegida,
el ambiente es religioso y prima en él la obsesión del pecado.
A ello hay que añadir la predisposición de personas hipersensi-
bles como Alfonso, con una emotividad superior a lo normal, con un
acusado sentido de culpabilidad, a las que les afectan las tensio-
nes emocionales o hechos impactantes como disgustos, ambiente
inseguro, sobresaltos hondos.. .
Se pueden adquirir también los escrúpulos por imitación sub-
consciente de los comportamientos paternos que desembocan a
veces en fuertes tensiones. Nadie nace seguro, ni inseguro; se
aprende a serlo en la etapa oral. Una madre insegura transmite
inestabilidad, cuyo fruto inmediato es una imagen negativa, inse-
guridad, falta de amor y de cercanía, es decir, transfiere una pato-
logía obsesiva como es el escrúpulo.
La persona crece y madura cuando vive en confianza; y vive
en confianza cuando se siente amada. Por el contrario, cuando el
niño no se siente amado, no siente confianza y corre el peligro de
retrotraerse a etapas anteriores y sufrir un fenómeno de fijación.
De ahí le viene a Alfonso el sufrimiento íntimo que carcomió
sus horas, calladamente, durante toda su vida. ¡Tenía una psique
tan sensible!
Pero doña Anna tatuó en la sensibilidad más honda de su pri-
mogénito lo mejor que una madre puede grabar, no con sus ideas,
ni con sus consejos, sino con sus vivencias más entrañadas.
"Sobre todo se veía empeñada doña Anna en inculcar en el alma
de sus hijos un ardiente amor a Jesucristo y una confianza filial en
la Santísima Virgen María"l9. Sin darse cuenta, puso en el alma de
su primogénito lo que había de ser el grito de guerra, que acom-
pañará en adelante todas sus empresas: ¡Viva Jesús, mi amor, y
María, mi esperanza!
La infancia no siempre es un bello paraíso perdido que evoca-
mos más tarde con nostalgia. Es un campo de semillas que ger-
minan en silencio y un día estallan en confidencias. Alfonso con-
fesó en una ocasión: "Todo el bien que reconozco haber hecho en
mi infancia y el mal que pude evitar se lo debo a mi madre"20.
¿Todo? ¿Y su formación espléndida, humanista y profesional,
completa? ¿Y los medios formativos que su padre organizó y puso
a su alcance con ilusión, aunque también con segundas intencio-
nes de intereses creados, para hacer de él un estudiante brillante
en cualquier faceta cristiana, humana, cultural y científica, en vista
a alcanzar las cumbres de un mañana social encumbrado? ¿Y el
denso y positivo tejido económico que su padre fue urdiendo con
vistas a la familia, pero sobre todo al primogénito? ¿Y los sanos
ejemplos que don Giuseppe le dio siempre como caballero perte-
neciente a la nobleza, como cristiano auténtico que no sólo cum-

19 A. M. TANNOIA,
O. C. Vol. 1, 5.
20 Ibi'dem, 7.
2. CONTEXTOFAMILIAR 47

plía, sino que cuando estaba en tierra practicaba con su primogé-


nito yendo, por ejemplo, a los ejercicios espirituales, o como alto
profesional de la Marina Real con una hoja de servicios intacha-
ble, y como cabeza de familia que buscaba siempre lo mejor para
los suyos?
Esto nos descubre, inconscientemente, las fricciones cons-
tantes y hasta la no aceptación de la figura del padre en aquella
familia. Doña Anna lo amó, tras la efervescencia y novedad pri-
mera, como en sordina por razones de idiosincrasia personal, por
cumplimiento de sus deberes cristianos y matrimoniales, y por
imagen social.
Alfonso no llegó nunca a integrar la imagen del padre como la
forma visible y normal que organizaba la familia. Esto, que puede
resultar llamativo, se debe al papel cultural preponderante que el
padre desempeñaba en aquella sociedad, y más dentro de la aris-
tocracia. En ella "domina de forma incontrastable la figura del
marido-padre, cuya voluntad es absoluta, indiscutible y, en cuanto
tal, sustraída a la apelación"21.
Sintetizo las causas del volumen de estas fricciones paterno-
filiales que la inteligencia ávida, de frontera y sintetista de M. Vidal
concreta así: "El padre 'representa' el linaje de cara a la familia y
a la sociedad. Él es quien 'dirige' la economía de la casa, en cuan-
to elemento decisivo del prestigio hacia fuera y de la forma de vida
hacia dentro. Él es quien 'distribuye' las orientaciones vocaciona-
les de sus hijos"22.
Alfonso no se reveló nunca contra su padre, sino contra la ima-
gen que él representaba, ya que le encorsetaba y muchas veces
le impedía ser él mismo. Hay una constante de episodios que, leí-
dos fríamente, evocan el asesinato del padre o la supresión del
hijo, sobre los que escribirá Freud.
-Alfonso se muere, dice la madre llorando.
-Que se muera.. .

21 L. M. LOMBARDI, Piu padre, meno padrone. A. DE SPIRITO


(a cura di), Sua
famiglia, Roma 1993, 95.
22 M. VIDAL,O. C., 89.
"Pido a Dios que te saque a ti o a mí de este mundo". Es el
bofetón que don Giuseppe propinó a su hijo Alfonso, siendo ya
una de las primeras figuras del foro napolitano, cuando reconve-
nía a su padre para que dejara de reñir a un criado, porque éste
se había olvidado de encender una antorcha al terminar una fies-
ta de sociedad dada en su palacio. Creo que R. Tellería ha dado
plenamente en la diana cuando escribe que la sangre de los
Liguori propendía a los arrebatoszs.
No se puede entender a S. Alfonso si no se entiende Nápoles
y el carácter, las cualidades psíquicas y afectivas que condicionan
el alma napolitana. Nápoles es alegría, disponibilidad, familia
pronta a solidarizarse con cualquier miembro de la misma que lo
precise. Nápoles es amigo de la vida, de la luz y de la música. Los
napolitanos aman la esperanza porque se ven amenazados de
continuo por dos imprevistos siempre sorpresivos: el Vesubio y la
mafia. Es el Nápoles que unas veces exagera los sentimientos y
otras la violencia, que sabe respetar el momento justo en que las
leyes pueden no ser respetadas. Por eso se ha dicho: "Ver
Nápoles y morir". No es exacto; más bien habría que decir: "Ver
Nápoles y no morir para volver ... y vivir".
Cuestión de genética, pero con consecuencias graves. Alfonso
quedó marcado para siempre, y sin la simbólica del "padre"; por
eso compensó buscándolo en la figura de guías espirituales, direc-
tores, consejeros y personas profesionales en el discernimiento,
cuando estaban en litigio asuntos graves. Más tarde, cuando ya
Alfonso fundó y se consolidó la Congregación redentorista, hicieron
las paces, y hasta el altivo comandante de la Capitana pidió al final
de sus días entrar como Hermano en la misma residencia donde
Alfonso estaba de superior. Éste no lo creyó conveniente y le orien-
tó diplomática y certeramente hacia una espiritualidad laical, vivida
en el mundo.
¿Cuál fue el papel de doña Anna entre padre e hijo? No se
puede negar que hay un centrismo de la madre por varios motivos,
ante todo, por las ausencias obligadas del padre en el mar. Ahora

23 San Alfonso Marla de Ligorio, 1, 90.


Cf. R. TELLER~A,
2. CONTEXTO
FAMILIAR 49

bien, por las consecuencias inmediatas que esto tuvo en la familia,


ella tenía que llenarla de afecto y cercanía, pero sustitutivamente
también "de autoridad y de orden"; tuvo que transmitir su religiosi-
dad y su fe, así como cultivarla esmeradamente en todos y cada
uno de sus hijos; en una palabra, hubo de cuidar cuanto significa y
entraña organizar y llevar una casa psíquica y cristianamente. Si a
esto añadimos la influencia que la madre ha tenido siempre en tie-
rras napolitanas, arroja como consecuencia la química afectiva que
siempre existió entre madre e hijo. Su corazón de mujer sufrió
mucho porque estuvo tirado por dos fuerzas contrarias y a veces
contradictorias: su esposo y su hijo. Ella fue el ángel intermediario
que siempre supo poner paz donde había guerra24.
Desde la teoría del "apego" de Bowlby, entendido no como
inmadurez afectiva sino como lazo afectivo de cuidado y cariño25,
podemos concluir diciendo que en el contexto familiar donde vivió
Alfonso hubo dos potencias de influencias activas y troquelantes:
la de doña Anna, a nivel de afectividad, religiosidad, intuiciones,
desvelos y organización práctica y efectiva de la familia; y la de
don Giuseppe, constructor eficaz de los modelos operativos inter-
nos que persistieron durante toda la vida en Alfonso. Ambas se
reflejan en sus escritos.
La figura del padre tiene una relevancia mínima en sus escri-
tos; ocupa un puesto poco brillante. Cuando Alfonso habla de la
Sagrada Familia, la figura de S. José la reduce al oficio de gober-
nar y la de Jesús a obedecer. El padre ama a sus hijos connatu-
ralmente y el hijo le debe, sobre todo, respeto.
Nadie duda de que la espiritualidad de S. Alfonso sea cristo-
céntrica. Habla, sí, del Eterno Padre, de Dios sin más. ¿En estos
datos significantes no están aflorando las relaciones distantes con
su padre? En cambio, cuando faltó su padre, lo echó de menos y
enalteció su figura sin reservas y con calificativos de afecto hacia
él, cada vez que escribía a sus sobrinos. Circunstancia que lo
mismo ocurre en sus escritos.

24 Cf. Zbfdem, 88-91.


25 J. R. PRADA, La madurez afectiva: Studia Moralia n. 43 (2005) 498.
En contraste, la figura de su madre aparece siempre aureolada
de amor y confianza. Toda ella es entraña de compasión y cerca-
nía. De ella habla o escribe con más frecuencia. La madre ama a
los hijos con un amor necesario, sin precisar obligación alguna; ins-
pira confianza; tiene autoridad sobre los hijos; siente como propios
los dolores de los hijos, y los ama más cuando los ve en peligro.
Quien honra a la madre, honra al hijo.
No hemos de olvidar el papel preponderante que siempre ha
tenido la madre en la cultura meridional, en la que se reconoce una
"simbiosis entre madre e hijo"26.
Cruces de influencias psicológicas, mutua interacción incons-
ciente entre padres e hijos... es la vida y las circunstancias que
van marcando silenciosamente a las personas en su maduración
progresiva. Cierto, pero el matrimonio de don Giuseppe y doña
Anna Cavalieri, así como la relación con sus hijos y su vida social
funcionaron con la normalidad habitual de su ambiente. Y es que
todo matrimonio es de tres: él, ella y el amor.

26 A. DE SPIRITO, Antropologia della famiglia meridionale, Roma 1983, 10-


11; Cf. M . VIDAL,O. C., 246.
Mascando a solas
la amargura del vacío

El siglo XVI es uno de los siglos más convulsos de la historia


religioso-cristiana, marcado por acontecimientos trascendentes.
La Reforma protestante y su irrupción agresiva en Europa desata-
ron una cadena de cambios profundos en todos los órdenes
humanos: social, político, religioso, artístico.. . Como consecuen-
cia del alto voltaje negativo, el optimismo, el equilibrio, el humanis-
mo del Renacimiento entraron en crisis. Europa se dividió en dos.
La fe de muchos cristianos, sacudida por la crítica radical de las
estructuras hasta ahora vigentes en la Iglesia, comenzó a tamba-
learse al vacilar los cimientos en que se apoyaba.
Como reacción a una de las mayores revoluciones religiosas
de la historia surgió la Contrarreforma. Sólo el murallón inexpug-
nable de un concilio sería capaz de detener las aguas revueltas y
convulsas en la Iglesia. Y se convocó el Concilio de Trento.
Mientras el protestantismo intentaba renovar la fe de los cris-
tianos mediante el pietismo y el metodismo, el Concilio de Trento
afirmó las verdades dogmáticas y propició todo cuanto favorecie-
ra la fe. Estimuló un nuevo modo de vivir la liturgia, más vital y
gozoso. Fomentó entre los creyentes las grandes manifestaciones
del culto, que les estimulaban a mostrar socialmente la alegría
interior de su fe mediante procesiones, cantos, adoración a la
Eucaristía, veneración filial a la Virgen Madre de Dios, devoción a
las imágenes de los santos, formas nuevas de oración.. .
Para conseguir estos fines, la Iglesia utilizó todo cuanto podía
conmover el alma mediante la impresión de los sentidos. Por eso
hace suyo un arte nuevo que está naciendo, el barroco, que se
hizo símbolo y bandera de la Contrarreforma. La poderosa acción
de la Compañía de Jesús en el movimiento barroco es similar a la
del Císter con respecto al arte gótico.
Mediante el barroco se buscan elementos decorativos exagera-
dos que provoquen admiración, entusiasmo, asombro, maravilla, no
en los cuadros de iniciados, sino en la gran masa del pueblo cristia-
no. Deslumbran la provocación de los oros: crean la sensación de
un movimiento visual y continuo de las imágenes de los santos en
las iglesias; impresionan los Cnstos patéticos yacentes, las proce-
siones de episodios puntuales de la Pasión, que asombran y mue-
ven al pueblo a vivir el Misterio de la Redención. Todos los recursos
de un enfoque emocional exuberante, de la expresividad, del
empaste vigoroso del claroscuro de Rembrandt, de una imaginación
pródiga que impacten al hombre de la calle, deben ser estimulados
para la plasmación artística de la mayor gloria de Dios y la evange-
lización, consolidación y animación de la fe de los creyentes.
Pero aquí está el talón de Aquiles del arte nuevo que, como un
viento huracanado, sacude los sentidos; se encierra en sólo dos
palabras: agitación y ostentación. El barroco es el triunfo de la
apariencia sobre lo auténtico, el dominio de los sentidos sobre la
razón; es el deslumbramiento del parecer sobre el ser; pura retó-
rica al fin: vacío.
Hacía tiempo que Alfonso no estaba plenamente satisfecho de
su vocación de abogado. Pese a la fama alcanzada y a la cliente-
la numerosa y selecta, dudaba entre abandonar o continuar fre-
cuentando el foro napolitano. Sobre este tema había confidencia-
do con un cohermano: "Muchas causas se pierden por el esmero
y la honestidad de los abogados. Los jueces pueden engañarse
en materia de hechos; las circunstancias de los hechos son innu-
merables y no se necesita mucho para equivocarse. Y hecho un
daño, ¿cómo se repara? Nuestra profesión es peligrosa. Para sal-
var el alma hay que abandonarla".
¡Salvar el alma! El tema con el que tan hondo habían tatuado
su sensibilidad religiosa los ejercicios espirituales. Resulta dema-
3. MASCANDO
A SOLAS LA AMARGURA DEL VACIO 53

siado caro conseguir la gloria, una gloria de paja y humo en este


mundo, para arriesgar el alma en el otro. Y, total, para dejar la jus-
ticia al albur de lo eventual. Dijo un día Alfonso a Giuseppe
Capecelatro: "Amigo mío, nuestra vida es demasiado amarga,
demasiado peligrosa; nos hacemos una vida infeliz y corremos el
peligro de una mala muerte. Yo quiero dejar los tribunales, que no
están hechos para mí. Quiero salvar mi alma"27.

UNAVIEJA CAUSA EN LOS TRIBUNALES


La ocasión se le presentó sorpresivamente, como suelen pre-
sentarse los imprevistos de la vida. La vida misma es imprevisión.
Desde los tiempos de Carlos V había una causa controvertida
que emergía periódicamente en los tribunales. El emperador, en
1538, habia concedido la investidura del feudo de Amatrice a un
tal Alessandro Vitelli. El correr del tiempo había ido trenzando, en
torno a dicho feudo, como en una tragedia griega, asesinatos, cár-
celes, juicios, sobornos, odios y toda suerte de infortunios.
En 1716 se abre, una vez más, otro proceso acerca de la baro-
nía de Amatrice. En concreto, se litigaba jurídicamente sobre la
misma cuestión: si el dichoso feudo de Amatrice estaba o no exen-
to de anteriores cargas por la concesión in feudum novum, con
todos los derechos y deberes que allí le eran anexos. Dicho tema,
discutido y estudiado por el fisco, ya lo habia tratado con la gran
duquesa el 3 de mayo de 1693.
Como abogado habían elegido a uno de los letrados más bri-
llantes del foro napolitano, Giuseppe Sorge, quien ya había defen-
dido a los Hausburgo apoyándose en los mismos argumentos que
más tarde Alfonso utilizaría igualmente: Antiguo también, y no
nuevo, es el feudo cuya posesión se mantiene en virtud de una
transacción del fisco.
En 1723 vuelve la misma causa al Sacro Real Consiglio: ¿Por
tercera, por cuarta vez? Se dilucidará hacia finales de julio.

27 P. L. RISPOLI, Vida del B. Alfonso M." de Liguori, Nápoles 1834, 19.


Para defenderla se ha elegido a un abogado joven: tiene 27
años. Pese a su juventud, es un primer espada del foro napolita-
no, ya que nunca ha perdido una sola causa en su corta pero
apretada carrera de jurista.
Durante un mes Alfonso ha centrado todo su tiempo y saber
jurídico en la causa de que se ha hecho responsable y que tanto
revuelo ha levantado. Al fin Ilegó a una convicción: "Si la letra del
derecho, inicuamente alterado en 1693, es aquí controvertida, por
lo que se refiere a la equidad, ésta no deja escapatoria: nadie
puede liberar a Amatrice de sus hipotecas de justicia"28.
Alfonso recordó su brillante tesis doctoral, a sus 18 años,
cuando defendió en latín precisamente la tesis de la primacía de
la justicia y la equidad sobre la letra del derecho, principio jurídico
tomado del Código de Justiniano. El Tribunal, sin ninguna voz dis-
crepante, lo había aprobado, declarándolo Doctor in utroque iure,
con la nota más brillante: summo cum honore maximisque laudi-
bus et admirafione.
Y la hora del juicio llegó. Aquella decisiva mañana, la sala del
Sacro Real Consiglio estaba a rebosar de abogados, procurado-
res, estudiantes de Derecho y curiosos. Nadie quería perderse el
bello duelo jurídico que iban a entablar dos de las primeras espa-
das del Derecho napolitano.
Alfonso, "altivo y erguido", según A. Tannoia, de pie, desenro-
lló el mazo de papeles que guardaba el expediente a favor de los
Orsini. Ha llegado la hora de demostrar a Caravita que la equidad
es más fuerte que la ley, según el Código de Justiniano: "En todas
las cosas, la justicia y la equidad prevalecen sobre la letra y la ley".
Y comenzó su exposición: "Antiguo también, y no nuevo, es el
feudo cuya posesión se mantiene en virtud de una transacción con
el fisco. El fisco no da la investidura de un feudo. Lo libera cuan-
do ha pagado y cumplido las obligaciones contraídas y que le gra-
van ante el Estado".
Había, además, un argumento sobreañadido, de peso, en este
juicio. Y es que la misma gran duquesa, para su investidura de

28 T. REY-MERMET,
o. c., 124.
3. MASCANDO
A SOLAS LA AMARGURA DEL VAC~O 55

1693, había tenido que pagar la tasa antigua. ¿Por qué? Porque
una cualidad nueva no hace nuevo un feudo.
Alfonso arguye: "Un feudo antiguo que asume una nueva cua-
lidad, no por eso se constituye en nuevo. Una cualidad nueva no
hace nuevo a un feudo".
La exposición ha sido brillante. En la sala se oyen murmullos
de admiración y entusiasmo por el desarrollo, claridad y precisión
de los argumentos del joven abogado napolitano. Alfonso se sentó
tranquilo. Había defendido el principio más limpio de la justicia que
él amaba y propugnaba en lo más íntimo de su corazón. Nunca
había aceptado defender causas injustas, ni cohechos, ni dinero.
Nada que turbara su conciencia.
Maggiochi, su abogado oponente, ni siquiera se toma el traba-
jo de argumentar. Le dice displicente: "Señor De Liguori, ¿es que
usted no sabe leer? Los textos son los textos". Y pide que un escri-
bano lea la transacción de 1693 con todas sus cláusulas.
El Sacro Real Consiglio, el Tribunal de los Tribunales, aprueba
y da su asentimiento a esta argumentación de Maggiochi como
algo evidente. El montaje político-jurídico, tramado en secreto de
antemano, se había consumado, y nada menos que con la abso-
lución del cardenal virrey.

De pronto, lo mismo que en una fragorosa tormenta marina,


una ola gigante se levanta dejando ver el hondón último, resbala-
dizo y verdoso del mar, la verdad última del océano, Alfonso queda
enceguecido por un desengaño total, no de lo que es la justicia,
sino de cómo se administraba lo que llamaban justicia, porque
aparecieron patentes los "intereses creados" de las partes.
En principio no tenía por qué. Había visto tanta injusticia en los
tribunales, tanta compraventa de sentencias, venalidad, soborno y
corrupción en su corta pero apretada vida de letrado, que era pre-
cisamente esto lo que le hacia dudar de su vocación de jurista;
para él primero era su conciencia y Dios, y el temor a condenarse.
Lo decía el pueblo: "Abogado y no ladrón, cosa digna de admi-
ración". Alfonso queda alucinado ante el vacío de justicia que se
ha abierto de repente a sus pies. Manos venales le han empujado
hasta el borde mismo del abismo y siente cómo éste le arrebata,
le ingurgita. Y allí le han dejado solo, sin piedad.
Su inteligencia lo ve con claridad cegadora. Todo ha sido un
amaño político. La justicia se ha vendido al poder. El poder ha ente-
rrado el derecho y ha pisoteado la equidad, precisamente la equi-
dad: la motivación Última que dinamizaba su alma en los tribunales.
Para Alfonso, la justicia es el fundamento del poder y el valor
clave que está sobre el poder. Pero cuando la justicia se vende al
poder, justicia y poder se prostituyen, sea por dinero, prebendas u
otros momios que a la justicia le ofrece la mano larga del poder.
En el área napolitana, y en el mundo entero, frente al Estado
de opresión, sólo quedaba esperar justicia del Tribunal Supremo,
pero éste se ha prostituido. Los jueces han sido unos venales.
Alfonso quedó petrificado. No sabía a dónde mirar, dónde pisar.
Su corazón se disparó en una loca carrera de taquicardias. Estaba
pálido. Un sudor frío le brotaba por todos los poros del cuerpo. Un
grito desgarrado, como una herida mortal por la que se le iba la
vida, le brotó amargamente en la fuente última donde nace o
muere la vida: ¡Mundo, mundo, te conozco! jAdiós, tribunales!
Lo que hunde a Alfonso es comprobar que, antes del juicio, la
sentencia y los máximos responsables del tribunal estaban compra-
dos, porque todos se habían vendido, incluso el mismo Caravita,
presidente del tribunal, que había votado en contra de la tesis de
aquél, a quien llamaba amigo, y que al concluir el juicio, se acercó
al joven abogado y le dijo untuosamente unas palabras ofídeas,
con olor a cadáver exquisito: "No se apure; son traspiés inevitables;
no es el primero que sufre una equivocación; ha sucedido antes a
togados de gran valía y práctica en el oficio".
Cínico. Eso se llama cinismo procaz y provocativo. Alfonso
estaba seguro de que tenía a su favor la equidad, que es más
fuerte que la sentencia, comprada a todas luces.
Los archivos de Estado de Florencia han conservado la
correspondencia en que el gran duque y Cecconi, procurador del
3. MASCANDO
A SOLAS LA AMARGURA DEL VACiO 57

gran duque, hacen presión sobre Mauleone, presidente de la


Sommaria y sobre el mismo virrey, el cardenal D'Althann: "¡Está
feliz Su Eminencia por el regalo de un par de oseznos que ha esta-
do anhelando!".
¡Por qué mísero plato de lentejas vende su conciencia, señor
cardenal y virrey! ¡Por el capricho de un par de oseznos! Influencias
políticas y "gratificaciones" son tan viejas como la justicia29.
Mucho dinero debió correr entre tantas manos. Y debió haber
un reptar insidioso de los que se confesaban sus amigos.
Alfonso, lo importante en estas circunstancias es no sufrir vér-
tigo, porque en el vertigo los sentidos se alteran, todo da vueltas
confusamente, aflora un sudor frío a los poros del cuerpo hasta
que éste se desvanece. No sufrirlo, sino interiorzarlo, hasta que el
vértigo forme parte de la propia certeza, como Jesús interiorizó el
pecado en el sudor de su sangre en Getsemaní, hasta que se hizo
Sangre salvadora. No olvidar lo que siglos después proclamó el
gran filósofo Ortega y Gasset: El bagaje más grande que tiene el
hombre es el de sus propios errores.
Ya no puede dar nada a cambio de lo que le han robado, pero
sí puede dar gracias porque a su libertad, que agonizaba encarce-
lada en una jaula, le han abierto la puerta y ha emprendido el
vuelo. ¡Vuela, libertad, vuela por horizontes nuevos, todavía por
estrenar!
La historia de nuestra vida se revela en las emociones que fui-
mos sintiendo mientras las vivíamos. Aunque no nos guste admi-
tirlo, en última instancia todas las decisiones se toman emocional-
mente. En la práctica, lo afectivo es siempre,lo efectivo. Y al final
la verdad se impone, como el aceite sobre el agua, como lo débil
sobre lo fuerte.
En el verano de 1723, cuando Alfonso colgaba definitivamen-
te su límpida toga de abogado, Cecconi hacía saber a la Corte de
Florencia que los Médicis estaban obligados a pagar las deudas
que gravaban la baronía. Exactamente la tesis que tan brillante-
mente había defendido el joven ex-abogado Alfonso de Liguori, y

29 Cf. T. REY-MERMET,
o. c., 124.
que ahora se veían obligados a reconocer mostrándose de acuer-
do con sus mismos argumentos forenses que alevosa, premedita-
da y fríamente le habían robado.
"Déme 90.000 ducados y yo lo dejo liberado de los adeudos
de Amatrice". Todo acabó en una transacción. Prueba inequívoca
de que lo nuevo del feudo no abolía las deudas antiguas, como
lo había asentado jurídicamente aquella mañana amarga de
Getsemaní don Alfonso de Liguori, ahora ya ex-abogado para
siempre del foro de Nápoles.
Había también otro motivo de orden íntimo y hondo, que abrió
los ojos de Alfonso y le arrancó el grito del alma, esculpido para
siempre en las actas de los santos convertidos: ¡Mundo, mundo,
te conozco! ¡Adiós, tribunales!
"Esto hunde a Alfonso y le hace perder la capacidad del hom-
bre de salvar al mundo por medio de las reglas de la justicia, de
las leyes y de la honradez, en las que confiaba hasta este momen-
to. Ahora ve que todo ese mundo se revela ineficaz ante la corrup-
ción"30. Marrullerías del foro, justicia venal, porque se vende al
mejor postor.
Era la sociedad en que vivía: una sociedad barroca. Toda una
nueva concepción exagerada de la vida, nacida contra el equilibrio
del Renacimiento: las pelucas ficticias; los espadines que no se
usan; el galanteo floral; los saludos recargados: "Beso su mano". ..
"a sus pies, señora", obsequiosas reverencias de fachada, doblán-
dose cumplidamente ante las damas y casi barriendo el suelo con
las plumas del sombrero; las frases tan galantes como retóricas y
vacías. Retórica: todo era retórica, ostentación y apariencia de
prestigio. Pero en el fondo un vacío pavoroso.
Mientras, la barquilla de Alfonso bogaba mar adentro, lejos de
los meretricios entre el poder y la justicia, lejos también de una
sociedad que, si la empujaban y caía al suelo, sonaba a hueco.
Volvió cabizbajo a casa. Se encerró en su habitación, al mar-
gen de las lágrimas de su madre, de los sollozos del duro patrón

30 M. KOTYNSKI, La volonta di Dio nellésperienza spirituale di S. Alfonso:


SH n. 54 (2006) 312.
3. MASCANDO
A SOLAS LA AMARGURA DEL VAClO 59

de la Capitana y de un palacio conmovido que no se atrevía a rom-


per aquel silencio de tragedia griega.
La moviola de su memoria volvía y revolvía las escenas del jui-
cio con fuerza de primer plano: oía su propia voz defendiendo con
gallardía una verdad innegable, la burla de Maggiochi invitándole
a leer los textos, la sentencia venal y corrupta del presidente, los
murmullos del público, las palabras de aliento de abogados y
curiosos. Todo se iba sucediendo en su memoria con velocidad
imparable de vértigo. Y así durante tres días.
Pero la naturaleza tiene un límite. Al fin no pudo más. Abrió la
puerta y todavía le pareció oír las últimas palabras que se cruza-
ban sus padres:
-Alfonso se muere, sollozaba doña Anna.
-¡Pues que se muera!, respondía enloquecido don Giuseppe.
Entre todos tratan de alimentar aquel cuerpo deshidratado,
poniéndole en la boca un trozo de melón maduro y acuoso.
"De las acciones de Dios vemos siempre los fragmentos, y nos
equivocamos", dice el Papa Benedicto XVI. Conocemos a Dios
cuando ha pasado. Tarde. Hay que verlo mientras pasa. Y es lo
difícil.
Alfonso, un caballero cabal, de una pieza, se despidió de todos
sus clientes. Nadie lo volvió a ver más por el foro napolitano. Ahora
dedicaba su tiempo a leer en su habitación libros de santos, a la
oración profunda y prolongada, a visitar y adorar larga y recogida-
mente al Santísimo, a frecuentar el hospital de los Incurables y a
esperar la palabra de Dios.. . como esperaban los profetas y los
sencillos. Esperar activamente, colgado sólo del cuello de Dios. "El
que no escucha primero a Dios, no tiene nada que decir al mundo",
escribió U. von Balthasar. En todos nuestros silencios está su Voz.
Por eso hay que elegir el silencio para captar la Palabra transfor-
mante, para escuchar y discernir los huecos del silencio que tiene
la Palabra.
Entretanto, un interrogante acuciante comenzó a abrirse paso
en su sensibilidad, resonando pegajoso en su alma: "Alfonso,
¿puedes dejar pasar la Voz que reclama tu fe? ¿Vas a huir y retra-
sar ser el oro en el crisol?".
4
El acontecimiento

Sábado. La emperatriz lsabella cumplía 32 años floridos. No


sé si ella era también de esa clase de señoras que se proporcio-
nan el lujo de ir contando sus años por relevos de rosas. Carlos I
de Nápoles, su esposo, decidió trasladar las celebraciones y
homenajes oficiales al día siguiente.
Domingo. Día grande de fiesta en Nápoles. A los actos oficia-
les han sido invitados las fuerzas vivas del Estado: la nobleza, el
alto clero y miembros destacados de los organismos del reino,
entre otros don Giuseppe de Liguori en calidad de comandante de
la galera la Capitana.
El comandante pidió a su primogénito Alfonso que le acompa-
ñara a la ceremonia del besamanos, donde iba a encontrarse con
la crema del reino. Pero don Giuseppe recibió de su primogénito
una respuesta desconcertante: "¿Y qué quiere usted que haga
allí? ¡Todo eso no es más que vanidad!".
El comandante, desde el día amargo del primero y único proce-
so perdido por su hijo, estaba que explotaba. No corría sangre por
sus venas, sino fuego. Hasta que estalló con virulencia de tormen-
ta seca: "Pues haz lo que quieras y vete a donde te dé la gana".
La delicadeza de conciencia de Alfonso y su deber filial le
hicieron dar marcha atrás y trató de amainar la tempestad.
-Por favor, tranquilícese, padre. Yo iré a donde usted quiera;
le acompaño, se lo prometo.
-Haz lo que te dé la gana.
Y sin más, se dio media vuelta, subió a la carroza, dejó atrás
el Palacio Real que ardía en fiestas y espoleó los caballos hacia
Marianella, el refugio de su soledad, lugar silencioso y deshabita-
do donde poder masticar sus frustraciones a solas.
Alfonso quedó plantado, aturdido, sin saber qué hacer ni a
dónde ir. Su alma estaba desgarrada entre su padre y Dios; eran
como dos fuerzas opuestas que tiraban poderosamente como dos
caballos en direcciones contrarias. Tras unos momentos de duda,
se encaminó hacia el hospital de los Incurables.
¡Qué nombre más torvo y hosco: "los Incurables"! ¿No había
otro que invitara menos al desaliento y más a la esperanza? Tal
epíteto evoca los desalentadores versos del afamado Dante, gra-
bados en el dintel de la puerta del infierno: O voi chi infrate, lascia-
te ogni spe.
La Confraternidad de Doctores, en la que había entrado don
Alfonso de Liguori tras su brillante tesis que le otorgó el doctorado
en ambos Derechos, ejerce la caridad cristiana en el mayor hos-
pital de Nápoles. Tiene una capacidad de acogida para mil tres-
cientos enfermos; todo un laberinto de miserias humanas: dolores,
quejidos, olor fétido, soledades, desesperación y muerte de tantos
pacientes, que tragan a la fuerza el amargo sabor de la existencia.
No es más que un lugar apestado en donde todos los males se
acumulan y se multiplican31. "El cuidado más eficaz será siempre
el aire puro, la buena alimentación y la limpieza: las tres cosas
más descuidadas en los hospitales1'32.
Cuenta un testigo ocular: "Alfonso se acercaba no una sola vez,
sino varias veces a la semana al hospital de los Incurables; y ya
allí, se dedicaba a arreglar las camas, cambiar las sábanas, distri-
buir las medicinas, vendar las heridas y atender a los enfermos en
todas sus necesidades, sin dejarse vencer por las nauseas, la
repugnancia o los exabruptos de los mismos pacientes. Y todo
esto lo hacia con tanta alegría de espíritu, con tanto respeto, por-

31 Cf. G. GALANTI.Nuova descrizione storica e geografica delle Sicilie e


Napoli, Napoli 1969, 8.
32 Ibtdem, 141.
4. ELACONTECIMIENTO 63

que sabía que el servicio era una manera de honrar a Jesucristo en


la persona de aquellos infelices"33.
Es la vivencia de la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro
(Lc 16,19-31), pero evangélicamente cumplida: el inmenso abismo
que los separaba ha podido ser salvado por el amor. El dolor de
los pobres es el dolor de Dios. Dios gime siempre al lado y en
cada uno de los pobres y humildes que sufren.
Durante ocho años Alfonso acude compasivamente a atender
y cuidar con amor de buen samaritano a los despojados, a los
heridos de muerte, a los desahuciados de vida, a los enfermos
que mascan, además, su soledad. Realmente no hay pobres más
pobres que los enfermos. ¿Qué puede un paciente incurable?
Esencialmente hablando, es libre porque es persona; pero, ¿qué
uso puede hacer de su libertad disminuida e inoperante en cuan-
to enfermo desahuciado?
En la historia de la Iglesia, muchas veces las conversiones no
vienen motivadas por apariciones terroríficas de muertos que
vuelven a la vida, ni por milagros deslumbrantes, sino por el des-
cubrimiento vivencia1 de Jesús entre los pobres. ¡Cuántas veces
lo ha oído y meditado el brillante letrado en las tardes inolvidables
del Oratorio! "Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve
sed y me disteis de beber, estuve enfermo y me visitasteis ..." (Mt
25,34-46).
Después de todo, Alfonso se sentía animado por un alma de
pobre. Lo acababa de desahuciar su padre. Se sentía pobre de
espíritu. Una herida secreta se le había abierto en el corazón y
ahora manaba soledad, abandono, frustración, carencia de apoyo
humano...

En aquel preciso momento se hallaba Alfonso inclinado sobre


un pobre enfermo desvalido. ¿Le estaba dando de comer? ¿Estaba

33 C. LO spirito di S. Alfonso, Prato 1896, 156-157.


BERRUTI,
haciéndole la cama? ¿Estaba curando con suma delicadeza unas
llagas purulentas y nauseabundas? ¿Le estaba consolando?
No lo sabemos. Sólo sabemos que fue en aquel preciso
momento, cuando acaeció el acontecimiento inesperado que iba a
resquebrajar su vida, como el rayo que fulmina y quebranta tajan-
te la roca del monte. Sintió cómo una fuerza telúrica conmovía
todo el edificio con una sacudida violentísima. Una luz cegadora
se precipitó de lo alto sobre él. Era una catarata irreprimible que lo
envolvió y ante la cual se sintió impotente y desarmado. Al mismo
tiempo un imperativo sin distingos se le imponía: ¡Alfonso, deja el
mundo y entrégate a m;! Alucinante obligación moral.
El joven abogado miró en torno y no vio a nadie, pero estaba
seguro de que aquello había sido la voz de una Presencia. Estaba
desconcertado. "Quizás haya sido mi imaginación, una ilusión, el
subconsciente quizás. ¡Está mi alma tan agitada estos días!".
Volvió a atender a sus queridos enfermos. Ya le quedaban
pocos. Una vez que hubo acabado su tarea de buen samaritano,
aliñó su traje de la fraternidad de Doctores y se encaminó hacia la
puerta de salida.
Pero al bajar por la solemne escalinata de piedra del hospital,
vuelven a repetirse los mismos eventos desencadenantes, sólo
que ahora la sacudida es mucho más potente y temible. Está asus-
tado. Las escaleras parecían subir y bajar como un tobogán de
feria, en una danza macabra y aterradora. Se estremeció todo su
ser al sentir el piso sacudido por una fuerza irreprimible y temió que
de un momento a otro se abriera a sus pies. La luz, ahora, no sólo
era cegadora, sino que era insostenible a los ojos de cualquier
mortal. No pudo contener los reflejos de la agitación de su alma y
rompió a llorar como un niño cuando oyó de nuevo: "iAlfonso, deja
el mundo y entrégate a mí!".
No, aquella "Voz" no era un rumor que anestesiara el alma.
Tenía más de solicitación apremiante de un amor que ya no pudie-
ra esperar más. Vibraba en el aire con energía de imperativo. Un
estado inesperado quebró sus últimas defensas. Y sintió cómo
emergían, desde las concavidades últimas de su ser, sus fuerzas
desarmadas: "Dios mío, he resistido demasiado a tu gracia. Aquí
4. EL ACONTECIMIENTO 65

estoy, haz de mí lo que quieras". Era el "heme aquí" rendido de


lsaías en el templo: "Aquí estoy: envíame" (1s 6,8). Era el "sí"
actualizado de María, por el que Alfonso se hace, desde la pro-
fundidad de su ser, pura disponibilidad, entrega sin acotación
alguna a los futuros planes de Dios sobre él. Era "no poner su
alma en el centro, sino dejar espacio a Dios"34, cediéndole todo lo
que poseía y era, desde las raíces últimas de su ser, para que
realizara con su persona en la Iglesia, el nombre secreto, la
misión que guardaba para él el Misterio.
El "sí" de cada alma da la medida de su compromiso humano
y, a la larga, de su santidad. Siempre espera un mañana diferen-
te tras esas palabras aparentemente sencillas e inocuas: el "sí" o
el "no" son siempre palabras frontera.
La libertad, más que facultad de elegir, nos parece a veces la
capacidad de renunciar. Pero la libertad perfecta es aquella que
elige el bien sin esclavitudes.
Alfonso era una donación a Dios, autónoma, entera, irrevoca-
ble: "¡Qué mundo! ¡Qué riquezas! ¡Qué diversiones! ¡Qué hono-
res! Dios, Dios, quiero sólo a Dios. Dios mío, me bastáis Vos sólo
que sois un Bien infinito! ¿De qué valen estos bienes que no
sacian el corazón y que pronto habremos de abandonar? iOh, qué
tesoros encierran la gracia de Dios y el amor divino para quien los
sabe justipreciar!".
Aturdido, como sonámbulo, deambula por las calles transver-
sales hasta encontrarse delante de la puerta del Alba, ante la igle-
sia de Santa María de la Merced, redentora de cautivos. Se detie-
ne unos momentos intentando esclarecer en el silencio de la ora-
ción el tumulto de una cadena de sucesos concatenados, que se
estaban empujando unos a otros en sus últimas horas.
De pronto, movido por un impulso secreto, se pone en pie y
exclama: ')Para ti, Señor, mi vida! Aquí están títulos y honores de
mi casa en holocausto a Dios y a María"35.
Impulsado por un resorte arcano, en que se mezclan sangre
de patricio y educación caballeresca, desciñe su espada de primo-

34 XVI, Deus caritas est, n. 41.


BENEDICTO
35 T. REY-MERMET,
O. C.; 128.
génito de la casa noble de los Liguori, asciende las gradas del
altar y con gesto egregio la deposita en señal de vasallaje sobre
el altar de la Virgen de la Merced.
Su corazón oraba rendido y desarmado: "Me sedujiste, Señor;
eras más fuerte que yo y me venciste" (Jr 20,7-9). "Prometo entre-
garme a Dios, viviendo el carisma de S. Felipe Neri".
Era el taconazo de caballero con que se cuadraba ante su
nuevo Señor. Inmediatamente se sintió como un cautivo liberado.
Aquel 29 de agosto de 1723 quedó tan tatuado en su alma que
lo recordará para siempre como el día de su "conversión". Y cada
vez que pase por Nápoles, lo mismo de sacerdote, misionero u
obispo, siempre tendrá un hueco para visitar, revivir y orar con
emoción en los dos lugares para él sagrados, porque en ellos
padeció la experiencia de Dios: los Incurables y la iglesia de la
Merced.
Es la querencia humana. Volver a los lugares donde hemos
sido marcados por la vida en pro o en contra. "Le temps revient".
Después, aturdido, como tambaleándose por el mazazo de
tantas y tan hondas emociones seguidas, regresó a casa de sus
padres y se encerró en su habitación.
5
¿Qué sucedió en aquel
momento singular?

Con el respeto que provocan los acontecimientos que llevan


las señales del roce de la mano de Dios y el halo de su Misterio,
con la sensibilidad con que acompañamos y tratamos de discernir
siempre los avatares que sorprenden a las personas queridas, con
la emotiva admiración de tener que hablar de lo que acontece sólo
una vez en la vida, comienzo a adentrarme en el mundo arcano de
una persona, que además es un santo: S. Alfonso M.a de Liguori.
Lo que vale en una biografía no es sólo el método, ni la capa-
cidad de sugerir de una pluma ágil y magnética; es también la
vibración del autor que logra que lo que escribe se lea de un tirón.
Los santos no se agotan con el tiempo; lo que les sucede es
que crecen en las vidas de aquellos que los consideran maestros
y testigos. Tales hombres y mujeres, infrecuentes, son como un
buen vino añejo, que madura, se valora y se revaloriza con el paso
de los años en el silencio de las bodegas.
La biografía de Alfonso no está, ante todo, tejida de fechas,
sino de acontecimientos que van más allá de sus apariencias, de
motivaciones y comportamientos que las circunstancias empujan,
como el viento, en una sola dirección: la del amor.
Quizás haya sido éste nuestro empeño laudable, sí, pero incom-
pleto: fijar fechas exactas, delimitar hechos concretos, describir
momentos determinantes de una vida, como el entomólogo clava
las alas de la mariposa para estudiarlas. Pero quizás sea también
una temeridad, por mi parte, adentrarme en una vida salpicada de
acontecimientos iniciados y conducidos por el Espíritu, de cami-
nos todavía sin hollar y problemas de hondo calado eclesial, como
fue la vida de Alfonso. ¿Quién es el psicólogo que, empatía en
mano, es capaz de bucear e interpretar los meandros de "lo vivi-
do"? La vida, por más vueltas que le demos, siempre es inefable
y misteriosa, como el manantial mismo del que brota. "La vida vivi-
da es una experiencia trascendente en un fluir de experiencias"36.
Una vida no es tan comprensible y decible como ordinariamen-
te se nos quiere hacer creer. "La mayoría de los acontecimientos
son inefables: acontecen en un espacio en el que nunca ha entra-
do una palabra", escribía R. M.a Rilke. Esos acontecimientos que
de verdad marcan nuestra vida y dejan un poso en nuestro ser,
tenemos que reconocer que, efectivamente, suceden en un espa-
cio en el que nunca ha entrado una palabra, donde los calificati-
vos se nos hacen demasiado pobres, cortos y torpes para expre-
sar la grandeza de la vivencia que estamos experimentando.
Vivimos ese craso materialismo que tiene que tocar y mensu-
rarlo todo, y que de modo brillante y resumido explica el zorro al
principito cuando le dice: "No se puede ver sino con el corazón. Lo
esencial está oculto a los ojos"37.

EL IMPACTO DEL ENCUENTRO


¿Qué acaeció a Alfonso aquel día en el hospital de los
Incurables?
Cuando el Papa Benedicto XVI define el inicio del ser cristia-
no, afirma: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética
o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con
una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y, con ello, una
orientación decisivan38.

A. GARC~A
36 J. MONGE,Escoger "mi"vida: Sal Terrae n. 967 (1994) 282.
37 DE SAINT
A. EXUPÉRY, El Principito, XXI.
38 BENEDICTOXVI, Deus caritas est, n. 1.
5. ¿,QUE SUCEDld EN AQUEL MOMENTO SINGULAR? 69

El hombre es un "ser de encuentros". Se constituye, desarro-


lla y perfecciona en el hábitat de los encuentros. El encuentro es
el elemento vital donde la persona se hace.
No es la mera vecindad física de personas lo que produce el
encuentro. Tampoco puede darse un encuentro entre una persona
y un objeto. El encuentro implica entreveramiento de ámbitos
vivientes, no mera yuxtaposición de sujetos.
Hay dos clases de encuentros: el encuentro superficial y el
encuentro profundo. El encuentro superficial es siempre periférico,
sensorial, emotivo y, por consiguiente, sujeto a cualquier contin-
gencia. El encuentro profundo es la urdimbre de dos vidas, de dos
latidos, que se funden en la zona honda del ser. Los encuentros
superficiales cambian la vida sólo en la superficie; los encuentros
profundos cambian la vida en profundidad, en lo insondable del ser.
Para que se dé este entreveramiento entre persona y persona,
necesariamente ha de preceder lo que Laín Entralgo adjetivo,
ceñida y certeramente, como "encuentro afectante", es decir, un
encuentro tal que refleje gran intensidad de estímulo, porque ha
marcado y conmocionado lo más nuclear de la persona. Cuando
este último acaece, se denomina acontecimiento, algo que está más
allá de los simples hechos o sucesos, triviales o no, de cada día.
Hay una constante en la historia, atestiguada por hombres y
mujeres pertenecientes a etnias y épocas distantes, en la que, sin
embargo, todos coinciden en la misma afirmación vieja del proto-
tipo del hombre mordido por toda clase de dolores y sufrimientos,
pero un día visitado por Dios. Es el caso simbólico de Job: "Te
conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos" (Jb 42,5).
Todos coinciden en afirmar dos certezas como efecto de su
encuentro personal con Dios: la certeza de una "luz envolvente" y
la certeza de unas "palabras sorpresivas percibidas": desde Isaías
(1s 1,3ss), pasando por S. Pablo (Hch 9,3-9; 22,3-17; 26,9.18) y S.
Agustín, y llegando en nuestros días a García Morente, catedrá-
tico de Ética y decano en la Universidad de Madrid, discípulo de
Bergson, filosóficamente kantiano, André Frossard, periodista,
hijo del primer secretario del Partido Comunista francés, a Paul
Claudel, diplomático y escritor exquisito de primer orden. S. Juan
de la Cruz y Sta. Teresa prefieren hablar de trances extáticos...
Interminable.
La misma "Luz" y la misma "Voz" desinstaladoras escuchó
Alfonso, al sentirse sorprendido por Dios, aquella tarde crucial en
el hospital de los Incurables: "Alfonso, deja el mundo y entrégate a
mí". Y es que quien ha padecido la gracia de un encuentro con el
Señor Resucitado queda marcado con una "quemadura" tan pro-
funda que ninguna "Unidad de quemados" será ya capaz de sanar.
Yo sé que los "maestros de la sospecha" achacarían este
acontecimiento a un sueño religioso predeterminado, a una com-
pensación religiosa tras el fracaso del foro, a una ilusión subjetiva,
a la aparición del subconsciente. No, las ilusiones se desvanecen
con el tiempo, la compensación llama a la compensación, y en la
vida posterior de Alfonso no hubo compensaciones, sino lucha y
satisfacciones. "Los fenómenos englobados bajo el término de
subconsciente constituyen un conjunto de procesos psíquicos o
un estrato de la personalidad, cuya actividad se mantiene por
debajo de los niveles conscientes. Ni mecanismos de desplaza-
miento, proyección o sueño"39.
Alfonso era una cabeza bien amueblada, una persona de
leyes madura, un hombre en perfecto equilibrio, pronto siempre al
consejo ecuánime, jurídico y práctico, consciente en todo momen-
to de sus actos. Si aquello hubiera sido algo sicótico, habría des-
encadenado en su vida posterior una concatenación de delirios
interpretativos que habrían ido evolucionando de forma progresi-
va, con una lógica aparentemente perfecta y sin deterioro intelec-
tual. No, aquello fue, sencillamente, un encuentro, una genuina
experiencia de Dios en la fe, inesperada y, por lo mismo, conmo-
cionante y transformadora.
Otra cosa es que nos preguntemos: ¿Escuchó la "Voz" senso-
rialmente? ¿Le deslumbró físicamente la "Luz"? ¿Fue una expe-
riencia de Dios que alcanzó su ser más hondo y le cambió la vida?
"Cuando estaba ya cerca de Damasco, de repente lo envolvió
un resplandor del cielo, cayó a tierra y oyó una voz que decía:

39 NÁJERA,Guía de psicología, Madrid 1998, 775.


J. A. VALLEJO
5. i.QuÉ S U C E D I ~EN AQUEL MOMENTO SINGULAR? 71

'Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?'... Los hombres que le acom-


pañaban se detuvieron atónitos. Oían la voz, pero no veían a
nadie" (Hch 9,3-7).
Una vez más estamos tratando de desentrañar el Misterio, y el
Misterio es como el sol. No hay ser humano cuyos ojos puedan
sostener la luz y el calor del sol. Nos deslumbra y ciega.
Mientras tanto, Alfonso tuvo que aguantar tres días eternos,
solo, sin puntos de apoyo ni horizonte definido. Está padeciendo
la primera prueba de fuego que dará la medida de la autenticidad
de su experiencia de Dios. Tres días en que resonaban de conti-
nuo en el silencio profundo de su ser las palabras tatuadas a fuego
para siempre: "Alfonso, deja ... Alfonso, deja el mundo.. . Alfonso,
entrégate a mí...".
Era el imperativo de Dios, que como en otro tiempo a Abraham,
le impulsaba a emprender una vida nómada: "Sal de tu tierra, de
entre tus parientes, y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que
yo te iré mostrando. Yo haré de ti un gran pueblo; te bendeciré y
haré famoso tu nombre, que será una bendición" (Gn 12,l-2).
Abraham no iba demasiado deprisa, sino al paso de su gente
y sus rebaños. No se puede ir demasiado deprisa cuando se tiene
alma de nómada, y no se quiere atiborrar de olvidos y rutinas la
vibración virgen del encuentro con Dios.
Ir al paso de Dios, desembarazarse de todo lo que impide
caminar ligero, abandonado día y noche a su iniciativa... Pero
¡qué precio tan elevado hay que pagar por desprenderse de per-
sonas, cosas, lugares y circunstancias vividas! ¡Qué cara se paga
la libertad interior! Y más cuando arde el hombre en la hoguera de
la crisis o se ve forzado a tomar a sorbos el conflicto bebido en
soledad! Alfonso, ¡qué difícil es vivir la dinámica de lo provisional!
"Asumir el 'conflicto' como elemento esencial del bagaje espi-
ritual significa vivir en una continua busca, con desgarros y tensio-
nes, que permita creer en el valor de las cosas y, al mismo tiem-
po, relativizarlas"40.

40 B. ZOMPARELLI,
Despego. En Diccionario de Mística, Madrid 2002, 548.
Este tiempo intermedio que pasa Alfonso en el desierto de su
habitación es un momento fuerte de maduración, efecto del encuen-
tro que ha tenido con Dios; inicio de opciones personales que le
estimulan y le llaman no sabe de dónde, ni para qué. (Las gran-
des hazañas de la historia de la Iglesia han tenido su origen en el
"silencio y en la oración").
Alfonso comenzó a sentir una como desazón de conciencia.
Aún no había dado ninguna explicación a su familia de lo sucedi-
do, ni de lo que en su mente bullía y se sentía urgido a realizar
"ya". Decidido, abrió la puerta de su habitación y todavía tuvo tiem-
po de escuchar unas palabras de su padre, que denunciaban su
estado de intransigencia visceral. Al ver a su primogénito ante él,
más que como monstruosidad moral, como desahogo psicológico,
vociferó: " P i d o ~
Dios que me saque de este mundo o que te lleve
a ti. Mi corazón ya no está para verte".
Las entrañas de doña Anna se estremecieron convulsivamen-
te. Jamás hubiera soñado oír un tal exabrupto de labios de su
esposo querido, y menos contra su hijo visceralmente amado.
Alfonso, desde una profundidad desconocida para él antes del
encuentro con Dios, serenamente, detectando en el improperio de
su padre un "signo indubitable del Espíritu", piensa en alta voz:
"Sólo Dios es quien nos llena y Él solo quien nos ama. ¿Qué puedo
esperar del mundo, si mi propio padre ya no me puede ver?".
Y el hombre nuevo, que por primera vez comienza a entender su
vida como un "sentirse apasionadamente amado por Dios", con una
fuerza que no sabe de dónde le viene, da el paso definitivo, revela
a su padre clara y serenamente sus proyectos inmediatos: "Padre,
estoy viendo la aflicción que sin quererlo le estoy causando. Es
necesario que le diga cuanto antes que ya no soy de este mundo.
He resuelto, y es Dios quien me lo inspira, entrar en el Oratorio. Le
ruego que no me lo tome a mal y que me dé su bendición".
Don Giuseppe no puede aguantar más. En su vida ha capea-
do temporales en alta mar, ha luchado, vencido y perseguido las
naves enemigas, limpiando las costas napolitanas de piratas y
berberiscos, ha sofocado inicios de motines de la tripulación de
remeros, que hacían deslizarse aladamente sobre el agua azul la
5. ¿,QUE S U C E D I ~EN AQUEL MOMENTO SINGULAR? 73

Capitana. Pero el que ahora su hijo primogénito tronche el palo


bauprés que sostenía todas las velas hinchadas de sus ilusiones,
es superior a sus fuerzas, no lo puede aguantar. Y, cabizbajo, se
retiró sollozando a sus habitaciones41.
Pero el comandante de la Capitana es un pura sangre militar.
Se siente vencido, pero no convencido. Ha perdido una batalla,
pero no la guerra. Es tenaz, duro, hecho de materia fibrosa, y
comienza a planear, buen marino, cómo cercar y tomar al asalto
la torre de defensa de la voluntad de Alfonso.
Para conseguirlo, como buen estratega, comienza a trenzar
una tupida malla de recomendaciones y apoyos familiares y ecle-
siales, que asfixien los proyectos psicópatas de su hijo primogéni-
to. Llama a la puerta del abad del monasterio de los Benedictinos,
Dom Giambattista di Miro, de su tío materno Mons. Emilio Cavalieri,
del lazarista Cutica, del oratoriano P. Pagano, del canónigo don
Pietro Marco Gizzio y hasta la del mismísimo arzobispo de Nápoles,
cardenal Francesco Antonio Pignatelli.

Se respira un ambiente familiar, pero no distendido. Don


Giuseppe y doña Anna están en sus habitaciones privadas. Ella
sufre y calla. Don Giuseppe no levanta cabeza, está abatido, sollo-
za intermitente y profundamente sin levantar los ojos del suelo. De
vez en cuando susurra ensimismado:
-Este hijo mío ha destrozado todos mis proyectos y esperan-
zas sobre él, y sobre el porvenir de nuestra familia.
-Por favor, serénate, Giuseppe, esposo querido. Piensa que
todas las crisis pasan y éste es un momento de crisis muy fuerte
que está pasando nuestro querido hijo Alfonso.
-No, Anna, no. Conozco bien a nuestro primogénito; es duro
de mollera. No es tan fácil hacerle volver atrás cuando ha tomado
una decisión crucial.

41 Cf. T.REY-MERMET,
O . c., 129.
--
La torre no se rindió. La cercaron, la asediaron, pero resistió
todas las andanadas y asaltos. No desfalleció por carencia de avi-
tuallamiento. Día y noche evocaba y rumiaba Alfonso su experien-
cia "afectante" y transformadora de los Incurables: "Deja el mundo
y entrégate a mí".
Este impacto, que le abrasa como una herida abierta, le sigue
y le persigue hasta donde nadie le ha seguido y perseguido. Así,
en dialogo consigo mismo, reflexiona y ora: "Sólo Dios es quien
nos llena y Él sólo quien nos ama. No puedo defraudarlo".
El amor urge y turba siempre las horas, como fuego en rastro-
jal. La diferencia está en que, cuando el amor ha prendido voraz
en un corazón, rechaza ser apagado.
El mayor pecado contra el amor, sea humano o divino, es
defraudarlo o, a la postre, apagarlo y convertirlo en cenizas. ¡Qué
atentado contra la belleza apagar, dejar una hoguera sin latido!
6
Aproximación
a la experiencia de Dios

¡Qué difícil resulta hablar hoy de la experiencia de Dios al


hombre que confiesa y se mueve dentro de la teoría del eclipse
total de Dios! "Oscurecimiento de la luz del cielo, eclipse de Dios,
eso es de hecho lo característico de la hora del mundo en que vivi-
mos"42. Estamos viviendo un proceso en que las "huellas de Dios",
los indicios de su presencia se han ido borrando de la vida social,
cultural y familiar. Como escribe J. Martin Velasco, "culturalmente
vivimos en una situación en la que el 'Dios está aquí' de otros
tiempos ha dado lugar al '¿dónde está tu Dios?' de huestros con-
temporáneosn43.
Cuando se seculariza la cultura, se seculariza el ambiente y
también la conciencia. Por eso, el hombre de nuestros días se ha
hecho sordo a toda posible llamada de la Presencia y ciego para
detectar sus huellas en la vida. Así hemos llegado a hablar con
naturalidad de la "ausencia de Dios". Ahora no basta con referir-
nos a quienes afirman que creen porque se han encontrado con
Dios. Hoy se pide el testimonio de la experiencia personal, procla-
mada por testigos que viven el encuentro religioso.
Pero, ¿cómo hacer creíble esa experiencia de Dios a unas
personas que están saturadas de mensajes intranscendentes, que

42 M. BUBER,Eclipse de Dios, Buenos Aires 1970, 25.


43 J. MART~NVELASCO, La experiencia cristiana de Dios, Madrid 200 1 , 21.
viven en la zona superficial de los sentidos, indiferentes a lo
Trascendente, agitados, fuera de sí, traídos y llevados por los inte-
reses de las multinacionales? Más que dar definiciones frías,
intentaré dar destellos de la Presencia, señalar huellas a seguir
que nos llevarán al encuentro con Dios.
La experiencia religiosa no consiste en actos aislados, en unos
disparos secos que aturden en un momento inesperado al ser
humano con acontecimientos extraordinarios que lo asombran y
encandilan. El valor de una experiencia no depende de los fenó-
menos extraordinarios que la pueden acompañar. Tampoco se
produce la experiencia de Dios en esos acontecimientos que des-
atan una riada de sentimientos singulares, separados de la vida
cotidiana. No es voluntarismo, es gracia; no es sólo pasividad, es
disposición a poner lo mejor de nosotros al servicio del Señor y de
su Reino.
Siguiendo el episodio de la "zarza ardiendo en el Horeb" (Ex
3,l-6), Moisés siente una sensación de sobrecogimiento ante el
Misterio que le obliga a descalzarse: no se puede conocer a Dios
desde fuera. La Presencia siempre se impone a la persona.
Uno de los efectos que la Presencia del Invisible produce en la
persona "afectada" es la certeza absoluta de que aquello no es cosa
suya, porque le desborda y no la buscaba. La experiencia de Dios
"acaece al sujeto" y no es el resultado de sus esfuerzos. "Llega a la
cumbre de la Santa Montaña, pero no encuentra al mismo Dios.
Contempla no al Invisible, sino el lugar donde Él mora"44.
En el trance del acontecimiento del encuentro con Dios, la per-
sona no es un ser activo, sino sujeto pasivo. Puede buscar a Dios,
pero no conocerlo: lo recibe "no aprendiendo, sino padeciendo lo
divino". Se siente incitado desde fuera. Habiendo salido en busca
de Dios, el hombre se descubre hallado por Él, que "andando ena-
morada / me hice perdidiza y fui ganadan45.Es lo mismo que corro-
bora el evangelista S. Juan como principio de vida espiritual: "El

44 PSEUDO-DIONISIO, Teología Mística, 1. E n Obras completas, Madrid


1990, 373.
45 S. JUAN DE LA CRUZ,Cántico. En Obras completas, Madrid 1980, 684.
A LA EXPERIENCIA DE DIOS
6. APROXIMACI~N 77

amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en


que él nos amó a nosotros" (1 Jn 4,lO).
Otra de las notas de la experiencia de Dios es que el sujeto de
esta experiencia es el hombre entero. El sujeto afectado por lo
trascendente siente que es en su corazón, en la fina punta aguda
del alma, en lo nuclear de su ser, en el hondón de sí mismo, donde
se siente visitado.
Para llegar a ser consciente de esta "visita", el ser humano
necesita, incondicional y urgentemente, detenerse, concentrarse e
interiorizar el acontecimiento para saberlo leer y descubrir las
riquezas que encierra. Y es entonces cuando conciencia una serie
de certezas: conciencia de una Presencia inasible a los sentidos.
Conciencia cierta de la Presencia, justificada por sus efectos posi-
tivos en la vida cotidiana que la cambia y modifica hasta poder uno
afirmar plenamente convencido: "Yo he sido visitado". Conciencia
cierta y oscura a la vez. Conciencia de haber oído una "Voz" que
se imponía imperiosa y que a la vez era "invitación".
Otro elemento que suele acompañar el acontecimiento, por
ejemplo en S. Pablo, es haber sido deslumbrado por una "Luz".
Por eso, los primeros en sentirse afectados son los sentidos.
S. Juan de la Cruz detecta y define al acontecimiento de la
experiencia de Dios como una "advertencia amorosa", que hace
que la persona se sienta amada, acepte ser amada, acoja ese
Amor que se le ofrece gratuitamente y le impele a corresponder en
la misma onda: "Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es
Amor" (1 Jn 4,8).
Ésta es la fuente original de la teología cristiana que presenta
a Dios como el principio del conocimiento. "En la teología mística
se conoce por amor, en el cual las cosas no sólo se conocen, sino
que juntamente se gustan"46.
J. Martín Velasco afirma: "No es el origen de toda experiencia
de Dios la experiencia constituyente en el fondo de toda realidad,
sino el amor originario, raíz de todo el proceso salvador que depo-
sita en el hombre la semilla del amor, que será el peso, la fuerza

46 Ibídem, 679.
de gravedad, 'pondus meum', que orienta definitivamente al hom-
bre hacia Dios como único término posible del amor"47.
De ahí la palabra de la maestra espiritual Sta. Teresa, que
desde su experiencia personal nos ofrece su propio testimonio
para animar y hacer avanzar al creyente "visitado por Dios": "Para
aprovechar mucho en este camino y salir a las moradas que dese-
amos, no está en saber mucho, sino en amar mucho; y así, lo que
más os despertare a amar, eso haced. No está la perfección en los
gustos, sino en quien ama másv*.
Pero, educados casi exclusivamente en la dirección vertical e
intimista de la relación con Dios, olvidamos que donde mejor se
expresa el amor es en el servicio realista al prójimo. Es una cons-
tante en la vida de los santos. Han descubierto a Dios en los
sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, en la cruz, en su
Palabra, en tantas circunstancias ordinarias de la vida, pero donde
lo han encontrado siempre es en el amor servicial y concreto al
prójimo. "Si estás en éxtasis y tu hermano necesita un vaso de
agua, deja tu éxtasis y ve a llevarle el vaso de agua. El Dios que
dejas es menos seguro que el Dios que encuentras", escribía el
místico Jan van Ruysbroeck (1293-1381).
Sta. Teresa, mujer tan santa como práctica, enseñaba gráfica-
mente a los miembros de sus primeros "palomares" con su estilo
desenfadado de madre y hermana: "Que no, hermanas, que no;
obras quiere el Señor; y si ves alguna enferma a la que puedas
dar algún alivio, no se te dé nada perder esa devoción y te com-
padezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere
menester, lo ayunes porque ella lo coma1'49.
Tampoco hemos de creer que la experiencia de Dios tiene su
lugar apropiado y exclusivo en la oración. La oración mental es y
ha sido para muchos el lugar privilegiado para la experiencia de
Dios. Pero ésta puede acaecer en cualquier lugar, tiempo o cir-
cunstancia de la vida ordinaria.

47 J. MART~N LCI experiencia cristiana de Dios, 35.


VELASCO,
48 STA.TERESA,Moradas IV, 1. E n o. c., 41 8.
49 STA.TERESA,Moradas V, 3 . E n o. c., 438-439.
6. A P R O X I M A C I ~ NA LA EXPERIENCIA DE DIOS 79

En cristiano, más que definir a Dios asépticamente como el


"totalmente Otro", decimos, como anunciaba S. Pablo en el areó-
pago de Atenas, que "no se encuentra lejos de nosotros pues en
él vivimos, nos movemos y existimos... porque somos de su lina-
je" (Hch 17,27-28).

CARACTER~STICAS
DE LA EXPERIENCIA DE DIOS
La experiencia de Dios no es sino una forma peculiar de expe-
riencia de fe. Es el reconocimiento de su Presencia misteriosa en
las mil circunstancias y actividades de la vida. A S. Alfonso le sor-
prendió en un hospital, atendiendo a los enfermos.
He aquí un resumen de algunas características concretas de
la experiencia de Dios:
- Carácter extraordinario del acontecimiento. Una tarde en el
hospital de los Incurables: "Luz", "Voz", el trepidar pavoroso del
suelo.. .
- Conocimiento inmediato de estar ante una Realidad inefable,
sin manipulación humana posible. Dios es Dios y jamás podrá ser
objeto de ninguna objetivación ni manipulación humana. Alfonso no
busca nada extraordinario; le "acaece", le sorprende pasivamente.
- No es para él algo puramente afectivo, con exclusión del
conocimiento. Tampoco es algo subjetivo, que le haga prescindir
de la objetividad de lo que está viviendo.
- Más que un conocimiento intelectual, es un conocimiento
vivido, sentido en todo el ser. La experiencia de Dios es viva y
engloba toda clase de conocimientos: no sólo los intelectuales,
sino también los intuitivos, psíquicos y sensoriales. Es la persona
entera la que se abre, como una flor de loto, a la totalidad del Otro
que la visita.
Hay, entre otros, dos clases de conocimiento: el intelectual y el
vivencial. La inteligencia es una facultad que permite al hombre
adecuar su mente con el objeto, la idea o la persona a compren-
der, al tiempo que percibe con nitidez las relaciones de las cosas
entre sí. Y existe otro conocimiento: el vivencial. Conocer por
haber experienciado, por haber paladeado y sufrido algo interno o
externo a la persona.
De pocas cosas cambia tanto el hombre como de ideas. Pero
lo "vivido" ni cambia, ni se olvida, ni se podrá explicar. Palabras,
gestos, símbolos, expresiones, silencios... jamás serán capaces
de explicar la densidad, ni la tonalidad afectiva, ni la situación aní-
mica de una voz que llama y ama.
- Presencia dinamizante. La experiencia de Dios cuando es
auténtica, jamás deja al sujeto visitado en un estado de contem-
plación estática, pasiva, boba. Cuando la experiencia de Dios
surge en el centro de la persona, transforma el conjunto de la vida
y empuja a madurar, crecer y desarrollar toda la gama de talentos
con que está dotada. La experiencia surge de la vida y retorna a
la vida, pero no vuelve como fue. La persona es ahora distinta.
Algo ha cambiado.
Alfonso estaba tan preparado en todos los órdenes.. . Por eso
su vida posterior al encuentro con el Señor fue un desbordamien-
to de actividad y de celo apostólico tal, que lo empujó hasta la fron-
tera misma de la muerte.
- Carácter marcante del acontecimiento. Por su carácter
insólito, marca tan indeleblemente la existencia que la divide en
dos: un antes y un después de "aquella hora". Tiene un peso espe-
cífico tan singular y diferente que deja huella honda en la persona
que lo sufre, hasta el punto de que guarda frescas en su memoria
la hora y la circunstancia en que el acontecimiento-encuentro
acaece. "Se fueron con él, vieron dónde vivía y se pasaron aquel
día con él. Eran como las cuatro de la tarde" (Jn 1,39). ¡Qué gra-
cia y qué tormento debió resultar aquella conversación! Dialogar
con la plenitud del Verbo en la fugacidad de unos momentos que
fluían imparables.
Es lo que acaece a S. Alfonso que, después de años y años
del acontecimiento, siente la necesidad de recordar en el ámbito
familiar de un recreo de la comunidad la fecha exacta de lo que él
llama "mi conversión". El encuentro con el Señor es siempre como
un mojón y una frontera trazada que divide: hasta aquí y desde
aquí en adelante.
6. APROXIMACI~N
A LA EXPERIENCIA DE DIOS 81

Hay un momento en que la persona se siente vertiginosamen-


te sobrecogida por una Presencia que le sobrepasa y que es tan
poderosa que, teniendo lugar en el centro del ser, transforma el
conjunto entero de la persona y del vivir diario.
Ese despertar a una vida nueva es una forma de existir que
trata de identificarse con Jesucristo, de vivir como él vivió, que se
resume en "su ser para hacer el beneplácito del Padre", y "gastar-
se y desgastarse en el servicio a los marginados de la sociedad".
Si intentáramos definir qué es la experiencia de Dios nos
encontraríamos con la misma dificultad que han sentido los mayo-
res místicos. S. Juan de la Cruz acabará diciendo: "Es un no sé
qué que queda el alma balbuciendo".
A pesar de todo, podemos concluir este capítulo afirmando:
"La experiencia de Dios no es otra cosa que una forma peculiar de
experiencia de la fe, la encarnación de ese reconocimiento de su
Presencia misteriosa en las diferentes facultades de la persona y
en las diversas situaciones de la vida: su 'vivenciación' en la con-
ciencia, la voluntad y el sentimiento de cada unon50.
Entonces es cuando, como Job, podremos testificar: "Hasta
ahora hablaba de ti de oídas. Ahora te han visto mis ojos" (Jb
42,5).

50 VELASCO,La experiencia cristiana de Dios, 38.


J. MART~N
"Alfonso, deja el mundo
y entrégate a mí"

Se ha rodado un documental en el interior de la Gran


Chartreuse de los Alpes. Su título: "Die grosse Stille", "El gran
Silencio". Los 164 minutos de duración permiten atisbar las dimen-
siones más abismalmente espirituales del ser humano: un sentido
al sufrimiento y al complacerse satisfechos en Dios porque se ha
hecho de Él el centro de la existencia. Todo discurre entre un natu-
ralismo sencillo y un tenebrismo cercano al estilo pictórico de
Zurbarán.
¿Qué palabra puede englobar el secreto inaccesible de unas
vidas enclaustradas, centradas en unos valores alternativos y
vueltas, como la veleta al viento, hacia el Misterio de Dios Padre?
Una sola: radicalidad.
Dos pasajes de la Sagrada Escritura cruzan con frecuencia
calculada por la pantalla, como arrastradas por una mano invisi-
ble, que levantan apenas la punta del velo de ese "porqué": "Y
todo el que haya dejado casa, hermanos, hermanas, padre,
madre, hijos o tierras por mi causa, recibirá cien veces más y here-
dará la vida eterna" (Mt 19,29); "me sedujiste, Señor, y yo me dejé
seducir; me has violentado y me has podido... Era dentro de mí
como un fuego devorador encerrado en mis huesos. Me esforza-
ba en contenerlo, pero no podía" (Jr 20,7-9).
Estas personas han descubierto a Jesús como el tesoro millo-
nario escondido, como la perla insólita y singular, el hallazgo único
de sus vidas, y han sido consecuentes dejándolo todo y respon-
diendo con radicalidad y alegría (Mt 13,44-45).
Con este preámbulo, adentrémonos en el pasaje crucial de la
vida de Alfonso, intentando iluminar aquella "Voz". Siempre es
incitante y sobrecogedor atravesar el umbral de un alma, porque
nos aproximamos al Misterio. Y el Misterio atrae, impone y se nos
escapa siempre.

EL IMPACTO DE UNA "VOZ''


Aquella tarde imborrable de los Incurables, una voz irrumpió en
su interior y la vida comenzó a bullir en vorágine nueva de llama
agitada por el fuego. La "Voz" le llama por su nombre familiar; no lo
recrea, como hace Jesús con sus tres discípulos predilectos:
Pedro, Juan y Santiago. La "Voz", le sorprende en su "sitz im
lebem", donde vive y se mueve: Nápoles, en su profesión definida
de abogado, la tarde más amarga de su vida, cuando su corazón
acaba de ser fulminado por el rayo del reciente y espectacular fra-
caso en los tribunales, que ha vaciado, hasta el fondo, el sentido y
el contenido de su vida de jurista, desorientado ahora, sin saber
qué dirección seguir, en el ambiente yermo de un hospital.
Y algo más hondo. Alfonso se encuentra en uno de esos
momentos cruciales de la vida en que le faltan razones humanas
para pisar fuerte y confiar, porque todas las que tenía hasta hace
unas horas, se le han derrumbado como juego de naipes, y ahora
se siente impulsado a confiar en una razón superior que no cono-
ce, que se le impone, pero no se deja alcanzar.
Lo que le está sucediendo a Alfonso acaece en una acción
humana, no inscrita en el ámbito de lo religioso, como es la ora-
ción o el despliegue del culto litúrgico, y no dirigida a Dios como a
su término inmediato y exclusivo. Es en la vida diaria, vivida con
hondura, en contacto con los enfermos donde el acontecimiento le
bambolea todo.
K. Rahner ha escrito páginas bellas sobre la experiencia de
Dios, del Espíritu, de la gracia, en medio de la vida, en lo que él
7. "ALFONSO,DEJA EL MUNDO Y ENTRÉGATE A ~ i " 85

denominó como "la mística de la cotidianidad". Ahí es donde la


Presencia invisible alcanza a Alfonso. La realidad y el valor de la
experiencia no siempre dependen de los fenómenos extraordina-
rios que tantas veces la acompañan y nos maravillan.

DEJA EL MUNDO^'
"ALFONSO,
Siempre la misma constante en labios de Dios: sal, deja, parte,
camina ... Se la pidió, en tiempos lejanos, a Abraham: "Sal de tu
tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre" (Gn 12,l).
La repitió Jesús al joven rico: "Fijando en él su mirada le dijo: 'Una
cosa te falta; anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y
tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme'. Pero él, aba-
tido por estas palabras, se marchó entristecido porque tenía
muchos bienes" (Mc 10,21-22).
La continúa repitiendo hoy, a lo humano, a todo corazón ena-
morado, que en la forma más radical exige la renuncia a los bienes,
instalaciones, familia, porvenir y a cualquier otro medio que pueda
suponer dependencia, en un intento por liberar a la persona
amada de todo lo que la aprisione o esclavice. iY a lo divino!
¿Qué significado tiene la palabra mundo? He aquí una pala-
bra rica de contenidos y significados. En primer lugar, significa el
conjunto de seres y cosas que existen en su amplitud cósmica y
que nosotros llamamos universo. En segundo lugar, designa tam-
bién este escenario sobre el que se representa el drama, la tra-
gedia o la comedia de nuestras vidas, que engloban trabajos,
ocupaciones, cargos, problemas, frustraciones y éxitos, egoís-
mos, gestos egregios y banales, y toda la variada gavilla menuda
y apretada de circunstancias que la estructuran. Mundo significa,
también, el género humano, la comunidad de hombres que habi-
tan el cosmos. En efecto, mundo es una palabra con variados
contenidos. Hay que romper la cáscara de cada uno para ver lo
que tienen dentro.
Para los primeros cristianos el mundo era una realidad concre-
ta, relacionada siempre con el momento histórico que les había
tocado vivir, y del que no imaginaban huir ni en los momentos
estremecedores de persecución, porque precisamente allí tenían
que ser testigos vivos del Señor muerto y resucitado. Vivían encar-
nados en una religión atiborrada de ídolos, pero dinamizados inte-
riormente por una actitud cristiana. Ahí, en ese mundo pagano, es
donde anunciaban que con Jesús resucitado se había iniciado un
mundo nuevo.
Más tarde, con la libertad constantiniana de la Iglesia y el abur-
guesamiento lento de la experiencia cristiana, surgió la protesta
de cristianos radicales que huyeron del mundo, como reacción y
proclamación de lo esencial del cristianismo: el amor a Dios y al
prójimo.
Pero, 'qué significaba para Alfonso aquel imperativo que le
exigía dejar el mundo? ¡Qué desgarrones de vida oculta a veces
la asepsia aparente de una palabra! Mundo para Alfonso era todo
lo que había ido construyendo paciente y dinámicamente, día a
día, durante 27 años floridos, desde lo más encumbrado social-
mente hasta lo sin volumen ni relevancia cotidiana:
- Su brillante carrera de jurista, su puesto de primer espada
en el foro de Nápoles, la clientela distinguida que frecuentaba su
despacho porque confiaban en la rectitud de su conciencia, su
ciencia y la experiencia demostradas.
- El Centro filipense, fundado por el P. Giovenale Ancina,
hogar popular de la ardiente juventud napolitana que Alfonso fre-
cuentaba las tardes de los domingos y fiestas, donde saciaba su
sensibilidad musical, con la que vibraba su ser entero en los con-
ciertos y representaciones escénicas, religiosas o profanas, ves-
pertinas.
- Su clavecín querido, acariciado horas y horas por sus
dedos de niño y adolescente, o representando "S. Alessio, drama
musical de Bernardo Pasquini, en el que Alfonso interpretaba el
papel de 'diablo' tocando magistralmente el clavecín"51.
- Mundo era para el prescindir de la frecuencia semanal y con-
fortante en el plano espiritual, en cuentas de conciencia, dudas,
escrúpulos con su confesor y guía, el P. Tommaso Pagano; y de la
7. "ALFONSO, DEJA EL MUNDO Y ENTRÉGATE A M¡" 87

Confraternidad de la Misericordiella, dedicada a sepultar a los indi-


gentes del barrio en el Borgo dei Vergini y a acoger durante tres
días, incluida mesa y cama, a los sacerdotes peregrinos.
- Mundo eran sus pinceles de tantas horas, por medio de los
cuales había arrancado a su alma cómo entendía él a Jesús en la
cruz, pura llaga estremecida de amor y sangre. O el dulce cuadro
de la Madonna, reflejo del remanso de ternura que guardaba
entrañado hacia su madre, doña Anna Cavalieri.
- Mundo entrañado era el teatro de la opera de S. Bartolomeo,
tantas veces frecuentado, vibrando siempre en profundidad con
los arpegios de le prime donne y la orquesta, cuyos instrumentos
interpretaban partituras de los grandes de aquel tiempo: Scarlatti,
Porpora, Pergolesi (estos tres condiscípulos suyos), cuyas melo-
días le hacían perder pie y dejarse arrastrar por el ritmo y la armo-
nía, interpretados por profesionales especializados en la materia.
Nápoles es música y cada napolitano lleva oculta en su alma una
suonata sin estrenar.
- Mundo significaba dejar su querida Academia, fundada por
don Nicola Caravita, el centro de élite de más nombradía de
Nápoles, organizado para altos profesionales del Derecho, donde
se debatían en certámenes jurídicos los puntos más candentes y
enmarañados, reales o ficticios, hipotéticos o actuales; academia
semillero de los futuros y más prestigiosos abogados del foro
napolitano. Y abandonar el aplauso y la popularidad que gozaba,
las solicitaciones de matrimonio tan frecuentes en la sociedad en
que vivía por ser tan "buen partido" para un mañana soñado de
felicidad familiar, las sencillas y espontáneas felicitaciones de los
sirvientes, los cumplidos de parientes, damas y familiares.
- Significaba abandonar su Nápoles entrañable, con sus
calles retorcidas, sus edificios acostumbrados, el tañido conocido
de sus campanas, el olor inconfundible de su ambiente, el piso
restallante de ruidos de caballerías y carrozas rodadas, lacayos y
señores, el rumoreo de las olas rompiendo en una de las más
bellas playas del mundo, lo indescriptible de una ciudad cantarina,
alegre y acogedora donde las haya, cuyos ciudadanos hacen su
vida en la calle.
-Alfonso rompe con sus amistades de la jurisprudencia. Y lo
más amado y costoso: su padre, al que temía y amaba, cuyos sue-
ños para un mañana, de más elevado nivel social, había urdido
pacientemente y que ahora tenía que pinchar, como un globo hen-
chido, precisamente él. Sufría secretamente en su corazón la
desazón que produce la ingratitud en un alma noble.
- Dejar a doña Anna, cariño envolvente de su hijo primogéni-
to y afectuosidad posesiva. La madre de tanto desvelo por él, for-
mación cristiana y esperanzas, que precisamente él, que tanto la
amaba, tenía que amargar y hacerle llorar, sin que nadie se diera
cuenta, por los rincones del palacio.
Los llamados a una vocación religiosa, sacerdotal, altruista,
solidaria, piensan que hacen un acto heroico dejando su casa, que
no es suya, sino de sus padres. Y es verdad: lo hacen. Pero,
¿quién hace el sacrificio más acibarado: los que se van ilusionados
o los que se quedan saboreando el pan amargo de los vacíos?
¡Deja el mundo! Se dice pronto. Alfonso, renuncia a "tu mundo".
¡Cuántas horas de insomnio, de ausencias, de inapetencias, de
dolor a solas ... tuvo que mascar su exquisita sensibilidad! No hay
desgarrones que más duelan y hagan sangrar, que los desgarro-
nes de amor, cuando éste ha constituido el "todo de la vida".
¡Cómo se recuerda siempre el calor del último abrazo intermina-
ble, la última mirada cristalizada de lágrimas, la curva del camino
que nos ocultó la casa, el silencio posterior que nadie se atrevía a
romper! Todo esto y mucho más supuso para Alfonso seguir el
imperativo de la "Voz".

,
'
RADICALIDAD
Pero sólo es posible abandonar tan drásticamente "el propio
mundo", cuando antes ha sufrido la persona entera la seducción
del amor. Y Alfonso había quedado seducido por el Dios Amor, la
Presencia ardiente y seductora de la zarza ardiente del Horeb.
Las palabras de Mt 19,21-29 son imposibles de ejecutar si
antes no ha precedido una fortísima seducción. A pocas cosas se
7. "ALFONSO,DEJA EL MUNDO Y ENTRÉGATE A MY 89

agarra tanto el hombre como a la sangre y a lo que le ha costado


sangre edificar día a día.
La palabra seducir en castellano conlleva una cierta connota-
ción de engaño por parte de quien seduce y candidez del seduci-
do. Pero, tomada en sentido más amplio, presupone atracción por
encanto; atracción irresistible por parte de Dios, y por parte del
hombre, una sensibilidad religiosa a flor de piel capaz de captar
esa misteriosa imantación.
Es imposible que Alfonso dejara "su mundo" si no se hubiera
sentido sorprendido, sujeto pasivo, por la Presencia que lo sedujo
y continuaba imantándolo con la urgencia del amor enamorado.
Sólo Dios tiene el poder de seducir sin alienar. Dios no es un
seductor trivial que usa halagos fáciles o embelecos para seducir
fácilmente. La ternura que Dios despliega tiene dos caras de
seducción bíblica. Una es de ternura: "No temas, gusanito de
Jacob, coquito de Israel, yo vengo en tu ayuda, dice el Señor; tu
Redentor es el Santo de Israel" (1s 41,14). La otra es de dureza: "La
palabra de Dios es para mí oprobio y befa todo el día" (Jr 20,8).
Esta dureza explotó en el alma de Alfonso como ola gigante
que revienta su furia contra la roca firme de la orilla, cubriéndola
de guedejas de espuma y agua. Adiós, mundo y vanidades. Para
Ti, Señor, mi vida. Aquí están los fítulos y bienes de mi casa en
holocausto a Dios y a María. Haz de mí lo que quieras...
8
El amor, palabra clave

La vida es repetitiva, monótona e incolora hasta que el amor,


hecho acontecimiento, la divide en dos. Y entonces comienza a
diferenciarse entre un antes y un después. El antes aparecerá con
un color apagado, gris, y el después tendrá un colorido indefinible,
alegre y nuevo.
Ésta es la falsilla sobre la que Alfonso iba escribiendo sus acti-
vidades diarias de joven modelo. "Cada semana y más a menudo
frecuentaba la estancia del P. Tommaso, su director espiritual. Era
su ángel tutelar. Le exponía sus dudas y no se apartaba nunca de
sus consejos. Es decir, que ya de adulto (de abogado) no sólo no
disminuyó su piedad y devoción, sino que se acrecentó.
Frecuentaba los sacramentos, ayudaba a los enfermos de los
hospitales; amaba, junto con la oración, la mortificación de sí
mismo y de sus pasiones personales. No subía a los tribunales sin
antes haber asistido a la santa misa y haber cumplido en la igle-
sia sus propias devociones. Cada ocho días tomaba parte en la
Confraternidad y no descuidaba ninguna de las obligaciones de
aquellos congregados"52.
A ello hay que añadir sus expansiones juveniles. Asistía a los
programas del Oratorio de los Filipenses, donde todo era música,
canto, juego y alegría juvenil.
La infancia y la adolescencia le marcaron con dos ideas, reci-
bidas en parte de su madre doña Anna Cavalieri: el horror al peca-

52 A. M. TANNOIA,
o. c. Vol. 1, 12.
do mortal y la pena que la menor ofensa causa al corazón de
Jesucristo.
Vida monótona, cansina, como el rodar isócrono de las ruedas
del ferrocarril, siempre por los mismos carriles, hasta que el acon-
tecimiento de la "Voz inesperada" tatuó para siempre su vida.
'Fue sólo una voz interior? ¿Y el temblor sísmico que sintió él y
todo el hospital? ¿Y la Luz indescriptible que lo envolvía?
Sin que haya un resquicio para la duda, aquello fue un acon-
tecimiento que dividió en dos su vida. Un día normal se convirtió
para él en una experiencia única y transformante. El célebre abo-
gado de Nápoles debió experimentar el mismo shock que en 1553
sacudió a su maestra Sta. Teresa de Ahumada ante el Ecce Horno.
En las primeras horas y en los tres días inmediatamente posterio-
res, aturdido, descubre que ha sido visitado por Dios, como lo des-
cubrió Zacarias en el templo (Lc 1,8-9).
Cuanto más piensa y profundiza en lo que le ha acaecido, la
conciencia del acontecimiento va "in crescendo", hasta que, poco
a poco, golpe a golpe, cobra noción plena de que el acontecimien-
to ha sido algo muy semejante a un éxodo que, como todo éxodo,
está apuntando a una salida y a un encuentro; de un ver tiene que
pasar al oír. Como en el monte Horeb, el Dios de la zarza también
ha salido al encuentro de él, Alfonso de Liguori.
El encuentro con Dios es un riesgo y un acontecimiento salva-
dor que llama a una vida nueva (Gn 28,17; 32,2-33. Ex 19,21; Is
6,5). La misma sensación que tuvo Alfonso en el hospital de los
Incurables, la tuvieron'los que contemplaron la gloria de Jesús (Mt
12,6; Mc 1,27; 2,12; 4,41; 5,15). El Dios que se presenta al famoso
exjurista no es el que lleva grabado en su conciencia desde peque-
ño: un Dios eco de sus relaciones familiares, severo y distante, cas-
tigador y aplacador. Ahora tiene rostro y detalles de Padre, manifes-
tado en Cristo en una historia de amor personal, que está empezan-
do a comprometer a Alfonso en tres acciones, que no entiende de
momento. Son como el eco del Dios de la zarza en el desierto:
- Vas a bajar.
- Para salvar.
- Porque quiero llevarlos a una tierra buena, espaciosa y fértil.
8. EL AMOR, PALABRA CLAVE 93

DIOSES AMOR
Una certidumbre se le impone, llenándole el alma: "Dios me
ama". Por primera vez comprende la voz de otro que sintió antes
la misma experiencia. "El amor procede de Dios. Quien no ama no
conoce a Dios porque Dios es Amor. El amor no consiste en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó prime-
ro" (1 Jn 4,lO).
Ha sido el mismo Dios quien le ha ido revelando que es esen-
cialmente amor, que sólo sabe amar, que sólo puede amar, como
el sol iluminar, entibiar y caldear la creación, que es la fuente de
la vida y de la felicidad. El Dios Trinidad vive en el amor y de amor,
actúa porque ama, porque es Amor (1 Jn 4,8).
El amor verdadero no se conoce por lo que exige, sino por lo
que ofrece. Cuando la persona se siente visitada por e l Amor,
comprende que tras su experiencia de Dios en la fe, no puede ser
otra cosa en adelante que una vida dedicada con frescura renova-
da a ser respuesta al Amor.
El amor es la vida y la fuente de la vida. "Esta afirmación, sen-
cilla y absoluta al mismo tiempo, lleva inmediatamente al núcleo
de esta altísima palabra e indica un método de profundización. El
conocimiento auténtico del amor no puede originarse sino en la
escucha de Dios"53.
El amor es la vida inagotable. Tiene dos características pecu-
liares: la gratuidad y el don. El amor se difunde por su propia natu-
raleza, y difundiéndose genera en torno a sí más amor. Incluso el
amor no se contenta con amar, sino que hace a los otros capaces
de amar. El Amor "fontal", que es Dios, establece con los hombres
una realidad de paz, de mutua benevolencia, de comunión.
Alfonso ya había encontrado a Dios en labios de su madre,
cuando desde niño le enseñó a orar, y en su padre cuando ambos
iban cada año a encontrarse consigo y con Dios en los ejercicios
espirituales. También en los PP. Filipenses, en su confesor y direc-
tor espiritual, el P. Tommaso Pagano. Pero era un Dios amorfo, sin

DE LA ISLA DE S.
53 BENEDICTINAS GIULIO,Amor: En Diccionavio de Mística,
Madrid 2002, 139.
rostro ni perfil personal, que movía a practicar una letanía de prác-
ticas piadosas, diarias, semanales o mensuales, pero que dejaban
su alma a merced de posibles turbulencias espirituales, hijas de la
fragilidad humana y de los estímulos de la sociedad ambiente.
"Profundizando en estas meditaciones, fueron para él estos ejerci-
cios, la lluvia vespertina que cae a su tiempo sobre un terreno ya
amenazado de quedar árido, y se veían brotar en su corazón las
semillas de la piedad, a las que si las otras semillas de las pasio-
nes no extinguieron, al menos habían comenzado a sofocar"^.
No pasaron muchos días desde la visita del Dios de la zarza
cuando, ya más sereno su espíritu, confesó con sencillez su inte-
rioridad más honda: "Sólo Dios es quien nos llena y Él solo quien
nos ama".
Para Alfonso, la más alta santidad no está en la contemplación,
sino en el mayor amor que es don y actuación personal. Ésta era su
aspiración constante, hasta que llegó un día en que, como fruto
maduro, cayó del árbol de su experiencia su obra maestra espiritual:
la Práctica del amor a Jesucristo. B. Haring nos dice que en ella
enseña cómo construir una vida totalmente cristiana, en línea con el
capítulo 13 de la primera carta de S. Pablo a los corintios.
Esta obra, que debiéramos enmarcar en la psicología espiri-
tual, no nace de altas consideraciones teológicas de escuela, sino
de la vida entendida como "intercambio de amor", como respues-
ta afectiva, inmediata y operativa a lo que él vive, siente y quiere
comunicar a los demás.
Desde el encuentro con Dios, el 29 de agosto de 1723, que
acaece en lo que él llama "el día de mi conversión", Cristo está
presente en el trasfondo de la vida de Alfonso, que ha tenido una
evolución de pensamiento y vivencia de Cristo Redentor. Estas
páginas son la clave para descubrir el proceso espiritual de toda
la vida de un santo extraordinario, la idea matriz que estructura
sus obras.
Para probarlo, Alfonso presenta un texto clave de la Palabra de
Dios, que meditará, saboreará y asimilará hasta hacerlo carne de
8. EL AMOR, PALABRA CLAVE 95

sus horas: "Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo


único, para que todo el que crea en el, no perezca, sino que tenga
vida eterna" (Jn 3,16). "Es uno de los pasajes más densos y des-
lumbrantes del evangelio de Juan. Palabra clave de la espiritualidad
de todos los tiempos. Jesús se muestra revelador de los secretos
del Padre. Se diría que vuelca por completo el saco de sus confi-
dencias filiales. Dios mismo toma la iniciativa y da a su propio Hijo
como expresión de su amor por los hombres. Al sentirse sorprendi-
do por el desbordamiento de Dios, dándonos a su propio Hijo único,
Juan acude, para explicarlo, al balbuceo de la palabra tanto. Dios,
mi Padre, me quiere, pase lo que pase, aunque yo no lo entienda.
Me quiere más allá de mis soledades, incomprensiones, desgarro-
nes del corazón, cualquiera que sea mi situación y circunstancia
concreta. Él me ama. Él conduce mi vida a un destino glorioso"55.
Aquí encuentra Alfonso la prueba más grande del amor de
Dios al hombre. Jesús no es sólo un enviado, es su Hijo. No exis-
te mejor síntesis de la vida cristiana. Es el mejor resumen de la
teología joánica. "El Eterno Padre llegó al extremo de darnos a su
Hijo... Por el amor sin límites o por el excesivo amor que nos
tenía, envió a su querido Hijo para satisfacer por nosotros y devol-
vernos la vida de la gracia ... Movido el Hijo por el amor que nos
tenía, se nos entregó también en plenitud. Nos amó y se entregó
a la muerte por nosotros (Gá 2,20)"56.
A partir de aquí, Alfonso se escucha preguntando con humil-
dad de santo en su experiencia de oración: "¿Pero quien es Dios
para amarnos así? ¿Quién es este Jesús que ha venido a nuestro
lado para revelarnos tan incomprensible noticia? ¿Se puede herir
más hondo el corazón del hombre? ¿Por qué, Señor, me amas
tanto? ¿Qué bondad encuentras en mí?". Y concluye invitando a
todo el que le lea a que haga lo mismo, en una invitación práctica:
"Si Dios te ama, ámale tú también. Él tiene sus delicias en estar
contigo; sean, pues, las tuyas el estar con Él... Toma, pues, la cos-
tumbre de hablarle a solas, familiarmente, con amor y confianza,
como se habla con el amigo entrañable y confidencial".

P. L. A R R ~ N I Z¿Quién
, eres tú, Jesús? Madrid 2001, 98.
56 S. ALFONSO, Práctica del amor a Jesucristo, 12-13.
Tan convencido está de esta verdad, que solía aconsejar con
frecuencia y convicción a sus misioneros: "Si el santo amor de
Dios no entra en el corazón, difícilmente perseverará.. . Por eso, el
principal esfuerzo del predicador en la misión debe ser que cada
sermón deje a sus oyentes inflamados en el santo amor"57.

LA PRÁCTICA DEL AMOR


Alfonso quiere hacer del amor una práctica, no en el sentido
que hoy tenemos de práctica. No hemos de confundir la práctica
de amor alfonsiana con un mero practicismo facilón. La palabra
práctica aparece en muchos libros; es la denominación de sus
escritos. "Es práctica la construcción espiritual de Alfonso porque
surge del interés efectivo de la gente y llega a las 'situaciones más
concretas' en donde se realiza la vida cristiana"58.
Es necesario partir de aquí para conocer a Alfonso, pacificado
su espíritu, superadas las tormentas de los escrúpulos, dejada
atrás la lucha de escuelas rigoristas y laxistas de la élite intelec-
tual de Nápoles. Viendo en la práctica del amor a Jesucristo la
medicina apropiada para curar la conciencia moral católica, que
vive en la práctica generalizada de la culpa y de la angustia, del
miedo a los castigos de Dios, como el ultimo terrible terremoto del
Vesubio, cuya lava incendiaria ha arrasado las laderas del monte, .
aldeas y campos de sembrado, escribe estas palabras del lado de
allá de su experiencia de amor de Dios: "Dios y Señor mío, cuán-
tas cosas veo en la tierra y por encima de ella que me dan voces
y me convidan a que os ame, porque todas, a su manera, me
dicen que por amor mío las habéis creado"59.
Ha llegado a donde llegan los santos: a la madurez. Y en ella
a ver el mundo como una oferta de amor por parte de Dios a toda

57 Acta Doctoratus. Summarium additionak, Roma 1870, 33.


58 M. VIDAL,La ')raxis": rasgo característico de la Moral Alfonsiana y reto a
la Teología Moral: Studia Moralia, n. 25 (1987) 299-326.
59 S. ALFONSO, Trato familiar con Dios. E n Todo por amor, Madrid 2006,71-
72.
8. EL AMOR, PALABRA CLAVE 97

persona, un regalo de amante. Cada persona es creación de


amor, sujeto de amor y proyecto de amor, a pesar del pecado, de
las limitaciones y fragilidades de nuestro pobre barro.
Ya se barrunta aquí otra de sus obras más bellas: Trafo fami-
liar con Dios, editada en 1754, así como el proyecto espiritual,
abierto a todos, desde la tarde del encuentro de los Incurables,
entonces en semilla, pero madurado a lo largo de los años. Lo diri-
ge a todos los cristianos, los de la ciudad y los del campo, pero
sobre todo se intuye su debilidad por los pobres campesinos y
cabreros, más en contacto por su vida con la naturaleza y, por lo
mismo, más próximos a descubrir el amor de Dios en ella y a ele-
varse a Él con sencillez.
Como vemos, Alfonso enlaza con el mensaje de Jesús y de S.
Agustín, cuando nos dice: "Ama y haz lo que quieras", que S.
Alfonso traduciría desde su práctica de abogado en "ama y haz lo
que quiera el Amor".
Parece una vida sencilla y fácil. Nunca en los santos la vida es
sencilla y fácil. La jauría de todas las tentaciones, problemas de
todo orden, dificultades propias y ajenas, o escrúpulos desestabi-
lizadores, salen con frecuencia al camino ladrando furiosamente y
amenazando con sus dientes afilados y sus ojos inyectados en
amenazas de muerte.
No fue S. Alfonso una excepción. En una temporada en que
crepitaba su alma en la hoguera de todas las inseguridades y con
miedo a pecar contra el amor, fue el amor el que le salvó, inspirán-
dose en S. Bernardo que escribió esta poesía:
"Sólo para el amor vive la Esposa.
Sólo por el amor se da al Amado.
Y si abriga un temor, ése no es otro
que el de no plenamente contentarlo
y ser privada de un Amor tan caro.
No espera premio, que el amar es premio,
su vida toda, el amor amando".
Si Dios quiere revelar el amor que ha tenido al mundo, el amor
tiene que poder ser reconocible por el mundo. El amor es recono-
cido en su realidad interna sólo por el amor.
Si la madre ha sonreído a su hijo durante muchos días y sema-
nas, entonces ella tendrá alguna vez la sonrisa del niño como res-
puesta. Ella ha despertado en el corazón de su hijo el amor, y el
niño, despertando en ese amor, despierta también en el conoci-
miento. Las vacías expresiones sin sentido se concentrarán ple-
namente con sentido en el centro de un tú ...
Así se manifiesta Dios como amor ante el ser humano, que
tiene capacidad para ver ese amor absoluto. "Porque el mismo
Dios que dijo: Del seno de las tinieblas brille la luz, le ha hecho bri-
llar en nuestros corazones para iluminarnos con el conocimiento
de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo" (2 Co 4,6).
Desde este rostro nos sonríe paternal y maternalmente. En la
medida en que somos sus criaturas, está en nosotros el germen
del amor, dormitando en nosotros como imagen de Dios. Pero
como ningún niño despierta al amor sin haber sido amado, así nin-
gún corazón humano despierta a la comprensión de Dios sin la
libre donación de su gracia en la imagen de su Hijo.
Aquella tarde de "mi conversión"... intuyó lo invisible. Y sólo el
que es capaz de ver lo invisible, será capaz de realizar lo imposible.
La vida como respuesta al amor referenciado y fascinante de
Jesucristo sí, pero un amor originario, que lo es "todo", como
soñaba S. Agustín: "Preséntame un corazón amante, y compren-
derá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado en deseos.. .
y asentirá a lo que digo. Si, por el contrario, hablo a un corazón
frío, éste nada sabe, nada comprende de lo que estoy diciendo.
Muestra una rama verde a una oveja y verás cómo atraes a la
oveja; enséñale nueces a un niño y verás cómo lo atraes también
y viene corriendo; es atraído por el amor, sin que se violente su
cuerpo por aquello que desea. Si, pues, estos objetos, que no son
más que deleites y aficiones terrenas, atraen por su simple con-
templación a los que tales cosas aman, porque es 'cierto que cada
cual va en pos de su apetito', ¿no va a atraernos Cristo revelado
por el Padre?"eo.

60 S. AGUST~N,Tratado sobre el Evangelio de San Juan (1,35). E n Obras


completas, t. XIV, Madrid 20053, 592-593.
8. EL AMOR, PALABRA CLAVE 99

Alfonso no entiende el amor sólo como amor, sino como "un


intercambio de amor", que se traduce en la vida diaria en una ora-
ción continuada, que tiene como contenido el dialogo filial y amo-
roso con el Padre: "Todo nuestro bien consiste en conformarnos,
unificarnos, deificarnos con la divina voluntad".
Cuando trata de la imitación a Jesucristo -modo de hablar de
su época- pone más el acento en el amor que en la imitación.
Entiende la imitación como una expresión del amor a Jesucristo.
Por eso, para Alfonso, amar a Dios y a Jesucristo es la esencia de
la perfección. Ésta es la fuente de la que nace el amor apasionado
a Jesucristo en sus Misterios: Encarnación, Pasión y Eucaristía.
Tuvieron que pasar muchos años de rodamiento, hasta que
sus vivencias y las de sus primeros compañeros quedaran crista-
lizadas en este ideal programático. En esto hace consistir la espi-
ritualidad redentorista: en el amor a Cristo Redentor, modelo y
fuente de la vida misionera. Él es quien lo unifica e impulsa todo.
Él es el centro propulsor y la razón de ser de la Congregación
redentorista.
Amar es hacer
la voluntad de Dios

iMe niego a obedecer! Es el grito subversivo de la juventud


rebelde de ayer, de hoy y de siempre. Obedecer supone hacer la
voluntad de otro, y hacer la voluntad de otro anula mi libertad. Y
un hombre sin libertad no es hombre. Yo soy libre, quiero ser total-
mente libre, único responsable de mi propia vida.
Insolencia e inexperiencia juvenil. ¿No habrá caído la juventud
en la tentación de un ciego narcisismo? ¿No vivirá cautiva preci-
samente de su yo?
Cierto, todos necesitamos un territorio y una identidad. Pero
no dispares contra la línea de flotación de lo esencial de la perso-
na, que ha nacido para el amor, para vivir en comunión. El encuen-
tro yo-tú es tan esencial para la persona, que sólo a partir de él se
constituye verdaderamente como sujeto y deja de ser un mero
individuo. Pregúntaselo a M. Buber.
Todos necesitamos encontrar a orillas del Nilo un niño, como
la hija del Faraón, al que alguien ha colocado allí en una cesta
embreada, para comenzar a vivir en plenitud, sugiere Kundera.
¿Qué es la voluntad? La describimos como la facultad psiqui-
ca, superior, que tiene el individuo para optar, por libre elección,
entre realizar o no un determinado acto que considera positivo y
valioso. Elegir es desechar.
De los vocablos usados en griego cuando hablan de la volun-
tad (boulé),uno indica el querer de tipo espiritual y el otro apunta
al querer del "eros", instintivo, aunque en el N.T. ambos términos
son usados, en la práctica, de modo sinónimo.
Pues bien, la primera de esas acepciones es sinónimo de
"querer", "desear", "complacerse", "hacer su beneplácito", "agra-
do", "benevolencia", "disposición", "gusto". Este término, epicentro
teológico, es empleado preferentemente por Juan y Pablo para
hablar de la voluntad de Dios.

Juan insiste constantemente en afirmar que Jesús, en cuanto


enviado, no actúa según su voluntad propia, sino según el agrado
del Padre. La voluntad de Dios es el móvil de toda su vida.
Complacer al Padre es la meta de su existencia y de su misión.
La encarnación del Hijo es la expresión de su complacencia
filial. Precisamente porque es Hijo busca colmar de gloria a su
Padre. El Hijo encarnado entra en el mundo para que en la tierra
se haga lo que al Padre le complace. Es la enunciación de su pro-
yecto de vida: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer lo que te agrada"
(Hb 10,7). Éste es el hilo oculto que enhebra todas las páginas de
su vida apostólica. La respuesta de Jesús a María y José: "¿No
sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?" (Lc 2,49)
revela la obediencia filial que dinamizó toda su existencia.
Porque todo en Cristo procede de su amor al Padre, todo tien-
de en su vida a hacer lo que le agrada: "Yo no hago nada por mi
cuenta, sino que cumplo los deseos del que me ha enviado" (Jn
5,30); "he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino el gusto
del que me ha enviado" (Jn 6,38). Sólo Jesús puede afirmar la ver-
dad redonda y sin fisuras: "Yo hago siempre lo que le agrada" (Jn
8,29). Y así hasta la oración heroica de Getsemaní: "No se haga
lo que a mí me agrada, sino lo que te agrada a ti" (Lc 22,42). Es
la oración del Hijo, rendido de cansancio y agotamiento apostóli-
co, que se acurruca en el regazo caliente y seguro del amor del
Padre; allí ha encontrado siempre y encuentra ahora el calor nece-
sario para coronar su misión.
9. AMARES HACER LA VOLUNTAD DE DIOS 103

Igual que su Padre descansa al atardecer del día séptimo,


Jesús descansa, devolviendo su vida al atardecer de su existen-
cia, con la conciencia tranquila de haber respondido, como un eco,
a las palabras reveladoras que un día pronunció el Padre en el
Jordán: "Y una voz del cielo decía: 'Éste es mi Hijo amado, en
quien me complazco"' (Mt 3,17; Lc 3,22).
Juan interpreta la fe como un ser y hacer en todo el agrado del
Padre. Para Jesús Dios es Persona. Siente a su Padre como la
fuente original y fundante de su ser y actuar. Realizar sus deseos
constituye el secreto dinamizante de sus horas. Respaldado por
un amor personal, vivenciado, se entrega por entero a realizar la
misión que el Padre le ha encomendado. El amor con que Dios
ama al mundo pasa a ser su propio amor.
Ésta es una de las características del amor: la identificación,
respetando siempre la personalidad del otro. S. Agustín escribía:
"El amor los encuentra o los hace iguales", lo que equivale a decir
que el amor se afana siempre en torno a lo amado. "En el amor
nos sentimos unidos al objeto o persona amada. ¿Qué significa
esta unión? No es, por sí misma, una unión física, ni siquiera pro-
ximidad. Amar una cosa o persona es estar empeñado en que
exista. Amar es identificación, vivificación perenne de lo amado"61.

CONFORMIDAD
CON LA VOLUNTAD DE DIOS
Es la doctrina que vivió y enseñó S. Alfonso. El capítulo prime-
ro de su obra espiritual, Conformidad con la voluntad de Dios,
comienza afirmando: "La autenticidad de la existencia cristiana
consiste en vivir el amor a Dios. Por eso S. Pablo dice: 'Y por enci-
ma de todo, revestíos del amor' (Col 3,14). De un amor que, para
ser perfecto, necesita ir acompañado de la conformidad de nues-
tra voluntad con la voluntad de Dios. Además, según S. Dionisio
Areopagita, el principal efecto del amor es éste: unir la voluntad de
aquellos que se aman, de tal manera que tengan un solo querer ...

61 J. ORTEGA Estudios sobre el amor, Madrid 1991, 19-20.


Y GASSET,
Dios no quiere que hagamos muchas cosas, sino que aceptemos
su voluntad".
"Lo que Vos queráis, Señor;
sea lo que Vos queráis.
Si queréis que entre las rosas
ría hacia los matinales
resplandores de la vida,
sea lo que Vos queráis.
Si queréis que entre los cardos
sangre hacia las insondables
sombras de la noche eterna,
sea lo que Vos queráis.
Gracias si queréis que mire,
gracias si queréis cegarme,
gracias por todo y por nada,
sea lo que Vos queráis.
Lo que Vos queráis, Señor;
sea lo que Vos queráis".
(Juan Ramón Jíménez)
No se puede aceptar la voluntad de Dios, si uno no es atraído
por Él, reconociendo, desde la más desnuda sinceridad, que Él es
el Amor inmenso y envolvente que nos acompaña y da plenitud.
Pero si se acepta un Amor tan desmesurado, hay que acoger
también la alternancia de las circunstancias movedizas que tren-
zan el rosario de la vida: la vida y la muerte, los estímulos negati-
vos o positivos que nos visitan con dolores o alegrías, caricias o
pinchazos, nostalgia o plenitud, gratitud o ingratitud. Ése es el ver-
dadero lugar teológico donde se comprueba si se acepta o no la
voluntad del Amor. La verdadera piedra de toque del amor es la
vida concreta de cada día y sus avatares.
El poema del poeta de Moguer descansa en este verso casi
místico, que centra la voluntad de Dios no en el cúmulo de cosas
que nos da, sino en la mano providente del Dador: "Gracias por
todo y por nada". Gracias no por lo que me das, sino porque exis-
tes y me llenas de Ti. En el fondo, rezar en el padrenuestro hága-
se tu voluntad va más allá de preguntar cuál es tu voluntad y cuá-
les son los caminos que me exiges. Equivale a aceptar con cora-
zón rendido lo más difícil para el hombre de todos los tiempos: "Me
entrego, me abandono en tus manos porque eres Tú y sé que me
amas apasionadamente".
Alfonso, tras la experiencia de Dios Amor, sienta un principio
que equivale, si se cumple en el día a día, a la culminación de todo
un largo proceso de beatificación: "Un solo acto de perfecta uni-
dad con la voluntad divina basta para hacer un santov@.Esta afir-
mación, fruto maduro de su experiencia de Dios, nos asoma a un
horizonte dilatado de su vida difícil, en el que se inscriben todos
sus actos. Su opción por el absoluto del Amor lo liberó de la ten-
tación narcisista de enclaustrarse en el yo. Recorramos su vida.
Primer ejemplo: El rey quedó conmovido por la actitud humil-
de y sincera de Alfonso, avalada por la ejemplaridad de su vida y
la de sus misioneros. Si de él hubiera dependido, en aquel mismo
momento hubiera aprobado la Congregación que tanto bien hacía
entre los aldeanos más pobres y los pueblos más incultos, espar-
cidos por el campo... Pero se interponía el monstruo del Consejo
de Estado, que lo engullía todo y que, al fin, tenía que dar el visto
bueno.
El capellán mayor, Mons. Galiani, dictó sentencia negativa y
rechazó la aprobación. Eso sí, todo aderezado con unas palabras
vacías de esperanza, exquisitamente diplomáticas, atribuidas al
mismo rey.
Tardaron dos o tres días en comunicárselo a Alfonso. Les daba
miedo. Cuando al fin se lo dijeron, Alfonso bajó la cabeza y surgió
del fondo de su corazón este borbotón de fe ciega en Dios, precisa-
mente en el momento en que le acaban de apagar la lucecita de su
Congregación en el reino de Nápoles, hija de tantas ilusiones, sudo-
res, insomnios y lágrimas: "Que se haga tu voluntad, Dios mío".
Las noches siguientes no pudo dormir. Imposible. Su corazón
latía a ritmo de taquicardias y extrasistolias amenazantes. "Porque
aquel que da su voluntad a Dios, se lo da todo. Quien le da cosas

62 S. ALFONSO,Confomidad con la voluntad de Dios. E n Todo por amor,


Madrid 2006, 85.
con sus limosnas o sangre con las flagelaciones, o alimentos con
los ayunos, da a Dios parte de lo que tiene; pero el que le da su
voluntad, le da todo, por lo que puede decirle: 'Señor, yo soy
pobre, pero te doy todo lo que poseo; dándote mi voluntad, no
tengo más que darte"'63.
Segundo ejemplo: El santo P. Cáfaro ha muerto, consumido
por una enfermedad irreversible llamada celo redentorista. El
corazón de Alfonso sangraba. Había perdido una de las principa-
les columnas de la Congregación. Como un amén litúrgico, escri-
bió estas letrillas:
"No es mi gusto, sino el tuyo
lo que busco en Ti, Dios mío.
Sólo quiero, mi Señor,
lo que quiera tu bondad.
Tú mereces todo amor,
oh divina voluntadn64.
Tercer ejemplo: Dialogo en el suntuoso despacho papal de
Clemente XIII.
-Pero, ¿no me dijo ayer Su Santidad que me olvidara del P.
De Liguori?
-Sí, lo dije, pero esta noche el Espíritu Santo me ha obligado
a desdecirme. Así lo quiero yo, el Papa; que obedezca sin obje-
ción alguna. Yo le dispenso de su voto de renunciar a las dignida-
des fuera de la Congregación.
Comunidad de Nocera. Ha llegado una misiva con esta direc-
ción: Al Ilustrísimo y Reverendísimo Mons. De Liguori.
El P. Mazzini le sugiere a Alfonso:
-Vamos a rezar un avemaría. Me temo que no contenga noti-
cias agradables para usted.
-Ábrala y léamela, respondió Alfonso temblando.
-Es voluntad del Papa que sea obispo. Y sin epiqueya o inter-
pretación jurídica alguna.

63 Ibídern, 85.
64 S. ALFONSO,Agradar a Dios, Madrid 1987, 81.
9. AMARES HACER LA VOLUNTAD DE DIOS 107

Alfonso dobló la cabeza y pronunció, una vez más, su fiat:


-¡Gloria Patri! Dios me quiere obispo; yo también lo deseo.
Que se haga siempre la voluntad de Dios.
Se cortaba el silencio en aquella habitación. Nervios. Seis
horas sin voz. Nueve días de fiebre. Desorientación. Paz al fin.
¡Justosjuicios de Dios! "Dios me arroja de la Congregación por
mis pecados. No se olviden de mí. ¿Cómo vivir separados des-
pués de habernos amado durante treinta años? Estoy en las
manos de Dios".
Cuarto ejemplo: El Decreto de la Sagrada Congregación reza-
ba así: "Las casas del reino de Nápoles quedan privadas de los
privilegios concedidos a la Congregación del Smo. Redentor. En
adelante, que se consideren como si nunca hubieran pertenecido
a ella". Era un Decreto provisional. A instancias del ambicioso P.
De Paola, la misma Congregación definitivamente decide: "Que se
mantengan las decisiones del 22 de septiembre de 1780. Y que se
eche tierra sobre este asunto".
Consecuencias: El Instituto se divide en dos. Los Redentoristas
que viven en el reino de Nápoles ya no son miembros de la
Congregación del Smo. Redentor. Entre ellos está Alfonso, su fun-
dador. Ésta fue su reacción de vértigo: "Desde hace seis meses,
mi oración asidua ha sido: 'Señor, yo quiero lo que Tú quieres"'.
Como el rumor isócrono del tan-tan en las selvas africanas,
como el latido uniforme del corazón en su diástole y sístole, así
llegó a ser la actitud de Alfonso, enamorado de Dios: La voluntad
de Dios.. . La santa voluntad de Dios.. . Señor, yo quiero lo que Tú
quieres.. . Estoy en las manos de Dios.. . Agradarte siempre ansío
y no hacer el gusto mío ... Lo que Vos queráis, Señor; sea lo que
Vos queráis. Un solo acto de perfecta unidad con la voluntad divi-
na basta para hacer un santo.
CEs S. Alfonso
un convertido?

Refiere el P. Caprioli: "Un año nos dijo, para humillarse, el día


de S. Agustín: 'Hoy es el aniversario de mi conversión"'. ¿Es S.
Alfonso realmente un convertido?
"Os he enseñado que Cristo murió por nuestros pecados,
como dicen las Escrituras, que lo sepultaron y que resucitó al ter-
cer día, como dicen también las Escrituras. Se apareció a Pedro y
luego a los apóstoles.. . Por ultimo, después de todos, se me apa-
reció a mí, que soy como un aborto. Pues yo soy el menos impor-
tante de los apóstoles y ni siquiera merezco llamarme apóstol,
porque perseguí a la Iglesia de Dios. Pero soy lo que soy porque
Dios ha sido bueno conmigo, y la gracia de Dios no ha sido esté-
ril en mí" (1 Co 15,3-10).
Nadie se convierte de repente y para siempre. La conversión
genuina se va estructurando en el fluir continuo de la vida y de la
gracia correspondida, y va ahondando en tiempos sucesivos y en
una profundidad lentamente progresiva. Los cristianos somos
nómadas que habitamos bajo la tienda sólo provisionalmente, por-
que por el bautismo estamos insertos en la dinámica del Misterio
Pascual de muerte y vida.
Alfonso no es propiamente un convertido al estilo de Pablo de
Tarso o de Agustín de Hipona. No se convierte de una vida fanáti-
camente religiosa o de una situación moral enlodada a una vida
iluminada por la Gracia. "Por haber recibido tantas veces sus con-
fesiones, sé que el Siervo de Dios jamás mancilló la estola bautis-
mal, no ya con un pecado grave, mas ni siquiera con un pecado
venial deliberado. Lo mismo pueden atestiguar los PP. Volpicelli y
Magaldi", afirma el que fue su confesor los doce años Últimos de
su vida, el P. Corsano.
Anota A. Tannoia: "Todos los domingos por la mañana se le
veía llegar a la Confraternidad. Escuchaba con avidez las instruc-
ciones y se confesaba con D. Tommaso Pagano. Participaba en la
santa misa, prolongaba la acción de gracias de rodillas y con una
particular devoción que infundía ternura a quien lo miraba"65. Por
la tarde, después de vísperas, se perdía en la alegría juvenil de las
melodías del Oratorio, verdaderos ensayos de suite y sinfonías
inspiradas. Conservatorios, capillas, teatros fueron el campo de
acción de una escuela de música de renombre europeo, en la órbi-
ta espiritual del Oratorio que "daba el tono" a toda actividad musi-
cal de la ciudad.
De los hijos de S. Felipe Neri recibe la verdad de que la santi-
dad es para todos, la convicción de que Dios se deja sentir más
en el corazón que en la cabeza, la devoción eucarística, el valor
de la oración, preferentemente mental, el amor a la penitencia y la
pasión por la lectura espiritual, una espiritualidad más cerca de la
ascética que de la mística. En el Oratorio se hace hincapié en todo
lo que sea manifestación espiritual fuera de lo ordinario, la prácti-
ca de la virtud en la cruz y el sacrificio eucarístico de cada día.
El P. Pagano, su confesor y director espiritual, lo recibe siem-
pre con benignidad espiritual, al mismo tiempo que pone toda su
firmeza en el progreso del amor de Dios y a Dios. Y le abre las
puertas de la rica biblioteca conventual.
Alfonso hacía ejercicios espirituales todos los años, solo o con
su padre y tantos otros caballeros y amigos de su edad.
La conversión de que habla S. Alfonso hay que entenderla den-
tro de los parámetros de una vida cristiana vivida, a veces, a medio
gas, compaginando la rutina y la costumbre que todo lo envejece
y marchita, conjugando las crisis de fervor con los momentos de

65 Cit. por T. REY-MERMET,


o. c., 38.
generosidad extrema. Dice él mismo: "Oh Señor, yo soy un ingra-
to y traidor que muchas veces te ha dado la espalda y te ha echa-
do del alma ... Pero ahora me arrepiento con todo el corazón de
haberte tratado así y de haber despreciado tu gracia"66.
El móvil de la conversión no es tanto el progreso en el pietismo
o en el devocionalismo, ni el progreso espiritual basado en un volun-
tarismo empeñativo, ni la amenaza de un castigo para el más allá,
ni el fracaso irreversible en la vida que pone al hombre al borde de
una depresión vital que cuelga de un hilo. El término conversión es
plurivalente porque engloba el conjunto de dos palabras sólo apa-
rentemente semejantes, pero claramente diferenciadas. Los térmi-
nos arrepentimiento y contrición insisten en la pesadumbre de
haber cometido una mala acción, que están pidiendo a gritos
corrección y enmienda para mejorar la trayectoria torticera hasta
ahora seguida. En cambio, cuando se sustituye la palabra conver-
sión por cambio, transformación, transmutación, estamos apuntan-
do más al fondo, indicando que la conversión es sustancial.

LA FASCINACIÓN TRANSFORMANTE
Cristianamente, decir conversión significa superar la actitud de
un amor posesivo y pasar a un amor oblativo que se expresa en
el amor a los otros, prescindir de la búsqueda egoísta de uno
mismo para ponerse al servicio de Dios en los demás. Quien
madura en amor oblativo revela que tiene conciencia de haber
sido tocado en el hondón de su ser por otro amor.
El móvil de la conversión es, pues, la fascinación sorprenden-
te que impacta al hombre en un encuentro con el Misterio. El con-
tenido cristiano de la conversión es esa Persona divina llamada
Jesús, a quien acogemos consciente, personal y libremente en
nuestra vida. Además, "el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm
55).Es el amor con que Dios nos ama y cuya prenda y testigo es

66 Meditaciones de Adviento. E n Obras ascéticas, 1, Madrid


S . ALFONSO,
1952, 40.
la presencia del Espíritu Santo (Rm 8,15). No es solamente una
manifestación de poder (1 Co 3,16; 6,9), sino un principio interior
de nueva vida (Hch 2,38) que habita en el cristiano para hacerlo
hijo de Dios en todas sus potencias.
El sacerdote obrero Emile van Broeckhoven rezaba: "Señor,
hazme conocer la verdadera intimidad del Otro, aquella tierra inex-
plorada que es Dios en nosotros" (Rm 53).
Hay una tremenda equivocación en la mayoría de los humanos:
vivir desde las apetencias inmediatas que nos estimulan desde
fuera, desde nuestros sentidos provocados que aducen una sola
razón: "Hago esto o dejo de hacer aquello porque me apetece, por-
que me gusta". Las apetencias no son la estación termini; son tan
sólo un apeadero momentáneo, más o menos prolongado.
Si mi "yo" no escoge más que vivir, seré vivido por las circuns-
tancias y me tendré que contentar con sobrevivir, soñar la vida,
perseguir compulsivamente la vida, hasta que ésta me destruya,
es decir, funcionar, no vivir. La vida pensada no es más que un
ensayo de la vida vivida. Nadie se emborracha con el concepto
vino; lo que emborracha es la realidad bebida del vino. El día en
que yo sienta que algo me está pasando, descubriré qué es la
existencia vital67.
Esto sólo será posible para Alfonso el día en que sienta el des-
lumbramiento de la luz cegadora de un encuentro, cuando Dios se
abata sobre él como un halcón sobre su presa. Quien ha tenido en
la vida uno de estos encuentros afectantes, que lo cuide y cultive,
porque es la fuente original, primera, de una vida transformada, a
la que hay que volver y volver para seguir bebiendo cada día de
aquel manantial inicial, que nos enseñó y desafió a vivir de una
manera nueva.
Y es que también las fuentes más abundosas se pueden cubrir
con el tiempo de cascotes, escorias y malezas, hasta llegar a olvi-
dar, tristemente, que allí debajo una fuente llora porque no le dejan
ser fuente. O bien, por no frecuentarla, dejar que el camino se
cubra de matorrales tupidos y el bosque se coma el sendero.

67 Cf. J. A. GARC~A
MONGE,
a. c., 280-282.
Camino que no se anda, se llena de hierba, es cierto. Pero tam-
bién lo es que de tanto ir a ver una rosa, se hace un sendero.
No, aquella tarde única del acontecimiento de los Incurables
no fue una conversión para Alfonso, sino la irrupción sorpresiva y
sorprendente del Espíritu del Resucitado que se le adentraba
como un torbellino de vida nueva por las arterias del alma y lo
transformaba en un hombre nuevo, decidido, arriesgado, valiente.
Sentía que su vida había dado un vuelco espectacular porque
había sentido la acción redentora del Resucitado. La presencia de
una "Luz" y una "Voz" conmocionantes le habían tatuado para
siempre, desbordando colmadamente todos sus planes y los de
su mismo padre, el altivo y soñador comandante de la Capitana.
La conversión no es cuestión de un momento; es el comienzo
de un camino tan largo como la vida del sujeto. La profundidad del
Dios inabarcable que da un nuevo horizonte a la vida y con ello
una orientación decisiva, se ha concienciado en el alma, dándole
la medida de la infinitud de Dios y que lleva ahora en su interior en
forma de deseos.
A partir del amor de Dios experimentado, Alfonso siente una
fuerza interior que lo atrae hasta la altura divina. El propio Alfonso
se ha convertido en un amor que busca su complemento en un
más allá. Se ve invitado a responder a la profundidad de la fuente
original, primigenia de su ser humano, porque hasta ahí ha Ilega-
do la Voz imperativa que le exigía: "Entrégate a mí".Dios ha rege-
nerado a Alfonso el día en que padeció la experiencia divina.
El ser humano es por naturaleza un peregrino del Absoluto,
manifestado en el amor de Cristo. Por eso tiene que abrirse a la
experiencia de Dios desde lo profundo, donde ha sido tocado por
Él. Y desde ahí entregarse a secundar la experiencia divina en la
fe hasta alcanzar al Invisible en el rostro de Cristo, que nos lo visi-
biliza: "Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9).
Toda persona que viene a este mundo se forma según el dina-
mismo de Dios, de su imagen, que tiende a la conformación secre-
ta y misteriosa con Él, a la percepción y santidad de Dios, respe-
tando siempre la libertad. Por eso, Alfonso será capaz de acciones
sublimes que ni conoce ni sueña ahora.
La conversión cristiana no es un momento puntual de la vida
humana y cristiana. Es dejar, olvidar, otros caminos, por muy
atractivos y fascinantes que aparentemente puedan parecer. Es la
conversión a Jesucristo.
Una fe que no está unida al Misterio de Cristo o que no condu-
ce a él, es insuficiente, necesita ser iluminada por Cristo muerto y
resucitado. Es vivir un proceso de progreso espiritual, de transfor-
mación, que cada día es nuevo y que acaba en la Pascua defini-
tiva con el Señor resucitado.
Pero en cada vida la conversión tiene una forma propia, por-
que toda persona es nueva y nadie es una copia de otro. La con-
versión de S. Pablo y de S. Agustín, como la de cada uno de los
grandes convertidos a la fe, no fue un acontecimiento sobreveni-
do en un momento determinado, sino un camino.

LOS ~ X O D O SDE S. ALFONSO


En la vida de S. Alfonso hay varias conversiones que equiva-
len a los distintos éxodos con que Dios fue marcando su vida. No
es la prolongación lineal de un momento transformante; es una
peregrinación continua de nómada hacia el santuario vivo del
amor de Cristo que se le manifestó.
N. Londoño distingue hasta cuatro éxodos; podríamos enume-
rar, incluso, cinco.

Primer éxodo
Comienza a partir de la palabra pronunciada por la Voz, aque-
lla tarde singular de los Incurables: "Deja el mundo y entrégate a
mí". Alfonso rompe con su profesión de abogado, con su clientela
selecta, con sus amigos del foro de Nápoles, con la alta clase
social entre la que se movía a gusto. Rompe con el caudal de
inversiones de ilusión y preparación integral que su padre ha ido
invirtiendo en él, esperando percibir en un mañana la eficiencia de
los activos, seguro de la solvencia de su primogénito. Y rompe con
lo que más le cuesta: el cariño posesivo de su madre.
La locura social de esta opción no sería posible si no estuvie-
ra seguro de la locura del amor de Dios por él. Alfonso está apren-
diendo qué significa amar y ser amado, cuál es el significado irre-
versible de la palabra amor, que tantas veces repetirá en sus
libros. Comprueba cómo se diluye el viejo temor a Dios, como
bruma de amanecer, porque en su vida esta amaneciendo la
novedad de Jesús resucitado.
¿Puedo afirmar a boca llena como Alfonso: "El Señor ha esta-
do grande con nosotros y estamos alegres"?

Segundoéxodo
El alma de Alfonso era todo un carrusel que chirriaba interro-
g a n t e ~graves. ¿Por qué dejar tanto bien como se hacia en las
"capillas del atardecer"? ¿No son las misiones, que duran unos
días y luego no se prosiguen, como tormenta de verano? ¿No se
dedicaban ya a las misiones populares tantos sacerdotes celosos?
Tras meses de oración, consulta y discernimiento, Alfonso se
decide y opta por los pobres. No se identificó ni con los pobres, ni
con la pobreza, sino con Jesucristo pobre y misionero por pueblos
y aldeas, "el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamen-
te ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la
condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres, apare-
ciendo en su porte como un hombre cualquiera" (Flp 2,6-7).
Alfonso abandonó su rango social, dejó su carrera brillante de
jurista: la imagen aureolada que le rodeaba en la ciudad de
Nápoles, y se desprendió de gustos y comodidades propias, dada
su pertenencia al alto nivel de vida social.
Le salieron al paso no sólo los pobres económicamente débi-
les, sino los pobres desasistidos de atención espiritual y pastoral.
No fundó escuelas, ni centros de salud, sino que anunció a los
socialmente marginados el Cristo de la "Luz" y de la "Voz" de los
Incurables, el Cristo del amor gratuito e incondicional, el Cristo del
amor hasta el extremo que le había salvado a él.
Alfonso no cayó en la trampa de fundar una Congregación de
misioneros "ad tempus", temporeros, salvaconciencias. Hizo mucho
más. Se encarnó entre los pobres, se hizo pobre. Plantó sus casas
en aldeas y pueblos sin nombre, allí donde los pobres callan, viven
y ganan el pan con el sudor de su frente, ignorados y viviendo al día.

Tercer éxodo
Fue el éxodo del intelectual que había sido formado en el
seminario napolitano en la línea rigorista de su tiempo, fronteriza
al jansenismo y al rigorismo. Y durante algún tiempo la practicó.
Pero, de pronto se vio rodeado de marginados ignorantes,
espiritual y socialmente hablando. Daba misiones y se confesa-
ban. Pero, ¿cómo aplicar a estas pobres gentes el rigorismo moral
de escuela? ¿Dónde dejaba su conciencia al Dios Amor redentor,
que lo había salvado a él personalmente? ¿Y por qué no aplicar
aquí y ahora lo que tantas veces meditaba: Dios no quiere la
muerte del pecador, sino que se convierta y viva? "Tanto amó Dios
al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en
él tenga vida eterna" (Jn 3,16).
La encarnación, muerte y resurrección de Jesús, su presencia
en la eucaristía, el ministerio de la reconciliación, eran la prueba
más evidente de que Dios es perdón porque es Amor. Dios es
benignidad pastoral porque nos ha amado primero (1 Jn 4,lO) y
ahora el amor ya no es sólo un "mandamiento", sino la respuesta
al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro68.

Cuarto éxodo
¡Qué feliz era en el Instituto fundado por él! Su vida se dividía
en dar misiones, escribir libros y atender a sus hermanos redento-
ristas, con cuyos problemas personales y comunitarios se había
identificado: "Quiero serviros lo más posible. Y Dios sabe cuánto
amo a cada uno de vosotros, más que a mis hermanos y a mi
madre. Sabed que después de Dios sois mi único amor y estoy
dispuesto hasta dar mi vida por vosotros".
Y en esto llegó de Roma un sobre en cuyo interior venía el
nombramiento de obispo para la diócesis rural de Santa Águeda

68 XVI, Deus caritas est, n. 1.


Cf. BENEDICTO
de los Godos. Alfonso no pudo remediarlo: cayó enfermo, lloró, se
encerró en su habitación exactamente igual que lo había hecho
después del fracaso juvenil en el tribunal napolitano. Así expresa-
ba a su sobrino los sentimientos que le asfixiaban el alma: "He
quedado como aturdido con este precepto del Papa de aceptar
por obediencia el episcopado, y me siento como atontado al pen-
sar que debo dejar la Congregación en la que he vivido durante 30
años. No hago sino llorar. ¿Quién iba a pensar que el episcopado
me estaba esperando en la vejez?"69.
Los sufrimientos morales son más agudos cuando nos visitan,
avanzados los años, porque nos hacemos más sensibles e incom-
prendidos. Alfonso sintió el nombramiento de obispo como un
nuevo y dolorosísimo éxodo, como si Dios lo expulsara de la
Congregación. Pero volvió a pronunciar el "si" de los Incurables y
de toda su vida, porque se le oía mascullar por los corredores de
la casa buscando la serenidad del espíritu, la autoconformación:
"Dios me quiere obispo y quiero ser obispo". La mañana de Pascua
montó en una vieja carroza camino de Roma. Le acompañaba el
P. Villani. Ya llevaba su anillo episcopal: era de latón.
Como hemos comprobado, varias conversiones y una sola
conversión. Primero buscando a Dios en el mundo, después en el
hospital de los Incurables... Después caminando siempre con Él
al paso del Amor. Alfonso, convertido, es un nómada de Dios, un
hombre siempre en evolución hacia la centralidad de Jesucristo
que le fascinó y sedujo para siempre.

San
69 R. TELLER~A, Alfonso María de Ligorio, 11, 35.
11
"11 distacco"

Cilicios, ayunos, disciplinas diarias, instrumentos de peniten-


cia de todo género, flagelación hasta la sangre, todo lo puso en
obra para caminar lo más cerca tras las huellas del Crucificado.
La abstinencia del alimento fue extrema, y el sábado se atenía a
pan y agua en honor de la Virgen María... No habían pasado más
que unos tres meses desde que recibió el diaconado, cuando
Alfonso cayó enfermo y con peligro de perder la vida. Una noche,
entre otras, los médicos ya la dieron por perdida. A las siete de la
mañana se le llevó apresuradamente el santo viático ... La enfer-
medad fue tan ruda que necesitó no menos de tres meses para
restablecerse70.
Escribe A. Tannoia: "Alfonso comía todos los días de rodillas,
con una gran piedra suspendida del cuello. Su alimento consistía
en una sola 'minestra', sin carne, preparada con grasa o aceite. Si
los días de fiesta añadía un poco de carne, era una limosna de la
familia Rossi. Casi cada tarde se servía sopa de pan, pero el P.
Alfonso la sazonaba, lo mismo que la 'minestra', con centáurea y
otras hierbas amargas. Para él nada de vino. Además de la disci-
plina en común varias veces a la semana, se flagelaba todos los
días en su cuarto y se podían ver las paredes salpicadas de san-
gre. Se agobiaba de tal manera con cilicios, que apenas podía
andar. Dormía muy poco: su almohada era un trozo de piedra toba
y tan delgado el jergón que prácticamente quedaban sus huesos

70 Cf. T. REY-MERMET,O. c., 171-172.


sobre la tabla. Al principio o fin de la comida besaba los pies a
todos. No se rasuraba la barba, sino que él mismo se la cortaba
con tijera".
Semejantes prácticas de penitencia, como sustitución del mar-
tirio de los primeros cristianos e intento de asemejarse a Cristo
crucificado, eran corrientes entre los santos. S. Pedro Damián
(1007-1072), el alegre S. Felipe Neri, que se flagelaba tres veces
a la semana, el dulce Francisco de Sales que llegó a estar a punto
de muerte, como Alfonso, a fines de 1590, por el hecho de añadir
a sus estudios y recios trabajos ayunos, cilicios y vigilias... Estaría
uno tentado a vislumbrar, en el fondo de este modo de vivir el cris-
tianismo, alguna enfermedad o desvío patológico, pero sabemos
que manifestaciones de este género, en consonancia con la espi-
ritualidad de aquella época, tenían como fin únicamente asemejar-
se lo más posible y en todo a Jesús crucificado.
Pero toda esta jungla exquisita de penitencias corporales con-
tra el "asnillo del hermano cuerpo" no es propiamente el "distacco"
alfonsiano. Es necesario extraer la interpretación que se ha dado
hasta ahora a la palabra "distacco", debida al contexto doctrinal
ambiente y quizás a la inercia del pasado, desentrañarla e inten-
tar explicarla desde la psicología espiritual. El significado teológi-
co-espiritual de ésta ha explicado la vida de Alfonso a la luz de los
principios de una ascética severamente penitente y mortificativa
tradicional.

LA ASCESIS CRISTIANA
Pero, ¿qué es la ascesis? Se entiende por ascesis el conjunto
de esfuerzos, mediante los cuales se quiere progresar en la vida
moral o religiosa. Originariamente la palabra significaba cualquier
ejercicio físico, intelectual o moral, realizado con un cierto método,
en orden a un progreso; así, el soldado se ejercitaba en el uso de
las armas y el filósofo en el de la meditación ideológica71. Pero

71 Cf. T. GOFFI,
Ascesis. E n Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Madrid
1983, 9 2 s .
tampoco es éste el significado de la palabra "distacco" en la
pluma, el pensamiento y la práctica espiritual de S. Alfonso.
Sobre estas autoflagelaciones se abaten los maestros de la
"sospecha" aleteando con sus teorías freudianas y postíreudianas,
definiendo tales penitencias extremas con el calificativo de maso-
quismo. Masoquismo es, en general, aquella tendencia por la que
una persona disfruta al sentir dolor sexual, emocional o sentimen-
tal, cuando él mismo u otra persona se infringe libre y consciente-
mente cierto grado de maltrato físico o humillación.
¡Qué lejos está el cristianismo en su primavera de los prime-
ros siglos de tales doctrinas y aberraciones psíquicas! Para los
creyentes de la primera cristiandad, la mística de su conversión
les impulsaba, como viento en las velas abiertas de su vida, en
una sola dirección: Cristo muerto y resucitado, con quien querían
identificarse más y más por el amor y el seguimiento. "Vivo en la
fe de quien me amó y se entregó por mí" (Gá 2,20). Sabían que
por el sacramento del bautismo habían sido configurados mística,
pero realmente, con Cristo, con quien querían compartir estimula-
dos por la fe y el amor, su vida y muerte, incluso en el martirio (Rm
6,2-8). "Amor con amor se paga", y ellos amaban al Señor más allá
de los sobresaltos y zozobras diarias de la policía imperial, que los
acechaba sutil y taimadamente, y los perseguía en una guerra sin
cuartel. Pero estaban dispuestos a identificarse con Jesús en el
sufrimiento y el martirio.
Pues bien, la ascesis cristiana sólo es auténtica si se ilumina
y encuadra desde el Misterio Pascual, porque es de muerte y
resurrección, de cruz y gloria, de grano de trigo sembrado y espi-
ga llena de vida que ha llegado a la madurez. En esto consiste la
iniciación cristiana a la fe: en el bautismo celebrado como una
Pascua. Bautizarse es comenzar a morir, y morir es acabar de
bautizarse.
Desde esta perspectiva se esfuman todas las sospechas freu-
dianas o postfreudianas, porque, en el fondo, de lo que realmente
se trata es de un estímulo de la gracia y un esfuerzo de fidelidad
por nuestra parte para superar cuanto huela a muerte y pecado, a
egoísmo y desamor.
Ésta fue la gran iluminación que sintió Alfonso el día de su con-
versión: el amor que le cambió radicalmente sus horas y dinamizó
toda su existencia posterior. Sólo un gran amor es capaz de des-
pertar las exigencias dormidas en el corazón humano. Sólo un
gran amor puede atreverse a proponer la muerte del egoísmo, es
decir, el desamor, mediante el dominio de si y de todas las desvia-
ciones bastardas para un bautizado, a las que ha renunciado:
"Renuncio al pecado como negación de Dios.
Renuncio al mal como signo del pecado en el mundo.
Renuncio al error como ofuscación de la verdad.
Renuncio a la violencia como contraria a la verdad.
Renuncio al egoísmo como falta de testimonio de amor".

c c D ~Y AMOR
~ ~ ~ ~ ~ ~ "
Pero el "distacco" de Alfonso se adentra audazmente más allá
y se pierde atrevidamente en el bosque espeso del amor. Cuando
el amor de Dios entra en un corazón, ya no hay nada que pueda
desplazarlo. Por eso dice el Cantar de los Cantares. "Si alguien
ofreciera todos los bienes de su casa por el amor, se granjearía el
desprecio" (Ct 8,7). Esto es como decir: Una vez que se experi-
mentó el amor de Dios, no se trueca por ninguna cosa que pueda
ofrecerse a cambio. No existe un bien mayor.
Dice S. Francisco de Sales que "al declararse un fuego, se
arrojan por la ventana todos los muebles. Igualmente sucede
cuando el corazón arde en el amor divino. En ese momento se
arrojan aquellas cosas que son incompatibles con Dios, sin nece-
sidad de predicadores o confesoresn72.Texto espléndido que resu-
me toda la teoría de palabras análogas que presentan el mismo
significado teológico-espiritual en la pluma y en la vida de nuestro
santo: desprendimiento, despojo, purificación, desnudez.
S. Alfonso basa el amor en la ascética de la psicología espiri-
tual. Toda ascética sin amor es extraña a Dios y al amor mismo.

72 El amor divino. E n Todo por amor, 22.


S. ALFONSO,
La perfección consiste en la unión con Jesucristo. Y cuando
uno está unido a Jesucristo, tanto más desprendido está de sí
mismo. Ahora bien, quien estuviere apegado a cualquier cosa, cier-
tamente no alcanzará jamás la perfección. Los defectos no impiden
la perfección, pero los apegos sí. Cuando uno está apegado a cual-
quier cosa, y sobre todo a la propia estima, ¿se hará santo?
El "distacco" en S. Alfonso es la experiencia que lleva al amor.
En su pensamiento, hay que renunciar a hacer del yo el centro de
todo, la tentación de disponer por uno mismo de esa corriente de
ser y amar.
Puesto que el amor viene de Dios y es el mismo amor de Dios
dado al hombre, el amor del hombre estriba en "consentir" ese
amor. Nosotros sólo podemos "consentir", perder nuestros senti-
mientos propios para dar paso en nuestra alma a ese amor. Esto
es negarse a sí mismo. Nosotros hemos sido creados sólo para
ese consentimiento.
El amor de Dios es, en S. Alfonso, la expresión del descentra-
miento del sujeto hacia el centro de gravitación que origina el amor
en él. El esfuerzo, pues, de la persona se debe orientar a acallar el
propio yo, hacerse disponible, conseguir silencio en torno a uno
mismo y en el propio interior estando ya mi casa sosegada, a fin de
que resuene la Palabra divina presente en el corazón. "Como los
escultores esculpen sus estatuas: quitan aquello que a modo de
envoltura impide ver claramente la forma encubierta. Basta ese sim-
ple despojo para que se manifieste la oculta y genuina belleza"73.
El campo de nuestra conciencia se encuentra incómodo en
medio de un caos o conjunto desordenado y excesivo de objetos
plurales, que solicitan inconsciente y persistentemente nuestra
atención. No se puede atender algo sin desatender todo lo demás
que impida la concentración en el amor.
El amor comienza por evacuar de nuestra conciencia esa plu-
ralidad de objetos que de ordinario la atiborran e impiden el nor-
mal movimiento de la atención. Así, en S. Juan de la Cruz, el punto

73 Teología mística, 11. E n Obvas Completas, Madrid


PSEUDO-DIONISIO,
1990, 374.
de partida para todo avance ulterior es la "casa sosegada". "Un
desasimiento grande de todo un 'arrancamiento del alma', esto es:
cortar las raíces y ligamentos de nuestros intereses mundanos
plurales a fin de quedar 'embebidos' en una sola cosa"74.
Es la primera condición que brota espontánea en el amor,
entendido como acontecimiento "afectante". El corazón de la per-
sona sorprendida por Dios aleja la atención de todo lo que ocupa
el corazón, para dejar sitio al amor que le ha visitado gratuita y sor-
presivamente. Cada día van cayendo del árbol de la conciencia
cuanto sean distracciones, dependencias, recuerdos, proyectos,
sentimientos. Cada momento se recrea y favorece más el clima
propicio para que el alma atenta, fija y sosegada se dedique en
exclusiva a vivenciar la expresión jugosa de S. Juan de la Cruz:
"Que ya sólo en amar es mi ejercicio".

DEJARTODO CUANTO NO ES DIOS


Así encabeza Alfonso uno de los capítulos en que trata de
ofrecer medios y modos para alcanzar el amor a Dios. Es la voz
de un experimentado.
"El primer medio consiste en desprenderse de aquello que se
opone a Dios. Si el corazón está ocupado por esas cosas, no tiene
espacio para Dios. Por eso, quien desea tener un corazón pleno
del amor divino, debe seguir la enseñanza del apóstol Pablo:
'Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo
por basura con tal de ganar a Cristo' (Flp 3,8).Y evocando el impe-
rativo del día de su conversión: 'Alfonso, déjalo todo y entrégate a
mí', con una mirada retrospectiva invita acudiendo a su propia
experiencia: 'Pidamos al Espíritu Santo que nos inflame el cora-
zón. Entonces tendremos fuerzas para desprendernos de todo
cuanto es vanidad, riquezas inútiles, honores y privilegios super-
fluos, y de aquellas necesidades que nos quitan la libertad"'.
Sin la conciencia de esa fuerza de gravedad, impresa por el
Espíritu en el fondo del alma, ésta no puede iniciar el movimiento
que la lleva hacia Dios. Todos los movimientos de la persona para
ir a Dios resultan impotentes y, por lo mismo, imposibles. Todos
tenemos un cofre herméticamente cerrado donde guardamos nues-
tros secretos, recuerdos y vivencias más hondas que nadie conoce
porque a nadie le hemos dado la llave. Hasta que un día comienza
a invadirnos, como la luz creciente del alba, el Tú del amor, inten-
tando establecerse en la morada interior del castillo, donde reinaba
en exclusiva y pacíficamente hasta ahora el "yo" del amor propio.
Y empieza el "despojo" en una dulce desposesión del egoísmo
de ambas voluntades, perdiéndose en el "nosotros" del mar,
donde sólo pueden navegar las almas que han dejado muerto en
la playa el egoísmo y han aprendido a remar en comunión. El
amor, como el sol, desholleja el dulce racimo otoñal y descascari-
Ila la espiga reventona veraniega.
Aquella tarde de los Incurables, Alfonso entró consciente y
decididamente en el dinamismo del amor de Jesús que no se sabe
nunca a dónde nos va a llevar. "Te aseguro que cuando eras
joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas a donde querías; pero
cuando seas mayor, extenderás los brazos y será otro quien te
ceñirá y te conducirá a donde no quieras ir" (Jn 21,18). "El amor
nos pide lo mismo que la muerte: salir de nosotros mismos, supe-
rar nuestras propias fuerzas, dar de nosotros mismos algo que
aún desconocemos", decía Garaudy.
Es arriesgado ofrecer y prometer en un momento de euforia reli-
giosa, porque Dios, pronto o tarde, suele tomar la palabra. Seguir a
Jesús es participar en su misión y asumir su destino de cruz, muer-
te y resurrección como prueba radical de amor. Quien comparte con
Jesús su misión de pastor, tendrá también que compartir el destino
del "buen Pastor que da su vida por las ovejas" (Jn 10,11.15).
Los acontecimientos se iban a precipitar. Tras la negativa sen-
sata del P. Pagano a admitirlo inmediatamente en su Instituto,
reservándose un tiempo para orar y discernir sobre su vida, volvió
a casa de sus padres. Tres días de gozo embriagador de amor.
Tres días en que sólo sabe orar expresando un deseo: dejarlo
todo y entregarse a Jesucristo. Era la firma viril de Alfonso debajo
de la palabra "distacco".
Alfonso, de prisa, que se ha declarado un fuego en tu vida.
Arroja por la ventana cuanto es incompatible con el Amor. Afina tu
pluma para escribir un día lo que ya vives ahora: "Deja todo cuan-
to no sea Dios, que su amor infinito reclama también el mayor
grado de amor1'75.
Es insoportable todo lo que no es Dios para aquel que le ama.

75 Cf. S. ALFONSO,E2 amor divino. En o. c., 23.


12
Cristocentrismo

Cuando una vida entra en la órbita de otra vida, se produce


como un estallido de vitalidad, un incendio de mas vida. Algo así
como si del piso superior en llamas cayera al inferior, pura hogue-
ra, un mechón de fuego; el impacto sordo enardece las ascuas
vivas en una llamarada de chispas y pavesas alocadas.
Fue en aquel preciso instante cuando estalló en la vida de
Alfonso su Big Bang creador y transformante.
¿Qué es el Big Bang? Una teoría explicativa del origen del uni-
verso, según la cual el cosmos se creó a partir de una gigantesca
explosión primigenia y originante. El universo, en sus primeros
momentos, estaba homogéneamente lleno de una energía suma-
mente densa, que en un momento dado estalló, y el polvo cósmi-
co comenzó a expandirse y se propagó en una inflación desmedi-
da. Recientemente, ingenios espaciales puestos en órbita (COBE)
han conseguido "oír" el eco de aquel gigantesco estallido.
Con el tiempo, algunas regiones ligeramente más densas de
la materia crecieron formando nubes, estrellas, galaxias y plane-
toides, tal como actualmente se contemplan: unas a simple vista y
otras a través de telescopios gigantes.
El universo está actualmente formado por una energía Ilama-
da "oscura". Es lo que se apunta en el inicio del Génesis: "Al prin-
cipio creó Dios el cielo y la tierra. Y dijo Dios: '¡Que se haga la
luz!'. Y la luz existió" (Gn 1,l-3).
Ésta es la hora decisiva de Dios en la vida de Alfonso. No fue
la de su estrepitoso y sonado fracaso en el foro napolitano. Aquélla
fue sólo la hora preparatoria que le abrió los ojos al abismo del
vacío barroco, al que estaba asomado y en cuyos bordes, incons-
cientemente, se movía. Ésta es la hora de la noche iluminada, de
la casa encendida, de su Big Bang personal, único e intransferible,
de la explosión gigantesca del amor de Dios en su propia existen-
cia, con toda la densa energía que estalla y se va a expandir a lo
largo y ancho de su larga existencia, repercutiendo positivamente
en la Iglesia.
Esta onda lo descentra de si mismo y lo centra para siempre
en Cristo, como peonza que gira y gira en torno a su propia rota-
ción. Es el milagro del Amor que le hace pasar del "yo" adorado y
aplaudido por propios y ajenos al "Tú" que lo deslumbra y solicita
con fuerte atractivo.
Primero fue, 1723, el clamor de su corazón hundido que le hace
exclamar, iluminado por la Gracia: "¡Mundo, mundo, te conozco!".
Un mes más tarde, en el hospital de los Incurables, mientras ejer-
ce y está a punto de terminar su servicio de buen samaritano:
"Alfonso, deja el mundo y entrégate a mí".
Desde siempre, pese a tanta devoción puntual y fervorosa-
mente ejercitada, Dios había sido para él un ser temido, lejano,
propicio al castigo, pero no amado: proyección inequívoca de la
simbólica del padre. Ahora, repentinamente, ha sentido su vida ilu-
minada por el fulgor de una más que certidumbre, de una eviden-
cia: "Sólo Él es quien nos ama".

POR CRISTO
ALCANZADO
Alfonso se siente y se sabe amado. Dios le ha manifestado un
amor de predilección en Cristo. Su corazón desborda en oleadas
de ternura, gratitud y fervor. Repentinamente se ha visto seducido
por Cristo y ha sentido que ha revolucionado su vida, como la de
Pablo en el encuentro del camino de Damasco: "Cristo Jesús me
alcanzó" (Flp 3,12).
Alfonso percibe también en su interior: "Ea, levántate y ama.
Entra en el mundo terrible de los que han preferido amar a ser
amados". Y comienza a aprender por experiencia qué es el amor
y SUS consecuencias.
Nada es nada hasta que no se vive. Lo malo es que cuando se
vive, no se sabe, no se puede explicar lo vivido. Es la historia
siempre repetida y nunca igualmente reiterada del amor. En un
principio la persona se siente delicadamente herida en un punto
por una incitación externa, deleitosa y constante, que ha comen-
zado a estimularnos desde fuera. "Por el poro que ha abierto la fle-
cha incitante del objeto brota el amor y se dirige atractivamente a
éste.. . Va del amante a lo amado"76.
Nadie ama si antes no se siente solicitado por el amor. El
amor despierta amor. Antes de responder a un amor centrífugo,
precede siempre un amor centrípeto. "El amor no consiste en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó prime-
ro y envió a su Hijo para perdonar nuestros pecados" (1 Jn 4,lO).
De donde deduce Benedicto XVI: "Puesto que es Dios quien nos
ha amado primero, ahora el amor ya no es sólo un 'mandamien-
to', sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro
encuentroV77.
Ese estar esencialmente saliendo íntimamente desde nuestro
ser hacia Cristo es lo que se llama y es el amor. "No se puede ir
al Dios que se ama con las piernas del cuerpo, y, no obstante,
amarle es estar yendo hacia Él. En el amor, abandonamos la quie-
tud y asiento de nosotros, y emigramos virtualmente hacia el obje-
to. Y ese constante estar emigrando es estar amando"78.
Puede parecer, a primera vista, que Alfonso, en su cultivada
sencillez, se movía muy lejos de estas aparentes elucubraciones
psicológicas. Y no es así. Precisamente, estas elucubraciones fue-
ron los pilotes sobre los que cimentó el edificio de su vida, su doc-
trina y sus obras desde el día de su encuentro transformante con
Cristo, desde aquella hora luminosa y bendita en que se le caye-
ron las escamas del Dios temible, lejano y justiciero, y experimen-

76 J. ORTEGAY GASSET,o. c., 17.


77 BENEDICTO Xm, Deus caritas est, n. 1.
78 J. ORTEGAY GASSET,O. c., 17.
tó que Dios es Amor cercano, cálido y entrañable, que había sido
y seguía siendo un "Amor envolvente".
Ningún testimonio mejor que sus propias palabras: "S. Gregorio
de Nisa escribe: '¡Bendita la flecha que introduce en el corazón al
mismo Dios que la lanza!'. Con estas palabras quiere decir: Cuando
Dios comunica su amor a una persona, es como si hiciera penetrar
en su corazón una saeta de fuego. Con ella comunica un rayo de
luz y una gracia especial que capacita para conocer su bondad, el
amor que nos tiene y su deseo de ser amado. Dios mismo entra en
el corazón con su dardo de amor. Hay una identidad entre Dios y
su saeta encendida por el fuego. Y eso es así porque, como dice
S. Juan, 'Dios es Amor'. Del mismo modo que una flecha queda
sujeta al corazón que ha traspasado, Dios, cuando hiere con su
amor, también permanece unido a quien ha Ilagado"79.
Jamás olvidará Alfonso la hora, el lugar, la experiencia de ese
encuentro original y fundante, que tatuó indeleblemente su vida
para siempre. Aquélla era una de esas horas únicas que marcan la
vida de los humanos, la hora en que experimentó el amor de Cristo
como una herida luminosa. En adelante, vaya a donde vaya, haga
lo que haga, emprenda la obra que emprenda, su vida siempre ten-
drá algo de desazón de herida y mucho de reto. Ha descubierto a
Cristo como un amor envolvente. "Nuestro Señor, porque nos ama
mucho, mucho desea ser amado por nosotros"*o. "No podemos
dudar del amor que Dios nos tiene. Nos ama mucho. Y porque nos
quiere tanto, desea que le amemos de todo corazón"81.
Es el amor que va a descubrir y asombrarse con el pasmo de
Belén, la tragedia de la Cruz o la querencia enardecida por la pre-
sencia del Amado en la eucaristía.
Éste es su Big Bang individuado, el que va a estallar en su celo
apostólico creando formas diversas de evangelización: la palabra
que quema en el púlpito, los pinceles que intentan fijar la belleza
en colores, la inspiración musical que se enreda entre los penta-

El
79 S. ALFONSO, amor divino. E n o. c., 22.
80 Ibídem, 15.
81 IbzClem.
gramas resonando en melodías populares, instrumentos de arqui-
tecto que en sus manos dibujan planos de futuras casas misione-
ras, y la pluma incansable que, desde el púlpito de papel, predica,
enardece, convierte y transmite lo que su mente piensa y su cora-
zón vive.

CRISTO,LO ESENCIAL
Decía Nietzsche: "Quien encuentra un porqué en la vida, tarde
o pronto encontrará el cómo". Alfonso encontró en Cristo el amor
esencial de su vida. Cristo se convirtió en su razón de ser y en el
motivo profundo de todo su trabajo apostólico, su meta y su acica-
te. Por eso comenzaba así su libro quizás más personal y madu-
ro de espiritualidad, Práctica del amor a Jesucristo: "La suma de
la santidad consiste en amar a Jesucristo".
Refiere B. M. Hernando: "Nosotros no entendemos a Dios por-
que no entendemos el amor. Para nosotros el amor nunca es una
locura, sino una "conveniencia", un amistoso arreglo, un cariñoso
afecto. Los grandes amores nos merecen el calificativo de 'román-
ticos', 'novelescos'. Amamos por ansia de seguridad y pedimos a
quien nos ame que no nos complique la vida, sino que nos la haga
más agradable. Y con estas categorías planteamos el amor a Dios,
a Jesucristo, e inconscientemente el amor de Dios. Pero llega
Cristo que ama del todo y exige el amor total, y nos quedamos con
la boca abierta, sin entender nada de nada...
Todos nosotros estamos en circunstancias -ésa es nuestra
vida de creyentes- de emplear, gastar, consumir cada segundo en
función del Amor, con todas las consecuencias. Si esa clave falla,
todo carece de sentido. El amor de las medias tintas, la entrega
mediocre hace de la fe una componenda sospechosa y práctica-
mente estéril. Lo que de verdad separa a los hombres de Cristo no
es la experiencia del mal o lo misterioso de su Presencia en todas
las cosas, sino la diferencia abismal entre el amor mediocre y el
amor total, el amor razón y el que está por encima de la razón".
Esto es lo que Jesús reveló aquel día bendito, aquella hora
imborrable y fecunda a S. Alfonso: el secreto último de la vida, el
propio Cristo. "Somos justificados por el don de su gracia, en vir-
tud de la redención realizada en Cristo Jesús" (Rm 3,24)."A la luz
de estas palabras de S. Pablo, que expresan el contenido funda-
mental de su conversión, la nueva dirección que tomó su vida
como resultado de su encuentro con Cristo Resucitado"82, camino
de Damasco, podemos entender algo de la vida de Alfonso.
Aunque él habla del día de su conversión, como ya he comen-
tado, no hemos de entender su conversión como un cambio de
una vida sin Dios, porque frecuentaba la iglesia, los sacramentos,
las visitas, la devoción a la Virgen, la ayuda a los más necesita-
dos ... Sin embargo, a la luz de su encuentro con Cristo compren-
dió que con todo ello sólo había vivido para sí mismo: no cometer
pecado que le llevara al infierno, visitar a Jesús en el sagrario por-
que le llenaba el corazón... lo negativo de la espiritualidad. Lo que
necesitaba su vida, que se perdía baldía en el mar, era una nueva
orientación. Necesitaba el aguijón desasosegante que enardecía
a Pablo: "La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe
del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí" (Gá 2,20).
La asignatura que tiene que aprender ahora Alfonso es la de
no buscarse a sí mismo, sino entregarse a Cristo y de este modo
participar en la vida del mismo Cristo hasta sumergirse en él y
compartir tanto su vida derramada como un buen perfume por los
demás, sobre todo los más necesitados, como su muerte con una
redención copiosa.
Alfonso, lo que prepara un mañana definitivo y feliz es poder
exclamar al final de este corto puñado de tiempo que llamamos
vida, inundado de paz y serenidad el corazón: "Pero he vivido". Y
tú comienzas a vivir hoy, porque tu vida es y va a ser Cristo.
Pero amar es muy difícil, porque hay que superar infidelida-
des, fragilidades, rutinas, costumbres, desengaños, egoísmos, la
mediocridad, lo cotidiano sin volumen, ya que todo eso es fuego
de paja que calienta, pero cuando se apaga, sólo deja como
recuerdo la frialdad de un montón de cenizas. El amor que suena

XVI, Catequesis sobre Jesucristo,


82 BENEDICTO centro de la vida de S. Pablo,
14-02-2007.
a autenticidad y verdad, Cristo como razón de ser de una vida,
llega a superar todo ese montón sucio de obstáculos.
Alfonso, tú llegarás y los superarás porque el incendio de amor
del corazón traspasado de Jesús ha prendido con fuerza en tu
corazón apasionado y hambriento de acogida. Y desde ahora el
amor será en ti como el viento, que apaga la llama vacilante y
enciende la hoguera enardecida.
Por eso, tantas oraciones con que Alfonso termina sus escritos
harán referencia a esa experiencia fortísima de sentirse sobrecogi-
do, deslumbrado, fascinado por Cristo: arrepentimiento y propósi-
tos; pasado, presente y futuro, porque el amor deslumbrante de
Cristo es para él como un espejo que lo engloba y actualiza todo.
Veamos una muestra:
"Oh Jesús, que eres mi más verdadero y perfecto amante,
idónde encontraré uno que me haya amado más que Tú! Durante
mi vida pasada he perdido el tiempo en alcanzar el conocimiento
de muchas cosas que no han beneficiado a mi alma en nada y no
he pensado en conocer cómo amarte a Ti, santo amante. Mira, lo
dejo todo desde este día en adelante. Mi único pensamiento será
agradarte a Ti, mi más alto bien. .. Me entrego completamente a Ti;
acéptame, dame ayuda para serte fiel; no deseo ser sino tuyo. Oh
Madre de Dios, ayúdame con tus oraciones".
"Cada creyente tiene que vivenciar su propia experiencia de
Dios en Cristo; está llamado a tener su propia historia personal en
la que se le ha manifestado la gratuidad del amor de Dios"83.

83 X . GAFO,Dios siempre viene, Madrid 1996, 329.


13
S. Alfonso y la Encarnación

'Por qué, cuando llegaba el Adviento, el alma de Alfonso


vibraba con el Misterio de la Navidad cercana, haciéndose con-
templación, ternura, poesía y música? ¿Por qué Undici discorsi
per la novena di Natale?
El primer intento para explicar la motivación teológica navide-
ña de Alfonso fue, seguramente, la que estudió en el seminario,
es decir, la teoría de S. Anselmo para la satisfacción por el peca-
do, que puede concretarse así: "La satisfacción en el Derecho
Romano consistía en una norma según la cual, quien había come-
tido una ofensa contra alguien tenia que darle la debida satisfac-
ción, de tal forma que el otro quedase pagado, satisfecho, en
cuanto a lo que se le había sustraído; honor, dignidad, fama, lo
que fuese, se le devolvía. Tal era el 'acto de satisfacción' en el
Derecho Romano.
Ahora bien, la gravedad de la ofensa se mide por la dignidad del
ofendido. No es lo mismo ofender a un esclavo que a un hombre
libre, a un ciudadano cualquiera que al rey o al emperador. Si nos
remontamos a Dios, cuya dignidad es infinita, encontramos que la
ofensa es de gravedad también infinita. El único acto de valor infini-
to que puede realizar el ser humano es el pecado. Quien satisfaga
el pecado debe ser un hombre, por ser quien ha cometido la ofen-
sa, pero con capacidad para ofrecer una satisfacción de valor infini-
to. Eso sólo puede hacerlo Dios; por eso, 'Dios se hizo hombre"'84.

a4 J. M. CASTILLO,Sobre el odio y su satisfacción. www.letrahora.com.


Como esta satisfacción es imposible al hombre después del
pecado, Dios "inventa" el espacio para recuperarla: la Encarnación.
Dios Padre propone al Hijo que sea Él quien, por una entrega que
sea un acto de puro amor libremente aceptado, sea nuestro
Salvador y nuestra Salvación.
Una tesis muy del gusto medieval en que tanto pesaba el
honor ofendido del señor feudal. Pero ésta es una teoría inacep-
table, porque ofrece la imagen de un Dios sádico, que exige la
muerte de un inocente, y nada menos que la de su Hijo único, para
desagraviar y satisfacer su honor. Es una proposición muy contes-
tada por los intelectuales de ayer y de hoy, que la han tratado de
puramente jurídica, puro concepto, externa, sin sentimiento ni
corazón, ajena totalmente al amor y, por consiguiente, tan discur-
siva como inhumana. La redención que ofrece la imagen de un
Padre que necesita sufrimiento, sangre, la muerte de su propio
Hijo para quedar satisfecho, es anticristiana.
Esta tesis anselmiana fue también en un principio el pensa-
miento de S. Alfonso. Seguro que esta cita que sigue es un eco de
su formación o deformación en el seminario: "El Verbo divino, al
hacerse hombre, escogió no sólo tomar la forma de un pecador,
sino también cargar con los pecados de los hombres y satisfacer
por ellos como si fueran propios. Él cargó con sus iniquidades"85.
Más aún, S. Alfonso se deja llevar de su corazón sensible, cargan-
do el acento de la satisfacción completa sobre el sufrimiento del
Niño: "Qué opresión y angustia debió haber sentido el corazón del
Niño Jesús, quien ya habría cargado con los pecados del mundo
entero, al descubrir que la Justicia divina exigía una cabal satis-
facción por ellos"86.

ENCARNACIÓN POR AMOR


Pero más tarde, cuando Alfonso ha vivido su experiencia de
Dios en los Incurables a la luz del Amor que le ha salvado, se

85 S . ALFONSO,Meditaciones de Adviento. E n Obras ascéticas, 1, 58.


86 ID., Primera Novena de Navidad. E n Obras ascéticas, 1, 76.
aparta de la tesis anselmiana, porque entiende ahora en profundi-
dad por qué Dios se ha hecho hombre.
El amor es creativo y crea a las personas para que éstas crez-
can y lleguen a la plenitud. En esto consiste el amor: en ayudar y
cooperar con la persona amada para que llegue a ser lo más per-
fecta posible. La creación existe para recibir el amor gratuito de
Dios y para que ésta corresponda incondicionalmente a ese amor
gratuito, glorificando su nombre.
La respuesta al gran interrogante de la tesis anselmiana está
en el cántico que los ángeles entonan gozosos sobre las majadas
de Belén: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hom-
bres que él ama" (Lc 2,14).
El amor es la razón última de la encarnación de Cristo. Con el
nacimiento de Jesús, Dios manifestó el amor a todos los hombres.
"El Verbo de Dios se ha hecho dispensador de la gloria del Padre
en beneficio de todos.. . Gloria de Dios es el hombre que vive, y su
vida consiste en la visión de Dios"87.
Dios quiere que el hombre viva y es el amor en plenitud el que
hace vivir en plenitud. Pero cuando hablamos de la vida, no es la
vida entendida como cantidad de los sentidos, sino como calidad
en plenítud.
La gloria de Dios se manifiesta, segun S. Juan, en la salvación
del hombre al que "tanto amó Dios que le dio a su Hijo único" (Jn
3,16). Dios no es, en primer lugar, potencia absoluta, sino Amor
absoluto, cuya soberanía no se manifiesta en tener para sí mismo
todo lo que le pertenece, sino en abandonarlo88.
La salvación del hombre estriba en corresponder libre y gratui-
tamente al amor de Dios, tan doloridamente probado. Jesús ha
correspondido así al amor libre e incondicionado de su Padre.
Precisamente el Gloria de la Eucaristía quiere subrayar la conti-
nuidad que existe entre Navidad y Pascua, aspectos inseparables
del mismo y único Misterio de Salvación, como proclamaba el
Papa Benedicto XVI en una de las homilías de Navidad. ¿Cómo?

87 S. IRENEO, Advevsus Haeveses, IV, 20,5.7.


88 Cf. U . VON BALTHASAR,Mystenum Salutis, Madrid 1971, 157. --
Amando con un amor intenso y radical, hasta el extremo (Jn 13,l).
Y es que Jesús sabía que precisamente aquella Pascua era su
última Pascua, la Pascua de su hora (Jn 2,4; 12,27), en la que
dará cumplimiento a su amor insuperable (Jn 13,34; 15,9; 17,23).
El Padre no quiere la muerte de su Primogénito. Él ama la vida
apasionadamente (Sb 11,26), quiere que toda persona viva. "No
es Dios de muertos, sino de vivos" (Mt 22,32). El Padre sólo pre-
tende la respuesta amorosa de su Hijo, deseo que realiza encar-
nándose, pero esto implica la Pascua, porque sin encarnación no
hay Pascua gloriosa.
Navidad, así entendida, es un anuncio elocuente de la necesi-
dad que tiene el ser humano de un Salvador. Pero es también la
muestra más vívida de ese gran Amor, que hizo posible semejan-
te obra de Redención: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su
Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él, no se pierda, sino
que tenga vida eterna" (Jn 3,16).
Por eso S. Alfonso, cuando es él mismo y se pregunta por qué
el sufrimiento del Niño, se despreocupa de teorías de escuela y
lleva la respuesta a su campo, el del amor que todo lo explica: "El
hombre no me ama -parece que pensó el Señor- porque no puede
verme. Me mostraré visiblemente, conversaré con él y así conquis-
taré su amor. Pues si bien el amor de Dios era sobrado desde la
eternidad, no se había evidenciado aún en toda su grandeza incom-
prensible, lo cual sí aconteció cuando Jesús se hizo ver como niño
'cuando se mostró la bondad de nuestro Salvador' (Tt 3,4)"89.
Por eso asoman a la pluma de Alfonso expresiones que sólo
caben en corazones que han experimentado que el amor de Dios
roza la enajenación y el embeleso excesivo, que hace que el cuer-
po de Santa Teresa se extasíe y desmorone: momento fugaz que
refleja el goce absoluto del Amor y que Bernini imprimió magistral-
mente en su imagen barroca del trance de Santa-Teresa, actual-
mente en la iglesia de Santa Maria della Vittoria de Roma. Alfonso
no se queda atrás cuando habla, desde su experiencia de los
Incurables, de "la locura de la cruz, de la locura del amor".

@ S. ALFONSO,Agradar a Dios, 13.


Para el exabogado afamado del foro de Nápoles, que tanto
sabe de injusticias, que ha defendido siempre la justicia, la equi-
dad y las reparaciones, la mayor ofensa que el hombre puede
hacer a Dios es no corresponder al Amor: no relacionarse con un
amor entre ardiente y febril, como tantas parejas lo viven a lo
humano, y en cambio expresarse ante Él con una corresponden-
cia de afecto indolente, frío, cicatero o egoísta.
Si hemos visto un amor satisfecho, eso no es amor, sino un
amor acostumbrado. Es la costumbre la que mata al amor, mien-
tras que ha de ser el amor el que elimine la costumbre. Amor es
echar siempre de menos.
Para Alfonso, la Encarnación, Navidad, no es un problema jurí-
dico de satisfacciones. La persona entera de S. Alfonso sólo tiene
ojos deslumbrados para el amor hecho ternura, demostrado en la
forma enternecida de un recién nacido, que es el Hijo del Padre
hecho hombre entre nosotros, que pide de nosotros como res-
puesta un amor probado. El Dios revelado en Jesucristo no es
tanto el Dios del poder cuanto el Dios del Amor.

EL ASOMBRO COMO REACCIÓN


Alfonso vive los días de Navidad como fuera de sí. Es la pre-
gunta del mayoral de los pastores que, jubilosos, han emprendido
una procesión desordenada y curiosa, llevando en sus manos lo
que tenían: pan, queso, algo que abrigue al niño, algún recental
quizás, su pobreza al fin. Y tú, ¿qué llevas al niño recién nacido?
Yo le llevo el "asombro". Alfonso, que no sabe o no puede alejar-
se de la cuna, es todo él puro asombro:
-Asombro de que Dios, velado en la forma de un niño, des-
cienda de la altura al frío y al hielo de la noche oscura; que aban-
done la forma de Dios y aparezca como un esclavo, es decir, como
un no-Dios, despojándose de la Gloria que normalmente debía
destellar en su humanidad, porque quería participar de todas las
debilidades del hombre, excepto el pecado, y revelar en ese aba-
jamiento el amor del Padre (Flp 2,7).
-Asombro de que el Verbo de Dios, sin dejar de ser Dios, se
haga carne, con todo lo que esta palabra encierra para el mundo
bíblico: limitación, fragilidad, hambre, sed, falta de acogida y sobra
de agresividad por los dirigentes judíos, agonía, sangre, miedo,
desamparo, soledad, incomprensión, muerte.
-Asombro de que la Gloria que tenía junto al Padre, la ocul-
te bajo el manto de su santa humanidad, "apareciendo como un
hombre cualquiera" (Flp 2,8) y sólo descubra expresamente, en el
episodio de la Transfiguración (Mc 9,2-8; Mt 17,l-8; Lc 9,28-36), lo
que verdaderamente es.
-Asombro de que no sólo se haga carne, sino carne de peca-
do: aquel que carga con la masa informe y gigantesca de todos los
pecados del mundo de todos los tiempos.
-Asombro de que se haga maldito a causa del pecado y de
que tengan que bajar a toda prisa su cuerpo roto y ensangrenta-
do de la cruz, porque se echa encima la fiesta de la Pascua y en
esta gran fiesta no pueden quedar los cuerpos muertos pendien-
tes de un árbol. Porque un colgado es una maldición de Dios (Dt
21,23). "Maldito todo el que está colgado de un madero" (Gá 3,13).
-Asombro de tanta pobreza material: una cueva a las afue-
ras de Belén, envuelto en pañales, depositado amorosamente por
su madre en un pesebre al calor del heno, abrigado por el aliento
de los animales. "Cuando nacen los hijos de los príncipes se les
acoge en habitaciones calientes, decoradas con tapices, cunas de
plata y pañales confeccionados de las más finas telas, asistidos
por los primeros nobles y damas del reino. En cambio, al Rey del
cielo, en lugar de habitaciones adornadas y cálidas, le toca una
gruta fría, revestida de hierbas. En vez de colchón de plumas, le
toca un poco de paja dura y punzante; en vez de pañales finos,
unos pobres pañales, fríos y húmedos, que lo envuelven"90.
-Asombro de que siendo el Creador del que depende todo,
se haga ahora dependiente de todo y de todos. ¿Qué puede un
niño de pecho? ¿Qué sabe un niño de cuna? Si lo abandonan, se
morirá de hambre, de sed, de frío, de suciedad y soledad. El Único

90 S. ALFONSO,Segunda Novena de Navidad. En Obras ascéticas, 1, 163.


poder de un recién nacido es su no poder: los lloros, los sollozos,
los vagidos, las lágrimas.
-Asombro de que "vino a los suyos y los suyos no le recibie-
ron" (Jn 1 , l l ) .
Y vuelve el gran interrogante de S. Anselmo: ¿ Cur Deus homo?
¿Por qué Dios se hizo hombre? Por amor, responde Alfonso con
toda la tradición de creyentes. Pero, ¿era necesario que Dios Ile-
gara a compartir la cueva y el pesebre, donde los animales se ali-
mentan? Ésa es precisamente la prueba más espesa y consisten-
te de la medida del amor de Dios. Hasta ahí llega su amor. "Pero,
¿cómo, Señor, tenéis en el cielo tantos serafines, tantos ángeles,
que vais a tener, al mismo tiempo, tanta aflicción por haber perdi-
do a los hombres? ¿Qué necesidad tenéis, Dios mío, de los ánge-
les y de los hombres como complemento de vuestra felicidad? Tú
siempre has sido y lo continuarás siendo plenitud de felicidad en ti
mismo. ¿Qué puede faltar a tu felicidad que ya es infinita? Todo
eso es verdad, dice Dios; pero perdiendo al hombre pienso que lo
he perdido todo, porque mis delicias son estar con los hombres, y
ellos, pobres, están condenados a vivir siempre lejos de mi".
Pero, ¿era necesario? ¿Y hasta ahí? No preguntes al Amor
hasta dónde, porque te sorprenderá siempre. El amor profundo
vive de interrogantes profundos.
¿Y a quién ama de esta manera? A los hombres tan pobres,
veleidosos, egoístas, evanescentes, frágiles y limitados. Éstos son
los únicos títulos que pueden presentar para atraer el amor divino:
su pobreza. Como los niños de pecho, su fuerza y su poder son
la necesidad y el llanto. Lloran y conmocionan la casa: ¡Que llora
el niño!
Y continúa el mismo interrogante: 8 Cur Deus homo? ¿Por qué
Dios se ha hecho hombre? No preguntes al amor por qué. El amor
no atiende a razones. Ama porque ama, porque es gratuito, por-
que el amor sólo busca amor injustificado y regalado, semejante
al suyo, desmedido, sin condiciones, sin fronteras, sin tiempos ni
medidas.
Tenía por qué pasarse Alfonso horas y horas en silencio, con-
templando al Niño Dios. Dios es Luz y en Él no hay oscuridad (1
moverá de amor viendo a un Dios indefenso, tiritando de frío y de
necesidad?".
La ternura es la flor del amor. Alfonso llega a afinar tanto el
amor de su alma que se le vuelve desvelo, sentimientos de impo-
tencia e incapacidad, al contemplar de cerca y durante tantas
horas al Niño en la cuna: "Ahora que lo vemos hecho un niño tan
pequeño, necesitado de leche, sin poder moverse, temblando de
frío, que gime, que llora, que busca quien lo coja en brazos, que
le dé calor y lo consuele. iAh! Ahora que se ha hecho tan cordial
a nuestros corazones. Pan~ulusDominus et amabilis nimis. Ahora
deberíamos amarlo como Dios. Pero al lado del tratamiento reve-
rencial debe reinar en nosotros el amor para con un Dios tan afec-
tuoso y tan amante".
En tiempo de S. Alfonso la Navidad era, con su novena de pre-
paración, belenes, villancicos, música. Jesús Niño era como el
huésped de toda casa, desde la más baja hasta la más regia. El fol-
klore y todo el acompañamiento barroco propio de la Navidad repre-
sentaban, frecuentemente, toda la expresión desbordante de un
sentimiento que hundía sus raíces en lo más hondo del corazón.
De eso se quejaba con pena Alfonso cuando escribía: "Muchos
cristianos suelen emplear mucho tiempo en preparar el Belén en
su casa, para representar el nacimiento de Jesucristo; pero son
pocos los que piensan en preparar sus corazones, para que
pueda nacer y descansar en ellos el Niño Jesús".
Benedicto XVI sintoniza totalmente con el alma y la actitud de
S. Alfonso, cuando interpreta la Navidad con alma de niño, dicien-
do: "Después de escuchar el canto de los ángeles, no cabe otra
reacción que prorrumpir en 'gloria, gloria, gloria' y cantarlo, y que-
darse ahí balbuciendo el agradecimiento y el amor".
Y es que Navidad es para Alfonso todo eso y más: asombro,
contemplación amorosa del Misterio, Palabra musitada en silen-
cio, ternura, canto, villancico.. .
Aquellas lecciones de música que en su juventud recibió del
gran maestro Gaetano Greco en el Conservatorio de los Pobres,
donde enseñaba violín, contrapunto y composición, las convierte
ahora Alfonso en instrumentos pastorales al servicio del pueblo.
Jn 1,5). Navidad es luz y fuente de vida. Así la luz te hace vivir y
te indica el camino. Pero la luz, en cuanto da calor, significa tam-
bién amor. Donde hay amor, emerge una luz en el mundo; donde
hay odio, el mundo está frío y en tinieblas. "Sí, en el pesebre de
Belén ha aparecido la gran Luz que el mundo espera. En aquel
Niño que nace en un pesebre Dios manifiesta su gloria, la gloria
del amor que se da como regalo y se priva de toda grandeza para
conducirnos por el camino del amor1'91.
Pero el asombro crecía en su corazón cuando, como era Iógi-
co en él, las ideas las convertía en vida, los interrogantes teóricos
se introyectaban en su interior y leía su vida a la luz de su Amor,
y su propio y personal desamor: "Y todo esto por mí. Tanto amor
como me has demostrado y tan poco correspondido por mi parte.
Y cuando lo he correspondido, lo he hecho con distracciones, frial-
dad y pecados".
Pero la pobreza del Niño no está en tener o no tener.. . Está en
que siendo el Amor demostrado, es también un Amor desarmado
que no puede obligar al hombre a amarlo, arrasando su libertad:
"Dios es tan poderoso que pudo darse inerme y venir así a nuestro
encuentro, como niño indefenso, para que nosotros pudiéramos
amarlo. Dios es tan bueno que renuncia a su esplendor divino y
desciende a un portal, para que nosotros podamos encontrarlo, y
así, su bondad llegue y se comunique a nosotros, y continúe traba-
jando por nuestro medio. Esto es la Navidad. Tú eres mi Hijo, yo te
he engendrado hoy. Dios se ha hecho uno de nosotros a fin de que
podamos ser con Él semejantes a Él. Ha elegido, como señal, el
Niño en el pesebre, para que así aprendamos a conocerlo".
No es extraño. La Navidad alfonsiana comienza por ser asom-
bro de lo que los ojos ven y el corazón siente, para terminar en ter-
nura. "Quiso Jesús nacer como un niño pequeño, no sólo para
ganarse esa forma de amistad que denominamos aprecio, sino
también un amor de ternura. Pues si todos los niños saben gran-
jearse el cariñoso afecto de quienes los cuidan, ¿quién no se con-

91 X V I , Misa de medianoche. Fiesta de Navidad. 24 de Dic.


BENEDICTO
2005.
Quiere que también ahora los sencillos, los campesinos y pastores
de la montaña de Scala, los primeros que en el tiempo del nacimien-
to del Niño recibieron el mensaje de la Navidad en la Nochebuena,
se alegren, canten y celebren el amor de Dios hecho Niño en Belén.
Y compone el villancico más popular de Italia, escribiendo la letra y
poniéndole después una melodía alegre, pegadiza y sentida.
Son muchos los que no saben que el villancico más divulgado
que se canta en la alegre Navidad de la luminosa Italia se lo ha
puesto en sus labios el napolitano más santo:
"Tu scendi dalle stelle, o Re del cielo,
e vieni in una grotta al fredo, al gelo.
Bambino mio divino, io ti vedo quia tremar.
O Dio beato,
e quanto ti costo I'avermi amato".
"Desciendes de la altura,
oh Rey del cielo,
y en una gruta naces del triste suelo.
Niño mío, de puro frío, yo te veo aquí temblar.
Dios humanado,
y cuánto te costó el haberme amado".
14
El pecado y S. Alfonso

Con unas pinceladas propias de un cuadro de Caravaggio,


que aglutina a los pintores del naturalismo tenebrista y del realis-
mo de Ribera, describe Alfonso el estado moral de la ciudad y del
reino de Nápoles: "Lo que no da lugar a dudas es la perdición de
costumbres que va creciendo cada día. La fe se extingue. ¡Sabe
Dios a dónde habrá llegado Nápoles de aquí a veinte o treinta
años!... ¡Perdida la fe, todo está perdido! Lo digo sinceramente:
Quisiera que nos viniese cualquier castigo para que los obstina-
dos viesen que hay un Dios y que Dios consiente, pero no para
siempre".
Poco después escribe al nuevo arzobispo de Nápoles: "El
clero napolitano no es el que V. E. conoció. Tendrá un clero en tris-
te decadencia y, por tanto, unos fieles en igual condición. Digno de
servir de modelo a todo el reino, y aún al mundo entero, este clero
ha caído hoy en una postración que arrancaría lágrimas. ¡Hasta
dónde han caído los sabios de nuestro siglo de la ilustración!
illustración ...! Y mientras las almas se pierden, Napoles se arrui-
na. Nadie confiesa ni oye sermones. Y los más legos hablan de
teología y discuten la Sagrada Escritura, los dogmas y los manda-
mientos.
Postdata: Se niegan las verdades de la fe y el número de
pecados aumenta día a día".
Un mismo fogonazo visual despierta el inconsciente de Alfonso
con la superposición de dos planos comparativos, en los que
abundan los fuertes contrastes del claroscuro de la escuela tene-
brista. Son el Nápoles de hoy y el Nápoles de ayer que él dejó. En
esta descripción moral del Nápoles de su tiempo predomina un
tema contra el que tantos miles y miles de veces alzó su voz enar-
decida de misionero: el pecado.

EL SENTIDO DEL PECADO


¡Qué mala prensa tiene hablar hoy del pecado, ni siquiera
enunciarlo! Hemos pasado de hablar inmoderadamente del peca-
do en el confesionario, misiones, ejercicios espirituales, retiros o
dirección espiritual, a no hablar nada o casi nada del mismo.
Pío XII pronunció en Boston, con motivo del Congreso Cate-
quético, en el ya lejano 1946, una frase que ha tenido éxito de
"best seller": "Es posible que el mayor pecado del mundo de hoy
consista en que los hombres han empezado a perder el sentido
del pecado"92.
Juan Pablo II recoge y amplía esta idea, buscando sus causas:
"El mundo actual ha perdido el sentido del pecado, porque también
ha perdido el sentido de Dios. El secularismo y el humanismo, con-
centrados exclusivamente en producir, y dominados por el consu-
mo y el placer, minan el sentido del pecado, que a lo sumo se redu-
ce a lo que ofende al hombre. Las exageraciones del pasado, que
veían pecado en todo, han dado paso a no verlo ahora en nada"93.
La civilización dominante ha intentado negar el pecado en
todas sus dimensiones. Sin embargo, no ha logrado evitar la
angustia del hombre que se advierte limitado, que siente la oscu-
ra, la inasible memoria subconsciente del pecado, y no encuentra
en la sociedad los medios adecuados para salir de esta situación.
Y sin embargo, por más que se niegue, el pecado existe. Todos
somos pecadores y sentimos esa ruptura interior. "Si decimos que
no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la ver-
dad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, Dios,

92 Ecclesia,6 (1946) 8 .
93 JUANPABLO11, Reconciliatio et paenitentia, n. 18.
14. EL PECADO Y S. ALFONSO 147

que es justo y fiel, perdonará nuestros pecados y nos purificará de


toda iniquidad" (1 Jn 1,8-9).
Lo que existe en el hombre de hoy es una insensibilización,
una parálisis, un sentido del pecado debilitado, una rebeldía con-
tra la definición religiosa del pecado, un motivo complejo de culpa-
bilidad, un morboso sentimiento de culpa que hay que suprimir.
Sin embargo, en esta materia, no debemos dejarnos llevar por el
pesimismo derrotista. El sentido del pecado no se ha atrofiado en
las conciencias; se ha modificado. El hombre secular busca puri-
ficación de formas. Ha perdido el sentido tradicional del pecado,
en su vertiente vertical, pero se ha hecho mucho más sensible a
la dimensión horizontal: la de la justicia social, la solidaridad con
pueblos menos favorecidos, con naciones enteras golpeadas sin
piedad por los elementos naturales desatados, pestes, hambres,
guerras, egoísmos, intereses creados y violencia.
Comenta A. Nicolás, Superior General de los Jesuitas: "¿Cuál
es el color, el tono, la figura de la salvación hoy para tantos y tan-
tos que tienen necesidad de ella, para tantas 'naciones' humanas,
no geográficas, que todavía reclaman la salvación? Son muchos
los que esperan en una salvación que todavía no hemos compren-
dido. Abrirse a esta realidad es el desafío, la llamada de este
momento".
La teología ha ampliado su horizonte, viendo al hombre desde
una comprensión más honda: la realidad cruel de su labilidad que
se apoya en la limitación humana y personal. La explicación de la
culpabilidad ha cambiado en el decurso del tiempo. Otros agentes
inmanentes han ocupado el puesto preferente que ocupó el cris-
tianismo del miedo en la lejana Iglesia medieval; por ejemplo, la
explicación del pecado desde el psicoanálisis94. "Llevamos dentro
un campo de minas que se traduce en inseguridad; la inseguridad
genera miedo; el miedo genera angustia; la angustia genera
vacío; y como el hombre no puede vivir colgado sobre el abismo
del vacío, busca satisfacerse con la insaciable codicia del 'poder',
que disimule la propia indigencia, del 'prestigio' o la 'imagen' como

94 La peur en Occident, Paris 1978.


Cf. J . DELUMEAU,
culto al yo, del poseer cosas, personas... Formas de taponar el
falso agujero negro del miedon95.
No hay pecado, hay pecadores, lo que nos lleva a escuchar,
atender y tratar de comprender a cada persona en su situación
vital. Es necesario pasar de la casuística del confesionario a la
moral de la vida. B. Haring detectaba y abogaba por un desplaza-
miento selectivo de la ley al Evangelio. M. Vidal, con ese poder de
síntesis que le caracteriza, ilumina el pecado desde el N.T. El mal
moral no existiría en el mundo si no fuera por la libertad humana.
Este mal procede del reino de la libertad. Para P. Ricoeur, la forma
de ser finita de la libertad humana es la condición del mal moral.
r'
Pablo afirma que todos los hombres se encuentran bajo el
poder del pecado (Rm 8,19-22j.queconduce a la muerte (Rm 5,8).
Pero si el pecado es un poder que separa de Dios, hay otro poder
mayor que libera a la persona de toda forma de dependencia y
esclavitud por su obediencia y amor al Padre (Flp 2,8;Gá 2,2) y
hace de ella una criatura nuevaas. .
Juan, por su lado, entiende el pecado como situación más que
como acto. El pecado es no creer en Cristo. Y si es una fuerza del
mal, el Señor tiene poder sobre él porque ha venido a quitar el
pecado del mundo. Por eso derrama su sangre y comunica al
hombre su Espíritu, poder de Dios en acción, para que no peque.
Juan entiende el pecado como fruto del egoísmo y como oposición
al amor; y subraya estos dos aspectos, que, profundizados en la
oración, nos hacen estremecei-97.
En este sentido, un rasgo evangélico de primer orden es la
enorme acentuación que Jesús pone en la libertad de las perso-
nas para aceptar o no sus invitaciones: "Si quieres"; "si alguno
quiere venir en pos de mí...". El amor no impone, propone; no
manda, solicita; no coacciona, mendiga. El amor es libre. Nadie
puede obligar a amar. El pecado en Juan no es infracción de la ley,
sino infidelidad al amor, una indelicadeza, un fallo egoísta en la

95 Paz, Misión, Espí&u: Sal Terrae n. 966 (Marzo 1994) 209.


J. A. GARC~A,
96 Cf, M. VIDAL,Moral de actitudes I. Moral fundamental, Madrid 1990, 597.
97 Cf. F. SEGURA,Ocho días de Ejercicios, Santander 1992, 65-67.
14. EL PECADO Y S. ALFONSO 149

relación con Jesús. En el nuevo mandamiento no hay que cumplir


ninguna vieja ley, sino amar. El amor mismo es la Ley nueva.
Pecado es no corresponder al amor gratuito de Dios directamente
o a través de otras personas.
Esto nos obliga a extraer el examen de conciencia de la con-
frontación moral con los mandamientos o deberes plurales, y esta-
blecerlo en el "me acuso, Padre, de mi infidelidad al amor. He sido
infiel a tanto amor demostrado por el Señor y me duele haberle
defraudado en ..." y aquí especificar en qué.
En el evangelio de Lucas sobre el padre desgraciado que no
tiene hijos, porque uno le ha resultado un balarrasa y el otro se ha
detenido, como los "buenos de hoy", en la ley, Benedicto XVI
comenta y subraya este pasaje: "Sin desobedecer nunca una
orden tuya" (Lc 15,29). Para ellos, Dios es sobre todo ley; se ven
en relación jurídica con Dios y, bajo este aspecto, a la par con Él.
Pero Dios es más: han de convertirse del Dios ley al Dios más
grande, al Dios del amor. Entonces no abandonarán su obedien-
cia, pero ésta brotará de fuentes más profundas y será, por ello,
mayor, más sincera y pura, pero también más humilde98.
Acusarse en el sacramento de la Reconciliación sólo de haber
pecado contra este o aquel mandamiento apunta a que el peniten-
te vive todavía en relación con la ley de los mandamientos, pero
no con el amor del Señor que me amó hasta el extremo (Jn 13,l).
Lo que nos debe doler es el desamor, estar poniendo egoísmo en
el amor, no amar bastante al Dios Amor en este o en aquel man-
damiento, pero partiendo siempre del amor desamado. "No me
mueve, mi Dios, para quererte.. . Muéveme tu amor ... y mi des-
amor".
Lo que Dios quiere de nosotros es que respondamos libremen-
te a su amor incondicional con el nuestro. El mal moral es falta de
amor. Sólo se nota la falta de amor, si éste existe en algún grado.
Por eso, los que no aman al Señor, no se reconocen pecadores.
Como apunta J. l. González Faus, Rahner subraya la dificultad
propia de la misma esencia del pecado para poder reconocerlo

98 Cf. BENEDICTO
XVI, Jesús de Naza~et,Madrid 2007, 252-253.
como ta1QQ."No nos salvamos por lo que hacemos, sino porque
hacemos lo que el amor de Dios nos pide. Recordemos lo que
dice la parábola de los trabajadores invitados. Gratuitamente le dio
al último para que tuvieran él y su familia: un denario, que es lo
que necesitaban"100.
Hemos perdido la gratuidad en el amor ... y en la vida; por eso
faltan corazones que sepan decir: ¡Gracias! La correspondencia al
amor de Dios se hace en el amor a los otros. Aprendámoslo de
una vez: La ley se ha hecho Persona. Jesucristo es el amor de
Dios Padre, encarnado. "Quien no ama no ha conocido a Dios por-
que Dios es Amor" (1 Jn 4,8). La misión del Hijo como Salvador
(Jn 3,16-17; 4,42; Rm 3,24-25) ha manifestado que Dios es el
Amor mismo y que el amor de los cristianos, hijos de Dios, deriva
del Padre y del Hijo (Jn 15,9; 17,2).
En momentos graves, cruciales, de persecución y amenaza de
supresión de la Congregación, Alfonso escribió lo que vivía inte-
riormente: "Me hacen temer más nuestras faltas de corresponden-
cia a Dios que las más fieras persecuciones de los hombres y de
los demonios".
Por otra parte está "el pecado en comparación". Jesús casi
nunca habla del pecado. Y cuando lo hace, no habla del pecado
como un acto aislado, como un delito objetivo, como una falta,
sino que lo pone, casi siempre, en comparación con las "gracias"
recibidas, las posibilidades de amar o las oportunidades de salva-
ción que se le concedieron al pecador. Por eso alza su voz lasti-
mada, condolido: "¡Ay de ti, Corozaín! iAy de ti, Betsaida! Si en
Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han reali-
zado en vosotras, hace tiempo que sus habitantes vestidos de
saco y sentados sobre ceniza se habrían convertido. Por eso os
digo que el día del juicio será más llevadero para Tiro y Sidón que
para vosotras" (Mt 11,21-22).
En consecuencia, en el Evangelio, pecado es una relación
comparativa entre lo que se nos ha dado y lo que se nos exige en

99 Cf. J. 1. GONZALEZFAUS,Proyecto de hermano, Santander 1997, 192-195.


100 J. R. BUSTO,Cyistología para empezar, Santander 1991, 147.
14. EL PECADO Y S. ALFONSO 151

justa correspondencia, porque "al que se le ha dado mucho,


mucho se le exigirá" (Lc 12,48).
Pero no debemos encerrar el pecado en un individualismo
romo, porque si bien es cierto que todo pecado es personal, lo es
también social, en virtud de la solidaridad humana, misteriosa e
imperceptible, real y concreta, que de algún modo repercute en
los demás.

EL PECADO EN S. ALFONSO
¿Qué repercusión tuvo el pecado en la vida de Alfonso? Su
madre le inspiraba el horror al gran mal que en sí es el pecado, al
infierno que se merece, y la pena que la menor ofensa causa al
corazón de Jesucristo. Todo hacía impresión en Alfonsolol.
Es cierta aquella máxima filosófica: Lo que se recibe, se reci-
be al modo de quien lo recibe. Alfonso, por edad, por naturaleza y
por cultivo humanista, tenia la piel del alma exquisitamente sensi-
ble. No cabe duda de que el consejo insistentemente repetido por
doña Anna a su primogénito, como gota de agua que cae y cae
sobre la misma piedra llega a horadarla, acabó por marcar para
siempre su vida. La sombra negra del pecado y del infierno, de los
novísimos en suma, le acompañó casi toda su existencia.
Pero afortunadamente su madre puso en la balanza, como
contrapartida, otra enseñanza más creativa, más evangélica y de
más largo alcance. "Sobre todo, se veía empeñada doña Anna en
imbuir en el alma de sus hijos un ardiente amor a Jesucristo y una
confianza filial en la Santísima Virgen María"lO2.
Esta ultima enseñanza aflorará con pujanza más tarde en el
cultivo de su espiritualidad y en su ministerio apostólico. Ya abo-
gado, su padre, marinero en tierra, le llevaba a hacer ejercicios
espirituales, bien con los Jesuitas de la Conocchia o bien con los
Lazaristas del Borgo dei Vergini para recogerse y pensar en su

101 Cf. T. REY-MERMET,


O . c., 34.
102 Ibídem, 35.
almalos. Cuarenta años más tarde, recordará Alfonso en una
recreación con sus hermanos al "director" de unos ejercicios que
marcaron su alma: el jesuita Nicola María Boviglione.
Pero cuando asimiló lo que era el amor, convertido en experien-
cia de Dios, fue el día de su encuentro transformante con el Señor,
la tarde en que oyó la "Voz" y la "llamada". Fue entonces cuando
supo realmente del amor y de sus exigencias, al convertirlo en vida
de sus horas apasionadas de entrega a Él en los marginados.
Desde aquella hora única, su doctrina no desbordaba de un
entendimiento natural, bebida en la fuente de las ideas y los con-
ceptos, sino en el trato familiar con el Amor hecho hombre. Esto le
llevó a descubrir de manera viva y vivida que "Dios es Amor". Por
amor creó al hombre (1 Jn. 4,8). Pero el pecado vino a mancillar
todo lo que Dios había hecho con bondad infinita.
Toda la vida de Alfonso será un pasar por pueblos y aldeas,
curando el mal moral y sus estragos demoledores, porque "Dios
quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm, 2,4).Y la predica-
ción que enardecía a sus oyentes no nacía de una manía obsesi-
va del pecado, ni de su fluidez verbal de abogado, ni de su prepa-
ración doctrinal. Él comunicaba experiencia, no tanto ciencia;
mejor, transmitía la ciencia que le venía de su experiencia de tan-
tas horas de oración. Nosotros hemos visto y damos testimonio de
que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo... (1
Jn 1,l-2). Era el eco imborrable de su encuentro interior y trans-
formante con Cristo en el amor, a los veintitrés años. Fue como el
estribillo de las dos ideas que su madre, en la infancia, esculpió en
el alma de su primogénito: predicar la sombra negra del pecado y
del infierno, pero, al mismo tiempo, anunciar el amor inmenso de
Jesucristo y la confianza sin límites en su abundante misericordia.
El amor de Dios está siempre ofrecido y es incondicional (Ef 2,6).
Alfonso nunca pretendió fomentar el pánico y menos el terro-
rismo religioso en las misiones. Quería, sí, que los temas incluidos
en los "novísimos" nunca faltaran en la predicación, no porque
buscara intimidar al pueblo, sino porque psicológicamente quería

103 San Alfonso María de Ligorio, 1, 67-68.


Cf. R. TELLER~A,
14. EL PECADO Y S. ALFONSO 153

despertar, religiosamente hablando, a los dormidos. Toda una


pedagogía religiosa que desembocaba en la conversión:
- Quería que el pecador tomara conciencia y se sensibilizara
del pecado y sus consecuencias graves: la salvación y el peligro
de dilatarla.
- Que el pecador tuviera el coraje de confrontar su situación
con las realidades incontrovertibles e irrebatibles del pecado: la
muerte, el juicio, el infierno y la eternidad.
- Pero, para que no acabara todo en desesperación, emergía
con fuerza propia el "sermón obligatorio" de la misericordia infinita
de Dios, invitando a todos a confesarse y arrojarse en el regazo
del amor del Padre que los esperaba para echárseles al cuello,
besarlos efusivamente y celebrar fiesta, como en la parábola mal
llamada del hijo pródigo (Lc 15,ll-31).
- La conversión era una energía incontenible que reclamaba
cauces. Para encauzar esa potencia de gracia inesperada y
correspondida, los misioneros se quedaban varios días en el pue-
blo convertido, iniciándoles y educándoles en la llamada "vida
devota": la oración, la devoción a la Virgen, la visita al Santísimo,
la práctica de los sacramentos, la caridad y solidaridad con el pró-
jimo necesitado.. .
'Efectos del tema del pecado y del contenido en conjunto de
la misión? "Alfonso ha creado en los sencillos, corazones de san-
tos y de grandes santos"l04.

lo4 G . DE LUCA,S. Alfonso, iZ mio maestro, Alba 1963, 131.


15
La Redención abundante

El umbral de lo sagrado separa el mundo religioso del mundo


de la vida ordinaria. Con esta afirmación no se crea una dicotomía,
que equivaldría a establecer dos mundos contrapuestos: el mundo
de lo sagrado separado del mundo de la vida ordinaria.
Se trata de la irrupción del Misterio en el centro mismo del ser,
de vivir la vida ordinaria de siempre, pero de una forma entera-
mente desconocida y nueva. "El hombre está habitado por el
deseo-nostalgia que es la huella dinámica de Dios en un ser cre-
ado como interlocutor suyo, capaz de Dios y a 'su medida'. Pero
precisamente por ser el interlocutor de Dios, el hombre no ejerce
necesariamente esa tendencia, ni vive indefectiblemente dirigido a
Dios. La historia del hombre es un drama permanente: no pode-
mos lo que de verdad queremos; hacemos lo que no querríamos
hacer. El pecado se ha interpuesto entre la orientación a Dios y la
decisión de la voluntad humana de consentir a ella. Por el pecado
el hombre está enfrentado consigo mismo y no puede lo que más
radicalmente quiere, mientras consiente en lo que contraría su
más intimo querer"lo5. ¿De donde esa monstruosidad?
La idea de una vida cristiana comporta la toma de conciencia
del mal, en toda su gama negativa, del que la salvación cristiana
viene a liberar mediante el encuentro con Dios, que sólo se dará
cuando el hombre, ejercitando su libertad más plena, consienta a
la llamada sorpresiva que late en lo mejor de sí mismo.

105 J. MART~N Testigos de la expeviencia de la fe, Madrid 2004, 42.


VELASCO,
Toda salvación aparece como redención de una situación vivi-
da hasta ahora bajo estímulos agresivos, negativos; por ejemplo,
el sufrimiento al que el hombre está sujeto, la limitación radical de
su deseo, sus dependencias, esclavitudes, manías obsesivas,
todo lo que encoge y reduce la libertad, la vida y el amor; en una
palabra, el no poder.
En el cristianismo, el mal del que el hombre aspira a ser salva-
do se designa con el nombre de pecado o mal moral. Pero este
nombre no se refiere fundamentalmente a la transgresión de unos
mandamientos concretos, sino a la opción fundamental, tan enrai-
zada en la condición finita del hombre, por la que éste se encierra
en sí mismo, renunciando a desarrollar todas las posibilidades o
semillas que lleva ocultas en lo profundo de su ser, o a la preten-
sión, tan de siempre, de querer realizarse utilizando sus solos
recursos personales. "Se os abrirán los ojos y seréis como dioses,
conocedores del bien y del mal" (Gn 33).
De esta situación de perdición, de este mal radical que es el
egoísmo, de la liberación de su libertad enjaulada, de sus depen-
dencias, busca el hombre ser salvado en la vivencia de su actitud
religiosa, porque sabe que ésta es una situación, a la postre, sin
horizontes. En el fondo, de lo que todos deseamos ser salvados
es de nuestro desamor, de no saber amar, de amar poco y mal, de
estar poniendo egoísmo en el amor, porque todos buscamos el
amor como fuente perenne de la vida sin limitaciones, es decir, la
felicidad.
En esto consiste el pecado: en creer que la posesión de los
bienes que la sociedad nos ofrece cuantitativa y cualificadamente
va a acallar nuestras aspiraciones que claman felicidad a toda
costa y perenne. Es imposible. Y lo prueba la inquietud del cora-
zón: la alternancia de los estados de ánimo, que son inconstantes
e inconsistentes a la vez, porque todos los momentos, como nues-
tros deseos, son fugitivos como el agua del cauce del arroyo.
Hasta que por gracia irrumpe sorpresivamente en la vida del hom-
bre la resonancia de una Voz y el fulgor de una Luz. Es la presen-
cia del Misterio, que en primer lugar desconcierta.
La Luz se convierte en una irradiación clarificante que penetra
en nuestra conciencia y rompe nuestras ideas sobre Dios, sobre
15. LA R E D E N C I ~ NABUNDANTE 157

el mundo y sobre nosotros mismos. Caen las escamas de nues-


tros ojos, el hombre queda como ciego, turbado por un tiempo: el
necesario para que nazcan unos ojos nuevos. Es el momento
transformante en que se padece la experiencia de salvación y de
reconciliación.
Y es entonces también cuando se recuerda la Voz que envía
a una misión en la Iglesia. El hombre, derribado de su vida fanáti-
ca, edificada sobre sus propios anhelos, responde: "Señor, 'qué
quieres que haga?" (Hch 9,4-9). A partir de este momento lumino-
so y crucial, el amor sin medida de Dios, al que el hombre ha con-
sentido libremente, se convierte en una fuerza que arrebata a la
persona hasta la altura misma de lo divino. Por eso, la persona
agraciada cambia de vida y camina desde el amor al Amor. Lo per-
fecto es caminar hacia el amor que es Dios, un amor sin fronteras
y universal.
En aquellos tres días de silencio y oración intensos, leyendo
su vida a la "Luz" del Misterio que le ha visitado, Alfonso comien-
za a entrever que el hombre no puede salvarse a sí mismo, sino
que la salvación viene de fuera, de Alguien que está por encima
del hombre vulnerable y tornadizo; lo salvara la fuerza resucitado-
ra de la acción de un Salvador que viene de lo alto.
Lo único que puede hacer el hombre es corresponder. "No nos
salvamos por lo que hacemos, sino;que hacemos lo que el amor
Redentor de Jesús nos pide, porque' po; Él estamos salvados"l06.
Llegó un momento en que lo vio claro. La salvación no es
recompensa a un conjunto de méritos, valores y esfuerzos desple-
gados por el hombre mismo; la salvación es fruto de la gracia. Se
le han caído las escamas de sus ojos y comienza a asomarse a
un mundo nuevo y desconocido.
Hasta ahora llevaba una vida apretada de devociones que
cumplía armónica y fielmente, y hasta con devoción llamativa. Pero
todos aquellos esfuerzos realizados bajo la dirección de su director
espiritual no habían sido eficaces para cambiar su vida sustancial-
mente, en la medida de sus aspiraciones y anhelos secretos.

J. R.BUSTO, O. C.,
Io6 147.
Fue aquella tarde trastornante en el hospital cuando la Presencia
resonó iluminadora en su persona y transformó totalmente su ser,
sintiéndose él mismo, pero otro. Creyó en lo que nunca había
soñado: la liberación de su voluntad cautiva.

LA REDENCIÓN ABUNDANTE
¡Tanta clarividencia, tanto estreno de nuevos despertares,
tanto horizonte ignorado lejos de lo nunca soñado! Todo habia
sido fruto de la gracia. Se sintió emocionado. Estaba a punto de
llorar de alegría como un niño. Era verdad. Dios le amaba perso-
nal, apasionada y gratuitamente. "El Señor me salvó porque me
amaba" (Sal 18,20). "Él nos amó primero y nos envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,lO).
¡Qué abismo de amor entre el que le demostraba su padre don
Giuseppe: un amor lejano, severo, acuciante y frío, y el Amor de
fuego que lo envolvía, le ayudaba a madurar, lo sacaba de sí
mismo y lo asomaba a los más pobres y necesitados de acogida,
de un amor que nadie se lo habia demostrado antes!
Con una lógica irrefutable comprendió que su vida entera tenía
que cambiar. No a devociones, ni prácticas piadosas, sino a ser en
adelante una respuesta radical al Dios del Amor que le habia sali-
do al encuentro y gratuitamente lo había salvado a él primero.
Podía definir ahora su propia vida como la misericordia y el amor
exuberante de Dios hacia él, y en él a toda la humanidad. Nadie
puede redimir si antes no se ha sentido redimido, ni puede salvar
si antes no se ha sentido salvado, ni puede liberar si antes no se
ha sentido liberado física, psíquica, social o espiritualmente.
Ahora es cuando nace en su corazón el significado esencial del
lema de su futura familia religiosa: Copiosa apud eum Redemptio.
La Redención es la prueba de que Dios nos ama y tiene misericor-
dia de nosotros, porque nos perdona y nos colma de bienes.
Alfonso madura en silencio la acción gratuita y salvadora de
Dios en él. Lo hace primero en un contacto de oración profunda con
Cristo Salvador, rastreando en sus horas inmediatamente anterio-
15. LA REDENCI~N
ABUNDANTE 159

res el acontecimiento que ha sacudido y ha acabado transforman-


do radicalmente todo su ser. Desde aquella luz cegadora que se le
impuso al bajar las escaleras del hospital, Alfonso revisa su pasa-
do: sus ideas sobre Cristo, aprendidas en los ejercicios espirituales
las tardes festivas del Oratorio, sus consultas con el P. Pagano, y
comprende que tiene que modificar su relación con Jesucristo.
Es lógico, las ideas sobre Dios aprendidas en su juventud eran
totalmente diferentes. Predominaba en Nápoles el jansenismo o el
filojansenismo ilustrado, que instruía en la doctrina de un Dios
severo, una religión de mucho temor y una vida sin acento apenas
en el amor. La realidad del pecado original y la conciencia de
pecado colocaban al hombre en una tensión vital y psíquicamen-
te inaguantable entre la misericordia y la justicia. Más que una
relación era una oposición entre el temor y el amor. Insistir exce-
sivamente en el temor de Dios y en la necesidad de purificación
podía conducir al pueblo sencillo a vivir como secta. La visión
pesimista del hombre, la exigencia en la doctrina y la intransigen-
cia en la moral despertaban sentimientos de temor, deseos de
arrepentimiento y dolor por los pecados, y no de gozo, gratitud y
amor por haber sido redimidos.
El mismo estilo barroco apoyaba estas ideas subliminalmente,
magnificando, exaltando la majestad de Dios, pero alejándolo del
pueblo en las doradas custodias distantes, para que los cristianos
rezaran con respeto y temor al altísimo Señor.
No es desde la tesis anselmiana, aprendida en el seminario,
desde donde parte Alfonso. Él parte sobre todo de la propia expe-
riencia de amor que ha sufrido de una manera impactante en sus
entrañas y que le hace exclamar con el desahogo arrebatado de
un converso: "El Señor me salvó porque me amaba" (Sal 18,20).
Luego escribirá como confesión vivida: "El Señor no quiere aban-
donar al hombre en su pecado, y para demoler su ruina, decide
enviar a su Hijo a la tierra, hacerse como uno de nosotros, morir
por todos los hombres, y de esta manera salvarnos de la muerte
eterna". Ésta es la raíz original de donde ha comenzado a brotar
la "Redención abundante".
Aquellos tres días de desierto y oración que siguieron inmedia-
tamente al acontecimiento singular de los Incurables, en tantas y
tantas horas de interiorización leyendo sin prejuicios el aconteci-
miento objetivo que lo salvó, Alfonso se preguntaba: "¿Por qué
siendo Dios y pudiendo salvarnos sin padecer opta por hacerse
hombre y elige la muerte y una muerte de cruz?". Y se responde:
"Para demostrarnos el amor que nos tenía: 'Nos amó y se entre-
gó a la muerte por nosotros' (Ef 52).Nos amó entrañablemente y
porque nos amaba, se abrazó con los dolores, las debilidades y la
muerte más dura que jamás hombre alguno ha padecido sobre la
tierra".
Cuando el Misterio nos sorprende y descoloca, se produce un
interrogante continuado y peligroso, porque lo temible no son las
respuestas de Dios, sino sus interrogantes. A Alfonso le brota en
el corazón una letanía de interrogantes: "'Quién fue tan poderoso
que movió a todo un Dios a morir ajusticiado en un patíbulo, en
medio de dos criminales, con tanto desdoro y menoscabo de su
Majestad Infinita? ¿Quién ha hecho esto?, pregunta S. Bernardo".
Y prosigue nuestro santo: "Lo hizo el amor, que no entiende de
puntos de honra. Porque cuando el amor quiere darse a conocer,
no tiene en cuenta lo que se refiere a la dignidad del amante, sino
que busca el inodo de darse mejor a conocer a la persona
amada".
Satisfecha su alma, porque ha reconocido "quién ha hecho
esto", se le abren a sus hambres insatisfechas nuevos interrogan-
t e ~ ¿Cuándo?
: ¿Dónde? ¿Cómo?
Cuándo: "Mira, dice el Señor, yo fui el primero en amarte. Aun
no habías nacido, todavía no existía el mundo.. . y yo te amaba ya.
Te amo desde que soy Dios y te he amado desde que comencé a
amarme a mí"lO7.
Cómo: "Viendo Dios que los hombres rinden su voluntad a los
favores, quiso con dones y regalos cautivarlos por su amor9'lo8.
Dónde: En la cruz, la piedra de toque de todas las culturas. A
la griega le parecía una estulticia; la judía la veía como un escán-
dalo. Todavía hoy la cultura moderna no la acaba de entender por-

107 SANALFONSO,PYdctica del amor a Jesucristo, 9-10.


108 Ibtdem, 10.
15. LA REDENCI~N
ABUNDANTE 161

que sólo comprende lo científico, lo inmediato, lo verificable, lo


que se puede probar y únicamente tiene ojos para el hedonismo
de la vida.
"El Eterno Padre llegó al extremo de darnos a su propio y
único Hijo.. . y dándonos a su Hijo (no perdonando al Hijo para per-
donarnos a nosotros), nos lo ha dado todo con Él: su gracia, su
amor, el paraíso. .. puesto que todos estos bienes son ciertamen-
te inferiores al don del Hijo"lo9.
Y por si fuera poco, la Eucaristía, prolongación perpetua de su
amor entre nosotros, vecino entre vecinos en nuestros pueblos y
ciudades para que lo visitemos; flor de harina y pan cocido para
perderse en el río de nuestra sangre, "consagrado y glorificado1',y
transfundirnos glóbulos rojos de vida divina. "Mas no bastó para
satisfacer su amor el haberse dado todo entero en la Eucaristía y
en la Pasión muriendo por todos, sino que inventó el modo de
darse a todos y a cada uno de nosotros. Y por eso instituyó este
sacramento de amor a fin de unirse a cada uno de nosotros"~lo.

ANUNCIAR
EL AMOR VIVIDO
A partir del año de su "conversión", 1723, el amor a Jesucristo
y a los demás va a ser la motivación última de la vida de Alfonso,
el latido secreto de su corazón, el ritornelo, la cadencia pegajosa
de su existencia diaria, su Todo. La clave ha sido el deslumbra-
miento del amor. No será él quien se salve a sí mismo. La tela pin-
tada por Alfonso es la expresión más desgarrada e hiriente de lo
que está viviendo. "El Cristo pintado por Alfonso no es el salvador
de una élite, sino el Salvador universal, pues en Él hay abundan-
te redención"lll. "Amor se escribe con sangre"ll2.

109 Ibfdem, 12.


110 Zbídem, 30.
111 N . LONDORO,Actualidad de la doctrina espiritual de Alfonso. E n
Espiritualidad Redentorista. Vol. 8, 17.
112 P. LÓPEZ ARR~NIZ, Íntimas, Madrid 199428, 160.
Jesucristo, como un halcón, se ha abatido sobre aquel ardien-
te corazón napolitano y ya no soltará su presa. Alfonso ya sólo
sabrá hablar del amor de quien lo ha salvado. Al reducirse su
mundo, se concentra más, y sólo sabe hablar de lo que lleva en el
corazón. "Nuestro Dios, porque nos ama mucho, mucho desea ser
amado por nosotros"ll3.
Sentirse pecador perdonado, pero apasionadamente amado
es infinitamente más que una frase original y sugestiva. Es la his-
toria de un hombre que se sintió gratuitamente redimido, liberado
y renovado. Y ahora siente la urgencia de proclamarlo.
Hasta que una persona no pueda mirar su vida cara a cara sin
tener que avergonzarse, porque ha descubierto que es una historia
de salvación, y proclamar a todos los vientos, con coraje y humildad
de convertido por un don inmerecidamente recibido, el aconteci-
miento que le quema el alma: "El Señor me salvó porque me
amaba", el testimonio de la persona convertida no tendrá trascen-
dencia para él, ni para los demás. Se presentará como un testigo,
pero no se salvará del peligro de aparecer como un espectáculo.
Cuando un acontecimiento toma cuerpo en un gran corazón
visitado por el Misterio, se fragua una revolución vital tan fabulosa
que puede llegar a tener proporciones gigantes, porque la cabeza
del hombre se ha dinamizado con los impulsos creativos del cora-
zón, y entonces todo el potencial de capacidades y posibilidades
dormidas está a disposición de una causa egregia de límites
insospechados.
No hay que olvidar que nada grande se hace sin pasión, pero
la pasión nace y se alimenta en la fuente del amor. Y el manantial
virgen de Alfonso tiene tanta agua retenida...
Comenzó a oír en su interior gritos y a ver manos alzadas,
encadenadas, que pedían liberación, salvación de aquella situa-
ción de ignorancia religiosa y de esclavitud del mal moral. Era lo
mismo que le había sucedido a Pablo en Tróada. "Por la noche
Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie suplicándole:
'Pablo, ven a Macedonia y sálvanos"' (Hch 16,9).

113 El Amor divino. E n Todo por amor, 13.


S. ALFONSO,
15. LA REDENC16N ABUNDANTE 163

La experiencia pastoral remfte a Alfonso a quienes más pro-


fundamente lo reclamaban. Y va'con el mensaje que él mismo ha
vivenciado. "Redención es descubrir al hombre la lógica del amor
como la única digna de él, como la única que responde en pleni-
tud al proyecto de Dios1'114. Sentirse redimido significa dejarse
empapar por el amor que Cristo Redentor nos ofrece gratuitamen-
te y que mana de la fuente de su corazón herido. Vivir como redi-
midos será recordar el acontecimiento sorprendente, incesante-
mente interiorizado, como un "perpetuum movile".
Es la novedad con que Alfonso se presenta ante aquel pueblo
que sufre carencias y penurias espirituales, sin la doctrina más
elemental del catecismo y sin la presencia sacerdotal. Les habla-
ba desde la hondura del amor sentido y desmedido de Jesucristo
por ellos, que a él mismo le había "tocado" y salvado. No hablaba;
transparentaba el amor redentor que él mismo vivía. Decía: "En
las misiones, ordinariamente, no se habla más que de las verdades
eternas o de otros temas para causar temor, pero se trata poco, si
no es de paso, del amor que Dios nos tiene y de la obligación que
tenemos de amarlo. Nadie duda que la predicación de las verda-
des que infunden temor no sea útil; es necesaria para despertar a
los pecadores que duermen en el pecado. Pero persuadámonos:
las conversiones por el solo temor de los castigos divinos duran
poco; sólo se mantienen mientras la fuerza de ese temor persiste
y, una vez que el miedo se extingue en el alma debilitada por los
pecados cometidos, volverá a caer fácilmente a la primera acome-
tida de la tentación. Si el amor de Dios no entra en el corazón, difí-
cilmente persevera. Por eso, el principal esfuerzo del predicador
debe ser que cada sermón deje a sus oyentes inflamados del
santo amor". El evangelio predicado no es un poder que se impo-
ne, sino un amor que se ofrece y solicita amor.
Para Alfonso la calidad de la palabra del misionero no se mide
por la acogida externa, apoteósica o pobre que tenga. Lo que
importa es que en la debilidad del enviado brille el Espíritu, el
poder de Dios, y entonces la debilidad del predicador será para el

114 S . MAIORANO,El carisma de la Redención abundante: CONFER n. 103


(Madrid 1988) 288.
pueblo la oportunidad de acoger en libertad el amor de Dios que
se ofrece gratuitamente. Y vendrá la conversión que buscaba
Alfonso en las misiones: un conocimiento de Jesucristo que nace
del amor. "He venido para que tengan vida y la tengan abundan-
te" (Jn 10,lO); "en Él hay una copiosa redención" (Sal 129); "donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20).
Por eso Juan Pablo II acuciaba a los Redentoristas del mundo
entero a hablar en todas sus actividades apostólicas del tema:
"Redención de Cristo es igual a Redentor del hombre". "Los
Redentoristas no deben cansarse nunca de anunciar la copiosa
apud eum redemptio, es decir, el amor infinito con el que Dios en
Cristo se inclina hacia la humanidad, comenzando siempre por los
que tienen más necesidad de ser sanados y liberados, por estar
más marcados por las consecuencias nefastas del pecadonl15.
La misericordia y el amor de Dios demostrado en Cristo cons-
tituyeron la experiencia transformante de Alfonso que le acuciaba:
"Yo espero en el Señor con toda mi alma, confío en su palabra.
Espero en el Señor más que los centinelas la aurora. Porque del
Señor viene la misericordia, la redención copiosa. Y Él redimirá a
Israel de todas sus culpas" (Sal 129).

115 JUAN PABLO 11, Discurso en el tercer Centenario del nacimiento de S.


Alfonso (1996).
16
El Crucificado Resucitado

En sus escritos sobre la Pasión de Jesús hay en S. Alfonso


una evolución, tanto a nivel intelectual como afectivo. El año 1773
escribe el libro Amor de las almas. En él predominan la calidad del
material, la disposición literaria y estructural, los textos, los ejem-
plos, las reflexiones personales, que nos dan la seguridad de que,
para escribir este libro, ha bebido en fuentes distintas y distantes,
y todo con miras a la misión.
En cambio, cuando escribe Consideraciones y afectos sobre la
Pasión, en 1761, sus escritos revelan un plano de lectura directa
y una composición con referencia clara a escritores especialistas
en sus respectivas materias, como Ambrosio Spínola, Luis de la
Puente, Giacomo Sanvitale, el preferido entre todos de Alfonso,
Cornelio a Lapide, sabio intérprete de la Sagrada Escritura en su
tiempo, todos de la Compañía de Jesús, y Crasset. Todos ellos tie-
nen un trasfondo común: pasan de la exposición exegética de
carácter doctrinal a la experiencia práctica de la devoción afectiva,
en la línea teórico-práctica de Alfonso. Después de exponer la
doctrina, él suele terminar con una oración que llamamos familiar-
mente afectos y suplicas, método afectivo sobre el que insiste
como el que mejor se adapta para crear sentimientos de amor, de
gratitud y hasta de heroísmo.
Pues bien, en los libros que escribe sucesivamente con fines
pastorales sobre la Pasión de Jesús, todos acaban con el punto de
la muerte redentora. Cristo nos salva por su pasión y muerte. Éste
fue el precio amargo que tuvo que pagar por nuestro rescate.
Pero también en este tema de la Pasión, como en todos sus
escritos y en su vida, se da en Alfonso una evolución hasta llegar a
la Resurrección. "En sus últimos libros comienza a hablar de la
resurrección de Cristo como una garantía para nuestra vida presen-
te y como una promesa para la futura. Cristo se ha convertido en
nuestro abogado ante el Padre; por eso, la referencia al Crucificado
no es una mirada hacia el pasado, sino una realidad actual"ll6.
Escribe S. Alfonso en su libro Reflexiones sobre la Pasión: "El
que los sepulcros se abrieran, como dice S. Mateo, significaba la
victoria sobre la muerte y la vida restituida a los seres humanos
con la resurrección. Como dice el apóstol, 'Cristo es el primogéni-
to de entre los muertos y el primero de los resucitados' (Col
1,18)"117, lo que equivale a afirmar que la resurrección de Jesucristo
es anticipación de la nuestra y garantía de que un día seremos
glorificados con él.
S. Pablo, cuando habla del bautismo en la carta a los romanos,
afirma: "Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, a
fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos,
por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos
- una vida nueva" (Rm 6,4). Imbuido de esta doctrina, Alfonso
comenta este texto: "Resucita Jesucristo con la gloria de poseer
no sólo como Dios, sino también en cuanto hombre, toda potestad
en el cielo y en la tierra. Alegrémonos de ver resucitado a nuestro
Salvador, a nuestro mejor amigo. Y alegrémonos por nosotros mis-
mos, pues la resurrección de Jesucristo es para nosotros garantía
segura de nuestra resurrección y de la gloria que esperamos un día
en el cielo, tanto en el alma como en el cuerpo"ll8.
No achaquemos a S. Alfonso no ser más explícito en las conse-
cuencias de la resurrección del Señor, sino a la teología de su tiem-
po que ignoraba el papel del Espíritu Santo en la obra de la salva-
ción, lo mismo que ignoraba el sentido y contenido de Pentecostés
para la Iglesia.

116 N. LONDONO,Jesucristo, revelación del amor de Dios Padre. En


Espiritualidad Redentorista. Vol. 8 , 1 18.
117 S. ALFONSO, Reflexiones sobre la Pasión. E n Obras ascéticas, 1, 273.
118 Zbídem, 276.
La teología de su época estaba demasiado influenciaba por S.
Anselmo y su doctrina de la salvación. Era la misma teología que
estudiábamos antes del Concilio Vaticano II. La resurrección se
entendía como la prueba apologética máxima, irrebatible y axio-
mática, sobre la que se fundamentaba la fe de la Iglesia.
Poco antes del Concilio Vaticano II algunos profesores espe-
cializados en Sagrada Escritura despachaban el pasaje paulino:
"Quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para
nuestra justificación" (Rm 4,25) afirmando que tal pasaje no pre-
senta dificultades mayores. Y ahí acababa toda la explicación del
profesor; no hacía más comentarios.
A los creyentes formados a partir del Vaticano II nos ha toca-
do sacar las consecuencias intuidas, practicadas y predicadas por
S. Alfonso, profundizando en la fuerza transformadora que la teo-
logía de su tiempo no alcanzó a vislumbrar, pero que se oculta,
rica y abundosa, en la palabra proclamada con brío: ¡Resucitó! "Al
atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban reunidos
los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: 'La paz con vosotros'.
Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron
al ver a Jesús. Él les dijo otra vez: 'La paz con vosotros. Como el
Padre me envió, así también os envío yo"' (Jn 20,19-21).

La resurrección es el triunfo definitivo del amor y de la vida


sobre la muerte. Pero siendo S. Alfonso esencialmente misionero
y modelo de misioneros, fundador de una Congregación eminen-
temente evangelizadora, quiero fijarme en el mensaje de Jesús
resucitado la tarde del domingo de resurrección, es decir, en el
envío y el mensaje evangelizador hoy.
Para eso intento partir del tema de la evangelización, tan
entrañado en el corazón de S. Alfonso. Tres interrogantes graves
e incisivos nos cruzan el camino: ¿Qué eficacia tiene en nuestros
días la energía escondida en la Buena Nueva, capaz de sacudir
profundamente la conciencia del ser humano? ¿Hasta dónde y
cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente
al hombre? ¿Con qué métodos hay que proclamar el Evangelio
hoy para que su poder sea eficaz? La respuesta es inmediata y
sencilla.. . pero l o sencillo es siempre difícil.
La respuesta sería:
- Como lo anunció Jesús, el divino Maestro. Jesús proclama
el amor, la salvación, ese gran regalo de amante, que se llama y
es la liberación de todo lo que esclaviza a la persona: sus depen-
dencias múltiples, el pecado, el egoísmo, la imagen, la ausencia
de valores, la evasión del propio ser. Y sobre todo proclama la ale-
gría de saber que Dios nos ama incondicional y apasionadamen-
te, sin méritos propios, y espera de nosotros una respuesta eficaz
de amor agradecido.
Todos los que escuchaban a Jesús, sentían la urgencia de un
cambio radical en su actuación, la transformación interior de sus
vidas, la adhesión consciente, personal y libre a su Persona. Jesús
lo consiguió mediante su Palabra vivida y encendida, que causaba
admiración en las multitudes que le seguían: "Respondieron los
guardias: 'Jamás un hombre ha hablado como éste"' (Jn 7,46);
"¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y
nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32).
Las palabras del Resucitado a sus discípulos la tarde del
domingo de Resurrección no han pasado de actualidad; continúan
vivas y dinamizantes en el corazón de los creyentes, bajo el alien-
to del Espíritu Santo: "Como el Padre me envió, así también os
envío yo" (Jn 20,21).
- Como lo vivieron S. Alfonso y los primeros redentoristas.
Escribe con precisión S. Raponi: "La finalidad del Instituto se
orienta esencialmente, desde el principio, a la evangelización. Y
ésta es su razón de ser en el contexto social de su tiempo. La pre-
ferencia por los pobres abandonados del campo y el establecerse
en el centro de las diócesis constituyen el distintivo que diferencia
a la Congregación de las demás asociaciones apostólicas de su
tiempo"ll9.

119 S. RAPONI,
a. c.,450.
S. Alfonso comentaba: "Las misiones, que son el fin primordial
de nuestro Instituto.. . nosotros las hacemos de forma diferente a
como las hacen las otras Congregaciones".
¿En qué consiste ese "otro modo diferente"?
1. En que la misión no era de dos o más Padres que salían de
misión. El grupo entero era el que misionaba. Todos participaban
en la misión. Los Padres predicando y los Hermanos coadjutores
responsabilizándose de los servicios materiales.
S. Alfonso lo tenía muy claro. Lo primero que debía hacer el
misionero era iluminar la inteligencia de los oyentes o, como él
solía decir, hacerse comprender incluso del humilde pueblo de los
pobres. Una vez conseguido este fin, lo que importaba era sacu-
dir la voluntad, que no es lo mismo que conmoverla con efímeros
huracanes sentimentales, como era el hacer llorar a los oyentes y
celebrar confesiones generales, sino provocar en el auditorio la
conversión. "Por eso, el predicador debe predicar más con sus
rodillas que con sus palabras".
Detrás de esta planificación intelectual, aparecía el ilustre
togado de Nápoles, cuyos hábitos de elocuencia en el foro no
había olvidado, sino encauzado a la obra sublime de las misiones.
Práctico como era, en detrimento de los púlpitos altos y barrocos,
desde donde veía y era visto el predicador, optaba por una mesa
a nivel del pueblo, cerca de la gente, porque lo suyo era un hablar
familiar, convincente, al alcance de todos los oídos y de todos los
espíritus. Y cuando se trataba de elegir los temas, Alfonso lo enfo-
caba todo desde el amor. Su experiencia de Dios no le consentía
otro enfoque. Él se había sentido salvado porque se había senti-
do amado. Lo mismo quería que hicieran sus misioneros. "El prin-
cipal esfuerzo del predicador debe ser que cada sermón deje a
sus oyentes inflamados de santo amor".
2. En lo que es absolutamente original Alfonso es en dejar
como fruto de la misión la vida devota. Dice A. Tannoia: "Consistía
ante todo en instruir al pueblo sobre la manera de hacer oración
mental. Se explicaba su necesidad y sus ventajas. Después de
media hora, se hacía una meditación sobre la dolorosa Pasión de
Jesucristo. Alfonso hablaba en ella de una forma tan conmovedo-
ra, que los oyentes lloraban. Eran lágrimas ya no de dolor como
las de antes, sino de amor".
3. S. Alfonso, hombre de su tiempo, no fue indiferente a la vita-
lidad del barroco, pero no se quedó fijo en él, adorándolo como si
del becerro de oro se tratara. Después de los grandes temas de la
misión, se esfuerza por lograr que las verdades predicadas entren
en el pueblo humilde, sencillo y analfabeto mediante imágenes
visuales, dependiendo de la preparación de los oyentes: niños, jóve-
nes o mayores. Se anticipó en sus misiones a la característica de
nuestra sociedad: la imagen. Recordemos que al finalizar la misión,
él mismo desplegaba el Crucificado que pintó a la edad de 23 años.
Hoy no cambiaría su modo de anunciar la Buena Nueva. En
esencia, evangelizar es comunicar el amor del Padre, visibilizado en
Jesucristo y hecho presencia en nosotros por el Espíritu.

EVANGELIZAR
HOY
La experiencia de Dios exige comunicar lo vivido: el amor
entrañable del Padre, encarnado y visibilizado en Jesús. La
Congregación redentorista nace de esta experiencia de encuentro
del Resucitado con S. Alfonso, que le cambia la vida radicalmen-
te y le hace vivir en adelante para el Dios Amor en los más aban-
donados por la Iglesia y por la sociedad.
Uno de los últimos Capítulos Generales urgía a los Redento-
ristas: "La predicación hoy no consiste principalmente en la pre-
sentación de fórmulas de fe o códigos de moral. Es una invitación
a la relación personal con un Dios apasionado, un Dios de amor,
que, a cambio, necesita ser amado. Alfonso se lamenta de que el
mundo esté lleno de predicadores que se predican a sí mismos y
no a Jesucristo. Durante las misiones, la tarea principal de todos
y cada uno de los misioneros es encender en sus oyentes el fuego
del amor divino. Si nuestra misión pierde su centralidad en Jesu-
cristo, su luz se extinguirá y ella misma se convertirá en insípida".
Sin experiencia de Dios en la fe, y una fe orada, no habrá cre-
yentes. Aquello eran misiones pensadas y dadas para un tiempo
de catolicismo, más que de cristiandad. ¿Y hoy? ¿Qué significa
evangelizar al hombre de hoy? Llevar la Buena Nueva a todos
para que, por la acción del Espíritu de Jesús, se sientan transfor-
mados en su interior, en hijos de Dios. No hay humanidad nueva
si no hay personas nuevas, con la novedad del bautismo y de la
vida según el Evangelio, es decir, cambio interior (Rm 6,4: Ef 4,23-
24; Col 3,9-10).
Pero el mundo de nuestros días ha sufrido una transformación
sustancial: ha perdido su fe en la palabra; más aún, se siente
inmunizado contra la palabra, porque la siente inútil, vacía e inefi-
caz. Ya no valen las viejas palabras. "Palabras, palabras, pala-
bras" decía el poeta. El hombre de nuestro tiempo tiene concien-
cia de haber superado la civilización de la palabra y haber inaugu-
rado la civilización de la imagen. Como síntesis de su pensamien-
to ha inventado una máxima ambigua que dice: Una imagen vale
más que mil palabras. Esta afirmación imprecisa ha llagado a ser
para muchos como un dogma de fe. Pero no es así. Depende de
la imagen que se ofrezca, así como del contenido de las palabras,
de su veracidad y de quién y cómo las profiera.
Sin embargo, estamos inmersos en la civilización de la ima-
gen. El cine es el arte de saber escribir y transmitir ideas y senti-
mientos a través de una concatenación de secuencias de imáge-
nes impactantes, de música, silencios y palabras. Nosotros mis-
mos, Lestamos preparados para evangelizar desde la nueva civi-
lización de la imagen?
Juan Pablo II veía en lnternet un nuevo foro, un nuevo espa-
cio alrededor del cual se organiza una gran parte de la vida social
de la ciudad. El ciberespacio es hoy un lugar frecuentado, donde
se realizan los encuentros. La puerta de entrada es la emoción,
porque los medios audiovisuales no se dirigen a la razón, sino al
sentimiento, a las emociones. Vivimos en una época en que lo que
importa es sentir. ¿Por qué no hemos de anunciar hoy a Jesucristo
desde un blog creativo, sabiendo lo que queremos comunicar a
las gentes, en un lenguaje sencillo?
Existen comunidades religiosas, vivas, que han creado su pro-
pia página Web, desde la que realizan un apostolado intenso, aco-
giendo consultas, catequizando, brindando respuestas cristianas
a problemas acuciantes que se les presentan. Son comunidades
de evangelización, propias de los tiempos en que vivimos.
Proclamaba el Papa Pablo VI: "Las técnicas de evangelización
son buenas, pero las más perfeccionadas nunca suplirán la acción
discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangeliza-
dor no opera nada sin Él. Sin el Espíritu, la dialéctica más convin-
cente es impotente ante el espíritu de los hombres. Sin Él, los
esquemas sociológicos o psicológicos mejor elaborados se reve-
lan pronto desprovistos de valor"l20.
Pero más allá de los medios culturales de nuestros días están
los métodos tradicionales y siempre efectivos, como el testimonio.
Se ha repetido insistentemente, hasta llegar a ser un tópico, el pen-
samiento de Pablo VI: "El hombre de hoy cree más a los testigos
que a los maestros; mejor, busca maestros que sean testigos".
No se puede dar testimonio si antes no somos testigos del
Misterio, y no podemos ser testigos del Misterio si no oramos en
profundidad y en diálogo vivo y filial con Él. Es el testimonio pri-
mordial, silencioso, que transparenta lo que antes hemos visto y
oído en la oración.
A pocas cosas es tan sensible la juventud de hoy como al
Misterio, cuando éste se apoya fuertemente en una transparencia
de vida. Por eso se encara con los creyentes y les interroga sin
remilgos: ¿Creéis de verdad lo que anunciáis? ¿Vivís lo que
decís? ¿Predicáis de verdad lo que vivís?
Vivir en comunión con Cristo, santificarse y ser apóstol es una
misma cosa.

120 PABLO V I ,Evangelii nuntiandi, n. 75.


17
Mirarán al que atravesaron

Es imprescindible recordar aquí todos los matices y la apreta-


da gavilla de riqueza teológica que encierra el "ver" en el evange-
lio de S. Juan. El discípulo amado usa cuatro verbos, en progre-
sión ascendente, que van desde el ver exterior físico a distinguir,
observar sosegadamente, hasta llegar a la mirada contemplativa
interior. S. Juan nos habla del que ha visto y continúa conservan-
do esta visión, es decir, de su propia experiencia. Estamos aso-
mándonos a lo que es la mirada contemplativa.
Benedicto XVI nos ha invitado a poner la mirada en el costado
traspasado de Cristo del que habla S. Juan: "Mirarán al que atra-
vesaron" (Jn 19,37): "Es allí, en la cruz, donde puede contemplar-
se esta verdad. Y a partir de allí se debe definir qué es el amor.
Desde esta mirada el cristiano encuentra la orientación de su vivir
y de su amar"l21.
A la "lanzada", la última manifestación del odio sin sentido del
soldado, corresponde Jesús con la donación de la nueva vida: el
agua y la sangre. Seguramente que Juan está aludiendo, velada-
mente, al templo futuro de Israel que encontrará en el Apocalipsis
su referente principal.
Pero, ¿quién es ese personaje enigmático que mirándolo con
ojos contemplativos es capaz de cambiar los corazones hasta con-
vertirlos? "Este texto, tomado de un pasaje del profeta Zacarías,
alude a un hombre inocente al que, en una aldea israelita, asesina-

121 X V I , Deus caritas est, n. 12.


BENEDICTO
ron sus habitantes. Pero luego, cuando el pueblo recapacitó sobre
el crimen cometido, desató en ellos un sentimiento de dolor y con-
trición. El pueblo entero lo lloró al contemplar muerto al inocente y
se vio forzado a reparar su crimen y convertirse de corazón. La
muerte nimbada de misterio de este personaje se convirtió para
ellos en sacrificio de expiación y en gracia de salvación"l22.
"La mirada de que habla el Papa no es la mirada sencilla que
proyectamos distraídamente sobre las personas o las cosas; es
una mirada interior que escruta lo más íntimo del objeto mirado.
Es una mirada que, sobrecogido por el amor de Dios aparecido en
el Traspasado del Gólgota, parte de ahí para experimentar su per-
dón y su amor. Es una mirada que puede descubrir en el costado
abierto del Crucificado un camino de vida y de amor"l23. Mirada
contemplativa que reconoce que Dios es amor y que hace experi-
mentar ese amor. La mirada amorosa despierta siempre una gama
de sentimientos en la persona amada.
Hay que comprender la escena desde una perspectiva de gra-
cia y salvación. "Es evidente que una mirada así engancha al ser
humano en su totalidad: en su dimensión espiritual (inteligencia y
voluntad) lo mismo que en la corporal, sensible y emotiva ... Se
puede resumir este análisis con la ayuda de dos términos: es una
mirada que reconoce el amor que Dios es y que da la gracia de
experimentar tal amor"l*4.

EL COWÓN ABIERTO
La expresión más profunda del amor de Dios la encontramos
en el regalo que Cristo ha hecho de sí mismo a la humanidad en la
Cruz. Nosotros podemos reconocer el amor sin límites que Dios
nos tiene, sobre todo mirando la herida de su corazón traspasado
y abierto por la lanza, amor radical que nos libera de todo mal.

122 P. L. A R R ~ N I Z¿Quién
, eres tú, Jesús?, 526-527.
123 R. TREMBLAY,
Regarder le Christ Transpercé: Studia Moralia n. 45 (Junio
2007), 74.
124 Zbídem.
17. MIRARAN
AL QUE ATRAVESARON 175

Siempre que hablamos de la redención, asociamos esta pala-


bra a la redención del pecado. Y la redención del pecado la vincu-
lamos con la muerte de Jesús. Son varias las imágenes sustancia-
les que se han presentado a lo largo de los siglos para explicar la
redención del pecado: la idea de la sustitución, la imagen de la
expiación, muerto por nuestros pecados, la redención como justi-
ficación, la muerte de Jesús como sacrificio, lavados por su san-
gre, rescate.. . Sus heridas nos han curado.
A. De Mingo nos previene: "El texto ha sido concebido para
'funcionar' en un determinado entorno, y cuando ese entorno cam-
bia, su 'funcionamiento', es decir, su significado y repercusión, se
ven alterados. Por eso, el lector que pertenece a un contexto his-
tórico distinto del original debe ser consciente de que el texto ha
sido compuesto para un mundo que no es el suyo".
Un creyente no puede cerrar los ojos ni volver el rostro hacia
otro lado ante la presencia del mal en su múltiple variedad en el
mundo de hoy: el mal físico, psíquico, sociológico, espiritual, perso-
nal, familiar, colectivo. Una cosa es cierta: todo creyente que llama
a Dios Amor, no puede luego conjugar esa definición con tanto mal
como cada día nos sale al paso y nos golpea inmisericorde, perso-
nal y colectivamente. Basta asomarse a los Mass Media. Estamos
al borde de convertir la libertad en un mito o, lo que seria peor, en
un tópico. "El clamor por la libertad atraviesa hoy el mundo entero.
Por todas partes encontramos los signos de 'una revolución de
expectativas crecientes' y, al mismo tiempo, de una sensibilidad
cada vez más profunda para el sufrimiento. Allí donde la libertad se
ha acercado, las cadenas empiezan a doler. Donde otros se han
liberado de siglos de opresión, se describe que los límites y renun-
cias que hasta ahora se habían soportado con resignación callada,
no son necesarios y pueden ser superados. Donde quiera que
hombres y pueblos descubren sus posibilidades, olfatean el aire
matinal de su futuro y padecen hambre de libertad"l25.
La palabra liberación ha hecho fortuna. La teología de la libe-
ración está en muchos labios. Culturalmente hablamos de la libe-

125 R. DE ANDRÉS, Diccionario existencia2 cristiano, Estella 2004, 279.


ración de la mujer, de los pueblos del tercer mundo, de tabúes de
todas clases.
La palabra redención recuerda un estado de esclavitud ante-
rior, mientras que el de liberación, más positivo, evoca un porve-
nir más lleno de esperanza y es más mesiánico. Recordemos la
liturgia del Adviento.
¡Liberación! Y volvemos a caer en el uso de las grandes pala-
bras que suenan bien, pero que no llevan a ninguna parte porque
no tienen contenido. Hay demasiado papel albal y oropel envol-
viendo el oro que vocean los políticos, líderes sociales y empre-
sas. Pura propaganda. Por eso se impone un grave interrogante.
Liberación, ¿de qué? "Liberación, ante todo, de las presiones inte-
riores,' de la esclavitud de nuestras fragilidades personales, de
nuestro ser resbaladizo hacia al mal moral. Liberación, luego, de
la ignorancia, de la apatía y del fatalismo, de los modelos menta-
les y de actitudes estrechas y egoístas que se han instalado en
nosotros por nuestro mal moral y el mal moral ambiente que nos
solicita. Liberación, en fin, de las estructuras injustas: económicas,
sociales y políticas, frente a acuerdos y procedimientos que exclu-
yen de hecho a un gran número de seres humanos del desarrollo
al que tienen derecho, y los privan aun de medios elementales de
realizar ese derecho por sí mismos"l26.
Detrás, delante y en medio de cada movimiento de liberación
está Jesús. Así lo proclamaba Pedro en casa del centurión Cornelio
usando un lenguaje propio de su tiempo (Hch 10,38). Sólo en la
palabra de Jesús tiene valor la liberación salvadora. Dios se revela
en todos los actos de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Por
eso, mirarlo, contemplarlo en todos los actos de su vida, pero sobre
todo muerto en la cruz, atravesado su corazón, tiene para nosotros
valor de liberación del mal que hay en nosotros.
Jesús se presenta en los evangelios como el hombre libre por
excelencia. Es libre frente a las autoridades políticas y religiosas,
libre frente a los hombres, no se deja influir por nadie (Mc 12,14).
Es igualmente libre frente a los sucesos que acoge sin forzarlos y
17. MIRARÁN AL QUE ATRAVESARON 177

a través de los cuales lleva a cabo su misión con una decisión


inquebrantable. Es libre frente al demonio o el mal (Mt 4,l-11).
Finalmente es libre ante Dios, su Padre, con una libertad amoro-
sa y filial. El ejemplo de Jesús tiene un efecto liberador para nues-
tras propias libertades. El evangelio es un evangelio de libertad
(Lc 4,18-19). Con su libertad despierta la libertad del buen ladrón
(Lc 23,42).
La confesión del centurión romano al pie de la cruz es la
expresión del poder transformador y liberador de la herida del cos-
tado, contemplativamente mirada. En ese costado abierto del que
mana sangre y agua, amor radical más allá de la muerte, se le
está revelando al noble militar el misterio de Dios y la gracia de la
salvación. Con la libertad de Cristo en su entrega gratuita hasta el
final es como Dios ha transformado la libertad opresora del centu-
rión: "Verdaderamente este hombre era hijo de Dios" (Mc 15,39).
Pablo es un hombre que ha pasado por la experiencia de la
liberación en el camino de Damasco, donde fue exonerado de su
pasado de esclavo fanático de la ley, a la vivencia liberadora y gra-
tuita del amor. Era ciudadano romano; por eso tenia conciencia
del valor de la libertad. El gran pasaje donde aparece el descubri-
miento que supuso para él la libertad está en la carta a los gála-
tas: "Para ser libres nos liberó Cristo. Manteneos, pues, firmes y
no os dejéis seducir de nuevo bajo el yugo de la esclavitud...
Hermanos, habéis sido llamados a la libertad" (Gá 5,1.13).
Pedro, por su parte, habla de la salvación como liberación:
"Sabéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea,
después que Juan predicó su bautismo: cómo Dios ungió a Jesús
de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y cómo pasó hacien-
do el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque
Dios estaba con él" (Hch 10,37-38).
En nuestro tiempo hemos asistido a la fuerza de conversión,
cuando alguien se siente impactado por un amor que llega hasta
el extremo. Cuando el P. Kolbe se ofreció a sustituir en el bunker
del hambre a un padre de familia judío, desconcertó la lógica del
mal con la fuerza del amor. Lo lógico hubiera sido que el oficial de
las SS, que actuaba por venganza racista, hubiera rechazado
aquel ofrecimiento. 0, incluso, podía despertar en él el gozo dia-
bólico de hacer morir de una sola tacada a un padre y a su fami-
lia entera. Pero el oficial aceptó; fue la primera victoria del P.
Kolbe. Por unos momentos el militar fue sensible a la belleza del
gesto de amor y lo respetó. Su proyecto de muerte se tambaleó.
Su libertad vivió una ráfaga de conversión ante lo que se le impo-
nía como hermoso, bueno y verdadero.
Se repite lo que escribe S. Lucas: "Muchos, al ver lo que pasa-
ba, se volvieron a casa golpeándose el pecho" (Lc 23,48)."Puesto
que el amor de Dios ha hallado su expresión más profunda en el
don que Cristo ha hecho de su vida por nosotros en la cruz, es
sobre todo mirando sus sufrimientos y su muerte como nosotros
podemos 'reconocer', de manera cada vez más clara, el amor sin
límites que Dios nos tiene1'127.

ABDALÁ,UN SIGNO
En la vida de S. Alfonso aparecen algunos episodios muy pró-
ximos a esta doctrina de la liberación de Cristo. Abdalá había naci-
do en Rodas. En una de aquellas razzias anuales que programa-
ban los berberiscos en los cuatro meses sagrados contra las cos-
tas cristianas de Nápoles, para llevarse consigo hombres, mujeres
y alimentos, destruyendo y quemando las cosechas de los abne-
gados labradores, fue capturado con el bajel entero por las gale-
ras cristianas. Y fue a parar al grupo de esclavos "turcos" en casa
del bizarro comandante de la Capitana. Don Giuseppe se lo rega-
ló a su hijo primogénito para que, como sirviente, le ayudara y
siguiera a todas partes adonde fuera su nuevo amo. Previamente
advirtió a Alfonso la peligrosidad que conllevaba el regalo, ya que
muchos amos cristianos habían muerto a manos de tales esclavos
mahometanos.
Abdalá era un musulmán intachable. Sabía teórica y práctica-
mente qué es la guerra sanfa o Yihad. Como el mahometismo era
para él la religión única y verdadera, a aquellos que no la acepten
17. MIRARÁN AL QUE ATRAVESARON 179

se les debe atacar con las armas. Era la ley de su guerra: Cree o
muere. Los combatientes que caigan en combate contra los ene-
migos del lslam tienen asegurada la salvación eterna y entran "sin
tardanza" en el paraíso.
En la escuela le habían filtrado un odio profundo a todas las
religiones que no fueran el Islam. Se presentaba al lslam no como
una religión, sino como la religión exclusiva, la religión inmutable
desde el día en que Mahoma se declaró solemnemente en nom-
bre de Dios como el sello de los Profetasl28.
Pues bien, un día Abdalá pidió hacerse cristiano. Asombro
general. En casa de los Liguori nunca se había hecho catequesis
conversiva con los esclavos musulmanes. Alfonso se había cuida-
do mucho de sugerírselo siquiera. Cuando le cercaron a pregun-
tas, Abdalá, el esclavo musulmán, respondió: "Quiero ser cristiano
a causa de mi amo. Tiene que ser verdadera la religión que le
hace vivir con tanta virtud, piedad y bondad para conmigo". Sus
últimas palabras, tras ser bautizado, atacado como estaba de una
enfermedad irreversible, fueron éstas: "Sí, es ya momento de des-
cansar ... Debo irme en seguida al paraíso".
Es cierto, mirar en profundidad es adentrarse hasta el mismo
núcleo personal del otro. Es contemplar amorosa y sosegadamen-
te lo más íntimo de la persona, lo positivo que hay en ella, lo que
realmente es. Es una mirada empática que se adentra en lo que
late tras la piel del otro y llega hasta el hondón de su ser, descu-
briendo su "sitz im leben", la riqueza o limitación de su persona.
La mirada contemplativa del cosfado traspasado del que mana
sangre y agua (Jn 19,37) se transformó en Alfonso en adoración
silenciosa en sus visitas continuas y ungidas de fervor al sagrario.
Todas las religiones del mundo han querido honrar a su Dios.
Pero saben que a Dios es imposible honrarlo porque sienten la
lejanía y pobreza de la persona humana. Y entonces acuden al
culto de la sustitución: miles y miles de cosas, animales y hasta
personas han sido sacrificadas como víctimas para aplacar la ira
de los dioses y atraer su benevolencia. No obstante, saben que el

128 Corán, XXXIII, 40.


hombre es hombre y siente su limitación; siempre será incapaz de
alcanzar por sí mismo la indulgencia y magnanimidad de su dios.
Aquellos cultos cruentos ocultaban lo que verdaderamente desea
Dios: que le adoremos con la actitud de un amor sin resenlas.
iCuánto ayudó a S. Alfonso detectar la multitud de gracias con
que Dios le había regalado desde su experiencia afectante y siem-
pre, al responder al Amor con la radicalidad de su propia y perso-
nal entrega definitiva al amor! Esta mirada contemplativa sobre el
costado del que brotaba sangre y agua fue la que le determinó en
justa correspondencia a entregarse, como Jesús, a los demás, en
total radicalidad, a fondo p.erdido, y siguiendo su ejemplo en los
más marginados, tan indigentes de acogida, doctrina y amor.
Desde aquella tarde de su iluminación, su vida se desarrolló
en una doble dirección a imagen y semejanza de Jesús, cuya vida
no es sino el movimiento hacia el amor del Padre manifestado en
el Hijo y hacia todos los demás, 'sobre todo necesitados. Hacerse
cristiano significa hacerse persona, existir para los otros y existir a
partir de Dios129.
Estos sentimientos que él vivía fueron los que tradujo, para la
gente sencilla de su tiempo, de religiosidad básica, escribiendo
una novena al Sdo. Corazón de Jesús, el corazón traspasado que
simboliza y revela el amor radical de Jesús al Padre y del Padre
en el Hijo a nosotros. ¿No escribiría S. Alfonso esta novena como
efusión irreprimible de los sentimientos que ardían en su corazón?
Mirarán al que atravesaron. Observar sin prisas y a fondo una
herida estremece. Pero si la herida no deja de manar sangre,
espolea a poner remedio inmediato.
Hay muchas clases de heridas: físicas, psíquicas, morales,
espirituales, comunitarias; pero la peor, la que se resiste a toda
medicación y tratamiento, es la herida del amor. Las heridas que
más duelen son las heridas profundas que no se ven, sobre todo
si la ha causado el desamor. De ahí el lamento de S. Juan de la
Cruz, traspasado su corazón por las flechas del Amado: "iAy,
quién podrá sanarme! Nada ni nadie podrán sanar el alma. Ni

129 Cf. J. RATZINGER, Ser cristiano, Salamanca 1967, 99-106.


17. MIRARAN AL QUE ATRAVESARON 181

tiene otro remedio esta alma que la vista y presencia del Amado,
por la que gime y suspira con entereza y resignación"l30. El cora-
zón, centro de la profundidad del ser. El corazón, donde la perso-
na se decide o no por Dios. El corazón de Jesús herido de muer-
te, que hace referencia al corazón fisiológico de Cristo, considera-
do como símbolo real de todo el amor de Cristo al ser humano.
Esa mirada al corazón traspasado de Cristo hizo que naciera en
él la oración humilde y esperanzada. En verdad, a partir de esta
mirada al Cristo traspasado, el cristiano encuentra el camino. El
evangelio de Juan no es sino la realización de este mensaje, el
esfuerzo por orientar nuestras miradas y nuestros corazones hacia
Él. Y la liturgia de la Iglesia no es otra cosa que la contemplación del
Traspasado, cuyo desfigurado rostro descubre el sacerdote a los
ojos del mundo y de la Iglesia en el punto culminante del año litúr-
gico: la festividad del Viernes Santo. Ved el madero de la Cruz, del
que cuelga la salvación del mundo. Mirarán al que atravesaron.
La mirada de Alfonso, en tantas horas de oración bien ante el
sagrario, bien ante la herida del costado traspasado, le hizo ser
más sensible y permeable como una esponja a las necesidades
de los demás, sobre todo de los marginados. No es extraño que
uno de los últimos actos de la misión, para encaminar a los recién
convertidos hacia el Dios que es Amor, ejercitándolos en la nueva
vida devota, fuera presentar al Crucificado traspasado, pintado por
él mismo, que tan perfectamente describía su actitud interior,
semejante a la de S. Juan de la Cruz, cuando describió su estado
anímico en el Cántico espiritual:
"¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido...".

130 S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual. Estvofa 64 Comentario de


Máximo Torres Marcos, Ávila 1991, 166.
18
Entregado

Era la voz de Jesús la de aquella tarde única del encuentro


transformante con su persona divina. Sus palabras fueron el abso-
luto que desasosegará la vida de Alfonso, desafiándole con el
imperativo de superación: "Entrégate... Entrégate a mí". Cédete a
mí radicalmente, desde el núcleo último de tu ser.
En un principio no comprendió todo el alcance de aquellas
palabras tan drásticas. Fueron el tiempo y la meditación las que
poco a poco obraron el milagro de clarear en su alma el mensaje
que tales palabras contenían.
Hubo una hora en que comenzó a percatarse de que la incesan-
te vida apostólica de Jesús y, sobre todo, tanto la última Cena como
la Pasión habían sido una misma sinfonía, cuya letra y melodía se
movían al mismo ritmo: su entrega gratuita por amor. Él, "cuando iba
a ser entregado a su pasión, voluntariamente aceptada, tomó pan,
dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: 'Tomad
y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entrega-
do por vosotros... Haced esto en conmemoración mía"'.
La palabra griega "paradidomai", como forma intensa de "dar",
designa el proceso por el cual algo o alguien se pone a disposición
de otra persona; existe la misma relación que entre "dar" y "entre-
garsen131. Una gran panoplia de significados, de los que extraemos
el más cercano, quizás, a nuestro tema: entregar, poner en manos

131 Cf. W. POPKES,Paradidomi, entregar. E n H . BALZ - G. SCHNEIDER,


Diccionario exegético del N. T. Vol. 11, Salamanca 1998, 72 1-729.
de.. . Significado que coincide con los que da la Academia Española
que traduce la misma palabra por "poner en manos o en poder de
otro a alguien o algo".
Desde luego que existen'otros pasajes del Nuevo Testamento
en que aparece este concepto. Pero es sobre todo en la Pasián
cuando se va a dejar oír el eco de esta palabra siniestra, como el
tambor monótono, destemplado y grave en los desfiles procesio-
nales de una noche fría de Viernes Santo.
Entregado por el Padre. El Padre es el primero que nos entre-
ga a su Hijo, como prueba máxima de que ama a los hombres
hasta tal extremo que llegó a "no perdonar a su Hijo, sino que lo
entregó por todos nosotros" (Rm 8,32).
Autoentregado. La autoentrega de Jesús en la Pasión es un
compromiso existencial, que sin temer la muerte en cruz como
consecuencia necesaria, sigue siendo un misterio. Como efecto
de su amor oblativo, Cristo se entrega libre y generosamente. Y en
ese momento está manifestando su amor de comunión con el
Padre y con nosotros: "Nadie me quita la vida; soy yo quien la da
voluntariamente. Tengo poder para perderla y poder para reco-
brarla de nuevo" (Jn 10,18).
Pero el auténtico traidor, con todas las versiones y secuencias
del vocablo, es Judas, uno de los Doce, que entrega a Jesús con
nocturnidad, premeditación y alevosía. "Jesús le dijo: 'Judas, ¿con
un beso entregas al Hijo del hombre?"' (Lc 22,47-48).
El hijo de Karioth es solidario del ideal mesiánico tal como lo
entendían los dirigentes judíos y por eso sacrifica su fe aparente
en Jesús, el Maestro de Galilea, con quien vivió hipócritamente,
contemplando impasible sus maravillas. "Entonces la cohorte, el
tribuno y los guardias prendieron a Jesús, lo ataron y lo entrega-
ron primero a Anás, pues era suegro de Caifás, el sumo sacerdo-
te aquel año" (Jn 18,12-13).
Los dirigentes judíos y Caifás lo entregan al gobernador Pilato,
porque conciben al Mesías desde el prisma sucio de las estrate-
gias y astucias políticas del poder. Por eso el grito posterior y des-
carado a Pilato desenmascara sus segundas y verdaderas inten-
ciones, que en el fondo son intereses creados de poder y política.
Así la máxima autoridad romana les quitaba del medio al Galileo,
su enemigo público número uno (Jn 18,28).
Pilato, al oír que era de la jurisdicción de Herodes, se lo enfre-
gó al viejo zorro, rey de Judea (Lc 23,7).Herodes, frustrado como
un pobre hombre que ha sacado la primera fila del circo y anuncian
de pronto que esta noche no hay función, despechado, se lo enfre-
gó de nuevo a Pilato. Éste se lo entregó a los miembros de la
cohorte romana para que se entretuvieran la noche de guardia en
el cuartel, azotándolo, coronándolo y rindiéndole homenaje como a
un rey de farsa (Jn 19,l-3).
Ante la algarada del pueblo que vocifera en masa, azuzado
por sus jefes religiosos, éstos descubren al fin sus cartas ante el
gobernador, la suprema autoridad política romana: "Nosotros no
tenemos más rey que el César" (Jn 19,15). El gobernador roma-
no, coaccionado por la muchedumbre y temiendo una revuelta
popular, se lo enfregó a los esbirros oficiales para que lo crucifica-
ran (Jn 19,16).
La cruz lo entregó a la muerte. La muerte lo enfregó al sepul-
cro. Y el sepulcro lo cubrió con un paño de silencio. ¡Sábado
Santo!
Nunca está el amanecer más cerca que en la hondura de la
noche lóbrega. "Dios aparece siempre por lo más oscuro", decía
Santa Teresa.
Y al tercer día amaneció el Señor del alba, puro milagro de la
aurora. "¡La carne, al fin, gloriosa y fuerte! Cristo de pie sobre la
muerte. Y el sol gritando la noticia" (Himno Laudes 111 Semana).
La cena de Pascua, la fiesta de la Pascua: la celebración pas-
cual por la comunidad de creyentes; la presencia resucitada y glo-
riosa del Señor en la eucaristía: la comida solidaria del Cordero
Pascual de los bautizados, que ya son masa nueva, no fermenta-
da; las alegres eucaristías dominicales, prolongación del mandato
de Jesús: "Haced esto en conmemoración mía"; la prolongación
de su presencia resucitada y gloriosa en nuestros sagrarios... es
una página olvidada o poco estimada de la vida de S. Alfonso.
LA ENTREGA DE ALFONSO
El recuerdo desasosegante del Entregado de los Evangelios
obligaba a Alfonso a relacionarlo con el imperativo insistente y per-
sistente de la Voz enigmática, aquella tarde singular, cuando le soli-
citaba porfiadamente como sólo solicita el amor. El amor siempre
requiere mediante una invitación que la persona amada entiende
como imperativo: "Entrégate a mí". No le dice: "Sígueme, imítame,
reprodúceme, cópiame". El nervio de la Voz tenía la misma fuerza
del amor entrañado que abraza estrechamente y no permite que la
persona amada huya, se evada o se escabulla del abrazo.
Amor es una palabra que no admite plural. Si hay amor, no hay
amores. Y si hay amores, no hay amor.
El amor es un sentimiento vehemente y apasionado que se
despierta de pronto en un corazón; después persigue y acosa a la
persona amada, hasta que la persona amada lo conquista.
Alfonso si que era el divino impaciente. Toda su vida está presi-
dida y dinamizada por la Voz y la Luz de los Incurables: "Entrégate".
Voz que no admite demoras ni dilaciones. Por eso toda su existen-
cia fue una gavilla de empresas motivadas por el amor que le amó
primero y que le solicitó imperioso y urgente:
- Una entrega primera, ilusionada, en su juventud fueron las
capillas de la noche con los "lazzaroni": albañiles, jaboneros, bar-
beros, carpinteros y otros oficios que se movían en la frontera del
trabajo, la holganza y la trapacería.
- Entrega radical en las misiones dadas por los pueblos y
aldeas con otros sacerdotes celosos.
- La fundación de una Congregación de misioneros, entrega-
da ahora en cuerpo y alma, comunitariamente y de modo perma-
nente, a los aldeanos, cabreros, campesinos y gentes ignorantes,
humanamente marginadas por la Iglesia y la sociedad.
- Las tandas de ejercicios a sacerdotes y religiosos/as que le
solicitaban de continuo.
- La dedicación absorbente y fecunda del apostolado de la
pluma en favor tanto de los sencillos y humildes como de los ins-
truidos y sabios.
- Las confesiones, la dirección espiritual, el apostolado de la
correspondencia. Nos quedan unas 2.000 cartas de Alfonso, que
no son sino una mínima parte de las que dictaba.
- La responsabilidad de todas las comunidades y miembros
de la Congregación redentorista.
- Ya obispo, la entrega incansable a cada una de las parro-
quias, sacerdotes, comunidades religiosas y la atención a los feli-
greses de su diócesis, que solicitaban su acogida y ayuda plural.
Sin exageraciones enjabonadas, el cuerpo y la sangre de
Alfonso se convirtieron en un sacramento, una vida comida: entre-
gado sin reservas ni reticencias, se hizo pan para todas las ham-
bres. Jamás dejó pasar a ningún necesitado de largo por delante
de su puerta, porque siempre la tuvo abierta.

LA FUENTE DE ENERG~A
¿De dónde manaba toda aquella energía vital para derramar-
se como agua fecunda en los sembrados? Alfonso había descu-
bierto la "Fuente misteriosa", anunciada a la Samaritana: "Todo el
que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del
agua que yo le dé, no tendrá sed jamás; se convertirá dentro de él
en un surtidor que brota para vida eterna" (Jn 4,13-14). Esa fuen-
te excepcional y reconfortante se llama Misterio de la Presencia,
sagrario, eucaristía.
Cuando, próximo a celebrar su pascua definitiva, ya no podía
celebrar la eucaristía, clamaba anheloso como el ciervo sediento
por la fuente de agua limpia y trotona de los arroyos de la monta-
ña: "Aquí está el Santísimo Sacramento, aquí se recibe la comu-
nión; en todas partes está el Santísimo Sacramento. iOh qué cosa
tan bella! Dos lámparas están siempre ardiendo ante el Divino
Sacramento: aquí se expone el Santísimo. ¡Cuánto tiempo quisié-
ramos estar delante del Sacramento!".
Y cuando se veía obligado a salir de la iglesia presidida por la
presencia oculta del Señor en el sagrario, preguntaba: "¿Cuándo
volvemos a visitarlo otra vez?".
¡Tantas y tantas horas pasadas delante de los sagrarios! ¿Qué
hacia? ¿Con qué las llenaba? ¿Qué sentía? Alfonso sentía a Jesús
como hostia, es decir, como sacrifico, como alimento y como suje-
to de adoración.

Como hostia y sacrificio


"Se anonadó a sí mismo, escribe S. Pablo, tomando formade
siervo" (Visita 2).
"!Cuánto os costó el quedaros con nosotros en este divino
Sacramento! Como que para ello debisteis morir, sin lo cual no
hubierais podido quedaros en nuestros altares" (Visita 1).
"He aquí a Jesucristo, que no contento con haber dado su vida
por nosotros, ha querido, aún después de su muerte, permanecer
con nosotros en el Santísimo Sacramento" (Visita 3).
"Oh Cordero inmaculado y sacrificado por nosotros en la Cruz,
acordaos.. ." (Visita 4).
"iOh Sagrada Hostia! ¿Qué cosa habrá fuera de ti donde
ostente Dios más su poderío? Porque en esta Hostia está cifrado
cuanto Dios hizo por nosotros" (Visita 23).
"Uno mi pobre sacrificio con el sacrificio infinito que hizo de sí
mismo, oh Eterno Padre.. ." (Visita 15).

Como alimento
"¿Qué hace un pobre ante un rico? ¿Qué hace un hambriento
ante un espléndido banquete?" (Visita 1).
"Siendo el pan un alimento que comiéndolo se consume y se
conserva guardándolo, quiso Jesucristo quedarse en la tierra bajo
las especies de pan, para ser no sólo consumido al unirse con el
alma de sus amantes por medio de la sagrada comunión, sino
también para ser conservado en el sagrario y estar ahí presente a
nosotros, recordándonos el amor que nos tiene" (Visita 2).
"Oh Verbo Eterno del Padre, no os habéis contentado con hace-
ros hombre y morir por nosotros, sino que, además, os habéis que-
dado como alimento" (Visita 6).
"Procuremos, dice un piadoso escritor, no apartarnos de nues-
tro Pastor, ni perderle de vista, porque las ovejas que andan cerca
de él siempre son más regaladas y siempre les da bocadillos de lo
que él mismo come" (Visita 11).
"Gracias te doy, oh fe santa, porque me enseñas y aseguras
que en el Sacramento delaltar, en aquel pan celestial, no hay pan,
sino que está Él realmente presente" (Visita 11).
"Ardéis en deseos de que os recibamos y os complacéis en
uniros con nosotros" (Visita 13).
"En la Encarnación ocultó el Verbo su divinidad y apareció en
la tierra hecho hombre; mas para quedarse con nosotros en este
Sacramento, Jesús esconde también su humanidad y sólo descu-
bre las apariencias de pan" (Visita 24).

Como sujeto de adoración


"Señor Jesucristo, creo que estáis presente en el Sacramento
del altar; os adoro desde el abismo de mi nada. Adoro vuestro
amantísimo corazón por tres fines: ...el tercero porque deseo en
esta visita adoraros en todos los lugares, donde estáis sacramen-
tado con menos culto y más abandono" (Al comenzar la visita).
"En fin, amadísimo Salvador mío, uno mis afectos y deseos con
los de vuestro amorosísimo Corazón, y así, unidos, los ofrezco a
vuestro Eterno Padre y le pido, en vuestro nombre, que por vuestro
amor los acepte y atienda benignamente" (Al comenzar la visita).
¿De dónde viene este fuego que corre como lava encendida
por cada una de las visitas al Santísimo Sacramento? La fuerza de
amar la saca Alfonso abundantemente de la eucaristía: "Me ates-
tiguó nuestro P. G. Mazzini, que también de seglar se le veía extá-
tico, por muchas horas, de rodillas, delante del Sacramento; que
se le veía inmóvil, con los ojos fijos en el ostensorio y de tal modo
alejado de los sentidos que algunas veces, sin advertirlo él, se le
veía con la peluca ladeada a media cabeza. Que esta suma devo-
ción a Jesús Sacramentado era tal, que atraía la admiración"l32.

132 T. REY-MERMET,
o. c., 117.
¿Quién es éste?, preguntaba la gente. Iban a verlo. Volvían a
verlo. Se envidiaba aquel fervor que contagiaba a todos.
En su cercana parroquia de Sant'Angelo a Segno, el altar esta-
ba siempre cuajadito de flores, que Alfonso secretamente regalaba.
¿Cuál es el secreto del éxito del librito Visitas al Santísimo?
Que son vividas, y son más vividas porque tienen la pasión y la
vehemencia de todo converso que ha entregado todo su tiempo,
valores y vida a Jesucristo.
"Dichoso tú si puedes, antes de lo que lo hice, separarte del
siglo y entregarte enteramente a aquel Señor, que se entregó del
todo a nosotros. Para mi desgracia, viví en el mundo hasta la edad
de veintisiete años. Créeme, todo allí es vanidad. Banquetes, fies-
tas, espectáculos, amistades paseos, tertulias, diversiones: ésos
son los bienes con que nos obsequia el mundo, pero todos están
llenos de hiel y sembrados de espinas. Cree a quien de ello tuvo
triste experiencia y la está deplorando"l33.
¡Qué mensaje tan secreto, dinámico y eficiente guardó para
Alfonso toda su vida la solicitud amorosa de Jesús aquella tarde
imborrable que dividió en dos su historia personal y la motivó con
una sola palabra: ¡Entrégate! No se sabe qué arcano secreto ocul-
ta una palabra hasta que se la desentraña y saborea con un gusto
y retrogusto persistente en el paladar de la nostalgia del amor.
"No es necesario salvar el alma como se guarda un tesoro. Es
necesario salvarla como se pierde un tesoro: gastándolo" (C.
Péguy).
Para ti, para mí, para nosotros: Entrégate hasta que duela.
Sigue entregándote hasta que ya no duela. El amor es gratuito,
pero no barato.

Visitas al
133 S. ALFONSO, Santisirno, Madrid 199412, 16.
El "hoyw salvador de Dios

El cristianismo no vive meciéndose en la nostalgia de un pasa-


do, ni tampoco en el recuerdo de un hecho religioso único, acae-
cido hace siglos, por más que éste haya sido significativo e influ-
yente en la historia humana. El cristianismo celebra con bienaven-
turanza evangélica la alegría de una Presencia, la de Jesús muer-
to y resucitado.
El antiguo mundo pagano se esforzó por todos los medios en
entrar en contacto con la divinidad mediante la celebración de sus
misterios. Ése era el fin de sus fiestas. En ellas ofrecía sacrificios
a sus dioses, intentando atraer su benevolencia y conseguir de
esta manera lo que se les pedía. Trabajo inútil. La persona huma-
na, por sus propios medios, no puede elevarse por encima de sus
fuerzas naturales.
Realmente, esto es lo que nos sucede también a los cristianos.
Por nosotros mismos somos "sarx", carne, es decir, lo que bíblica-
mente se describe como limitación, fragilidad, caducidad... iY no
podemos. No lo conseguimos! "¿Quién de vosotros, por más que
se preocupe, podrá añadir una sola hora a su vida?" (Mt 6,27).
Sólo por Cristo es posible tener acceso a la vida divina del Dios
que existe eternamente, oculto a nuestros sentidos tras la nube
del Misterio.
"Misterio es una acción cultual sagrada, en la que se hace pre-
sente un acontecimiento salvífico bajo las condiciones del rito. Al
cumplir la comunidad cultual ese rito, participa de la acción salva-
dora y, de este modo, logra la salvación"l34.
Los cristianos tenemos acceso a Dios por la participación de
sus Misterios celebrados en la fe de la Iglesia. La Liturgia de los
Misterios es el centro del culto cristiano.
La celebración de Cristo presente tiene su punto culminante
en la Eucaristía, que nos permite y hace entrar en comunión con
la persona de Cristo. "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no
nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Y el pan
que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de
Cristo?" (1 Co 10,16).
Mediante la Eucaristía, la Iglesia hace "anamnesis", es decir,
memoria o recuerdo de Jesús, cada vez que lo celebra en obe-
diencia al mandato de su Señor: "Haced esto en memoria mía" (Lc
22,19; 1 Co 11,24-25). A partir del siglo pasado, este término hizo
fortuna entre liturgistas y teólogos, que lo usaron frecuentemente
para subrayar la parte del canon o plegaria eucarística que sigue
al relato de la institución y manifiesta claramente la intención de
celebrar la eucaristía según el imperativo de Jesús.
Pero recordar no significa un volver puramente mental e ima-
ginativo al pasado. Ni conmemorar es un simple recuerdo subjeti-
vo intelectual-espiritual; es traer el pasado al presente como fuer-
za salvífica. La evocación de un acontecimiento pasado se vuelve
proclamación de un acontecimiento salvífico celebrado aquí y
ahora por la comunidad de creyentes. Es como un entrar a través
del túnel del tiempo en un acontecimiento del pasado, en el instan-
te mismo en que está acaeciendo, y vivirlo hoy con la misma inten-
sidad de fe de quienes lo vivieron mientras se estaba celebrando.
Y luego hacerse partícipe de la cruenta acción salvífica, ahora
incruenta, enriqueciéndose y saboreando los mismos frutos de
quienes rodearon al Amor crucificado aquel trágico primer Viernes

134 0.CASEL, Chrisliches Kultmysterium, Regensburg 19404, 79.


19. EL "HOY" SALVADOR DE DIOS 193

Santo. "Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz,
anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Co 11,26).
Se da, por consiguiente, una memoria objetiva sacramental de
la acción salvífica de Cristo. En el memorial eucarístico se recuer-
da ante todo la muerte del Señor y se actualiza beneficiándose
todos los participantes del banquete eucarístico.
Pero es llamativo y significante que desde el principio y cons-
cientemente la anamnesis de esa muerte no se celebrara el
mismo día que tuvo lugar, el Viernes Santo, sino el Domingo de
Pascua, todos los domingos del año. "El domingo nos reunimos
para la fracción del pan" (Hch 20,7). Es que no es posible, en el
terreno testamentario, conmemorar la muerte de Jesús sin conme-
morar también su resurrección y glorificación, o sin conmemorar
su muerte a la luz de su resurrección y glorificación.
Mediante la actualización del Misterio Pascual en la fe se entra
en contacto salvífico con la persona de Cristo muerto y resucitado.
En Cristo crucificado, resucitado y glorificado vemos el Misterio
divino, oculto y escondido desde la eternidad, y que ahora se
anuncia y revela en la Iglesia, en la que está presente veladamen-
te (Ef 1,4-9). Se hace transparente la gloria Dei en su naturaleza
humana al morir y ser glorificado de un modo oculto para el
mundo, pero patente para los creyentes. Cristo es el Misterio per-
sonificado; por eso aparece lo que él mismo es en sus palabras y
acciones. La Iglesia lo actualiza en el culto, porque Cristo vive con
su eficacia salvadora en la celebración cultual.
El contexto para comprender correctamente el sentido de la
anamnesis es el del culto y la plegaria de los israelitas. En la bera-
kah o bendición hebrea se da gracias a Dios por los hechos salva-
dores, las mirabilia Dei, que ha realizado en su favor a través y a
lo largo de la historia. Se recuerda lo que Dios ha hecho en favor
del pueblo hebreo, y se le alaba y da gracias por haberle escogido
como pueblo. Se trata siempre de una memoria objetiva y llena de
realidad. Dios entra en acción y concede la salvación y la gracia, y
el pueblo, agradecido, canta las maravillas de Yahvé. "Grandes y
maravillosas son tus obras, oh Señor, Dios omnipotente. Justos y
verdaderos tus caminos, oh rey de los siglos" (Ap 15,3-4).
Para el semita, recordar significa dirigirse a Dios y darle gra-
cias porque ha visto cumplidas las promesas de Yahvé. "Auxilia a
Israel su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había
prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descen-
dencia por siempre" (Lc 1,55).
El hombre que recuerda, puede confiar ciegamente en Dios
porque, al recordar, vuelve a hacerse presente y actual la acción
salvadora del Señor. Esto se hacía en Israel cuando se celebra-
ba el culto sagrado en las grandes fiestas o en las romerías
nacionales, como podían ser las fiestas de los ~abernáculos(Lv
23,33ss) y, sobre todo, la gran fiesta de Pascua: "Este día será
memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor,
institución perpetua para todas las generaciones" (Ex 12,14). En
el hoy de la celebración cúltica se hace memoria, se actualiza, se
vive el pasado.
Esta experiencia bíblica nos permite comprender adecuada-
mente el mandato del Señor la noche del Jueves Santo, cuando
realizó su gesto sobre el pan y el vino en memoria suya. Desde
entonces, "la eucaristía ya no es sólo memoria de un pasado, sino
actualización de un presente vivo y pleno. Es la misma realidad
del suceso original representado ahora, no como suceso temporal
y visible, sino como sacramento. Cristo mismo resucitado, el acto
de su donación sin límites, "hasta el extremo" (Jn 13,1), es el
núcleo y contenido de la celebración eucarística. Si un día tomó la
visibilidad de su humanidad biológica, hoy se vincula a los signos
sacramentales para visualizar su presencia gloriosa e invisible"l35.
Así lo entendió siempre la Iglesia al celebrar la eucaristía. El
ministro sacerdote, en virtud del poder que se le confirió en la
ordenación sacerdotal, pronuncia sobre el pan y el vino la plega-
ria que santifica, el Espíritu Santo, para distribuir luego entre los
fieles, como alimento, los dones transformados en el Cuerpo y la
Sangre del Señor. "Santifica estos dones con la efusión de tu
Espíritu de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de
Jesucristo, nuestro Señor" (Plegaria eucarística 11).

135 F. MART~NEZ,
Vivir el año litúrgico,Barcelona 2002, 90.
19. EL "HOY"SALVADOR DE DIOS 195

No se trata de una nuda conmemoratio, una conmemoración


hueca, vacía de contenido, como especificó el Concilio de Trento
contra Lutero. No, es una conmemoración plena de sentido y con-
tenido: el riquísimo contenido de la Pascua del Señor, realizada una
vez para siempre. Pascua que no se repite, sino que se reactualiza
una y mil veces en la fe, en la celebración del rito sacramental.

LA PRESENCIA DE LOS MISTERIOS


La Liturgia de los Misterios es el centro del culto cristiano. El
sacrificio de salvación que se ofreció en la Cruz se hace presente
no sólo en la conciencia creyente de los participantes, sino objeti-
vamente en el acontecimiento sacramental bajo las especies de
pan y vino, y da vida al acontecimiento como su alma que es.
Pero, ¿cómo puede ser eso? Las acciones de Jesús no acae-
cieron sólo mientras vivía en la tierra y pasaron sin dejar huella y
sin que tuvieran relieve de importancia mayor, sino que, como
acciones del Logos que son, se adentran en la eternidad con su
carácter propio de perpetuidad. Son fundamento de una situación
eterna.
Ahora bien, la eternidad abarca y penetra simultáneamente
todos los momentos del tiempo, este ahora que fluye, que diría S.
Agustín. Los actos salvadores, liberadores, del resucitado y glorifi-
cado Jesús continúan teniendo la misma frescura evangélica, la
misma eficacia y energía de su presencia viva e interpelante. El
mismo sacrificio de Cristo en la Cruz es, sigue siendo, a pesar de
todas las apariencias, acontecimiento salvador, triunfo del amor de
Dios en medio de los avatares más adversos de nuestra existencia.
Para ello se sirve del símbolo. La característica propia del sím-
bolo es que en él, una realidad de orden creado,, como puede ser
el pan, el vino, el agua ... recibe en su ser físico un nuevo sentido,
adquiere una nueva dimensión porque ha experimentado una
transfiguración y significado.
Ha sido el mismo Jesús quien dio a la eucaristía esa nueva
significación: ser esencialmente el mismo sacrificio de Cristo en la
Cruz, activa y visiblemente actualizado, aunque de modo incruen-
to. "Te hallo y te siento vivo en tus misterios" (S. Ambrosio). "A los
misterios ha pasado lo que había de visible en el Señor" (S. León
Magno).
"Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institu-
ción de la eucaristía durante la última Cena. Ya en aquella hora él
anticipa su muerte y resurrección, dándose a sí mismo a los discí-
pulos en el pan y el vino, su cuerpo y sangre, como maná nuevo
(Jn 6,31-33). El Logos se ha hecho para nosotros verdadera comi-
da como amor. La eucaristía nos adentra en el acto oblativo de
Jesús. No recibimos de modo pasivo el Logos encarnado, sino
que nos implicamos en la dinámica de su entreganlac.
Memores offerimus muestra que toda la asamblea es la memo-
ria de Jesús que celebra en forma de sacrificio el mismo de Cristo,
y nosotros somos sujetos de este mismo sacrificio en acción. Pero
hay algo más hondo que atañe y debiera sobrecoger a los sacer-
dotes. Cristo, el sumo y único Sacerdote invisible, se hace presen-
te a la comunidad de fieles que concelebra y participa en la misma
eucaristía, desde su sacerdocio bautismal, en el ministro visible
que es el sacerdote, instrumento activo en sus manos más allá de
sus disposiciones personales.
"Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre pre-
sente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Esta presente
en el sacrificio de la misa, o sea, en la persona del ministro, ofre-
ciéndose ahora por el ministerio de los sacerdotes, el mismo que
entonces se ofreció en la cruz, sobre todo bajo las especies euca-
rísticas"l37.
Fue O. Casel, monje benedictino de la abadía de María Laach
(Alemania), quien tuvo una intuición luminosa y riquísima del
Misterio del culto cristiano, que formuló en una tesis que se hizo
famosa entre sus defensores y detractores, pero que tuvo resulta-
dos positivos. Los puntos principales de su doctrina son los
siguientes:

136 BENEDICTO XVI, Deus ca?-ifasest, n. 13.


137 Sacrosanctum Concilium, n. 7
19. EL "HOY" SALVADOR DE DIOS 197

- La obra de salvación de Cristo está presente en las celebra-


ciones litúrgicas.
- La obra de salvación del sacrificio único de Cristo crucifica-
do y resucitado está realmente presente en la acción sagrada de
la celebración de la santa misa, memorial del Señor bajo las espe-
cies eucarísticas.
-También en los otros sacramentos se da el mysterium de la
presencia salvadora de la obra de Cristo de un modo distinto, pero
real; por ejemplo, en la iniciación o bautismo morirnos con Cristo
y resucitamos con él en la presencia del Espíritu o Pneuma.
- El Misterio de la Presencia opera también en la Palabra de
Dios proclamada, leída y recibida con fe.
- El Misterio de Cristo se ofrece, asimismo, en todas las cele-
braciones del Año litúrgico, siempre y en la totalidad del único
Misterio de Cristo en sus diversos aspectos: el hoy salvador de
Dios, de su realización simbólica en la acción sagrada y en la vida
inspirada por ellos.
Es asombroso el caudal de agua fecunda y santificadora que
pasa por nuestras horas... y que nosotros, inconscientemente
evadidos, quizás dejamos perder cuando rezamos la oración litúr-
gica. Es como una serie de aldabonazos que golpean y llaman
pertinaces al corazón del creyente, a lo largo de todo el Ano litúr-
gico, sobre todo en las grandes solemnidades cultuales, para que
vivamos conscientes el hoy salvador de Dios.
"Hoy ha nacido Jesucristo; hoy ha aparecido el Salvador; hoy
en la tierra cantan los ángeles, se alegran los arcángeles; hoy sal-
tan de gozo los justos diciendo: 'Gloria a Dios en el cielo'. Aleluya"
(11 Vísperas de la Natividad del Señor).
"Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: Hoy la
estrella condujo a los Magos al pesebre. Hoy el agua se convirtió
en vino en las bodas de Caná. Hoy Cristo fue bautizado por Juan
en el Jordán para salvarnos. Aleluya" (11 Vísperas de la Epifanía
del Señor).
"Hoy han llegado a su término los días de Pentecostés, alelu-
ya. Hoy el Espíritu Santo se apareció a los apóstoles en forma de
lenguas de fuego y los enriqueció con sus carismas, enviándoles
a predicar por todo el mundo y a dar testimonio de que el que crea
y se bautice se salvará. Aleluya" (11 Vísperas de Pentecostés).
"Hoy la Virgen María sube a los cielos. Alegraos porque reina
con Cristo para siempre" (11 Vísperas de la Asunción de la Virgen).
Hoy sólo somos el tiempo que nos queda.
De cuánta riqueza se privó S. Alfonso viviendo aquella teolo-
gía de su época en su "devoción" al Santísimo. "Ya mucho antes
de Trento no había distinción entre sacrificio y sacramento, provo-
cando una separación dentro del Misterio eucarístico. Trento no
entró en la cuestión y continuó con la misma visión, cuyo cambio
cristalizó 400 años después. Esta visión es superada por la unidad
recuperada en la teología y en la liturgia del siglo XX"138.
En tiempos de Alfonso la eucaristía era sobre todo presencia
del Señor en el tabernáculo, y de modo más solemne en la custo-
dia o en las grandiosas procesiones del Corpus. La mesa del altar
había desaparecido bajo tanto floripondio barroco de suntuosos
retablos y altares y más altares.
Lejos de toda discusión teológica, para Alfonso la eucaristía es
Presencia viva, real y personal que se entrega en el pan y en el
vino, como alimento que nos transforma; memoria activa e inser-
ción en la Pascua inmolada.
Cristo está presente mediante su poder dinámico y su acción
en todos los sacramentos, pero en la eucaristía su presencia es,
además, sustancial.
Todo esto también para vivir la visita diaria al Santísimo de
modo nuevo: como prolongación de la santa misa, despertando en
nosotros los mismos sentimientos de acción de gracias, adora-
ción, intercesión y saboreo de la Palabra de cada día, que des-
pués de la comunión de la mañana los múltiples trabajos y obliga-
ciones nos impidieron prolongar.
Seguramente que para S. Alfonso sería además motivo de
unión y retrogusto persistente, a través de las múltiples y variadas

138 L. C . DE OLIVEIRA,Dimensiones de la espiritualidad redento~sta.En


Espi?itualidad Redentorista. Vol. 8, 197.
19. EL "HOY" SALVADOR DE DIOS 199

tareas del día ya que la santa misa, y como prolongación de la


misma la presencia eucarística, es la manifestación suma del
amor de Dios a todos los seres humanos.
En la espiritualidad redentorista es como "el fuego del hogar".
Aquí nace la costumbre de visitar al Santísimo en el sagrario con
frecuencia a lo largo del día. Es como una tradición familiar, here-
dada y practicada. La eucaristía se nos ha dado para que toda
nuestra vida sea un Magnificat.
Una vida eucaristizada es una experiencia renovada del amor
de Dios en Cristo Amor, que, por nuestra parte, cada día debemos
prolongar amando, cediéndonos al prójimo, especialmente al que
sufre, al marginado, al que busca acogida y no la encuentra.
Equivaldría a vivir perdidos en el "hoy salvador de Dios".
20
El celo alfonsiano

Celo... palpitar con calor... dinamismo en la acción... interés


extremo y activo por una persona o una causa.. . ardor.. . entusias-
mo. En hebreo celo significa el rojo que sale al rostro de un hom-
bre apasionado. La causa de ese rubor es la acción vehemente y
apasionada de la persona que ama.
Ésa es una de las notas distintivas del celo amoroso: la vehe-
mencia o intensidad del amor que impulsa a la acción, una inten-
sidad que es proporcional a las vibraciones con que el amor pal-
pita. Celo es afección íntima, deseo ardiente del bien de alguien,
prontitud y generosidad en la entrega por amor.
La primera exigencia del celo amoroso de una persona es
intentar remover, en cuanto está en su mano, todo cuanto se opone
al objeto de su amor, lo cual presupone esfuerzo o mortificación;
pero no una mortificación nacida de la ascesis, sino inspirada e
impulsada por un amor ardiente, que tiende por naturaleza a des-
plazar cuanto no se compadezca con su amor. Puede haber amor
sin celos, pero no sin recelos ni temores. El celo es amor en acción.
Y es que el amor no es ambivalente, no tiene dobleces. En la vida,
se ama o no se ama; así de sencillo y de arriesgado.
La palabra celo es neutra, indefinida, porque puede haber celo
bueno y celo malo. Por eso hay que distinguir siempre entre el ver-
dadero y el falso celo.
S. Pablo, antes de su conversión, se dejaba llevar por un celo
vacío, falso, nacido de una abstracción intelectual religiosa, de un
fanatismo ciego, persiguiendo a la Iglesia. Eran la ley y las tradi-
ciones recibidas las que le impulsaban, celosa y fanáticamente, a
perseguir a los seguidores de Jesús de Nazaret. El celo intempe-
rante es siempre mal consejero, escribía Menéndez Pelayo.
Después de su conversión, ungido como apóstol, su amor no
era algo frío y externo como cuando era esclavo de la ley. Lo que
le impelía ahora a recorrer el mundo grecolatino y anunciar el
Evangelio era la nueva imagen de Dios Padre, misericordia entra-
ñable y gratuita, que nos da a su Hijo para la salvación de todos;
era el amor a una persona concreta, llamada Jesús, muerto y
resucitado. Por eso escribía y describía los impulsos que latían en
su interior: "El amor de Cristo nos apremia vivamente" (2 Co 5,14).
Y es que el amor es siempre el alma de la misión, porque en
la medida en que se va descubriendo el Misterio del Dios Amor, se
ensanchan los horizontes de la evangelización y crece el impulso
misionero. "La misión si no está orientada por la caridad, es decir,
si no brota de un profundo acto de amor divino, corre el riesgo de
reducirse a mera actividad filantrópica y social. En efecto, el amor
que Dios tiene por cada persona constituye el centro de la expe-
riencia y del anuncio del Evangelio y los que le acogen, se con-
vierten a su vez en testigos. El amor que da vida al mundo es el
que nos ha sido dado en Jesús, Palabra de salvación, imagen per-
fecta de la misericordia del Padre celestial"l3Q.
Después de la resurrección, los discípulos, transformados inte-
riormente en apóstoles por la fuerza del Espíritu Santo el día de
Pentecostés, fueron enviados por todo el mundo, a dar testimonio
del Señor muerto y resucitado. Desde entonces, cada cristiano, y
mucho más los creyentes marcados con el carisma de la evange-
lización expresa, están obligados a dar a conocer al Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo, visibilización cercana e inmediata de
quien se define y es Amor.
Una fuerte experiencia personal del amor vivo, revelado en
Cristo, será capaz de llevar ese amor a todas las personas cuan-
do se conoce que fue más grande su amor por mí, que el amor por

139 BENEDICTO X V I , Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones.


Domingo 22 octubre 2006.
20. EL CELO ALFONSIANO 203

sí mismo. "Sólo quien habita en él, arde con un fuego de caridad


divina, capaz de 'incendiar' al mundo"l40.
Desde esa disponibilidad abierta por el amor a la voluntad de
Dios, escribía el Papa Juan Pablo II: "El alma de toda actividad
misionera es el amor que sigue siendo la fuerza de la misión, y es
también el único criterio según el cual debe hacerse o no hacerse,
cambiarse o no cambiarse. Es el principio que debe dirigir toda
acción y el fin al que debe tender. Actuando por amor o inspirados
por el amor, nada es disconforme y todo es bueno"l41.
Jesús nos habla del celo por el Reino de los cielos que pade-
ce violencia y que él mismo experimentaba en su misión evange-
Iizadora: "Desde que apareció Juan el Bautista hasta ahora, el
Reino de los cielos padece violencia, y los violentos pretenden
apoderarse de él" (Mt 11,12).
El ardor del amor de Dios compromete todo nuestro ser, exige
el sacrificio de todo, incluso, si es necesario, dar la vida por Él: "Si
alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue
con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la per-
derá; pero el que pierda su vida por mí, la salvará" (Mt 16,24s).

Dios comunica su propio ardor a quienes elige para una misión


determinada. Y cuando éste brota en el corazón, la misma lumbre
divina los dispara incontenibles a la acción.
¿Quién ignora el celo de los apóstoles? ¿Cómo doce hom-
bres, sin ejércitos, sin dinero, sin formación académica y sin nin-
gún recurso humano, logran destruir la idolatría dominante, apo-
yada por el poder imperial, y realizar el milagro de la conversión a
la fe en el Resucitado de un inconmensurable número de hom-
bres? Fue su celo ardiente el que no les permitía permanecer
ociosos un instante, y así se les veía recorrer aldeas, pueblos, ciu-

140 BENEDICTO
XVI, Deus caritas est, n. 3.
141 Redemptoris missio, n. 60.
dades, provincias y reinos; acontecimiento histórico innegable que
evidencia el celo de su amor apostólico.
Una de las características patrimoniales y poco acentuadas de
la espiritualidad alfonsiano-redentorista es el celo por las almas;
más concretamente, y sobre todo, por los más marginados.
¿Cuál es el secreto íntimo del celo misionero de Alfonso? En
los archivos generales de la Casa Generalicia de los Redentoristas
en Roma se guarda como un tesoro el diario íntimo de S. Alfonso,
titulado por él Asuntos de conciencia. En la página 36 leemos estas
palabras escuetas y luminosas, que nos revelan el secreto de su
celo apostólico: "Jesús me ama".
Alfonso padece una herida oculta, que está ahí como un dolor
sordo y persistente. Es el trauma apasionado de su experiencia de
Dios que nunca cicatrizó y le acompañó hasta la muerte, el
encuentro "afectante" con la persona de Cristo mientras se desve-
laba por aquellos pobres seres lacerados que habían sido marca-
dos por el desahucio médico, agostando la mata verde de toda su
esperanza.
Fue allí donde fue sorprendido por el Misterio, al que respon-
dió con una vida espléndida, iluminada por el amor. Su lema fue:
"Vivir para amar y amar para vivir". Pero, ¿es que hay algo más
conciso y urgente en este puñado de años que Dios nos da, que
la vida y el amor? Alfonso no se cansa de repetir reiterativo en su
predicación, cartas y conversaciones: "Dios os ama; amadlo".
Qué sencillo parece el amor; pero después, en la vida concre-
ta y real de cada día, todos le tenemos miedo, porque nada com-
promete tanto como el amor. El corazón enamorado, tarde o pron-
to, plantea sin rodeos esta acuciante disyuntiva: o todo o nada. El
que calcula, no ama. El que distingue, no quiere. El que pone con-
diciones al amor, lo mata, porque amar es darse sin condiciones.
"Jesús me ama". Este convencimiento vivido, rocoso y firme
i
como el acantilado que adentra su mole desafiante en el océano,
es el que va a disparar su alma, desde muy joven, laico todavía,
hacia la misión. Ésta va a ser después la constante de su vida
entera. Alfonso ha dado la espalda a las fiestas galantes de la
Corte, a sus amistades íntimas, a su Nápoles entrañado, y ha ele-
20. EL CELO ALFONSIANO 205

gido una prioridad: el mundo de los social y eclesialmente pobres,


de los marginados.
El amor es el alma de la misión. Ya había comenzado a practi-
carlo cuando todavía era estudiante y vivía en el palacio de sus
progenitores, cuando su padre le regaló un esclavo musulmán y
éste, algún tiempo después, se convirtió. El único catecismo que
recibió fue el celo silencioso del que vive lo que predica y predica
lo que vive. El pueblo sencillo había condensado su experiencia en
un proverbio sabio: "Las palabras vuelan, los ejemplos arrastran".
Abandonada su vida brillante de abogado, tras el famoso pro-
ceso perdido y causa ganada, toma la sotana el año 1723. Es un
seminarista que se enfrasca con avidez en sus estudios eclesiás-
ticos, como lo había hecho antes brillantemente en el derecho
civil, la música, la pintura, la arquitectura y otras dimensiones que
le hacían destacar como un profesional culto, cosa no tan corrien-
te entre la nobleza de su tiempo.

PASIÓN APOST~LICA
Al año siguiente, 1724, se asoma, por vez primera en su vida,
a la misión de S. Egidio, en los barrios periféricos de Nápoles,
donde malvivían económica, moral y socialmente hablando, los
más indigentes y desahuciados de la ciudad.
Dios tiene sus caminos y su hora. Dios nunca da puntada sin
hilo. Quizás el primer punto de inflexión en la vida de S. Pablo
estuviera en aquella semilla invisible de gracia escondida en el
lejano martirio de S. Esteban, cuando el futuro apóstol de los
paganos apretaba la ropa de todos los que le apedreaban para él
"apedrearle con las manos de todos", que comentaría agudamen-
te S. Agustín.
Alfonso, ya sacerdote, se lanza con celo irreprimible a evange-
lizar a los pobres de la ciudad: "Una vez sacerdote, Alfonso ocu-
paba la mayor parte de su tiempo en los barrios donde vive la hez
del pueblo napolitano. Su alegría consistía en encontrarse en
medio de la chusma (los lazzaroni) y de otros cuya profesión era
la miseria. A ellos, más que a otros, les había entregado su cora-
zón. Los instruía, los reconciliaba con Dios por la confesión. De
boca en boca corre la noticia y pronto llega al fin de la ciudad.
Venían de todas partes: cada vez en mayor número llegaban los
criminales y luego volvían. No sólo dejaban sus vicios, sino que se
comprometían en la oración, y en su mente no tenían otra cosa
que amar a Jesucristo" refiere A. Tannoia.
Forman comunidades cristianas de base. Son jaboneros, car-
pinteros, albañiles, barberos, cocheros, porteros, artesanos que
ahora comparten lo que tienen con los que tienen menos que ellos
y ayudan a los enfermos con sus visitas. Las tabernas han dejado
de ser antros de juegos y borracheras. El trabajo ha reemplazado
al robo, y el vagabundeo ha sido sustituido por la conciencia pro-
fesional ignorada hasta ahora.
Alfonso tiene la osadía de hacer responsablesde aquella espi-
ritualidad laica que brota con fuerza de floración primaveral a los
mismos convertidos. Los sacerdotes no dirigen, asisten. Es la
comunidad de base la que dinamiza a la propia comunidad. Y esta
obra "tan alfonsiana" se prolongaría hasta 1848.
Un día, un amigo suyo, arquitecto, le notifica para su consuelo:
"Entre los cocheros hay verdaderos santos". Asombrado, Alfonso
se interroga: "¿Santos? ¿Y entre los cocheros de Nápoles? iGloria
Patrip. Tenía que ser así. La naturaleza se nos ha dado para usar-
la con equilibrio, no para abusar de la misma.
La vida de los misioneros en tiempo de S. Alfonso estaba satu-
rada de incomodidades y circunstancias favorables para perder
pronto la salud. Las regiones que se extienden entre los límites de
la provincia de Salerno y los de la Basilicata son bastante dificulto-
sas: caminos ásperos, crudo y húmedo el aire, faltan incluso las
necesidades mínimas para vivir. Ahí precisamente es donde Alfonso
se movía con placer. De hecho, el celo de Alfonso le llevaba a tra-
bajar en los confines de la provincia de Salerno. Montañas abrup-
tas, grandes valles, torrentes, ríos, bosques, campos desolados.. .
no amedrentaban a Alfonso y a sus misioneros. Los caminos entre
rocas, barro, greda y precipicios los atravesaban alegres, jubilosos,
cantando himnos de alabanza a Jesús y a María. Así animaba
Alfonso a sus misioneros.
20. EL CELO ALFONSIANO 207

Pero, como tantos otros compañeros de misión, perdió la


salud, y la perdió tan severamente que estuvo a punto de morir,
tras una misión en la diócesis de la Campagna, en los arrabales
de Éboli, donde Cristo se detuvo y el corazón de Alfonso sintió la
primera sacudida fortísima, eco de la del hospital de los Incurables
de Nápoles, al comprobar la miseria y el abandono espiritual de
las gentes del campo.
Los médicos recomiendan reposo total. Aire puro de montaña y
alimentos sanos eran los complejos vitamínicos de aquella época.
Sin recobrar todavía la salud, se ve asaltado por pastores,
campesinos, gentes abandonadas que viven en un total descono-
cimiento de Dios. Y el descanso médico prescrito se convirtió en
misión. El celo de Dios ardió en su corazón y comenzó a dar cate-
quesis, Palabra de Dios explicada a los sencillos, sacramentos,
sobre todo confesiones.
Poco a poco se fue dando cuenta de que sus fuerzas eran más
limitadas que su fuego misionero. El anuncio del Evangelio no
debía, no podía ser una aventura solitaria, sino un compromiso
compartido por una comunidad. Quien ama con el corazón de
Cristo no busca la aureola vacua de la gloria personal, sino la glo-
ria del Padre, como Jesucristo, y el bien de los más pobres y nece-
sitados. Pero imposible: su celo de buen pastor no llegaba para
recobrar tantas ovejas descarriadas.
El 9 de noviembre de 1732, fiesta del Santísimo Salvador,
Alfonso y cuatro más fundan la Congregación del Santísimo
Salvador y delinean la identidad de la misma, pensando en los que
quieran "seguir al Salvador según el espíritu del Instituto, que es
el de salvar las almas más desprovistas de socorros espirituales
como es la gente del campo".
Hay tres cosas que no se pueden ocultar: el perfume, el humo
y el amor. A Roma había llegado la onda poderosa del celo de
Alfonso. Tras haber sido propuesto para las sedes de Otranto
(1752) y de Salerno (1759), Clemente Xlll se impuso pontifical-
mente: "Serás obispo de Santa Águeda de los Godos". Se some-
tió porque era una diócesis relativamente pobre, para ser un obis-
po pobre entre diocesanos pobres. Tan pobres que en una ham-
bruna de tantas que azotaba campos y ciudades del reino de
Nápoles vende la vajilla de plata del palacio, su carroza episcopal
y las mulas, a fin de socorrer a los que lo pasaban mal.
Su celo misionero le lleva a organizar una misión general en
todas las parroquias de su diócesis y a renovarla cada tres años.
Su ardor apostólico le impulsa a escribir para la gente sencilla e
inculta con un estilo popular, cálido y cercano; un total de 111
obras, con más de 20.000 ediciones en más de 70 lenguas. Libros
como las Visitas al Santísimo Sacramento, La práctica del amor a
Jesucristo, Las Glorias de María, El gran medio de la oración, con
miles y miles de ediciones, llegan a convertirle en el autor más
leído en el siglo XVlll y en todo el siglo XIX, prácticamente hasta
el Concilio Vaticano II. Varias de sus obras espirituales continúan
editándose en la actualidad.
Su obra maestra, la Teología Moral, lo encumbra y aureola con
el título de Doctor de la Iglesia y Patrono de moralistas y confeso-
res, que afortunadamente acaba con la influencia nociva tanto del
laxismo, del quietismo, como del rigorismo entonces imperantes y
que tanto daño hacían en su tiempo a la Iglesia.
En el Instituto fundado por S. Alfonso hay un abanico pluricolor
de santos: S. Clemente M.a Hofbauer, S. Gerardo M.a Mayela, S.
Juan Nepomuceno Neumann, los Beatos P. Donders, J. Sarnelli, G.
Stanggassinger, F. J. Seelos, N. Charnetskyj, D. M. Trchka y otros.
Llama la atención que no haya muchas semejanzas entre ellos:
entre la vida brillante de S. Alfonso y la del humilde Hermano coad-
jutor, S. Gerardo M.a Mayela, uno de esos pequeños en los que
Dios hace brillar su misericordia; entre S. Clemente M.a Hofbauer,
corazón enérgico que lo mismo evangeliza en Polonia a los alema-
nes y nativos desde la iglesia siempre a desbordar de S. Bennón,
que a las clases aristócratas y cultas de Viena, y el Beato P.
Donders, apóstol infatigable de negros, indios y leprosos en las
grandes plantaciones de ricos blancos en Surinam; o entre S. Juan
Nepomuceno Neumann, mentor y fundador de la escuela parro-
quial católica en Estados Unidos y el Beato Jenaro Sarnelli, abo-
gado como S. Alfonso y amigo personal suyo, apóstol de las pros-
titutas en el reino de Nápoles. Sin embargo, hay algo que los une,
como el clavillo que enlaza y unifica las varillas del abanico: el
20. EL CELO ALFONSIANO 209

celo, el celo alfonsiano, el impulso dinámico redentorista, un aire


de familia heredado e individualmente vivido, la garra popular
evangelizadora. El celo es el centro de irradiación de todo el dina-
mismo espiritual. En los orígenes el ardor espiritual parece inclu-
sive excesivo, cuando la petición de misiones llega a poner en
peligro la vida comunitaria, con sus exigencias de oración, reunio-
nes y descansol42.
Por algo, acertadamente, reza así la colecta de la fiesta litúrgi-
ca de S. Alfonso: "Oh Dios, que suscitas continuamente en tu
Iglesia nuevos ejemplos de santidad; concédenos la gracia de imi-
tar en el celo apostólico a tu obispo S. Alfonso M.a.. .".
Y las constituciones C.SS.R., en el n. 20, exponen: "Los reden-
toristas son apóstoles de fe robusta, de esperanza alegre, de
ardiente caridad y celo encendido... Como hombres apostólicos e
hijos genuinos de S. Alfonso, siguen gozosamente a Cristo
Salvador, participan de su misterio y lo anuncian con la sencillez
evangélica de su vida y de su palabra. Con plena disponibilidad
para todo lo arduo, como fruto de la abnegación de sí mismos,
viven preocupados por llevar a los hombres la redención copiosa
de Cristo".
A los redentoristas les quema por dentro esta convicción: "El
día que yo no arda... otros morirán de frío".

142 Cf. S. RAPONI, a. c., 466-467.


21
El tiempo en S. Alfonso

Como una impávida esfinge griega, el enigma del tiempo nos


corta el paso impidiéndonos entrar en la ciudad y nos propone un
enigma, a primera vista, paradójico e insoluble.
¿Qué es el tiempo? Filósofos, pensadores, ensayistas, santos
y poetas han intentado encorsetar en los estrechos moldes de una
definición el sentido y contenido de la palabra tiempo. Empeño
vano. El interrogante se nos escurre entre los dedos de cualquier
elucubración; nos rebasa. Y nace una larga teoría de definiciones:
El tiempo es un flujo en movimiento. No puedes bañarte dos veces
en el mismo río, pues las aguas que fluyen sobre ti son siempre
nuevas; tanto el hombre como el río habrán cambiado. Todo fluye,
nada está detenido. Todo está sometido a un proceso de cambio
en el instante en que es percibido (Heráclito).
Comenzó hace 15 millones de años con un fenómeno cósmi-
co, llamado Big Bang. Un gran estallido dio origen al universo. Y
nació el tiempo.
Pero, ¿existe en realidad? 'Cuál es su forma? ¿Es constante
y eterno o cambiante y efímero? S. Agustín responde con la genia-
lidad del sabio: "Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si tengo que
explicarlo a quien me lo pregunta, no lo sé".
Paradójico: el tiempo todo lo da y todo lo quita. Porque el reloj
gobierna la rutina de los hombres, nada hay más objetivo que el
tiempo, pero también nada hay más subjetivo que él cuando la
espera lo paraliza y la emoción lo acelera. Nada más personal,
nada más compartido. Nada más abundante, nada más escaso. El
tiempo está en todas partes y en ninguna. La vida está hecha de
tiempo, pero asímismo es una carrera contra el tiempo. Es un enig-
ma de la existencia, pero también la clave, la sustancia, el reto.

JESÚSY EL TIEMPO
'Qué fue el tiempo para Jesús? Más allá de las grandes elu-
cubraciones teológicas, del dominio del Resucitado como Señor
del tiempo, del espacio temporal del hombre y del cosmos, medi-
do por los ritmos de la naturaleza humana, está el tiempo como
momento y ocasión propicia de ser alcanzados por el Dios que
salva en el "hoy" lucano y en la "hora" juanea; esa "hora" dispues-
ta por el Padre, la que Jesús ha esperado de acuerdo con la com-
placencia y agrado del Padre, para llevar a cabo su misión salva-
dora y universal (Lc 22,53; Jn 7,30; 8,20; 12,27s; 13,l; 17,l).
"Mientras es de día, tengo que realizar las obras del que me
envió. Cuando llega la noche, nadie puede trabajar" (Jn 9,4-5). En
tiempos de Jesús, un jornalero trabajaba de sol a sol. Apoyándose
en esta realidad sociológica, Jesús se siente obrero del Padre, al
que en justicia y amor no quiere robar ni un minuto de tiempo.
Tiene una misión que cumplir y se siente urgido a realizarla. Para
Jesús, cada momento es un mundo en el que vivía lo permanen-
te, lo necesario, lo eterno. Y actuaba en consecuencia. No desper-
dició, ni desaprovechó el tiempo. ¡Hizo tanto en tan poco tiempo
de vida!
Seguro que si hubiéramos estado aquel día a las puertas del
templo y hubiéramos oído a Jesús hablar así, sorprendidos, le
hubiéramos respondido: "Pero Jesús, jmira cuánta buena semilla
has sembrado...!". Y él nos hubiera respondido: "Aún no me he
acostumbrado a mirar atrás. ¡Queda tanto por hacer! La vida a los
30 años ya es urgente. No queda mucho tiempo para la plenitud".
Jesús sabe que su tiempo es muy limitado; por eso trabaja de
sol a sol, a destajo, aunque sea sábado. Porque, ¿qué sucederá
al mundo el día en que se paralice mi actuar, si no he revelado y
no he realizado la misión salvífica que mi Padre me encomendó?
Que el mundo continuará sumido en tinieblas y las personas no
21. EL TIEMPO EN S. ALFONSO 213

conocerán el amor oblativo, dinámico y fiel del Padre. No es el


bien que haya hecho, sino el bien que he dejado de hacer. Debo
parecerme a mi Padre. "Mi Padre no cesa nunca de trabajar; por
eso yo trabajo en todo momento" (Jn 5,17).

Alfonso, caso único en la historia de los santos, hizo dos votos


particulares: el de no perder ni un solo momento de tiempo y el de
tender siempre a lo más perfecto. Y ambos los cumplió. Declaraba
el P. Fatigatti a Tannoia: "Por lo que yo me daba cuenta y lo que
he visto con mis propios ojos, mientras Alfonso de Liguori vivía con
nosotros, no perdía una migaja de tiempo: o predicaba, o confesa-
ba, o hacía oración, o estudiaban143.
Por eso, porque apreciaba y usaba tan cabal y responsable-
mente el tiempo, no podía comprender el poco aprecio que tenían
tantos hombres y mujeres de su tiempo. Para él era como una joya
preciosa que Dios le regalaba gratuitamente: "No hay cosa más
preciosa que el tiempo. Pero, ¿cómo es que luego no hay cosa
que más desprecien los hombres? Uno se entretiene 5 ó 6 horas
en el juego; otro se queda en la ventana o en medio de la calle
durante mucho tiempo para ver quién pasa. Se les pregunta qué
hacen y responden que de ese modo pasan el tiempo. iOh tiem-
po despreciado, tú serás la cosa que más deseen esos hombres
en la muerte! ¡En cuánto pagarían una hora de tanto tiempo per-
dido!"144. Creemos que somos nosotros quienes vamos matando
el tiempo; sin embargo, es el tiempo el que nos va enterrando en
silencio.
No obstante, lo que más le dolía al fundador de los redentoris-
tas era que los miembros de su propia Institución perdieran necia-
mente el tiempo. Lo que no podía soportar era que dentro de sus
casas fueran los propios congregados los que estimaran en tan
poco el valor del tiempo. Por eso, en una de sus cartas, urgía con

143 C. BERRUTI,O. C., 90.


144 REY-MERMET,
O. c., 622-623.
apremio a los suyos: "Y con esto ruego a cada uno que ame su
aposento y no se disipe durante el día andando de aquí para allá ...
Seamos avaros del tiempo para dedicarlo a la oración, a la visita
al Santísimo Sacramento que expresamente está con nosotros y
también al estudio, porque para nosotros esto es aún absoluta-
mente necesario".
¿Llegaría a conocer la inscripción grabada sobre un reloj solar:
Todas las horas nos hieren; la última nos remata? No lo sé. Lo cier-
to es que el aldabonazo seco de la muerte le impresionaba como a
cualquier ser consciente. Y más aquella temporada en que se acu-
mularon tantas muertes seguidas de amigos o familiares, a quienes
estaba unido por lazos de sangre, espirituales o de amistad entra-
ñable. En poco tiempo partieron hacia la Casa del Padre, dejando
un vacío inmenso en su corazón, el P. Pagano, su guía espiritual
durante muchos años y en momentos cruciales de su vida; Sor M.a
Celeste Costrarosa, ámbito esencial de comunicación con la volun-
tad de Dios en los comienzos tiernos, cuando la Congregación era
sólo un proyecto que intentaba florecer; su madre entrañada, doña
Anna Cavalieri, regazo primero y ángel de la guarda siempre, sobre
todo en los años de su infancia y adolescencia; y don Giulio Tomi,
mi célebre y sabio maestro; Alfonso profesó siempre una especial
veneración hacia un hombre tan digno; en sus obras teológicas no
lo cita sino con el título de suo maestro.
Tanto aldabonazo de muerte y tan seguido hizo mella en la
sensibilidad de Alfonso, que sintió la urgencia de escribir a sus
cohermanos de Instituto, apremiándoles al aprovechamiento del
tiempo que comprobaba que fluía escurridizo entre sus dedos:
"Padres y hermanos míos, nuestra vida va a su fin. Amadísimos
míos, no perdamos el tiempo; demos al Señor lo precioso y lo vil,
es decir, las cosas pequeñas y las grandes. ¿A qué hemos venido
a la Congregación? A hacernos santos. Pero, ¿cuándo comenza-
mos? ¿Cuándo? Amadísimos, nuestros breves años pasan".
No, Alfonso no era un esclavo del tiempo, ni un maniático obse-
sivo del mismo. La premura con que el tiempo fluía no le creaba
neurosis compulsiva alguna que perturbara su vida normal. Era la
irrupción en el pensamiento de una idea que estaba siempre ahí,
pero siempre de acuerdo con su pensamiento consciente. Alfonso
21. EL TIEMPO EN S. ALFONSO 215

nunca luchó contra él intentando deshacerse de ella. Al contrario:


la idea del aprovechamiento del tiempo tiene quizás su origen en el
lejano apremio paterno porque su hijo fuera el primero de la clase
en cualquier dimensión de la ciencia o de la cultura que cultivara.
La idea del tiempo no fue destructiva de su personalidad, sino que
hizo de él una persona dinámica, rica y creadora.
"La gente vulgar sólo piensa en pasar el tiempo; el que tiene
talento... en aprovecharlo", escribía sentencioso Schopenhauer. Y
Dante Alighieri: "A quien más sabe es a quien más duele perder el
tiempo".
Alfonso vivió el imperativo de superación en que consiste el
ser humano. La desproporción interior de un más allá de nosotros
mismos que nos pone en la existencia y con la que, por nosotros
mismos, no podemos coincidir, siembra en nuestro interior una
inquietud imposible de aquietar.
Alfonso vivió a fondo perdido el imperativo del encuentro-
acontecimiento con Cristo desde aquella tarde de su conversión,
como él la llama hiperbólicamente. Era la herida luminosa que le
quemaba por dentro e intentaba en vano calmar: un padecimiento
callado, precisamente por su ausencia, y que le impulsaba y orien-
taba hacia Él. Esa herida se llamaba Jesús, el Señor. Perseguía
hacer vida de sus horas la afirmación de Pablo: "No vivo yo, es
Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la
vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo
por mí" (Gá 2,20).
Alcanzado por la santidad de Dios, intentaba por todos los
medios vivir del Espíritu; para conseguir lo cual, escribió dos nove-
nas, dejándose guiar por ese mismo Espíritu, manifestando en la
misión los frutos de su obra santificadora.
Para eso quería el tiempo: para hacer de su vida una respues-
ta encendida al amor de Dios, encarnado y manifestado en
Jesucristo. La urgencia del tiempo, la vivencia de la instantanei-
dad, la calidad y densidad del momento, su fugacidad y evanes-
cencia... Cada momento es denso porque es mensaje y profecía.
Cualquier circunstancia de nuestro vivir diario es portadora de
semillas invisibles que buscan un puñado de tierra para florecer.
Aquí nacía su responsabilidad por el aprovechamiento del
tiempo, ese rosario engarzado de momentos fugaces. "Entre el
pasado que huye de nosotros y el futuro que desconocemos, está
el presente en el que residen nuestros deberes", ha escrito A. de
Gasparín.
La misma urgencia del tiempo que le desvelaba a él para ser
santo, la traducía luego en exigencia a sus cohermanos de con-
gregación: "Dios no quiere que seamos muchos, sino que seamos
buenos y santos"l45.
Escribe A. Tannoia: "Si fuera de casa quería Alfonso que sus
misioneros fueran como los apóstoles, en casa los quería, igual-
mente, como ermitaños. Afuera deben salir para santificar a los
demás; en casa deben tratar de santificarse".
iCómo urgía Alfonso la santidad a los suyos! ¡Con qué acen-
tos de motivación testimonial, presión y nostalgia! "No hace aún
22 años que comenzó la Congregación; lleva ya 5 años después
de haber sido aprobada por la santa Iglesia, por lo que a esta hora
no sólo debería mantenerse en el primer fervor, sino haber creci-
do más en él. Es verdad que muchos se portan bien, pero otros,
en lugar de aumentar, les falta el espíritu. Yo no sé a donde irán a
parar éstos, porque Dios nos ha llamado a esta Congregación
para hacernos santos y salvarnos como santos ... El que quiera
salvarse en la Congregación, pero no como santo, yo no sé si se
salvará.
Si esta falta de espíritu se extiende, ipobre Congregación!
¿Qué será de ella dentro de 50 años? Sería necesario llorar y
decir: ¡Pobre Jesucristo! Si no es amado por un hermano de la
Congregación que ha recibido de él tantas gracias y luces espe-
ciales, ¿de quién será amado? Dios mío, ¿para qué sirven tantas
comuniones? ¿Qué hemos venido a hacer en la Congregación y
qué es lo que estamos haciendo aquí, si no nos hacemos santos?
Estamos engañando al mundo que nos estima a todos como san-
tos. En el día del juicio, ¿vamos a hacer reír a aquellos que enton-
ces conocerán nuestras imperfecciones?".

145 SANALFONSO,Lettere, 1, 173 (17 febrero de 1750).


21. EL TIEMPO EN S. ALFONSO 217

Éste es el currículum impecable de este trabajador que duran-


te 91 años se sintió comido por las hambres de Dios y por las
hambres de los demás. ¡Diez horas de trabajo, ocho de oración,
cinco de sueño, una de comida y recreación!. ¿Y todavía nos
llama la atención que este gigante de la santidad y del apostolado
escribiera 111 obras?
Al pasar, todos dejamos huella... Pero la huella depende de la
fuerza con que se pisa.
22
Era oración

Cuando se intenta hablar de oración, asoma inevitablemente


una palabra con resabios de tópico: crisis... Hay crisis de oración.
Y ¡cuándo no! Siempre ha sido difícil relacionarse con ese
Dios oculto, cuyo rostro no vemos y nosotros intentamos contem-
plar: ese Dios Misterio al que queremos comprender.
Tres grandes interrogantes provocativos se nos cruzan en el
camino, como tres enigmas, impidiéndonos avanzar y alcanzar la
verdad.
¿Para qué sirve rezar? Somos hijos de un tiempo en el que
sólo cuenta lo mensurable, lo que se puede probar, lo que tiene
volumen. Lo efectivo son los beneficios. La oración pertenece al
mundo de lo ineficaz e inútil.
¿Acaso no es más rentable luchar y comprometerse que
rezar? Se afirma: "El trabajo también es oración; la mejor oración
es el compromiso; hay que buscar a Dios en la vida...". Si se trata
de una oración intimista, angélica, desencarnada, de acuerdo.
Pero muchas veces tales protestas son razones eufemisticas para
justificar la supresión y la despreocupación por la oración en bene-
ficio del activismo desenfrenado y desquiciante.
¿Con quién hablamos cuando decimos que en la oración habla-
mos con Dios? He aquí un interrogante típicamente freudiano, pro-
pio de uno de los maestros de la sospecha: La oración no es sino
la proyección de nuestro subconsciente, de nuestros deseos insa-
tisfechos y fantasías, de nuestros sentimientos. Creemos hablar con
Dios y con quien hablamos es con nosotros mismos. Es cierto. Lo
que llamamos oración es muchas veces oración interesada, hecha
de fórmulas repetitivas, mordisqueada por las distracciones y la
rutina. Pero este modo de orar no llama al abandono de la oración,
sino a su purificación, a buscar una oración más auténtica y honda.
Necesitamos cuestionarnos.

La oración es para el alma lo que el oxígeno para los pulmo-


nes, algo sumamente vital. Si me falta el oxígeno, me asfixio y me
muero. Necesitamos orar como los peces precisan el agua para
nadar y vivir.
El ser humano es un ser indigente e inacabado. Nacemos bio-
lógicamente menos preparados para vivir que los otros animales.
Y porque somos indigentes necesitamos de los demás para rela-
cionarnos, crecer y madurar.
El ser humano es una indigencia que clama por Alguien que lo
supere y responda a su debilidad, Alguien que pueda ayudarle a
ser aquello de lo que carece. Ahí nace esa tensión continua entre
lo que se es y lo que se quiere ser. Ciertamente, aspiramos a
entender nuestra vida no de manera abstracta y teórica, sino real
y encarnada, de modo que responda a los interrogantes serios y
fundamentales.
La palabra que las religiones han encontrado es una meta sin
horizontes a la que nunca se llega, que se muestra como el arco
iris de los niños, cercano y lejano, presente y ausente a la vez. Es
y se llama Dios.
Dios es objeto de ese deseo irreprimible, que la razón y la
experiencia humana conciben como Misterio. Por eso no hay reli-
gión en que no se ore.
La oración suele comenzar siempre por los sentimientos que
despierta en el ser humano la presencia del Misterio, que R. Otto
definió como lo tremendum et fascinans que conmociona profun-
damente. San Agustin reconocía: ''¿Qué es esto que me deslum-
bra, que estremece mi corazón y no lo hiere, que me hace temblar
y me enardece? Tiemblo por parecerme tan poco a ello y ardo por-
que me parezco tanto'+".
La oración es el alma de la fe. Dime cómo oras y te diré cómo
vives tu fe.

PRACTICARLA
Y PREDICARLA
Por aquí comenzó Alfonso la catequesis de aquellos sencillos
pastores y campesinos abandonados. Terminada la primera sema-
na misional de la conversión con los impresionantes sermones de
los novísimos, venía el gran sermón de la misericordia de Dios, de
su amor gratuito y apasionado por cada uno de los hombres. Pero
seguidamente, los misioneros se quedaban cuatro o cinco días en
el pueblo misionado y conmovido por la gracia de Dios, y encauza-
ban aquellos nuevos sentimientos de gratitud y transformación por
el lecho por donde corre el río de la vida devota: las devociones
cercanas, sencillas y asequibles a los pequeños del reino de Dios.
Eran unas devociones populares en el ámbito cristiano, asequibles
y frecuentadas por el pueblo creyente: la oración auténtica en que
la fe respiraba con hondura, ejercitada en un ambiente en que
pululaba toda clase de desvíos devocionales, que iban desde la
credulidad a la superstición, desde la magia a la hechicería.
iCÓmo recordaba Alfonso con ternura su infancia, cuando su
cristiana madre, doña Anna Cavalieri, como la gallina recoge a sus
polluelos y los alimenta, así reunía ella cada día la bandada viva-
racha de sus hijos pequeños y les iba adoctrinando, en la teoría y
la práctica, en los primeros rudimentos de la oración! Se sabe por
el testimonio de su hermano D. Gaetano que, cada mañana, la
santa dama, con toda solicitud, bendecía a sus hijos y hacía que
ofrecieran a Dios los debidos obsequios. Cada tarde los juntaba
en torno suyo para enseñarles los fundamentos cristianos: recita-
ba con ellos el santo rosario, el ángelus y otras oraciones en honor
de los santos.

146 Confesiones, XI,9,11, Madrid 1986, 387.


S . AGUST~N,
Camino que no se anda, se llena de hierba.. .Y aquella gente
sencilla del campo que le rodeaba, lamentablemente había perdi-
do el camino de la oración. No sabían rezar. Habían olvidado el
padrenuestro. Él soñaba con el día en que de tanto ir a ver una
rosa, se formara un sendero; que frecuentaran el sendero de la
oración hasta descubrir la rosa del corazón traspasado de
Jesucristo, latiendo de predilección por ellos. "Entonces dijo
Jesús: 'Yo te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las dado a
conocer a los sencillos. Si, Padre, así te ha parecido bien"' (Mt
11,25-26). "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os
abrirá; porque quien pide, recibe; quien busca, halla; y al que
llama, se le abre" (Lc 11,9-10).
Alfonso sabía que la oración vocal es el modo de orar más
sencillo, humilde y asequible a cualquier persona, el más univer-
salmente practicado por el pueblo de Dios y quizás no tan aprecia-
do por los intelectuales. Por eso, como misionero eminentemente
práctico, enseñaba a la gente sencilla a acercarse a Dios con la
oración vocal. Y a sus misioneros a predicarla con insistencia:
"Habiendo observado la absoluta necesidad de rezar que imponen
las divinas Escrituras, de lo cual están llenos tanto el Antiguo
como el Nuevo Testamento, he procurado introducir en las misio-
nes de nuestra Congregación, como se practica ya desde hace
años, la plática de la oración. Y digo, repito y repetiré siempre,
mientras tenga vida, que nuestra salvación está en rezar. Todos
los escritores en sus libros, todos los sacros oradores en sus pre-
dicaciones y todos los sacerdotes en la administración del sacra-
mento de la penitencia no deberían incluir otra cosa más que ésta:
rezar siempre, amonestando, exclamando y repitiendo continua-
mente: 'Orad, orad y no dejéis de orar"'l47.
Por eso ordenaba: "En las misiones no debe faltar nunca el
sermón sobre la oración; si no hubiera tiempo, se trasladarán
otros temas, pero no ésten14*."No dejéis nunca la oración, ya que
el misionero, para iluminar, debe ser iluminado, y para encender

147 S. ALFONSO,Del gran mezzo della preghiera, Roma 1962, 17 1.


148 ID.,Codex Regulamm et Constitucionum, Roma 1896, 56.
en los demás el fuego del amor de Dios, él debe antes ser infla-
mado por el mismo. Todo esto se logra mediante la meditación1'149.

Cuando Alfonso habla de la oración de petición, engloba tam-


bién la oración mental o meditación.
Al oír hablar de la meditación muchos cierran automáticamen-
te su corazón a este modo de orar, porque lo confunden con téc-
nicas exigentes, quizás exóticas, o creen que la oración mental es
algo complicado y para gente preparada. La meditación cristiana
nada tiene de exoterismo, ni tampoco se reduce a un ejercicio
puramente intelectual. No se trata de pensar, sino de pensar en
Alguien que te ama, de manera que no todo se quede en ideas y
conceptos sublimes.
Escribía Santa Teresa de Ávila: "No está la cosa en pensar
mucho, sino en amar mucho; y así, lo que más os despertare a
amar, eso haced". Y S. Ignacio previene conciso en las adverten-
cias-preámbulo de los Ejercicios: "No el mucho saber harta y satis-
face el ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente".
Para Alfonso es muy importante la meditación: dedicar un
tiempo cada día a profundizar en algún misterio de Cristo, de los
novísimos, de la historia de la salvación, de la ternura del Padre
manifestada en Cristo, de la Santísima Virgen, de los aconteci-
mientos, de la naturaleza contemplada con admiración y agrade-
cimiento, de lo que nos hace pensar.
Eminentemente práctico, no pretendía que el cristiano se que-
dara congelado en la nevera de la inteligencia, ni tampoco desper-
tar psicológicamente una riada fácil de emociones y sentimientos.
Buscaba que la meditación aterrizara en la vida diaria, el escapa-
rate real que acusa lo que hay en la mente y en el corazón.
Esto lo consigue mediante un método de meditación al alcan-
ce de todos. No hay que olvidar que al comienzo del Instituto que
fundó, en las Reglas primitivas, la oración era llamada la Regla
esencial del Instituto.
Lo primero era ejercitarse en vivir la presencia de Dios: "La
vida de los congregados deberá ser un continuo recogimiento. A
fin de lograr esto, se preocuparán, ante todo, de ejercitarse en la
presencia de Dios, recitando con frecuencia breves jaculatorias".
La presencia de Dios: un rasgo continuamente puesto de relie-
ve en la vida de los congregados más comprometidos y en sus
cartas de dirección. Después de haber percibido el misterio de la
Presencia mediante un tiempo de silencio y escucha, y para que
esta gracia no se quedara dentro de las cuatro paredes de la igle-
sia, propone tres actos:
-Acción de gracias por !as luces recibidas en la meditación.
- Propósitos audaces para llevar a la vida las resoluciones
tomadas.
- Una súplica humilde y confiada para que Dios ayude a rea-
lizar lo prometido y ser sus testigos en la vida diferente y concre-
ta de cada día.
"¿Te ama Dios? Ámale tú. Sus delicias están en estar conti-
go; deja que las tuyas sean estar con Él, pasar tu vida con Él.
Acostúmbrate a hablar con Él a solas, con familiaridad, constan-
cia y amor, como el amigo más querido que tengas y que más te
quiere".
Pero Alfonso no persigue que la fe se estanque complacida en
la oración y meditación. La oración es vida y la vida es progresiva.
Por eso escribió una página lúcida, indicativa y resumen de su
experiencia espiritual. Comienza distinguiendo la diferencia esencial
que existe entre la oración mental o meditación, por la que todos
podemos descubrir a Dios a través de las facultades humanas,
mediante el ejercicio de nuestra voluntad, y la oración contemplati-
va, que es puro don gratuito de Dios para que nos encontremos con
Él, nos unamos a Él en una luz y un amor que no es nuestro, pero
que nos lleva a conocerlo y amarlo más allá de toda reflexión. En la
meditación el alma va buscando a Dios con esfuerzo discursivo. En
la contemplación considera a Dios sin esfuerzo, ya encontrado. En
la meditación la persona actúa a través del ejercicio de sus propias
facultades. En la contemplación, por el contrario, Dios actúa y el
alma, en estado pasivo, recibe los dones de Dios que le son infun-
didos por la gracia, sin ninguna contribución de su parte. La luz y el
amor divino que la invaden le hacen estar amorosamente absorta
en la contemplación de la bondad de Dios.
¿Cómo podemos distinguir la contemplación, sobre todo de la
contemplación infusa? Para el A.T. contemplación es la actitud de
susurrar, ese rumor suave e indefinido que denominamos murmu-
llo, leer en voz baja. Es la reflexión profunda sobre la Ley o el
recuerdo de las maravillas de Dios como esperanza tensa hacia el
cumplimiento de la promesa (Jos 1,8; Sal 118). En el N.T. el pro-
totipo de esta oración veterotestamentai-ia es la Virgen María. Dos
veces recuerda S. Lucas su actitud meditativa, cuando dice expli-
citamente que María guardaba con esmero, profundidad e intensi-
dad estas cosas en su corazón (Lc 2,19.51).
Maritain, citando a S. Gregorio, fija la contemplación infusa,
con concisión latina, en estas dos palabras que encierran la defi-
nición más profunda, quizás, de lo que es tal contemplación: pati
Deo, "padecer a Dios", es decir, experimentar el peso de Dios.
El alma que entra en contemplación comienza a experimentar
el peso del amor de Dios. Peso, porque es experiencia de la
acción purificadora del amor de Dios, que hace ver al alma sus
pecados, su miseria, y esto causa en ella un dolor tan hondo que
a medida en que va experimentando el amor de Dios, va entran-
do en un gran purgatorio, que tiene dos efectos: uno liberativo de
sus imperfecciones, y otro, que esto mismo la va capacitando para
un abrazo cada vez más íntimo y estrecho con el Señor.
Citando a S. Juan de la Cruz, A. Uribe aporta el ejemplo lumi-
noso del leño verde: "Cuando es introducido en el fuego, comien-
za primero a llorar. Todo el humor que hay en ese leño verde tiene
que salir primero. Solamente el leño seco podrá ya recibir el fuego
y convertirse también en fuego". Muy bello, sí, pero no hemos de
olvidar que la contemplación lleva siempre consigo un estado de
continua conversión a Dios, hasta llegar a vivir la verdadera con-
templación que es sentir la cercanía de Dios y experimentar la
unión con Él.
Se puede llamar oración contemplativa a toda actividad espiri-
tual que percibe, de algún modo, el Misterio de Dios Padre, que es
Amor, revelado en el Hijo mediante la acción callada del Espíritu
Santo, que va purificando al alma, hasta llegar a la fe pura.
Hay una contemplación que podemos calificar de contempla-
ción natural de Dios, que despierta en el alma sensible la cercanía
de Dios; es la atención a la creación, a las criaturas. Los místicos,
en general, han observado la naturaleza como objeto de contem-
plación. En este sentido debemos considerar a S. Alfonso como un
contemplativo puro y auténtico. Escuchemos sus lecciones: "Si
quieres vivir en perfecta contemplación y unión con Dios, procura
elevar hasta Él tus pensamientos desde la observación de la natu-
raleza. Cuando veas correr el agua, piensa en la condición peregri-
nante de la vida, acercándose a su meta poco a poco. Frente a los
grandes ríos y pequeños arroyos, piensa que así como las aguas
corren a su destino, debes tú también tender a Dios. Cuando escu-
ches el canto de los pájaros, dile a tu corazón: '¿No oyes cómo
esas criaturas alaban al Señor? ¿Y tú qué haces para cantar sus
alabanzas?'. Si una tarde te sientas en una playa a contemplar lo
inmenso del océano, medita al mismo tiempo en la grandeza e
inmensidad de Dios. En cada momento ten presente que toda la
hermosura que creó el Señor, la hizo para que tú le amases"l50.
Alfonso habla y se desenvuelve con la naturalidad y el conven-
cimiento de quien cree que los tres grados de oración contempla-
tiva: recogimiento, quietud y unión, por muy elevados que aparez-
can, son para todos los cristianos. ¿Habla en la Praxis Confessorii
de teorías de escuela o de su propia experiencia? Varios datos
inducen a pensar que S. Alfonso vivió estos grados. Un caso es el
de aquel Padre que vivía, pared con pared, vecino a la habitación
del santo. Por lo que fuera, el caso es que mecánica, distraída-
mente, pensando que entraba en su propia habitación, abrió la de
S. Alfonso y lo encontró, de rodillas, los brazos elevados hacia el
cielo, la mirada perdida, en pura actitud dialogal, contemplativa,
extática. Cerró inmediatamente la puerta y salió arrepentido de
haber violado la oración íntima y arrebatada de un santo.

150 S. ALFONSO,Agradar a Dios, 119-120.


Aquel compañero de S. Alfonso, cuando contaba el lance, no
podía decir que sorprendió a su fundador orando, sino que, como
dice muy gráficamente Casiano de S. Francisco de Asís, todo él
era oración.
Sin embargo, escribiendo un libro espiritual desde la objetivi-
dad de la vida de Alfonso, siento como si me interceptara el cami-
no una letanía de interrogantes que me impiden llegar más lejos.
¿Quién tiene acceso a la intimidad del yo de Alfonso? ¿No es ése
su interior más profundo, la relación constante y diáfana con el
Padre, por Jesucristo, en el Espíritu, que cultivó hasta límites para
nosotros ignotos? Sí, se han dedicado sus biógrafos con tenaci-
dad, penetración y acierto a lo concreto de los datos, las fechas y
los hechos de su vida; pero, ¿quién se ha perdido en esa zona
inexplorada que motiva datos, fechas y sucesos? ¿Quién ha Ilega-
do a ese ámbito donde no existen las palabras?
Esta limitación en la intimidad última de Alfonso, ¿no se resol-
vería con la comprensión interior de su oración? ¿Cuál fue el lati-
do último que alentó su vida llena, desde donde se explicarían sus
pa1abras.y actividades? "Sin oración no llegaremos al interior; con
la oración, ciertamente lo lograremos. Le ruego que no cese de
orar. Éste es el primero, el segundo, el tercero... y el último medio
para vencer"l51.
En Jesús lo tenemos claro. A su intimidad más honda y a su
relación con el Padre sólo podemos llegar por la fe, desde la par-
ticipación en su misma vida, desde una vida asimilable, en parte
al menos, a la suya, escribía Harnack. Nosotros, los creyentes,
podemos alcanzarlo con toda seguridad por el Espíritu: "Cuando
venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis
entender la verdad completa" (Jn 16,13).
Pero, ¿cual sería el acceso misterioso y umbroso para descu-
brir las fuentes últimas de su Nilo en Alfonso? Él tituló una de sus
canciones espirituales con la denominación de Selva oscura. Hay
estrofas que evocan casi con mimetismo algunas del "Cántico
espiritual" de S. Juan de la Cruz:

151 Ibidem, 35.


'Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.
Selva oscura y espesa
que el alma sobrecoges,
oye el llanto incansable
por el Bien deseado
que perdí en el camino...
¿En dónde estás? ¿Adónde
te has marchado, Bien mío?
En esta lejanía
me quedé desolado
porque me faltas Tú.
El alma, a pesar de las maravillas que palpa, considera escon-
dido al Amado y como escondido le busca. ¿Adónde te escondis-
te? 2 En dónde estás? ¿Adónde te has marchado, Bien mío? Y me
dejaste con gemido. Me quedé desolado porque me faltas Tú. La
ausencia del Amado produce gemido, desolación; de nadie recibe
consuelo.
Habiéndome herido... En esta lejanía me quedé desolado por-
que me faltas Tú. Dejándome herida de tal modo, que estoy
muriendo de amor por estas heridas espirituales de amor. Tan
raudo te escondiste como el ciervo. Sólo quien produjo las heridas
de amor las puede curarl52.
Pastores, los que fuerdes
allá, por las majadas, al otero,
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
Hasta la esquiva muerte
se muestra despiadada
al negarme su abrigo.

lS2 S. JUAN
DE LA CRUZ,Cántico espiritual leido hoy, Madrid 1980, 44-45.
...Devuélveme la vida,
sé Tú mi sanador,
Tú que me heriste el pecho
y luego me dejaste
vivir sin corazón.
Todo esto le hace padecer como una muerte al sentir que no
posee a Dios en plenitud ni con certeza, a Él, que es su vida (Dt
30,20).
¿El mismo hálito vital de dos miradas fijas en la herida de
Alguien, miradas de quienes antes también han sido traspasados
de Amor? ¿Dos almas aventadas en la misma dirección por el
mismo huracán?
Todos los pies son diferentes. Pero, ¿no es el camino el
mismo?
La Anunciación de María ...
y la de Alfonso

Decididamente hay que prescindir de los relatos imaginarios


que los autores de los evangelios apócrifos se inventaron intentan-
do proporcionarnos la primera noticia cierta sobre María. Como
también hay que prescindir de la frescura original con que este
pasaje lucano ha estimulado, sobre todo a partir de la Edad Media,
la sensibilidad exquisita de pintores como Fra Angélico, de poetas
como Juan Ramón Jiménez y Paul Claudel, de cineastas de nues-
tros días y de la reflexión teológica de todos los tiempos.
No debemos dejarnos llevar por los sentidos y fabular sobre lo
que allí pasó. María no pudo ver, oír, hablar, ponerse en contacto
alguno con esos ámbitos espirituales de comunicación de Dios
con los hombres, que llamamos ángeles. Nada de decoraciones,
paisajes, palacios florentinos, ademanes exquisitos o ropajes refi-
nados, más propios de las damas góticas que de los moradores
de la pobre casa-gruta de Nazaret. "Expresándonos en terminolo-
gía teológica, clásica, diríamos que María recibió una revelación a
través de una experiencia mistica"l53.
¿Qué es la Anunciación? El acontecimiento que abre el N.T. El
acontecimiento decisivo y central en la vida de María.
No es fácil acceder a María de la historia, porque el relato de
Lucas no se construyó a partir de datos históricos, sino sobre este-

153 M . HUGH, La nzad~ede Jesús en e2 N.T., Bilbao 1979, 188.


reotipos de anunciaciones del A.T. (misdrash), sobre los que Lucas
escribe la narración de la infancia de Jesús, como si de una falsilla
se tratara. Esos estereotipos los podemos sintetizar en las siguien-
tes secuencias: aparición de un ángel, reacción de temor ante lo
numinoso, anuncio de un nacimiento prodigioso, imposición de un
nombre que es, a la vez, mensaje y profecía, indagación del cómo
por parte de quien recibe el anuncio y, por último, la donación de
una señal como prueba de que lo anunciado es verdad.
La Anunciación va mucho más allá de cualquier género litera-
rio. Es la primera experiencia profunda de fe en la vida de esta
joven sencilla, llamada María de Nazaret.

Algo pasó allí, en ella, dentro de ella, en aquella hora precisa


que divide en dos su vida, que es la clave secreta que explica su
pasado, su presente y su porvenir. Ese algo trascendente se
llama santo: el Santo la va a santificar en el nivel más profundo
de su ser, incorporándola al plan de la salvación. El Padre hace
de ella su predilecta, la amada de Dios, jardín en que Él se recrea
colmándola de gracia, porque es el mismo Dios el que la va a
desbordar con su Presencia. El Hijo, a quien todo el orbe no
puede contener, se encierra en sus entrañas hecho hombre. El
Espíritu Santo, la fuerza creadora y dinámica de Dios, obumbra a
María como la paloma el nido caliente, llenándolo de una vida
divina: el Hijo que nacerá de sus entrañas virginales en Navidad.
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubri-
rá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se Ila-
mará Hijo de Dios" (Lc 1,35).
La maternidad de la santa humanidad de Cristo es la clave y
fundamento, el acontecimiento central de toda la existencia de
María, su razón de ser en la tierra, que desvela toda su fe, proyec-
ta una luz sobre su persona y nos asoma a un estilo nuevo de vida.
Ahora entendemos por qué era la "llena de gracia", objeto de
la complacencia de la Trinidad. Esa plenitud de gracia tenía como
fin prepararla para la maternidad del Hijo en el tiempo.
La Anunciación es un acontecimiento definitivo de gracia por el
que Cjios dice su Sí definitivo e incondicional a la humanidad; pero
también es el comienzo de un diálogo filial con el que la criatura
responde en María al inicio de una nueva historia de amor con
Dios, pronunciando su "sí" que dice totalidad como actitud, per-
diéndose en Dios.
Dios no impuso, autoritario, su voluntad omnipotente a su cria-
tura, sino que pidió previamente su consentimiento consciente y
libre. Dios es Amor, y el Amor nunca violenta las puertas. Tampoco
fue María un mero instrumento en las manos de Dios. Él nunca uti-
liza a sus criaturas, ni avasalla su libertad de personas hechas a
su imagen y semejanza. "Con razón, pues, piensan los Santos
Padres que María no fue un instrumento pasivo en las manos de
Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obe-
diencia libre"l54.
En la historia de salvación hay tres fiat, tres síes, y los tres son
fuentes inagotables de vida. Está el gran Sí de Jesús al Padre en
la hora terrible de Getsemaní, cuando apura, hasta la última gota,
el cáliz acibarado de la pre-pasión. De ese fiat brota la fuente
abundosa y fecunda de la salvación de las personas de todos los
tiempos. Está el fiat de María en la Anunciación, por el que la divi-
nidad invade nuestro suelo como un río desbordado y por el que
el huerto de la Virgen de Nazaret entra de lleno en comunicación
con Dios. Sólo cuando su amor humano dijo sí al Amor, el Hijo
acampó entre nosotros (Jn 1,14). Y está el fiaf del padrenuestro:
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Es nuestro sí,
siempre en movimiento como el mar, sujeto a las corrientes alter-
nativas de las mareas de los sentimientos, o a los estímulos que
de continuo nos excitan o solicitan nuestra sensibilidad desde
fuera. Un sí nuestro tantas veces magro, desmayado, con oscila-
ciones que van desde la euforia de una generosidad puntual hasta
la anemia depauperada y endeble de la costumbre.
Olvidamos que el sí de cada persona da la medida de su san-
tidad. Que santidad es llegar hasta donde Dios llama ... y allá per-

154 Lumen gentium, n. 56.


derse. Que el amor se mide por la vibración, fidelidad y creatividad
de cada persona. Cultivamos nuestro sí como actos, pero olvida-
mos fomentar nuestro sí como actitud interior del alma.
"Por su actitud de fiaf, María se pierde en Dios, como se pier-
de en un horizonte infinito la tierra en el cielo... María se realiza
como disponibilidad suma, como pura entrega. Se hace receptivi-
dad total al impulso de Dios para dejarse llevar por Él, sueltas
todas las velas al aire del Espíritu que sopla hacia lo desconocido
de sus designios. Ni una acotación a sus exigencias, ni un punto
de apoyo en la seguridad de sí misma"l55.
Desde el momento en que, bajo la acción del Espíritu Santo,
rebulle en ella la vida en embrión del Verbo, que ya se ha hecho
carne y habita entre nosotros, todo en María tiene sentido y lo
tiene a partir de su Hijo, como para toda mujer que haya concebi-
do; para María lo tiene más que para ninguna otra madre, porque
la criatura que abriga en su seno ha sido concebida sin concurso
de varón y sólo por la acción insólita y creadora del poder de Dios
en ella, abierta en disponibilidad total de Sí.
Nos perdemos en florituras de poesía, belleza de paisajes, y
mientras tanto se nos escapa la mayor gracia en favor de María
que podamos imaginar. "No existe ninguna otra forma de gracia
que el participar como miembro en la humanidad de Cristo, ni exis-
te ninguna forma superior de esta participación que el ser madre
de esta humanidad, una maternidad aceptada por fe. Esto fue lo
que hizo María con su ~7156.
Estar vinculada al Mesías significa estar vinculada a una vida
única y diferente, por más que en aquel momento no le fueran
revelados los pormenores, las situaciones nuevas que llegarán.
Da lo mismo. Ninguno de esos papeles nuevos podrá superar el
hecho de su maternidad el día de la Anunciación, sino que serán
simples consecuencias de la misma, episodios que siguen al

155 M . RUBIO, María de Nazaret: mujev, creyente, signo, Madrid 1981 , 55-56.
156 A. MOLLER, Puesto de María y su cooperación en e2 acontecimiento
Cristo. E n Mysterium Salutis, Madrid 1971, 470.
acontecimiento central. Incluso la actitud de María al pie de la cruz
será la misma actitud de fiat, de disponibilidad total que ha tenido
para ser Madre de Dios, prolongada hasta aquella hora en que el
Hijo la hace también Madre de gracia de los miembros del
Crucificado en la Iglesia.

El encuentro yo-tú es tan esencial para el ser humano que sólo


a partir de él se constituye verdaderamente como sujeto personal
y deja de ser un mero individuo. La relación yo-tú comporta un
encuentro en el que el otro es realmente un tú; el yo no se presen-
ta al otro sino que lo encuentra. Yo-tú es una relación inmediata
sin intermediarios y se caracteriza por tener lugar como presen-
cias de ser a ser.
¿Es posible el encuentro con Dios? S. Pablo nos dirá que se
encontró con Él, camino de Damasco; que su presencia le cegó y
le hizo caer en tierra (Hch 9,3-4). Santa Teresa y San Juan de la
Cruz nos hablan también de sus trances extáticos.
En la existencia humana, incluso hasta en los momentos en
que aparenta ser más rica y brillante, nunca falta un resquicio por
el que asoma la caducidad, la contingencia, la falibilidad que
somos, reflejadas en eso que llamamos fracaso. Pero el revés es
la parte negativa que puede revelar un día la parte positiva, esen-
cial, que el contratiempo ocultaba y que puede ser el preámbulo de
una auténtica experiencia de Dios.
La experiencia religiosa es un proceso continuado de actos,
como una línea es la secuencia de puntos consecutivos en una
misma dirección; nunca es un acto único, como el disparo seco de
un arma de fuego.
En la vida de Alfonso, su "conversión" tiene dos tiempos.
Primero: el fracaso espectacular, personal y social en el foro napo-
litano. Segundo: el acontecimiento que tuvo lugar en el hospital de
los Incurables y la entrega radical a Dios que le llama y le urge con
un imperativo. "La experiencia religiosa es la conciencia de la res-
puesta a Dios que llama; el descubrimiento de la presencia divina
en el seno del Sí que nos hace entrar en ella"l57.
La escena del foro: Cuando Alfonso, enrojecido su semblante,
con la cabeza doblada sobre sí mismo como un tallo marchito,
apretando los puños de vergüenza, baja las escaleras de la
audiencia repitiéndose una y mil veces como un autómata, es la
parte vergonzante de un fracaso colosal: "iMundo, mundo, te
conozco. ¡Adiós, tribunales!".
Pero en esta parte negativa del fracaso personal y social ante
todo Nápoles se oculta, como en una semilla, el tronco robusto de
la encina añosa y dura: la experiencia de Dios que le va a cam-
biar la vida y va a ser para él lo que fue para María el día de su
Anunciación.
Está terminando de asistir a los enfermos en aquel hospital de
nombre torvo y desesperanzador: los "Incurables", como si al
enfermo que allí entraba le entregaran, al mismo tiempo, la esque-
la negra del obituario que anunciaba su fallecimiento. Y fue preci-
samente en ese instante cuando una gran Luz lo envolvió; y una
Voz que no venía de ninguna parte hizo vibrar su corazón, mien-
tras que una sacudida sísmica hacia temblar el edificio entero:
"Deja el mundo y entrégate a mi".
Tembloroso, como todo aquél, a quien sorprende lo numinoso,
dejó la ropa de enfermero, volvió a vestirse su traje de calle y
abandonó el hospital. Pero al llegar a la mitad de la solemne esca-
linata, de nuevo se le impuso la misma Voz, esta vez con más cla-
ridad y apremio: "Deja el mundo y entrégate a mí". Alfonso reco-
noce la Voz: era la misma Voz sin voz, el mismo timbre, el mismo
apremio tantas veces escuchado en lo profundo de su conciencia,
y a la que no acaba de poner nombre, ni hacer sitio en su vida.
Sin saber cómo se encontró en su querida iglesia de María de
la Merced, a los pies de la entrañada imagen de la Virgen libera-
dora de cautivos. Tiembla todo su ser. Su corazón se dispara en
una taquicardia incontenible. Tiene conciencia de que está vivien-
do un momento definitivo en su vida, el acontecimiento central de

157 P. J . MOUROUX,Léspérience chrétienne, Paris 1952, 26-27.


la misma. Las lágrimas brotan de sus ojos y se sorprende orando
desde lo más hondo de su ser: "Dios mío, he resistido demasiado
a tu gracia. Aquí estoy, haz de mi lo que quieras". Era su fiaf, su sí
definitivo tantas veces solicitado y tantas veces diferido. Era un sí
redondo, sin fisuras, ni acotaciones o postergaciones. Sentia que
se estaba dejando llevar por la corriente impetuosa de una fuerza
nueva que le arrastraba en una sola dirección. Sus palabras
adquieren el mismo sentido de totalidad, disponibilidad y entrega
de un río que se fuera llenando hasta los bordes. "Adiós, mundo y
vanidades. ¡Para Ti, Señor, mi vida! Aquí están los títulos y bienes
de mi casa en holocausto a Dios y a María".
Al proclamar que cedía a Dios para siempre los títulos, los
bienes de su casa, su nombradía de abogado más joven y presti-
gioso de Nápoles, no era precisamente eso lo que quería decir;
era algo mucho más profundo y desconocido, en lo que nunca
había pensado, ni sentido. Se cedía a sí mismo, su persona ente-
ra, desde la raíz, abriéndose al Misterio de ese Dios que tan entra-
ñablemente le llamaba porque le amaba.
La persona humana comienza a vivir una experiencia cristiana
en la fe cuando descubre en su interior la presencia inmanente de
lo Trascendente. lntimior intimo meo, superior summo meo (S.
Agustín).
Desde ese momento único de encuentro con Dios, Alfonso sin-
tió que Él le estaba incorporando a la realización del nombre con el
que le había marcado su frente desde siempre. El nombre sonaba
a Salvación; la Virgen de la Merced se hacía llamar Líberadora de
los cautivos. Todo el rompecabezas de su vida pasada: proyectos
sublimes, temporadas de tibieza y remordimientos de conciencia...
se estaba integrando y recomponiendo. Se sentía redimido con un
incontenible torrente de redención. Sentía, por vez primera, el
amor misericordioso del Padre, que nos amó primero y nos envió
a su Hijo como propiciación de nuestros pecados (1 Jn 4,lO).
Sentía el Espíritu del Señor Resucitado vivificante y vivificador.
Esta redención exuberante envolvía y penetraba toda su per-
sona, como si de una esponja se tratara, potenciando sus muchos
valores humanos. El viento de una actitud nueva soplaba con fuer-
za en una sola dirección, como la veleta de la torre de nuestras
iglesias. Vislumbraba que era empujado hacia la tierra nueva y el
cielo nuevo, prometidos para un mañana definitivo (Ap 21, A ) .
Se sentía empujado a acometer empresas grandes: algo que
todavía se le presentaba brumoso y desdibujado. Estaba viviendo
el acontecimiento central: los misterios del rosario de su vida los
irá actualizando día a día, cuando lleguen.
Como afirma J. Zubiri, el hombre esta abierto a las cosas: se
encuentra entre ellas y con ellas; por eso va hacia ellas, bosque-
jando un mundo de posibilidades de hacer algo con esas cosas.
Pero el hombre no se encuentra así con Dios. Dios no es cosa en
este sentido. Después de la experiencia de Dios el hombre no está
con Dios, está más bien en Dios. Tampoco va hacia Dios bosque-
jando algo que hacer con Él, sino que está viniendo desde Dios,
teniendo que hacer y hacerse. Por eso, todo ulterior ir hacia, es
ser llevado por Él. En la apertura ante las cosas el hombre se
encuentra con las cosas y se pone entre ellas. En la experiencia
creyente en la fe está puesto en la existencia, implantado en el ser
y como viniendo desde... Encontrarse con Dios es descubrir que
se es en Dios.
En aquella hora luminosa y única Alfonso experimentó que
Jesús de Nazaret tenía que ser, era ya, su sentido único y totali-
zante, su razón de ser, el acontecimiento de su existencia, su
motivación definitiva que dinamizaba su vida, no su término. Y su
vocación personal comenzaba a hacerse en su interior, dentro de
él, apelación y requerimiento. Veía también con claridad que nece-
sitaba inapelablemente, como condición previa, descentrarse de
sí mismo para centrarse en Cristo; entender la vida que viene
desde Él y ser actitud de acogida de la gracia; entenderse como
pura referencia a la vida nueva que estaba estrenando y que le
atraía hacia Él. Estaba viviendo las leyes eternas del amor. El que
ama está siempre saliendo hacia el amado, anhelando una vida
de unión y comunión con él. El amado entiende la vida desde el
amante y sólo desde él, que es quien llena sus horas de conteni-
do y felicidad.
Al reconocer en su vida como una proyección protectora de la
Madre del Señor, la Virgen de la Merced, liberadora de los escla-
vizados, sentía como si emergiera del subconsciente la proyec-
ción psicológica de su madre, doña Anna Cavalieri: la devoción
tierna y sublimada que ella había iniciado.
Por eso quiso, que después de Jesucristo, la protectora princi-
pal de su Instituto fuera María, porque había nacido bajo la protec-
ción especial de su patrocinio. La Virgen fue invocada desde el
principio por los Redentoristas con títulos que reflejaban su propia
misión redentora: Madre de Dios, Corredentora, Madre de la mise-
ricordia, Abogada de los pecadores... En las misiones jamás se
omitía la predicación sobre el patrocinio de María.
De esa hoguera de fervor mariano nació espontáneo el rezo
de una parte del rosario: la costumbre de envolver nuestras accio-
nes entre el paréntesis de dos avemarías, porque S. Alfonso había
proclamado una bienaventuranza: "Bendita la acción que va entre
dos avemarias". Y el rezo del avemaría cada vez que sonaba el
reloj. Tantos y tantos modos de decir que lo mismo que María
había estado al lado de Jesús en su hora de Redención, lo conti-
nuaba estando en la de sus neoapóstoles.
Un día escribirá las "Glorias de María", el libro del que el obis-
po de Leiría, cuando acogió en el santuario multitudinario de la
Virgen de Fátima la imagen de S. Alfonso, mientras firmaba y otor-
gaba su placet, sentenciaba: "Venga al santuario de la Virgen la
estatua del autor de Las Glorias de María, el libro que ha salvado
más almas que letras tiene".
Alfonso escribe lo que vive. Este libro es como una gran plaza
pública a la que ha invitado a cantar a María a todos los Padres y
Doctores de la Iglesia, escritores, músicos, poetas y creyentes que
en el mundo han sido.
Pero Alfonso no es un devoto incontrolado de María; es un
enamorado de la Virgen, glorificada ya en los cielos, imagen y
principio de la Iglesia. Él trata y venera con confianza y devoción
entrañable a María como Madre suya y de Dios. "En la tierra pre-
cede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios, como signo de
esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del
Señor"l58.

158 Lumen gentium, n. 68.


El corazón de Alfonso, desde el día de su experiencia de Dios
en la fe, tiene dos únicos latidos: Jesús, el Hijo de Dios, y María,
su Madre. Por eso plasma sus vivencias con afirmaciones lapida-
rias que son eco de la vida de Jesús: "Mi alimento es hacer la
voluntad del que me ha enviado" (Jn 4,34; 5,30; 6,38). "La santi-
dad consiste en hacer la voluntad de Dios".
La muerte no se improvisa; se muere como se ha vivido. Es la
manifestación de un encuentro oceánico o de un vacío estéril. Últi-
mas horas de Alfonso. Su corazón seguía latiendo, atraído por la
fuerza magnética de los dos polos que le han imantado: Jesucristo
y María. "¡Dadme a Jesucristo!", suplicaba frecuentemente. Y se
pasaba la mitad del día ante el sagrario. "Heme aquí, Dios mío",
actitud de fiat. "Léame algo de la Madonna. Dadme a la Virgen".
1 de agosto. La vela se apaga. Mediodía. Le pusieron en sus
manos, que se enfriaban por momentos, el cuadro de su querida
Madonna. ¿Sabríais decirme dónde acaba, en su desembocadu-
ra, el agua dulce del río y dónde comienza el agua del océano?
Así se perdió en el mar de Dios el río de los casi noventa y un años
maduros de la vida llena de Alfonso. Las campanas entonaban la
melodía siempre nueva y alegre del angelus. La Anunciacion de
María. .. "Hágase en mí según tu palabra". Y la de Alfonso.. . "Aquí
estoy. Haz de mí lo que quieras".
El sí de cada alma da la medida de su santidad. Santidad es
llegar hasta donde Dios llama y allá perderse.. .
Índice

Introducción ....................................................................... 7
1. Contexto socio-político-religioso ........................................ 15
2 . Contexto familiar ................................................................. 33
3 . Mascando a solas la amargura del vacío ........................... 51
4 . El acontecimiento .............................................................. 61
5. ¿Qué sucedió en aquel momento singular? ....................... 67
6 . Aproximación a la experiencia de Dios .............................. 75
7 . "Alfonso, deja el mundo y entrégate a mí" .......................... 83
8. El amor, palabra clave ........................................................ 91
9 . Amar es hacer la voluntad de Dios .................................... 101
10. ¿Es S . Alfonso un convertido? ........................................... 109
11. "ll distacco" ......................................................................... 119
12. Cristocentrismo .................................................................. 127
13. S. Alfonso y la Encarnación ................................................ 135
14. El pecado y S . Alfonso ....................................................... 145
15. La Redención abundante ................................................... 155
16. El Crucificado Resucitado .................................................. 165
17. Mirarán al que atravesaron ................................................ 173
18. Entregado .......................................................................... 183
19. El "hoy" salvador de Dios ................................................... 191
20 . El celo alfonsiano ............................................................... 201
21. El tiempo en S . Alfonso ...................................................... 211
22. Era oración ........................................................................ 219
23 . La Anunciación de María... y la de Alfonso ........................ 231

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