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Adela Cortina fue una de las primeras introductoras en España de la ética del
discurso de Habemas y Apel (de quien tradujo La transformación de la
filosofía), aunque su proyecto de ética cordial pretende compensar las
limitaciones de este enfoque con una ética de las virtudes, es decir,
complementar el enfoque kantiano de esta ética procedimentalista con ciertas
dosis de buen juicio aristotélico. También ha sido pionera en tomarse en serio
el abigarrado universo de las éticas aplicadas, sobre todo de la ética
empresarial, de la que es una de las representantes más destacadas en lengua
española.
Casi ningún otro filósofo en España, salvo Savater o Marina, puede presumir
de que sus obras hayan sido reeditadas tantas veces: Ética mínima (Alianza,
2010) va ya por la decimoquinta edición, Ética sin moral (Alianza, 2010) por la
décima, Ética aplicada y democracia radical (Tecnos, 2008) por la quinta, y
Ciudadanos del mundo (Alianza, 2009) y Neuroética y neuropolítica (Alianza,
2011) por la tercera. Además, atesora ya dos doctorados honoris causa y es la
única mujer que ha sido admitida hasta ahora en la Academia de Ciencias
Morales y Políticas.
La entrevista tiene lugar en Madrid, donde acude a presentar su último libro,
¿Para qué sirve realmente la ética?, que divulga mejor que ningún otro el
trabajo que ha desarrollado en obras anteriores.
Un excelente profesor mío, Fernando Cubells, solía decir que “las cuestiones
de nombres son también cuestiones sobre cosas”, y por eso importa tanto
aclarar de qué hablamos cuando utilizamos la palabra “ética”. Como bien
sabes, la palabra ética viene del griego, de êthos, que quiere decir “carácter”, y,
en ese sentido, la ética está relacionada fundamentalmente con la forja del
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Porque al que está bien le molestan los que plantean exigencias de justicia. En
nuestra tierra se dice “el que estiga bé que no es menetge” (el que esté bien,
que no se mueva). Al que está bien y le vienen con que tiene que pagar
impuestos, lo hará mientras haya coacción, pero si no, en absoluto. Además,
pensará que el dinero es suyo y que por qué se lo han de reclamar. De igual
modo, si viene un inmigrante en una patera, le parecerá muy molesto, porque
él está bien y no entiende por qué el inmigrante ha de obligarle a moverse. Y si
al bienestante le cuentan que en España hay ahora una gran cantidad de
pobres, que muchas familias acuden a Cáritas y que hay niños que solo comen
cuando les dan de comer en la escuela, se siente molesto, porque él está bien
y eso le incomoda.
Por eso creo que, cuando la felicidad se convierte en bienestar (lo cual tiene
mucho que ver con la sociedad de consumo), la justicia puede entrar en
conflicto con ella. La justicia siempre es una exigencia y las exigencias de
justicia no se pueden dejar de lado de ninguna manera, porque son lo que nos
caracteriza básicamente como seres humanos. Olvidar las exigencias de
justicia es caer bajo mínimos de humanidad. Por eso entiendo que la felicidad
siempre tiene que ser una aspiración que incluya las exigencias de justicia, y
en ese sentido propongo la compasión como algo fundamental.
Quiero decir que la fórmula del pluralismo moral consiste en que convivan
distintas éticas de máximos, distintas éticas que hacen ofertas de vida feliz, que
hacen propuestas de vida buena, que aconsejan distintos proyectos de vida
buena, siempre que dialoguen entre sí y puedan compartir por lo menos unos
mínimos valores de justicia con los que no se puede vivir sin caer en
inhumanidad.
Pero parece que ese consenso del Estado del bienestar, que era típico de
Europa, se está dinamitando: hay que reducir pensiones, privatizar la
sanidad, recortar en educación, etc.
Las éticas de máximos son los proyectos de vida feliz que proponen distintos
grupos, religiosos o no. Si esas éticas de máximos ni siquiera pueden dialogar
entre sí y encontrar unos mínimos de justicia, nos encontramos en una
sociedad que no es pluralista sino politeísta, una sociedad de personas que no
pueden construir nada juntas. Por eso los mínimos de justicia son
fundamentales. Pero, a mi juicio, es importante que en una sociedad haya
propuestas de éticas de máximos que cumplan los mínimos de justicia, porque
en realidad las personas viven de sus proyectos de felicidad, es a lo que todos
aspiramos. Si los proyectos de vida son muy débiles o poco entusiasmantes,
entonces las exigencias de justicia también serán menores. Ahora bien, esos
proyectos los tiene que aceptar cada uno personalmente, no se pueden
imponer. Eso nunca.
Yo trabajé con Apel y con Habermas, y cuando conocí la ética del discurso me
pareció el proyecto ético más interesante que había entonces (y sigo creyendo
que es así), pero siempre le encontraba un fallo: que era excesivamente
racional, procedimental, formal, que le faltaba la dimensión del sentimiento, de
la cordialidad. Y creo que es muy difícil considerar al otro como interlocutor
válido en realidad sin tener en cuenta la dimensión sentiente de los
interlocutores. Creo, pues, que ese reconocimiento recíproco del que habla la
ética en discurso no tiene que ser solamente lógico-formal, sino que tiene que
ser también cordial. Y si no es cordial, es decir, si falla la compasión, va a ser
muy difícil preocuparse por la justicia.
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Es curioso cómo las mujeres filosofas (no solo tú, sino también
Nussbaum, Camps o Gilligan) hacéis siempre hincapié en el tradicional
olvido de las emociones por parte de los filósofos varones. Veo como una
necesidad de compensar cierta obnubilación de estos por una razón
demasiado “geométrica”.
Es verdad que las mujeres tenemos en cuenta esa otra dimensión que sería la
cordial. Pero como yo digo en este libro, y también lo dice Gilligan muy
acertadamente, no se trata de que las mujeres tengan que ocuparse del
corazón y los varones de la razón, sino que hay dos voces morales que tienen
que complementarse. No son valores de hombres y de mujeres, sino que son
valores de cualquier persona íntegra, tanto de varones como de mujeres. Unos
y otras han de recurrir a la razón y al corazón. No se puede condenar a una
parte de la humanidad a ser solo racional o a ser solo sentiente. Como decía
Pascal, la razón geométrica se pierde muchas cosas importantes; a la razón
humana le importan también las cuestiones cordiales. Es en ese sentido en el
que hablo de una “razón cordial”, tanto en Ética de la razón cordial (Nobel,
2007) como en Justicia cordial (Trotta, 2010), una idea que me gustaría
desarrollar en el futuro.
Has sido también una de las introductoras en nuestro país de las éticas
aplicadas. ¿Cuál es tu opinión sobre la clonación humana?
más morales?
En el capítulo en el que hablo de las profesiones lo que digo es que cada una
de las actividades profesionales tiene una meta que le da sentido y legitimidad
social. La medicina, por ejemplo, tiene unos fines muy claros que le dan
sentido: prevenir la enfermedad, curar lo curable, ayudar con lo que no se
puede curar y ayudar también a morir en paz. Pero es que la política también
tiene unos fines, que es conseguir el bien común, y también la economía tiene
unos fines, que es conseguir una sociedad buena, como decía Amartya Sen.
Cada actividad tiene unos fines de los que se ocupa la ética. Por eso tendría
que haber en todas las carreras una asignatura de ética donde se reflexionara
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sobre los fines de esa profesión y cómo alcanzarlos. Si no, tendremos técnicos,
pero no profesionales, y es una de las razones por la que creo que la ética
tendría que estar en el bachillerato y tendrían que recibirla todos los alumnos.
❖ Texto: Gabriel Arnaiz ❖ Fotos: Roger Marrón