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Playa
'_ .
de vidas
·.
OBRAS DE LA AUTORA
TEATRO
.
1
2 ll-1'60. 200I . ,.
• •
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Pero si, bajo su aspect.o de "revelación <l:e los diversos
estados psíquicos" que las hicieron posibles --o, como di·
ria Maeterlinck, "'de los diver's os "yos" que subhabitan
dentro del propio· "Yo F,sencial"-, las novelas que s~bsi·
guen no presenta• un panorama de unidad, mucho menos
aparecen regidas, en cuanto a su forma externa, en cuan·
to a su arquitectura, por un mismo· método constructivo,
entrabadas por la unificación de una similar forma es-
tética.
fijas de la inestabilidad en que se columpian todas
las corrientes artísticas de nuestra época, de la desorien·
t.ación que pesa sobre los creadores d& este nuestro siglo,
ellas podrfan dar un mínimo testimonio de los vaivenes
que han ido convulsionando mi espíritu a lo largo de es-
tos últimos tiempos por hallar :un caimino definitivo en
cuanto al problema "forma'~, arquitectur~ construcción
externa.
xn
Nue"as Imágenes.
Nue"Yos asuntos" • •
-C ésar Vallejo, que era un atormentado de lo lnMito
-o, acaso más propiamente, un espfrltu Ando de expre.
sarse con voz de actualidad, acordada a los oídos del si·
glo-- sabía muy bien lo que demandaba al formular estos
"mandamientos" estéticos ante los jóvenes seguidores de
las modernas doctrinas artísticas.
Y otro escritor --este hispano-- Benjamín Jarnés,
conocía también perfectamente el valor de sus lamentacio-
nes, cuando advirtió que la gran dificultad del novelista
estrlbaba en que las materias primas que había de em•
plear para sus construcciones consistiesen, no en alqulmís-
tlcos elementos como los que manipulaban los magos de la
Edad Media o, siquiera, en mármoles, notas, colores, como
los que emplean el escultor, el músico, el pintor, sino, sen·
cillamente -¡difícilmente!- en palabras; en palabras
que cualquier necio embadurnador de cuartillas cree te·
ner a su alcance; en palabras -brillantes unas, vulgares
otras- que suenan en la más trivial conversación, que
se expresan sin sentido en una frívola charla, que sirven
-grandeza y miseria de la argamasa con que ha de edi·
ficar el novelista- hasta para confeccionar la melopea
epistolar de los negocios industriales.
¡Qué terrible cosa esa de qu~ una pureza rilkeana,
por ejemplo, tenga que venir a buscar materiales, para
exteriorizar sus casi intraducibles abstracciones sensiti·
Tas, a la misma cantera idiomática de que se sirven el
bolsista y el corredor de comercio!
·xv
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"Nuevos asuntos" • . . • Los asuntos, dentro del arte
ftterario, son los menos susceptibles de ineditez, de nove-
-dad. Todo lo que pervive con rasgos eternos e inmanen·
·· tes dentro del espíritu humano - y la novela o el poema
han de atenerse exclusivamente al guión que les ofrece
·ta humana cantera psíquica- está, más o ,menos ahinca·
·<lamente, fijado en el papel; está ya, positivamente, lle-
." ado al plano de las creaciones artísticas.
Pero frente a ellos -frente a esos temas- queda el
recurso de una "nueva forma de expresión", de una iné-
-Oita forma de presentación.
Porque, en. efecto, más' que a una virginidad temátl·
ca, a lo que aspiran hoy los jóvenes creadores es a reves·
·tir viejos esqueletos de construcción con caprichos arqui·
·:t ectónicos de exacta actualidad, a despojar, también, a la
obra novelesca de toda su "hojarasca argumentista" para
-que quede lo más limpia posible de impm:·czas, a escamo·
·tear hábilmente la anécdota para que brille tan sólo el
metal del acento poético o literario.
A esta limpidez artística se alude -Y se aspira- en
~las palabras iniciales de una de las novelas insertas en el
presente volumen: "quisiera la novelista actual descubrir
.a través de la lente del microscopio, el menudo protoplas-
ma de una emoción novelesca, en el que la pureza aneo-
<lótica fueso como un raro perfume, evapora<l.o al verterse
~'Sobre un cutis sedoso. Quedaría así un olor inteliso flo-
XVI
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Pero en medio de las dubita.c fones que asaltan hoy a
. la pluma noveles ca, surge, ampara dora, la posibil
idad de
una entrega al evasion ismo poético , a un aparen cial ju·
gueteo intrasc endent e con palabra s, con sentimi entos, con
persona jes, con bellas irirealid ades que, sin embarg o, al·
canzan a encubr ir hondas , profun das realida des.
"La ausenc ia de fantasí a -de poesfa- -, se ha dieho,
mató a la novela y al teatro" . ¿Por qu6 no volver, enton•
ees, por el secreto perdido ? Cuando la realida d es amarga
,
áspera, dolient e y torva, ¿qu6 ley existe que impida es-
capar hacia el mundo superio r de los sue:fi.os?
A este mundo te invito a pasar, lector, confian do en
poder hacer tuyas mis emocio nes•.
'
' /i'f"I.,
"1,' ~·
Estrella· Polar
(CápSuJa de novela)
Sf, te veo, estrell a. Y a U tambié n. Y a vosotr as -¡lu-
minos as conste lacione s que llenáis de iridisc entes fulgor
es
el negro palio del cielo! -. Os conozco, aunqu e juguéi s cada
.
noche a un nuevo escond ite, preten diendo desori entar-
me.
Tú, Gran Cruz del Sur, "pende ntif" colgad o en el cue-
llo del infinit o, que acabas de hundir te en un horizo
nte;
y tú, Estrel la Polar, deslum brador "solita rio" puesto
en
el indice de los Destin os, que surges , en el otro, pálida
como el respla ndor del hielo. Estrel la fria, como la sere-
nidad, rígida como la justici a, estrell a de la exacti tud
que
haces conver ger en tí, a un tiempo mismo , miles de agu-
jas imanta das de atenció n.
Para mi íntima aristoc racia. valen más vuestr as ruti-
lantes facetas que el medall ón de oro de la luna. A ésta
la cuelgo del bolsill o de mi chaleco ; a vosotr as os
pren-
do de mi corbat a y os ciño a mis dedos como a una carne
amada . Sois las únicas alhaja s dignas -de mi cofre de
los
sue:fí.os.
Sí; te veo, Estrella'.. Y a tí tambié n. Y a vosotr as -¡oh,
fulgen tes conste lacion es!-. Pero ahora no quiero miraro
s,
no quiero recrea rme con vuestr as intens as lumino sidade
s.
Porque en mi cielo ha aparec ido una nueva estrell a ignota
y recién nacida . Y aunqu e está bajo mis planta
s, aunqu e
a.ún no ha ascend ido hasta mis cielos, brilla más que
vo-
Rosa Arciniega
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¡Recta inexorable! Pero, ¿por qué, entonces, desde
hace dos días estoy intentando describir una elipse, un
círculo, . cuyo epicentro son las dos palabras -también
esferoidales- Alfa y Omega? ¿Por qué desde hace dos
Playa de V!das 25
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Cuarta noche de navegación.
La recta se convirtió definitivamente en círculo. El
círculo en espiral. Voy cerrando raudamente mi trayec-
toria . . .
Cada hora, cada minuto, va aminorando mi recorrido
de traslación y acelerando, por tanto, el impulso de la
marcha.
Mi fuerza centrífuga es inferior a la fuerza centrípeta
.que tira de mi. Rota así la armonía de la estabilidad, iré,
irremediablemente, a estrellarme contra el sol de mi sis-
tema planetario. Contra tí, única estrella que luce ya para
mis ojos en lo alto del Universo.
¡Cuatro noches de navegación! ¿Cuatro? Pero ¿qué
sentido de la unidad es éste? ¿Qué nueva medida del tiem·
po es ésta? . . . ¿Cuatro?
Yo navego por estos mares hace años. Muchos años.
Miles de años. Eternidades. Eternidades que ahora se han
Playa de. Vidas 29
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Seis noches de navegaci6n.
El cielo está sin estrellas porque yo las he enhebrado
una a una en el hilo de plata de mi ilusión para colocarlas
después alrededor del camarote de Primera, número 45.
Tampoco el cerebro está ya esta noche en su cabina de
mando. Ha ido descendiendo , peldaño a peldaño, tramo a
tramo, hasta situarse a la altura del ·corazón del trans·
~tlántico. Se ha colocado a tu puerta --Oh estrella de mis
moradas celestes-!
Pero tú -¡Laura; Ofelia, Luisa o Alicia!- no lo de·
jes entrar. Porque el corazón es ex.traordinar iamente más
curioso que el cerebro. Porque el corazón es de carne.
Playa de Vidas 31
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Ocho días de navegación.
El cerebro está roto, destrozado, maltrecho. Lo ha
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Catorce días de navegación .
Tengo fiebre, pero no importa. Puntualm ente acudo
a mi cabina de mando.
¡Con qué precisión enfilo las estrellas! Con una pre-
cJsión de escalpelo torturador . Sí, sufro. Porque tengo ce-
los. (¡Qué ridícula palabra! Pero ¡cómo quema!) ¡Celos!
¿De quién? Hasta hoy, del aire que juguetea con tus ves-
tidos, de la luz que se ciñe a tu cuerpo flexible. Desde
hoy . . . Desde hoy, ¡de un radiogram a! (¡Qué frase tan
ridícula, pero cómo abrasa!)
Tengo celos de un papel azul, de una frase arrebata·
da al aire, de un mensaje llegado en alas de una vibración
eléctrica.
Nó, no es de un papel, no es de una frase de la que
tengo celos. Es de un rostro que ha venido en esa frase.
Es de una boca que la ha pronuncia do, de una mano que
la ha escrito, de un pecho que la ha suspirado.
¡Rauda paloma mensajera : al posarte hoy en el más-
til de mi transatlán tico, has empezado a picotearm e el
corazón!
Laura, Alicia, Ofelia o Luisa --cierro ya mis oídos pa-
ra no escuchar tu posible nombre-, ¿quién, desde otro
mundo, viene a buscarte a través del éter? ¿Qué alma re-
gocijada sale al camino a celebrar tu llegada?
No me digas que tus padres o tus hermanos. Tampoco
una amiga. Esa impacienc ia que llega a tí, cabalgando
Playa de Vidas 31
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Un timbrazo: máquina avante. Y tú, pegada a la proa,
pareces imprimir aún más violencia al barco con tu de-
seo distendido de llegar. Toca ya mi transatlántic o el
muelle. Y tus ojos se dilatan en una ansia por captar una
imagen, tu nariz por aspirar un perfume conocido, tu of-
do por escuchar una voz.
Dos: máquina atrás. Y toda tú te rebelas contra el
impulso del retroceso. Taconeas nerviosamen te sobre cu-
bierta como si tus pisadas pudieran llegar hasta el fondo,
hasta las máquinas, hasta donde sólo llegan mis timbra"
zos de mando, mis órdenes estrictas de capitán.
N6, no vuelvas tus ojos airados hacia mi alta cabina.
O si quieres . . . , vuélvelos para que veas en los míos lo
que me cuesta dejarte . . . Para que comprendas la causa
de estos avances y de estos retrocesos. Mira mis ojos -gé-
lida Estrella Polar de mis noches futuras- y lee en ellos
lo que se sufre al dejar la vida. Conscientem ente. ¡Matemá-
ticamente!
¿Ves aquel grupo de gente que se apifía en el muelle?
¿Entre quién de ellos estará tu corazón? ¿Hacia qué bra-
zos, de los muchos que agitan sus pa:fíuelos en el aire, se
tenderá tu cuello arqueado? ¿Qué boca esperará tu boca
en la ribera?
Pero estás en mi poder. Me perteneces todavía. Yo
soy aún el dueño de tus rutas. Soy el capitán. Puedo mo-
ver la manivela y torcer el timón hacia una estrella ig-
nota, hacia un rumbo sin fin. Puedo convertirme en un
pirata que roba tesoros de Vida . . . Puedo provocar un
hundimiento que ahogue tu felicidad y mi tragedia.
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Una ruta: Dirección Sur.
Otra ruta: Dirección Oeste.
Otra ruta: Dirección Norte. ¡¡Esta!!
Y yo, en la cabina de mando del puente. En mi ma-
no, el sextante ya inútil. Y, en el cielo, tú. -¡oh mi Estre-
lla Polar!-. Inmutable como el Destino. Imperativa como
una diosa.
Sí; te veo, estrella. Te veo, te miro, te sigo eternamen-
te. Pero ya no doy vueltas en torno tuyo. Ahora dirijo a
tf mi recta inexorable. La linea más pura de la geome-
tría. Como antes. Como cuando aún no habías descendi-
do. Ahora que has vuelto a situarte en tu cenit de siem-
pre, lejano y hondo.
Laura, Ofelia, Alicia o Luisa: eres ya, para mi infor-
tunio, espíritu. Eres ya, para mi roja tragedia, estrella.
La Estrella Polar que guia mis caminos.
Sigue mi transatlántico tu dirección. Va salv:;}ndo pa·
ralelos, latitudes ... Paralelo 30 ... , 45 ... , 80
~ Arclniega
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Muy bien; derramado ya ese primer borrón de sangre
sobre la blanca placa de las cuartillas, cabe adentrarse en
el penumbroso laboratorio de los experimentos psíquicos
con el fin de obtener una hipotética -aunque acaso cier-
48 Rosa Arclniega
* *
*
Siempre había sorprendido a todos su vida extraña-
mente anecdótica.
Sin saber ciertamente por qué.
Su retrato físico: Era bella, inefablemente bella y se·
ductora. Rubia. Ojos verdes. Boca fina, asexual. Tersos y
enhiestos pechos, pero sin vibraciones sensuales, sin tem-
blores de humana voluptuosidad. Piernas largas, estiliza-
das, sinfónicas, pero no incitantes.
Unica sugerencia de su contextura psíquica a través
de su retrato material: además de su extraña figura, ya
casi etérea e inasible, caminaba siempre entre el halo de
un perfume exóticamente raro. Era una ~ujer difumi-
nada en la niebla de un misterio.
Salía mucho. A las horas más contradictorias. Por la
mañana, al oscurecer, a media noche. Se la veía en los
salones de té, en los cinematógrafos e~egantes, en los pa-
seos aristocráticos, en las tiendas más suntuosas. Pero
siempre sola. Siempre, separada del mundo circundante
por esa neblina misteriosa que fluía de su cuerpo.
Un detalle importante en la vida de Marta Hoppe: su
marido era un hombre viejo, contrahecho y huraño. Tam-
bién alemán. Su estampa -estampa de hombre materia-
lista- podría sugerirse así: además de su figura, ya casi
sanchopancesca, aparecía siempre envuelto en el humo
Espeso e insoportable de un puro descomunal.
Salía poco. Rara vez, acompañándola. Pero, cuando lo
Rosa Arclniega
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Ahora, demos ·..in brusco corte a la cinta monótona del
tiempo.
Marta Hoppe, afortunadamente, ha quedado viuda. Es-
to quiere decir que ha sonado para ella el día de su libe-
ración. Pero la esencia de la libertad no puede ser medi-
da si no se dispone del término comparativo contrario.
Y este término comparativo lo encuentra Marta Hop-
pe en la voluntaria esclavitud de su amor pasional hacia
Julio Ripolte. Humana, Marta Hoppe quiere pagar ahora
su tributo a la vida. Martirizada hasta entonces, Marta
Hoppe quiere vestirse, durante los días claros de su tar-
Playa d.e "Vidas
dfa primav era, con el armiño acarici ante de todas las fe-
licidad es terrena s.
Su vida extrañ ament e enigm ática de antes, sefiora
Marta Hoppe , ha entrad o en la etapa de lo norma l.
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Pero, silenci o. Marta tioppe contin da sumid a en la
aparen te incons ciencia que 1a llevó al crimen y acaso po-
damos aprove char este oportu no mome nto para penetr
ar
en su psíqui ca intimid ad.
Situ~mosla primer o en su propio escena rio,
en el es-
cenari o de su crimen .
Imagin émoslo . Y o le iré sugirie ndo al ofdo:
-Uste d, sefí.ora Marta Hoppe , está perdid ament e ena·
morad a de Julio Ripolte . Ansía usted ya su autént ica pre-
sencia, y le ha invitad o a pasar tas horas cómpli ces
de
la noche en su compa fíía. Es una entrev ista prenup clal,
y
usted, espírit u idealiz ado de mujer, ha vertido , sobre
el
salonc ito que ha de acoger a su amado , la esenci a de sus
más exquis itos refinam ientos.
Ensay em_os un pequeñ o croqui s de ese salón: en el
centro , una capric hosa mesa enana, invita a jugar sobre
ella al poker de las callada s corifidencias. Un diván junto
a ella.
En un ángulo , cojines , cojines, cojines . . . "Camp os
de pluma s en las suaves batalla s del amor" .
Al fondo, un mirado r abierto sobre la volupt uosida d
Rosa Arciniega
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Playa de Vidas 53
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El escenario que se proyecta ante nuestra ventanilla
no es más que un mínimo preludio de olvidos urbanos.
O, si usted quiere, un previo .bautismo en las aguas del
Jordán de la Naturaleza. ¡Lavémonos en él la costra ais-
lante de nuestra insensibilidad ante lo primitivamente vir-
ginal! Retrocedamos en el tiempo y en el espacio hasta
convertirnos en infantes que palmotean de gozo ante to-
dos los gratuitos espectáculos cósmicos que se ofrecen al
-asombro de sus pupilas.
¡Qué airosas esas montañas . . . ¡ Cómo se empinan
para alcanzar fas estrellas! ¡Qué bellos esos valles en man-
tillas! ¡Qué magia la de ese claror lunar!)
Adelante.
El tren, embozado en la capa de la noche, representa
nuestra última conexión con la vida urbana -ya casi in-
comprensible- que ,dejamos atrás.
Amanece.
La Aurora -como virgen concreta de la mañana-
no existe. Pero usted y yo la veremos. Así: hecha concre·
ción, figura, imagen. ¿Verdad que la vemos como una
celeste diosa pagánica, esparciendo luz con sus dedos so-
bre el mundo? Mírela usted descender, sutilmente envuel-
ta en tules de rocío, por aquella verde colina del fondo.
Su cabellera, áurea y rizada, deja estelas luminosas
por las praderas. Sus brazos -guirnaldas de nardos- a-
carician a los aires. Brotan amapolas rojas donde se po-
64 Rosa Arciniega
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Playa de Vidas 65
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En el castillo ya, como huéspedes· de honor.
Sus dueñas -o guardadoras- nos han brindado hos·
pitalidad en su caserón legendario. No; no haga usted el
ademán de llevar la mano a su bolsillo, porque el dinero
no sirve aqui.
En los días de la opaca Edad Media, los juglares pa·
gaban con trovas. Nosotros abonaremos de otro modo;
haciéndoles persqnajes de nuestra novela de noche vera·
niega. ¡Nuestros personajes!
(Ya sé lo que está pensando usted. Piensa: ¡retribuir·
les haciéndolos personajes! ¡Pobres de ellos! Estupenda
remuneración. Lo que les espera por sufrir. Porque, en
toda novela, naturalmente, siempre hay algún personaje
que sufre).
Sí; tiene usted razón, querido compañero de sueños.
Quizá sea éste un pago demasiado ''costoso". Perh . . . la
vida es así. Donde quiere pagar~ involuntariamen te se
cobra.
¡Nuestros personajes! Observémoslos en el preludio
de. la farsa que. desde ahora, empezamos a tejer en su
tornQ. Son cuatro nada más. (La . economía de personajes
nos permitirá una mayor condensación emocional).
68 Rosa Arciniega
72 Rosa A.rciniega
Playa de Vidas 73
La Aldea.
¿Iba usted a hablar? No, no diga nada. Preferible es,
que, en silencio, vayamos paladeando la espiritualidad de
estas calles estrechas, pedregosas, empinadas y dormidas.
Las vagas imágenes de las sugerencias inmateriales se es-
cabullen, ante los aluviones de las palabras . . .
Tac; tac ... Tac; tac ... Tac; tac ... Nuestros pasos,
lentos, acompasados como péndulos de un reloj. Un farol
de luz mortecina. Una taberna. Una red de pescar, exten·
dida. Las lanchas, en voz muy baja, se cuentan leyendas
de naufragios. Un viejo marino fuma filosofía en su ca·
chimba. El mar, ahora terso, in.cuba trágicos complots
de furiosas galernas . . .
Pero, ¿qué es aquello que se columpia en el agua?
¿Un velero? ¿Un yate? ¿Un yate aquí? Imposible. No;
realmente es un velero . . . Pero, ¿verdad que muy bien
podría ser un yate? Véalo usted: tan blanco, tan airoso,
tan ingrávido . . . Sugiere la imagen estilizada de una
flecha, dormida sobre las olas. Bastará que su propieta-
rio distienda el arco de su voluntad para que se lance,
tembladora, a través de todos los mares.
¡Su propietario! Pero, ¿quién será él? ¿Acaso un
príncipe que busca en la embriaguez de las aventuras
cómo satisfacer sus recónditos atavismos de conquistas?
¿Quizá un nostálgico aventurero que persigue un amor '
exótico o que quiere olvidar un desesperado amor? ¿Tal
vez un millonario que viaja por "snobismo"?
¿Y si fuera . . . ? No; es absurdo. Iba a decir: ¿Y si
74 Rosa Arctniega
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Y ahora, compafíero de excursión, que ya está con-
vencido el príncipe, dejamos la nave y ... ¡al castillo! A
prevenir a nuestros personajes. A organizar la fiesta de
mafíana que nos dará la novela.
Llegamos a tiempo. Nuestros personajes no se han
acostado todavía. Vamos a prevenirlos ...
-Buenas noches.
LAS TRES:
-¡Oh! ¿Ya por aquí? Pero ... ¡vienen ustedes sofo-
cados! ¿Qué les ha sucedido? ¿Les ha pasado algo?
YO: -(Fingiendo más fatiga y una rotunda emoción)
¿Algo? Mucho, señoras mías. Es preciso que se dispongan
a oír nuevas maravillosas . . . ¡Maravillosas! Figúrense
que hemos ido a pasear por la costa y . . . . ¿qué dirán
ustedes que hemos encontrado en el mar?
(Ansiedad).
-¿Qué, qué? .
-Pues el yate de recreo de un príncipe que viaja de
incógnito.
'18 Rosa Arciniega
La fiesta.
Compruebe usted, excelente colaborador, lo que ha
podido un sólo dfa de lírica actividad. Casi con una rapi-
dez de mutación cinematográfica, esta inmensa sala vieja
y destartalada se ha trocado en auténtico salón de palacio
real.
La amplia escalinata, cubierta con la pesadez de estas
EJ.lfombras policromas. En aquel ángulo, el casi romántico
estrado desde donde ejecutará el motivo de un viejo vals
evocador la orquesta improvisada. Esas gigantescas arañas
prismáticas que fulgen como joyas en el techo... Al centro
del salón, la tersa pista entarimada y brillante, por donde
st- deslizarán, con ritmo de besos, los pies de los enamora-
dos . . . Y rellenando todos los laterales hasta desbordar·
se en catarata por la escalera, toda la abigarrada muche-
dumbre de "extras", que son como el obligado coro de to-
do baile principesco.
Luego, abajo -deténgase usted a contemplarlo-, la
serena esplendidez del parque, voluptuosamente dormido
bajo el opio de la noche agosteña. No hay surtidores, pero
el fru-fru aromoso de las camias abanicadas por la brisa,
puede muy bien suplir la cadencia sensual de esos mur-
:nmllos que son como el imprescindible aditamento de toda
noche de ilusión.
Sigamos contemplando nuestra obra: esos "parterres",
recién regados, tienen algo de undosas cabelleras femeni-
nas con el pelo cortado a la "garcon". Hay luces de colo-
res diseminadas entre el boscaje, pero tan discretas que
82 Rosa Arclniega
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Pero observemos a nuestros personajes. Se encuen-
tran un poco violentos. Nos buscan . . . Acaso temen que
Playa de Vidas 83
todo sea una ' sangrienta farsa urdida por nosotros para
burlarnos de su ingenuidad pueblerina. Acerquémonos,
ensayando ante ellos, un saludo versallesco.
LA MADRE. -¡Oh, si todo fuera una mentira! ¡No
quiero ni pensarlo!
LA HIJA SOLTERONA. - (Mira a un apuesto galán
del cortejo).
LA HIJA MENOR:- (Mueve, con un movimiento de
ala de mariposa, sus párpados y clava en mí sus pupilas
infinitamente esperanzadas).
YO: -No; no hay mentira alguna en todo esto. (Mi-
ro el reloj). Falta apenas un minuto para que llegue nues-
tro invitado, y los príncipes son siempre puntuales . . .
Pero ... silencio: ese rumor a la entrada del parque ..• ,
esos aplausos . . . Sí, es él; nuestro príncipe. Salga usted,
compañero de excursión, a recibirlo. Acompáñelo hasta
aquí. Y nosotros retrocedamos un po9uito ... Un poquito
más. Así. Yo haré las presentaciones . . .
A una señal mía, la orquesta improvisada inicia el
preludio de una marcha triunfal. La corea la muchedum·
bre del salón. El cortejo de aristócratas -disfrazados de
aldeanos-, desbordado por ambos lados de la escalinata,
lanza tres hurras entusiastas. ¡Hurra! ¡Hurra! ¡ Hurra!
Viva nuestro príncipe!
Vestido de capitán de marina, amable, arrogante, ai·
roso, contestando con ligeras inclinaciones de cabeza a los
vítores y aplausos, aparece en el extremo de la escalinata
nuestro alto personaje. Mi colaborador y compañero de
84 Rosa Arciniega
Playa de Vidas
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Escuchemos. Hasta aquí llega, como tamizado por un
vaporoso tul, el leve eco del vals. Algo quizá muy pueril
o m1Uy maravi~loso. Para nosotros, directores de esta far-
sa1 nada más que una armoníia fugaz. Para nuestros per-
sonajes, el eje emocionado de su vida. Su enorme poder
de sugerencia irá a instalarse en sus conciencias más allá
de las fronteras del tiempo y del espacio. Ella, La Hija
Menor, peinará un día su plateado cabello de viejecita
desilusionada y, sin embargo, no podrá oír este motivo
musical sin estremecerse. Deshumanizada, irreal, la rea-
Edad de esta noche quedará, en cierto modo, inmortali-
zada ¿en qué mármol creerá usted? En el impalpable már-
mol de esas almibaradas melodías.
¿Por qué sonríe usted con esa sonrisa de suficiencia?
¿Quiere usted decirme: "o en las páginas de las novelas
que con todos estos motivos escribiremos usted y yo?"
Pues bien; no, amigo mío. La novela, como todo ló que
va vestido con formas concretas, no puede ser más que un
clisé destinado a envejecer, a ponerse amarillento con el
tiempo. Habría que inventar la novela desnuda y musical,
la novela sin palabras, inconcreta, pura, estilizada, vesti-
da únicamente con un ropaje de volutas de humo.
Esa melodía acaso cursi que ahora se esfuma en el
aire será la inmortalizaci6n de esta noche en dos espíritus.
Sin ella, hasta en lo más deshumanizado que ha podido
inventar el genio humano, en el cinema, la evocación de-
86 Rosa Arciniega
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Playa de Vidas 89
La Realidad.
De nuevo en el salón. En el último tramo de la esca·
linata alfombrada -contemplémosles. por última vez-,
nuestros pdncipes se despiden. (Como el símbolo de la
Desilusión que preside t0dos los actos de la vida, asoma
tras ellos léll cabeza nevada de la madre).
Un apretón de manos -largo, eléctrico-- rubrica la
banalidad de unas palabras inexactas. (Por el terso lago
de los ojos azules de Ella cruzan las albas velas latinas
de- los sueños juveniles rumbo al fabuloso país de los ce-
dros, olorosos, en donde sigue imperando -magnífica y
envuelta en penetrantes esencias de cinamomo-- la Rei-
na de Saba).
Inicia la orquesta la "Marcha Triunfal". Tres hurras
estruendosos lanza el coro de aristócratas, disfrazados de
aldeanos. ·Intenta contestar a ellos nuestro príncipe.
Pero -apiadémosnos de su nostalgia- no puede. Triste,
impresionadamente entristecido, desciende por la escali-
nata. Se vuelve al pisar el último escalón. Envía un largo
beso con los ojos. Se le humedecen. Emprende la marcha,
cabizbajo, seguido de su marinos ...
Nos busca. Nos busca instintivamente con la mirada.
Quiere, sin duda, hablarnos. Necesita de nuestro consejo.
Acompañémosle hasta el. barco, en tanto que el cor-
tejo se dispersa.
-Enhorabuena, príncipe.
-¡Príncipe! Son ustedes unos farsantes.
-Acaso. Pero siempre urdimos nuestras farsas en be·
neficio de los · demás.
9ú Rosa Arciniega
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•
Y ahora retornemos al castillo. La aldea, aunque si-
lE-nciosa, no duerme. Sueña. Sueña despierta. Esta noch.e,
detrás de cada una de aquellas humildes ventanitas, arde
la llama de una ilusión.
Luego, cuando todo pase, cuando esa ilusión no sea
más que un sueño difuminado, cuando toda la mísera rea-
lidad de esta aldea se reduzca a cenizas, algo quedará en-
hiesto sobre sus ruinas: el hechizo de una leyenda irreal
que nosotros hicimos vivir sobre ella.
¿Lo duda usted? Pues hay pueblos -naciones- que
sólo sobre la base irreal de su verdad poética siguen alen·
tando en el corazón de las generaciones. Atenas es hoy
un peñasco pelado y polvoriento. Pero sus artistas -más
poderosos que la realidad- crearon para siempre una Hé-
lade plena de gracia, mitológica e inmortal, contra la que
nada podrán las mo~deduras de los siglos. Vea usted el má·
gico poder de sugestión del Arte: en automóvil acuden
hoy todavía los turistas con la secreta esperanza de sor-
Playa de Vidas
• •
•
Quintaesenciar, en una sola frase inexacta, el dolor
de todos los trágicos amaneceres que alumbran un amor
burlado.
(Los alambiques del Arte no han llegado a adquirir
todavía la afinación necesaria para obtener ese supremo
grado en condensaciones emocionales).
• •
•
"Puesto que ayer sufrísteis conmigo, venid hoy a go-
zar la felicidad de mi gloria .e terna" ....
Puesto que anoche, excelente colaborador, gozamos
con la felicidad de nuestros personajes, suframos hoy con
ellos su dolor. Su dolor que es también el nuestro.
Playa de Vidas 95
* •
•
9d Rosa Arciniega
• •
•
Las casas de la aldea nos miran marchar, desolada-
mente tristes, hacia nuestra también inexorable Realidad.
Lonia de tragedias
(Cápsula de novela)
-¿Cuántas inserciones?
-Tres.
-¿Seguidas?
-,--No, señorita; alternas.
Este es un jugador de azar inconsciente. Salpica su
anuncio entre los días como el jugador entre los colores
del tapete, confiando en un capricho saltarín de la Fortu-
na. Lunes . . . , miércoles . . . , viernes. Tres notas iluso-
rias separada~ por el picado de tres compases de espera.
Tres breves días con horas e ilusiones de seis. Casi una
semana de sueños humanamente materialistas, pero espe·
r~inzadamente humanos.
Uno ... otro ... otro ... Van sucediéndose sin des-
canso, sin interrupción, los aros de esta cadena de pere-
grinos de la vida, a dejar cada uno, en mi breve confesio-
nario de intimidades, sus pecados. Y sus cuitas. Y sus mor-
bosidades. Y sus dramas. Pequeña mesa de disecciones
morales, por el mostrador de mi estrecha ventanilla de a-
nuncios periodísticos, van desfilando uno a uno todos los
tumores ocultos de la ciudad. Y todas sus lacras. Y sus de-
formidades fisiológicas, internas, soterradas. Búsquedas
carnales, complacencias eróticas, perentorias necesidades,
humanas caídas. Y el amor. Y el hambre. Y la injusticia.
Y el clamor desesperado. Y la patética llamada. Y el
"S.0.S." desgarrador. Toda la rica gama del rico emocio-
nario humano tiene su cotización en esta lonja de ele-
mentales Valores. El hambre, la necesidad y el vicio vie-
nen a gritar su satisfacción ante esta hornacina.
Por aquí pasan, comprimidas en una sóla frase, en un
solo gesto, en una oculta lágrima todas las novelas sin am-
pliación posible que caben en una ciudad, todos los dra-
mas de la vjda moderna, todas las tragedias -sin endecasí-
labos ripiosos -que azotan a la humanidad. Secas, escue-
tas, buídas, hiperreales, esencialmente puras.
De toda la turbia inquietud de una existencia sin
perspectivas, apenas si llega hasta aquí un pequeño sus-
piro hecho súplica. De las noches sin albergue, de los días
sin comer, del hoy incierto y del mañana totalmente os-
curo, apenas sí un débil alarido cotizable. Doble realidad
terrible que pone precio a los dolores!
Insensible máquina numérica al servicio de una nó-
:106 Rosa Arciniega
* •
*
Pero, al fin, el reloj que pende en el testero de mi
celda de empleada ha dejado caer sus lentas campanadas
sobre la monotonía de mi trabajo. Es la sonora clarinada
que anuncia un alto en el fuego. Es la hora de mi diaria li-
beración. Y el cuadrilátero de mi ventanilla cae también
sobre el mostrador, rápido como una guillotina del tiem-
po.
Por hoy, quedó cerrada mi Lonja de Dramas. Liqui-
dación total de lágrimas y desasosiegos, traducidos en di-
nero para mi empresa. E, indirectamente, para mí.
Para mí, viviente drama vulgar también, al margen
de los otros: de los que, a uno y otro lado de esta com-
ruerta ya hermética, abren sus fatídicos signos de inte-
rrogación a un mañana inquietante, sin horizontes y sin
sendas. Para mí, nueva y pobre víctima del engaño más
antiguo, del engaño eterno, del engaño del amor en su
grado más humano.
¡Traiciones del corazón! ¡Traiciones de la carne -me-
jor- "enferma y pecadora'', que: después, sólo el espíritu
ha de pagar en un lento sollozo innumerable y perenne
de noches glacialmente solitarias como ésta!
Como ésta. Aquí. En mi reducido cuarto de pensión.
l08 Rosa Arciniega
• *
•
Agosto. . . . Septiembre. . Octubre. Nada. Nada den-
tro de esta jaula de días anodinament e iguales. Nada tam-
poco a mi lado, en estas mesas de trabajo de mis compa-
ñeros.
Nada de nuevo en mi ventanilla de anuncios. Cuan-
do más, un cambio de fecha en mi libro talonario, un
nuevo despojo en . el almanaque insobornable que pende
frente a mí. ¡Ah, días pasajeros: quién os pudiera ahora
cetener! ¡Quién erigir un dique ante la labor que cada
uno de vosotros vais forjando en mis entrañas! ¡Quién
pudiera estancarte ahora, oficina telúrica, oficina cósmica,
esencial oficina biológica, regida por leyes inesquivabl~s!
112 Rosa Arciniega
• •
•
"Y darás a luz con dolor". Pero no con éste, Seflor•.
116 Rosa Arciniega
• •
•
Se fueron inexora blemen te una a una, como pulsa·
ción a pulsaci ón se va la vida, todas mis moneda s. Ya, re-
siduos del gran naufrag io, apenas si quedan entre mis de-
dos algunos menudo s objetos que vender. Ya, apenas si
restan en mi espíritu los leves puntale s de una remota
esperan za de encontr ar con qué comer.
¿Cuánd o el fin de este drama cotidian o, iniciado ha·
ce cuatro meses? ¿Cuánd o un respiro en mi angusti a fa·
tigosa? ¿Cuánd o un resquic io de luz en esta perpetu a ne-
grura?
Oficinas, obrador es, trabajo s rudos, todas las human as
cantera s de las que, con mis uñas, quisier a arranca r unas
migajas de sustent o, están cerrada s para mi. Puertas , qui-
cios, escalera s, desolad as calles de la ciudad: ¿por qué esta
guerra a muerte que me habéis declara do? ¿No habrá en
tl un diminu to rincón, Vida, para mí? ¿Ni ese siquier
a
-tan pequeñ o- que para esconde r una desvali da Inocen-
cia te pido? ¿Ni ese?
Días ... Días ... Días ... Nada afuera, en ese cir·
118 Rosa Arclniega
• •
•
El capitán Stark, reposado y tranquilo, se puso a re-
volver papeles en el fondo de uno de los cajones de la me-
sita a la que estaba sentado. El teniente Harrison miraba,
displicentemente también, por la ventana lateral de la ca-
sjta de tablas, convertida en oficinas militares.
La voz gangosa del gramófono había cesado ya, pero
la melopea salvaje -o ultracivilizada- con que el encan-
tador de serpientes hipnotizaba a sus cobras seguía acom-
pasándose invariablemente al hervor misterioso de la jun-
128 Rosa Arciniega
gla próxima. El sol era afuera tan intenso que cegaba los
ojos. Se sentía bullir a los cañaverales cercanos como si
estuvieran dotados de una intensa vida animal. Una garza
fingía la estilización de una perfecta ánfora de Sevres.
El capitán Stark cerró al fin los cajones de la mesita,
se puso en pie, hizo una seña para que se fuese el indio
estatuario que continuaba en la puerta y se despojó de la
guerrera militar. Luego, sin dejar de abanicarse, se situó
frente al teniente Harrison y le invitó a despojarse igual-
mente de la suya.
-Teniente -dijo en un tono de voz quizá demasiado
fría para ser normal-, supongo que sigue manteniendo
usted ahora su palabra de hace unos momentos . . .
-Qué palabra?
-La de que nunca sabrá nadie lo sucedido anoche,
por conducto de usted.
-La sostengo rigurosamente, inflexiblemente, capi-
tán.
-¿Capitán? Ahora no lo soy. Observe que yo, lo mis-
mo que usted, estoy en mangas de c_a misa. En este instan-
te, somos . .. nada más que dos hombres.
-Por eso precisamente la mantengo.
El capitán Stark se acercó nuevamente a la mesa y,
de un sorbo ávido, apuró el resto "de té helado que que-
daba en el vaso. Luego, fué a situarse a la altura de la
ventana que se abría sobre el campo selvático. Mirando
distraídamente h acia él, el capitán Stark volvió a hablar:
-Y . . . , fuera de usted, teniente Harrison, ¿nadie
más que ella, nadie más que esa mujer conoce . . . el
Playa de Vidas 129
* *
*
Dos horas después, el capitán Stark entraba nueva-
mente en la oficina militar. Su mirada era ahora dura y
tajante.
-Teniente Harrison -dijo de pronto--, necesito que
usted me dé su palabra ·d e cumplir un compromiso que
voy a proponerle.
Contra su voluntad, la mano derecha del teniente Ha-
r rison se crispó imperceptiblemente.
-Concedida.
-Entonces, escúcheme: le espero a usted esta noche
en mi casa a las diez; después de cenar. ¿Irá usted?
El teniente Harrison pudo vencerse a sí mismo.
-Lo he prometido.
-Perfectamente; hasta la noche, entonces. Ah, olvi-
daba decirle que, desde este momento, le queda levanta-
do a usted el arresto.
• •
•
Playa de Vidas 131
-¡Siempre!
Temblorosa, Lady Astor se dejó hundir inconscien-
tE.·mente en su sillón. El teniente Harrison, dominados sus
nervios, fingía distraerse mirando las revistas que habían
quedado esparcidas sobre la mesa. El capitán Stark fu-
maba sin cesar.
De pronto, éste se levantó y dijo en un tono rigurosa-
mente cortés:
-No opinan ustedes que debe darse por terminada ...
esta reunión?
El teniente Harrison se puso en pie.
-Por mi parte, sí. Si la marcha hacia Kya-Payala ha
de ser mañana mismo, debo estar temprano en mi resi-
dencia para hacer los preparativos. Hasta mañana, capi-
tán Stark. -Y dirigiéndose a Lady Astor y subrayando
fuertemente la diferencia de esta despedida: -¡Adiós, La-
dy Astaire! ¡Hasta siempre!
•
• *
Aquella noche, en el fortín de Kya-Payala, el capitán
Stark mandó reunir, sobre la arenosa explanada central,
a los cincuenta y cinco hombres que componían la guar-
nición.
Cuando, avisado por el teniente Harrison de que su
orden estaba cumplida apareció ante aquel puñado de
hombres que le aguardaban en posición de firmes, el si-
lE-ncio era tan hondo , que únicamente se percibía el sua-
ve aletear de la bandera británica agitada por el viento.
Playa de Vidas 135
.
140 Rosa Arciniega
* •
•
A la mañana siguiente, el sargento Blakey, con un
brazo en cabestrillo y la cabeza envuelta en blancos ven-
dajes, mandó formar en la polvorienta explanada del for-
tín de Kya-Payala a los catorce supervivientes que que-
daban a sus órdenes.
- -¡Soldados de Inglaterra, firmes! -gritó, al tiempo
que desenrollaba un grueso papel para leer su conteni-
do-. Relación de los jefes y soldados muertos gloriosa-
mente por la patria en el combate de anoche: capitán He-
riberto O. Stark; teniente James B. Harrison; soldados: Sa·
muel.
Al terminar su relación, un agudo toque de cometa
vibró por encima de la calma eglógica de la montaña y, a
media asta, la bandera británica parecía aletear sobre el
doble silencio enterrado en dos de aquellos cadáveres.
Células de enlace
(Cápsula de novela)
-Señorita , con el 1-4-8-0
-Comunic a.
-Señorita , con el 2--3-6-2 .
-Hablen ...
-1-4-8- 0, señorita.
-Comunic a todavía.
-Señorita , con el 8-6---4-3 .
Las lamparitas -verdes, azules, rojas- siguen, ca-
prichosame nte, encendiend o sus luces de bengala, sus chis-
porroteant es fuegos artificiales , aquí, allá, arriba, abajo,
en veinte sitios a la vez. Una ... , otra ... , otra ...
El cerebro de la urbe, en vibrante inquietud nerviosa,
en plena febrilidad de trabajo, hace funcionar simultánea -
mente todos sus resortes, moviliza todas sus energía!>, po-
ne en loca zarabanda todas sus arterias.
-Señorita, 1-4-8-0; 3~2, 2-8-5-4 .
Son nervios del formidable cerebro urbano que piden
vía franca, que solicitan contacto con otros nervios ais-
lados a través de nosotras, simples células de enlace, útiles
transmisor as inconscien tes de poderosas fuerzas externas
que actúan desde lejos sobre tejidos recónditos.
Nervios ópticos, nervios auditivos, nervios sensoriales
que, sacudidos por fuertes reacciones exteriores, acuden,
solícitos, en busca de ruta libre hacia otros nervios dis-
tantes; a nosotras, punto de unión de toda e~a entretegi-
da malla de finos músculos que constituye n la cabeza de
146 Rosa Arciniega
-Con el 6-5-3-2.
Sigue apagando mi mano las lucecitas titilantes que
aparecen sin cesar en la pizarra de mi cielo enceldillado.
Una ... , otra ... , otra ... El cerebro de la Ciudad man-
tiene en alta tensión dinámica, una hora tras otra, su ma·
lla filamentosa y vibrátil.
Es ahora mediodía, y la Bolsa y el Comercio se entre·
gan a una loca zarabanda de cifras y sobresaltos. Núme-
ros ... Números ... Un número el empleado que se agi-
ta al otro extremo de este hilo acordonado; un número, el
teléfono que sostiene su mano; un número, quien,' en la
Playa de Vidas
149
• •
•
Quedaron ya atrás -en mi ruda jornada de hoy- las
horas dinámica s de la vigilia. Suaveme nte, paulatina men·
te, los nervios fatigados de la urbe van cediendo en dina-
mismo, se aban.donan, laxos, al sopor de los descansos . El
cerebro, sin solicitude s ya de la periferia, se sumerge, pa.;;
so a paso, en un benéfico reposo . . .
Son. menos cada vez los caminos solicitados; menos
también las fibras que responde n a las acuciosas llamadas.
El cansancio , el derrumbe físico de energías se acusa aquí
en mi tablero enceldilla do, donde, cada vez más intermi-
tentes, apenas si se enciende n algunas lucecitas nochernie -
gas. Y, si se encienden , su fulgor no es ese fulgor radian-
te que tendrían a otras horas. Es más apagado, más opa-
co, más irreal. Más opacas, más irreales, más lejanas tam-
bién las voces que solicitan enlaces. Turbias voces de la
subconsc iencia que se levantan dentro del cerebro de la
urbe dormida . . Nervios superexci tados por el intenso
trabajo diurno que, aún en sueños, emiten una tenue vi-
bración. Artificial idad de pensamie ntos que, recóndita men-
te:, se elaboran en lo profundo de la oscura zona.
Aquí vibra uno . . .
-Se:fiorit a, con el 4-8--3.
Busco el oculto nervio; lo sacudo con repetidas lla-
150 Rosa Arciniega
•• •
*
En el silencio meditativo, la voz del arcángel de las
anunciaciones ha dejado caer, lentas, germinantes, estas
palabras:
"Te espero; y cuando llegues, tampoco me encontra-
rás".
Magnífica frase, la más apta para hacer cristalizar
-por sugerencia- la dorada libélula de una ilusión in-
aprehensible. (Todos los que pasaron ya bajo el arco del
cenit de la vida podrán interpretarla triste y subjetiva-
mente. Acaso también la comprenderán algunos que no
ban llegado aún a este mediodía decisivo).
Bien; ya tenemos aquí una pequeña dosis de virus
novelístico en período activo. Podemos hacer · con ello lo
que queramos. Combinarlo con otros gérmenes para obte-
ner una acción polivalente, rara e inesperada; llevarlo al
microscopio para ensayar un lento análisis bacteriológico;
ponerlo al alcance de nuestra vista natural para interpre·
tarlo realmente ...
No; no vamos a hacer nada de eso. Bruscamente, au-
dazmente, intentaremos con este virus la suprema reac-
ción. Sin reparar en los resultados.
Es preciso inyectarlo en un cuerpo vivo. Pero, ade-
más, en un cuerpo apto, en un cuerp~ que responda ac-
tivamente. Esto constituye una petición de principio.
Quiere decir que nos hace falta un cuerpo, un personaje.
Playa de Vidas 157
beza?
(Quedó al descubierto su hipocresía. Reparen ustedes
cómo sonríe, cómo se pavonea dándose aires de futuro
personaje. Una confidenci a sólo para ustedes: los perso-
najes son unos ilusos que se dan aires de grandes perso-
najes. Sigamos).
-Vamos, Alberto; su sonrisa es de aceptación . No
hagamos perder más tiempo al público, porque podría im·
pacientarse . Descubra su brazo. Voy a inyectarle el virus
2ctivo de una frase simbólica: "Te espero; y cuando lle-
gues, tampoco me encontrará s".
-Pero ... , pero ¿está usted segura de que los efectos
no serán demasiado dolorosos, de que la vacuna no pren-
derá en mi organismo demasiado rabiosamen te?
-Eso dependerá de la capacidad de su fuerza reacti·
va. Vamos a verlo.
(Adviertan ustedes, señores del público, cómo Alber-
tc tiembla ligerament e. Es natural ese estremecim iento
ante la inminencia de una transfigura ción en el tabor de
la fantasía. El va a dejar de ser él para convertirse en
otro. Intuitivam ente, quizás presiente la angustia trágica
de su Oración en el Huerto de los Olivos).
164 Rosa Arciniega
• •
•
Fíjense ·ustedes; después de un pequeño sopor, Alber-
to reacciona, se transfigura. Nuestro personaje es ya un
personaje vital, humanamente idealizado.
* *
•
Un 2scenario simbólico, pero corriente: el pequeño
mundo de un barco. El corte vertical de los bastidores es
perfecto: elevándose hacia lo alto en una aspiración de
idealidad, la antena de la radiotelegrafía; restregándose
en la vulgaridad de los apetitos inmediatos y perentorios,
el vientre de la cubierta; abajo, más honda todavía que la
línea de flotación, la lucha infrahumana y ciega de los
instintos inconscientes.
La sub-representación -o coro- también es perfecta;
cerebros que, arriba, siguen en el sextante la invariabi-
lidad de una línea exacta; espíritus, al centro, meciéndose
en el quebrado oleaje de todas las raras sensaciones; aba-
jo, cuerpos- sólo . cuerpos- licuificándose ante el rojo
vivo de todos los fuegos demoníacos y de todas las diabó-
licas rebeldías.
Gran baile sobre cubierta. La noche- pueden contem-
plarla ustedes- es casi una gelatinosa postal romántica:
dorada luna redonda a un costado; estrellas que hacen
pensar en la falsedad de todas las joyas terrenas, al fon·
do; "un muelle céfiro blando", hecho para ser cuna de las
melodías orquestales; tibieza de la proximidad del trópi-
co ...
168 Rosa Arciniega
de vas. Mi amor será más alto y más grande que las monta-
ñas de todas las dificultades humanas.
Observen ustedes ahora ese brusco cambio de su ros-
tro. Mira hacia donde está ella. Se inquieta. Crispadas, son
sus manos como dos ganchos lanzados al vacío de lo in-
cognoscible.
-Pero, ¿esos hombres que la rodean? ¿Por qué les
hace caso? ¿Por qué ríe con ellos? Y ese otro, más entro-
metido, ¿quién es? ¿Qué es de ella? ¿Acaso? . . . No; ella
no puede amar a nadie. Sólo dejarse amar. Pero .. .
Atención: un caballero de edad se acerca a nuestro
personaje. Pelo blanco, profundos surcos -¿producidos
por la reja del placer, por la del dolor?- en su rostro; aire
cansado, displicente. Perfecto prototipo del hombre mun-
dano.
Cariñosamente le golpea en un hombro. Hablan. Oi-
gamos su conversación sin dejar de observar la totalidad
de ese mundo transatlántico que, ajeno a los juegos trá-
gicos jugados sobre su costra insensible, sigue rodando
por su órbita planetaria.
-Caramba, Alberto. ¿Cómo se entiende esto? Ahí el
baile, las mujeres hermosas, la juventud . . y ¿usted
2quí? ¡Mal síntoma!, mal síntoma! Le veo a usted ena-
morado.
(Oído a la mentira).
-¿Enamorado? ¡Bah! Aburrido.
-¿Aburrido? No lo entiendo. Al menos que tenga
usted un concepto de las diversiones completamente opues-
1.:
• •
•
Señores del público: durante estos tres días -aunque
los días no existen para nosotros- el espectáculo dado
por los personajes no nos ha parecido interesante. Idas y
venidas por el mismo sendero del monólogo . . . Entrevis-
tas fugaces de los dos . . . Primeros síntomas de una bo-
rrasca pasional. Balbuceos . . . , sueños . . . , nada.
Pongamos un compacto tachón de tiza sobre este sec-
tor de tiempo anodinamente anecdótico.
• •
*
Playa de Vidas 181
.
. , • <'
~'(
• •
•
Otra noche.
La escena, siempre idéntica, puede resultar qmzas
un poco aburrida; pero nosotros, inhibidos por completo
de la actuación de nuestros personajes, no somos culpa-
bles del escenario que elfos escojan para representar su
auténtica farsa.
De todos modos, más amenidad que ayer; Gran "soi-
rée" a bordo. La parte central de la cubierta es un fantás-
tico jardín de flores invertidas. Abejorros con negras alas
de frac rondan en torno. En un ángulo, Alberto.
No es necesario que les haga notar a ustedes su in-
Playa de \'idas 18S
• •
•
El día siguiente. (Para ellos. Para nosotros, el tiempo
no existe).
Reparemos ante todo en la disposición de la escena:
un rincón de cubierta. Algunos sillones diseminados aquí
y allá. En uno de ellos, abatido -despojo de hombre-
Alberto. Junto a él viene a sentarse de pronto una mujer
de edad indeterminada, de rostro indefinible. Un poco más
a1lá, paseando abstraído y con las manos atrás, nuestro
personaje sereno.
La nueva protagonista golpea suavemente en el hom-
bro a nuestro personaje:
-Vamos, Alberto, no sea usted niño. Deje a un lado
esos pensamientos absurdos y trate de comprender.
-No puedo comprender nada.
-Gloria le ama.
-¡Miente usted igual que ella! Gloria es una embus-
tera.
-No quiero escucharle. ¿Sebe usted que ella está muy
enferma? ¿Que, en el delirio de la fiebre, le llama?
-¿Eh?
190 Rosa Arcinlega
-Que lo espera.
Horrible. Ya ven ustedes lo que son unas criaturas
libres, unos personajes sin control. Actúan sin tino, sin
cordura, sin medir el alcance de sus decisiones. Sólo tie-
nen un señor a quien obedecer: su propio capricho.
Bruscamente, Alberto se pone en pié, corre como loco
por los pasillos, busca un número . . .
Pero, en el momento de abrir la puerta de Gloria
-¡hum!-, el hombre mundano lo sujeta por una de las
solapas. Nuestro protagonista intenta abofetearlo; le es-
cupe un insulto:
-¿Quién te manda mezclarte en mis asuntos? Apár-
tate de aquí.
-¿Que me aparte? ¿A dónde vas?
-No te importa. A buscar a Gloria, ¡a mi GLORIA!
Yo necesito que sus besos coronen mi frente con laure-
les de inmortalidad. Voy a pagarle en amor todo lo que
la he hecho sufrir. ¿No sabes? Ella me quiere, me ha mos-
trado altos senderos, soy ...
-Sí; ya lo sé. Todo eso es verdad. Pero, por lo mismo,
no debes entrar ahí. No intentes llegar a ella. La matarías
en unos instantes. La matarías y ... después ¿qué te que-
dará? Te prohibo abrir.
-No puede prohibírmelo nadie. Ella es libre. Yo tam-
bién. Yo también, sábelo, soy libre. No hay potencia hu-
mana ni divina que pueda torcer nuestros destinos.
(Libres. ¡Libres! ¡Qué hemos de hacer sino perdonar
este pobre orgullo de nuestras criaturas!).
-No entres, Alberto. No te acerques a Gloria. Un dfa
Playa d~ Vidas 191
• •
•
Para ellos, señores del público, unas horas después.
(Para nosotros, hemos quedado en que el tiempo no exis·
te. Permanecemos siempre en presente).
Despavorido, gritando como un loco, Alberto sale del
camarote de Gloria. En el pasiilo !:>e encuentra con su a-
migo. Lo toma de la mano.
-¡Pronto! ¡Pronto! Corre. Gloria se muere. Gloria a-
goniza.
-¿Y qué quieres de mí?
192 Rosa Arciniega
Buzón de Auroras
. (Cápsula de novela)
-¿Qué número dijo usted, sor Consolación?
-1.094.
-¿Tiene ahí la medallita?
-Sí; aguí está; pero permítame que se la ponga yo al
<Cuello .. . .
El bebé Daniel-acabamos de ponerlo Daniel al bau-
tizarlo--pasa de las rodillas de Sor Jesús a las mías. Llo-
riqueante. Rabioso.
¿Hambre ? ¿Frío? ¿Dolor? ¿Signo tan sólo acaso de la
nostalgia del cielo qille deja atrás? ¿Terror ante la interro-
gación que se proyecta delante de sus pasos por la tie-
rra? ¿IJlora por lo que ha dejado o por lo que le aguar-
da?
De todos modos, no dolor puramente biolóigico. Esos
deditos contraídos, apretados, retorcidos, como menudos
garabatos, ¿no simbolizarán una muda protesta contra el
exilio a estas _playas desoladas? ¿Un desesperado afe-
rrarse al último cordoncito de una prehumana existencia
en un mundo, ya difuso para él? ¿Una negativa de adap-
tación a la nueva fórmula vital?
Como sea, yo respeto vuestra crispación, frágiles ma-
nitas encartuchadas por un sufrimiento humano o prehu-
mano, y os doy el más cálido aliento de mis besos, por
si, co;mo los ca'Pullos al amanecer, os queréis abrir así a
198 Rosa Arciniega
• •
•
De nuevo, a mi puesto. A mi salita recogida del tor-
no. Junto a mi ventanilla de cuentas corrientes de vidas.
Esta noche tampoco me toca velar ante ella. Pero, como
ayer, defenderé tercamente mi puesto de voluntaria, ape-
200 Rosa Arciniega
• •
•
Las cuatro de la mafiana.
El tic-tac del reloj es el corazón de la noche.
De ¡pronto, un violento repique de esquilón, que re-
percute más en mi pecho que re n mis oídos; que hace a-
fluír violentamente toda mi sangre a la cabeza; toda mi
vida, toda mi alma, toda mi luz a mis ojos . ...
Playa de Vidas 201
* *
*
Y así, una noche . . • diez ... , veinte .... ¡Cuántas
en mi vida ya!
Pero hoy no puedo atender a mi buzón de auroras.
Hoy, la fiebre me sujeta a esta humilde yacija, donde mi
cuerpo, agotado por tantas noches de irµ>omnio, se consu-
me. Hoy, sor Jesús y sor Agueda, sentadas a mi cabecera,
me vigilan diligentes, por si, en el delirio de la fiebre, sa-
Playa de Vidas 203
• •
•
Lo que había pasado en la prisión
* *
*
Hasta el día en que llegó a su despacho la sentencia
de muerte de Hermann S:cheninger, M. de Merillac, el in-
flexible director de la Cárcel Central, bajo cuya austera
vigilancia se movían con axacta regularidad mil doscien-
tos sesenta y cinco presos, ni siquiera había reparado en
el nombre de este importante recluso que, desde dos se-
manas antes, ocupaba la celda número 463.
Para el severo M. de Merillac, Hermann Scheniniger,
hombre acusado de un doble asesinato en circunstancias
tan dramáticas que aún hacían más repugnante su cri-
1 •
,.•:
,),;.'.'
/
220 Rosa Arciniega
* *
•
El motivo de este hecho
__;Uno de quince....
De estos, no me importa ninguno. Descienden a mi
ciudad subterránea movidos por un azar, por costumbre,
por negocios. Vienen en bandadas, apoyados unos en o-
tros, siguiendo la corriente general. Dentro de mis nor-
mas de catalogadón, a estos los incluyo ·e n . el abecedario
de los· paralíticos o de los lisiados .. Son los que caminan
defectuosalmernte por la urbe y por la suburbe. Transeún-
tes aturdidos que no merecen cuidados.
-Uno de cuarenta. . .
Otro murciélago. . . . Voy a catalogarlo también.
Pero miro mi reloj de pulsera. . . . Las siete menos cinco.
No, no. Se acabó por hoy mi lección iprádica de ¡psicolo-
gfa apUcada a los demás. Ahora me toca ensayarla en mí
misma. Voy a pasar de mi condici6n de espectadora de
transeuntes a protagonista de una íntima novela; de ta-
quillera del "Metro", a heroina literaria. Sí; se acabó por
hoy mi anotación, porque ya sólo faltan cinco minutos pa~
l.' ra que desciendas tú. _¡Oh, mi hombre perfecto!_. que
posees el raro idón de las tres completas d:ilmensiones: su-
perficie, cielo, entraña....
* *
*
Horas del amanecer..
~Un billete de veinticinco, señorita. . ..
Mis ojos, mis brazos .. m_i cuerpo todo ha temblado an-
te esta sencilla petición. Tiembla también en el aire la vi-
bración de su voz.
-¿Ha dicho usted de veinticinco?
-Sí; de veinticinco.
Aproveoho esit e retraso, provocado por mi atolondra-
Playa de Vidas
* *
•
Horas de la madruga1d a.
Las siete menos cinco. Danzan mis manos, azoradas,
sobre el teclado.
Menos tres minutos. Se estreciha el círculo que oprime
férreamente mi pecho.
Menos' dos mi:.1utos. Se paraliza el tiempo.
Menos un minuto. . . . ¡Afluye t<>da mi vida a los
ojos!
Presiento su luz en torno de estas sombras. ¿Se acer-
ca? No. Son los primeros náufragos del día. Los madru-
gadores del vicio . .
Las siete y un minuto.... Y diez minutos .. . Y cua-
renta minutos. . . . .
¡Se ha hundido mi ciudad subterránea!
¡Ha vue1to a regir el tiempo! ¡Se ha fugado la luz
de mis pUJpilas !
PJaya de Vidas
• *
•
Las doce y media. Sigue descendiendo el río de fugi-
tivos de la urbe.
-Uno de quince... .
-Uno de veinte... .
--Uno de diez ... .
Gira sin descanso el rodillo de mi caja registradora.
Y yo, con ella. Hemnética a toda curiosidad. Indiferente
a toda inquietud. Mecánicamente insensible como estas
teclas, como esos trenes, como .e sas puertas de los vagones
obedientes a un botón.
Y, de pronto; una voz:
-Dos de veinticinco....
Rosa Arclniega
* *
*
Medio día del domingo.
Pude inventarme ayer tarde un gran pretexto de a-
sueto. Pero la realidad se impone.
Aquí está mi novela recién comenzada, sin avanzar
en una sola línea.
Es preciso trabajar en ella, hacerla surgir, letra a le-
tra, de mis psíquicas entrañas. . . . Terminarla.
.246 Rosa Arciniega
¡,1
Frente a la extraña incQg'nita, agoto todas mis po.
í'. ·,, sibilidades
l:'' .
de cálculo. Pudo ocurrir, por ejemplo, qu=
.Ja hermana mayor ~por prolongada contención sexual,
por pura necesidad de amor_ se hubiese enamorado del
novio de la m en or . . . .
¡Imposible ! Sólo lo ha visto una vez. No han habla-
do siquiera.
Bien; per o aceptemos esta suposición. Se ha enamo-
rado de él en ese primer encuentro. Lo ve, luego, llega~
a su casa. Y, sugestionada cree ser ella la auténtica no-
via. Recela d e su herm ana menor qu e se interpone en-
tre ellos . R:.va1idad. Celos estrangulados. . . Sus repri-
mendas a Ja hermana son sólo el disfraz de esta auténti-
ca realidad.
Extraondinariamente dudoso todo esto, pero como
está dentro d e la escala de las posibilidades, tenemos
que agotarlas todas. Sigamos.
* *
•
Es el sueño el torvo antro de las hechicerías donde
unos magos exper:tísimos tejen peregrinas urdimbres
irreales con los cabos del lino de una aguda sensación
real.
En la República Anárquica del sueño, los revolto-
sos diablillos del Incons'Ciente -encerrados en aquellas
profundidades recónditas por su ingénita maldad- sal-
tan a la pista de la Imaginación a exhibir caprichosas pi-
ruetas. A veces, son ellos los que fraguan planes y rpro-
yectos que, luego, durante la vigilia, ejercen sobre nues-
tra voluntad un despótico dominio. Otras, son el sordo
reflector que ilumina oscuridades inviolables.. · .
Mis diablillos de los sueños1 de esta tarde me han ~u
gerido una versión, tal vez irreal, pero artística y com·
prensible, del hecho novelesco cuyas causas intenté ago·
tar sin resultado durante la vigilia.
Playa ,d e Vidas 251
* *
inservible).
Con nuestra placa de la atención absolutamente lim·
pia, acerquémonos ai escenario. Sencillo, según ustedes
pueden contemplarlo:
Una pequeña "quinta" en las afueras de la ciudad.
Como en una reproducción miniaturesca, todo en ella
es diminuto, juguetonamente minúsculo. Un jardín en
miniatura, un "boudoir" en miniatura, una escalera en
miniatura. . . . Las halbita:ciones son apenas cuadrícu-
las de ajedrez. Esta, más grande __con su piano, con su;;
candelabros, con sus butacones afeipadoS-- semeja un
salón de recibo.
Visto desde la peque:ñ.a azotea de la "quinta", el pa-
252 Rosa Arciniega
* *
•
Cuando tenía veintisiete años murió su padre. Un
año más tarde., su madre. Aquel dolor volvió a acercarla
otra vez a los hombres.
Conoció uno: Ignacio. Ignacio -sentimental, com-
prensivo- se apiadó de su desgracia. La acompañó algu-
nos días. Juntos, ,c ontemplaron varias tardes, el éxta-
sis de los crepúsculos. Castamente, quizá si una mano de
él retuvo por un segundo las f~briles de ella. (¿Se dije-
ron al.go que pudiera parecerse a una insinuación de a-
mor?).
Un día, Ignacio desapareció súbitamente para no vo~-
ver.
Victoria le siguió amando. Sobre el picacho de su abs ..
tinencia, construyó un ara donde ofrendar sus sacrifi-
cios a la lejana Esperanza. (Desde la azotea de su casrr,
escruta la línea del horizonte intentando descubrir la hue-
lla del fugitivo. Sobre la planicie soledosa de su alma
canta la alondra de los recuerdos).
Playa die Vidas 255
* *
*
Prieto botón de camelia; macizo capullo de lirio blan-
co; compacto seno de magnolia, cada mañana Laura es-
ponja, en cambio, un poquito más la corola de su belleza
e s~al.ia11 te para recibir el aljófar de la Vida.
¡Dieciocho años!
(Hay pájaros en las enramadas de su íntimo jardín.
Los silfos de las ilusiones piruetean por entre sus sende-
ros. Preludia el amor una regía sinfonía).
¡Dieciocho años!
(El candor de todas las inocencias se ha posado en
el iris de sus ojos. El alabastro- se ha endurecido sobre
las combas de su pecho. Los juncos aprendieron el balan-
ceo de su cintura. Y el secreto del ritmo se esconde ba-
jo sus pies).
Laura es el Himno de la Belleza.
Victoria la odia. Celos luzbélicos retoñan cada ma-
ñana en el tronco seco de su alma ante la trayectoria as-
cendente de su hermana. (Su propia trayectoria descen-
dente constituye su tragedia).
"
256 Rosa Arcinieg:i
* *
•
Playa de Vidas 257
• •
•
260 Rosa Arciniega
Tarde de domingo.
Toda la clara alegría matinal del paisaje, trocada en
desmesurado bostezo de aburrimiento.
Silencio; sopor de siesta; soledad en el contorno.
Laura quisiera intentar una fuga al jardín. Impo-
sible. Es la hora de la lectura en voz alta mientras Vic-
toria teje. ¿Qué lee? No lo sabe. No lo entiende. No ve
más que ojos. . . , ojos. . . , los ojos del desconocido que
cobran vida en las páginas. Son tantos como las síla!bas,
tantos como las letras.
De pronto, Victoria interrumpe la lectura y sale un
instante. Laura aprovechando esta ausencia salta, veloz,
a la ventana. Sí; allí continúa. . . . (La sangre golpea en
sus sienes).
Pero siente pasos. . . . Rápidamente se retira. ¡A
tiempo! Victoria acaba de entrar. Una seca pregunta a la
que responde un tímido balbuceo:
• *
*
Atardecer. . . .
Cuatro horas de mutuo engaño. Una excusa de Vic-
toria. Otra de Laura. Ambas han colgado su ventura de
esta tarde en el alféizar de la ventana.
• •
•
Medianoche. . . .
Laura y Victoria salen del baile. Al cruzar la calle,
Laura, disimuladamente clava su mirada en la sombra
.tlifusa que la sigue. Victoria también. En el breve tra-
yecto que las separa de su casa, ambas buscan pretextos
para volver la cabeza atrás. Laura cree inocentemente
en las disculpas de Victoria. Victoria no repara en hs
de Laura.
Al entrar en el jardín, Laura diCe bostezando ruido-
samente:
-iQué cansada estoy!
' I
Victoria contesta:
~Yo ta~bién. Voy a acostarme ahora mismo.
Se despiden. (En su precipitación, ni se dan cuen-
ta siquiera de g.ue han olv1dado las prácticas religio-
sas de otras noches).
Cada una ·p ene:tra en su habitación. Laura finge los
ruidos característicos de acostarse. Apaga la luz. Tose.
Victoria ta:m¡bién. Pero ninguna de las dos se acuesta.
· Laura, frente a la sombra de Jorge, visible junto a
la verja, teje, divinamente inocente, sus albos sue-
ños de virgen.
Victoria, frente a la silueta de "Ignacio", se cobra
en dulzura la inliferencia de la Humanidad.
¡La Ilusión caíbalga en la penumbra!
* •
•
Lunes . . . .
Puede comprimirse en la cápsula de una frase:
"®L MISMO JUEGO DE AYER"
Laura ha seguido engañando a Victoria. Victoria a
Laura.
Laura y Victoria paladean la felicidad de su íntirr.o
secreto.
La vida es bella.
• •
•
'r
Playa de Vidas 265
Y Victoria contesta:
--Yo también. Voy a acostarme ahora mismo.
• •
•
Martes.
Tercera noche del tercer día.
Desde el alto castillo de su locura místico-sexual,
Victoria atisba la llegada de su "Ignacio". (Tiritan de
impaciencia sus huesos).
A lomos del ·c orcel de un juvenil amor, Jorge apare-
ce entre el ramaje de la calle solitaria. Pasea. . . .
En la haJbitación donde . permanece recluída, Laura
despierta a la realidad de un razonamiento. Vuelta en sí
de, la inconsciencia absoluta de un día entero, compren-
de que es necesario decidir. Dos caminos se abren ante
ella: ¿Huir con Jorge? ¿Permanecer con su hermana?
El primero se le aparece hermoso, atrayente. ¡Huir~
¡Fugarse a trav:és del mundo! ¡Ser alondra, gorrioncillo
de todos los horizontes!
Play.a, de Vidas
¡¡Horror!!
Secos, violentos, agudos, sin interrupción suenan en
la noclle los besos ~ipasionados de cinco tiros de revól-
ver.
-¡Mío, Ignacio; mío para siempre!
Por los confines del cielo ha cruzado la ráfaga de un
oósmico estremecimiento. Victoria, con el arma humean-
te en la mano, sigue enhebrando delirios:
-Ignacio, Ignacio: escudha; ¡la maté para que no me
estorbara! Ahora eres mío .... , mío .... ¡Solos!
(Laura, desplomada, se ha dormido sobre las espinas
de un rosal. Compadecida, una rosa restaña con sus pé-
talos la sangre de sus heridas).
Pasa una lechuza lanza.indo torvos siseos.
* •
*
Súbitamente, los mastines de la noche se despere-
zan. Pro'.Yectan sus aullidos lúgubres hacia el fantasma
de la muerte. Suena un murmullo humano. Se acerca la
gente.
- i Un crimen!
-¿Dónde?
-¡Tiros!
-iUn crimen!
Alguien escala la verja. Abre la puerta. Penetra, ru-
gidora, la ola hirviente de un tumulto. Rodean el cuerpo
exánime de Laura ....
Playa de Vidas 271
. \
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' ..
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t ' ,,,
La eterna noche
nupcial
<Episodio novelístico, casi real)
Aparecía diariamente todos los amaneceres por la
parte E.ste de la ·c iudad. Con la misma cara invariable
___.fresca, limpia, alegre-. Con el mismo vestido -largo,
acorsetado, ridículo, al margen de toda evolución modis-
teril-. Con el mismo peinado --alto, ahuecado, modelo
principios de sigl0-. Con el mismo manojo de flores blan-
cas en la mano.
278
• •
•
Ley6, antes que mi curiosidad morbosa, la compasióYl
en mis ojos.
Me lo dijo con una entonaci6n ultrapatética y abSur-
damente 16'gica:
~s la primera mirada que me ha mirado en el
• •
•
Cribaba ya azahares la luna por todos los cedazos
del delo, cuando ella se detuvo ante la puerta del ce-
menterio. Avanzó luego haicia algo tan tétricamente ma-
jestuoso que erizó las sanguijuelas del terror en mis es-
paldas.
Era "aquello" un panteón mudo y marmóreo. (Aun-
que, bajo el claror selenítico y, en estas horas silencio-
sas, muy bien padría ser poético palacio encantado, el
más apto para una bella noohe nupcial).
Más arriba, a derecha e i~uierda, las blancuras do-
blelllente blanqueadas de otros mausoleos, de unas lo-
sas y de otras cruces urdían caprichos estéticos de arqui-
tecturas gnomónicas.
Reprimí mi pavor. Puse frenos hidráulicos de volun-
280 !tosa .A.rciniega
• •
•
:Soportando, f orzadamente despierta, las agudas mor-
deduras del pánico, esperé hasta el amanecer.
Ví, en esa nocihe, fantásticas sombras blancas avan-
zar, agazapadas, hasta mis pies. Ví monstruos inferna-
les deslizarse, reptantes, por las losetas de todos los se-
pulcros. Ví cuerpos que eran sólo ojos, y ojos que eran
llamas hipnóticas de irresistible rpo:der magnético.
Oí bisbisear, en lenguas raras, a las hierbas, y re-
zar plegar ias a los cipreses, y salmodiar exorcismo..,; a
los pórticos negros de los túmulos .
.En esa nod1e sola, mis· ojos y mis oidos oyeron y
vieron más cosas dentro de la ciudad de la muerte que
todo cuanto antes haibían visto y oíido en las urbes de la vi·
da.
Pero aclaró. Arneneció. Oí una tos seca. Y, para no
ser vista, me escondí tras un panteón.
• •
•
Después, he visto varias veces repetida la misma ce-
na fantástica, la misma noob.e nupcial fantástica, el mis·
mo fantástico despertar de la antebOda.
Y he pensado en tu felicidad; en tí, feliz -y casi ar-
cangélica- Bobitos, "fantasma blanco de la aurora", que
estás viviendo la perennidad de una. eterna noohe nup-
cial, poética y ultraterrena, y despertándote al otro dfa
tan pura como esas vedijas de luna, hechas flores, que
llevas en tus manos, para volver a comenzar.
Playa de Vidas
· · · (Comprimido de novela)
-¿Qué va a ser?
--"Una botella de "champagne".
-Bien; tomaré más "1champagne".
-Entonces, dos.
Este encuentra en seguida clasifi:caci6n en mi nutri-
do catálogo de vi:das. Dos botéllas de "champagne" . . . ,
ese tono autoritario al pedirlas. . . · , ese rostro satisfe-
cho. . ·e se t6rax ampliamente henchido de optimis-
mos ..
No hay duda; a la correspondiente columna de "nue-
vos ricos'', de odiosos "par\renues". Los que se inventan
gastos como se inventa viajes el que acaba de adquirir un
vehículo: por mostrarlo, por exhibir su dinero, por des-
lumbrar a la gente.
Tengo aquí, en mi casillero, una copiosa colección dC;
este nuevo producto de hombres universal; hombres de
todas las postguerras; de todos los cataclismos sociales;
de todos los sucios negocios donde se juega con vidas.
Son _,.naturalmente- los más asiduos turistas de mi hos-
pitalaria playa. Necesitan ahogar en alcohol su plebeyez
congénita- No sus remordimientos; porque carecen de lu·
jos espirituales.
Son también los más espléndidos. Algunas veces -re-
sabios de su profesi6n- tenaces acaparadores igualmen-
Rosa Arclniega
* *
•
A:ctivas enfermeras de este balneario de vtdas, noso-
tras, Josefina o Fifí, Zoratda o Nelly _¡qué más dá!--··
oscuros relicarios de intimidades bajo un reluciente ró-
t,u lo comercial, somos las encargadas del salvamento de
los náufragos. De producirles la respiración artificial. De
devolverlos, semi-resucitados, otra vez al mundo, a su vi-
da -si la tienen~. No de aceptar ofertas de nuevos ricos
que obstaculicen la arribada forzosa de los auténticos nP.-
cesitados de atenciones.
-¿06mo te llamas tú?
~ifí.
* •
*
-¿Qué vas a tomar?
-Una copa de "wisk;y". Pero del más fuerte. ¿Y
tú?
--Bien; "wisky".
Inscripción en mi registro-catálogo: "victima de un
desengaño de amor".
Son las más numerosas. Y las más dignas de lástima.
Perdedores de la fe puesta en una mujer, vienen a hi-
Playa ¡de Vidas 289
• *
•
iSe han cerrado por hoy los accesos de esta playa. En
mi bolsillo, en el de Pilar, en el de René, las monedas de
las ventas. . . .
Pero ahora, la soledad de la calle cruzada rápidamen-
Playa de Vidas
Fin
Erratas
Página 40. - Línea 14. - Dice: ¡Alma: huye ..... Léa-
se: ¡Alma: huyes . . . .
Indice
Pgs...
Pórtico .. ...................... 7