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La Iglesia atea

“Desiderio desideravi”, es el título de la Carta Apostólica publicada esta semana por el Papa
para exponer cómo debe ser practicada y vivida la liturgia eucarística. Sus primeras palabras,
que dan nombre a la Carta, están tomadas del Evangelio de San Lucas (22,15), donde el Señor
expresa las ganas que tenía que celebrar la primera Eucaristía: “¡He deseado tanto comer esta
Pascua con vosotros antes de padecer¡” Es una continuación de “Traditionis custodes”,
dedicada a limitar las celebraciones eucarísticas según el rito extraordinario. El Papa quiere
que la Eucaristía se haga vida y no se quede en un mero ritualismo más o menos bello. Me
parece un objetivo loable que nunca será buscado con la suficiente intensidad.

Pero, no hay que olvidarlo, el objetivo de la liturgia es dar culto a Dios tal y como Dios quiere
que le demos culto. La liturgia no es un invento de los hombres, sino que forma parte también
de la revelación, pues fue el mismo Cristo el que nos enseñó cómo hacerla en la Última Cena y
luego los primeros cristianos la celebraron de una manera que es, en su esencia, idéntica a la
que utilizamos ahora. Por lo tanto, el primer objetivo de la liturgia es la gloria de Dios y
celebrarla con dignidad es esencial para ello. El problema principal hoy no es que algunos se
refugien en el rito extraordinario porque rechazan el Concilio Vaticano II -lo cual, si es así, está
muy mal-, sino que el problema principal reside en los frecuentes y muy graves abusos
litúrgicos. El propio Papa lo ha dicho: la liturgia no es un rito propiedad del sacerdote o de la
asamblea, que lo pueden modificar a su antojo, sino propiedad de la Iglesia. El sacerdote no es
dueño de la liturgia, sino su primer servidor y también su defensor, ante las pretensiones que
pudieran tener algunos de manipularla. De entre todas las cosas que el sacerdote debe
custodiar y defender, la más importante y sagrada es la propia Eucaristía, el Cuerpo y la
Sangre del Señor. Es el gran tesoro de la Iglesia y el sacerdote debe estar dispuesto a dar su
vida para defenderla. Por eso me resulta muy doloroso que el mismo día en que se publica un
documento pontificio para valorar la liturgia, se permita, nada menos que en el Vaticano, que a
una persona cuyo obispo ha prohibido comulgar se le dé la comunión. Es posible, aunque sea
poco probable, que el sacerdote que lo hizo no supiera quién era Nancy Pelosi. En su
conciencia queda y si alguien le dio órdenes de que lo hiciera, también está en la conciencia de
quien lo mandó. Y ahí entramos en el verdadero problema: la conciencia. ¿Creen, de verdad,
en la presencia real del Señor en la Eucaristía? ¿O creen, como algunos de los protestantes,
que es un mero símbolo que no le puede ser negado a nadie? Quizá piensen que ya no tiene
valor la prohibición de San Juan Pablo II, que estableció que los políticos que apoyan leyes
abortistas no pueden comulgar; si esa prohibición ya no tiene sentido, debe levantarse, pero
mientras exista hay que cumplirla. ¿Cómo se puede dignificar la Eucaristía mientras se profana
el Cuerpo de Cristo? ¿No son los abusos litúrgicos, y ese es el peor de todos, los que llevan a
algunos a mirar hacia atrás y a buscar refugio en el rito antiguo?

No quiero terminar hoy esta reflexión sin fijarme en dos noticias dolorosas. La primera es el
récord que ha marcado la Iglesia en Alemania, con 360.000 apostasías el año pasado, a las
que hay que sumar las personas que han muerto, con lo cual el número de católicos ha bajado
en un año en más de medio millón. Y tienen la desfachatez de decir que se van porque en la
Iglesia católica no hay sacerdotisas, entre otras cosas, como si no se fueran tanto o más de la
Iglesia luterana, que tiene incluso obispas lesbianas. Lo que les falta, y por eso la gente se va,
es fe. Han perdido la fe y así es lógico que la gente se vaya. ¿Qué sentido tiene seguir
perteneciendo a una Iglesia atea?

La otra noticia dolorosa es la expulsión de Nicaragua de las monjas de la Madre Teresa. Con el
agravante de que las acusan de tráfico de armas y de colaborar con el terrorismo. ¡Las monjas
de la Madre Teresa, terroristas! La sangrienta dictadura comunista nicaragüense ya ni se toma
la molestia de intentar ser creíble. Las misioneras de la Caridad encontrarán muchos sitios
donde ir, pero las adolescentes violadas que ellas atendían o los ancianos recogidos de las
calles que ellas cuidaban, no tendrán a nadie que les ayude. Pero eso, a los comunistas, no les
importa. Sólo les interesa el poder, para vivir de él, sin preocuparse del pueblo al que oprimen y
explotan.

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