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ANTOLOGÍA

DE
CUENTOS
REALISTAS

Alumno/a:

Grado: 7º
“Descubrí que podía ser un pirata y muchos, podía ser la
ciudad de Maracaibo, y ser hombre, manatí, horror o
piedra.
Había descubierto un recurso que me permitía
desprenderme de mi propio cuerpo, dejarlo allí,
abandonado, con un libro en la mano y viajar en el
tiempo, en el mundo, en el espacio, ser al mismo tiempo
un caballo y el que escribió sobre ese caballo, ver a
través de sus ojos y sus oídos, compartir la mente de esas
personas que desplegaban ante mí el mundo, el mundo
verdadero, el único con sentido humano: el mundo de la
palabra”.

Ana María Shua

La lectura es una puerta hacia el conocimiento y la


imaginación… ¿La abrimos?
Amigos
por el viento
liliana bodoc

“Amigos por el viento” de Liliana Bodoc


© “Amigos por el viento”, 2008, Alfaguara
A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y
arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo
peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo.
“La mejor luna” de Liliana Bodoc
O las costumbres cotidianas.
© “La mejor luna”, 2007, Ed. Norma Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los
ojos con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro
Ilustraciones: Paula Salvatierra lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer.
Diseño de tapa y colección: Plan Lectura 2008
Colección: “Escritores en escuelas”
El cielo se mueve más rápido que las horas. Y lo peor es que nadie
sabe si, alguna vez, regresará la calma.
Así ocurrió el día que papá se fue de casa. La vida se nos trans-
formó en viento casi sin dar aviso. Recuerdo la puerta que se cerró
detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa
reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas
para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.

Ministerio de Educación
Secretaría de Educación
–Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
Unidad de Programas Especiales –Me parece bien –mentí.
Plan Lectura 2008 Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:
Pizzurno 935. (C1020ACA) Ciudad de Buenos Aires. –No me lo estás diciendo muy convencida...
Tel: (011) 4129-1075/1127
planlectura@me.gov.ar - www.me.gov.ar/planlectura
–Yo no tengo que estar convencida.
–¿Y eso qué significa? –preguntó la mujer que más preguntas
República Argentina, 2008 me hizo a lo largo de mi vida.

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Me vi obligada a levantar los ojos del libro: –¿Qué te vas a poner? –le pregunté en un supremo esfuerzo
–Significa que es tu cumpleaños, y no el mío –respondí. de amor.
La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas –El vestido azul.
de mamá. Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y
peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte. los pedacitos de merengue se quedarían pegados en los costados
–Se van a entender bien –dijo mamá–. Juanjo tiene tu edad. de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón
La gata, único ser que entendía mi desolación, saltó sobre mis cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con el único
rodillas. Gracias, gatita buena. propósito de desmerecer a mi gata.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a Pude verlo transitando por mi casa con los cordones de las
papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse
biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que con mi dormitorio. Pero, más que ninguna otra cosa, me aterró la
yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disi- certeza de que sería uno de esos chicos que, en vez de hablar,
muladas como estalactitas en el congelador. Disfrazadas de peda- hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de
citos de cristal. “Se me acaba de romper una copa”, inventaba bomberos, ametralladoras y explosiones.
mamá que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y –¡Mamá! –grité pegada a la puerta del baño.
otras asombrosas hechicerías. –¿Qué pasa? –me respondió desde la ducha.
Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando –¿Cómo se llaman esa palabras que parecen ruidos?
empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pre-
aparecía un tal Ricardo y todo volvía a peligrar. gunta, la gata dormía y yo esperaba.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las –¿Palabras que parecen ruidos?–repitió.
hacía cada domingo. Después pareció tomarle rencor a la receta –Sí. –Y aclaré– Pum, Plaf, Ugg...
porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal ¡Ring!
Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. –Por favor –dijo mamá–, están llamando.
Algo que yo no pude conseguir. No tuve más remedio que abrir la puerta.
–Me voy a arreglar un poco –dijo mamá mirándose las –¡Hola! –dijeron las rosas que traía Ricardo.
manos–. Lo único que falta es que lleguen y me encuentren hecha –¡Hola! –dijo Ricardo asomado detrás de las rosas.
un desastre. Yo miré a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía

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puesta un remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto. –Sí, es ese.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se –¿Y también susurra...?
hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul le quedaba muy –Mi viento susurraba –dijo Juanjo–. Pero no entendí lo que decía.
bien a sus cejas espesas. –Yo tampoco entendí. –Los dos vientos se mezclaron en mi
–Podrían ir a escuchar música a tu habitación –sugirió la mujer cabeza.
que cumplía años, desesperada por la falta de aire. Y es que yo me Pasó un silencio.
lo había tragado todo para matar por asfixia a los invitados. –Un viento tan fuerte que movió los edificios –dijo él–. Y eso
Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. que los edificios tienen raíces...
Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya esta- Pasó una respiración.
ría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y –A mí se me ensuciaron los ojos –dije.
que yo dormiría en el canasto, junto a la gata. Pasaron dos.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era –A mí también.
un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también –¿Tu papá cerró las ventanas? –pregunté.
él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos –Sí.
de preguntas: –Mi mamá también.
–¿Cuánto hace que se murió tu mamá? –¿Por qué lo habrán hecho? –Juanjo parecía asustado.
Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo. –Debe haber sido para que algo quedara en su sitio.
–Cuatro años –contestó. A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arra-
Pero mi rabia no se conformó con eso: sa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra;
–¿Y cómo fue? –volví a preguntar. hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las
Esta vez, entrecerró los ojos. costumbres cotidianas.
Yo esperaba oir cualquier respuesta, menos la que llegó desde –Si querés vamos a
su voz cortada. comer cocadas –le dije.
–Fue..., fue como un viento –dijo. Porque Juanjo y yo
Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. teníamos un viento en común. Y
Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por quizás ya era tiempo de abrir las
mi vida? ventanas.
–¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados?
–pregunté.

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vio el nuevo cuadro que Pedro había pintado, Juan tuvo una idea.
La mejor luna Y aunque se trataba de una luna ni tan grande ni tan redonda,
color de agua con azúcar, podía alcanzar para convencer a Melina
de que un pedacito de mar y una luna quieta se habían mudado

P edro es amigo de Juan. Juan es amigo de Melina. Melina es


amiga de la luna.
Por eso, cuando la luna empieza a perder su redondez, los ojos
al departamento de enfrente.

Juan cruzó la calle, subió siete pisos en ascensor y llamó a la


alargados de Melina hierven de lágrimas, su tazón de leche se puerta de su amigo. Pedro salió a recibirlo con una mano verde y
pone viejo en un rincón, y no hay caricias que la alegren. otra amarilla. Juan y Pedro hablaron durante largo rato y, al fin, se
Días después, cuando la luna desaparece por completo, pusieron de acuerdo. Iban a colgar el enorme cuadro en el balcón
Melina sube a los techos y allí se queda, esperando que la luna del séptimo piso para que, desde los techos de enfrente, Melina
regrese al cielo como aparecen los barcos en el horizonte. creyera que la luna estaba siempre en el cielo. Eso sí, tendrían que
colgarlo al inicio de la noche y descolgarlo al amanecer.
Melina es la gata de Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es el
dueño de la luna. Pedro es un pintor muy viejo. Juan es un niño muy niño. La
La luna de Pedro no es tan grande ni tan redonda, tiene color luna del cuadro no es tan redonda ni tan grande. Y Melina, la gata,
de agua con azúcar y sonríe sin boca. Y es así porque Pedro la no es tan sonsa como para creer que una luna pintada es la luna
pintó a su gusto en un enorme cuadro nocturno, mitad mar, verdadera.
mitad cielo. Apenas vio el cuadro colgado en el balcón de enfrente, Melina
supo que esa no era la verdadera luna del verdadero cielo.
Pedro, el pintor de cuadros, pasa noches enteras en su balcón. También supo que ese mar, aunque era muy lindo, no tenía peces.
Y desde allí puede ver la tristeza de Melina cuando no hay luna. Entonces, la gata inclinó la cabeza para pensar qué debía hacer.
Gata manchada de negro que anda sola por los techos.
¿Les dije que Melina es la gata de Juan? ¿Les dije que Juan se ¿Qué debo hacer?, pensó Melina para un lado.
pone triste con la tristeza de Melina? ¿Qué debo hacer?, pensó Melina para el otro.
"La luna está lejos y Juan está cerca. Juan es capaz de recono-
Juan se pone muy triste cuando Melina se pierde en el extraño cerme entre mil gatas manchadas de negro. Para la luna, en cam-
mundo de los techos, esperando el regreso de la luna. Y siempre bio, yo debo ser una gata parecida a todas en un techo parecido a
está buscando la manera de ayudar a su amiga. Por eso, apenas todos. Y aunque la luna del pintor Pedro no es tan grande ni tan

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Liliana Bodoc
Comencemos por un asunto muy senci- para que fuésemos felices. Y lo logró.
redonda es la luna que me dio el amor" llo pero, sin el cual, nada de lo siguien- Me casé a los diecinueve años. Pero
Melina es amiga del Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es te hubiese podido suceder: nací en la antes de eso, debo decir, había dejado
amigo de los colores. provincia de Santa Fe, en el año 1958. mis estudios secundarios. Los completé
Juan creyó que un cuadro podía reemplazar al verdadero cielo. Cuando tenía seis años, mi familia se apenas nacido Galileo, mi primer hijo. Y
Porque para eso están los niños, para soñar sin miedo. trasladó a Mendoza. Allí mi padre traba- luego cursé la Licenciatura en Literaturas
jó en una enorme fábrica de cemento Modernas en la Facultad de Filosofía y
Melina dejó de andar triste en las noches sin luna, porque para
rodeada de unas pocas casas y de Letras de la Universidad Nacional de
eso tenía la luna del amor.
muchas montañas de piedra y cal. Cuyo. Para entonces ya había nacido
Y Pedro sigue pintando cielos muy grandes, porque para eso En aquel sitio, la siesta resultaba, para Romina, mi segunda hija. No voy a decir
están los colores: para acercar lo que está lejos. los niños, una penosa obligación. Todos, que fue fácil. Pero fue posible.
de una forma o de otra, buscábamos Años después ejercí la docencia dando
pasajes, puertas, o cualquier clase de clases de Literatura Española y
abertura que nos permitiese escapar de Argentina. Recién a la edad de cuarenta
esas dos horas silenciosas en que los años me senté a escribir mi primer libro:
adultos, los gatos y los fantasmas dor- “Los días del venado”. La primera parte
mían. Yo la encontré en los libros. Ésa de una trilogía de épica fantástica que se
fue la puerta secreta que me llevó a otros editó en el año 2000.
tiempos y lugares. Desde entonces, no he dejado de escri-
Cuando tenía siete años, murió mi bir. Tampoco he dejado de agradecer la
madre. Recuerdo la tarde de viento calu- posibilidad de trabajar en lo que amo. Y
roso porque, según yo imaginé, era él mucho menos he dejado de pensar un
quien se la había llevado. mundo donde leer y soñar no sea un pri-
Desde entonces, mis tres hermanos y yo vilegio. Sino algo así como el pan de
hicimos y deshicimos de tal modo que cada día.
nuestra casa debe haber parecido una pista
de circo. Sin embargo, mi padre se esforzó ¿Querés leer más de esta autora?
Los días del venado, Los días de la Sombra y Los días del fuego; Memorias Impuras. Los
Padres”; Diciembre Súper Álbum; Sucedió en Colores, cuentos para niños;Reyes y
Pájaros; La mejor luna; El mapa imposible; Amigos por el viento.

¿Querés saber más de esta autora?


http://lamadredelosconfines.blogspot.com/

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Ejemplar de distribución gratuita. Prohibida su venta.
Frida

Yolanda Reyes

De regreso al estudio. Otra vez, primer día de colegio. Faltan tres meses, veinte días y cinco horas para
las próximas vacaciones. El profesor no preparó clase. Parece que el nuevo curso lo toma de sorpresa.
Para salir del paso, ordena con una voz aprendida de memoria:

–Saquen el cuaderno y escriban con esfero azul y buena letra, una composición sobre las vacaciones.
Mínimo una página por lado y lado, sin saltar renglón. Ojo con la ortografía y la puntuación. Tienen
cuarenta y cinco minutos. ¿Hay preguntas?

Nadie tiene preguntas. Ni respuestas. Solo una mano que no obedece órdenes porque viene de
vacaciones. Y un cuaderno rayado de cien páginas, que hoy se estrena con el viejo tema de todos los
años: "¿Qué hice en mis vacaciones?".

"En mis vacaciones conocí a una sueca. Se llama Frida y vino desde muy lejos a visitar a sus abuelos
colombianos. Tiene el pelo más largo, más liso y más blanco que he conocido. Las cejas y las pestañas
también son blancas. Los ojos son de color cielo y, cuando se ríe, se le arruga la nariz. Es un poco más
alta que yo, y eso que es un año menor. Es lindísima.

Para venir desde Estocolmo, capital de Suecia, hasta Cartagena, ciudad de Colombia, tuvo que atravesar
prácticamente la mitad del mundo. Pasó tres días cambiando de aviones y de horarios. Me contó que en
un avión le sirvieron el desayuno a la hora del almuerzo y el almuerzo a la hora de la comida y que luego
apagaron las luces del avión para hacer dormir a los pasajeros, porque en el cielo del país por donde
volaban era de noche. Así, de tan lejos, es ella y yo no puedo dejar de pensarla un solo minuto. Cierro los
ojos para repasar todos los momentos de estas vacaciones, para volver a pasar la película de Frida por mi
cabeza.

Cuando me concentro bien, puedo oír su voz y sus palabras enredando el español. Yo le enseñé a decir
camarón con chipichipi, chévere, zapote y otras cosas que no puedo repetir. Ella me enseñó a besar.
Fuimos al muelle y me preguntó si había besado a alguien, como en las películas. Yo le dije que sí, para
no quedar como un inmaduro, pero no tenía ni idea y las piernas me temblaban y me puse del color de
este papel.

Ella tomó la iniciativa. Me besó. No fue tan fácil como yo creía. Además fue tan rápido que no tuve
tiempo de pensar "qué hago", como pasa en el cine, con esos besos larguísimos. Pero fue suficiente para
no olvidarla nunca. Nunca jamás, así me pasen muchas cosas de ahora en adelante.

Casi no pudimos estar solos Frida y yo. Siempre estaban mis primas por ahí, con sus risitas y sus secretos,
molestando a 'los novios'. Solo el último día, para la despedida, nos dejaron en paz. Tuvimos tiempo de
comer raspados y de caminar a la orilla del mar, tomados de la mano y sin decir ni una palabra, para que
la voz no nos temblara.

10854 SW 88th Street, Unit 412, Miami, FL 33176

(786) 2395257 info@cuatrogatos.org www.cuatrogatos.org /FundacionCuatrogatos @CuatrogatosLIJ


Un negrito pasó por la playa vendiendo anillos de carey y compramos uno para cada uno. Alcanzamos a
hacer un trato: no quitarnos los anillos hasta el día en que volvamos a encontrarnos. Después
aparecieron otra vez las primas y ya no se volvieron a ir. Nos tocó decirnos adiós, como si apenas
fuéramos conocidos, para no ir a llorar ahí, delante de todo el mundo.

Ahora está muy lejos. En 'ESTO ES EL COLMO DE LEJOS', ¡en Suecia! y yo ni siquiera puedo imaginarla allá
porque no conozco ni su cuarto ni su casa ni su horario. Seguro está dormida mientras yo escribo aquí,
esta composición.

Para mí la vida se divide en dos: antes y después de Frida. No sé cómo pude vivir estos once años de mi
vida sin ella. No sé cómo hacer para vivir de ahora en adelante. No existe nadie mejor para mí. Paso
revista, una por una, a todas las niñas de mi clase (¿las habrá besado alguien?).

Anoche me dormí llorando y debí llorar en sueños porque la almohada amaneció mojada. Esto de
enamorarse es muy duro...".

Levanto la cabeza del cuaderno y me encuentro con los ojos del profesor clavados en los míos.

–A ver, Santiago. Léanos en voz alta lo que escribió tan concentrado.

Y yo empiezo a leer, con una voz automática, la misma composición de todos los años:

"En mis vacaciones no hice nada especial. No salí a ninguna parte, me quedé en la casa, ordené el cuarto,
jugué fútbol, leí muchos libros, monté en bicicleta, etcétera, etcétera".

El profesor me mira con una mirada lejana, incrédula, distraída. ¿Será que él también se enamoró en
estas vacaciones?

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La composición
Silvia Schujer

A las madres que buscan a sus hijos.


A los hijos de esos hijos. A las abuelas que
quieren encontrarlos.

Pronto va a hacer como un año que pasó.


Fue en noviembre. No me acuerdo qué día.
Sé que fue en noviembre porque faltaba
poco para que terminaran las clases y ya es-
tábamos planeando las vacaciones. Siem-
pre nos vamos unos días a algún lugar con
playa. No muchos porque sale muy caro,
dice mi mamá. Bueno, decía. Mi hermanita
y yo estábamos durmiendo. No me importó
demasiado que esa noche, la anterior, papá
y mamá estuvieran preocupados, porque
ellos casi siempre andaban preocupados,

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pero igual eran muy buenos con nosotras
y nos hablaban todo el tiempo. Más a mí,
porque mi hermana es un poco chica toda-
vía. Recién ahora está en primer grado con
la señorita Angélica. A veces yo no enten-
día del todo lo que me querían decir, pero
mi papá me explicaba que algún día iba a
poder. Igual, ahora también sigo sin enten-
der mucho que digamos. Mi hermanita no
sabe nada. La abuela me quiso mentir a mí
también, pero yo no soy tonta, así que…
Prométame que no le va a contar a nadie
¿eh? Y menos a mi abuela porque ella tiene
mucho miedo y no quiere que lo hablemos.
Pero yo a usted se lo tengo que decir por-
que después me va a preguntar y si lloro
¿qué les digo a las chicas?

Estábamos durmiendo y de repente yo


abrí los ojos. La puerta de la pieza estaba
cerrada. Era raro que no me hubiera venido
a despertar mi mamá si ya entraba luz por
las persianas. Yo siempre me doy cuenta
de la hora por la luz que se mete entre los
huecos de las persianas. Y esa mañana la
pieza ya estaba bastante clara y no se es-
cuchaba ningún ruido. A mí no me gustaba
faltar al colegio porque entonces me tenía
que pasar todo el día sola aburriéndome en

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casa. Por eso no me hice la dormida. Llamé
a mi mamá. Pensé que era ella la que se
había quedado dormida. Me imaginé que
se iba a poner contentísima de que ya me
pudiera despertar sola. Pensé que me iba a
decir que yo ya era una señorita y que eso
la tranquilizaba. La llamé y, como no vino
y tampoco hubo ningún ruido, me levan-
té. Primero me senté en la cama y traté de
despertar a mi hermanita para que no lle-
gáramos tarde. Blanquita, al jardín. Y como
ella tampoco me escuchaba, me empezó a
agarrar miedo y casi me puse a llorar. Mie-
do, qué sé yo. La sacudí un poco y cuan-
do abrió los ojos, le di un beso como hacía
mi mamá y le alcancé la ropa. Tuve miedo
porque un día escuché que mamá le decía
a papá que si a ella le pasaba algo… que
siempre nos hiciera acordar a nosotras…
de un mundo mejor, qué sé yo, esas cosas.
Tuve miedo igual, porque para mí el mun-
do no era feo, el mío por lo menos. Aho-
ra todo es horrible. Mi hermanita y yo nos
vestimos. Yo la ayudé un poco, pobre. No
me animaba a salir sola de la pieza. No sé
por qué. Así le dábamos juntas la sorpre-
sa a mamá. Blanquita no hablaba porque
estaba medio dormida. Cuando preguntó
por mamá le dije que íbamos a ir juntas a

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despertarla. Que seguro se había quedado
dormida. Nuestra pieza da al comedor. Y
enfrente, del otro lado del comedor, está la
pieza de mis padres. Salimos en puntas de
pie. Mi hermanita venía atrás mío.
¡Yo me quedé!...

Blanquita también se dio cuenta de que


algo había pasado porque en el comedor
había un desbarajuste bárbaro. Los libros
estaban en el suelo y algunos rotos. Las si-
llas, cambiadas de lugar. Y bueno, para qué
le voy a seguir contando. Usted no vaya a
decir nada, seño, pero yo tuve miedo. Lle-
gamos a la pieza de ellos: la cama estaba
vacía y deshecha, pero no como cuando se
iban apurados. Deshecha del todo, hasta
un poco corrida de lugar. Ahora no sé si
había llegado ese día: que si pasaba algo y
las nenas. Hablaban tanto… Papá siempre
me abrazaba y me decía que yo iba a ser
libre y Blanquita también. Como un pájaro.
Que iba a ser amiga de muchos chicos y en
el colegio para el día del niño todos iban
a tener un juguete y que eso era la liber-
tad por la que ellos peleaban. ¿Dónde?, me
pregunto. Porque entre ellos no peleaban
nunca. No, casi nunca. Y menos por la li-
bertad, que también es eso de los jugue-

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tes ¿no? No estaba ninguno de los dos en
toda la casa. Blanquita lloraba más fuerte
que yo. Entonces la abracé y le di un beso.
Nos sentamos en el piso del comedor en el
medio de todos los libros. Yo empecé a po-
nerlos en orden, los que estaban rotos los
dejé para arreglarlos. Pensé que a lo mejor
mamá había salido a comprar la leche y le
dábamos la sorpresa. Lo que más nerviosa
me ponía era cómo lloraba Blanquita, dale
y dale. Capaz que tenía hambre, así que fui
a la cocina que también era un bochinche.
Iba a sacar unos panes de la bolsa y justo
sonó el teléfono. ¡Ah! Me había olvidado
de decirle que cuando entramos al come-
dor para ir a la pieza de mis padres, el telé-
fono estaba descolgado y yo lo puse bien.
Entonces atendió Blanquita y yo enseguida
le saqué el tubo de la mano. Era mi abue-
la con la que estamos ahora. Y cuando le
conté lo que pasaba, en vez de decir que ay
esta madre que tienen, dio un grito y dijo
no se muevan, esperen ahí.
Me asusté mucho y yo también grité.
Con Blanquita nos quedamos en un rincón.
La llamábamos a mi mamá porque mi papá
siempre salía temprano así que sabíamos
que no podía estar. Después me sentí un
poco mal, porque el más grande tiene que

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ayudar al más chico, y en ese momento
yo no la estaba ayudando nada a Blanqui-
ta. Ni siquiera la soltaba porque me sentía
mejor agarrada a ella. Prométame señorita
que usted no va a contar nada de lo que le
digo. Mi abuela dice que es peligroso y no
quiere. Usted cree que vivo con ella porque
no tengo mamá, porque se fue de viaje o
algo así –como dice mi abuela cuando al-
guien se muere–. Pero es mentira, seño. Le
juro que es mentira. Yo tengo mamá. No
sé dónde está, pero tengo. Ella decía otro
mundo y eso a lo mejor es un poco lejos.
La verdad que ahora sería bueno que in-
vente un mundo mejor ¿no? porque es una
porquería todo esto. Las chicas se piensan
que yo estoy muy contenta con mis abue-
los porque nos compran todo lo que que-
remos, pero es mentira. Usted no les diga
nada, no, porque de verdad son muy bue-
nos y nos compran lo que queremos. Yo a
usted se lo tuve que contar porque recién
dijo que había que hacer una composición
para el día de la madre y las chicas me dije-
ron que bueno Inés, vos le podés hacer una
a tu abuela, y usted también me iba a decir
eso cuando yo me vine acá y le hice perder
el recreo largo en su escritorio ¿no?

Buenos Aires, 1977

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JUGAR CON AGUA

(Liliana Bodoc – Del libro “Ondinas”)

Tener dos médicos en casa no es tan bueno como puede parecer. Padre especializado en
vías respiratorias y madre oncóloga pueden impedirte ser feliz. Un estornudo, y el tipo deja
los cubiertos en la mesa y me mira con cara de Facultad de Medicina.
Aunque intenta aguantarse, al rato nomás se me tira encima. Y lo peor de todo… ¡hace
como si estuviéramos jugando a la luchita para auscultarme los pulmones!
Madre oncóloga significa que está pendiente de los lunares que tengo en la espalda. Hasta
le puso nombre a los más grandes, Junio y Lucero, y les habla para mantenerlos a raya.
La cuestión se agrava si, además, sos hijo único; porque entonces sos paciente único.
Muy de tanto en tanto, les tocaba hacer guardia la misma noche. Pero eso no era mejor para
mí porque, desde luego, no me dejaban solo. Venía a cuidarme la hermana mayor de mi
mamá, que tenía un hijo de mi edad. A propósito de eso, mi tía siempre decía lo mismo.
Que ya habían “cerrado la fábrica”, que cuando empezó con náuseas creía que era un
ataque al hígado. Y cerraba con “Mirá lo que resultó… Ya tiene trece
años el ataque al hígado”. ¿Qué le causaba tanta risa? Yo bajaba los ojos para no odiarla.
Hijo único más hijo menor de mamá grande puede ser una mala junta. Y esa noche lo fue.
Ni mi primo ni yo quisimos hacer tanto daño, hacer tanta muerte. Porque la muerte también
se hace.

Mi tía y mi primo llegaron puntualmente. Mi viejo me acarició la cabeza. Mi mamá me dio


un beso con ruido. ¿Por qué no me advirtieron? ¿Por qué no me dijeron “Ni se te ocurra
subir a la terraza”?
Se fueron sin decir nada de eso. Y en cierto modo era razonable, porque a nadie se le
ocurriría subir a la terraza una noche helada de julio. Caía agua nieve y el cielo colgaba
como un telón desvencijado.
Mi tía se sentó a ver televisión. Nosotros, como siempre, nos fuimos a mi dormitorio.
¿Por qué la tecnología no fue suficiente? ¿Por qué no nos conformamos con la crueldad que
posibilitan las pantallas? ¿Por qué quisimos ser malos al aire libre?
—¿Vamos a la terraza?
—Dale.
Pregunta y respuesta que desencadenaron la peor cosa que me pasó en la vida.
Era fácil ir a la terraza sin que la tía lo notara, porque pasábamos de la cocina al patiecito
donde estaba la escalera. Apenas salimos al patio, nuestras respiraciones se condensaron en
un humo blanco que, desgraciadamente, no nos hizo señales.
Los que suben a una terraza van de inmediato hasta el borde. De hecho, lo único que
importa de una terraza son los límites que la separan del vacío. Dueños de una noche
helada, así nos sentimos. Y eso, en vez de hacernos actuar como adolescentes, nos
retrocedió a la infancia.
—Mirá quién está ahí —dije.
Era Gallo Negro, el linyera del barrio.
—Y está meando el árbol.
Gallo Negro era para nosotros, invierno y verano, un hombre muy delgado, de mediana
estatura, cubierto desde la cabeza con una manta negra. Solamente emergía una enorme
nariz ganchuda y unos mechones de cabello rojo: pico y cresta. El apodo le venía desde
antes de que yo naciera.
Como era parte del barrio, algunas vecinas le daban algo de comer en bandejitas de
rotisería. En esas ocasiones, él sacaba una mano por entre su manta negra, y agradecía con
una inclinación de cabeza.
Ahora Gallo Negro estaba allí, frente a mi casa, meando el árbol de la vereda angosta del
pasaje. De espaldas a nosotros.
—¿Y si le tiramos un baldazo?
Ahí debería haber hecho Dios un milagro, mandar un ángel que nos detuviera a tiempo.
Pero no recibimos esa divina oportunidad. Ni siquiera hizo falta el asentimiento de mi
primo. La manguera y el balde con los que mi vieja limpiaba el piso de la terraza estaban en
un rincón. Llenamos tanto el balde que tuvimos que cargarlo entre los dos.
—Apurate que se va a ir. —Reconozco que eso lo dije yo.
Gallo Negro seguía allí. Ya no meaba, claro. Pero seguía de espaldas a nosotros. Juro que
no pensé en la intemperie, juro que no se me ocurrió que Gallo Negro no tenía toallas ni
ropa seca para cambiarse. Entre los dos alzamos el balde para apoyarlo en la baranda.
—Dejame a mí.
Y fui yo el autor del hecho. Yo derramé el baldazo de agua fría, en plena noche de invierno,
sobre el linyera y su miseria infinita. Nunca supe si levantó la cabeza, porque nosotros ya
estábamos agachados y huyendo en cuatro patas. Recién nos enderezamos en la escalera.
Bajamos corriendo y nos metimos en la habitación.
—¿Y si toca el timbre?
—Que toque… La tía no le va a creer.
—Ajá —dijo mi primo.
Pero nadie tocó el timbre. Y nosotros nos portamos bien el resto del tiempo. Demasiado
bien, como hacen los culpables.

A la mañana siguiente, cuando me levanté, mi tía y mi primo se habían ido. Era sábado, y
me puse contento. En la cocina, mis viejos tomaban mate, comían facturas y hablaban
como siempre lo hacían: con una pasión que me resultaba exagerada.
—¿Cómo puede haber gente así? —decía mi vieja.
—Buen día —interrumpí.
—Buen día, mi amor. Ya te hago té con leche.
Me senté a la mesa, cubierta con un mantel que tenía estampadas calabazas, rodajas de
sandía y uvas. Mi mamá sacaba la leche. Recuerdo todo a la perfección, detalladamente. Su
brazo derecho sostenía la puerta de la heladera, su brazo izquierdo avanzaba hacia el
interior frío para sacar de allí un porta sachet de color violeta.
Ella, mi mamá, tenía puesta una bata rosada.
—¡Hay que ser basura! —murmuró mi viejo.
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Gallo Negro… Lo llevaron esta madrugada al hospital. Le echaron agua y pasó la noche
empapado.
¡Hay que ser basura! Esas palabras crecieron conmigo y me transformaron en lo que soy.
—Pero nadie se muere por eso —supliqué.
Mamá me respondió parada al lado de la cocina, donde esperaba que la leche no hirviera:
—Un balde de agua helada no te mata a vos, ni a mí. Pero si puede matar a un hombre
desnutrido, que se durmió mojado y a la intemperie.
—¿Pero quién pudo hacer algo así? —Mi viejo seguía empecinado en trazar el perfil
psicológico de la bestia que había mojado a Gallo Negro. Y yo pensé en mí.
—¿Dijo algo? —pregunté.
—Dijo que lo habían mojado desde un techo. Dijo que fueron dos ángeles. Pobre, deliraba
de fiebre.
Yo encogí las piernas y me abracé a ellas.
—Vos lo vas a curar, ¿no, papá?
Mi viejo creyó que eso era un acto de amor y confianza.
—Voy a hacer todo lo posible —sonrió.

Pasé casi todo el sábado en mi habitación. Para colmo, seguía lloviznando nieve.
Pasé el domingo con miedo. Y no quise salir a la calle.
En una esquina me esperaba la cárcel; en la otra, el infierno.
Llegó el lunes. Nunca había esperado con tanta ansiedad que mi viejo volviera del hospital.
—¿Cómo está Gallo Negro?
Mi papá debe haberse sentido orgulloso de mi sensibilidad social.
—Buenas noticias. Mejoró.
Yo me alivié. Me juré ser una buena persona minuto a minuto.
El martes y el miércoles fueron los mejores días de mi vida. Pero el jueves, a la hora de la
cena:
—Empeoró —dijo mi viejo.
El viernes, sin embargo, el parte médico cambió.
—Parece que los nuevos antibióticos están resultando.
Mi mamá hizo algún comentario escéptico, mencionó que los resultados de los análisis
generales y del chequeo no eran nada buenos. Pero yo preferí escuchar el optimismo de mi
viejo.
—Papá, ¿quién inventó los antibióticos?
—Fleming.
Lo pregunté para saber a quién debía agradecerle en silencio.
Lástima, para el resto de mi vida, que el lunes todo se oscureciera.
—No creo que Gallo Negro pase la noche. Lo vamos a extrañar.
Mi viejo se equivocó en lo de no pasar la noche.
Gallo Negro murió el miércoles. Llovía de nuevo.
Hay muchas maneras de saberse culpable. La mía es una rata.
Mis viejos eran médicos de un hospital público, estaban acostumbrados a ver morir gente.
Pero esta vez también se les había muerto una leyenda.
—Pobre —dijo mi papá para cerrar el tema.
—Pobre según se mire.
El comentario de mi mamá me puso en estado de alerta. Era obvio que mi viejo sabía a lo
que ella se refería. Entonces fui yo quien debió preguntar.
—¿Por qué según se mire?
—Tenía un cáncer terminal. No iba a vivir mucho.
Intenté consolarme con eso, pero no hubo forma.
Que Gallo Negro se fuera a morir pronto no significaba nada. La rata seguía royendo mi
corazón.
Nunca pude hablar con mis padres. No tanto por mí sino por ellos. Iban a sufrir, no iban a
saber qué hacer con sus manos.
Mi primo y yo dejamos de ser amigos, y tampoco hablamos del tema.
Por mi parte, hice todo lo que pude. Eso que algunos llaman locura y otros, vocación.

Ahora tengo cuarenta años y el corazón deshilachado.


—Doc, vaya a dormir un rato.
Ofelia es una enfermera que trabajó con mis padres, y me cuida en su nombre.
—No hace falta.
—Se va a enfermar.
—Estoy bien, Ofelia.
Pero la querida enfermera insiste.
—Deje que trabajen los pibes que están haciendo la residencia. El que llegó es un hombre
de la calle que ya está más muerto que vivo.
Miro a Ofelia como si me mirara a mí mismo.
—Por eso mismo —contesto.
Otra noche de mal dormir es lo mejor que puede pasarme. Un día y otro y otro. Así, tal vez,
Gallo Negro pueda perdonarme.
Las últimas miradas
Enrique Anderson Imbert

El hombre mira a su alrededor. Entra en el baño. Se lava las manos. El jabón huele a violetas. Cuando ajusta la
canilla, el agua sigue goteando. Se seca. Coloca la toalla en el lado izquierdo del toallero: el derecho es el de su
mujer. Cierra la puerta del baño para no oír el goteo. Otra vez en el dormitorio. Se pone una camisa limpia: es de
puño francés. Hay que buscar los gemelos. La pared está empapelada con dibujos de pastorcitas y pastorcitos.
Algunas parejas desaparecen debajo de un cuadro que reproduce Los amantes de Picasso, pero más allá, donde el
marco de la puerta corta un costado del papel, muchos pastorcitos se quedan solos, sin sus compañeras. Pasa al
estudio. Se detiene ante el escritorio. Cada uno de los cajones de ese mueble grande como un edificio es una casa
donde viven cosas. En una de esas cajas las cuchillas de la tijera deben de seguir odiándoles como siempre. Con la
mano acaricia el lomo de sus libros. Un escarabajo que cayó de espaldas sobre el estante agita desesperadamente
sus patitas. Lo endereza con un lápiz. Son las cuatro de la tarde. Pasa al vestíbulo. Las cortinas son rojas. En la
parte donde les da el Sol, el rojo se suaviza en un rosado. Ya a punto de llegar a la puerta de salida se da vuelta.
Mira a dos sillas enfrentadas que parecen estar discutiendo ¡todavía! Sale. Baja las escaleras. Cuenta quince
escalones. ¿No eran catorce? Casi se vuelve para contarlos de nuevo pero ya no
tiene importancia. Nada tiene importancia. Se cruza a la acera de enfrente y antes
de dirigirse hacia la comisaría mira la ventana de su propio dormitorio. Allí dentro
ha dejado a su mujer con un puñal clavado en el corazón.

“Los amantes” Óleo sobre lienzo


Pablo Picasso 1923
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MIL GRULLAS
ELSA BORNEMANN

Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo.


Como todos los chicos.
Porque ellos eran nuevos en el mundo. Tambíen, como todos los
chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y
otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué
era lo que estaba pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad
japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un
clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con
ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el
miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en
torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por
todas partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos
cada día para descubrirlo.
¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela,
cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más
que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos
no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio...
Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más
de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de bata-
tas que había traído de su casa.
–No tengo hambre –le mentía Toshiro, cuando veía que la niña ape-
nas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía–. Te dejo mi vian-
da –y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a
las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.

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Naomi... Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sue-


ños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de
golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos
aún...
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que
llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus
soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni
Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían
que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la
otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posi-
bilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar paciente-
mente la reanudación de las clases.
Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque...
Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque...
Y aunque no lo supieran: “¡Por fin llegó agosto!”, pensaron los dos
al mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a
sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí
vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos
los rincones de su local.
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían mode-
lando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas.
–Para cuando termine la guerra... –decía el abuelo.
–Todo acaba algún día... –comentaba la abuela por lo bajo. Y
Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los
ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se refe-
rían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando
recordaba a Naomi.
Miyashima: pequeña isla situada en las proximidades de la ciudad de Hiroshima.
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¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que
caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alre-
dedor. Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos her-
manos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida
madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:

Lento se apaga Pronto florecerán


el verano. Enciendo los crisantemos.
lámpara y sonrisas. Espera, corazón.

Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de


una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curio-
sidad de sus hermanos.
El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a
las tías ¡Era tanta la ropa para remendar!
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar
el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba
aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba
que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para
que se cumpliese.
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su her-
mano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa gue-
rra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshiro
no la olvidara nunca...
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes...
Tatami: estera que se coloca sobre el piso, en las casas japonesas tradicionales.
Haiku: breve poema de diecisiete sílabas, típico de la poesía japonesa.
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Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.


Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: “¿Qué
estará haciendo ahora?”.
“Ahora”, Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta: “¿Qué esta-
rá haciendo Naomi?”.
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de
Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba ató-
mica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri-Koro Koro- Donguri
Ko...” por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se
desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles,
calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el
mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar
ningún camino querido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar dónde estaba Naomi.
¡Y que aún estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad
próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también
habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instala-
do dentro de ellos, en su misma sangre.
Obi: faja que acompaña al kimono.
Kimono: vestimenta tradicional japonesa, de amplias mangas, largas hasta los pies y que se cruza por
delante, sujetándose con una especie de faja llamada obi.
Donguri-Koro Koro: Verso de una popular canción infantil japonesa.

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Y hacia ese hospital marchó Toshiro una


mañana.
El invierno se insinuaba ya en el aire y el
muchacho no sabía si era frío exterior o su
pensamiento lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto a
la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas.
Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
–Voy a morirme, Toshiro... –susurró, no bien su amigo se paró, en
silencio, al lado de su cama–. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que
me hacen falta...
Mil grullas... o “Semba-Tsuru”, como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban disper-
sas sobre la mesita. Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente
antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
–Te vas a curar, Naomi –le dijo entonces, pero su amiga no lo oía
ya: se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se
encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el
porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que,
hasta ese día, había habido allí.
Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos
y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero
ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorpren-
didos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre
las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él
continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el
armario donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que
había recolectado en secreto y volvió a su lecho.
La tijera, la llevaba oculta entre sus ropas.
Semba-Tsuru (Mil grullas): una creencia popular japonesa asegura que haciendo mil de esas aves
–según enseña a realizarlo el origami (nombre del sistema de plegado de papel)– se logra alcanzar la
larga vida y felicidad.
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Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recor-


tó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por
uno hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles
las que ella misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encon-
traba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos
de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran
el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una enci-
ma de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las
cien tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que
su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la
bicicleta de sus primos.
No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día
anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de
Naomi dependía de esas grullas.
–Prohibidas las visitas a esta hora –le dijo una enfermera, impidién-
dole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la
cama de su querida amiga.
Toshiro insistió:
–Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, por favor...
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico
le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasi-
bilidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un
lado y le permitió que entrara:
–Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre
la mesa de luz y luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero
lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo;
los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que
Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y
una sonrisa en los ojos.
Furoshiki: tela cuadrangular que se usa para formar una bolsa, atándola por sus cuatro puntas después
de colocar el contenido.

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–Son hermosas, Tosí-can... Gracias...


–Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas –y el muchacho
abandonó la sala sin darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el
recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el
viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por
unos instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo.
La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie
frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frági-
les avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?
Febrero de 1976.
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en
Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal
de un banco establecido en Londres.
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus
empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión
de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos
que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se
encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún
momento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las
cifras de las máquina de calcular.
Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más
sofisticados restaurantes...
Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, diver-
tidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición
japonesa.
–Algún día completará las mil... –cuchicheaban entre
risas–. ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?
Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación
que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su
niñez. Con su perdido amor primero.

Tosí-can: diminutivo de Toshiro.


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ELSA BORNEMANN

Elsa Bornemann nació en Buenos Aires en 1952. Es narradora,


guionista y traductora. Entre los numerosos e importantes premios
que recibió por sus libros y por su trayectoria, se destacan: la Faja
de Honor de la SADE por El espejo distraído y el Premio Nacional
de Literatura Infantil. Fue la primera escritora argentina que inte-
gró, en 1976, la Lista de Honor de IBBY, por su libro Un elefante
ocupa mucho espacio.

¿QUERÉS LEER MÁS DE ESTA AUTORA?


Tinke tinke, El cumpleaños de Lisandro, Cuadernos de un delfín,
Bilembambudín, Disparatario, La edad del pavo, No somos irrom-
pibles, Socorro, Lobo rojo y Caperucita, El espejo distraído.

¿QUERÉS SABER MÁS DE ESTA AUTORA?


www.imaginaria.com.ar/06/5/bornemann.htm
Mil grullas de Elsa Bornemann. En No somos irrompibles (12 cuentos de chicos enamorados),
Buenos Aires, Alfaguara.
Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A.
© Elsa Bornemann
Ilustraciones: Marumont
Diseño de tapa y colección: Plan Nacional de Lectura 2011

Ministerio de Educación
Secretaría de Educación
Plan Nacional de Lectura 2011
Pizzurno 935. (C1020ACA) Ciudad de Buenos Aires - Tel: (011) 4129-1075/1127
consultas-planlectura@me.gov.ar - www.planlectura.educ.ar

República Argentina, Reimpresión 2011.


POR LILIANA BODOC

Little Boy
Theodore Van Kirk tenía demasiadas medallas como para saludar a cualquiera. 15, además
de otros galardones que había recibido en los últimos años como reconocimiento a su
acción por la patria.

Theodore Van Kirk era un hombre estricto en sus horarios, así que subió al ascensor con el
tiempo necesario. Quería llegar tranquilo a su reunión con el coleccionista privado que
deseaba adquirir su licencia de vuelo. No tenía dudas de que sería una conversación
interesante. Theodore escucharía calmadamente para luego decir que no era cuestión de
precio sino de honor. Y que su licencia de vuelo, la que llevaba consigo aquella madrugada
de agosto, no estaba a la venta. Con seguridad, el coleccionista iba a ofrecer una cifra
suculenta. En esos años, veinte desde el final de la guerra, muchos habían intentado lo
mismo. Pero Theodore Van Kirk esperaba su lugar en un museo.

Por todas estas cosas, más sus 15 medallas, el ex piloto no reparó en la persona que había
en el ascensor. Apenas alcanzó a darse cuenta de que se trataba de un hombre.

Van Kirk no saludó al desconocido. Solo pensaba en su reunión cuando comenzó a bajar
desde el piso diecisiete de un edificio que tenía veinte pisos fastuosos. El edificio y el
ascensor eran modernos y elegantes, aun para la ciudad más bella de la tierra.

Desde luego, Theodore Van Kirk no tuvo ningún reparo en darle la espalda a su
acompañante. Estaba ensimismado en una sonrisa de orgullo, pensando en los elogios que
recibiría.

“Y usted, con tan solo 24 años, llevó a cabo la proeza que nos dio la victoria.”

“Y usted guiando aquel pequeño avión en medio de la noche. Porque era un avión pequeño,
¿verdad?”

Entonces él asentiría. Sí, un bombardero B29 con 12 tripulantes a bordo.

12 tripulantes. Y sin embargo Van Kirk fue el más entrevistado, el más celebrado por sus
conciudadanos, y por las autoridades civiles y militares. El ex piloto tenía una explicación
para aquella preferencia: él nunca se había arrepentido, y había aceptado con orgullo las
acciones realizadas en cumplimiento de su deber.

En cosas como ésas pensaba cuando subió al ascensor en el piso diecisiete, con paso
seguro.

Pero llegando al piso trece, justo en la tumba de paredes, el ascensor se detuvo y todo
quedo súbitamente a oscuras. Theodore alcanzó a pensar, vagamente, que era una suerte
que no hubiese allí una mujer. Enseguida comenzaban a chillar y a golpear el piso con sus
tacones.

Claro que él no tenía miedo.


Un hombre con 15 medallas al valor no iba a asustarse por un ascensor detenido. Bufó
porque los imprevistos le molestaban tanto como los chillidos femeninos.

Sacó un encendedor de oro del bolsillo interno de su saco para iluminar la botonera.

–Debe ser un corte de luz –dijo, dirigiéndose a su vecino de oscuridad.

–Buenas tardes –respondió la voz de un hombre de mediana edad, voz muy suave para el
gusto de Van Kirk.

En ese momento era imposible imaginar que la situación se prolongaría mucho más de lo
aceptable. Afuera, varias manzanas neoyorquinas estaban oscuras.

El ex piloto comenzó a pensar en las explicaciones que debería dar si es que el desperfecto
no se solucionaba rápido. La luz en la esfera de su reloj le permitía controlar el tiempo.
Siempre lo hacía. Lo hizo aquel 6 de agosto, veinte años atrás, cuando la orden fue “A las 8
horas con 16 minutos”.

Su camisa blanca empezaba a humedecerse cuando el otro hombre volvió a hablar.

–Lo conozco –dijo.

Van Kirk no pudo evitar pensar que su fama lo perseguía hasta en un ascensor detenido.

–Gracias –contestó con una sonrisa mecánica que nadie pudo apreciar.

El hecho de que aquel hombre supiera que se trataba de un héroe de guerra lo obligó a
comportarse con educación. Por eso eligió un comentario que, en otras circunstancias, no
hubiese hecho.

–Habrá que aceptar el destino y esperar con paciencia.

–Eso mismo, el destino –dijo el hombre. Y agregó: –Fue el 6 de agosto de 1945. A las 08 y
16 de la mañana.

Protegido por la más absoluta penumbra, Van Kirk hizo una mueca de hastío... Encima le
tocaba un sabelotodo.

–El piloto que lo acompañaba se llama Paul Tibbets. Y el artillero, Tom Ferebes.

–Parece usted un ciudadano muy enterado. Ojalá todos fuesen así –dijo.

–Y la bomba tenía un apodo: Little Boy.

–Felicitaciones.

Para entonces, Theodore Van Kirk empezaba a pensar que la espera sería insoportable.
Habría preferido estar solo, completamente solo, y poder dar rienda suelta a su fastidio. En
cambio, estaba en compañía de un experto en la Segunda Guerra, un presuntuoso que no
paraba de darle datos estúpidos. Datos que, desde luego, él conocía de memoria.

De no haber sido por el encierro, lo hubiera despedido con un ademán. O quizás, si estaba
en un buen día, le hubiese otorgado una firma.

El tiempo pasaba en su reloj, y en todas partes. Ya llevaban cinco minutos de espera.

Por suerte, algunas voces les indicaron que estaban al tanto de su encierro y que
mantuvieran la calma porque el apagón era grande.

–Al parecer, tenemos para un rato –Van Kirk contuvo el enojo.

–El tiempo no tiene sustancia –dijo el hombre desconocido–. Se hace y se deshace, explota,
se extiende como una nube de humo.

¡Lo único que faltaba era que aquel individuo se creyera filósofo!

–Bueno –fue la seca respuesta del ex piloto, que empezaba a cansarse. Sin embargo, el
hombre continuó:

–Usted recibió 15 medallas. Y yo me permití sacar una cuenta... Es una medalla cada 9333
muertos.

–No entiendo.

–¿Nunca hizo números? Pruebe. 140 000 muertos dividido 15 medallas.

Ahora sí, Theodore Van Kirk perdió la paciencia.

–¡Si intenta hacerme algún reproche...!

–Señor Van Kirk, la matemática no reprocha.

El ex piloto de guerra, condecorado por la acción que puso fin a la Segunda Guerra
Mundial, decidió acabar con la conversación. Y por primera vez golpeó con fuerza las
paredes del ascensor detenido antes del piso trece. No tenía pensado pasar un mal rato, en
absoluto. Su idea era sostener una charla amistosa con el coleccionista privado que iba a
ofrecerle una buena cifra por su registro de vuelo.

–Si me disculpa –dijo–, prefiero estar en silencio.

–Desde luego... Es hermoso el silencio. Hiroshima también lo hubiese preferido.

La oscuridad se encrespó.

Van Kirk creyó saber quién era el otro hombre en el ascensor. Uno de esos pacifistas que
habían actuado como traidores a la patria. Sin embargo, el siguiente comentario iba a
desorientarlo. A él, ¡justamente a él! Al piloto que había guiado su avión sobre los cielos
japonenses para lanzar la bomba en el sitio indicado con una cruz roja en los mapas de
guerra.

–Estaba tan plácida la mañana en mi ciudad... Era tan celeste el cielo... El hombre se movió
apenas. Theodore Van Kirk sacó por segunda vez su encendedor de oro, y arrastró el dedo
por la piedra.

La llama iluminó el rostro de un hombre de alrededor de cuarenta años, de piel muy blanca
y ojos rasgados. ¿Estaba sonriendo? La llama se apagó. Van Kirk volvió a encenderla. ¿Era
una sonrisa o una mueca feroz? La luz del encendedor era incierta y escasa. Como fuera, no
había duda alguna de que el hombre se estaba acercando. Ya se hacía notorio el calor de su
cuerpo.

–Debo confesarle que nunca soñé con esto. No sueña un hombre con tener tanta fortuna.
Esta oportunidad es obra del cielo, y tendré que aprovecharla. ¡Theodore Van Kirk! Nunca
imaginé esto. Pero aquí estamos, usted y yo.

La voz era amenazante. Y Theodore Van Kirk se puso alerta. En esos años había ganado
peso, había perdido agilidad. Pero nunca se había arrepentido por lo hecho en favor de su
patria, y no iba a hacerlo ahora.

–¿Desea escuchar 140.000 nombres? ¿O sólo el de mis dos pequeñas hermanas?

–No me interesa escuchar ninguna cosa...

Van Kirk no pudo terminar.

El hombre se abalanzó sobre él como si lo estuviese viendo, de tal modo que Van Kirk
perdió pie y quedó inmovilizado. No hacía falta más para que el ex piloto entendiera que
aquel desconocido sabía muy bien lo que estaba haciendo. Tal vez la rodilla del hombre
presionando su vientre hizo que Van Kirk, condecorado con 15 medallas, perdiera orín.

–Se llamaban Yuuno y Natsuki. Y lo mejor que hubiese podido pasarles era la muerte. Pero
no tuvieron esa suerte. Y en su nombre, usted va a repetir lo que siempre dijo.

El desconocido apretó su brazo contra la tráquea de Theodore Van Kirk, que apenas pudo
sacar un sonido áspero:

–No entiendo.

–Usted lo dijo, una y otra vez, en sus entrevistas... “En las mismas circunstancias, lo haría
de nuevo. Estábamos en una guerra” ¡Vamos, continúe!

Van Kirk sabía de memoria lo que tantas veces había afirmado, en ocasiones de recibir sus
medallas. 15 medallas. Una cada 9333 muertos.

–¡Repita!

Y Van Kirk repitió.


–En las mismas circunstancias, lo haría de nuevo. Estábamos en una guerra, luchando con
un enemigo que tenía fama de nunca rendirse.

–Ellas se llamaban Yuuno y Natsuki. Perdieron los dientes y el cabello, la piel se les fue de
a pedazos.

Van Kirk no supo si lo que caía sobre su rostro era sudor o llanto de su atacante.

–¡Continúe con su discurso!

–Una nación debe tener el valor de hacer lo que debe...

Theodore Van Kirk hablaba con la voz enronquecida por la presión.

–Siga...

–Una nación debe tener el valor de ganar la guerra con una pérdida mínima de vidas.

–Repita.

–Pérdida mínima.

–Repita.

–Yuuno y Natsuki.

–Repita.

–Volvería a hacerlo.

Nueva York se iluminó de pronto: ventanas, carteles, monumentos, vidrieras.

El ascensor se detuvo en planta baja. Cuando se abrieron las puertas automáticas, salieron
dos hombres que no parecían conocerse. Uno cargaba 15 medallas. Otro, dos niñas muertas.

Cada uno tomó su camino. Y Nueva York también.

En el año 2007, Van Kirk subastó su registro de vuelo por 358.500 dólares. Murió a los 93 años en el estado
de Georgia.
LITERATURA

GUÍA DE LECTURA N° 1

CUENTO: “Amigos por el viento”

1- Leer y disfrutar del cuento

2- VOCABULARIO: Definir las palabras desordena y arrasa, según el contexto en el


que se encuentra.

3- Describir los sentimientos que expresaban y sentían la hija y Juanjo, y luego qué
sentimientos los unían al hacerse amigos por el viento.

LA HIJA JUANJO

AMIGOS POR EL VIENTO

4- Explicar con tus palabras lo que entendés de las siguientes frases extraídas del
cuento (están escritas entre comillas porque son citas del cuento).

“A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa”


“A su paso todo peligra, hasta aquello que tiene raíces”
“… se nos ensucian los ojos con los que vemos”
“…Juanjo y yo teníamos un viento en común”
“… ya era tiempo de abrir las ventanas”
“Un viento tan fuerte que movió los edificios”

5- ¿Por qué creés que Amigos por el viento es un cuento realista?

6- Realizar las actividades de la página 12 del cuadernillo de Lengua.

7- ¿Te gustó el cuento? Justificar tu respuesta. ¿Se lo leerías a alguien? ¿A quién? ¿Por
qué?
8- LEER atentamente el siguiente texto sobre las características del cuento realista,
subrayar las ideas principales.

9- Mencionar qué características de las que leíste sobre los cuentos realistas
aparecen en el cuento Amigos por el viento.
PARA SABER Y TENER EN CUENTA…

Leer el siguiente texto, señalar las ideas principales y registrarlas en


la carpeta de Literatura (podés escribir un resumen o confeccionar un
esquema).
Los textos literarios se diferencian de los no literarios por dos rasgos:
En primer lugar, son siempre ficcionales. Esto quiere decir que son producto de la
imaginación del autor. Esa producción puede ser realista, cuando las situaciones se
muestran parecidas a la realidad, o nada realistas.
En segundo lugar, la literatura emplea el lenguaje de manera diferente al uso que le
dan los hablantes en su vida cotidiana. El escritor manipula las palabras para crear
sensaciones, emocionar.
Según sus características, los textos literarios se clasifican en tres grandes
géneros:

Género narrativo: agrupa aquellos textos literarios en los que un narrador relata
una historia. Por ejemplo: novelas, cuentos, fabulas, leyendas, mitos.

Género lirico o poético: está integrado por los textos literarios en los que quien
habla expresa sus emociones, sentimientos, experiencias. Se escribe en verso,
aunque también existe la prosa poética.

Género dramático: reúne los textos literarios que son escritos para ser
representados. Están formados por los parlamentos, que serán dichos por los
actores, y por las acotaciones, instrucciones que indican cómo deben moverse los
actores, cómo debe ser la escenografía, la iluminación, el vestuario, etc.

Este año trabajaremos con textos narrativos, aquellos que pertenecen al


género narrativo. Conozcamos más acerca de ellos:

Cada vez que se cuenta un acontecimiento (que le ocurrió a uno mismo o a


otros), lo que se hace es narrar. Narrar es contar hechos que le suceden a una
persona o personaje, los cuales se organizan en un eje temporal. Que le suceda a
una persona o a un personaje dependerá de que lo narrado pertenezca a la
realidad o a la ficción. En toda narración se relatan acciones reales o imaginarias
que se suceden en el tiempo y se ubican en un espacio. Estas acciones, además, se
relacionan lógicamente: cada acción es efecto de una narración anterior y, a su vez,
es causa de una posterior. Los personajes provocan o sufren las acciones.
El narrador es el encargado de referir los hechos y puede participar o no de
ellos. Por esto los elementos de las narraciones ficcionales son: tiempo, espacio,
personajes, la acción y narrador. Los personajes son a los que les ocurren los
hechos que cuenta el relato. Pueden ser protagonistas (a ellos les suceden las
cosas) o secundarios (participan de la acción en menor medida). En la ficción hay
que distinguir al narrador del autor. El autor es la persona que escribe la historia y
el narrador es quien cuenta los hechos en el texto. Existen distintos tipos de
narrador:
*Narrador omnisciente: narra en tercera persona, no participa de la acción, pero
conoce todos los acontecimientos que se desarrollan, incluso los pasados. Conoce
todo sobre los personajes, sabe lo que sienten y piensan.

*Narrador protagonista: el protagonista del relato es quien cuenta los hechos.


Como lo que narra es aquello que le sucede, lo hace en primera persona.

*Narrador testigo: conoce lo que sucede como un espectador de los hechos. Puede
narrar en primera o en tercera persona. Narra lo que ve, aquello que presencia,
pero que le sucede a otro.

La acción son los hechos que ocurren en la narración. Al igual que los
personajes, suelen haber acciones primarias y secundarias. Las acciones primarias
siguen una conexión temporal y lógica. No pueden quitarse de la narración, porque
entonces perdería todo el sentido. En cambio, las acciones secundarias son las que
amplían el relato, retrasan la resolución del conflicto. Podemos prescindir de estas
acciones, sin que el sentido se modifique. Las distintas acciones se relacionan entre
sí y forman una secuencia narrativa.
GUÍA DE LECTURA N° 2

CUENTO: “Lluvia bajo la higuera”

1- Leer el cuento completo


2- Confeccionar esquema con los elementos de la narrativa (tiempo, espacio,
personajes, acción principal y narrador) Repasar la teoría en las páginas 12 y 13
del cuadernillo de Lengua.

ELEMENTOS DE LA NARRATIVA

CUENTO: Lluvia bajo la higuera

TIEMPO
ESPACIO PERSONAJES ACCIÓN PRINCIPAL NARRADOR

3- Este cuento ¿Es un texto literario? ¿Por qué? Si lo es ¿a qué género literario
pertenece?
4- ¿Qué tipo de narrador tiene este cuento? Extraer un fragmento que justifique tu
respuesta. Leer la teoría sobre tipos de narrador en la página 13 del cuadernillo de
Lengua.
5- ¿Cuál es el conflicto de la historia?
6- Sugerir acciones que podrían realizar Guillo y su papá para solucionar los
problemas que tienen.
7- En los relatos” Amigos por el viento” y “Lluvia bajo la higuera” las familias están
deterioradas.
a) Explicar por qué se da esta situación en cada historia.
b) Analizar la actitud de cada uno de los personajes y mencionar cómo hubieras
actuado en el lugar de ellos.
GUÍA DE LECTURA N° 3

CUENTO: “Caramelos de fruta y ojos grises”

1- Leer el cuento completo


2- ¿Por qué decimos que este cuento es realista?
3- El conflicto del cuento ¿se relaciona con alguna problemática social? ¿Con cuál?
4- Mencionar los tres tipos de narrador que existen. ¿Cuál es el que le corresponde a
este cuento? Transcribir fragmento de la historia que ejemplifique al tipo de
narrador.
5- Confeccionar un esquema con los elementos de la narrativa de este cuento.
6- Mencionar qué sentimientos despertó
en vos esta historia.
7- En una lista, mencionar hipótesis
sobre lo que podría haberle ocurrido
a Magui.
GUÍA DE LECTURA N° 4

CUENTO: “La composición”

1- Leer atentamente el cuento


2- Completar
AUTOR/A: _____________________________________________________________________________________
GÉNERO LITERARIO: ________________________________________________________________________
TIPO DE NARRADOR (justificar): ___________________________________________________________
TIEMPO: _______________________________________________________________________________________
ESPACIO: ______________________________________________________________________________________
PERSONAJES: __________________________________________________________________________________
HECHO HISTÓRICO REAL QUE ATRAVIESA LA HISTORIA: ________________________________
___________________________________________________________________________________________________

3- Responder
a) ¿Qué personaje narra la historia y es parte de ella?
b) ¿Dónde se encuentra el personaje que narra?
c) ¿A quién le habla?
d) ¿Qué emociones manifiesta el personaje que narra mientras cuenta su historia?
¿Por qué?
e) ¿Por qué siente la necesidad de contar su historia?
f) Explicar por qué La composición es un texto literario y por qué es un cuento
realista.
GUÍA DE LECTURA N° 5

CUENTO: “Frida”
1- Lectura completa del cuento.
2- Investigar y escribir una breve biografía sobre la autora.
3- Confeccionar esquema con los elementos de la narrativa.
4- Mencionar el tipo de narrador de este cuento. Extraer un fragmento que justifique
tu respuesta.
5- Responder

a) ¿En qué espacio transcurren los hechos?


Extraer palabras y/o expresiones que NO
sean comunes para nosotros. ¿Qué significa
cada una? Investigar
b) ¿Qué edad tiene el protagonista? ¿Cómo te
diste cuenta?
c) Escribe una descripción de Frida. Utilizar
adjetivos.
d) ¿Qué sentimientos unen al protagonista con
Frida? Extraer fragmentos que
fundamenten tu respuesta.
e) ¿Cómo podrían seguir en contacto Santiago
y Frida?
f) En un mapa planisferio político, ubicar los
países que se mencionan en el cuento. Colocar como referencias las capitales de
ambos. ¿Santiago vive en la capital de su país?
g) ¿Te gustó este cuento? ¿Lo recomendarías? ¿Por qué?
GUÍA DE LECTURA Nº 6

CUENTO: “Las últimas miradas”


Autor: …………………………………………………………………………

1- Investigar y escribir una breve biografía sobre el autor.

2- Leer el cuento

3- Luego de la lectura analizar el título

¿A qué te parece que hace referencia?

4- Realizar una descripción del espacio donde se encuentra

el protagonista.

¿Cómo es el espacio? ¿Qué elementos u objetos

se encuentran allí?

5- A este tipo de relatos se los llama cuentos realistas

¿Por qué creés que se denominan así?

6- El cuento no aporta mucha información en forma

explícita, para que el lector haga su propia interpretación

¿Qué creés vos que sucedió en la historia?

7- Escribir un párrafo con un final para este cuento…

¿Hacia dónde se dirige el protagonista en el final del cuento?

¿Qué podría suceder luego? Escribilo.


GUÍA DE LECTURA N° 7
CUENTO: “Mil grullas”

1- Leer y disfrutar del cuento “Mil grullas”, luego responder (respuestas completas y
coherentes).

a) ¿Cuántos años creés que tienen Toshiro y Naomi? ¿Por qué?


b) ¿Por qué las vacaciones de los chicos comienzan el 21 de junio?
c) ¿Cuál es el conflicto de la historia?
d) ¿Por qué creés que el cuento se titula Mil grullas?

2- ¿Qué clase de texto es Mil grullas y por qué?

3- ¿Qué tipo de narrador tiene este texto? Extraer un fragmento que ejemplifique el tipo
de narrador.

4- Confeccionar un cuadro con los elementos de la narrativa de Mil grullas.

5- El cuento “Mil grullas” está basado en una historia real... Leerla y anotar las
diferencias entre el cuento y la historia verdadera. Podés hacer un cuadro
comparativo o lo que te parezca mejor.

Sadako Sasaki tenía dos años cuando cayó la bomba atómica en su ciudad natal,
Hiroshima. Aunque en ese momento no sufrió ninguna lesión, diez años más tarde, los
médicos le informaron que como consecuencia de la irradiación que le produjo la bomba,
padecía leucemia. Sadako fue internada en un hospital donde conoció a Chizucho, una
mujer que le contó sobre la leyenda de las grullas (tsurus).
La historia cuenta que, si tienes un deseo y construyes mil grullas, los dioses te
concederán tu petición. El deseo de la adolescente de 12 años era curarse de la leucemia,
por ello comenzó a hacer los famosos tsurus. Sin embargo, murió antes de terminar los
mil.
Sadako dejó 644 grullas de papel, pero sus amigos del hospital decidieron terminar su
labor. En honor a Sasaki, en Hiroshima se construyó una estatua donde aparece ella con
una grulla en su mano. Dicha escultura se encuentra en el Parque de la Paz en dicha
ciudad.
Cada 6 de agosto, miles de niños de todo el mundo mandan sus tsurus, hechos a mano, a
esta ciudad para que los coloquen en dicho espacio y a la vez, mandar el mensaje de paz.
6- ¿Te gustó este cuento? ¿Por qué?

7- Mencionar qué características de las


que leíste sobre los cuentos realistas
aparecen en el cuento Mil grullas.

8- Observar el video con el testimonio de


una sobreviviente al ataque de
Hiroshima.
Escribir un mensaje sobre lo que te haya
quedado del testimonio (puede ser lo que
sentiste, lo que pensás, etc).

Es importante que tengas en cuenta algo: Elsa Bonermann, la autora de Mil grullas,
inventa esta historia de amor, basándose en un hecho real: la bomba que tiran en
Hiroshima, en 1945, en un contexto de guerra. Esto no significa que Mil grullas no
sea un texto literario. Es literario porque la autora crea la historia de Naomi y
Toshiro, aunque tome hechos de la realidad.
GUÍA DE LECTURA N° 8
CUENTO: “Little Boy”
AUTORA: Liliana Bodoc

1- Leer el cuento completo.


2- Completar:
*CLASE DE TEXTO: ___________________________________________
*GÉNERO LITERARIO: ________________________________________
*TIPO DE NARRADOR: ________________________________ porque
__________________________________________________________________
__________________________________________________________________
3- Confeccionar un cuadro con los elementos de la narrativa.
4- Luego de la lectura, responder:
a) ¿Qué sucede que les permite a los dos hombres permanecer un rato más en el
ascensor?
b) ¿Se conocen los dos hombres? ¿Tienen información uno del otro? ¿Quién? ¿Qué
información tiene?
c) ¿Qué comentario desorienta a Van Kirk?
d) ¿Qué le reprocha el hombre desconocido a Van Kirk? ¿Por qué?
e) ¿A qué hecho histórico real hace referencia el cuento? ¿Sabías algo sobre ese hecho?
¿Lo relacionaste con algún otro cuento de la Antología? ¿Con cuál?
5- ¿Cómo describirías a Van Kirk? ¿Qué elementos del cuento te permitieron describirlo?
Transcribilos.
6- Definir las palabras destacadas, según el contexto. Si lo necesitan pueden buscar
estos fragmentos y leer el párrafo completo donde aparece cada palabra.
Un edificio fantuoso donde vivía…
Y usted con tan solo 24 años, llevó a cabo la proeza que nos dio la victoria.
Bufó, porque los imprevistos le molestaban tanto como los chillidos femeninos.
…si el desperfecto no se solucionaba rápido
…estaba en compañía de un experto de la Segunda Guerra Mundial, un presuntuoso que no
paraba de darle datos…
La oscuridad se encrespó.
7- En un mapa planisferio político ubicar el país al que pertenece el lugar donde
transcurre la historia.
GUÍA DE LECTURA Nº 9
CUENTO: “Jugar con agua”
AUTORA: Liliana Bodoc

8- Leer el cuento completo.


9- Completar:
*CLASE DE TEXTO: ___________________________________________
*GÉNERO LITERARIO: ________________________________________
*TIPO DE NARRADOR: ________________________________ porque
__________________________________________________________________
__________________________________________________________________
*ESPACIO: __________________________________________
*TIEMPO: ___________________________________________
*PERSONAJES: _____________________________________________________
__________________________________________________________________
__________________________________________________________________
*ACCIÓN PRINCIPAL: ________________________________________________
__________________________________________________________________
__________________________________________________________________

10- Extraer un fragmento del cuento que justifique el tipo de narrador.


11- Señalar en el cuento la estructura narrativa.
12- Al comienzo del relato ¿Qué imaginaste cuando el narrador anticipa que
algo malo está por suceder esa noche de julio en la terraza?
Extraer fragmentos que anticipen que algo sucederá.
13- ¿Por qué creés que el protagonista recuerda con tantos detalles la
mañana del sábado luego del suceso de la terraza?
14- ¿Qué siente el protagonista al enterarse que Gallo Negro está internado?
15- ¿Qué sentimientos acompañan al protagonista durante toda su vida?
¿Logra superar lo sucedido esa noche de julio? ¿Cómo te das cuenta?
16- ¿Qué sentiste al leer este relato? Explicar brevemente y justificar.
¡¡¡IMPORTANTE!!!

Cada guía es una oportunidad para avanzar en la lectura,


la comprensión y el análisis de los textos literarios. Debés
tener en cuenta las correcciones que realizaremos en cada
una para así aprender de ellas.

Es fundamental que apliques lo que sabés de ortografía y


puntuación. Cada respuesta es un texto, por lo que debe
estar correctamente escrito, sin errores ortográficos, con
correcta puntuación, debe ser coherente y no tener
repeticiones innecesarias.

Espero que disfrutes de la lectura de estos cuentos y que


disfrutes también del análisis de los
mismos.

¡¡Siempre da lo mejor de vos!!

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