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DE
CUENTOS
REALISTAS
Alumno/a:
Grado: 7º
“Descubrí que podía ser un pirata y muchos, podía ser la
ciudad de Maracaibo, y ser hombre, manatí, horror o
piedra.
Había descubierto un recurso que me permitía
desprenderme de mi propio cuerpo, dejarlo allí,
abandonado, con un libro en la mano y viajar en el
tiempo, en el mundo, en el espacio, ser al mismo tiempo
un caballo y el que escribió sobre ese caballo, ver a
través de sus ojos y sus oídos, compartir la mente de esas
personas que desplegaban ante mí el mundo, el mundo
verdadero, el único con sentido humano: el mundo de la
palabra”.
Ministerio de Educación
Secretaría de Educación
–Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
Unidad de Programas Especiales –Me parece bien –mentí.
Plan Lectura 2008 Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:
Pizzurno 935. (C1020ACA) Ciudad de Buenos Aires. –No me lo estás diciendo muy convencida...
Tel: (011) 4129-1075/1127
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–Yo no tengo que estar convencida.
–¿Y eso qué significa? –preguntó la mujer que más preguntas
República Argentina, 2008 me hizo a lo largo de mi vida.
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Me vi obligada a levantar los ojos del libro: –¿Qué te vas a poner? –le pregunté en un supremo esfuerzo
–Significa que es tu cumpleaños, y no el mío –respondí. de amor.
La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas –El vestido azul.
de mamá. Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y
peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte. los pedacitos de merengue se quedarían pegados en los costados
–Se van a entender bien –dijo mamá–. Juanjo tiene tu edad. de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón
La gata, único ser que entendía mi desolación, saltó sobre mis cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con el único
rodillas. Gracias, gatita buena. propósito de desmerecer a mi gata.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a Pude verlo transitando por mi casa con los cordones de las
papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse
biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que con mi dormitorio. Pero, más que ninguna otra cosa, me aterró la
yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disi- certeza de que sería uno de esos chicos que, en vez de hablar,
muladas como estalactitas en el congelador. Disfrazadas de peda- hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de
citos de cristal. “Se me acaba de romper una copa”, inventaba bomberos, ametralladoras y explosiones.
mamá que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y –¡Mamá! –grité pegada a la puerta del baño.
otras asombrosas hechicerías. –¿Qué pasa? –me respondió desde la ducha.
Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando –¿Cómo se llaman esa palabras que parecen ruidos?
empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pre-
aparecía un tal Ricardo y todo volvía a peligrar. gunta, la gata dormía y yo esperaba.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las –¿Palabras que parecen ruidos?–repitió.
hacía cada domingo. Después pareció tomarle rencor a la receta –Sí. –Y aclaré– Pum, Plaf, Ugg...
porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal ¡Ring!
Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. –Por favor –dijo mamá–, están llamando.
Algo que yo no pude conseguir. No tuve más remedio que abrir la puerta.
–Me voy a arreglar un poco –dijo mamá mirándose las –¡Hola! –dijeron las rosas que traía Ricardo.
manos–. Lo único que falta es que lleguen y me encuentren hecha –¡Hola! –dijo Ricardo asomado detrás de las rosas.
un desastre. Yo miré a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía
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puesta un remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto. –Sí, es ese.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se –¿Y también susurra...?
hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul le quedaba muy –Mi viento susurraba –dijo Juanjo–. Pero no entendí lo que decía.
bien a sus cejas espesas. –Yo tampoco entendí. –Los dos vientos se mezclaron en mi
–Podrían ir a escuchar música a tu habitación –sugirió la mujer cabeza.
que cumplía años, desesperada por la falta de aire. Y es que yo me Pasó un silencio.
lo había tragado todo para matar por asfixia a los invitados. –Un viento tan fuerte que movió los edificios –dijo él–. Y eso
Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. que los edificios tienen raíces...
Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya esta- Pasó una respiración.
ría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y –A mí se me ensuciaron los ojos –dije.
que yo dormiría en el canasto, junto a la gata. Pasaron dos.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era –A mí también.
un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también –¿Tu papá cerró las ventanas? –pregunté.
él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos –Sí.
de preguntas: –Mi mamá también.
–¿Cuánto hace que se murió tu mamá? –¿Por qué lo habrán hecho? –Juanjo parecía asustado.
Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo. –Debe haber sido para que algo quedara en su sitio.
–Cuatro años –contestó. A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arra-
Pero mi rabia no se conformó con eso: sa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra;
–¿Y cómo fue? –volví a preguntar. hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las
Esta vez, entrecerró los ojos. costumbres cotidianas.
Yo esperaba oir cualquier respuesta, menos la que llegó desde –Si querés vamos a
su voz cortada. comer cocadas –le dije.
–Fue..., fue como un viento –dijo. Porque Juanjo y yo
Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. teníamos un viento en común. Y
Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por quizás ya era tiempo de abrir las
mi vida? ventanas.
–¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados?
–pregunté.
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vio el nuevo cuadro que Pedro había pintado, Juan tuvo una idea.
La mejor luna Y aunque se trataba de una luna ni tan grande ni tan redonda,
color de agua con azúcar, podía alcanzar para convencer a Melina
de que un pedacito de mar y una luna quieta se habían mudado
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Liliana Bodoc
Comencemos por un asunto muy senci- para que fuésemos felices. Y lo logró.
redonda es la luna que me dio el amor" llo pero, sin el cual, nada de lo siguien- Me casé a los diecinueve años. Pero
Melina es amiga del Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es te hubiese podido suceder: nací en la antes de eso, debo decir, había dejado
amigo de los colores. provincia de Santa Fe, en el año 1958. mis estudios secundarios. Los completé
Juan creyó que un cuadro podía reemplazar al verdadero cielo. Cuando tenía seis años, mi familia se apenas nacido Galileo, mi primer hijo. Y
Porque para eso están los niños, para soñar sin miedo. trasladó a Mendoza. Allí mi padre traba- luego cursé la Licenciatura en Literaturas
jó en una enorme fábrica de cemento Modernas en la Facultad de Filosofía y
Melina dejó de andar triste en las noches sin luna, porque para
rodeada de unas pocas casas y de Letras de la Universidad Nacional de
eso tenía la luna del amor.
muchas montañas de piedra y cal. Cuyo. Para entonces ya había nacido
Y Pedro sigue pintando cielos muy grandes, porque para eso En aquel sitio, la siesta resultaba, para Romina, mi segunda hija. No voy a decir
están los colores: para acercar lo que está lejos. los niños, una penosa obligación. Todos, que fue fácil. Pero fue posible.
de una forma o de otra, buscábamos Años después ejercí la docencia dando
pasajes, puertas, o cualquier clase de clases de Literatura Española y
abertura que nos permitiese escapar de Argentina. Recién a la edad de cuarenta
esas dos horas silenciosas en que los años me senté a escribir mi primer libro:
adultos, los gatos y los fantasmas dor- “Los días del venado”. La primera parte
mían. Yo la encontré en los libros. Ésa de una trilogía de épica fantástica que se
fue la puerta secreta que me llevó a otros editó en el año 2000.
tiempos y lugares. Desde entonces, no he dejado de escri-
Cuando tenía siete años, murió mi bir. Tampoco he dejado de agradecer la
madre. Recuerdo la tarde de viento calu- posibilidad de trabajar en lo que amo. Y
roso porque, según yo imaginé, era él mucho menos he dejado de pensar un
quien se la había llevado. mundo donde leer y soñar no sea un pri-
Desde entonces, mis tres hermanos y yo vilegio. Sino algo así como el pan de
hicimos y deshicimos de tal modo que cada día.
nuestra casa debe haber parecido una pista
de circo. Sin embargo, mi padre se esforzó ¿Querés leer más de esta autora?
Los días del venado, Los días de la Sombra y Los días del fuego; Memorias Impuras. Los
Padres”; Diciembre Súper Álbum; Sucedió en Colores, cuentos para niños;Reyes y
Pájaros; La mejor luna; El mapa imposible; Amigos por el viento.
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Ejemplar de distribución gratuita. Prohibida su venta.
Frida
Yolanda Reyes
De regreso al estudio. Otra vez, primer día de colegio. Faltan tres meses, veinte días y cinco horas para
las próximas vacaciones. El profesor no preparó clase. Parece que el nuevo curso lo toma de sorpresa.
Para salir del paso, ordena con una voz aprendida de memoria:
–Saquen el cuaderno y escriban con esfero azul y buena letra, una composición sobre las vacaciones.
Mínimo una página por lado y lado, sin saltar renglón. Ojo con la ortografía y la puntuación. Tienen
cuarenta y cinco minutos. ¿Hay preguntas?
Nadie tiene preguntas. Ni respuestas. Solo una mano que no obedece órdenes porque viene de
vacaciones. Y un cuaderno rayado de cien páginas, que hoy se estrena con el viejo tema de todos los
años: "¿Qué hice en mis vacaciones?".
"En mis vacaciones conocí a una sueca. Se llama Frida y vino desde muy lejos a visitar a sus abuelos
colombianos. Tiene el pelo más largo, más liso y más blanco que he conocido. Las cejas y las pestañas
también son blancas. Los ojos son de color cielo y, cuando se ríe, se le arruga la nariz. Es un poco más
alta que yo, y eso que es un año menor. Es lindísima.
Para venir desde Estocolmo, capital de Suecia, hasta Cartagena, ciudad de Colombia, tuvo que atravesar
prácticamente la mitad del mundo. Pasó tres días cambiando de aviones y de horarios. Me contó que en
un avión le sirvieron el desayuno a la hora del almuerzo y el almuerzo a la hora de la comida y que luego
apagaron las luces del avión para hacer dormir a los pasajeros, porque en el cielo del país por donde
volaban era de noche. Así, de tan lejos, es ella y yo no puedo dejar de pensarla un solo minuto. Cierro los
ojos para repasar todos los momentos de estas vacaciones, para volver a pasar la película de Frida por mi
cabeza.
Cuando me concentro bien, puedo oír su voz y sus palabras enredando el español. Yo le enseñé a decir
camarón con chipichipi, chévere, zapote y otras cosas que no puedo repetir. Ella me enseñó a besar.
Fuimos al muelle y me preguntó si había besado a alguien, como en las películas. Yo le dije que sí, para
no quedar como un inmaduro, pero no tenía ni idea y las piernas me temblaban y me puse del color de
este papel.
Ella tomó la iniciativa. Me besó. No fue tan fácil como yo creía. Además fue tan rápido que no tuve
tiempo de pensar "qué hago", como pasa en el cine, con esos besos larguísimos. Pero fue suficiente para
no olvidarla nunca. Nunca jamás, así me pasen muchas cosas de ahora en adelante.
Casi no pudimos estar solos Frida y yo. Siempre estaban mis primas por ahí, con sus risitas y sus secretos,
molestando a 'los novios'. Solo el último día, para la despedida, nos dejaron en paz. Tuvimos tiempo de
comer raspados y de caminar a la orilla del mar, tomados de la mano y sin decir ni una palabra, para que
la voz no nos temblara.
Ahora está muy lejos. En 'ESTO ES EL COLMO DE LEJOS', ¡en Suecia! y yo ni siquiera puedo imaginarla allá
porque no conozco ni su cuarto ni su casa ni su horario. Seguro está dormida mientras yo escribo aquí,
esta composición.
Para mí la vida se divide en dos: antes y después de Frida. No sé cómo pude vivir estos once años de mi
vida sin ella. No sé cómo hacer para vivir de ahora en adelante. No existe nadie mejor para mí. Paso
revista, una por una, a todas las niñas de mi clase (¿las habrá besado alguien?).
Anoche me dormí llorando y debí llorar en sueños porque la almohada amaneció mojada. Esto de
enamorarse es muy duro...".
Levanto la cabeza del cuaderno y me encuentro con los ojos del profesor clavados en los míos.
Y yo empiezo a leer, con una voz automática, la misma composición de todos los años:
"En mis vacaciones no hice nada especial. No salí a ninguna parte, me quedé en la casa, ordené el cuarto,
jugué fútbol, leí muchos libros, monté en bicicleta, etcétera, etcétera".
El profesor me mira con una mirada lejana, incrédula, distraída. ¿Será que él también se enamoró en
estas vacaciones?
Tener dos médicos en casa no es tan bueno como puede parecer. Padre especializado en
vías respiratorias y madre oncóloga pueden impedirte ser feliz. Un estornudo, y el tipo deja
los cubiertos en la mesa y me mira con cara de Facultad de Medicina.
Aunque intenta aguantarse, al rato nomás se me tira encima. Y lo peor de todo… ¡hace
como si estuviéramos jugando a la luchita para auscultarme los pulmones!
Madre oncóloga significa que está pendiente de los lunares que tengo en la espalda. Hasta
le puso nombre a los más grandes, Junio y Lucero, y les habla para mantenerlos a raya.
La cuestión se agrava si, además, sos hijo único; porque entonces sos paciente único.
Muy de tanto en tanto, les tocaba hacer guardia la misma noche. Pero eso no era mejor para
mí porque, desde luego, no me dejaban solo. Venía a cuidarme la hermana mayor de mi
mamá, que tenía un hijo de mi edad. A propósito de eso, mi tía siempre decía lo mismo.
Que ya habían “cerrado la fábrica”, que cuando empezó con náuseas creía que era un
ataque al hígado. Y cerraba con “Mirá lo que resultó… Ya tiene trece
años el ataque al hígado”. ¿Qué le causaba tanta risa? Yo bajaba los ojos para no odiarla.
Hijo único más hijo menor de mamá grande puede ser una mala junta. Y esa noche lo fue.
Ni mi primo ni yo quisimos hacer tanto daño, hacer tanta muerte. Porque la muerte también
se hace.
A la mañana siguiente, cuando me levanté, mi tía y mi primo se habían ido. Era sábado, y
me puse contento. En la cocina, mis viejos tomaban mate, comían facturas y hablaban
como siempre lo hacían: con una pasión que me resultaba exagerada.
—¿Cómo puede haber gente así? —decía mi vieja.
—Buen día —interrumpí.
—Buen día, mi amor. Ya te hago té con leche.
Me senté a la mesa, cubierta con un mantel que tenía estampadas calabazas, rodajas de
sandía y uvas. Mi mamá sacaba la leche. Recuerdo todo a la perfección, detalladamente. Su
brazo derecho sostenía la puerta de la heladera, su brazo izquierdo avanzaba hacia el
interior frío para sacar de allí un porta sachet de color violeta.
Ella, mi mamá, tenía puesta una bata rosada.
—¡Hay que ser basura! —murmuró mi viejo.
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Gallo Negro… Lo llevaron esta madrugada al hospital. Le echaron agua y pasó la noche
empapado.
¡Hay que ser basura! Esas palabras crecieron conmigo y me transformaron en lo que soy.
—Pero nadie se muere por eso —supliqué.
Mamá me respondió parada al lado de la cocina, donde esperaba que la leche no hirviera:
—Un balde de agua helada no te mata a vos, ni a mí. Pero si puede matar a un hombre
desnutrido, que se durmió mojado y a la intemperie.
—¿Pero quién pudo hacer algo así? —Mi viejo seguía empecinado en trazar el perfil
psicológico de la bestia que había mojado a Gallo Negro. Y yo pensé en mí.
—¿Dijo algo? —pregunté.
—Dijo que lo habían mojado desde un techo. Dijo que fueron dos ángeles. Pobre, deliraba
de fiebre.
Yo encogí las piernas y me abracé a ellas.
—Vos lo vas a curar, ¿no, papá?
Mi viejo creyó que eso era un acto de amor y confianza.
—Voy a hacer todo lo posible —sonrió.
Pasé casi todo el sábado en mi habitación. Para colmo, seguía lloviznando nieve.
Pasé el domingo con miedo. Y no quise salir a la calle.
En una esquina me esperaba la cárcel; en la otra, el infierno.
Llegó el lunes. Nunca había esperado con tanta ansiedad que mi viejo volviera del hospital.
—¿Cómo está Gallo Negro?
Mi papá debe haberse sentido orgulloso de mi sensibilidad social.
—Buenas noticias. Mejoró.
Yo me alivié. Me juré ser una buena persona minuto a minuto.
El martes y el miércoles fueron los mejores días de mi vida. Pero el jueves, a la hora de la
cena:
—Empeoró —dijo mi viejo.
El viernes, sin embargo, el parte médico cambió.
—Parece que los nuevos antibióticos están resultando.
Mi mamá hizo algún comentario escéptico, mencionó que los resultados de los análisis
generales y del chequeo no eran nada buenos. Pero yo preferí escuchar el optimismo de mi
viejo.
—Papá, ¿quién inventó los antibióticos?
—Fleming.
Lo pregunté para saber a quién debía agradecerle en silencio.
Lástima, para el resto de mi vida, que el lunes todo se oscureciera.
—No creo que Gallo Negro pase la noche. Lo vamos a extrañar.
Mi viejo se equivocó en lo de no pasar la noche.
Gallo Negro murió el miércoles. Llovía de nuevo.
Hay muchas maneras de saberse culpable. La mía es una rata.
Mis viejos eran médicos de un hospital público, estaban acostumbrados a ver morir gente.
Pero esta vez también se les había muerto una leyenda.
—Pobre —dijo mi papá para cerrar el tema.
—Pobre según se mire.
El comentario de mi mamá me puso en estado de alerta. Era obvio que mi viejo sabía a lo
que ella se refería. Entonces fui yo quien debió preguntar.
—¿Por qué según se mire?
—Tenía un cáncer terminal. No iba a vivir mucho.
Intenté consolarme con eso, pero no hubo forma.
Que Gallo Negro se fuera a morir pronto no significaba nada. La rata seguía royendo mi
corazón.
Nunca pude hablar con mis padres. No tanto por mí sino por ellos. Iban a sufrir, no iban a
saber qué hacer con sus manos.
Mi primo y yo dejamos de ser amigos, y tampoco hablamos del tema.
Por mi parte, hice todo lo que pude. Eso que algunos llaman locura y otros, vocación.
El hombre mira a su alrededor. Entra en el baño. Se lava las manos. El jabón huele a violetas. Cuando ajusta la
canilla, el agua sigue goteando. Se seca. Coloca la toalla en el lado izquierdo del toallero: el derecho es el de su
mujer. Cierra la puerta del baño para no oír el goteo. Otra vez en el dormitorio. Se pone una camisa limpia: es de
puño francés. Hay que buscar los gemelos. La pared está empapelada con dibujos de pastorcitas y pastorcitos.
Algunas parejas desaparecen debajo de un cuadro que reproduce Los amantes de Picasso, pero más allá, donde el
marco de la puerta corta un costado del papel, muchos pastorcitos se quedan solos, sin sus compañeras. Pasa al
estudio. Se detiene ante el escritorio. Cada uno de los cajones de ese mueble grande como un edificio es una casa
donde viven cosas. En una de esas cajas las cuchillas de la tijera deben de seguir odiándoles como siempre. Con la
mano acaricia el lomo de sus libros. Un escarabajo que cayó de espaldas sobre el estante agita desesperadamente
sus patitas. Lo endereza con un lápiz. Son las cuatro de la tarde. Pasa al vestíbulo. Las cortinas son rojas. En la
parte donde les da el Sol, el rojo se suaviza en un rosado. Ya a punto de llegar a la puerta de salida se da vuelta.
Mira a dos sillas enfrentadas que parecen estar discutiendo ¡todavía! Sale. Baja las escaleras. Cuenta quince
escalones. ¿No eran catorce? Casi se vuelve para contarlos de nuevo pero ya no
tiene importancia. Nada tiene importancia. Se cruza a la acera de enfrente y antes
de dirigirse hacia la comisaría mira la ventana de su propio dormitorio. Allí dentro
ha dejado a su mujer con un puñal clavado en el corazón.
MIL GRULLAS
ELSA BORNEMANN
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06 -borneman 25/2/11 11:27 Página 2
¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que
caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alre-
dedor. Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos her-
manos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida
madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:
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ELSA BORNEMANN
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Little Boy
Theodore Van Kirk tenía demasiadas medallas como para saludar a cualquiera. 15, además
de otros galardones que había recibido en los últimos años como reconocimiento a su
acción por la patria.
Theodore Van Kirk era un hombre estricto en sus horarios, así que subió al ascensor con el
tiempo necesario. Quería llegar tranquilo a su reunión con el coleccionista privado que
deseaba adquirir su licencia de vuelo. No tenía dudas de que sería una conversación
interesante. Theodore escucharía calmadamente para luego decir que no era cuestión de
precio sino de honor. Y que su licencia de vuelo, la que llevaba consigo aquella madrugada
de agosto, no estaba a la venta. Con seguridad, el coleccionista iba a ofrecer una cifra
suculenta. En esos años, veinte desde el final de la guerra, muchos habían intentado lo
mismo. Pero Theodore Van Kirk esperaba su lugar en un museo.
Por todas estas cosas, más sus 15 medallas, el ex piloto no reparó en la persona que había
en el ascensor. Apenas alcanzó a darse cuenta de que se trataba de un hombre.
Van Kirk no saludó al desconocido. Solo pensaba en su reunión cuando comenzó a bajar
desde el piso diecisiete de un edificio que tenía veinte pisos fastuosos. El edificio y el
ascensor eran modernos y elegantes, aun para la ciudad más bella de la tierra.
Desde luego, Theodore Van Kirk no tuvo ningún reparo en darle la espalda a su
acompañante. Estaba ensimismado en una sonrisa de orgullo, pensando en los elogios que
recibiría.
“Y usted, con tan solo 24 años, llevó a cabo la proeza que nos dio la victoria.”
“Y usted guiando aquel pequeño avión en medio de la noche. Porque era un avión pequeño,
¿verdad?”
12 tripulantes. Y sin embargo Van Kirk fue el más entrevistado, el más celebrado por sus
conciudadanos, y por las autoridades civiles y militares. El ex piloto tenía una explicación
para aquella preferencia: él nunca se había arrepentido, y había aceptado con orgullo las
acciones realizadas en cumplimiento de su deber.
En cosas como ésas pensaba cuando subió al ascensor en el piso diecisiete, con paso
seguro.
Pero llegando al piso trece, justo en la tumba de paredes, el ascensor se detuvo y todo
quedo súbitamente a oscuras. Theodore alcanzó a pensar, vagamente, que era una suerte
que no hubiese allí una mujer. Enseguida comenzaban a chillar y a golpear el piso con sus
tacones.
Sacó un encendedor de oro del bolsillo interno de su saco para iluminar la botonera.
–Buenas tardes –respondió la voz de un hombre de mediana edad, voz muy suave para el
gusto de Van Kirk.
En ese momento era imposible imaginar que la situación se prolongaría mucho más de lo
aceptable. Afuera, varias manzanas neoyorquinas estaban oscuras.
El ex piloto comenzó a pensar en las explicaciones que debería dar si es que el desperfecto
no se solucionaba rápido. La luz en la esfera de su reloj le permitía controlar el tiempo.
Siempre lo hacía. Lo hizo aquel 6 de agosto, veinte años atrás, cuando la orden fue “A las 8
horas con 16 minutos”.
Van Kirk no pudo evitar pensar que su fama lo perseguía hasta en un ascensor detenido.
–Gracias –contestó con una sonrisa mecánica que nadie pudo apreciar.
El hecho de que aquel hombre supiera que se trataba de un héroe de guerra lo obligó a
comportarse con educación. Por eso eligió un comentario que, en otras circunstancias, no
hubiese hecho.
–Eso mismo, el destino –dijo el hombre. Y agregó: –Fue el 6 de agosto de 1945. A las 08 y
16 de la mañana.
Protegido por la más absoluta penumbra, Van Kirk hizo una mueca de hastío... Encima le
tocaba un sabelotodo.
–El piloto que lo acompañaba se llama Paul Tibbets. Y el artillero, Tom Ferebes.
–Parece usted un ciudadano muy enterado. Ojalá todos fuesen así –dijo.
–Felicitaciones.
Para entonces, Theodore Van Kirk empezaba a pensar que la espera sería insoportable.
Habría preferido estar solo, completamente solo, y poder dar rienda suelta a su fastidio. En
cambio, estaba en compañía de un experto en la Segunda Guerra, un presuntuoso que no
paraba de darle datos estúpidos. Datos que, desde luego, él conocía de memoria.
De no haber sido por el encierro, lo hubiera despedido con un ademán. O quizás, si estaba
en un buen día, le hubiese otorgado una firma.
Por suerte, algunas voces les indicaron que estaban al tanto de su encierro y que
mantuvieran la calma porque el apagón era grande.
–El tiempo no tiene sustancia –dijo el hombre desconocido–. Se hace y se deshace, explota,
se extiende como una nube de humo.
¡Lo único que faltaba era que aquel individuo se creyera filósofo!
–Bueno –fue la seca respuesta del ex piloto, que empezaba a cansarse. Sin embargo, el
hombre continuó:
–Usted recibió 15 medallas. Y yo me permití sacar una cuenta... Es una medalla cada 9333
muertos.
–No entiendo.
El ex piloto de guerra, condecorado por la acción que puso fin a la Segunda Guerra
Mundial, decidió acabar con la conversación. Y por primera vez golpeó con fuerza las
paredes del ascensor detenido antes del piso trece. No tenía pensado pasar un mal rato, en
absoluto. Su idea era sostener una charla amistosa con el coleccionista privado que iba a
ofrecerle una buena cifra por su registro de vuelo.
La oscuridad se encrespó.
Van Kirk creyó saber quién era el otro hombre en el ascensor. Uno de esos pacifistas que
habían actuado como traidores a la patria. Sin embargo, el siguiente comentario iba a
desorientarlo. A él, ¡justamente a él! Al piloto que había guiado su avión sobre los cielos
japonenses para lanzar la bomba en el sitio indicado con una cruz roja en los mapas de
guerra.
–Estaba tan plácida la mañana en mi ciudad... Era tan celeste el cielo... El hombre se movió
apenas. Theodore Van Kirk sacó por segunda vez su encendedor de oro, y arrastró el dedo
por la piedra.
La llama iluminó el rostro de un hombre de alrededor de cuarenta años, de piel muy blanca
y ojos rasgados. ¿Estaba sonriendo? La llama se apagó. Van Kirk volvió a encenderla. ¿Era
una sonrisa o una mueca feroz? La luz del encendedor era incierta y escasa. Como fuera, no
había duda alguna de que el hombre se estaba acercando. Ya se hacía notorio el calor de su
cuerpo.
–Debo confesarle que nunca soñé con esto. No sueña un hombre con tener tanta fortuna.
Esta oportunidad es obra del cielo, y tendré que aprovecharla. ¡Theodore Van Kirk! Nunca
imaginé esto. Pero aquí estamos, usted y yo.
La voz era amenazante. Y Theodore Van Kirk se puso alerta. En esos años había ganado
peso, había perdido agilidad. Pero nunca se había arrepentido por lo hecho en favor de su
patria, y no iba a hacerlo ahora.
El hombre se abalanzó sobre él como si lo estuviese viendo, de tal modo que Van Kirk
perdió pie y quedó inmovilizado. No hacía falta más para que el ex piloto entendiera que
aquel desconocido sabía muy bien lo que estaba haciendo. Tal vez la rodilla del hombre
presionando su vientre hizo que Van Kirk, condecorado con 15 medallas, perdiera orín.
–Se llamaban Yuuno y Natsuki. Y lo mejor que hubiese podido pasarles era la muerte. Pero
no tuvieron esa suerte. Y en su nombre, usted va a repetir lo que siempre dijo.
El desconocido apretó su brazo contra la tráquea de Theodore Van Kirk, que apenas pudo
sacar un sonido áspero:
–No entiendo.
–Usted lo dijo, una y otra vez, en sus entrevistas... “En las mismas circunstancias, lo haría
de nuevo. Estábamos en una guerra” ¡Vamos, continúe!
Van Kirk sabía de memoria lo que tantas veces había afirmado, en ocasiones de recibir sus
medallas. 15 medallas. Una cada 9333 muertos.
–¡Repita!
–Ellas se llamaban Yuuno y Natsuki. Perdieron los dientes y el cabello, la piel se les fue de
a pedazos.
Van Kirk no supo si lo que caía sobre su rostro era sudor o llanto de su atacante.
–Siga...
–Una nación debe tener el valor de ganar la guerra con una pérdida mínima de vidas.
–Repita.
–Pérdida mínima.
–Repita.
–Yuuno y Natsuki.
–Repita.
–Volvería a hacerlo.
El ascensor se detuvo en planta baja. Cuando se abrieron las puertas automáticas, salieron
dos hombres que no parecían conocerse. Uno cargaba 15 medallas. Otro, dos niñas muertas.
En el año 2007, Van Kirk subastó su registro de vuelo por 358.500 dólares. Murió a los 93 años en el estado
de Georgia.
LITERATURA
GUÍA DE LECTURA N° 1
3- Describir los sentimientos que expresaban y sentían la hija y Juanjo, y luego qué
sentimientos los unían al hacerse amigos por el viento.
LA HIJA JUANJO
4- Explicar con tus palabras lo que entendés de las siguientes frases extraídas del
cuento (están escritas entre comillas porque son citas del cuento).
7- ¿Te gustó el cuento? Justificar tu respuesta. ¿Se lo leerías a alguien? ¿A quién? ¿Por
qué?
8- LEER atentamente el siguiente texto sobre las características del cuento realista,
subrayar las ideas principales.
9- Mencionar qué características de las que leíste sobre los cuentos realistas
aparecen en el cuento Amigos por el viento.
PARA SABER Y TENER EN CUENTA…
Género narrativo: agrupa aquellos textos literarios en los que un narrador relata
una historia. Por ejemplo: novelas, cuentos, fabulas, leyendas, mitos.
Género lirico o poético: está integrado por los textos literarios en los que quien
habla expresa sus emociones, sentimientos, experiencias. Se escribe en verso,
aunque también existe la prosa poética.
Género dramático: reúne los textos literarios que son escritos para ser
representados. Están formados por los parlamentos, que serán dichos por los
actores, y por las acotaciones, instrucciones que indican cómo deben moverse los
actores, cómo debe ser la escenografía, la iluminación, el vestuario, etc.
*Narrador testigo: conoce lo que sucede como un espectador de los hechos. Puede
narrar en primera o en tercera persona. Narra lo que ve, aquello que presencia,
pero que le sucede a otro.
La acción son los hechos que ocurren en la narración. Al igual que los
personajes, suelen haber acciones primarias y secundarias. Las acciones primarias
siguen una conexión temporal y lógica. No pueden quitarse de la narración, porque
entonces perdería todo el sentido. En cambio, las acciones secundarias son las que
amplían el relato, retrasan la resolución del conflicto. Podemos prescindir de estas
acciones, sin que el sentido se modifique. Las distintas acciones se relacionan entre
sí y forman una secuencia narrativa.
GUÍA DE LECTURA N° 2
ELEMENTOS DE LA NARRATIVA
TIEMPO
ESPACIO PERSONAJES ACCIÓN PRINCIPAL NARRADOR
3- Este cuento ¿Es un texto literario? ¿Por qué? Si lo es ¿a qué género literario
pertenece?
4- ¿Qué tipo de narrador tiene este cuento? Extraer un fragmento que justifique tu
respuesta. Leer la teoría sobre tipos de narrador en la página 13 del cuadernillo de
Lengua.
5- ¿Cuál es el conflicto de la historia?
6- Sugerir acciones que podrían realizar Guillo y su papá para solucionar los
problemas que tienen.
7- En los relatos” Amigos por el viento” y “Lluvia bajo la higuera” las familias están
deterioradas.
a) Explicar por qué se da esta situación en cada historia.
b) Analizar la actitud de cada uno de los personajes y mencionar cómo hubieras
actuado en el lugar de ellos.
GUÍA DE LECTURA N° 3
3- Responder
a) ¿Qué personaje narra la historia y es parte de ella?
b) ¿Dónde se encuentra el personaje que narra?
c) ¿A quién le habla?
d) ¿Qué emociones manifiesta el personaje que narra mientras cuenta su historia?
¿Por qué?
e) ¿Por qué siente la necesidad de contar su historia?
f) Explicar por qué La composición es un texto literario y por qué es un cuento
realista.
GUÍA DE LECTURA N° 5
CUENTO: “Frida”
1- Lectura completa del cuento.
2- Investigar y escribir una breve biografía sobre la autora.
3- Confeccionar esquema con los elementos de la narrativa.
4- Mencionar el tipo de narrador de este cuento. Extraer un fragmento que justifique
tu respuesta.
5- Responder
2- Leer el cuento
el protagonista.
se encuentran allí?
1- Leer y disfrutar del cuento “Mil grullas”, luego responder (respuestas completas y
coherentes).
3- ¿Qué tipo de narrador tiene este texto? Extraer un fragmento que ejemplifique el tipo
de narrador.
5- El cuento “Mil grullas” está basado en una historia real... Leerla y anotar las
diferencias entre el cuento y la historia verdadera. Podés hacer un cuadro
comparativo o lo que te parezca mejor.
Sadako Sasaki tenía dos años cuando cayó la bomba atómica en su ciudad natal,
Hiroshima. Aunque en ese momento no sufrió ninguna lesión, diez años más tarde, los
médicos le informaron que como consecuencia de la irradiación que le produjo la bomba,
padecía leucemia. Sadako fue internada en un hospital donde conoció a Chizucho, una
mujer que le contó sobre la leyenda de las grullas (tsurus).
La historia cuenta que, si tienes un deseo y construyes mil grullas, los dioses te
concederán tu petición. El deseo de la adolescente de 12 años era curarse de la leucemia,
por ello comenzó a hacer los famosos tsurus. Sin embargo, murió antes de terminar los
mil.
Sadako dejó 644 grullas de papel, pero sus amigos del hospital decidieron terminar su
labor. En honor a Sasaki, en Hiroshima se construyó una estatua donde aparece ella con
una grulla en su mano. Dicha escultura se encuentra en el Parque de la Paz en dicha
ciudad.
Cada 6 de agosto, miles de niños de todo el mundo mandan sus tsurus, hechos a mano, a
esta ciudad para que los coloquen en dicho espacio y a la vez, mandar el mensaje de paz.
6- ¿Te gustó este cuento? ¿Por qué?
Es importante que tengas en cuenta algo: Elsa Bonermann, la autora de Mil grullas,
inventa esta historia de amor, basándose en un hecho real: la bomba que tiran en
Hiroshima, en 1945, en un contexto de guerra. Esto no significa que Mil grullas no
sea un texto literario. Es literario porque la autora crea la historia de Naomi y
Toshiro, aunque tome hechos de la realidad.
GUÍA DE LECTURA N° 8
CUENTO: “Little Boy”
AUTORA: Liliana Bodoc