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Los 3 martillos

Había una vez un joven carpintero llamado Isaac, él era el carpintero peor pago del pueblo
donde residía, puesto que los demás carpinteros siempre decían cosas malas de él a sus
espaldas y por las ropas harapientas que vestía y las herramientas oxidadas y sin brillo que
usaba, puesto que venía de una familia pobre y no podía comprarse otras. A razón de esto
pocos le compraban sus trabajos o lo contrataban para una construcción. Sin embargo y aun
con todo en contra Isaac estaba conforme, puesto que le apasionaba la carpintería y todo lo que
conllevaba, incluso si apenas tuviera suficiente para comer o para mantener en condiciones la
pequeña cabaña donde dormía.
Cierto día Isaac estaba en su rutina diaria, dándole forma a un pedazo de madera para
convertirlo en un mueble, cuando de repente alguien se le acercó. Era un carpintero que residia
del otro lado del pueblo. Si, uno de esos mismos que lo difamaban. Este le pidió a Isaac si
podía ayudarlo a mover unos cuantos leños y piezas de madera en bruto hasta donde él vivía.
—Si me ayudas te daré un martillo viejo que tengo en compensación -le dijo el otro
carpintero- así podrás tirar esa cosa vieja.
Isaac se relamió los labios y lo pensó un momento, luego se dirigió al otro carpintero:
—Te ayudaré -dijo- pero rechazo el martillo, puesto que yo ya tengo uno y es todo lo que
necesito.
El otro carpintero aceptó gustoso la ayuda gratis de Isaac y ambos hombres cargaron los
maderos y se fueron pueblo adentro, no sin que antes Isaac guardase su martillo en una de las
trabillas de sus gastados pantalones.
A mitad de camino los dos hombres tenían que pasar por un puente bastante venido a menos
encima de un lago profundo. Isaac nunca había pasado por ahí, pero el otro hombre si, así que
este lo hizo primero. Isaac siguió al otro cargando los pesados leños con cierta dificultad, hasta
que, cuando estaba cerca de cruzar al otro lado, la trabilla de su viejo pantalón se rompió y su
martillo fue a parar directo al lago. Dejó la madera rápidamente junto al otro carpintero y fue a
ver si su martillo podía distinguirse en las oscuras aguas, solo para decepcionarse al no ver
nada.
Isaac se volvió hacia el otro carpintero, que le agradecía con un saludo y se iba con toda la
madera lista para trabajar.
—Es una lastima -le dijo- pero bueno, tu aceptaste hacer esto gratis, de lo contrario te hubiera
regalado otro martillo.
Y en cuanto se fue Isaac se arrodilló y se puso a llorar desconsolado por la pérdida de su
herramienta; ahora no podría trabajar para comprar la comida de cada día o para mantener la
humilde cabaña en la que dormía. En eso un hombre viejo y de blancas barbas se le acercó y
posando una mano en su hombro trató de consolarlo.
—¿Cuál es el problema muchacho? -preguntó el viejo.
—Mi martillo señor -dijo Isaac acongojado- se cayó y no sé nadar; no puedo recuperarlo.
Sin decir una palabra el viejo se arremangó la ropa y saltó a las oscuras aguas, al cabo de un
minuto surgió de esta con un martillo de acero inoxidable, impecable y reluciente.
— ¿Es este tu martillo? -preguntó a Isaac.
—No señor -respondió este.
El viejo volvió a sumergirse y un minuto después salió; ahora tenia en su mano un martillo
con el mango dorado y con detales labrados, una pieza de arte hecha para el mas digno
carpintero.
— ¿Y este? -repuso el viejo.
—No, ese tampoco es mi martillo -contestó Isaac ya sin lagrimas en el rostro.
El viejo se hundió en las aguas una tercera vez, en esta ocasión salió nuevamente levantando
un martillo viejo, con la madera astillosa y el metal oxidado y viejo.
— ¡Ese es! -vitoreó Isaac- ¡Es mi martillo!
El viejo volvió hasta donde estaba Isaac y le regresó su martillo, a lo que Isaac le abrazó y
preguntó de qué forma podría agradecerle por lo que acababa de hacer, a lo que el viejo
respondió:
—No hace falta. De hecho, yo ya no necesito trabajar, pues soy muy rico. Esos martillos de
acero y oro que saqué y tu rechazaste eran míos; puedes quedártelos, pues has demostrado que
no eres codicioso y que en tu corazón hay verdadera pasión por tu trabajo. Te los mereces.
Isaac agradeció al viejo y se marchó feliz de regreso a su cabaña para seguir trabajando.
Unos días después el mismo carpintero que había pedido la ayuda de Isaac volvió y se
sorprendió al verlo con los tres martillos en su posesión, tanto el que era suyo como los otros
dos, a lo que Isaac le contó la historia.
Con codicia en su corazón el hombre fue hasta el lago y se tiró esperando encontrar mas
martillos, pero se decepcionó al salir del agua y percatarse de que en el proceso de bucear
había perdido los suyos; el principal y el que anteriormente le había ofrecido a Isaac,
quedándose al final sin herramientas con las cuales trabajar.
De este relato se puede sacar la siguiente conclusión:
“La sinceridad y la buena voluntad valen mucho más que cualquier codicia”

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