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El músico Ishak de Mosul estaba sentado en su casa, junto a un brasero de cobre en que
calentaba sus manos. Era una noche fría de invierno. Afuera, en el jardín, el viento aullaba como un
león y la lluvia era torrencial. Ishak maldecía la tormenta pues se había quedado en su casa sin poder
visitar a sus amigos. No soportaba estar solo.
Inclinó la cabeza sobre sus rodillas, a punto de romper a llorar y, mientras imaginaba los caminos
cubiertos de barro, se dijo:
—¡Si por lo menos viniera Sayeda, la hermosa Sayeda que conocí en palacio no hace tanto!
—¡Querida Sayeda, si te hicieras presente, yo no moriría de pena! Apenas dijo esto, alguien golpeó
la puerta, y una voz de mujer preguntó:
—¿Acaso no enviaste a un mensajero por mí? ¿Cómo podría no responder a tu llamado? A pesar
de este tiempo horrible, vine a verte porque sé que estás triste.
Ishak ocultó como pudo su sorpresa. ¡Él no había enviado a nadie por Sayeda! Ah, pero ella estaba
allí ahora. ¿Qué importaba? Así es que dijo:
Y luego de que Sayeda se lavara sus manos y pies, Ishak propuso tocar el laúd y que ella cantara.
—¡Me encantaría! Pero esta noche quiero oír otra voz, algún hombre del pueblo, acaso uno de
esos mendigos que cantan por limosnas en las calles. ¿Por qué no miras si hay alguno frente a tu
puerta? —propuso Sayeda.
Ishak se rio. ¡Con esa tormenta no pasaría ni un camello! Sin embargo, para no desairar a su
invitada, entreabrió la puerta y, para su sorpresa, un mendigo ciego se hallaba en el umbral
golpeando el suelo con su bastón mientras gritaba:
—¡Qué ruido produce esta tempestad! ¡Qué desgracia ser un pobre cantor! ¡Nadie puede
escucharme hoy! ¡Y si no canto, me muero de hambre!
—¡Entonces pasa! ¡Qué oportuna es tu presencia! ¡Qué noche tan extraña, Sayeda! Encontré a un
mendigo tal como deseabas, y luego de comer y beber cantará para nosotros.
—Ah, sí ya he oído hablar de ti, tú eres el músico. Quisiera que cantes para mí. Ishak tomó el laúd
y tocó y cantó.
De mala gana, Sayeda tocó el laúd y cantó, pero enseguida el mendigo la interrumpió:
—¡Basta! ¡Estás rompiendo mis oídos! Sayeda, furiosa, arrojó el laúd a un costado y quiso irse de
la casa. Ishak se arrodilló a sus pies para detenerla; luego anunció al mendigo:
El viejo consintió, pero le pidió un laúd que nadie hubiera tocado antes. Entonces cantó con una
voz potente:
Los amigos se miraron en el límite del asombro, hasta que Sayeda se enojó:
—Pero… ¿qué dices? —dijo el viejo. Y luego, con un ruego lastimero le pidió algo de beber.
Aturdido y contrariado, el músico fue por bebidas a otro cuarto. Al volver, Ishak no vio al mendigo
en la sala, tampoco a Sayeda. ¿Dónde estarían? De la sorpresa pasó al pavor cuando comprobó que
la puerta estaba cerrada por dentro. ¿Acaso había vivido una ilusión?
Acercó otra vez sus manos al calor del brasero. Al fin, tomó el laúd buscando en la música un
poco de compañía, porque ya nadie llamó a su puerta esa noche.
La llegada de Sayeda a la
provocó que
casa de Ishak.
“Ishak juró que no le había contado nada [al ciego] y Sayeda terminó por creerle;
ambos se dieron un abrazo y el viejo volvió a cantar:
Ah, qué hermoso es pelear por tonterías.
Y darse un abrazo para celebrar la amistad.
Ishak, aturdido, finalmente creyó comprender:
—¡Tú eres un falso ciego! ¿Cómo sabes que nos abrazamos?”.
6. Imagina que Ishak y Sayeda se ven al día siguiente en un bazar de la ciudad. Escribe un texto
breve en el que narres este encuentro.
Redacta tu relato en máximo media plana.
Incluye diálogos empleando adecuadamente los guiones de diálogo.