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Semana 3

SEMINARIO
DE TEORÍAS Y
CORRIENTES
CONTEMPORÁNEAS
DE A PSICOLOGÍA I

Lectura
El estadio
del espejo:
introducción a la
teoría del yo en
Lacan.

Bibliografía:
Blasco, J. (1992). El estadio del espejo: introducción a la teoría del yo
en Lacan. Espacio Psicoanalítico de Barcelona. 32 (2), pp.1-11.

Material compilado con fines académicos, se prohíbe su reproducción total o parcial sin
la autorización de cada autor.
El estadio del espejo:
Introducción a la teoría del yo en Lacan*
Josep Maria Blasco
Espacio Psicoanalítico de Barcelona
Balmes, 32, 2ž 1ł – 08007 Barcelona
jose.maria.blasco@epbcn.com
+34 93 454 89 78

22 de octubre de 1992

Introducción
El objetivo de esta conferencia es presentar a Jacques Lacan y su obra.
Lacan fue un psicoanalista francés que revolucionó el mundo del psicoanálisis
proponiendo formulaciones nuevas y maneras distintas de enfocar problemas
antiguos. Puede decirse que nadie ha tenido, después de Freud, tanta influen-
cia sobre la teoría analítica: hoy día poco se publica en psicoanálisis que no
la recoja, reconociéndolo o no. Vamos a intentar aquí un esbozo de aproxi-
mación a su producción presentando su estadio del espejo, no sin antes dar
un repaso breve a su vida y a su obra.
*
URL de este documento: https://www.epbcn.com/pdf/jose-maria-blasco/
1992-10-22-El-estadio-del-espejo-Introduccion-a-la-teoria-del-yo-en-Lacan.
pdf. Versión html en https://www.epbcn.com/textos/2005/12/
el-estadio-del-espejo/. Conferencia anunciada bajo el título La formación del
yo según Lacan (El estadio del espejo) y leída en la sede de la Escuela de Psicoanálisis
de Ibiza el 22 de Octubre de 1992 a las 20:30. Publicada en 7 Conferencias del ciclo
Psicoanálisis a la vista, Escuela de Psicoanálisis de Ibiza, Eivissa, Junio de 1993.

1
1. Lacan
Jacques Marie Emile Lacan nace en París el 13 de Abril de 1901,1 , en una
familia católica. Educado por los jesuitas, estudia medicina, especializándose
en psiquiatría. En 1932 defiende su tesis, De la psicosis paranoide en su
relación con la personalidad,2 que marca su entrada en el campo analítico.
Asociado a la Sociedad Psicoanalítica de París, la única en ese momento
existente en Francia, interviene activamente en su funcionamiento desde su
fundación. En 1951 empieza un seminario sobre el caso Dora que se dicta en
su casa y al cual asisten unos veinticinco analistas en formación.
El 16 de Junio de 1953 un grupo de analistas (entre los que está La-
can) abandonan la Sociedad Psicoanalítica de París para crear la Sociedad
Francesa de Psicoanálisis, debido a divergencias de política interna con el
grupo mayoritario de la Sociedad. Ese mismo año Lacan dirige el semina-
rio de estudios freudianos, dedicado en 1953-54 a Los escritos técnicos de
Freud,3 que continuará anualmente durante casi toda su vida. La nueva so-
ciedad se enfrenta a un reconocimiento que no acaba de llegar por parte de
la Asociación Psicoanalítica Internacional: la única sociedad reconocida por
la Internacional era la Sociedad de París. Alrededor de 1963 la Internacional
plantea sus condiciones para la admisión de la nueva sociedad: Lacan debe
ser inhabilitado como docente y didacta. Un comité formado por compañeros
y analizantes de Lacan vota por escasa mayoría la inhabilitación de Lacan;
Lacan, con el que estaban muchos analistas y buena parte de los alumnos de
la Sociedad, responde dimitiendo.
Después de unos meses de incertidumbre, Lacan funda en 1964 la Escuela
Freudiana de París. Esta vez Lacan, que ya no busca el reconocimiento de la
Internacional, es amo de su propia escuela, que movilizó a la intelectualidad
francesa desde su fundación hasta su disolución por Lacan a mediados de
1980. Lacan abre su seminario al público, dirige la Escuela que ha creado,
interviene en la Universidad creando un departamento de Psicoanálisis, pu-
1
La mayoría de la información que sigue está sacada de Lacan: Itinerario de su obra,
de Marcelle Marini (Nueva Visión, Buenos Aires, 1989) bastante crítica con Lacan y
con su escuela, y de Escisión, Excomunión, Disolución, recopilación erudita de orientación
hagiográfica de Jacques-Alain Miller (Manantial, Buenos Aires, 1987). Los dos son útiles
como referencia.
2
La psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personalité, Le françois, 1932 (Hay
traducción española en Siglo xxi, México, 1976). Que ese escrito marque su entrada es su
propio comentario, Cf. sus escritos (Siglo XXI, 15ł Edición corregida y aumentada, 1989;
primera edición en francés: écrits, Éditions du Seuil, 1966), «De nuestros antecedentes»,
nota al pie de la página 59.
3
El Seminario de Jacques Lacan. Libro 1: Los escritos técnicos de Freud. 1953-1954,
Barcelona, Paidós, 1981. La introducción al seminario es del 18 de Noviembre de 1953.

2
blica, interviene en congresos, etc. En el momento de su disolución, la escuela
contaba con más de mil miembros.
Poco antes de morir, Lacan funda sobre los restos de su anterior escuela
la Escuela de la Causa Freudiana, que dejará en manos de su yerno y albacea
literario, Jacques-Alain Miller. Lacan muere en París el 9 de Septiembre de
1981.

2. Su obra
Describir la obra de Lacan no es fácil. No existe edición alguna de sus
obras completas, como es el caso con Freud. Muchos de sus artículos se pu-
blicaron en revistas ya desaparecidas, y son, por tanto, casi inencontrables;
en cuanto a su seminario, está en proceso de publicación4 (8 volúmenes en
francés de 27, siete de ellos traducidos al español). Lacan publicó en 1966 una
selección de sus escritos, que tituló justamente escritos (hay traducción espa-
ñola en la editorial Siglo XXI5 ) y contienen lo que se considera fundamental
de su obra y es en cualquier caso material imprescindible de referencia para
introducirse a su lectura. Densos, difíciles y brillantes (Lacan fue calificado
en más de una ocasión de Góngora del Psicoanálisis por el preciosismo de
su escritura), plantean los fundamentos de lo que se desarrollará con mucho
más detalle en los seminarios.
Hablar del seminario de Jacques Lacan es hablar también del fenómeno
cultural que supuso en Francia. Desde el principio, Lacan supo atraer a las
mentalidades más brillantes del París de su época: citemos a Claude Levi-
Strauss, Jean Hyppolite o Henry Ey como ejemplo. A partir de 1964, año
de la fundación de la Escuela Freudiana, son abiertos al público: más de 500
personas, todas con su grabadora para no perder palabra de lo que dice Lacan,
llegan a agolparse en salas previstas para no más de 200. Entre sus alumnos
se cuenta a Deleuze, Guattari, Foucault, etc.: la mayoría de los intelectuales
de su generación pasaron en un momento u otro por el seminario. Lacan lo
realizó año tras año desde 1953; durante casi veinte años fue semanal. Seguir
4
No podemos evitar reunir aquí nuestra protesta con la que ya es clamor entre los
lectores de Lacan por el secuestro al que su albacéa literario tiene sometida la publicación
de los seminarios todavía inéditos: desde 1975, año de la publicación en francés del xx,
solo hemos podido leer los vii, xvii y viii (este ultimo todavía no traducido al español).
Como todavía faltan más de veinte, y suponiendo que desde el xxii ya estaban publicados
en revistas y solo falta editarlos como libros, un simple cálculo sitúa de todos modos casi
a mitad del próximo siglo el final de su publicación. Y si no podemos presuponer nada
sobre la esperanza de vida (queremos decir la suya propia) de J.-A. M., la nuestra no nos
parece tan holgada...
5
Jacques Lacan: Escritos. Ver nota 2.

3
su proceso es seguir la evolución del pensamiento de Lacan; saltándonos
forzosamente muchas cosas, podemos dividir su enseñanza en tres periodos,
aun cuando sean en algo artificiales, pues en muchos casos la elaboración de
los temas que les asignamos se solapan en el tiempo.
En el primer periodo, bajo la consigna del retorno a Freud,6 Lacan rein-
terpreta los textos freudianos, utilizando referencias tomadas de la filosofía y
la lingüística. La tesis de Lacan es que Freud hubiera escrito de un modo com-
pletamente distinto si hubiese dispuesto de las herramientas conceptuales de
la lingüística, demasiado nueva en tiempos de Freud para que pudiese apro-
vecharla. Así, resalta que al interpretar los sueños, Freud trabaja con textos
(el relato del sueño) compuestos de palabras, y que solo sobre esas palabras
realiza las operaciones que conducirán a la interpretación, que a su vez está
compuesta por palabras. Lacan encuentra en las operaciones de condensación
y desplazamiento de Freud las figuras de la metáfora y la metonimia; y no
se trata de simples cambios de nomenclatura o juegos de palabras: aplicando
los conceptos que encuentra en Freud y los que él mismo desarrolla, Lacan
realiza la crítica de la literatura analítica de su tiempo, para mostrar sus
impasses conceptuales y cómo desde su perspectiva muchos de esos impasses
son solventables; a la vez, su conceptualización le permite señalar puntos de
la teoría freudiana que, siendo esenciales, habían sido olvidados, por difíciles
o por incomprendidos.
De este primer periodo son algunas de sus formulaciones más conocidas:
el inconsciente es el discurso del Otro, o el deseo del hombre es el deseo del
Otro, o el inconsciente está estructurado como un lenguaje; aquí empieza
también la construcción de una de sus teorías más fecundas, la de lo Real, lo
Imaginario y lo Simbólico, cuya elaboración no abandonará en toda su vida.
Cuando hablemos más tarde del estadio del espejo tendremos ocasión de
encontrarnos con lo Imaginario. Habremos de mencionar también los análisis
que realiza Lacan sobre las relaciones entre el amo y el esclavo según Hegel,
su aproximación a lo que podría ser la Ética del Psicoanálisis 7 en el seminario
que lleva ese nombre, y la teoría del yo escindido cuyo esbozo daremos.
La segunda época de la enseñanza de Lacan podría denominarse el perio-
do de los matemas. Lacan se cuestiona continuamente: £es el Psicoanálisis
una ciencia? Para medir la posible respuesta, Lacan se interroga sobre la
estructura de las ciencias, y se propone encontrar un medio de explicar el
Psicoanálisis que lo haga universalmente transmisible, condición de la cien-
cia moderna. Para tal fin, Lacan recurre a las Matemáticas, la Lógica y
la Topología, buscando en sus aparatos conceptuales elementos que puedan
6
En los primeros números del Seminario.
7
Seminario vii, Paidós, Buenos Aires, 1988.

4
servir para la construcción de fórmulas que definan lo esencial de la teoría
analítica. El empeño, obviamente, es arriesgado. Además, es claro que siendo
el psicoanálisis una práctica además de una teoría, y siendo esa teoría, por-
que interpreta, incomprensible en su totalidad sin el ejercicio de su práctica,
no puede hacerse un matema de todo el psicoanálisis; tampoco es que Lacan
lo pretenda. Sin embargo, su uso de fórmulas y referencias topológicas es
extremadamente polémico, pues no es conforme a las reglas de las ciencias
de las que las toma prestadas; por otra parte, a Lacan le sirven para decir
toda una serie de cosas, nuevas y muy útiles, sobre el psicoanálisis, haciendo
avanzar así su teoría. De esta época son los matemas del deseo, la deman-
da, el fantasma, el Edipo, la sexuación, etc., los cuatro discursos, y algunas
fórmulas paradójicas como no hay acto sexual,8 no hay relación sexual, o La
mujer («la» con mayúscula) no existe.9
En sus últimos años, Lacan se dedicó a volver sobre su propia teoría, es-
pecialmente sobre lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico, para, con ayuda de
la topología y la teoría de nudos, intentar una metaformalización. Dio mucha
importancia al nudo borromeo: se trata de una figura compuesta por tres
redondeles entrelazados entre si de tal modo que si uno de ellos se corta, los
demás quedan libres, sin estar ninguno enlazado a otro más que por la estruc-
tura de la unión de los tres. El estudio del nudo borromeo le permitió intentar
situar lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico, y, en sucesivas aproximaciones,
el objeto a, el síntoma, y otros elementos de la teoría.

Figura 1: El nudo borromeo

Lacan viene precedido de una reputación de difícil a la que nunca dejó


de hacer honor, probablemente para preservar su teoría de una vulgarización
8
Seminario xiv, La lógica del fantasma, no publicado en España.
9
Por ejemplo en el Seminario xx, Aún, Paidós, Barcelona, 1981. (El título en francés
es Encore, de lo que Aun no es una traducción muy correcta. Lo serían más o todavía.)

5
similar a la que sufre la obra de Freud. Su lectura, en efecto, no es fácil,
pero tampoco lo es la de Freud en absoluto, aunque pueda parecerlo. Lacan
consigue así que sea evidente lo que en Freud debe aprenderse, su dificultad,
lo cual tampoco está exento de peligros: pues si de la lectura de Freud uno
puede «entender» sus análisis de casos suponiendo de relleno a la teoría, en
el caso de Lacan la brillantez de sus fórmulas más paradójicas puede llevar
a repeticiones de tipo religioso. En cualquier caso la amplitud y riqueza de
sus referencias ha seducido a muchos, y es estudiado hoy, aparte de por los
psicoanalistas, por filólogos como teórico del lenguaje y práctico del comen-
tario de textos, por sociólogos por su teoría de los cuatro discursos, por el
movimiento feminista por sus teorías sobre la diferencia entre los sexos y la
mujer, por los filósofos, etc.

3. Introducción a la teoría del sujeto en La-


can
Introduciremos ahora la teoría del yo en Lacan, antes de centrarnos en
el estadio del espejo, fijando nuestra atención en una frase que se encuentra
al principio del artículo donde lo expone y que puede parecer enigmática,
aunque se aclara en desarrollos posteriores. Refiriendose a la experiencia del
yo en psicoanálisis, Lacan dice: «Experiencia de la que hay que decir que
nos opone a toda filosofía derivada directamente del cogito».10 Al nombrar
el cogito, Lacan se refiere a la conocida frase de Descartes en el Discurso del
Método pienso, luego existo, que en Latín es justamente cogito, ergo sum.
Tenemos pues

cogito, ergo sum

que equivale a

pienso, luego existo,

o bien

pienso, luego soy,

o, para señalar los sujetos,


10
Para esta discusión hemos consultado al artículo de Serge Cottet titulado Pienso
donde no soy, soy donde no pienso, contenido en la recopilación Presentación de Lacan
dirigida por Gérard Miller (Manantial, Buenos Aires, 1988), y una versión anónima de
La lógica del fantasma.

6
yo pienso, luego yo soy.

Lacan señala la diferencia entre el sujeto del enunciado y el de la enunciación:


por ejemplo, cuando se dice yo miento no se incurre en ninguna paradoja,
pues quien dice yo miento no es el mismo yo que miente (de lo contrario,
esta frase, que tiene sentido para cualquiera, sería efectivamente una con-
tradicción: si yo miento al afirmar que yo miento, digo la verdad, lo cual es
imposible, pues lo que digo es que miento).

Yo digo: «Yo miento». No hay paradoja ni contradicción.

De un modo similar, en la frase de Descartes yo pienso, luego yo soy nadie


garantiza que el yo que piensa sea el mismo que el yo que es. La formulación
clásica conecta el yo pienso con el yo soy mediante un luego, que, en este
contexto, equivale a una implicación, lo que en lógica formal se escribiría

«yo pienso» ⇒ «yo soy»

y se lee «yo pienso» implica que «yo existo», o sea yo existo porque pienso.
Vemos así que yo soy y yo pienso están conectados por un operador lógico;
sin embargo, la demostración cartesiana está basada en no diferenciar entre el
yo del soy y el yo del pienso, lo cual le permite y le fuerza a escribir su luego:
el luego es pues la indiferenciación de los dos sujetos. Si ésta es cuestionada,
cabe preguntarse por una nueva forma lógica que pueda conectar a esas dos
frases. Una posibilidad consiste en pensar en una relación de inclusión: así,
una manera de interpretar la frase es

yo pienso: «luego yo existo»,

es decir, lo que pienso es la frase «luego yo existo», con lo que «yo existo» es
parte de lo que pienso. Otras posibilidades serían la alternativa

yo pienso o yo existo

o la disyunción

yo pienso y yo existo.

El conector lógico que Lacan elige para entender la frase desde la perspectiva
de la experiencia psicoanalítica es sin embargo la operación booleana del o
exclusivo: el o exclusivo es aquel que aparece en frases del tipo «o una cosa
u otra», siendo una cosa y otra mutuamente excluyentes, como en

o vienes o te quedas,

7
donde es imposible que pueda a la vez venir y quedarme. Transformado así,
el cogito es ahora

o yo pienso, o yo existo,

que equivale a

o no pienso, o no existo,

o, para utilizar una formulación de Lacan más elegante:

pienso donde no soy, soy donde no pienso.

Lo que equivale a decir que donde soy el sujeto del inconsciente, ahí no
pienso, piensa si acaso el inconsciente, piensa el eso, pero no yo; y donde
yo pienso, ahí el lugar de mi ser está vacío, ese yo que piensa está, como
veremos, fundamentalmente alienado en el otro lado del espejo: no está, de
ese ser no hay nada. Lacan llegará a decir que pienso en el lugar del Otro,
que soy pensado. Esto quedará más claro al estudiar en seguida en estadío
del espejo. Hemos presentado hasta aquí uno de los conceptos lacanianos
fundamentales, el del sujeto dividido, barrado o escindido, que él escribe con
una S mayúscula tachada para indicar así su división.

S/
Figura 2: Símbolo lacaniano del sujeto barrado

4. El estadio del espejo


Lacan basa su teoría del estadio del espejo11 en la siguiente observación:
la cría de hombre, a una edad en que se encuentra por poco tiempo, pero
todavía un tiempo, superado en inteligencia instrumental por el chimpancé,
reconoce ya sin embargo su imagen en el espejo como tal. La edad en cuestión
va desde los seis a los dieciocho meses, y Lacan observa que el reconocimiento
va acompañado siempre de una expresión jubilosa en el niño. A los seis meses,
el niño puede ser todavía un lactante, y desde luego no coordina su cuerpo
lo suficiente como para dominar su postura; sin embargo, si tiene un espejo
11
El estadio del espejo como formador de la función del yo [Je] tal como se nos presenta
en la experiencia analítica, Escritos, edición citada, pp. 86-93. Los pasajes en cursiva están
tomados del texto.

8
cerca puede sentir interés como para gatear o arrastrarse hasta encontrar una
posición que le permita obtener del espejo lo que Lacan llama una imagen
instantánea de si mismo.
Lacan analiza el contraste entre la impotencia motriz y la dependencia de
la lactancia, por una parte, y el hecho de que su imagen especular sea asu-
mida jubilosamente, por otra. Analiza la prematuración biológica del niño,
esto es, el hecho de que la cría del hombre nace prematura, en el sentido de
que muchos de sus rasgos son al nacer y durante un cierto tiempo todavía
fetales, y sus consecuencias en cuanto a la duración de la situación de des-
valimiento en que el niño se encuentra, mucho mayor que en cualquier otra
especie, para introducir la noción de cuerpo fragmentado, que viene a descri-
bir la impotencia de coordinación motriz del niño. Basta observar el pataleo
descoordinado de cualquier bebé y pensarlo en relación con el deseo que lo
anima para encontrar feliz el termino lacaniano.
Tenemos pues un niño sumido en la descoordinación motriz, en el cuerpo
fragmentado. Cuando se mira en el espejo, sin embargo, se mira con sus ojos,
que resultan no estar afectados por la prematuración, y, observa Lacan, su
expresión es jubilosa. Y es que se reconoce; o mejor: reconoce su imagen como
tal en el espejo. Y aquí viene el punto clave de la argumentación: aquel que
el niño mira y reconoce, ese que le imita tan bien, y que tarde o temprano
descubrirá que es él mismo, o su imagen, para hablar propiamente, ese no
descoordina, no tiene cuerpo fragmentado, eso — es para él: su imagen se le
aparece entera, dotada de una unidad que él no puede atribuir a la percepción
de su propio cuerpo. De aquí se deriva el contento del niño y toda una serie
de otras consecuencias.
En efecto: ese otro que le mira tras el espejo y que le cautiva, pronto
aprenderá que es él, incluso se le dirá: «Mira, ese eres tú» señalándole la
imagen. Imagen entera de un cuerpo que no se percibe como siendo entero,
imagen que anticipa una maduración del dominio motriz que por el momento
no se tiene. «Eres tu»: imagen pues de mí, imagen de mi yo, imagen del
yo. La primera identificación, dice Lacan, imaginaria. Ahora bien, en Freud
el yo es justamente eso: una superposición de identificaciones imaginarias.
De donde Lacan deduce: esa primera identificación ante el espejo es clave
para la formación del yo, es literalmente originaria y fundadora de la serie
de identificaciones que le seguirán luego e irán constituyendo el yo del ser
humano.
Sin embargo, a la vez que originaria, esa primera identificación es en sí
profundamente alienante: para empezar, el niño se reconoce en lo que sin
duda alguna no es él mismo sino otro; en segundo lugar, ese otro, aun si
fuese él mismo, está afectado por la simetría especular, condición que luego
se reproducirá en los sueños; en tercer lugar, aquel que se reconoce como yo

9
no está afectado de mis limitaciones, él no tiene los problemas que yo tengo
para moverme. Aquí Lacan dirá: esa es la matriz del yo ideal; y: eso jamás se
alcanza, a ese lugar tras el espejo en el que todo va bien solo podrá tenderse,
a lo sumo, asintóticamente.

Figura 3: La curva representada por la línea gruesa es asintótica respecto del eje horizontal:
cada vez se acerca más, pero nunca llega a alcanzarlo. Se dice que lo alcanza en el infinito;
para nosotros: en la muerte.

Punto ideal, pues. Y matriz de todas las identificaciones que vendrán


luego: cualquier otro a quien yo ame en algo, aquel a quien vea con buenos
ojos, narcisismo ya desde Freud, estará para mi en el lugar de esa imagen
alienante en la que confluyen mi ideal del yo y mi cuerpo sin fragmentar. Es
por eso que Lacan puede decir en La agresividad en Psicoanálisis 12 que en el
momento en que al otro ya no lo amo sino que deseo agredirlo lo que está en
la base de mi agresión es el retorno a mi cuerpo fragmentado: en el momento
en que ya no se sostiene la identificación con el otro, la imagen falla.
Este es, a grandes rasgos, el estadio del espejo. Haberlo introducido nos
permitirá ahora realizar una discusión breve del mismo y mencionar su rela-
ción con la concepción lacaniana del otro.

5. Discusión
Se plantea una duda: £Qué sucede entonces si el niño, por alguna cir-
cunstancia, no se encuentra con ningún espejo en la edad en la que, según
la descripción, debería pasar por su estadio? Después de todo, el espejo es
un invento relativamente moderno. La respuesta es sencilla, pues no suce-
de nada distinto; en primer lugar, la identificación que describimos puede
también producirse con otro, por ejemplo con la madre; por otra parte, la
descripción procurada es una construcción en el sentido psicoanalítico, que
12
Escritos, edición citada, pp. 94-116.

10
sirve de apoyo para comprender la estructura del yo y de la identificación
con los semejantes, no un hecho histórico por el que todo ser humano tenga
que pasar.
Cabe preguntarse también por la relación entre el estadio del espejo y los
estadios libidinales del desarrollo tal como se conocen desde Freud (las etapas
oral, anal, fálica, etc.). El hecho es que Lacan no inserta su estadio en esa
cadena, con la que por otra parte será muy crítico durante toda su vida. En
este sentido, respondemos a la pregunta del mismo modo que a la anterior:
se trata de una construcción puramente estructural, no una descripción para
poder decir luego «he regresado al estadio del espejo».
La elaboración de la figura del otro (y más tarde del Otro con mayúscula
o gran otro) es capital en Lacan. El otro, en tanto viene a ser otro como yo, mi
semejante, como se dice, viene a ocupar precisamente el lugar que mi imagen
ocupaba en el espejo, en el sentido de que por ser la experiencia del espejo
formadora, simplemente no hay otro lugar. Explicación luminosa del aspecto
narcisista de toda identificación, a la vez que introducción de la temática de
alienación en la captura por la imagen del otro; recordemos que ese lugar
es a la vez el de mi imagen y el de mi alienación y mi desconocimiento: ese
es el lugar, el de mi desconocimiento, que viene a ocupar el otro. Y de ahí
me vendrá, de lo que el otro es, sabe y dice, pero yo desconozco, lo que yo
creeré ser, querré saber, y pensaré pensar, pensando pero sin ser, o siéndolo
sin pensar.

6. Para terminar
Esto es lo que quería decir para introducir el pensamiento de Lacan y
su estadio del espejo. Solo me queda, antes de disponer el turno de pregun-
tas, animar a quien no lo haya hecho todavía a ir a buscar en los textos de
Lacan lo que hemos presentado aquí. Si lo hacen, me atrevo a asegurarles
que disfrutarán con su lectura, ya que su prosa es magnífica; y este texto, el
del estadio del espejo, pues bien, a pesar de la fama de Lacan, éste no es difícil.

Barcelona, 1-14 de octubre de 1992

11
Semana 3
SEMINARIO
DE TEORÍAS Y
CORRIENTES
CONTEMPORÁNEAS
DE A PSICOLOGÍA I

Lectura
La psicología
del Yo.

Bibliografía:
Tessier, H. (2010). La psicología del Yo. Revista de Psicoanálisis Alter
Investigación y traducciones inéditas. Núm. 6. pp. 1-7 Recuperado
de https://revista-alter.bthemattic.com/files/2014/11/3.-La-psicolog%-
C3%ADa-del-yo-v.-ALTER.pdf

Material compilado con fines académicos, se prohíbe su reproducción total o parcial sin
la autorización de cada autor.
ALTER Nº6
DESPUÉS DE FREUD
La psicología del yo*
Hélène Tessier

La psicología del yo no constituye una realidad única. Puede dividirse al menos


en dos fases: el periodo Hartmann, que alcanza su apogeo entre los años 1950-1960 (1)
para caer durante los años 70s y, a partir de 1960, otro periodo en el que se vuelven
predominantes los trabajos de Jacob Arlow y Charles Brenner, quienes no compartían
todas las posiciones de Hartmann y sus colaboradores(2). Los psicólogos del yo, aunque
ahora se agrupen con psicoanalistas de una orientación algo distinta –con el nombre de
Contemporary freudians-, aún constituyen una corriente importante dentro del
psicoanálisis anglófono (Kernberg, 2001; Wallerstein, 2002).

1. La psicología del yo de Hartmann y sus colaboradores.

Hartmann y sus colaboradores introdujeron en Estados Unidos una concepción


del psicoanálisis que contrastaba fuertemente con aquélla que predominaba en los años
1920-1930. Así, el lugar que concedían a la metapsicología y su preocupación por la
precisión del vocabulario psicoanalítico eran tales que a veces atribuimos el desinterés
actual por la terminología metapsicológica a la extrema tecnicidad del vocabulario del
grupo Hartmann (Bergmann, 2000). La naturaleza de las críticas formuladas hoy contra
la época Hartmann también nos da una idea de su distancia respecto a la cultura
americana. Se ha reprochado a los psicoanalistas del grupo Hartmann su pasión
«europea» por el intelectualismo (european intellectuality), su autoritarismo (germanic
order) y los métodos jerárquicos de enseñanza que imponían en los institutos de
psicoanálisis. Su apego al «dogma clásico» sólo podría compararse a su positivismo, su
conservadurismo político y su rechazo hacia cualquier reflexión que se dirigiese de
algún modo a la integración de factores culturales y relacionales en psicoanálisis.
Estaban plenamente convencidos de la verdad del complejo de Edipo, al que por lo
demás otorgaban un lugar determinante (3). Por otro lado, la hegemonía ejercida por la
psicología del yo sobre el psicoanálisis americano ha sido ampliamente comentada: se
ha criticado especialmente el dogmatismo de los psicólogos del yo y, sobre todo, su
oposición al pluralismo, que mantuvo al psicoanálisis americano temporalmente

ALTER REVISTA DE PSICOANALISÍS Nº6


www.revistaalter.com
1
apartado de las escuelas relacionales británicas y de las escuelas de las relaciones de
objeto (Wallerstein, 2002).

Las relaciones de los psicoanalistas americanos con la psicología del yo de este


periodo no son unívocas. En efecto, a pesar de desacuerdos reales, los psicoanalistas
contemporáneos le deben numerosas concepciones. En el capítulo de los desacuerdos
hay que señalar sobre todo el papel de la metapsicología, la naturaleza (y hasta la
existencia) de las pulsiones, el rechazo del kleinismo, la definición y el manejo de la
contratransferencia, el estatus científico del psicoanálisis y su pretensión de objetividad.
La cuestión de las influencias es más ambigua. Ciertas posiciones del grupo Hartmann,
algunas de las cuales hoy son rechazadas, vinieron a reforzar tendencias preexistentes
del psicoanálisis americano y, por lo tanto, se integraron en un ambiente cultural cuyos
rasgos dominantes todavía destacan. Al respecto, sin duda los elementos más
significativos son la noción de adaptación, el abordaje psicológico en psicoanálisis, el
reconocimiento de una zona a-conflictual y de funciones autónomas del yo, el rechazo
de la noción de pulsión de muerte, la introducción de la noción de self y el refuerzo de
la perspectiva genética en psicopatología.

A)La noción de adaptación.– A menudo los estudiosos definieron de forma


reductora la noción de adaptación propia a la psicología del yo del periodo Hartmann.
Por ejemplo, la asimilaron al conformismo social característico de la era Eisenhower,
durante la cual efectivamente se afirmó la influencia de la psicología del yo (Bergmann,
2000, 11). Algunos relacionaron el concepto de adaptación con las contribuciones de
Adler a la psicología del yo (4). Otros se negaron a adherir a tales interpretaciones
señalando que Hartmann no confundía adaptación con ajuste social y que su teoría de la
adaptación se acercaba más bien a las nociones de asimilación y acomodación de
Piaget: se trataba tanto de modificar el medio como de adaptarse a él (Schafer, 1997;
Bergmann, 2000).

La noción ego-psicológica de adaptación tuvo una marcada influencia en el


psicoanálisis americano actual. Paradójicamente -pues generalmente se considera a la
psicología del yo como el prototipo de la one-person-psychology y como la edad dorada
de la insistencia en los fenómenos endógenos e intrapsíquicos- fue Hartmann quien
introdujo en la psicología del yo el concepto de «average expectable environment»,
contribuyendo así a un retorno del interés por el ambiente y los factores exógenos, de
los que el psicoanálisis se había alejado desde que Freud abandonara a su neurótica
(Bergmann, 200, 12). Este movimiento armonizaba con las tendencias ambientalistas
del psicoanálisis americano que habían surgido en los años precedentes. Incluso si los
psicoanalistas actuales no lo reconocen fácilmente, la noción hartmanniana de
adaptación ha desempeñado un rol en la evolución de las teorías de las relaciones de
objeto y, sobre todo, en las teorías relacionales. Algunos sí lo señalaron: Schafer (1997),
por ejemplo, afirma que la noción de adaptación tal como la formuló Hartmann abrió
especialmente la vía a la tendencia intersubjetiva, y que, de no haber tenido la prudencia
conservadora que lo caracterizó, incluso pudo haberle llevado a introducir la noción de
intersubjetividad en psicoanálisis. Este concepto de «average expectable environment»
se encuentra también en Winnicott, quien lo utilizó para subrayar la pertinencia de las
relaciones interpersonales precoces (5) y lo desarrolló bajo la forma de la «good
enough mother». Algunas características del psicoanálisis americano contemporáneo
remiten, sin mencionarlos como tales, a los aspectos adaptativos en los que se apoyaba
la psicología genética de los psicólogos del yo. La integración cada vez más marcada de

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las teorías del apego en el corpus psicoanalítico anglosajón constituye un ejemplo
elocuente. Al respecto hay que señalar la importancia que en los años 40 tuvo la
psicología del yo británica -agrupada alrededor de Anna Freud- a la que se acercaba el
British Independent Group (6) y a la que Bowlby perteneció durante algún tiempo.

B) La zona aconflictual y las funciones autónomas del yo.– Para los


psicólogos del yo, el yo constituía el órgano de la adaptación. Si efectivamente tenía esa
función no podía desarrollarse a partir del ello, como indicaba Freud en su segunda
tópica, sino que debía beneficiarse de una zona libre de conflicto que, a partir de
montajes biológicos, resultaría precisamente de sus interacciones con el ambiente. Así,
apoyándose en un pasaje de un texto de Freud, «El yo y el ello», Hartmann afirmaba la
existencia de una esfera aconflictual y autónoma del yo (7), posición que más adelante
fue abandonada por los psicólogos del yo de la orientación Brenner.

La sede de las funciones autónomas del yo en el sujeto neurótico se encontraba,


según los psicólogos del yo, en las funciones sensoriales y cognitivas. De modo que el
yo no era puro desconocimiento: incluía una zona que, al menos en parte, le permitía
comportarse como instancia fiable en la relación con el mundo exterior. A pesar de las
diferencias que aparentemente separan a la psicología del yo de Hartmann de las
escuelas contemporáneas, es difícil no rastrear el papel que desempeña esta posición en
las teorías del apego, por un lado, y en las teorías relacionales e intersubjetivas, por otro.

El reconocimiento de una zona libre de conflicto del yo suponía una visión


optimista del psicoanálisis, que venía a reforzar una tendencia preexistente del
psicoanálisis americano. Esta visión se aleja considerablemente de la perspectiva de
Freud, quien en «Más allá del principio de placer» (1920) manifestaba una confianza
limitada en los posibles progresos de la humanidad, tanto en el plano individual como
en el colectivo.

A propósito de ello, debemos señalar que los psicólogos del yo rechazan de


manera categórica la noción de pulsión de muerte en psicoanálisis, así como las
posiciones lamarkianas y filogenéticas de Freud sobre la transmisión hereditaria de los
caracteres adquiridos, especialmente de los complejos. En este punto los psicoanalistas
americanos contemporáneos han seguido los pasos de Hartmann y sus colaboradores.
Por una parte, la pulsión de muerte nunca les interesó mucho salvo, eventualmente, en
la forma que adquirió en la teoría kleiniana. Lo demoniaco del inconsciente, tal como se
expresa en la atemporalidad de la repetición y en la desligazón, tampoco encontró un
desarrollo significativo en el psicoanálisis americano y no forma parte de las
preocupaciones de sus orientaciones contemporáneas. Finalmente, las hipótesis
filogenéticas no retuvieron mucho la atención de los psicoanalistas americanos. Es
probable que, al respecto, las críticas feministas y culturalistas a las hipótesis del
psicoanálisis tradicional -relativas a los contenidos originarios y universales del
inconsciente- hayan desempeñado un papel importante.

C) Perspectivas psicológicas en psicoanálisis y modelo genético. – Las


concepciones de Hartmann ponían de manifiesto su interés por la biología y su objetivo
de establecer vínculos entre psicoanálisis, biología, psicología y sociología. La noción
de esferas autónomas del yo era necesaria en este proyecto porque permitía estudiar al
yo, al margen del conflicto psíquico, en un campo epistemológico que no era exclusivo
del psicoanálisis. La integración del psicoanálisis a la psicología favoreció la adopción

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de la perspectiva genética (8) y fomentó la sistematización de la teoría de los estadios
del desarrollo. Desde esta perspectiva, colaboradores de Hartmann como René Spitz y
Margaret Mahler confirmaron la pertinencia de la observación directa de bebés en
psicoanálisis. Además de interesarse por la psicología del niño, los psicólogos del yo
también intentaron relacionar las adquisiciones psicoanalíticas con la psicofisiología, la
psicología del aprendizaje y la psicología social, esperando así construir una verdadera
psicología general del yo (Laplanche y Pontalis, 1967, 251).

Los objetivos de Hartmann a este respecto fueron sólidamente apoyados por los
trabajos de Rapaport (9), que trataban sobre varios temas relativos a la psicología,
especialmente sobre la interpretación psicoanalítica de tests psicológicos. En sus obras
publicadas entre 1950 y 1960, Rapaport proponía una visión muy amplia de las
aplicaciones del psicoanálisis y de su método (Hale, 1995; Bergmann, 2000). Afirmaba
que el psicoanálisis era capaz de proporcionar una teoría general del aprendizaje, de la
motivación o de las estructuras psicológicas y que debía ocupar el lugar central en las
investigaciones en psicología clínica (Hale, 1995). Rapaport ejerció una influencia
directa sobre varios psicoanalistas de la generación siguiente, en especial sobre G. Klein
y R. Schafer (Hale 1995), quienes fueron importantes críticos de la psicología del yo.
Por lo demás, los trabajos de estos autores abrieron la vía a la orientación constructivista
de la corriente intersubjetiva.

El lenguaje abstracto y metapsicológico de Rapaport y sus colaboradores


suscitó fuertes reacciones. En efecto, Rapaport representaba una tendencia europea
positivista, diametralmente opuesta al pragmatismo americano. Como respondía él
mismo a quienes (10) criticaban el carácter desencarnado y teórico de su estilo: «If a
European does not care about theory, who the hell will?» (11) (Hale, 1995, 242).

También se ha reprochado a Hartmann y sus colaboradores el haber pretendido


hacer del psicoanálisis una psicología general. Se temía que dicho objetivo coloque al
psicoanálisis en el rango de las disciplinas teóricas y que, entonces, el público ya no lo
reconozca primero y ante todo como un método terapéutico (Wallerstein, 2001). A pesar
de la dirección esencialmente asistencial adoptada por el psicoanálisis americano actual,
el lugar que ocupa la psicología sigue siendo central, como lo muestra el interés por las
teorías del apego, las concepciones relacionales y la expresión two-person psychology,
utilizada para definir la relación psicoanalítica.

D) La introducción de la noción de self. – El recurso a la noción de self (12)


en psicoanálisis está asociado sobre todo a la escuela británica. Sin embargo, fue
Hartmann quien la introdujo en la psicología del yo y Edith Jacobson -una eminente
colaboradora de Hartmann- quien, en su obra The self and the object World publicada
en 1964, consagró su uso definitivo en el psicoanálisis americano bajo la forma de las
«self-and-object-representations».

La definición de self adoptada por los psicólogos del yo es tributaria de la doble


definición del yo que encontramos en Freud. Laplanche (1993, 1997) ha mostrado
cómo, en la teoría freudiana, el yo comporta dos vertientes: la vertiente metonímica, que
corresponde a las funciones del yo en tanto que instancia de relación con el mundo
exterior, y la vertiente metafórica, que corresponde al yo como instancia de
identificación, como «sedimentación de las investiduras de objetos abandonados»(13).
Las relaciones del yo con el mundo exterior se ubicarían en el centro de las

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preocupaciones de los psicólogos del yo. Ahí encontrarían a la vez un posible apoyo
para su esfera autónoma y su sede de la adaptación. Sin embargo, Hartmann también
acentuó el papel del yo como instancia de identificación, al que llamó self. Hartmann
era muy consciente de que Freud nunca había descrito al yo en una acepción
fenomenológica sino que siempre lo concibió como una instancia, incluso como un
sistema. La experiencia subjetiva del sí mismo resultaba de una función del yo, pero no
constituía al yo como tal (14).

La noción de self encontró una expansión fulgurante en el psicoanálisis


anglosajón y poco a poco suplantó cualquier referencia al yo. En efecto, Guntrip,
Winnicott y otros colocaron esta noción en el centro del trabajo analítico. Del mismo
modo, en Estados Unidos hoy el self ocupa un lugar destacado entre los representantes
de casi todas las orientaciones psicoanalíticas, después de haber dado su nombre a la
orientación fundada por Kohut, la self-psychology. Sin embargo el estatuto
metapsicológico del self se ha vuelto extremadamente impreciso. Por lo demás, algunos
psicólogos del yo contemporáneos han deplorado que ahora el self ocupe toda la escena
del trabajo analítico, lo que en su opinión hace que se vuelva imposible la reflexión
sobre el conflicto psíquico (Rangell, 2002).

2. La psicología del yo post- hartmaniana

C. Brenner y J. Arlow fueron figuras importantes de la psicología del yo post-


hartmaniana, que, especialmente debido a las críticas que suscitó, nunca presentó la
misma cohesión que aquélla del periodo Hartmann. Las posiciones de Brenner también
han cambiado desde 1960 hasta hoy y no son necesariamente compartidas por el
conjunto de los psicólogos del yo contemporáneos.

A) Carácter científico del psicoanálisis, metapsicología y teoría de las


pulsiones. – Hartmann consideraba al psicoanálisis como una ciencia natural. Estimaba
que constituía una ciencia de causas y no una psicología hermenéutica dirigida a
describir y comprender los estados mentales subjetivos de un paciente. Esta posición fue
a la vez radicalizada y simplificada por los psicólogos del yo del periodo Brenner,
quienes sostenían que el analista se encontraba en la posición de un observador neutro,
capaz de extraer conclusiones objetivas a partir del material analítico. Los psicólogos
del yo de la orientación Brenner incluso cuestionaban el concepto de alianza
terapéutica, que sin embargo encontró gran aceptación en el psicoanálisis americano a
partir de la publicación, en 1956, de un artículo de E. Zetzel sobre el tema (15)
(Wallerstein, 1995). Esta concepción del «analista-pantalla» (blank scren), apoyada por
los psicólogos del yo, se ubica en el centro de las críticas provenientes de las actuales
corrientes hermenéutica, constructivista e inter-subjetiva.

Por otra parte, la psicología del yo del periodo Brenner introdujo varias
simplificaciones en la sistematización teórica iniciada por Hartmann y sus
colaboradores (Hale, 1995). En particular, abandonó la noción de zona a-conflictual del
yo y redujo la cuestión de las defensas del yo exclusivamente al problema de la
formación de compromiso, central en las posiciones de Brenner (Bergmann, 2000). La
tendencia a la simplificación ha invadido una buena parte de la psicología del yo
contemporánea, de modo que aquéllos de sus representantes que se oponen a ella

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expresan serias reservas respecto al pluralismo favorecido por la imprecisión
generalizada de la teoría (Rangell, 2002).

B) Indicaciones de análisis y función terapéutica. – Los psicólogos del yo del


periodo Hartmann eran muy severos en lo que respecta a las indicaciones de análisis y
consideraban que, como tal, éste solo era aplicable a sujetos neuróticos. Según
Bergmann (2000), el debate acerca de las indicaciones de análisis desempeñó un papel
crucial en el declive de la era Hartmann e impidió a sus sucesores americanos
imponerse de la forma absoluta en que lo hicieron los primeros psicólogos del yo. En
efecto, oponiéndose a los kleinianos y a los interpersonalistas americanos que ampliaron
el campo de aplicación del análisis, los psicólogos del yo se vieron atrapados al interior
del psicoanálisis tradicional, mientras que varios analistas como L. Stone y O.
Kernberg –que trabajaban por la introducción de la perspectiva kleiniana en el
psicoanálisis clásico– también defendían la ampliación de las indicaciones de análisis.
Según estos autores, el trabajo analítico con pacientes que presentaban problemáticas
límites o psicóticas necesitaba una aproximación técnica diferente de la técnica analítica
(Bergmann, 2000).

Los psicólogos del yo de la era Brenner estaban más cerca de la aproximación


clínica y pragmática de la primera generación de psicoanalistas americanos de lo que lo
estaban Hartmann y sus colaboradores. Por otro lado, en aquella época la práctica
psicoanalítica se convirtió en una práctica médica centrada en la terapia, donde los
intereses de la psicología científica quedaban en segundo plano. Desde este punto de
vista, también recogían los frutos de trabajos de las escuelas disidentes anteriores al
dominio de la psicología del yo hartmanniana, especialmente los de las escuelas
psiquiátricas de Sullivan y Franz Alexander, que por sus preocupaciones terapéuticas
habían contribuido de manera importante al triunfo del psicoanálisis en los medios
psiquiátricos americanos (Hale, 1995).

Notas

*«L’ego-psychology», extracto del libro de Hélène Tessier: La psychanalyse américaine, Puf, 2005, pp.
33-46. Traducción: Lorenza Escardó [Revisada en noviembre de 2013].

1. Hartmann fue presidente de la Asociación psicoanalítica internacional de 1953 a 1959.


2. A este respecto, el apartado titulado «Heinz Hartmann», en el artículo de Anzieu-Premmereur (in
Durieux et Fine, 2000), contiene afirmaciones sorprendentes sobre la psicología del yo del periodo
Hartmann.
3. Munder Ross, Psychoanalysis , the Anxiety of Influence and the Sado-masochism of everyday Life,
comunicación inédita presentada en Montreal, 1998, traducción libre a partir del original.
4. R. Wallerstein (1988), One psychoanalysis or many? , Int. J. Psycho-Anal., 69, 5-21.
5. D. W. Winnicott (1956), Clinical study of the effect of a failure of the average expectable environment
on a child mental functionning, Int. J. Psycho-Anal., 46, 81-87.
6. Como su nombre indica, este grupo -constituido principalmente por Fairbairn, Balint, Winnicott y
Bowlby- consideraba que se situaba en el centro de la controversia que dividía al psicoanálisis británico
entre las teorías de Melanie Klein y las de Anna Freud.
7. Sin embargo, el reconocimiento de una zona aconflictual del yo (conflict-free sphere) no era unánime
entre los psicólogos del yo. Fenichel, por ejemplo, se oponía a esta concepción (Bergmann, 2000).
8. Sobre este tema, ver H. Hartmann y E. Kris (1945), The genetic approach to psychoanalysis,
Psychoanalytic Study of the Child, New York, International University Press, 1, 11-30.
9. Rapaport era titular de un doctorado en filosofía de la Universidad de Budapest

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10. En este caso, a B. Bettelheim.
11. «Si un europeo no se interesa por la teoría, ¿quién diablos lo hará?».
12. Notemos que el Diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis, cuya primera edición se
remonta a 1967, no hace mención a este concepto (ni en francés, ni en alemán). Por lo demás, la noción
de «sí mismo [soi]» no tiene éxito en el psicoanálisis francófono.
13. Freud (1923), Le moi et le ça [El yo y el ello], en Essais de psychanalyse, Payot, 1997, p. 241.
14. Hartmann (1953), Essays on Ego-Psychology: Selected Problems in Psichoanalytic Theory, New
York, International University Press, p. 279; ver también p. 127-129, 287-289.
15. E. R. Zetzel, Current concept in transference, Int. J. Psycho-Anal., 37, 369-375.

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