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LA CONJUNCION DE LOS OPUESTOS

Se habla en la Alquimia del Misterio de la Conjunción de los Opuestos como base para la
realización de la Gran Obra. A continuación haremos un estudio de las fases que
componen este misterio y su aplicación en el contexto del sendero interno de auto-
realización.

FASES DE LA CONIUNCTIO

Primera Fase

La mente debe ser separada del cuerpo, es decir, hay que liberar la mente de la influencia
de los instintos y afecciones, de la tiranía de los apetitos y rechazos sensoriales por un
lado, y de los sentimientos afectivos positivos y negativos.

Esta fase requiere situarse en un estado de separación de la naturaleza corporal y


sentimental, para acercarse al espíritu y a toda la realidad espiritual que éste lleva
implícito. Se trata de una separación entre lo vital (que queda relegado a un segundo
plano intrascendente) y lo espiritual (que adquiere un plano preponderante trascendental).

No se trata de una represión al ultranza y absoluta de lo vital (corporal y sentimental) sino


sólo de una fase preparatoria. Se trata de liberar al alma de su prisión en las esferas
corporal y sentimental, relacionadas con el mundo físico que nos rodea y con nuestro
propio cuerpo.

El cuerpo debe descansar con esta liberación del alma y de la mente. Se trata de retirar
todas las proyecciones psíquicas que a través del cuerpo y de los sentidos se proyectan
hacia fuera, hacia el mundo y las personas que nos rodean.

Esto significa realizar una introversión hacia la propia consciencia, el núcleo de la mente,
dejando aparte todas las capas que la revisten de mil y una formas y que constituyen el
artificio irreal en el que vivimos psíquicamente con nuestros recuerdos, fantasías,
emociones y sentimientos. Es hacer lo que los budistas denominan un tipo de mente “ de
un solo sabor”, en el que este único sabor es la luz de la consciencia, el núcleo de nuestro
propio ser.

Para ello es necesario recurrir a la introspección, a la meditación, a la observación de los


pensamientos y sentimientos que surgen constantemente en nuestra mente,
separándonos de ellos, sin identificarnos con ellos, sin proyectarlos hacia fuera, hacia el
mundo que nos rodea, de nuestra propia sombra.

Observamos nuestro interior, impedimos que se proyecte hacia fuera y nos vamos
acercando poco a poco a la ventana de luz que es nuestra propia consciencia, esa
ventana que se abre al infinito, a lo absoluto, a la consciencia cósmica, al Todo.

Poco a poco el alma se libera de las ataduras del cuerpo y de la personalidad y se acerca
al núcleo del ser que es el espíritu, que es de naturaleza impersonal, o más bien
transpersonal.

Los elementos que surgen del cuerpo físico y del cuerpo emocional en forma de
sensaciones y sentimientos, se van quedando en segundo lugar, ya que son observados
desde la esfera espiritual sin que puedan robar el fuego de la consciencia (del cielo) para
que se pierda en las profundidades. La consciencia individual así liberada aprende a
conocer su propia naturaleza personal y a controlarla, ya que no es asaltada por
irrupciones constantes incontroladas.

Tras estas irrupciones constantes en forma de sensaciones y sentimientos, la consciencia


individual aprende a identificar los arquetipos que los animan, esas fuerzas puras que
existen en el universo tanto en el macro como en el microcosmos.

El proceso requiere como hemos dicho introspección, meditación, investigación cuidadosa


de los deseos y fobias que aparecen en el mundo sentimental, de las formas de
pensamiento asimiladas a las sensaciones del mundo externo o que aparecen
espontáneamente en la mente. Consiste en no dejarse atrapar por todo esto y dejarlo
supeditado a la presencia omnisciente de la consciencia espiritual, impersonal o
traspersonal, límpida, pura y luminosa. El “Ojo en el Triángulo” de nuestra psique.

Esta confrontación es difícil de mantener, mucho más difícil que dirigir un bote inflable que
desciende por los rápidos y torrentes que bajan de las fuentes montañosas de los ríos.

Los efectos de neurosis, depresión y disociación de la personalidad no son raros en esta


primera fase. El cuerpo físico y el cuerpo emocional, una vez privados del alma, tienden a
estados depresivos o incluso psicóticos. Sin embargo, hay que mantener al alma alejada
del cuerpo hasta que esta fase termine e impedir que el alma sea de nuevo tragada por el
mundo inferior.

Un símbolo de esta primera fase preliminar de separación de alma-espíritu del cuerpo, es


la decapitación, la separación de la cabeza del cuerpo. Está asociada asimismo con el
simbolismo alquímico de la sublimación. En esta sublimación, alma y espíritu unidos
quedan separados en inmunes a las influencias del cuerpo. Las proyecciones son
retiradas del exterior y se permite el flujo que desde el inconsciente se proyecta hacia
fuera, hacia nuestra visión del mundo exterior. Esto pone bajo el control del espíritu, de la
consciencia, los estados psíquicos de naturaleza afectiva y por lo tanto a un control de las
emociones.

La sublimación es un proceso alquímico por el que una sustancia es elevada a una forma
superior mediante un movimiento ascendente. Algo que es inferior es transformado en
superior. La sublimación está simbolizada por toda una serie de imágenes que reflejan
el movimiento ascendente: escaleras, montañas, vuelos (ascenso a los cielos de Enoch y
Mahoma), etc. En la interpretación de la psicología junguiana, dice Edinger de la
sublimación, que es un ascenso que nos eleva sobre los enredos de la existencia
inmediata que nos confinan, que nos limitan. Se trata de una transformación alquímica
para la que se necesitan el fuego y la materia prima. Los alquimistas simbolizan esta
operación con la figura de una paloma o ave blanca que asciende desde la materia
calentada por el fuego hacia el cielo, hacia el espíritu.

Este proceso es necesario porque el espíritu permanece oculto en el inconsciente y


necesita la sublimación para que sea separado de esta negrura material y se libere y se
haga consciente. Para ello necesita la ayuda del alma, mitad consciente y mitad
inconsciente, así como el proceso de separación de la opresión del cuerpo. Es la forma de
separar lo puro de lo impuro, proceso primario y preparatorio para la coniunctio.
Esta primera fase de la coniunctio requiere la introspección, es decir, retirar las
proyecciones que hacemos hacia fuera y dirigir la atención consciente hacia dentro, para
poder conocer y controlar las emociones y sentimientos.

La visión interna, la introspección, tiene que ser directa y no un análisis, es decir, no


contrastar con la teoría y sacar consecuencias. El conocimiento interno ha de ser una
visión directa, sin clasificaciones, sólo un auto-discernimiento de clara luz, sin
preconceptos, un entrar en el vacío. Hay que entrar dentro de uno mismo “con las manos
vacías”, sin el bagaje de lo aprendido hasta entonces. Hay que hacer un vacío en
nosotros mismos, un “tzimtzun”, un vaciarse de los conceptos que tenemos de nosotros
mismos y de todo lo que nos rodea. Sólo a partir de este vacío es como podemos
empezar a discernir lo que realmente somos.

Normalmente vemos el mundo a través de los sentimientos y emociones que llegan a la


consciencia desde dentro de nosotros mismos, desde nuestro inconsciente, desde el
cuerpo. En esta etapa debemos trabajar y aprender a ver el mundo directamente, sin
mirar a través de estas proyecciones. Las emanaciones que surgen del cuerpo y del
inconsciente deben quedar separadas de la consciencia y ser vistas “desde arriba”, pero
no atravesadas para mirar el mundo. Este trabajo de control, separación y limpieza de la
mente es el trabajo principal de esta primera fase.

El problema de la vida normal es que miramos el mundo a través de nuestro mundo


inconsciente proyectado, a través del cristal de colores de nuestros sentimientos y
emociones, afectos y repulsiones, lo cual nos deforma la realidad. Al no conocernos a
nosotros mismos, creemos que las cosas que proyectamos hacia fuera de forma
inconsciente, son la realidad.

En el trabajo de la primera fase de la coniunctio, al separar el alma-espíritu del cuerpo,


buceamos dentro de nosotros mismos sin tragar “agua”. Nuestra visión directa se va
haciendo más clara, se disipan las sombras. Poco a poco vemos que la totalidad del
mundo de “ahí fuera” está también dentro de nosotros.

La plenitud, la totalidad, no aparece dentro de nosotros mismos si previamente no


hacemos ese vacío al que hacíamos referencia antes. Mientras más vacío hagamos en
nuestra mente, más profundizamos en la plenitud de nuestra verdadera naturaleza.

La separación del alma-espíritu es necesaria para separar la consciencia de las formas de


pensamiento y de sentimiento que emanan del cuerpo. No se pierden esas emanaciones,
sólo se pierde la identificación de la consciencia con ellas. La consciencia queda en
silencio observando el ruido de las formas que emergen, no se funde con dichos ruidos,
simplemente los observa, los ve nacer, crecer y desaparecer. El silencio llega a dominar al
ruido mental, deja de identificarse con él. Desde este silencio es desde donde podemos
realizar el estudio de nuestra propia mente, de nuestras propias formas de pensamiento y
de sentimiento, y conociéndolos, comenzamos a poder controlarlos.

En este proceso de unión mental entre el alma y el espíritu y su separación del cuerpo,
aparece el concepto de “matar el ego” tan frecuente en las corrientes místicas, esotéricas
y espirituales. En realidad, el ego es nuestra consciencia individual unida a nuestra
naturaleza inconsciente personal, nuestra auto consciencia, y no es posible matar al ego
salvo en estados profundos de inconsciencia o tras la muerte y disolución de la
coherencia psíquica personal del individuo.
El concepto de “matar el ego” se refiere, no a la pérdida de la consciencia individual y su
disolución en lo inconsciente, sino más bien la destrucción de todo aquello que cubre a
esa consciencia con formas, colores, cortezas, armaduras, etc. Es decir, todo aquello que
constriñe nuestra consciencia y la mantiene enquistada en ciertas formas de pensar, de
sentir y de ver la realidad. Se trata de separar la consciencia, el ego, de las tendencias
marcadoras arquetípicas que emergen del inconsciente de la persona y se proyectan a
través de la consciencia en su proceso de conocer e interpretar la realidad.

La “muerte del ego” no es perder la consciencia, es liberarla de las garras que la tienen
cautiva y encasillada en la forma egocéntrica de existir. Sin este proceso de trabajo sobre
el ego, es imposible que se pueda realizar la unión limpia y pura entre alma y espíritu, y la
separación entre ambos y el cuerpo. A este respecto, es interesante lo que Antonio
Medrano dice en “La Lucha contra el Dragón” (Ed. Yatay, Madrid, 1999)

“... Es quizá en la simbología cristiana donde se recurre con mayor frecuencia a la figura
del dragón para expresar la noción del ego, su tremendo poder y la terrible amenaza que
supone para la vida humana. Y esta interpretación del dragón como materialización
simbólica del ego cobra un especial relieve en las formulaciones doctrinales de la mística
y el esoterismo cristianos, y sobre todo en los autores representativos de la llamada
«Teosofía cristiana», que son los que dedican mayor atención al análisis y explicación de
dicho simbolismo.

Aclaremos, para evitar de antemano cualquier malentendido, que por «Teosofía cristiana»
ha de entenderse - de acuerdo a su genuina significación etimológica: «Sabiduría de
Dios»; a la vez Sabiduría acerca de Dios y Sabiduría recibida de Dios – aquella corriente
místico-esotérica; que se desarrolla dentro de la tradición cristiana, tanto en clima
protestante como católico, a partir del siglo XVl y que en modo alguno hay que confundir
con el Teosofismo, organización espiritual de los tiempos modernos que usurpó el nombre
de tan preclara rama tradicional de Occidente, al tiempo que desvirtuaba y adulteraba su
doctrina.

Para Jakob Bohme, al que sin lugar dudas se puede considerar como el más preclaro
representante de la Teosofía Cristiana y una de las máximas figuras del esoterismo
occidental, el dragón es el símbolo de lo que él llama Selbheit o Eigenheit, esto es, la
egoidad, ipseidad o propia particularidad individual: "la falsa voluntad del yo particular"; "la
propia voluntad" que se revela como una "potencia de la ira" y como "un fundamento de la
mentira y la hostilidad"; "la voluntad falsa, figurada y desviada de la propia conveniencia."

Explicando el significado del dragón de siete cabezas sobre el que cabalga la prostituta
babilónica, según el Apocalipsis, el filósofo teutónico dirá que dicho monstruo no
representa sino "la voluntad propia y adánica" que se convierte en asesina y mata en el
hombre la imanen divina. En una de sus típicas imágenes simbólicas, con las que
pretende describir la experiencia del renacimiento interior. Bohme afirma que el "nuevo
Adán", el "hijo de la Virgen", que marcha como forastero y peregrino por este mundo, se
ve acechado por el "viejo Adán", el cual alza su cabeza como "un feroz y horrible dragón
que únicamente busca devorar", arrojando por su boca agua y fuego para acabar con "la
imagen de la Virgen". La lucha con el dragón – escribe en una de sus Epístolas teosóficas
-, es la lucha que Cristo y el Amor divino libran en la naturaleza del hombre contra el amor
propio, contra esa voluntad del ego o "propio yo" que, al distanciarse de la Voluntad de
Dios y pretender erigirse en centro independiente, enciende la Ira o Cólera divina, cuya
propiedad es el luego devorador, o, lo que es lo mismo, "la angustia, la discordia y el
conflicto". Fue la búsqueda de sí mismo, el endiosamiento de la egoidad, lo que ocasionó
la pérdida del Paraíso. Por ello - advierte Bohme -, para que el Paraíso vuelva a verdear y
a fructificar en nosotros, para que se abra de nuevo las puertas de la inmortalidad y del
Cielo divino que están grabadas en el microcosmos, "hay que matar de antemano al
dragón."

William Law, siguiendo la senda trazada por el gran maestro teutónico, proclama
asimismo que el fiery dragon ("dragón ígneo") y la devouring beast ("bestia devoradora")
descritos de forma tan sobrecogedora en el Apocalipsis no son otra cosa que el yo, el
ego, en el cual está la fuente misma del pecado y la raíz de todos los males que acosan a
la vida humana. "El orgullo, la persecución, la ira, el odio y la envidia son la esencia
misma del dragón de fuego". Todo hombre que nace en el mundo - dice el místico
anglicano - "tiene dentro de sí todos los enemigos a los que ha de vencer", pues en el
propio ego está contenido "todo lo que el ser humano debe temer y odiar, resistir y evitar".
No hay otro dragón ni otro peligro que nos pueda amenazar – sostiene Law - que el que
portamos dentro de nosotros. Es tu propio dragón, tu propia bestia o tu propio anticristo,
"que vive en la sangre de tu propio corazón, el único que puede dañarte". El dragón es, ni
más ni menos, la "naturaleza humana caída", lo que es tanto como decir, "el propio
interés y la auto-exaltación", "la codicia y sensualidad de cualquier clase", la religión
antidivina que, gobernada por un ánimo mercantil y mundano, no va orientada más que a
"gratificar el interés parcial de la carne y la sangre."

Law, que recoge la doctrina bohmiana de la pugna entre la Cólera y el Amor divinos,
vuelve a insistir en la verdad fundamental de que la vida egótica se encuentra del lado de
la primera, por haber dado la espalda al segundo, al Amor que aplaca la Cólera. Sobre
esta idea básica, elabora su doctrina de la naturaleza del ser humano, según la cual todo
hombre porta en sí dos naturalezas hostiles y en continuo combate: por una parte, la
naturaleza luminosa, unida al amor, la alegría y la gloria, y, frente a ella, la naturaleza
tenebrosa, que porta consigo la ira, el fuego, la oscuridad y el mal de la vida creatural
separada de Dios. De un lado, la semilla o sed de la vida celestial y divina, "el de Dios
dentro de ti", el Cristo interior, el Cordero de Dios que es "un poder redentor"; de otro, "la
bestia de los placeres carnales, la serpiente de la astucia y del engaño, el dragón de la ira
ardiente" que rodea la semilla divina buscando asfixiarla, para evitar el nacimiento de
Cristo del alma. He aquí, concluye Law, el gran combate y la gran prueba de la vida
humana, en la que se decide si la victoria va a conseguirla el dragón ígneo y airado o la
Luz y el Amor de Dios; si en el interior del hombre nacerá y se impondrá "el reino del yo",
que es el reino del pecado, o "el Reino de Cristo", que es el reino de la paz y del amor.

Reflexiones similares encontrarnos en Gichtel, otro eminente representante de la Teosofía


alemana, el cual define a la egoidad o "voluntad propia" como "un dragón de enemistad
que resiste a Dios en sus actos y su conducta toda". El místico alemán, adoptando la
terminología apocalíptica, emplea las expresiones "dragón rojo" y "dragón de ego" para
referirse al ego, al que considera responsable de la caída de los orígenes. En él, dice,
está el dragón "contra el que debe luchar el hombre por la fuerza de Jesús". Cuando la
voluntad creatural se separa de la Voluntad divina, de su Luz y de su Amor que son el
verdadero fundamento de toda vida creada, aquélla "se transforma en un dragón colérico,
ígneo y exaltado"; pues, al separarse del Amor, abre el propio ser a la Cólera. Por eso,
tenemos que combatir hasta el derramamiento de nuestra sangre contra "el dragón de la
voluntad" que nos amenaza de muerte, y esforzarnos para dar muerte a la egoidad con la
ayuda de Dios. Cuando la egoidad muere, afirma Gichtel, "el dragón de fuego pierde su
reino y su trono". Entonces irrumpen la alegría y el contento en la vida del hombre porque
ha sido derrotado un monstruo que ocultaba la Luz divina a uno mismo y a los demás. De
nuevo queda expedito el camino que conduce al Paraíso y el vencedor en el combate
santo podría "despertar a la prometida", la Sophia o Sabiduría divina de la que nos separó
la prevaricación egocéntrica. La Sophia celeste, termina diciendo Gichtel en un lenguaje
que recuerda a los antiguos libros de caballería, coronará con los laureles de la victoria a
quienes lucharon valerosamente movidos por el Amor y pondrá una guirnalda angélica
"sobre la cabeza de todos sus fieles caballeros que vencieron en ellos al dragón del
egoísmo, la Cólera de Dios."

En la misma idea insiste Gottfried Arnold, otro de los grandes exponentes de la doctrina
sofiánica que tanto arraigo encontró en tierras teutónicas. Para Arnold, "el gran dragón",
ese dragón que siente un odio furibundo contra la Sophia divina y que procura por todos
los medios destruir la correspondencia y comunidad del alma con la Mensajera celestial,
no es otro que "el hombre viejo". Por eso, asevera el místico protestante, para quienes
deseen alcanzar la perfección y restablecer la unión con la Sophia, es indispensable "la
renuncia a sí mismo"... No es posible el reencuentro con la Amada divina sin haber
vencido antes al dragón que, desde dentro de nosotros mismos, se opone con todas sus
fuerzas a tal encuentro.

...A William Blake, el gran poeta y pintor visionario inglés, debemos una de las más
sugestivas formulaciones de la imagen dracónica del ego, que él nos muestra envuelta en
su compleja constelación de símbolos y alegorías, no siempre fáciles de comprender o de
interpretar. Para Blake, la egoidad o yoidad se identifica con Satanás, que es una misma
cosa con "el Espectro" del ser humano, con el Dragón y "el Gusano de la tierra". El autor
de Cielo e Infierno se refiere con insistencia a lo que él llama "la Gran Egoidad Satán",
que predica el materialismo y se autoproclama Dios exigiendo sumisión absoluta de todo
y de todos, señalando que su meta no es otra que "matar a la Humanidad divina", asfixiar
el germen sobrenatural y eterno latente en el ser humano. Le da también a veces el
nombre de Caos (Chaos), término que aplica de manera especial a "la mente confusa del
hombre sin visión", es decir, privado de esa visión lúcida que dan la verdad y el amor. Por
eso esa egoidad caótica, que es el egoísmo larvado e innato con que nacemos, no puede
ser considerado en modo alguno como la esencia de la Humanidad, sino que más bien se
opone a ella: al desarrollarse se convierte en "el Espectro", que es el Satán de uno
mismo, "el poder devorador", "el pólipo de la muerte". Ese Earth-worm, dragón o gusano
de la tierra, que es el ego-satán crece hasta convertirse en una "serpiente marcada", la
cual va convirtiéndose en un venenoso dragón alado.

Junto a la serpiente y el gusano, el dragón ocupa un puesto relevante en la iconografía de


William Blake, figurando con profusión en dibujos, acuarelas y grabados. Acaso la más
representativa de sus imaginativas ilustraciones sobre el dragón sea el grabado The Old
Dragon ("El Viejo Dragón"), en el que la bestia infernal aparece con forma humana, cual
ogro o gigante con siete cabezas, varias de ellas femeninas, y con una larga y poderosa
cola de saurio o reptil que llega hasta el cielo. En dicho grabado, por la fusión de lo
humano y lo bestial, podemos ver una excelente plasmación de la idea del ego-dragón:
en su mano derecha el gigante adragonado detenta un cetro, símbolo de esa majestad
suprema que el ego ilegítimamente se arroga, mientras que en la mano izquierda porta
una espada, emblema de la violencia en que el ego basa su existencia. En el
pensamiento y la obra de Blake, la egoidad se perfila por tanto como el dragón que
amenaza la existencia del hombre sobre la tierra.

...Podemos, pues, concluir que en le dragón es el símbolo del ego como potencia
entenebrecedora, separadora y disociadora. En ese monstruo deforme se halla
simbolizado Satán, el Inicuo, el maligno, el Separador, el enemigo de Dios, del hombre y
del cosmos; el agente de la muerte, que se enfrenta a la vida. Es el símbolo de la fuerza
negativa, viciosa o pecaminosa que, actuando desde el interior mismo del alma, aleja al
hombre de sí mismo y de su Raíz, de su Principio y Fin, entregándole a las potencias del
mal con toda su consecuencias desgarradoras.

La misma fuerza antihumana y antidivina que, según la doctrina cristiana, ocasionó la


caída de Adán, el primer hombre. Es interesante, a este respecto, constatar que, en
algunas obras de arte medievales, el momento de la caída del primer hombre, o sea, del
"pecado original", es representado reproduciendo, junto a la figura más usual de la
serpiente tentadora, un pequeño dragón que acecha a espaldas de Adán, como puede
verse, por ejemplo, en los relieves románicos de la Bemwardstür o "Puerta de San
Bernward". en la catedral de Hildesheim...”

La primera etapa de la coniunctio es factible gracias a la interiorización y retirada de


proyecciones, como afirma Jung. Pero son precisamente la meditación y la concentración
de la consciencia los que hacen posible esta primera fase del trabajo. Veamos lo que dice
Walter Odajnyk en su libro “Recogiendo la Luz”:

“Un punto de vista de las imágenes de la coniunctio centrado en la meditación mantendría


que la separación del alma del cuerpo se refiere a la práctica de la meditación de retirar la
energía psíquica de las sensaciones físicas, emociones y pensamientos. La separación
del alma del cuerpo no es sólo una retirada de proyecciones, como creía Jung, sino la
renuncia a ser psicológicamente conmovido por sensaciones, sentimientos, pensamientos
o imágenes. La condición de semi-muerte del cuerpo resultante es una experiencia real y
no sólo una metáfora o un símbolo de depresión; San Agustín la describe como un estado
intermedio entre sueño y muerte. La unión del alma con el espíritu tiene que ver con la
unión de la energía psíquica que fue retirada del cuerpo, las emociones y pensamientos
con la energía de la consciencia vacía o suspendida. Esta unión de las dos energías no
establece una visión consciente o racional inmune de las influencias del cuerpo, pero crea
una campo nuevo psicológico, el complejo meditación.”

La dificultad de mantener la unio mentalis no tiene nada que ver con el problema de
aferrarse a las visiones obtenidas con la retirada de proyecciones; más bien, surge de la
dificultad de mantener la concentración, porque la energía psíquica recogida en el
complejo meditación trata de volver a su dispersión natural entre las funciones físicas,
emocionales y mentales. Además, a la reunión de la unio mentalis con el cuerpo
inanimado no se le aplican las visiones obtenidas en la vida diaria y el hecho de
realizarlas en el mundo real; es más bien cuando se focaliza y se mantiene el complejo de
meditación en el área del abdomen inferior. El propósito de focalizar en el abdomen es
doble. En primer lugar, situar la atención en los centros del abdomen inferior y anclar el
complejo meditación en un área del cuerpo que puede mantener la tensión por largos
periodos de tiempo. Si el complejo meditación es sostenido en la cabeza o en el pecho, la
cabeza comienza a latir o el pecho se siente restringido. En segundo lugar, el foco de
atención en el abdomen inferior estimula sensaciones y sentimientos conectados con esa
área del cuerpo, y la energía psíquica así estimulada es entonces usada para erigir y
sostener el complejo meditación. Además, el abdomen inferior está asociado con el
chakra manipura, el centro del fuego (en términos psicológicos, el centro de la vida
emocional). El complejo meditación es realmente el horno alquímico o vas hermético que
está situado sobre el “fuego” del ser emocional de uno. Es aquí donde la energía psíquica
raíz es transformada o sublimada. La aplicación alquímica de los “movimientos rotatorios
asiduos” a las sustancias químicas en el vas que representa a la unio mentalis, es idéntica
a la noción occidental de la “circulación de la luz” y la rotación de las energías positiva y
negativa.

Este uso paralelo de movimientos rotatorios: (1) refleja el hecho de que la circunvalación
del self o sí-mismo es un principio básico de desarrollo psicológico; (2) es una expresión
de la cualidad circular cuasi mandálica del self compuesto de fuerzas positivas y
negativas; y (3) se refiere a la práctica de la meditación de mantener un foco fijo de
atención o “concentración”, en el sentido etimológico de la palabra. Al principio la
concentración está conectada con el ritmo de la respiración, pero después hay un ritmo en
la concentración que puede reflejar modelos energéticos semejantes a ondas del cerebro
y del sistema nervioso.

El procedimiento alquímico de la distillatio y las imágenes relacionadas de “baño” tiene


lugar cuando la energía es retirada de las funciones somáticas y psíquicas y mantenida
en suspensión en el complejo meditación. Esas imágenes alquímicas son una
representación de eventos que tienen lugar dentro de la psique, parece que la energía es
gradualmente limpiada y descontaminada de sus asociaciones anteriores. Lo mismo que
las energías sexuales o coléricas son cargadas con sentimientos, por ejemplo, esta
energía descontaminada tiene asociada un sentimiento; la comparación usual es con el
aire limpio y fresco de una montaña.

Tanto la alquimia occidental como oriental postula una nueva etapa, la albedo o
blanqueamiento, que resulta después de haber lavado, y no son sólo referencias al
trabajo consciente sobre los complejos y actitudes inconscientes de uno; se refieren
también a la transformación de la energía tenido lugar varios “lavados” y “destilaciones.”
Psicológicamente, la albedo es interpretada como “iluminación” consciente y equilibrio
emocional – ver las cosas en una luz objetiva – después de que los complejos y afectos
inconscientes han sido sujeto de análisis. En la meditación, el blanqueamiento
corresponde a la visión de una luminiscencia lunar sutil que infunde todo el ser de uno.
Esto tiene lugar después de haber conseguido cierto nivel de habilidad en la
concentración, y anuncia el comienzo de una nueva forma de consciencia caracterizada
por estabilidad emocional y ecuanimidad.

Jung interpreta la producción del caelum descrita por Dorn como una representación del
proceso de individuación; el caelum mismo es interpretado como una imagen del self.
Para el que practica la meditación, el caelum – o la aparición de un cielo brillante y
transparente – es a menudo descrito como una experiencia real. Más que una metáfora
alquímica, el fenómeno aparece después de que cierta cantidad de energía psíquica ha
sido limpiada y la consciencia ha quedado vacía. Por ejemplo, Saint Nilus, uno de los
Padres del Desierto, escribe: “El que desee ver lo que su mente es realmente, debe
liberarse de todos los pensamientos; entonces verá como un zafiro o un color de cielo.”
Un meditador contemporáneo exclama: “Pensé que estaba mirando un cielo amplio y
absolutamente transparente.” Jung está en lo cierto: “el caelum es una imagen del self,
pero es también una experiencia fenomenológica.”

La práctica de la meditación para la separación del alma y el espíritu del cuerpo es


descrita en el Netra Tantra:

“Ni medites en algo de arriba ni del medio, ni en algo de ahí abajo, ni de delante ni de
detrás; ni en algo que esté a ambos lados, ni en algo de dentro del cuerpo; ni debería uno
meditar en algo de fuera. Ni debería uno fijar su mirada en el cielo, ni en algo de ahí
abajo. Ni debería uno cerrar los ojos, ni debería mantener los ojos abiertos sin parpadear.
Ni debería uno meditar en algo que sirva de apoyo (como una imagen, retrato, etc.), ni en
una negación de apoyo, ni en un apoyo una y otra vez; ni en los sentidos, ni en seres, ni
en percepciones sensoriales como el sonido, el tacto, el gusto, etc. Así, habiendo dado de
lado a todo apoyo, establecido en el samadhi, uno sólo debería permanecer identificado
con el Altísimo. Se ha dicho que éste es el supremo estado de Siva; éste es en verdad el
asiento del Atma Supremo, que carece de toda apariencia externa. Si alguien alcanza
este estado, no vuelve ya más.” (VIII, 41-45)

Segunda Fase

La segunda etapa de la conjunción es la reunificación del alma y espíritu unidos con el


cuerpo. Esta fase es simbolizada en la alquimia por las “Bodas Químicas.” Se trata de
volver a unir el estado espiritual alcanzado en la primera etapa, con lo corporal, con la
experiencia física. Esto no quiere decir más que la experiencia conseguida en la primera
etapa debe ser llevada a la realidad cotidiana.

Esta etapa entraña el conocimiento de uno mismo con la ayuda del alma y el espíritu. En
este conocimiento hay que profundizar en las zonas oscuras (para la consciencia del ego)
de nuestra propia individualidad y llevar esos contenidos a la consciencia. Es la forma de
conocernos a nosotros mismos y poder controlar nuestras tendencias personales desde el
foco espiritual conseguido en la primera etapa. Con la ayuda del alma y del espíritu
unidos, la impronta espiritual se va haciendo realidad en la vida diaria.

Jung interpreta esta segunda etapa de conjunción de los opuestos de la obra alquímica
como “la unión de la consciencia diferenciada por auto-conocimiento, con un espíritu
extraído de contenidos previamente inconscientes.”

En esta segunda etapa se crea dentro del cuerpo una nueva energía o más bien una
transmutación de la energía que ya existe en él, sobre todo la energía bio-psíquica. En
realidad se trata de una nueva vibración que los alquimistas denominan “quintaesencia”,
“caelum” o “lapis.” En realidad la creación del “lapis” no es la meta final de la Gran Obra,
es tan sólo la etapa intermedia; la meta final o tercera etapa es la unión de todo el ser
individual con el resto de la totalidad del cosmos, lo que Jung denomina unión con el
“unus mundus”, lo que en esoterismo se denomina como consciencia cósmica o unión con
lo Absoluto.

La creación de esta “quintaesencia” o “elixir”, se realiza haciendo bajar la luz espiritual a la


región inferior del cuerpo (abdomen inferior) para allí cristalice y luego ascienda hasta la
región del corazón. Para ello son necsarias la meditación y la respiración controlada.

Tercera Fase

La tercera y última etapa de la conjunción es la unión de la totalidad del ser humano (Self
o Sí-mismo) con la totalidad del cosmos (Dios en su aspecto manifestado). Es el paso de
lo personal a lo traspersonal. Es la experiencia mística total.

Cuando mencionamos el concepto Dios en relación con lo Absoluto o la Totalidad, no se


trata de una referencia al Dios que las religiones tienen en su mayoría catalogado en una
forma limitada y a veces personal antropomorfa. Veamos lo que dice Steve Schlarb sobre
el Dios Uno:

“Las personas religiosas reciben desde el interior de su propia psique la imagen o


realización del tipo de Dios o Diosa que necesitan para dar voz a su alma. Uso la palabra
“reciben” porque la mente inconsciente proporciona lo que la mente consciente necesita
para ser iluminada; si la persona se abre a tal iluminación. Creo que la mente consciente
es el punto de contacto entre el alma de la persona y el Espíritu Divino.

Todos nosotros tenemos una predisposición psicológica, o si queremos arquetípica, que


es el lenguaje de nuestra propia alma individual. Las cacofonías de las expresiones
religiosas de la humanidad son el resultado de las múltiples dimensiones psicológicas de
todas las personas.

El Ser Supremo tiene las características de Amor, Luz y Justicia que mucha gente
representa como su Dios, Diosa y Gran Espíritu. Estas son las características que unen a
gran parte de la humanidad en grupos espirituales. Pero la totalidad del Ser Supremo o
“Dios Único” (el que comprende el universo y a todos los seres) es mucho más que
solamente la Luz.

Cada persona proyecta en Dios las características que necesitan para relacionarse o
expresarse espiritualmente.”

Los trabajos de Carl Jung, Joseph Campbell, Mircea Eliade, etc., las experiencias
personales de la visión en los sueños de la gente ordinaria, y de los escritos de los sabios
a lo largo de la historia, demuestran todos de forma conclusiva que el Ser Supremo tiene
innumerables características. Porque ser el “Dios Uno” para tanta gente que tiene tantas
necesidades, requiere un espectro infinito de características.

Cada arquetipo dentro de lo inconsciente es un aspecto del Dios Uno. Somos parte de un
baile divino, un modelo entretejido complejo de la vida y la muerte. Toda realidad,
inclusive la que no vemos o entendemos, ni aún lo que no apreciamos, está dentro del
“Dios Uno.” Y las formas que rehuimos tales como el Embustero (Satán), el Destructor
(Siva), y otras formas anticreativas culturales, se incluyen también en la totalidad del “Dios
Uno.” El Bhagavad Gita trata de esto cuando Krishna revela sus muchas formas a Arjuna:

“Por centenares y también por miles, percibe, oh Arjuna, mis celestiales múltiples formas
e innumerables colores. Percibe a los dioses, del sol, del fuego y de la luz, los dioses de
la tempestad y del relámpago.

Soy todo tiempo poderoso, que destruye todas las cosas. Mira ahora el universo entero
con todas las cosas que se mueven y las que no se mueven, y cualquier alma que
puedas deseas ver. ¡Míralo todo como Uno en Mí!

Y Arjuna responde como cada uno de nosotros deberíamos:

Veo en ti todos los dioses... Veo el esplendor de una belleza infinita... Pero los mundos
perciben también tu forma poderosa y tenebrosa...

Cuando veo tu vasta forma, que alcanza el cielo, ardiendo con muchos colores, con
bocas abiertas, con grandes ojos llameantes, mi corazón tiembla de terror, mi poder se va
y quedo en paz. ¡Oh Vishnú!

Como el fuego al final de los tiempos, que quemará todo en el último día, veo tus amplias
bocas y tus terribles dientes. ¿Donde estoy yo? ¿Donde está mi refugio? ¡Ten
misericordia de mi, Dios de dioses, Refugio Supremo del mundo!
El hecho de que el Ser Supremo de a cada uno de nosotros ese Refugio Supremo, es la
prueba de Amor infinito del Creador, y así nuestras almas encuentran su hogar en Él. Pero
debemos admitir las otras formas de Dios que dan consuelo a los demás, y que se
expresan en los muchos aspectos de la vida y de la civilización humanas. De otro modo,
limitamos a Dios solamente a la forma que nos complace. Debemos por último admitir que
todas estas formas residen dentro de nuestras propias mentes inconscientes, y que el Ser
Supremo está realmente más allá de toda forma. Si, hay un “Dios Único” pero para
encontrar el destino eterno del alma, necesitamos comprender que ese Ser Supremo está
más allá de nuestras posibilidad de comprenderle mediante conceptos intelectuales.
Seamos agradecidos con la forma personal en la que nos ha bendecido con Su
Presencia. Sigamos el sendero en el que esa forma nos dirige.

Una vez que el sí-mismo individual ha cristalizado, de forma natural buscará su unión con
el Sí-mismo traspersonal y universal que es el Dios Uno. Nada puede decirse de forma
conceptual y concreta de esta tercera etapa, salvo seguir las indicaciones, la mayoría de
las veces simbólicas, de cómo los místicos han expresado su experiencia. Citemos lo que
los Evangelios dicen al respecto: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni se le ocurrió al
corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.” (Corintios I,
2:9)

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