Entre los años 1930 y 1990, rigió en el Perú, con algunas interrupciones más bien breves, una política de expansión monetaria que desembocó en una crónica inflación de precios y devaluación de la moneda nacional. El tipo de cambio que nació en 1930, el sol de oro, se depreció de 2,50 soles por dólar a hasta uno de 13.000 soles por dólar en el momento de la muerte de esta moneda, en 1985. La tendencia a la inflación y la devaluación se manifestó con fuerza sobre todo a partir de finales de 1960, pero estuvo ya presente durante el periodo de 1931 a 1967. Las reformas monetarias y financieras emprendidas, inicialmente durante el Oncenio de Leguía (1919-1930), pero más acentuadamente como reacción a la depresión mundial de 1929, por los gobiernos de Sánchez Cerro (1930-1933) y Benavides (1933-1939), dejaron a un Estado preparado de poderosas herramientas para intervenir en la economía, tales como una moneda, que depende del crédito cuya emisión quedaba a cargo de un banco central al que estaba en su mano controlar, una superintendencia de bancos con capacidad para orientar las actividades de la banca comercial y una banca de fomento con que podía surtir de dinero a los sectores empresariales que le pareciesen dignos de apoyo. Fue tentador, en el marco de la debilidad de las instituciones del país, que, ante la necesidad de mayores ingresos, el Gobierno aprovechara estas posibilidades que ahora tenía en sus manos antes que lanzarse a las complicaciones políticas de una reforma tributaria. Pese a las herramientas para intervenir en la economía se dio la quiebra del Banco del Perú y Londres (cuya liquidación fue la primera tarea de la flamante SBS). Mientras Leguía se mantuvo en el poder, el banco funcionó con normalidad; sin embargo, luego del derrocamiento de líder de la “Patria Nueva” (25 de agosto de 1930), sufrió un pánico de retiro de fondos. Después de una moratoria que terminó en febrero de 1931, el banco fue declarado oficialmente en bancarrota y hubo de ser liquidado. (Penagos, 2012) Según Contreras Carranza (2020), “La paralización de las corrientes de capitales y el crédito internacional dejó sin financiamiento a nuestra producción, especialmente la producción agrícola. Por esto, el Banco Central tuvo que desprenderse de parte de su capital para constituir el Banco Agrícola”. Tales fueron los términos con que el presidente del BCRP en esa coyuntura, Manuel Olaechea, justificó en su Memoria de 1932 dicha transferencia. El trabajo político que el emergente y por entonces radical partido aprista había hecho entre los asalariados de las haciendas azucareras y algodoneras de la costa norte y central volvió a esta población un agente activo e influyente en la política nacional. Los terratenientes costeños eran, por su parte, otro elemento políticamente poderoso, que en el pasado reciente había surtido al país de ministros, congresistas y, sobre todo, de presidentes de la República. En los años siguientes, se crearían bancos análogos para la industria y la minería, denominándose a esta banca estatal la banca de fomento. El Gobierno comenzó a resolver sus déficits solicitando créditos al banco central, y este pasó, según el estudioso de la historia Guevara Ruiz (1999), “a desatender su función principal, la procura de la estabilidad monetaria, al favorecer al financiamiento del fisco”. Para atender los pedidos del Gobierno, el banco recurría a la emisión de dinero, que, cuando superaba el crecimiento del producto bruto interno, provocaba la inflación que se volvió característica de la economía peruana durante estas seis décadas. Así los efectos de la depreciación que según el informe del BCRP (2012). El decreto ley N° 7193 de 29 de mayo de 1931 ordenó la supresión del servicio de todas las deudas del Estado con el fin de disponer de los fondos destinados a tal servicio para cubrir necesidades primordiales del Erario. Pero como la Caja de Depósitos y Consignaciones se mostrara propicia para aportar más del 80% de los fondos para el servicio de la deuda interna sin que fuera necesario tomar este dinero de los ingresos fiscales, el decreto ley N° 7215 de 6 de julio de 1931 autorizó a hacer el servicio de intereses de los bonos de deuda interna de 1889 y 1918, del 1% y 7% respectivamente al 30 de junio de aquel año. La suma necesaria debía completarse con los fondos reservados en la Caja de Depósitos y Consignaciones. Quedaron pendientes los bonos emitidos por la ley N° 6527 de 1929 y los de deuda interna consolidada de obras públicas de 1930. El decreto ley de 31 de julio dispuso la continuación de esta política. La supresión del servicio de la deuda interna había causado gran alarma, pues iba a afectar fundamentalmente al crédito en el país y a la situación bancaria. Las obligaciones del Estado constituían inversiones de los bancos, de la Caja de Depósitos y de comerciantes y particulares Pasando a otra dimensión de la historia monetaria, es importante reseñar que fue en esta etapa que la monetización de la economía alcanzó a gran parte de lo que el historiador Jorge Basadre llamara el “Perú profundo”. Ello sucedió gracias al predominio de la moneda fiduciaria. Si por un lado esta nos expuso a la inflación y la devaluación, por otro, extendió el uso de la moneda a nuevos sectores sociales. La desaparición de la circulación de las monedas de metal precioso fue reemplazada no solo por la moneda de papel, sino también por monedas metálicas que ya no eran de metal precioso, sino de níquel o bronce, o lo eran solo parcialmente, como las monedas de plata de 5 décimos. Cuando en 1931 se volvió formalmente al patrón oro no se acuñó monedas de oro, sino billetes del Banco Central que supuestamente lo representaban. Pero ¿de qué material debía acuñarse la moneda menuda y, concretamente, los soles y medio soles? Si es que volvían a hacerse de plata, tendrían que ser de menor tamaño, opción que, de acuerdo al criterio del Banco Central: […] ofrecía serios inconvenientes, en especial de orden psicológico. El peruano durante más de dos tercios de siglo se había acostumbrado al uso de monedas de plata de un tamaño y peso invariables, [y] la reducción del contenido fino de esta no era tan ostensible. El cambio de esta produciría mal efecto en el público haciendo peligrar el éxito de la reforma. Como no se diera con una solución aceptable, se optó por emitir billetes tanto de un sol como de medio sol.121 En 1935, llegó a emitirse monedas de medio sol de níquel/bronce, que sería el antecedente de la nueva moneda de un sol que circularía a partir de la década siguiente. Otra de las medidas del Gobierno fue incrementar la emisión de monedas de níquel de 20, 10 y 5 centavos, y de cobre de 1 y 2 centavos. Durante los años treinta se aumentó la acuñación de este tipo de circulante “debido al incremento de las transacciones menudas”. La emisión de esta moneda fraccionaria integró a la población del interior y, en general, a la población popular a la economía monetaria, ya que durante la larga era de la moneda de metal precioso había quedado excluida de ella por la escasez de “sencillo”, que es habitual en el régimen de las monedas de plata u oro. Hasta los años veinte o treinta, la transacción de pequeños montos, como la venta de comestibles (huevos, menestras, etc.) o artículos como los fósforos o la sal, se complicaba por la falta de moneda fraccionaria. Este era también un inconveniente para la extensión de servicios de transporte en las ciudades, por la dificultad para comprar los tiques del tranvía. Las monedas de níquel, cobre y bronce resolvieron este problema. Recién en 1944 se emitió una nueva moneda de un sol. Habían pasado más de veinte años desde la última emisión de monedas de plata y casi treinta desde la última acuñación de monedas de un sol en plata de 9 décimos y 25 gramos de peso. Estas habían desaparecido prácticamente de la circulación, por lo que no había peligro de generar una confusión con la coexistencia de diferentes monedas del mismo valor.123 La nueva moneda era algo más pequeña que la antigua, y en su material predominaba el bronce. Fue acuñada en Filadelfia, y de inmediato se trató de retirar de la circulación los billetes de un sol, con los que coexistió durante algún tiempo. Durante la “segunda fase” del gobierno militar (1975-1980), este debió abandonar el cambio de 43 soles por dólar, y lo fue ajustando en un régimen de minidevaluaciones que trataba de ser un punto intermedio entre el sistema de cambio fijo y el de la flotación libre. El experimento no resultó, puesto que entre 1975 y 1985 el cambio se derrumbó desde los 45 soles por dólar hasta los 12.500 soles por dólar en el momento del cambio de mando del segundo gobierno de Fernando Belaunde al primero de Alan García Pérez. En esos diez años, la devaluación del sol fue de 27.678%; una velocidad de caída nunca vista antes en la historia monetaria del Perú. Ese desplome trajo varias consecuencias. La primera: la muerte del sol como unidad monetaria. Fue reemplazado por el inti (palabra quechua que significa “sol”), que nació con una equivalencia de mil soles. Segundo: el avivamiento de la inflación. La devaluación incrementaba los precios de todos los bienes importados (que, como ya se dijo, incluían alimentos y toda clase de bienes de consumo final e intermedio) y arrastraba a toda la economía a un alza generalizada de precios. El año 1983, en el que la crisis monetaria se vio agravada con la ocurrencia de un Fenómeno de El Niño inusualmente intenso, que provocó la caída de la pesca y la agricultura nacionales, la tasa de inflación superó el 100%, guarismo que también era un récord en la historia del Perú. Tercero: la dolarización de la economía. Ante la incertidumbre del valor futuro de la moneda, los contratos de mediano y largo plazo comenzaron a pactarse en la moneda norteamericana. Aparecieron en el paisaje urbano los cambistas callejeros, cuya brecha entre el precio de compra y el de venta de los dólares era menor que la de los bancos y casas formales de cambio. Fue también una vía para el ingreso de los dólares que aportaba el narcotráfico que comenzaba a desarrollarse en la selva. Otra consecuencia fue la desaparición de la moneda metálica. Primero se fue reduciendo los soles con la figura de la vicuña emitidos a partir de 1966 fueron ya más pequeños que los de bronce introducidos en 1944. A pesar de ello, en los años setenta ocurrió que el metal que servía de soporte físico, a pesar de no ser precioso, valía más que el valor facial o nominal de la moneda, por lo que eran empleados como material de soldadura y como adornos de bisutería por los artesanos y orfebres. Se produjo entonces una aguda escasez de “sencillo” alrededor de 1975, que hizo que las personas tuvieran que resignarse a recibir el “vuelto” en los microbuses o en las bodegas en caramelos, cajitas de chicles o de fósforos (véase caricatura de p. 415). La nueva moneda del sol que apareció en 1976 era un minúsculo disco de latón que graficaba crudamente la devaluación monetaria.