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El justiciero carmesí

Por Max Aguirre Rodríguez


“Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti
maldad”.
(Ezequiel 28:15)
Capítulo 1: ¿quién vigilará a los vigilantes?

Todos los que saben mi nombre, no me conocen realmente. Podría decir que soy Charly,
autista funcional, putero y, desde el 2013, detective privado. Pero eso sería mentir. Y mi
ideología liberal me impide hacerlo, al menos conmigo mismo. Tengo dos pasatiempos y los
ejecuto con pasión: perseguir mujeres por las calles y preguntarles si cobran o no. Cuando mi
interrogante es saciada positivamente, pacto una cita privada, tengo sexo bajo unos
lineamientos precisos y publico un rating en la página “Hermanos de leche”. Soy
“Mefistosinjebe” para toda la comunidad putañera de Lima. En “Perutops” soy “Kamikaze69”.
Ah, también fui policía, pero mis aficiones iban por otro lado. Estuve ahí el tiempo necesario
para postularme como criminalista. Me di cuenta de que gracias a mis dos pasiones era capaz
de perseguir por días enteros también a hombres, ver con quiénes se contactaban. A veces
tenía suerte y se atendían con mis amigas. Así podía enterarme si, por ejemplo, eran infieles o
pactaban con sicarios. Si tenía suerte, y se daban ambas cosas, cobraba doble: a la esposa o
novia y a los detectives que me habían contactado. Eran muy pocos los que reconocían mi
intelectualidad suprema y mi increíble capacidad para seguir a alguien sin pausa alguna.

¿Entonces dónde estoy ahora? La última persona que me contactó me pidió seguir a un tal
Alex Aguilar. Estoy en una iglesia, cinco sillas lejos de él. Todos están orando con los ojos
cerrados, con la cabeza sumisa, en la completa oscuridad. Yo no puedo cerrar los ojos. A mi
lado derecho está una guapa señorita de 18 años, copa A, cabello rubio oscuro, senos
pequeños y seguramente rosados. La señora de mi izquierda, con anillo de casada, cabello
castaño claro, copa C, está con una camisa que pretende ser recatada. No tiene muchas
arrugas cerca a la boca. Raro en una mujer de casi 40 años. Ha tenido una vida poco feliz y
nunca ha chupado un pene.

Domingo 26 de octubre del 2014

Otra vez en La Molina, en la misma iglesia. En la misma platea, en el mismo asiento. Estoy
calmado, resolver crímenes es la única verdadera diversión que tengo. Me gusta exagerar lo
raro que soy, me alegra (pero no tanto). Esta vez decidí quedarme sentado luego del discurso
del pastor, un hombre octogenario que ve con felicidad su deceso. Se siente más cerca a Dios.
Bien por él, ¿no? Ojalá yo pudiera ignorar que nada existe más allá de lo que podamos razonar.
Todo lo que está fuera de nuestro alcance ni siquiera vale la pena ser mencionado. Es
información inútil (como mucho de la literatura). Nunca entendí cómo podía ser más llamativo
un libro sobre mundos mágicos que un libro sobre nuestro propio mundo. La crueldad humana
no es un misterio, pero sigue generando buenos relatos, relatos que le competen a la
psicología y a la sociología. Cada crimen cuenta una historia. No hay nada más interesante y
estremecedor que la realidad.

Esta iglesia evangélica le entregó a la criminología (y al periodismo) una historia mejor que la
de Caín y Abel. Dos miembros de la iglesia, casi como hermanos, lucharon por la aprobación de
una señorita. Bueno, ya se sabe que esa historia es de celos. Un crimen pasional. Pero eso es
como un comodín cuando los criminólogos no son tan astutos para encontrar la verdadera
causa. “Asesinó por amor, por celos, o porque estaba loco” es la conclusión floja. Sí, la locura
es el otro comodín. Por eso la historia de la Biblia es una mierda, parece el informe de un
agente incapaz. Un detective que decide mejor decir que dos hermanos pelearon por la
aprobación invisible de un ser divino. Y no, por ejemplo, del agrado de su padre. O que
discutieron sobre quién iba a heredar las tierras de la familia. ¿Eso tiene más sentido, no? Hace
un año, pero en el 2013, desapareció René Mayte. Y todos en la iglesia lloraron por
encontrarlo. Se hicieron vigilias televisadas, a las que el astuto asesino acudió para no levantar
sospechas. Pasaron 10 días, pudieron ser más si yo no intervenía, hasta que por fin hallaron al
culpable: su mejor amigo, su casi hermano, Gerald, un joven pudiente de familia respetada en
la comunidad, un hombre que le susurraba a la madre del fallecido que pronto encontrarían a
su hijo. Y sí, lo encontraron. Enterrado en una propiedad de los padres de Gerald. Así que el
asesino al menos no le mintió a la madre de su mejor amigo. Los asesinos tienen su lado
tierno.

Cuando acudieron a mí con la conclusión de que era un crimen pasional, me molesté primero.
Pero luego me di cuenta de que en este caso sí podía ser. Pero los dos muchachos no pelearon
por la chica. ¿De verdad Gerald mató a su amigo por celos? No, es estúpido. El contexto es la
clave. Ambos eran cristianos, pero Gerald era alguien más integrado. Tenía un lugar de
privilegio. Tenía el cariño y el respeto de la gente. Entonces no le convenía que René, su mejor
amigo y amante, revelara su relación homosexual. Yo recomendé que se consignara a la
homosexualidad como razón del crimen, pero no me hicieron caso. Encontraron otra
terminología. Y para le prensa fue simplemente Caín y no un Caín maricón.

El caso de “el justiciero carmesí” es entretenido únicamente porque aparentemente no hay


rastros del victimario y sus ataques parecen aleatorios. Siempre es bueno dejar actuar al
asesino hasta que revele un patrón. Solo se han encontrado cuerpos carbonizados de 4
personas hasta ahora. Alexander Herrera fue el primero. Este hijo de puta era un fascista y
creo que merecía morir. Alguien que cree en la violencia es un peligro. Cuando un terrorista
logra justificar sus actos, sus seguidores ya no sienten que son criminales. La impunidad se
esparce como un virus. Hasta que doblega a la ley misma y se convierte en la nueva “justicia”.
Qué fea mierda. Como liberal, defiendo la libertad y la vida. El fascista merecía morir, pero
nadie puede matarlo. Nadie está por encima de la ley.

El 12 de octubre Alex Aguilar estuvo discutiendo con Herrera (le decían el general Alexander
Herrera). Hablaron de hacer unas pintas para sugerir el retorno de Sendero Luminoso y hacer
que el partido fascista gane importancia, que se conviertan en los vigilantes y protectores de la
ciudad. Siete días después, Herrera fue encontrado carbonizado, como en los casos de
combustión espontánea. Pero él estaba en un lugar apartado donde ninguna llama podía
“accidentalmente” alcanzarlo. Pero tampoco había rastros de algún acompañante. Solo sus
cigarrillos y el encendedor. En el segundo caso, la víctima también era un fumador que se
había movilizado lejos de la zona que solía frecuentar. Pero en los dos últimos casos el
protagonista no era un fumador. Las dos primeras víctimas eran miembros del partido fascista.
Y las dos últimas habían sido redactores en la revista semanal en la que trabajaba Alex Aguilar.
Por eso la prensa lo bautizó como “el asesino carmesí”, el rojo definitivo. Algo así. Alex Aguilar,
mediante unos de mis blogs, me pidió investigar a Miguel Ricardo Helguera, el ahora único
líder de los fascistas. Su pago era el ideal (no me gusta el dinero, pero me gusta comer -y
últimamente no había muchos infieles-).
"Nos apartaste de tu sabiduría y elegiste a la humanidad"
Capítulo 2: susurros

Los Helguera siempre hemos sido una familia ejemplar. Incluso cuando yo me aparté de la
iglesia, nadie me veía como un rebelde. ¿Y cómo no? ¿Cómo podrían juzgarme si albergaron
por 10 días a un asesino? ¿Cómo podrían señalarme si ellos mismos admiten su hipocresía? De
eso se trata ser cristiano: de aceptar que eres un hombre roto que necesita un mesías. Y de
entender el perdón. Debes perdonar todo. Los insultos, los chismes, las humillaciones, los
golpes y el desprecio. Somos mártires glorificados. Eres más cristiano, mientras seas más
pisoteado por el mundo. Y está bien. Es el precio por todos los momentos felices. Cuando
conoces la verdad y te señalan como mentiroso, solo queda reír al final. Porque de eso
también se trata ser cristiano: todos los que te llamaron mentiroso lo pagarán. ¿Eso nos
motiva? Es lo que siempre me repetía a mí mismo luego de sufrir una humillación. Me reía de
ellos. Sabía que el tiempo me daría la razón.

“Huevón, me haces la semana con tu debate con el profe Fernández”

Julio, mi mejor amigo, señalando mi desempeño. Lo de “huevón” ya ni sabía si era algo


cariñoso o con pretensiones de herirme. Fue mi turno de presentarme y decidí declarar que
creer en Cristo no era una creencia infantil como minutos antes la había calificado Juan. El
profesor Fernández había celebrado aquello, pero mi pacífica declaración la tomó casi como
una afrenta. Su mirada soberbia me estremeció. Pero perseveré y agregué que eran los ateos
quienes tenían creencias infantiles, que las evidencias sobre Dios estaban a la vista. Fernández
no contuvo la risa. Luego se presentó mi amigo Julio, pero no me defendió. Ni si quiera le dio
importancia al incidente. Luego siguieron los demás muchachos.

“Huevón, me haces la semana con tu debate”

“Ya me lo han dicho, Juan”

“Huevonazo, ¿qué pasa? Respóndeme bien. ¿Ya compusiste tu nueva prédica? Jaja, huevonazo
de mierda”

Pasé el receso en el baño sin querer tener contacto con nadie. No quería volver al salón. Me
sentía tan solo ahí. ¿Por qué Julio no me había apoyado? ¿Acaso no creía en Dios como yo?
¿Por qué ningún otro compañero dijo nada sobre el asunto?

Regresé y fingí que nada pasaba. Como siempre. Recuerdo la primera vez que vi a mi padre
completamente alcoholizado. Mi madre nunca ha querido enfrentar la realidad. Ella me
encerró para que no viera el espectáculo que daba mi padre. Estuve solo en la oscuridad hasta
el día siguiente. Yo decidí cerrar los ojos. Era una habitación iluminada, pero quería pensar que
yo simplemente había decidido ir a dormir. Nada pasaba. Nadie me había obligado a nada.
Nadie me había herido. Yo había decidido dormir.

“¿Qué pasa?, hermano, no es manera de hablarle a tu prójimo. Juan solo estaba preguntando
amablemente. ¿Acaso no se predica con el amor?”

“Sí, Ítalo”

“Hermano, queremos que nos evangelices ahora mismo. A los 3. Carlos y Juan quieren
escucharte. Tu argumento de hoy incluso ablandó el corazón de Juan”

El perdón no puede ser parte de la justicia. La amnistía es solo otra palabra para decir
impunidad. ¿Era feliz perdonando? No, a mí no me daba paz. Ya no era suficiente. Me
calmaban susurros que me decían que yo era fuerte. Dios al final haría justicia por mí, ¿no?
¿Pero si yo no era uno de sus elegidos?

“Vamos, hermano. No temas. Sigamos. Hombre de poca fe”

“Ítalo, ya hemos caminado mucho”

“¿Acaso no te gusta nuestro campus? Estamos en la mejor universidad del país. Hay que
disfrutarla. Hermano, agradece a Dios”

“Juan, ¿en serio quieres acercarte a Dios?”

“Sí, y Carlos también. Pero queremos que nos prediques en un lugar apartado. Ya sabes… para
escuchar a Dios directamente”

“Miguel, hermano, ves, todo es cierto. Sigue caminando. ¿A qué le temes? ¿Acaso Dios no
cuida tus pasos?”

Ese día ellos me golpearon. Me pusieron boca abajo. Yo decidí cerrar los ojos, mientras ellos
jugaban a bajarme los pantalones. Me mantuvieron ahí por unos minutos, mientras Juan
supuestamente se masturbaba. Yo no quería ver nada. Estaba boca abajo. Solo cerré los ojos.
Alguien los enfrentó. Alguien que me repetía que yo era fuerte.
Unos días después, seguía encerrado en mi casa. Apenas leía los mensajes que me enviaban.
Ítalo me citaba para pedirme disculpas. Mariana me preguntaba inocentemente qué había sido
de mí. Gabriela me recordaba algo sobre una reunión con nuestros ex compañeros del colegio.
Ella me había enviado un versículo (Juan 3:18-20) y Alex Aguilar me recordaba, ya por tercera o
cuarta vez, de una forma enfermiza, que yo estaba tarde.

Nuestra reunión consistía en unos debates sobre Lógica y las falacias argumentativas. Él había
estudiado en la misma universidad que yo y que casi todos mis amigos. Era un chico de baja
estatura y con un alto grado de cinismo. No resaltaba de entre las personas excepto por sus
violentas cejas y un ligero estrabismo en la mirada (no sé si en el ojo izquierdo o en el
derecho). Pero lo que más disfrutaba hacer era desmontar los discursos de distintos colectivos
ciudadanos. Repetía con bastante orgullo que se dedicaría a la propaganda, a desinformar
(crear “información creativa”) y a la política. El mayor reto para él implicaba convertir un
pequeño movimiento político en uno que unificara el país. El orden para él era más importante
que la igualdad y la libertad. La justicia era el valor absoluto.

“Tienes que denunciar a esos imbéciles. Haremos que los expulsen”

“No llores. No pudieron doblegarte. Eres fuerte. Vamos”

“Puedes confiar en mí”

Sabía que Alex Aguilar era el topo, nunca confié en él. Ni en nadie más. Tampoco en Alexander.
El movimiento no necesitaba dos líderes, necesitaba un mártir.
"Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha
guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día".
(Judas 1:6)
Capítulo 3: voz

Miércoles 1 de octubre del 2014

¿Quién eres? ¿La necedad del hombre? No parecen mis palabras. Ya es muy tarde. Creo que
descansaré un poco. Quizás deba olvidarme de esto. Ya empiezo a hablar solo y es más raro
que de costumbre. Lo mejor será olvidar todo esto. Simplemente hay caminos que no todos
podemos seguir. Mi destino es otro. Mañana debo reunirme con Ricardo. Este país empezará
pronto una gran purga nacional.

Tengo sueños recurrentes, sueños que no me dan tregua. Pocas veces estoy en control de la
situación. He compartido estas pesadillas solo con Luis y Elías. Ambos amantes de la literatura.
El segundo escribe por motivaciones artísticas y el primero porque es su manera de estar
ocupado, de no atentar contra su cuerpo. El segundo es mi vecino más próximo en un pequeño
departamento en Surco. Y el primero suele aparecer en mi vida para contarme todas sus
penurias. Me busca para exponer a quienes lo perjudicaron, los que lo iniciaron como
drogadicto. Suena extraño. Nadie lo obligó a estar casi una semana introduciéndose solo
cocaína en una casa de playa (casi sin alimentarse). Nadie lo obligó a agredir verbalmente a su
ex enamorada ni a responderme con un golpe por un comentario fuera de lugar. Yo nunca
quise responderle. No sé pelear. Debería aprender. La inteligencia y la fuerza son los requisitos
necesarios para imponer tu voluntad.

Los tres hace poco decidimos contar la experiencia de Luis con las drogas. Luis es un escritor
con una trayectoria pequeña, pero prometedora. En sus relatos se ha inspirado en su adicción.
Ese es siempre el conflicto en la vida de sus personajes. Pero jamás ha contado su propia
experiencia, el conflicto de Luis Borja. Quizás porque es fácil deducir que su conflicto principal
no es con las drogas, sino con sus padres (especialmente con la indiferencia de su madre).

Otro de mis amigos más cercanos es Miguel. Lo conocí cuando estuvo suspendido en la
universidad hace unos años. Yo solo iba de visita (tenía la loca idea de titularme como
periodista). Empezamos a conversar debido a nuestras coincidencias políticas en un grupo por
internet. Lo habían suspendido una semana por una pelea con algunos de sus compañeros.
Luego de eso su violencia escaló. Acuchilló a uno de esos tipos fuera de la universidad.
También lo amenazó con una pistola. Pero eso nunca se supo. La víctima nunca lo delató. Dijo
que lo habían asaltado y faltó un tiempo a clases. Nunca más se metieron con Miguel. Además,
empezó a ser admirado en el grupo por su radicalismo y por las fotos donde practicaba con sus
pistolas. El grupo pasó de ser cerrado a secreto. Y unas semanas después todos empezamos a
frecuentarnos. Miguel y Alexander (Herrera) se volvieron los líderes del movimiento. Algunos
miembros y yo decidimos tomar distancia. No todos debíamos ser miembros oficiales.
La fuerza no sobrevive sin el sigilo. Un brazo armado es inútil sin una diestra ducha en
confabulaciones.

 Domingo 12 de octubre del 2014

Hace unos días alguien me apuntó con una pistola, arma sin municiones. Era una advertencia.
He dedicado mi tiempo a reunirme con gente que quiere cambiar este país, pero para peor. Yo
era el nexo entre ellos y Miguel, el líder del movimiento.

He visto esta iglesia en unos sueños. Debe ser la tercera vez que piso el lugar. No conozco a
casi nadie y tampoco estoy interesado en hacerlo. El sermón de hoy trata sobre la salvación,
sobre la predestinación. La mayoría presta atención al expositor. ¿Realmente alguien tan
inteligente como Satanás se rebeló en una lucha condenada al fracaso? Los cristianos dicen
que esto demuestra cómo la ambición puede carcomer al intelecto. Pero quizás se rebeló
porque realmente su victoria era posible. Pienso en Dios como alguien que ha predestinado a
muchos al infierno. “El humano se ha condenado a sí mismo”, declara el pastor. ¿Pero acaso el
Dios omnisciente no ha infligido vida a un ser cuyo camino ya estaba maldito? ¿Qué opción
tienen los condenados? Si yo pudiera salvar a todos, lo haría. Si yo estuviera condenado, me
rebelaría ante el destino, huiría de Dios. Me escondería donde Él no pudiera verme.

Nos piden cerrar los ojos. Ya casi termina el sermón. Ayer soñé que visitaba otro universo.
Todos los que lo habitábamos podíamos reescribir momentos poco decisivos de nuestros
pasados. Ambas realidades eran ciertas para todos. No existía confusión alguna en nuestras
mentes. Me sentía más libre (más en control de mi destino). Me gustaría tener una habilidad
parecida. No deseo que mi alma reencarne o que vaya al cielo. Me conformo, por ahora, con
cambiar pequeños momentos de mi vida. A veces pienso que realmente me dispararon y que
pude reescribir mi propia historia.

Terminó el sermón. Es momento de buscar a un viejo amigo. Sé que Miguel solía venir a esta
iglesia. Alguna vez nos dijo que sí creía en Dios, pero que no se consideraba su sirviente. Él
admira a Satanás. Alguna vez nos dijo que él era el héroe negado de la Biblia. Se tomaba
mucho tiempo de nuestras reuniones para tratar de explicarlo. Nadie reía. Nadie tenía el valor
de hacerlo. Se supone que todos éramos líderes, pero Miguel era nuestro dios. Mis pocos
amigos me decían que todo en el movimiento llegaba a niveles ridículos (la vestimenta negra,
el himno, las fotos de próceres, etc). Pocos sabían lo que realmente era nuestro grupo. Yo no
era un miembro oficial, pero me gustaba saber que era más que un mal chiste. Les daba
difusión a sus artículos, los entrevistaba. Era realmente entretenido alimentar una posición
distinta en este país. Y admiraba a Miguel, ejercía un control real sobre nosotros.
Un muchacho ha intentado convencerme de visitarlos más seguido. Pero eso es imposible. No
creo en Dios y espero nunca hacerlo. He decidido llenar mi incertidumbre con la nada: solo
existe esta vida y nada más. Así puedo vivir tranquilo sin preocuparme por el infierno. Así no
lloro por el destino de mis seres queridos. Ellos solo fallecen.

Alex Aguilar
“Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu
esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti”.
(Ezequiel 28: 17)
Capítulo 4: regresión

Domingo 9 de noviembre del 2014

Ha pasado casi un mes desde que sigo a Alex, para mí él es uno de los principales sospechosos
del atentado en la comisaría en San Juan de Lurigancho y de las pintas pro Sendero luminoso.
Él me contactó mediante uno de mis blogs para que siguiera a Miguel Ricardo Helguera, líder
del partido fascista peruano. Lo acusaba de haber asesinado a un miembro del partido y ser el
apodado por la prensa mierdera como “el justiciero carmesí”, un sujeto que quema fascistas.
Resumiendo, Alex resultó ser alguien cercano al partido fascista, aparentemente expulsado por
Miguel, el líder. El 12 de octubre, Alexander y Alex tuvieron una discusión en plena iglesia.
Ninguno de los dos levantó la voz. Alex decía que necesitaban crear un monstruo. La gente
renuncia a sus libertades a cambio de protección. Alexander, no Alex (son dos personas
distintas), sería quien se encargue de hacer pintas en las calles junto a otros miembros
desertores. Para él eso era suficiente. Alexander fue declarado como asesinado 7 días después,
el crimen era un completo misterio. Su cuerpo había sido carbonizado. No había rastros del
posible victimario. Como si Alexander hubiera muerto por combustión espontánea.

¿Pero qué me hizo sospechar realmente de Alex? Me enteré por una amiga que me estuvo
rastreando, él quería saber quién era “Mefistosinjebe”, el putañero que podía saber qué mujer
era puta o no con solo verla (bueno, más o menos). Rating que subía, amiga a la que visitaba.
Ellas trataban de sacarle toda la información posible. Él solo las miraba directamente a los ojos
y pedía que lo masturben por 80 soles. Solo eso. Era todo lo que pedía. Y no preguntaba nada
más. Ni pedía que hicieran nada más. Con las chicas que reseñaba como “Kamikaze69” en
“Perutops” era distinto. Conversaba más con las chicas. Les preguntaba directamente por mí.
Les preguntaba si yo era un tipo extraño. Algunas le daban información. Ellas aprovechaban y
le ofrecían sexo sin protección. Él dulcemente solo pedía que lo masturbaran. Por 90 soles. A
ellas les pedía un servicio retorcido: orinarles encima por 120 soles. Todas ellas aceptaron.

Para mí todo ya era evidente. Quien me había contactado hace casi un mes era el mismo Alex
Aguilar. Y ahora, confiado en lo que podía hacer, me pidió rastrear a Miguel Ricardo Helguera.
Pero para mí él era uno de los principales sospechosos. Yo le había demostrado que sabía todo
respecto a él. En mi informe detallaba sus incursiones en el mundo de las kinesiólogas, los 80
soles (o 90) por masturbarlo y su interés por “Mefistosinjebe” y “Kamikaze69”. También se
podía ver las investigaciones en las que él había participado. Él era como yo, uno de sus
pasatiempos era vigilar personas. Creaba blogs por cada caso, donde revelaba información que
conectaba a personas con hechos criminales. La última pregunta de nuestra conversación fue
“¿entonces Alex Aguilar es el justiciero carmesí?”. No había pruebas, pero sí indicios. Tenía
todas las motivaciones. Si él quisiera destruir el movimiento fascista, lo haría desde adentro.
Buscaría una manera de asesinar a sus ex camaradas sin que se viera involucrado, sin dejar
pistas. Su último trabajo había sido en un revista semanal afín al movimiento fascista, el
director y el dueño eran miembros no oficiales y se habían reunido varias veces con Miguel
(Alex los había seguido –así me enteré yo-). La tercera y cuarta víctima de “el justiciero
carmesí” eran ex compañeros de Alex. Pero asesinar ex camaradas podría ser justamente lo
que Miguel quisiera. Así él podría deslindar de cualquier hecho extremista que se diera en
Lima y, principalmente, decir que la muerte de Alexander fue a manos de los enemigos, del
resurgimiento de Sendero luminoso. Pero Alex había estado en su departamento cuando
surgieron los asesinatos de los periodistas, crímenes con las mismas características (cuerpos
desechos en medio de la nada). Podía tener un cómplice o alguien, cercano a Miguel, podía
estar imitándolo. El resultado era beneficioso para Miguel siempre y cuando él no fuera la
víctima. Y los miembros de su partido eran para él como soldados a los que se les daba
honores por una muerte en servicio. Recién empezaría a investigarlo. Curiosamente quizás el
pedido de Alex había sido para concentrarme en él y no en Ricardo, con ese nombre lo
llamaban en el partido sus subordinados. Alex y Ricardo podían ser a la vez “el justiciero
carmesí”, todo el partido podría estar involucrado. Esos locos quizás hasta estaban dispuestos
a dar su vida.

A las 10 de la noche, Miguel se dirigió a un especie de grupo de autoayuda por el Centro de


Lima (él vive en La Molina). Gracias a sus redes sociales supe que estaba por ese lugar (le
gustaba publicar mucho, cosa extraña para alguien que quería permanecer con perfil bajo).
Luego solo tuve que seguirlo. En el segundo piso de una casona, donde parecía que en las
mañanas jugaban ajedrez, se encontraba una señorita joven y alta, muy apetecible. Si cobrara
por sexo, le pagaría hasta 500 (400 si quiere que use condón). Este grupo de autoayuda se
denominaba “Máquina del tiempo”. Había gente muy variada. Miguel, un hombre robusto
(bueno, gordo) de metro 75 de estatura se reía nerviosamente. Lo más probable es que esté
ahí por la chica. Éramos 13 personas haciendo un círculo mal hecho (en el medio habían 20
vasos sobre una mesa). Camila estaba a un extremo. Al otro extremo se encontraban dos
personas: un hombre alto de tez negra y Miguel. Yo, por supuesto, me encontraba al lado de
Camila. A su derecha. Esta era la segunda vez que Miguel asistía a este lugar. El domingo
pasado, Alex lo siguió, pero jamás entró.

Camila nos recordó grandes hitos y personajes de la historia mundial. No ahondó en ninguno,
excepto en Alan Turing, cuyo nombre para cualquier persona era sinónimo de genio. Le
atribuyó una frase que creo que jamás dijo: “causas distintas pueden generar el mismo
efecto”. Lo cual es un sinsentido. Una simple variación en nuestra historia, haría que
absolutamente todo cambiara. ¿En qué momento se revelaría que haríamos una orgía con
Camila? Los asistentes contaron algunos fracasos de sus vidas, hechos que ellos quisieran
cambiar si pudieran. Yo estaba a la derecha, así que empezaron conmigo. Cualquier cosa que
diría, sería sospechosa, por no saber en sí de qué se trataba el grupo. Así que debía generar
empatía desde el primer momento. Era el único, además de Miguel, vistiendo ropa más o
menos formal. “Toda mi vida ha sido un error. Siempre finjo que todo está bien. Mi mundo
está lleno de apariencias”, confesé. Nadie sintió pena por mí. Camila solo me dijo que fuera
más específico. “¿Te gustaría quizás haber estudiado otra cosa?”, cuestionó Camila. “Sí,
quisiera volver en el tiempo y arreglar eso”, dije entendiendo la dinámica. Camila sonrió y a mi
derecha rápidamente un señor como de 50 años dijo que le gustaría que Fujimori jamás haya
existido, que él arruinó el país. Otro dijo que le gustaría volver en el tiempo y vender
información del futuro. Sí, era periodista. El hombre de tez negra, al lado de Miguel, dijo que él
quiere volver en el tiempo para ayudar a un amigo caído en desgracia, el recién fallecido Mario
Poggi (murió en junio de este año en pleno encuentro sexual con una prostituta). Miguel se
puso serio, era su turno. “Quisiera no tener sida”, dijo el muy hijo de puta. La gente lo tomó
seriamente. Cosa extraña (todos éramos hombres a excepción de Camila). Entonces esta era la
segunda vez que contaba algo así. Nadie parecía sorprendido. Posiblemente hasta eran los
mismos asistentes que el domingo pasado.

Todos terminaron de contar sus problemas, Camila se paró y cada uno le dio 100 soles.
¿Empezaba la orgía? No, trajo una jarra con una bebida entre verdosa y marrón. Llenó 12
vasos. “¿Y tú por qué no tomas?”, le increpó Miguel. “Así no funciona. No te preocupes, hoy
sentirás mejor los efectos”, le respondió dulcemente Camila. Bueno, éramos un grupo de
drogadictos. Se supone que esta bebida haría posible una regresión. Si yo podía regresar y
tirarme a Nathalia (ya retirada), los 100 soles estaban bien pagados. Nos pidió a todos que nos
agarremos de las manos y nos concentráramos en lo que queríamos cambiar. Y nos preguntó si
realmente seríamos capaces de aprovechar una oportunidad así. “¿Puede el hombre controlar
su destino o es más fuerte el caos del universo? Hoy lo comprobaremos”, sentenció ella. La
experiencia previa a ese viaje no era placentera. Te daban ganas de vomitar y de cagar. A mí
nadie me avisó que no comiera nada. Me dieron temblores por todo el cuerpo y un fuerte
dolor de cabeza y estómago. Hasta que finalmente dejé de sentir y pude ver imágenes que se
alternaban frenéticamente. Por momentos veía a un bebé gritando y a un hombre que se
acercaba. Él se acercaba a un hospital. Su sueño se había cumplido: el pequeño había sido
estrangulado.

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