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Como ministros de la música, cuando ministramos, no solo ministramos para Dios, sino que
también ministramos a Dios. Esto último significa entregarle a Dios algo que va a ser de
bendición, de alegría, de placer y deleite para él. Veamos esto con más detenimiento.
y ello lo vemos a través de toda la palabra de Dios. Él se alegra (Jeremías 32:41), se goza,
regocija y canta (Sofonías 3:17), se complace (Salmo 147:11), se entristece (Génesis 6:5-6); se
contrista (Efesios 4:30); se enoja (Jeremías 44:8; Isaías 63:10), se aíra (Salmo 2:12; Números
12:9); se conduele y compadece (Salmo 103:13), llora (Juan 11:35). Es totalmente bíblico el
hecho de que Dios mismo se goza con su pueblo y también lo hace cuando le alabamos y le
adoramos. >>>
adoración a él; y en darle a Dios (tanto de lo que tenemos, como ofreciéndonos nosotros mismos,
por completo a él); pues entonces el Señor no se queda impasible. Por el contrario, todo eso le
trae gozo y complacencia a su corazón. Cuando así lo hacemos, estamos ministrando a Dios; es
decir, nosotros estamos siendo de bendición a Dios. Sí, aunque suene extraño.
Ningún creyente tendrá dificultad en admitir que cuando le rendimos honor al Señor, él
nos colma de bendición, de satisfacción, de gozo, de paz, etc. Pero no todos se dan cuenta de
que también nosotros podemos ser de bendición, gozo, alegría y deleite para Dios. Primero
El rendirle alabanza y adoración personal a Dios es un camino de dos vías: la una, hacia
arriba, que es la principal y la que debemos buscar; es decir, de nosotros hacia Dios; darle
nosotros a él. La otra, viene de arriba hacia abajo (de Dios hacia nosotros) y vendrá como
respuesta a la primera.
Muchos pretenden alcanzar sola la segunda vía; es decir, aquella en la cual RECIBIMOS de
Dios. Así, andan buscando solo la bendición que Dios envía a través de la alabanza y la adoración.
enviarle, DARLE a Dios primero, nuestra gratitud, nuestra rendición, nuestra obediencia, nuestra
trata, ante todo, de bendecirlo yo a él, de alegrarle y traerle deleite a su ser. Claro está, él es
un Dios de amor y, como mencioné hace un momento, no se queda impasible, sino que siempre,
diciéndole a él cosas que lo ponen feliz. Así de sencillo. Es como cuando le decimos
sinceramente a alguien todo lo bueno que sentimos por esa persona: nuestro amor, admiración y
gratitud, por ejemplo. A consecuencia, esa persona se siente bien; siente un estado de
bienestar cuando escucha cuán valiosa es para nosotros. Algo similar ocurre entre el Señor y nosotros.
Obviamente, Dios sabe si le amamos o no, pero también le gusta escuchar de nuestros labios
Por ejemplo, a nosotras las mujeres, aunque sepamos que nuestros esposos nos aman (y
aunque lo muestren tácitamente en todo lo que ellos hacen por nosotros), nos agrada mucho, más
bien, necesitamos escuchar de sus labios que nos aman. No basta solo el saberlo, sino que
también se necesita escucharlo; lo mismo ocurre entre un hijo y sus padres o entre dos seres que
se aman.
La Biblia dice que Dios se goza sobre su pueblo; eso sucede también cuando le ministramos a
“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.”
Génesis 1:31
Si examinamos con detenimiento todo este pasaje de la creación, nos daremos cuenta de que
cada vez que Dios iba creando algo, se tomaba el tiempo para contemplar y deleitarse en la obra de
sus manos. Esto nos muestra la capacidad de Dios de deleitarse, gozarse y disfrutar de aquello
que le complace.
Recordemos que a través de toda la Biblia, él se nos muestra como un Dios que también
tiene y manifiesta sentimientos. Así que cuando ministramos a Dios alabanza estamos
Piénselo bien:
¿Qué puede haber más grande que el hecho de tener nosotros la capacidad de alegrar al
Dios sublime y eterno, tan solo con una genuina alabanza y adoración que le ofrezcamos, en
espíritu y en verdad?