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W. GOETHE
57 8358
EGMONT
SEGUNDA EDICION

COLECCION AUSTRAL
ESPASA - CALPE ARGENTINA, S. A.
BUENOS AIRES MEXICO
JNA CREACION
DE
SPASA - CALPE ARGENTINA , S. A.
O COLECCION AUSTRAL publica :
os libros de que se habla; los libros de éxito permo
ente; los libros que usted deseaba leer; los libros que
un no había usted leído porque eran caros o circulaban
malas ediciones y sin ninguna garantía; los libros
e cuyo conocimiento ninguna persona culta puede pres
indir; los libros que marcan una fecha capital en la his
oria de la literatura y del pensamiento ; los libros que son
ctuales ayer, hoy y siempre. La COLECCION AUSTRAL
frece ediciones integras autorizadas, bellamente pre
entadas, muy económicas. La COLECCION AUSTRAL
ublica libros para todos los lectores y un libro para el
gusto de cada lector.

. W. G Ο Ε Τ Η Ε
tan Wolfang Goethe, el más grande poeta en lengua ale
ana , nació en Francfort del Main en el año 1749 y murió
Weimar en 1832. De aristocrática ascendencia, fué un niño
recoz y un adolescente genial , publicando a los veinticinco
ros su «Werther» , que le otorgó al instante el comienzo de
= perenne celebridad y que es la eternal historia del primer
nor. Después del triunfo alcanzado por su novela, Goethe
ve una larga existencia en gloria ascendente, gozando de
amistad del príncipe gobernante, que le concede la direc
ón de un teatro, donde Goethe ensaya áureos ballets, grá.
les pantomimas y resucita antiguas tragedias. Nombrado
onsejero en plena juventud, vive, ama, viaja y es amado
or encantadoras y pensativas mujeres que influyen en su
ora , que ya suscita la admiración de los más poderosos de
i tiempo, siendo de recordar la famosa entrevista con Na.
oleón en que resulta tan grande la figura del poeta yendo
encuentro del conquistador como la de éste saliendo a re
cir al poeta . EGMONT, la tragedia de Goethe que publica
• COLECCION AUSTRAL -- en cuyo catálogo ya figuran Las
finidades electivas y Las cuitos de Werther- , gira en tor
del Conde de Egmont, aquel que llevaba la cabeza tan
ta como si la mano del Rey no se cerniera sobre él .
bra de una sencilla y honda arquitectura - su texto, que
ataba de doce años atrás, fué rehecho por Goethe du
ante su viaje por Italia --- , eleva la figura del guerrero
e Gravellina y de San Quintin - la batalla que dió origen
I conocido dicho de " se armó la de San Quintin " - y que
7 defensa de un revuelto pueblo osa enfrentarse con el
guroso Duque de Alba, enviado por Felipe 1l para doblegar
los insumisos. En vono fué prevenido Egmont sobre los pe
gros que le acechan : « ¿ Adónde se va ? - responde el héroe
Dethiano : i Quién lo sabe ! Apenas se acuerda uno de donde
ene» . Y Egmont, atraído por el de Alba, escucha su senten
a por boca de un hijo de su poderoso enemigo que no sabe
sistir el varoni encanto de estar frente al que va a saber
orir, finalizando el drama sereno y trágicamente en un gran
cuadro de orquestación beethoveniana.

SPASA - CALPE ARGENTINA, S. A.


UENOS AIRES MEXICO D. F.
cuori 3 28 Donco 1 s IT
Issa Inastasia ." 165
LIBRERIA UNIVERSITAS PASA - CALPE, S. A.
FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS
Rios Rosas, 26
Ciudad Universitaria - Madrid - 3 MADRID
Teléfono 449 34 09

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UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

FACULTAD DE
GEOGRAFIA E HISTORIA

- NO SE PRESTA
- LECTURA EN SALA

( 201 )
J. W. GOE THE E G M O N T

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COLECCIÓN AUSTRAL
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FILOSOFIA

Historia de la Música
Sección da Ario
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R -J.33W.37GOETHE 612
BIBLIOTECA UCM
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Segunda edición

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ESPASA - CALPE ARGENTINA, S. A.


BUENOS AIRES - MÉXICO
Ediciones populares para la
COLECCIÓN AUSTRAL
Primera edición : 22 - VIII - 1947
Segunda edición : 30 - XII - 1947
Traducido del alemán por Ramón María Tenreiro.
Queda hecho el depósito dispuesto por la ley N° 11.723
Todas las características gráficas de esta colección han
sido registradas en la oficina de Patentes y Marcas
de la Nación.

Copyright by Cía. Editora Espasa - Calpe Argentina, S. A.


Buenos Aires, 1947

Eroix.53.184496

IMPRESO EN ARGENTINA
PRINTED IN ARGENTINE
Acabado de imprimir el 30 de diciembre de 1947
Cía. Gral. Fabril Financiera, S. A. Iriarte 2035 Buenos Aires
Í N
N D I C E
E

PÁG .

ACTO PRIMERO 13

ACTO SEGUNDO 43

ACTO TERCERO 75

ACTO CUARTO 91

ACTO QUINTO 121


PERSONAS

MARGARITA DE PARMA, hija de Carlos V, regente de


los Países Bajos.
EL CONDE DE EGMONT, príncipe de Gavre.
GUILLERMO DE ORANGE.
EL DUQUE DE ALBA .
FERNANDO , su hijo natural .
MAQUIAVELO , al servicio de la regente .
RICARDO , secretario de Egmont .
SILVA ..
Servidores de Alba .
GÓMEZ }
CLARITA, amante de Egmont.
SU MADRE .
BRACKENBURG, joven ciudadano.
SOEST, tendero
JETTER, sastre. Ciudadanos de Bruselas.
UN CARPINTERO
UN JABONERO ..
BUYCK, soldado de Egmont.
RUYSUM , inválido y sordo.
VANSEN , escribiente.
Pueblo, séquito, guardias, etc.

La acción es en Bruselas.
А с т о PR
р к I м Е в о
CAMPO DE TIRO DE BALLESTAS

SOLDADOS Y CIUDADANOS CON BALLESTAS

JETTER, ciudadano de Bruselas, sastre, avanza y


empulga la ballesta. SOEST, ciudadano de Bruse
las, tendero.
SOEST. - ¡Vamos ! ¡Tirad ! ¡Acabemos de una vez!
¡No me venceréis! Tres círculos negros ; tiro como
ése no lo habéis hecho en toda vuestra vida. Y de
este modo, seré el maestro de este año.
JETTER.. — Maestro y rey. ¿ Quién os lo disputará ?
Pero también tendréis que pagar doble escote ; se
gún es justo, tendréis que pagar por vuestra des
treza.

BUYCK , holandés, soldado de EGMONT. - Jetter,


os compro vuestro derecho a tirar; repartiremos la
ganancia ; convidaré a los señores. Hace ya mucho
tiempo que estoy aquí y a todos debo muchas aten
ciones. Si yerro el tiro, es como si hubierais dispa
rado vos mismo.
SOEST. — Tendría mucho que oponer, porque
realmente pierdo en el trato. Pero, Buyck, veamos.
BUYCK. — ( Dispara .) ¡ Vamos, bufón, la reveren
cia ! ... ¡Uno ! ¡ Dos! ¡ Tres! ¡ Cuatro!
14 GOETHE

SOEST. -¿Cuatro círculos ?? ¡Bravo !


TODOS. ¡ Viva, viva el señor rey ! ¡ Otra vez viva !
BUYCK . — Gracias, gracias, señores. Maestro se
ría ya demasiado. Gracias por el honor.
JETTER . - Sólo os lo debéis a vos mismo.

RUYSUM . — ( Frisón , inválido y sordo. ) Permitid


que os diga ...
SOEST. -
- ¿Qué queréis decir, buen viejo ?
RUYSUM . — Permitid que os diga ... Tira como
su señor, tira como Egmont.
BUYCK. - A su lado no soy más que un pobre
-

chapucero. Maneja la ballesta como nadie en el


mundo. Y no cuando está de suerte o tiene una
buena racha ; no ; sólo con encarar el arma da siem
pre en el blanco. Lo he aprendido de él. Sería bien
torpe quien sirviera a sus órdenes y no aprendiera
nada ... Pero no hay que olvidar, señores, que un
rey sustenta a sus servidores; por lo tanto, iven
ga vino, a cuenta del rey !
JETTER . Está acordado entre nosotros que ca
da cual ...

BUYCK . --Soy forastero y soy rey y no respeto


vuestras leyes y costumbres.
JETTER. -- Pues eres peor que el español; éste,
por lo menos, ha tenido que respetárnoslas hasta
ahora.

RUYSUM. - ¿Qué ?
SOEST. — (En voz más alta.) Quiere obsequiar
EGMONT 15

nos ; no quiere consentir que paguemos nuestro es


cote y el rey solamente doble que los otros.
RUYSUM . - ¡ Dejadle hacer ! ¡ Pero sin sentar pre
cedentes ! También esa es la manera de proceder
de su señor : ser espléndido y dejar que rueden
las cosas cuando vienen derechas. ( Traen vino. )
TODOS. — ¡ A la salud de Su Majestad ! ¡ Viva !
¡ Viva!
JETTER. — (A Buyck.) Se sobreentiende que a la
de Vuestra Majestad.
BUYCK . - Gracias de todo corazón, si tiene que
ser así.

SOEST. — ¡ Claro ! Porque a la salud de la Majes


tad española no es fácil que ningún neerlandés
brinde sinceramente.

RUYSUM.- ¿Por quién ?


SOEST. (En voz más alta.) Por Felipe II, rey
de España.
RUYSUM . - ¡Nuestro clementísimo señor y so
berano ! ¡ Concédale Dios larga existencia !
SOEST. —¿No hubierais preferido a su padre,
Carlos V ?

RUYSUM . — ¡Dios lo tenga en su santa paz ! Ese


sí que era un soberano. Tenía en su mano toda
la tierra y sabía ser todo para todos ; y si os en
contraba, os saludaba como cualquier vecino salu
da a otro ; y si os espantabais de su presencia, con
tan buenas maneras sabía ... Ya me compren
déis ... Salía, montaba a caballo cuando se le an
tojaba, casi sin escolta. ¡Lo que lloramos todos
16 GO E T H E

cuando le transmitió el gobierno a su hijo ! ... Yo


digo, ya me comprendéis, que éste es de otro
modo, es más majestuoso ...
JETTER . Cuando estuvo aquí, no se dejaba ver
sino en medio de la pompa y aparato real. Hablaba
poco, según decían las gentes.
SOEST. — No es señor para nosotros los neerlan
deses. Nuestros príncipes tienen que ser alegres y
francos como nosotros ; que vivan y dejen vivir . No
queremos ser despreciados ni oprimidos, siendo lo
buenazos que somos.
JETTER. — El rey, según pienso, sería más bené
volo señor si tuviera mejores consejeros.
SOEST. — No, no. No tiene ninguna simpatía por
nosotros los neerlandeses ; su corazón no se siente
inclinado hacia este pueblo; no nos quiere. ¿ Cómo
podríamos quererlo nosotros? ¿ Por qué todo el
mundo es tan afecto al conde de Egmont? ¿Por qué
todos nosotros lo llevaríamos sobre nuestros hom
bros ? Porque se ve que nos quiere bien ; porque la
alegría, la franqueza y la benevolencia brillan en
sus ojos; porque no posee cosa alguna que no com
parta con el necesitado, y hasta con el que no lo
necesita. ¡Viva el conde de Egmont ! Buyck, os co
rresponde pronunciar el primer brindis. Brindad
por la salud de vuestro señor.

BUYCK . — Con mi alma entera . ¡Por el conde de


Egmont!
RUYSUM. - ¡ Por el vencedor de San Quintín!
BUYCK .-¡Por el héroe de Gravelinas!
TODOS.
Todos - ¡Viva !
GOETE EGMONT 17

Fo! ... " RUYSUM . --La de San Quintín fué mi última ba


de otr: talla. Apenas podía ya caminar, apenas podía arras
trar el pesado arcabuz. Pero con él, aun le chamus
qué la pelleja a más de un francés y aun recibí como
jaba sa despedida un balazo que me rozó la pierna derecha.
Hablak
BUYCK. - ¡ La batalla de Gravelinas, amigos !
Aquello sí que fué bueno ! La victoria fué sólo
zeerla: nuestra. ¿Los perros de los gabachos no iban por
egres toda Flandes a sangre y fuego ? Pues me parece que
vir. X les dimos su merecido. Sus veteranos y vigorosos
ndo coldados resistieron largo tiempo y nosotros les
apretamos, disparamos sobre ellos y los machaca
mos hasta que torcieron el hocico y sus líneas on
bené

dularon. Entonces a Egmont le mataron el caballo


en que iba montado y luchamos largo tiempo, avan
a por zando y retrocediendo, hombre contra hombre, ca
iente ballo contra caballo, pelotón contra pelotón, en el
'omo dilatado arenal del borde del mar. De pronto, como
od llovidos del cielo, desde la desembocadura del río,
que ipum ! ¡ pum ! cañonazos contra los franceses. Eran
om . los ingleses que, bajo el mando del almirante Ma
e la lin, venían, por casualidad, de Dunkerque. Cierto
que no nos sirvieron de mucho, sólo podían avanzar
IT
con los barcos más pequeños y no hasta una dis
10 tancia lo bastante próxima ; también caían sus ba
20 las en medio de nosotros ... Sin embargo, hizo buen
ad efecto. Quebrantó el de los franchutes y reforzó
nuestro valor. ¡ Entonces sí que fué ella ! ¡Rif ! ¡raf !
je jarriba ! ¡ abajo ! Todos fueron muertos, todos arro
jados al agua. Y los bribones se ahogaban no bien
la probaban ; y nosotros, los holandeses, pegados a
sus espaldas. Nosotros, que como somos anfibios,
estábamos en el agua tan bien como las ranas, y
seguíamos golpeando en el río a nuestros enemigos
18 GOETHE

y los cazábamos lo mismo que a patos. El que se


nos escapó, fué muerto por las aldeanas con aza
dones y horcas. Su Majestad el rey de los gabachos
tuvo en seguida que tender la pata y concertar la
paz. Y la paz nos la debéis a nosotros, se la debéis
al gran Egmont.
TODOS. — ¡ Viva ! ¡Viva el gran Egmont ! ¡ Viva !
¡ Viva!
¡ Si nos lo hubieran dado a él como re
JETTER.
gente en vez de Margarita de Parma !
SOEST. — ¡ Eso no ! ¡ Lo que es verdad es verdad !
No consiento que se hable mal de Margarita. Ahora
me toca a mí. ¡Viva nuestra benigna señora!
TODOS . — ¡Viva!
SOEST. — Verdaderamente, hay en esa casa mu
jeres excelentes. ¡Viva la regente !
JETTER.. — Es prudente y moderada en todo lo
que hace. ¡ Si no estuviera unida a los curas con
tanta tenacidad y obstinación ! También es culpa
suya que tengamos en el país las catorce nuevas
mitras episcopales. ¿Para qué las queremos ? ¿No
es verdad que será para poder introducir extran
jeros en los buenos puestos para los cuales antes
se elegían abades de los capítulos ? ¿ Y hemos de
creer que sea por motivos de religión ? ¡Vamos !
Con tres obispos teníamos bastante ; todo marchaba
digna y ordenadamente . Ahora es preciso que cada
uno de ellos haga como si fuera necesario ; y así,
a cada instante se originan disgustos y querellas.
Y cuanto más agitéis y sacudáis el líquido, más tur
bio se pone. ( Beben .)
EGMONT 19

SOEST. -- Fué voluntad del rey ; ella no puede su


primir ni añadir nada a lo que él ordene.
JETTER . ¡ Y ahora no se nos permite cantar los
nuevos salmos ! A la verdad, están compuestos en
muy hermosas rimas y tienen unos versos muy edi
ficantes. No debemos cantarlos ; pero canciones pí
caras, tantas como queramos. ¿ Y por qué ? Dicen
que hay en ellos herejías y Dios sabe qué cosas. No
obstante, también yo los he cantado, y si contienen
algo nuevo no he sabido notarlo .
BUYCK. - Quería preguntaros sobre ello. En nues
tra provincia cantamos lo que queremos. Eso de
pende de que el conde de Egmont es nuestro go
bernador y no se mete a averiguar esas cosas ...
En Gante, en Ipres, en toda Flandes cantan lo que
se les antoja. (En voz más alta.) ¿ Hay algo más
inocente que un cántico de iglesia? ¿No es verdad,
tío Ruysum ?
RUYSUM . - ¿Quién lo duda ? Es un acto del ser
vicio divino, cosa edificante.
JETTER. — Pero ellos dicen que no es ese el buen
modo de adorar a Dios, que no es ese su modo ; y
siempre es peligroso : lo mejor es abstenerse. Los
servidores de la Inquisición se deslizan por todas
partes y están al acecho ; más de un hombre digno
ha labrado ya su desgracia. Sólo les faltaba subyu
gar las conciencias ! Ya que no me es dado hacer lo
que quisiera, podrían siquiera dejarme pensar y
cantar lo que se me antojara.
SOEST. — La Inquisición no arraigará entre nos
otros. No somos de la misma madera que los espa
ñoles para dejar que tiranicen nuestras conciencias.
20 GOETHE

Y, además, la nobleza busca también el medio de


cortarle las alas a tiempo.
JETTER. - Es odioso. Si a esas buenas gentes se
les antoja invadir mi casa cuando estoy sentado a
mi trabajo y quizá canturreo un salmo francés, sin
pensar en nada al hacerlo, ni malo ni bueno, sólo
lo mascullo porque lo tengo en la garganta, al pun
to soy declarado hereje y metido en la cárcel. O si
voy por el campo y me detengo junto a una masa
de gentes que escuchan a un nuevo predicador, uno
de esos que han venido de Alemania, inmediata
mente soy declarado rebelde y estoy en peligro de
perder la cabeza. ¿ Acaso habéis oído predicar a al
guno de esos hombres ?
SOEST. - ¡ Gente de primera! Hace poco oía a uno
-

hablar en el campo, delante de miles y miles de


personas. Era otro guiso que el que nos dan los
nuestros cuando trompetean en el púlpito y atra
gantan a la gente con tarugos de latín . Éste habla
ba con su corazón ; decía que el clero hasta ahora
nos ha llevado cogidos por las narices y nos ha
mantenido en la ignorancia y que podíamos recibir
mayores luces. ¡ Y todo os lo probaba con la Biblia !
JETTER. — Bien puede haber algo de cierto en
ello. Yo mismo lo dije siempre, y cavilaba sin ce
sar sobre la cuestión. Hace mucho que me da vuel
tas por la cabeza.
BUYCK . - Todo el pueblo corre en su seguimiento.
SOEST. — Ya lo creo. Adonde se puede oír algo
-

bueno y algo nuevo.


JETTER. — Y después de todo, ¿ qué importa ? Pue
de dejarse a cada cual que predique a su manera.
E GMONT 21

BUYCK. ¡ Ánimo, señores ! Con la charla os ol


vidáis del vino y de Orange.
JETTER. Pues no hay que olvidarlo. Es una
verdadera fortaleza : sólo con pensar en él ya cree
uno que podría ocultarse a sus espaldas y que el
diablo no sería capaz de arrancarlo de allí. ¡Viva !
¡ Viva Guillermo de Orange !
TODOS. - ¡Viva ! ¡ Viva!
SOEST. — Vamos, viejo ; pronuncia tú también tu
brindis.

RUYSUM. — ¡Por los antiguos soldados ! ¡Por to


dos los soldados ! ¡Viva la guerra !
BUYCK . — ¡ Bravo, viejo! ¡ Por todos los soldados !
¡ Viva la guerra!
JETTER . ¡La guerra! ¡La guerra ! ¿ Sabéis lo que
evocáis ? Es muy natural que esa palabra salga fá
cilmente de vuestra boca ; pero lo que no puedo
deciros es lo miserable que se sienten nuestros co
razones cuando se la pronuncia. Durante todo el
año, el resonar el tambor en nuestros oídos, y no
escuchar otra cosa, sino como desfila una patrulla
por aquí y otra por allí, cómo traspasan una colina
y se alojan en un molino ; cuántos quedan en este
lugar, cuántos en aquel otro, y cómo se combaten
y el uno gana y el otro pierde, sin que en toda
vuestra vida sepáis lo que se gana ni lo que se pier
de. Cómo es tomada una ciudad, asesinados sus ha
bitantes y lo que les ocurre a las pobres mujeres y
a los niños inocentes. Es una constante angustia y
riesgo; piénsase a cada instante: ¡ Ahí vienen! Aho
ra nos ocurrirá lo mismo a nosotros.
22 GOETHE

SOEST. - Por eso es preciso que un ciudadano es


té siempre ejercitado en el manejo de las armas.
JETTER. - Sí ; se ejercita quien tiene mujer e hi
jos. Y, no obstante, prefiero oír hablar de soldados
que verlos delante.
BUYCK . -- Debería tomarlo aa mal.

JETTER . — Paisano, no es a vosotros a quien me


refiero. Si nos viéramos libres de las guarniciones
españolas, podríamos volver a respirar.
SOEST. — ¡ Ah ! ¿ Son las que más te pesan?
JETTER . .
Búrlate de ti mismo.
SOEST. — Tuvieron en tu casa un duro aloja
-

miento .

JETTER. ¡ Cállate la boca !

SOEST. - Lo desterraron de la cocina, de la bode


-

ga, de la sala ... del lecho. (Se rien .)


JETTER. Eres un mentecato.

BUYCK. — ¡ Paz, señores! ¿ Tiene que ser el solda


do quien predique la paz? ... Pues bien, ya que no
queréis saber nada de nosotros, pronunciad tam
bién vuestro brindis, un brindis civil.
JETTER. -- Siempre estamos dispuesto a ello. ¡ Se
guridad y paz !
SOEST. — ¡ Orden y libertad !
BUYCK. — ¡Bravo ! ¡ Con eso también estamos nos
otros conformes!

( Chocan los vasos y repiten alegremente las an


ETHI EGMONT 23

ano es teriores palabras, pero en forma que cada uno diga


arma la del anterior con lo que se origina una especie
rebi
de canon . El viejo escucha atentamente y, por úl
timo, acaba por juntarse a los otros.)
Idade
TODOS. — ¡ Seguridad y paz ! ¡ Orden y Libertad !

PALACIO DE LA GOBERNADORA
n mi
ions MARGARITA DE PARMA, en traje de caza. CORTESANO,
PAJES, SERVIDORES

GOBERNADORA. — Suspended la cacería; no saldré


hoy a caballo. Decidle a Maquiavelo que venga.
je (Vanse todos.)
¡ No me deja reposo la idea de estos espantosos
acontecimientos! Nada puede entretenerme, nada
distraerme; siempre tengo ante mí estas imágenes
de
y preocupaciones. Ahora dirá el rey que todo es
consecuencia de mi bondad, de mi indulgencia ; y,
sin embargo, la conciencia me dice a cada instante
que he hecho lo más prudente, lo mejor que podía
ser hecho. ¿ Habría debido atizar más bien estas
no llamas con el vendaval de la cólera y esparcirlas
11 por todas partes? Esperaba poder aislarlas, hacer
que se extinguieran por sí propia. Sí; lo que me
digo a mí misma, lo que sé muy bien, me justifica
ante mi pensamiento, pero ¿ cómo lo recibirá mi
hermano? Pues ¿ cómo negarlo ? La arrogancia de
los doctores extranjeros ha crecido de día en día ;
han profanado nuestro santuario, conmovido la sim
plicidad del pueblo e infundido entre él un soplo
de locura. Espíritus impuros se han mezclado con
los rebeldes y han ocurrido sucesos espantosos, que
24 GOETHE

hacen temblar sólo de pensar en ellos, y de los que


tengo que informar circunstanciadamente a la Corte
para que no llegue antes el rumor general y no
pueda pensar el rey que quieren ocultársele cosas
aún más graves. No veo ningún medio de detener
el mal, ni severo ni pacífico. ¡ Oh ! ¿ qué somos nos
otros , los grandes de la tierra, sobre las olas de la
humanidad ? Creemos dominarla, y nos impulsa de
un lado a otro, abajo y arriba . (Entra Maquiavelo .)
GOBERNADORA . — ¿ Están redactadas las cartas pa
ra el rey ?
MAQUIAVELO. — Dentro de una hora podréis fir
marlas.
GOBERNADORA. —¿Habéis hecho bastante detalla
-

do el informe ?

MAQUIAVELO. --- Detallado y circunstanciado, co


mo le gusta al rey. Refiero cómo el furor iconoclas
ta se manifiesta primero en Saint-Omer; como una
enloquecida muchedumbre, provista de palos, ha
chas, martillos, escalas y cuerdas, acompañada de
escasas gentes de armas, ataca primero las capillas,
iglesias y monasterios, expulsa a los fieles, echa
abajo las cerradas puertas, lo trastorna todo, derri
ba los altares, destruye las imágenes de los santos,
desgarra todos los cuadros, destroza, despedaza y
pisotea todo lo consagrado y santificado que puede
encontrar. Refiero como en el camino se acrecien
tan las masas ; los habitantes de Ipres les abren sus
puertas ; con increíble rapidez, devastan la cate
dral, queman la biblioteca del obispo. Narro cómo
una gran muchedumbre de pueblo, poseída del mis
mo delirio, se esparce por Menin, Comines, Wer
wick y Lille, no halla ninguna resistencia, y cómo,
EGMONT 25

casi en un momento, esta monstruosa conjuración


se declara y extiende casi por toda Flandes.
GOBERNADORA. — ¡ Ay, de qué modo al repetir tú
esas cosas vuelve a apoderarse de mí el dolor ! Y sú
mase a ello, el temor de que el mal se haga cada
vez más grande. Decidme lo que pensais, Maquia
velo .

MAQUIAVELO . — Perdone Vuestra Alteza que mis


pensamientos sean tan parecidos a manías. Aunque
siempre hayáis estado contenta de mis servicios,
rara vez habéis querido seguir mis consejos. Con
frecuencia me tiene dicho, bromeando, Vuestra Al
teza : «Ves demasiado lejos, Maquiavelo. Deberías
hacerte historiador: quien ha de gobernar tiene
que preocuparse de lo más inmediato. » Y, sin em
>

bargo, ¿no he referido anticipadamente esta dolo


rosa historia ? ¿ No he previsto todo lo que había de
ocurrir ?
GOBERNADORA . También yo preveo muchas co
sas sin poder modificarlas.
MAQUIAVELO . — Una única palabra : jamás ahoga
-

réis la nueva doctrina. Dejadla vivir, separadla de


los ortodoxos, dadles iglesias, hacedlos entrar en el
orden civil, imponedles límites; y de este modo, en
un momento, apaciguaréis a los sublevados. Todo
otro procedimiento será vano y arruinaréis el país.
GOBERNADORA . ¿ Has olvidado el horror con que
rechazó mi hermano hasta la pregunta de si se po
día tolerar la nueva doctrina? ¿ No sabes que del
modo más ardiente me recomienda en cada una de
sus cartas el mantenimiento de la verdadera fe ?
¿Que no quiere que sean restablecidas la calma y
26 GOE THE EC

la unidad a costa de la religión? ¿No llega hasta


el punto de mantener espías en las provincias aa los d
cuales no conocemos, para saber quién se inclina a
las nuevas opiniones ? Con gran asombro nuestro, de
¿no nos ha citado a tal o cual persona, que, cerca ho
de nosotros, se sentía secretamente inclinada hacia al
la herejía ? ¿ No ordena la severidad y el rigor ?
sa
¿ Cómo puedo yo ser indulgente ? ¿ Puedo hacerle M
la propuesta de que cierre los ojos y lo soporte m
todo? ¿ No perdería con él toda confianza y todo
crédito ?

MAQUIAVELO. - Ya lo sé ; el rey ordena, os hace


saber sus propósitos. Debéis restablecer la calma hc
y la paz por un medio que todavía agriará más los
espíritus que la guerra que, inevitablemente, ha de
encenderse por todas partes. Reflexionad en lo que
hacéis. Los más ricos comerciantes, la nobleza, el
pueblo, los soldados, están contagiados del mal.
¿De qué sirve perseverar en nuestras ideas cuando
todo cambia en torno nuestro ? ¡ Si un buen espíritu
pudiera inspirarle a Felipe que es más digno de un
rey gobernar súbditos de dos religiones que exter
minar a unos por mano de los otros!
GOBERNADORA . - ¡No repitas jamás tales palabras!
Bien sé que la política rara vez puede mantener la
fidelidad y la buena fe ; que excluye de nuestro
corazón la franqueza, bondad e indulgencia. Todo
ello, por desgracia, es harto verdadero en las cues
tiones mundanas ; pero ¿ también hemos de jugar
con Dios como lo hacemos unos con otros ? ¿ Hemos
de sacrificarlo por novedades inciertas, venidas no
se sabe de dónde, y que hasta se contradicen en
tre sí ?
EGMONT 27

MAQUIAVELO.- No penséis mal de mí, a causa


de esto .
GOBERNADORA. Te conozco a ti y conozco tu fi
delidad, y sé que se puede seguir siendo hombre
honrado y prudente, aun habiéndose equivocado
al escoger el camino mejor y más próximo para la
salvación del alma. También hay otros hombres,
Maquiavelo, a los que a un tiempo tengo que esti
mar y censurar.

MAQUIAVELO . — ¿ A quién os referís ?


GOBERNADORA . -- Debo confesar que en el día de
hoy Egmont me ha producido un profundo e ínti
mo disgusto.
MAQUIAVELO. —¿En qué forma?
GOBERNADORA . - Con su indiferencia y ligereza
habituales. Recibí el espantoso mensaje precisa
mente en el momento en que me dirigía a la iglesia
acompañada por él y otros muchos. No pude re
primir mi dolor, me quejé en voz alta y exclamé,
dirigiéndome a él : « ¡Ved lo que sucede en vuestra
provincia! ¿ Toleraréis eso, conde, vos de quien se
prometía tanto el rey ? >
â MAQUIAVELO. — Y ¿qué respondió ?
-

GOBERNADORA . - Como si se tratara de una pe


queñez, de una bagatela, replicó diciendo: « ¡ Ojalá
que los neerlandeses estuvieran tranquilos respec
to a su constitución ! Todo lo demás se arreglaría
fácilmente. »
TI

21
MAQUIAVELO. Quizá habló de un modo más ver
dadero que piadoso y prudente. ¿ Cómo puede pro
28 GOETHE

ducirse y subsistir la confianza si el neerlandés


comprende que se trata de sus riquezas más que de
su bien y de la salud de su conciencia? Los nuevos
obispos įhan salvado más almas que disfrutado de
suculentos beneficios y no son extranjeros en su
mayor parte ? Todos los gobiernos están aún ocu
pados por neerlandeses, pero los españoles ¿ no de
jan notar muy claramente que sienten los anhelos
más fuertes e irresistibles por poseer esos puestos ?
¿ No prefiere un pueblo ser gobernado a su manera,
por los suyos, que no por extranjeros, que primero
tratan de adquirir bienes en el país, a expensas de
todos, que traen consigo una extranjera regla de
gobierno y dominan sin benevolencia ni simpatía ?
GOBERNADORA. — Te pones del lado de mis adver
sarios.

MAQUIAVELO. — No con mi corazón, seguramente ;


y desearía que con mi razón pudiera colocarme del
todo a vuestro lado.
GOBERNADORA. - De hacerte caso, sería preciso
que les cediera yo mi gobierno ; pues Egmont y
Orange se hacían las mayores ilusiones de ocupar
este puesto. Antes eran adversarios; ahora se han
ligado contra mí, se han hecho amigos, amigos in
separables.
MAQUIAVELO . — ¡Peligrosa pareja!
GOBERNADORA .. —Si he de hablar sinceramente ,
temo a Orange y temo por Egmont. Orange no me
dita nada bueno, sus pensamientos vuelan a muy
lejos, es misterioso , parece aceptarlo todo, no con
tradice jamás, y hace lo que se le antoja con el
más profundo respeto, con la mayor cautela.
EGMONT 29

MAQUIAVELO. - Egmont, por el contrario, camina


con paso libre como si todo el mundo le pertene
ciera .

GOBERNADORA. — Lleva la cabeza tan alta como si


la mano de Su Majestad no se cerniera sobre él.
MAQUIAVELO. – Las miradas del pueblo están to
das dirigidas a él y los corazones le pertenecen.
GOBERNADORA. -Jamás ha evitado una sospecha
.

que le comprometiera, como si nadie tuviera dere


cho a pedirle cuentas. Aun sigue usando el nombre
de Egmont. Le gusta oírse llamar conde de Egmont,
como si no quisiera olvidar que sus antepasados
fueron poseedores de Gelder. ¿ Por qué no se titula
príncipe de Gavre como le corresponde ? ¿ Por qué
procede así ? ¿ Quiere volver a revalidar extingui
dos derechos ?

MAQUIAVELO. - Lo tengo por un fiel servidor


del rey.

GOBERNADORA. — Si quisiera hacerlo, iqué mere


cimientos podría adquirir ante el gobierno! Pero
en vez de ello, sin provecho para sí mismo, nos ha
producido ya innumerables disgustos. Sus reunio
nes, sus banquetes y fiestas, han ligado y enlazado
más a la nobleza que las más peligrosas asambleas
secretas. Con sus brindis, los huéspedes han adqui
rido una embriaguez permanente, un vértigo que
no se disipa jamás. ¡ Qué frecuentemente, con sus
bromas,, ha conmovido los ánimos del pueblo, y co

mo se queda boquiabierta la plebe ante las nuevas
libreas, las ridículas insignias de sus servidores ! (1) .

(1) Véase la nota de las páginas 80 y 81 .


30 GOETHE

MAQUIAVELO . — Estoy convencido de que fué sin


intención .
GOBERNADORA. Ya es bastante dañino aún sin
eso. Es lo que yo digo : nos perjudica sin provecho
suyo. Toma a broma lo más serio y nosotros, para
no parecer indolentes y descuidados, tenemos que
tomar la broma en serio. De este modo una cosa pro
voca otra ; y lo que se trata de evitar es justamente
lo que se realiza. Es más peligroso que el jefe fran
co de una conspiración y me equivocaría mucho si
en la Corte no le llevaran cuenta de todo. No puedo
negar que pasan pocos días en que no me hiera,
en que no me hiera dolorosamente .
MAQUIAVELO. - Paréceme que procede en todo
según su conciencia.
GOBERNADORA .-Su conciencia es un espejo com
placiente . Su conducta suele ser ofensiva . A veces
semeja como si viviera en el pleno convencimiento
de que él es el señor y que sólo por amabilidad no
quiere hacernoslo notar, no quiere arrojarnos del
país directamente ; ya ocurrirá más tarde.
MAQUIAVELO. - Os ruego que no interpretéis de
una manera harto peligrosa su franqueza, su buen
carácter, que le hace tratar todo lo importante con
ligereza. Lo dañáis a él y os dañáis a vos misma.
GOBERNADORA. — No interpreto. Hablo sólo de in
evitables consecuencias y conozco a Egmont. Su
nobleza flamenca y su toisón de oro pendiente so
bre el pecho, fortalecen su confianza, su osadía.
Ambas cosas pueden protegerle de un precipitado
y arbitrario enojo del rey. Considéralo despacio : él
es el único culpable de todas las desgracias que afli
EGMONT 31

gen a Flandes. En primer lugar, toleró a los docto


res extranjeros ; no consideró el asunto con sufi
ciente reflexión y acaso se alegró en lo secreto de
que tuviéramos que luchar con algo. Déjame; he
de manifestar en esta ocasión todo lo que guardo
en mi pecho. Y no quiero lanzar en vano mis fle
chas ; sé cuál es su punto vulnerable; porque tam
bién él es vulnerable.

MAQUIAVELO. —¿Habéis hecho convocar el con


sejo ? ¿Vendrá también Guillermo de Orange?
GOBERNADORA. En su busca he enviado un men
sajero a Amberes. Quiero imputarle directamente
todo el peso de la responsabilidad ; han de comba
tir realmente el mal juntos conmigo, o declararse
rebeldes. Apresúrate para que las cartas estén dis
puestas y tráemelas a la firma. Después envía
rápidamente a Madrid a nuestro acrisolado Vas
ca ; es infatigable y fiel ; que mi hermano sepa pri
mero las noticias por él y que la voz pública no
se adelante. Quiero hablarle yo misma antes de
que parta.
MAQUIAVELO. - Vuestras órdenes serán cumpli
das fiel y puntualmente.

CASA DE ARTESANOS

CLARA. LA MADRE DE CLARA, BRACKENBURG

CLARA. —¿No queréis tenerme la madeja, Bra


ckenburg ?
BRACKENBURG. – Clarita, os ruego que me dis
penséis.
32 GOE THE

CLARA. —¿Qué vuelve a ocurriros ? ¿ Por qué me


negáis este pequeño servicio amistoso ?
BRACKENBURG. Con vuestra hebra me amarráis
firmemente delante de vos y no puedo evitar la
mirada de vuestros ojos.

CLARA. — ¡ Qué tontería ! Vamos, sostenedla.


LA MADRE ( Calcetando en su sillón .) - Cantad
alguna cosa. ¡ Brackenburg acompaña tan bien ! En
otro tiempo estabais siempre alegres y no estaba
yo privada de algo de que reír .
BRACKENBURG . ¡Sí, en otro tiempo !
CLARA . - Cantemos.

BRACKENBURG . –- Como queráis.

CLARA. -- Pero con animación y viveza. Una can


ción militar : mi pieza favorita. ( Devana la inade
ja y canta con BRACKENBURG ):
El tambor redobla,
los pífanos suenan.
Armado, mi amante
sus huestes ordena;
con lanza en el puño
sus gentes gobierna.
Mi pecho palpita,
mi sangre se quema :
¡ Quién sombrero y calzas
y jubón tuviera !
Con resuelto paso
salge tras sus fuerzas ;
cruzo las provincias,
voy adonde él quiera .
Cede el enemigo,
nuestras balas vuelan.
¡ Dicha incomparable
si un hombre yo fuera !
EGMONT 33

Al cantar, BRACKENBURG contempla frecuente


mente a CLARITA; por último, fáltale la voz, llénan
sele de lágrimas los ojos, deja caer la madeja y se
asoma a la ventana. CLARITA acaba de cantar sola;
la madre le hace señas semiinvoluntarias; la mu
chacha se levanta, avanza algunos pasos hacia
BRACKENBURG, vuélvese semiindecisa y se sienta de
nuevo .

MADRE. —¿Qué pasa en la calle, Brackenburg ?


Oigo pasos .

BRACKENBURG. — Es la guardia de la gobernadora.


CLARA. — ¿A esta hora? ¿ Qué quiere decir eso?
(Se levanta y se asoma a la ventana junto a BRA
CKENBURG.) No es la guardia ordinaria; ¡ es mucho
más numerosa ! Casi todas sus tropas. ¡ Ah, Bracken
burg! ¡ Salid ! ¡Id a saber qué es lo que ocurre ! Tie
ne que ser algo extraño. Id, buen Brackenburg;
hacedme esa merced.

BRACKENBURG . — Voy. Volveré al instante. (Al sa


lir, le tiende la mano ; ella le da la suya.)
MADRE. — ¿ Lo despachas ya?
-

CLARA. — Me siento curiosa ; y, además, no lo to


méis a mal, su presencia me causa dolor. Nunca sé
cómo debo portarme con él. Me reconozco culpable
en relación con su persona y me corroe el alma que
lo sienta tan vivamente ... Pero ¿ puedo hacer que
sea de otro modo ?
MADRE. - ¡ Es tan buen muchacho !
CLARA. Por eso no puedo dejar de recibirlo con
afecto . Mi mano oprime la suya inadvertidamente,
EGMONT
34 GOETHE

cuando me la coge con tanta dulzura y terneza. Me


hago el reproche de que lo estoy engañando, de que
alimento en su pecho una vana esperanza. Eso me
atormenta. Pero Dios sabe que no lo engaño. No
quiero que conserve esperanzas y, sin embargo, no
soy capaz de hacerle desesperar.
MADRE. Eso no está bien .

CLARA . — Me gustaba su compañía y aun hoy no


lo quiere mal mi alma. Hubiera podido ser su
mujer y creo que nunca estuve enamorada de él.
MADRE. - Siempre hubieras sido feliz a su lado.
-

CLARA. - No hubiera carecido de nada y tendría


una pacífica existencia.
MADRE. -Y todo lo has dejado perder por tu
-

culpa.
CLARA. - Me encuentro en una extraña situa
ción. Cuando reflexiono en cómo ha ocurrido esto,
lo sé y no lo sé al mismo tiempo. Pero sólo necesito
volver a ver a Egmont y todo se me hace compren
sible ; aunque fuera mucho más, también lo compren
dería. ¡ Ah, ese sí que es un hombre ! Todas las pro
vincias lo veneran , y yo, entre sus brazos, ¿no ha
bía de ser la criatura más dichosa del mundo ?

MADRE . -
¿ Qué porvenir nos espera?
CLARA. — ¡ Ah ! yo no me pregunto nada más, sino
si él me quiere ; y si me quiere ¿ cabe preguntar
otra cosa?

MADRE. — No tiene una más que preocupaciones


con sus hijos. ¿ Cómo acabará esto ? Siempre penas
10 EGMONT 35

78. y cuidados. No terminará con bien. ¡Te has hecho


desgraciada ! ¡ Me has hecho desgraciada!
CLARA.- ( Tranquilamente.) Sin embargo, al prin
cipio no os opusisteis.
MADRE. — Por desgracia fuí demasiado buena;
-

siempre soy demasiado buena.


CLARA. — Cuando Egmont pasaba a caballo y yo
corría a la ventana, ¿ me reprendíais por ello ? ¿ No
os asomabais vos misma ? Cuando levantaba a mí
los ojos, se sonreía, me hacía señas y saludaba, ¿ os
causaba algún enojo ? ¿No era más bien como si os
sintierais honrada en vuestra hija ?
MADRE . — ¡Hazme aún reproches !
-

CLARA. — (Conmovida.) Y cuando todavía pasó


con más frecuencia por nuestra calle, y conocimos
muy bien que era por mí por quien recorría aquel
camino, ¿no fuisteis vos misma quien lo hizo ob
servar con secreta alegría ? ¿ Me mandabais retirar
cuando me ponía detrás de la vidriera, esperán
dolo ?

MADRE. — ¿Podría pensar que llegara hasta tan


lejos ?
CLARA . — (Con voz entrecortada y conteniendo
el llanto.) Y aquella noche, cuando nos sorprendió
al pie de nuestra lámpara, envuelto en su capa,
¿ quién se apresuró aa recibirlo, ya que yo me quedé
en mi asiento como pasmada, paralizada por el
asombro ?

MADRE. — ¿Podría yo temer que este desdichado


amor arrebataría tan pronto a la sensata Clarita ?
Ahora tengo que soportar que mi hija ...
36 GOETHE

CLARA. - (Deshecha en llanto .) iMadre! ¡Os em


peñáis en ello ! Gozáis en atormentarme.
MADRE . — ( Llorando.) ¡ Y además llora! Haz aún
mayor mi desdicha con tu aflicción. ¿No es ya bas
tante pena para mí el que mi única hija sea una
muchacha perdida?
CLARA. — ( Friamente, poniéndose en pie.) ¡Per
dida ! ¿La amada de Egmont una muchacha perdi
da ? ... ¿Qué princesa no envidiaría a la pobre Cla
rita por el puesto que ocupa en su corazón? ¡ Oh,
madre ! ¡ Madre mía ! Antes no hablabais así. Sed
buena, querida madre. ¿ Qué importa el pueblo y
lo que piense, las vecinas y sus murmuraciones ?...
Esta habitación, esta casita, son un paraíso desde
que en ellas vive el amor de Egmont.
MADRE. — Eso es verdad, hay que quererlo. Siem
pre se muestra tan afectuoso, franco y abierto.
CLARA. — No hay en él ni una veta de falsedad .
Mirad, madre, es el gran Egmont, y, sin embargo,
cuando viene a verme, iqué cariñoso y qué bueno
se muestra ! ¡ Con qué gusto me ocultaría su rango
y su valor! ¡ Cómo se ocupa de mí, sólo como hom
bre, como amigo, como enamorado !
MADRE. —¿Vendrá hoy quizá ?
CLARA. —¿No me habéis visto ir frecuentemente
a la ventana ? ¿ No habéis observado con qué aten
ción escucho si hay algún rumor en la puerta ? ...
Aunque ya sé que no viene antes de la noche, ba
rrunto su presencia desde por la mañana cuando
me levanto. ¡ Oh ! ¡ Si fuera un rapaz para poder ir
siempre con él, a la corte y a todas partes! ¡ Si pu
EGMONT 37

diera seguirle llevando su estandarte en las ba


tallas !

MADRE. - Siempre has sido una aturdida ; ya des


de niña pequeña, tan pronto alocada como pensati
va. ¿ No te arreglas un poco ?
CLARA. — Acaso, madre ; sí me aburro ... Figu
raos que ayer pasaron por aquí algunas de sus gen
tes y cantaban canciones en su honor. Por lo menos
su nombre figuraba en la letra; lo demás no pude
comprenderlo. El corazón me saltaba hasta la gar
ganta. Me habría gustado llamarlos si no me hu
biera dado vergüenza.
MADRE. - Ten cuidado. Tu vivacidad puede es
tropearlo todo ; te haces manifiestamente traición
delante de la gente. El otro día, en casa de tu pri
mo, cuando encontraste el grabado en madera con
la descripción al pie, exclamaste de pronto : ¡ El
conde de Egmont!... Me puse roja como el fuego.
CLARA . —¿Y cómo no gritar ? Era la batalla de
Gravelinas, y encontré arriba en el cuadro la letra
C y busqué la C abajo en la descripción , y ponía :
«El conde de Egmont a quien le fué muerto bajo
él el caballo que montaba» Me aterré toda, y en
seguida tuve que reírme del Egmont del grabado
que era tan grande como la torre de Gravelinas,
que estaba pegada a él, y como los navíos ingleses
allí al lado ... Cuando recuerdo, a veces, cómo me
imaginaba antes una batalla, y la imagen que, de
muchachilla, me formaba del conde de Egmont, al
oír hablar de él y de todos los condes y príncipes...
y lo que me ocurre ahora.
(Entra BRACKENBURG.)
38 GOETHE

CLARA. —¿Qué pasa?


BRACKENBURG. — No se sabe nada a punto fijo.
En Flandes deben haberse producido recientemen
te unos tumultos; la gobernadora debe estar con
cuidado por si se extienden aquí. El palacio está
fuertemente guardado; hay muchos ciudadanos en
las puertas de la ciudad ; el pueblo murmura por
las calles ... Corro a toda prisa a reunirme con mi
anciano padre. (Hace que se va.)
CLARA. —¿Os veremos mañana? Voy a arreglar
me un poco. Va a venir mi primo y estoy vestida
con demasiado descuido. Ayudadme un momento,
madre ... Llevaos ese libro, Brackenburg, y traed
me otra historia semejante.
MADRE. Adiós.
BRACKENBURG. (Tendiéndole su mano .) Vues
tra mano .

CLARA. (Negándole la suya.) Cuando volváis.


(Vanse la madre y la hija .)
BRACKENBURG. — (Solo.) Habíame propuesto mar
char inmediatamente, y como ella me lo consiente
y me deja partir monto en furia ... ¡ Desdichado !
¿Y no te conmueve la suerte de tu patria? ¿El cre
ciente tumulto ? ... ¿ Es para ti lo mismo compa
triota que español, quién gobierna y quién tiene
razón ? ... ¿De qué otro modo era yo cuando estu
diante ! ... Cuando se nos daba por tema : «Discurso
de Bruto en defensa de la libertad como ejercicio
de elocuencia.» Fritz era siempre el primero, y el
rector decía : - ; Si hubiera estado todo en mejor
orden y no se amontonaran las cosas unas sobre
EGMONT 39

otras ! ... Entonces hervía mi ánimo y sentía arre


batos ... Ahora me arrastro bajo las miradas de
una muchacha. ¿No puedo librarme de ella ? ¿ No
puede ella quererme? ¡Ah ! ... No ... No puede ha
berme rechazado por completo ... Por completo
no ... ni a medias... No lo sufriría por más tiem
po ... (Pausa.) ¿ Será verdad lo que hace poco me
dijo al oído un amigo ? Que por la noche recibe en
secreto a un hombre en su casa, después de haber
me hecho salir púdicamente antes de anochecer .
No, no es verdad ; ¡ es mentira ! ¡ una vil y calumnio
sa mentira ! Clarita es tan inocente como soy yo
desgraciado ... Me ha despreciado, me ha expulsa
do de su corazón ... Y ¿he de seguir viviendo de
este modo? No, no; no lo soporto ... Cuando mi pa
tria está violentamente agitada por interna discor
dia, yo ¿no he de hacer más que languidecer en
medio del tumulto ? No lo soporto ... Al sonar la
trompeta, cuando se oye un disparo, me conmuevo
hasta lo más profundo de mi ser. Pero ¡ ay ! no me
espolea, no me inclina a que yo también tome las
armas, a que me redima y aventure como todos...
¡Miserable y vergonzosa situación ! Mejor sería que
acabara de una vez. Arrojéme al agua hace poco
tiempo, me sumergi ... pero la atemorizada natu
raleza fué más fuerte que yo; comprendí que podía
nadar y me salvé a pesar mío ... ¡ Si pudiera olvi
dar los tiempos en que me quería, en que parecía
quererme ! ... ¿ Por qué penetró esa dicha hasta lo
más profundo de mi ser ? ¿Por qué esas esperanzas
han consumido todo mi goce de vivir, mostrándome
desde lejos un paraíso ? ... ¡ Y aquel primer beso!
¡Aquel único ! ... Aquí ( Pone la mano sobre la me
sa ) , aquí estábamos solos... Siempre se me había
40 GOET
HE

mostrado bondadosa y amable ... Entonces pareció


ablandarse ... Me miró ... Todos mis sentidos se
turbaron y sentí sus labios sobre los míos. Y ...
¿ y ahora? ... ¡Perece, desdichado ! ¿Por qué vaci
las ? ( Saca un frasquito del bolsillo.) ¡Veneno salu
dable, no quiero haberte robado en vano del estu
che de mi hermano el doctor ! Tú debes consumir
y resolver de repente este miedo, este vértigo, este
sudor de muerte .
A C TO SEGUNDO
PLAZA EN BRUSELAS

JETTER Y un MAESTRO CARPINTERO se encuentran


CARPINTERO . ¿ No lo había yo ya predicho? Aun
hace ocho días, en nuestro gremio, dije que iba a
haber graves luchas.
JETTER. — Pero ¿ es verdad que han saqueado las
iglesias de Flandes ?
CARPINTERO .. - Han destrozado por completo igle
sias y capillas. No han dejado otra cosa sino las
cuatro desnudas paredes. ¡Valiente canalla ! Y eso
empeora nuestra buena causa. Antes, con todo or
den y perseverancia, le habríamos expuesto nues
tros derechos a la gobernadora, y los habríamos
sostenido. Si ahora hablamos, si ahora nos reuni
mos, quiere decirse que nos juntamos a los suble
vados.

JETTER . Sí ; eso es lo que cada cual piensa pri


mero : ¿ Para qué vas a meter tus narices en esa
cuestión ? El gaznate está en relación muy inmedia
ta con ellas.

CARPINTERO . — Temo que comience a alborotarse


la chusma, la gente del pueblo que no tiene nada
que perder. Tomarán por pretexto lo que nosotros
44 GOETHE

tenemos también que reclamar y llevarán al país


a su pérdida. (Soest se junta a ellos.)
SOEST. — Buenos días, señores. ¿ Qué hay de nue
vo ? ¿ Es verdad que los destructores de santos se
dirigen aquí precisamente ?
CARPINTERO. — ¡ No tocarán a nada!
SOEST. — Para comprar tabaco, entró un soldado
-

en mi tienda y le he preguntado. La gobernadora,


aunque mujer cauta y valiente, está fuera de sí
esta vez. Tiene que ser muy mala la situación para
que se esconda, como lo hace, detrás de su guardia .
La ciudadela está llena de tropas. Hasta se cree
que quiere huir de la ciudad.
CARPINTERO . — ¡ No debe marcharse ! Su presen
cia nos protege y debemos inspirarle más confianza
que los bigotazos que la rodean. Y si nos conserva
nuestras franquicias y libertades, la llevaremos en
palmas. (Un fabricante de jabón se une a ellos.)
JABONERO . — ¡Mala cuestión ! ¡ Feo asunto ! Hay
malestar y todo anda revuelto ... Tratad de perma
necer bien tranquilos para que no os tomen tam
bién por sublevados.
SOEST. — Aquí vienen los siete sabios de Grecia.
JABONERO. — Ya sé que hay muchos que se en
tienden secretamente con los calvinistas, que acu
san a los obispos, que no temen al rey; pero un
súbdito fiel, un católico sincero ...
(Poco a poco júntanse en torno a ellos toda espe
cie de gentes que escuchan sus palabras. Acércase
VANSEN .)
EGMONT 45

VANSEN . - Dios os guarde, señores. ¿Qué hay de


nuevo ?
CARPINTERO. — No os rocéis con ese ; es un mal
sujeto.
JETTER. -- ¿ No es el escribiente del doctor Wiets ?
CARPINTERO . - Ha tenido muchos amos. Primero
-

fué escribiente y como todos los patronos lo echa


ban , a causa de sus bribonerías, se entremete ahora
a ejercer la profesión de los notarios y abogados y
es un tonel de aguardiente.
(Reúnese más gente y se forman grupos.)
VANSEN . — Ya que estáis reunidos, hablaos en
voz baja para poneros de acuerdo . Siempre vale la
pena de tratar del asunto.
SOEST. — Esa es también mi opinión.
.

VANSEN . — Si en este momento algunos de nos


otros tuvieran corazón y otros cabeza, bien pronto
podríamos sacudir las cadenas españolas.
SOEST. — Señor, no debéis hablar así. Hemos pres
tado juramento al rey .
VANSEN .. – También él a nosotros. Fijaos en ello.
JETTER. - ¡ Eso es hablar ! Decid vuestra opinión.

OTROS. — Oíd, oíd. Ese sabe lo que dice. Es un


buen truchimán .
VANSEN . - Tuve un viejo patrón que poseía per
gaminos y documentos de antiquísimas fundacio
nes, contratos y sentencias: le interesaban los li
bros más raros. En uno de ellos estaba toda nuestra
constitución : cómo nosotros, los neerlandeses, fui
46 GOETHE

mos al principio regidos por príncipes independien


tes, todo según tradicionales derechos, privilegios
y costumbres ; cómo nuestros antepasados tenían
el mayor respeto por sus príncipes cuando gober
naban como era debido, y cómo se precavían en se
guida si los gobernantes querían propasarse. Los
estados generales del reino estaban siempre dis
puestos a reunirse : pues cada provincia, por peque
ña que fuera, tenía sus estados, sus asambleas.
CARPINTERO. -- ¡ Cállate la boca ! ¡¡Eso lo sabemos
.

desde hace mucho tiempo ! Todo ciudadano digno


conoce todo lo que necesita saber acerca de la cons
titución del país.
JETTER. - Dejadle hablar ; siempre se aprende
-

algo.
SOEST. — Tiene plena razón.
VARIAS VOCES . iQue hable! ¡ Que hable ! Cosas
así no se oyen todos los días.
VANSEN . - ¡ Así sois vosotros, los ciudadanos ! Vi
vís al día ; y una vez que habéis heredado de vues
tros padres vuestro oficio, dejáis que el Gobierno
os rija y disponga de vosotros como pueda y quiera.
No preguntáis por las tradiciones, por la historia,
por los derechos de un gobierno ; y gracias a vues
tra negligencia, los españoles han tendido sus redes
sobre vuestras cabezas.
SOEST. —¿Quién piensa en eso, con tal de que no
falte el pan de cada día?
JETTER. — ¡Maldita sea ! ¿Por qué no se presen
tará de cuando en cuando alguien que le diga a uno
estas cosas ?
EGMONT 47

VANSEN . – Os las digo yo ahora. El rey de Es


-

paña, que por casualidad posee todas las provincias


unidas, debe regir y gobernar en ellas no de otra
suerte sino como lo hacían los pequeños príncipes
que las poseían aisladamente en otro tiempo. ¿ Lo
comprendéis ?
JETTER. — Explícanoslo.
VANSEN. — Es claro como la luz del día. ¿No te
néis que ser juzgados según las leyes de vuestra
propia provincia ? ¿ De dónde procederá eso ?
UN CIUDADANO. -
Es verdad.
VANSEN . —¿Los de Bruselas no tienen un dere
cho diferente que los de Amberes ? ¿Los de Ambe
res que los de Gante? ¿De dónde vendrá eso?
OTRO CIUDADANO. — ¡Pardiez !
VANSEN. — Pero si dejáis que sigan así las cosas,
pronto seréis tratados de otro modo. ¡ Uf! Lo que
no lograron Carlos el Temerario, Federico el Beli
coso y Carlos V, lo realiza Felipe por medio de una
mujer.
SOEST. -Sí, sí. Los antiguos príncipes también
trataron de hacerlo.
VANSEN . — ¡Indudablemente !... Pero nuestros
antepasados vigilaban. Cuando un señor se les ha
cía odioso, le capturaban su hijo y heredero, lo re
tenían entre ellos y no se lo devolvían sino bajo las
mejores condiciones. ¡ Nuestros padres eran hom
bres! ¡Sabían apoderarse de lo que les convenía y
hacerse firmes en ello ! ¡Hombres auténticos! Por
eso son tan claros nuestros privilegios, están tan
bien garantizadas nuestras libertades.
48 GOETHE

JABONERO.- ¿ Qué decís de libertades ?


EL PUEBLO . ¡ De nuestras libertades ! ¡ De nues
tras franquicias! ¡ Habladnos algo más de nuestras
franquicias!

VANSEN . – En especial nosotros, los brabanzones,


aunque todas las provincias tengan sus privilegios,
estamos provistos de ellos del modo más soberbio .
He leído todo eso.

SOEST. -- Decidlo.
JETTER. - Dejad oír.

UN CIUDADANO. — ¡ Por favor !


VANSEN . — En primer lugar está escrito : el du
que de Brabante debe ser un señor bondadoso
y fiel.
SOEST. -
¡Bien ! ¿Lo dice de ese modo?

JETTER. —¿Es verdad ? ¿ Fiel?


VANSEN . – Como os lo digo. Tiene obligaciones
para con nosotros, como nosotros para con él. En
segundo lugar : en modo alguno debe mostrar, de
jar aparecer o pensar en permitir ninguna especie
de poder o voluntad arbitrarios.
JETTER . — ¡Admirable! ¡ Admirable! No debe
mostrar ...
SOEST . — Ni dejar aparecer ...
OTRO. - O pensar en permitir... Ese el punto
capital. No permitirle a nadie, de ninguna manera...
VANSEN . — Así consta, en términos expresos.
EGMONT 49

JETTER . -
Tráenos el libro.
UN CIUDADANO . — Sí ; tiene que ser nuestro.
OTRO. - ¡El libro ! ¡ El libro!
OTRO. — Nos presentaremos con él a la goberna
dora.

OTRO. - Vos seréis el que hable, señor doctor.


JABONERO. — ¡ Oh ! ¡ qué necios !
OTROS. -- Dinos alguna cosa más del libro .
JABONERO . — ¡Le clavo los dientes en el gañote
si vuelve a decir palabra !
EL PUEBLO . Ya veremos si hay alguien capaz de
hacerle daño. ¡Decidnos algo más de nuestros pri
vilegios ! ¿ Todavía tenemos privilegios ?
VANSEN . - Muchos y muy buenos ; muy saluda
bles. También está allí escrito que el príncipe no
puede reformar ni aumentar el brazo eclesiástico
sin asentimiento de la nobleza y de los estados ge
nerales. ¡ Fijaos en esto ! Ni tampoco modificar el
régimen del país.
SOEST. —¿Lo dice de ese modo ?
VANSEN . - Os lo mostraré; escrito hace dos o
-

tres siglos.
VARIOS CIUDADANOS . ¿Y soportamos a los nue
vos obispos ? La nobleza tiene que ayudarnos y co
menzaremos la lucha.
OTROS. —¿Y dejamos que nos intimide la Inqui
sición ?
VANSEN. —- Es culpa vuestra.
-
50 GOETHE

EL PUEBLO. — ¡Aun tenemos a Egmont! ¡ Aun te


nemos a Orange ! Esos cuidan de nuestro bien.
VANSEN. – Vuestros hermanos de Flandes han
comenzado la buena obra .

JABONERO. — ¡Ah perro ! (Lo golpea.)


OTROS. — (Oponiéndose a él y gritando .) ¿ Tam
bién tú eres un español?
OTRO. —¿Cómo ? ¿ Pegarle a este hombre digno ?
OTRO. - ¿ A este sabio ? (Se lanzan contra el JA
BONERO .)
CARPINTERO.- ¡ Paz en nombre del cielo ! (Méz
clanse otros en la contienda .) Ciudadanos, ¿ qué es
esto ?

( Unos pilluelos silban, arrojan piedras, azuzan


perros; los transeúntes se detienen y miran boqui
abiertos; corren gentes del pueblo, otras van tran
quilamente de un lado a otro, otras hacen toda
suerte de burlas, gritando y lanzando clamores de
júbilo.)
OTROS. — ¡Libertad, privilegios! ¡Privilegios y li
bertad. (Entra EGMONT con acompañamiento .)
EGMONT. - ¡ Paz ! ipaz, ciudadanos! ¿ Qué es lo que
ocurre? ¡Separadlos!
CARPINTERO . Benigno señor, llegáis como un
ángel del cielo. ¡ Silencio! ¿ No veis quién está aquí?
¡El conde de Egmont! ¡ Respetad al conde de Eg
mont !

EGMONT.—¿ También entre nosotros ? ¿ Qué osáis ?


Ciudadanos contra ciudadanos? ¿Ni siquiera os

1
EGMONT 51

detiene la proximidad de nuestra regia gobernado


ra ? ¡Separaos! ¡ Id cada cual a vuestros asuntos !
Mala señal es cuando aparecéis ociosos en día de
trabajo. ¿ De qué se trataba ?
(El tumulto se calma poco a poco y todos le ro
dean .)
CARPINTERO. — Se pegaban por sus privilegios.
-

EGMONT. -
Que todavía están destruyendo atur
didamente ... Y ¿ quién sois vosotros ? Me parecéis
gente honrada.
CARPINTERO.- A eso aspiramos.
EGMONT. — ¿De qué gremio ?
CARPINTERO . – Carpintero y maestro jurado.
-

EGMONT. —¿Y vos ?


.

SOEST. — Tendero .
EGMONT. —¿Vos?
JETTER. Sastre.

EGMONT. - Recuerdo que habéis ayudado a ha


cer las libreas de mis gentes. Os llamáis Jetter.
JETTER. - Os doy gracias, por acordaros de mi
nombre.

EGMONT. - No es fácil que yo me olvide de quien


he visto y hablado una vez sola ... Buena gente, en
cuanto el mantenimiento de la paz dependa de vos
otros, no dejéis de procurarlo; estáis ya bastante
mal notados. No incitéis más al rey, que, en resu
midas cuentas, tiene el poder en sus manos. Un
ciudadano como es debido, que gana su sustento
52 GOE THE

honrada y diligentemente, tiene siempre y en todas


partes tanta libertad como precisa.
CARPINTERO . —Sí, sí; ese es justamente el mal.
Los haraganes, los borrachos, los poltrones, con li
cencia de Vuestra Alteza, huronean por aburri
miento y escarban por hambre en busca de privile
gios y les cuentan mentiras a los curiosos y crédu
los ; y para que les paguen un jarro de cerveza ,
comienzan luchas que hacen desgraciados a mu
chos miles de hombres. Justamente eso es lo que
quieren . Tenemos demasiado bien guardadas nues
tras casas y nuestros caudales; querrían expulsar
nos de ella a tizonazos.

EGMONT. - Seréis defendidos eficazmente; se han


-

tomado las necesarias medidas para oponerse al


mal con todo rigor. Manteneos firmes contra las
doctrinas extranjeras y no creáis que se fortalecen
los privilegios con motines. Permaneced en vues
tras casas ; no permitáis que se produzcan distur
bios en las calles. Las gentes sensatas pueden hacer
mucho.

(Mientras tanto se ha disuelto el grupo mayor .)


CARPINTERO. —- Damos gracias a Vuestra Excelen
cia ; dámosle gracias por su buena opinión.
( Vase EGMONT .)
CARPINTERO. —¡Un noble señor! ¡Un verdadero
neerlandés! ¡Absolutamente nada español!
-

JETTER . — ¡Si lo tuviéramos por gobernador! Da


ría gusto obedecerle.
SOEST.. - El rey no lo entiende así. Siempre ocupa
ese puesto con gente suya.
EGMONT 53

JETTER. —¿Te has fijado en el traje ? A la espa


ñola, de la forma más reciente.
CARPINTERO . — ¡Hermosa figura!
JETTER . — Su cuello sería un verdadero regalo pa
ra el verdugo.
SOEST. —¿Estás loco? ¿Cómo puede ocurrírsete
eso ?
JETTER.- Es bastante estúpido pensar en tales
cosas... Pero ahora me sucede. Si veo un cuello
largo y hermoso, al punto tengo que decirme a
pesar mío : bueno para cortado ... ¡ Las malditas
ejecuciones! No logra uno expulsarlas del espíritu.
Cuando nadan los mozos y veo unos lomos desnu
dos, en seguida se me representan por docenas los
que he visto castigados con baquetas. Si encuentro
una hermosa panza, pienso que ya la veo puesta a
asar atada al poste de la hoguera. Por la noche, en
sueños, me son atenazados todos los miembros de
mi cuerpo ; no tiene uno ni una hora de alegría.
Pronto me habré olvidado de toda diversión, de
toda broma ; esas espantosas imágenes están como
impresas en mi frente con un hierro candente.

MORADA DE EGMONT

EL SECRETARIO , sentado a una mesa llena de papeles;


se levanta intranquilo

SECRETARIO . — ¡Siempre sin venir ! Y hace ya dos


horas que le espero con la pluma en la mano y los
papeles delante; iy justamente hoy que me gusta
ría salir temprano! Tengo como fuego bajo los pies.
54 GOETHE

Apenas puedo contener mi impaciencia. « Estate


aquí a la hora exacta» , ordenóme todavía antes de
>

su marcha ; y ahora no viene. Hay tanto que hacer


que no terminaré antes de media noche. Cierto que
a veces hace la vista gorda. Pero preferiría que fue
ra severo y le dejara a uno libre en el debido mo
mento. Podría uno concertar sus asuntos. Hace ya
dos horas que salió de junto a la gobernadora ; sabe
Dios con quién habrá pegado la hebra por el ca
mino.

( Entra EGMONT.)
EGMONT. —¿Cómo andan las cosas ?
SECRETARIO . —- Estoy dispuesto y esperan tres
mensajeros.
EGMONT. — Encuentras que me he demorado de
masiado; tienes cara enfadada.

SECRETARIO. - Espero hace ya tiempo para obede


cer vuestras órdenes. Aquí están los documentos.
EGMONT. -- Doña Elvira se enojará conmigo si
oye decir que te he retrasado.
SECRETARIO . -
¡ Bromeáis !
EGMONT. - No, no. No te avergüences. Demues
tras tener buen gusto . Es bonita y me agrada mu
cho que tengas una amiga en Palacio. ¿ Qué dicen
las cartas ?

SECRETARIO. — Diversas cosas y poco divertidas.


EGMONT. - Gracias que tenemos la alegría en
casa y no necesitamos esperarla de fuera. ¿ Hay mu
chos asuntos ?
E GMONT 55

SECRETARIO . — Bastantes y esperan tres mensa


jeros.
EGMONT. -- Dime lo más preciso.
SECRETARIO . - Todo es preciso.
-

EGMONT. - Una cosa tras otra, pero de prisa.


SECRETARIO . —- El capitán Breda envía una rela
ción de lo que ha seguido ocurriendo en Gante y
las comarcas vecinas. Los disturbios están apacigua
dos, en su mayor parte ...
EGMONT. —¿Comunica que se han producido aún
diversas majaderías y locuras?
SECRETARIO . — Sí. Aun hay algo de eso.
.

EGMONT. - Exímeme de oírlo .

SECRETARIO. — Han sido presos otros seis crimina


les que han destrozado en Werwick una imagen
de la virgen. Pregunta si deben ser ahorcados como
los otros .

EGMONT. - Estoy cansado de mandar ahorcar.


Que los azoten y se vayan.
— Hay dos mujeres entre ellos.
SECRETARIO . -
¿ También deben ser azotadas ?
EGMONT. Que las amoneste y las deje correr.
SECRETARIO . —- Brinck, de la compañía de Breda,
.

quiere casarse. El capitán espera que le neguéis el


permiso. Escribe que hay demasiadas mujeres en
las tropas y que si salimos a campaña no parecerá
un ejército de soldados, sino una cuadrilla de gi
tanos.
56 GOE THE

EGMONT. ¡ Déjese casar aún a éste ! Es un buen


mozo; me lo rogó insistentemente antes de mi par
tida. Pero que no se le permita a ninguno más, por
mucho que me duela privarles de su mejor diver
sión a esos pobres diablos, que ya están bastante
fastidiados sin eso.

SECRETARIO. — Dos de vuestros soldados, Seter y


Hart, le han jugado una mala pasada a una moza,
hija de un hostelero. La encontraron sola y la niña
no pudo defenderse de ellos.
EGMONT. - Si es muchacha honrada y han em
pleado violencia, que les den tres días consecutivos
carrera de baquetas, y si poseen algunos bienes,
que se tome de ellos lo necesario para poder dotar
a la rapaza .
SECRETARIO. — Uno de los doctores extranjeros
pasó secretamente por Comines y fué descubierto .
Jura que su intención era la de pasar a Francia .
Debe ser decapitado, según lo dispuesto.
EGMONT. Que lo pongan secretamente en la
frontera y le aseguren que la segunda vez no es
capará de este modo.
SECRETARIO. – Carta de vuestro tesorero. Escribe
-

que ingresa poco dinero y que le será difícil enviar


en esta semana la cantidad pedida ; los disturbios
han producido en todo la mayor confusión.
EGMONT. — ¡ Tiene que mandar el dinero ! Él verá
cómo lo junta .
SECRETARIO. - Dice que hará todo cuanto pueda
-

y que por fin demandará y hará encarcelar a ese


EGMONT 57

Raymond que es vuestro deudor desde hace tanto


tiempo.
EGMONT. - Pero ha prometido pagar.
SECRETARIO.- La última vez ; él mismo fijó el
plazo de quince días.
EGMONT. —- Pues que le concedan otros quince, y
después pueden proceder contra él.
SECRETARIO. — Hacéis bien. No es falta de recur
sos, es mala voluntad. Sin duda que se conducirá
con seriedad cuando vea que no bromeáis ... Ade
más, dice el recaudador que quiere retener medio
mes de pensión a los antiguos soldados, las viudas
y algunas otras gentes a quienes socorréis ; mien
tras tanto, ya se verá lo que se hace ; los socorridos
se arreglarán como puedan.
EGMONT. —- ¿ Cómo que se arreglarán ? Esas gen
tes tienen más necesidad que yo de dinero. Que no
se meta en eso .

SECRETARIO . — Pues ¿ de dónde ordenáis que sa


que los cuartos ?

EGMONT. — Él verá ; ya se lo dije en la carta an


terior .

SECRETARIO.-- Por eso hace estas proposiciones.


EGMONT. - Que no sirven de nada. Que piense
otra cosa. Que haga proposiciones que sean acepta
bles, y sobre todo, que se proporcione el dinero.
SECRETARIO. —- Vuelvo a presentaros la carta del
conde Oliva. Perdonad que os la recuerde. Este an
ciano merece, antes que nadie, una circunstanciada
58 GOETHE

respuesta. Ibais a escribirle vos mismo. De fijo que


os quiere como un padre.
EGMONT. -- No me es posible hacerlo . De todas
las cosas que me son odiosas, ninguna lo es más que
escribir. ¡ Imitas tan bien mi letra ! Escríbele en mi
nombre. Yo espero a Orange. No me es posible ha
cerlo yo mismo, pero deseo que se conteste a sus
inquietudes diciéndole algo muy tranquilizador.
SECRETARIO. — Decidme aproximadamente como
pensais que debe ser la respuesta ; redactaré la car
ta y la someteré a vuestra aprobación. Será escrita
en tal forma que hasta ante un tribunal pueda pa
sar por letra vuestra .
EGMONT. — Dame su carta. (Después de haberle
echado la vista encima .) ¡ Venerable anciano ! ¿ Eras
ya tan prudente en tu juventud ? ¿ No has escalado
jamás una fortaleza ? ¿ Te quedabas a retaguardia
en la batalla , como aconseja la prudencia ?... ¡ Qué
cariñosa solicitud ! Desea mi felicidad y mi vida y
no advierte que ya está muerto aquel que sólo vive
para guardarse ... Dile que puede estar descuida
do ; que procedo como debo, que ya cuido de mi se
guridad ; que emplee en mi favor su consideración
en la Corte y que esté convencido de mi completo
agradecimiento .
SECRETARIO.- ¿Nada más ? ¡ Oh, él espera otra
cosa !

EGMONT. —- ¿Qué más puedo decirle? Si quieres


poner más palabras, de ti depende. Da siempre
vueltas alrededor del mismo punto : que debo vivir
como no soy capaz de vivir. Que soy alegre, que to
mo las cosas ligeramente, que vivo de prisa ; esa es
EGMONT 59

mi dicha, y no la cambio por la seguridad de un


panteón. Ni una gota de sangre tengo en mis venas
para vivir a la española ; no me divierte acomodar
mis pasos a la nueva y grave cadencia de la Corte.
¿ No he de vivir más que para pensar en la vida?
¿ No he de gozar del momento actual para estar se
guro del siguiente ? ¿ Y consumir también éste con
preocupaciones y cuidados ?
SECRETARIO.- Os suplico , señor, que no seáis tan
áspero y duro con este hombre excelente, vos que
sois tan afable con todo el mundo. Decidme unas
palabras afectuosas que tranquilicen a este noble
amigo. Fijaos en lo solícito que es, en la delicadeza
con que toca lo que cree que puede seros útil.
EGMONT. - Sí, pero toca siempre la misma cuer
da. Sabe, desde hace mucho, lo odiosas que son para
mí estas amonestaciones; no hacen más que con
fundir, no sirven para nada. Y si yo fuera un so
námbulo y me paseara por el peligroso alero de una
casa , ¿ es amistoso llamarme por mi nombre, para
advertirme, despertarme y hacerme estrellar ? De
jad a cada cual que siga su camino ; ya se guar
dará él .

SECRETARIO . — No estaría bien en vos el preocu


-

paros, pero ¡en quien os conoce y ama ! ...


EGMONT (Mirando la carta ). - Vuelve otra vez
con las viejas historias de lo que hemos hecho y
dicho una noche, en la fácil petulancia de la inti
midad y el vino, y con todas las deducciones y con
secuencias que de aquí se han sacado, paseándolas
por todo el reino ... ¡Bueno! Pues es verdad que
hemos hecho bordar caperuzas de bufón y cabezas
de loco en las mangas de nuestros criados y que
60 GOET HE

después hemos cambiado estos ridículos adornos


por haces de flechas, símbolo aun más peligroso a
juicio de todos los que quieren encontrar significa
cación en lo que no la tiene. En momentos de pla
cer, hemos concebido y realizado más de una locu
ra ; ¿ somos culpables de que toda una noble tropa,
con alforjas de mendigo y un apodo escogido por
ellos mismos ( 1) , le haya recordado al rey sus de
beres, con burlona humildad ? Somos culpables...
¿ de qué otra cosa? ¿ Una fiesta de carnaval se iguala

(1) A principios de diciembre de 1563, en un banquete, ha


bíanse puesto de acuerdo varios nobles neerlandeses, entre los
cuales se encontraban Egmont, Berghes y Montigny. para adop
tar una común librea para sus servidores, según se practicaba
en Alemania ; echáronlo a suertes y tocóle a Egmont elegir ei
uniforme, el cual se decidió por un traje de lana negra, con
mangas anchas y largas , en las que hizo bordar unas cabezas
con capirotes de colorines como los de los juglares. No tardó en
verse en ello una alusión al capelo del cardenal Granvela , y la
regente mandó que cambiaran de insignias, y Egmont escogió
entonces un haz de flechas , que no dejaba de tener alguna se
mejanza con el de las armas de los Reyes Católicos. La regente
fué lo bastante discreta para no ocuparse más del asunto.
Más tarde formóse una liga de nobles para oponerse por todos
los medios, entre otras cosas, al establecimiento de la Inquisición
en los Países ajos. Orange, Horn , Egmont y Montigny, aunque
quejosos de la conducta del rey, mostrábanse ajenos a la confe
deración sediciosa. El 2 de abril de 1566 entraron en Bruselas
doscientos coligados armados, llevando a su frente a Brederode
y Luis de Nassau. La regente se avino a recibirlos, pero sin
armas , y en la entrevista, como los sediciosos se presentaran sin
insignias ni condecoraciones, con unos simples trajes grises, el
conde de Barlaimont, partidario del rey, a quien la regente confió
la alarma que aquello le causaba, quiso tranquilizarla diciéndole
en voz baja, pero que no dejó de ser oída por los de la «noble
unión » : « No son más que mendigos » ( Ce ne sont que des gueux ).
Divulgóse la frase en un inmediato banquete de los de la liga y
tomáronla por divisa. Brindóse por los mendigos en los festines:
Vivent les gueux !; todos los confederados adoptaron el tosco
vestido gris e iban con una alforja al cuello, escudillas de palo
a la cintura y una medalla al pecho que por una cara tenía la
efigie de Felipe II con el mote : En tout fidèles au Roi, y por
la otra, dos manos que sostenían una alforja, y por lema : jusqu'à
porter la besace. Las escudillas, que al principio eran de palo ,
acabaron por ser de oro en los jefes de los confederados. - N.
del T.
EGMONT 61

con un crimen de alta traición? ¿Hay que estar


celoso por los breves y abigarrados harapos que un
valor juvenil y una excitada fantasía pueden haber
colgado en torno a la pobre desnudez de nuestra
vida? Si la tomáis demasiado en serio ¿ qué encon
traréis en ella? Si la mañana no nos despierta
para nuevas alegrías y a la noche no podemos espe
rar ya ningún placer, ¿ vale la pena de vestirse y
desnudarse ? ¿ Alúmbrame hoy el sol para que refle
xione en lo que era ayer, y para adivinar y calcular
lo que ni se adivina ni se calcula, el destino de un
día por venir ?... Aparta de mí esas consideraciones;
dejémoslas para los escolares y los cortesanos.
Que cavilen y mediten , muden de opiniones y avan
cen furtivamente; que alcancen adonde puedan y
obtengan lo que puedan ... Si te es dado aprove
char algo de esto sin que tu epístola se convierta
en un libro, estaré satisfecho con ello. Al buen
viejo todo le parece demasiado importante. Igual
que un amigo, que nos ha tenido cogida la mano
largo tiempo, la oprime aún con más fuerza cuando
va a soltarla .
SECRETARIO . — Perdonadme, pero un peatón siem
pre siente vértigos cuando ve pasar a alguien en
coche por su lado a una velocidad frenética.
EGMONT. — ¡No más, no más, criatura ! Como azo
tados por invisibles espíritus, los caballos del sol
del tiempo arrastran consigo el ligero carro de nues
tro destino ; y a nosotros no nos resta otra cosa sino
mantener firmes las riendas, con esforzado ánimo,
y tan pronto a derecha como a izquierda, apartar
las ruedas, aquí de una piedra, allá de un precipi
cio. Adónde se va, ¿ quién lo sabe ? Apenas se acuer
da uno de dónde viene.
62 GO E THE

SECRETARIO . ¡ Señor ! ¡ Señor !


EGMONT. — Estoy en lo alto y puedo y debo subir
más todavía ; siento en mí la esperanza, el valor y
las fuerzas para hacerlo. Aun no he alcanzado la
cúspide de mi desarrollo, y si alguna vez llego arri
ba, me mantendré firme y sin recelo . Si he de caer,
que sea un rayo, un huracán, hasta un mal paso
mío lo que me precipite a lo profundo, yaceré allí
con muchos miles de hombres. Jamás desdeñé el
jugarme sangrientamente la vida con mis buenos
compañeros de armas por cualquier ventaja peque
ña, e ¿ iba a andar con roñerías ahora cuando se
trata de todo el valor de la libre existencia ?

SECRETARIO .¡ Oh señor ! ¡No sabéis qué pala


bras pronunciáis ! ¡ Que Dios os proteja!
EGMONT. — Recoge tus papeles. Orange llega. Des
pacha lo más necesario para que partan tus men
sajeros antes de que estén cerradas las puertas. Pa
ra lo otro hay tiempo. Deja hasta mañana la carta
del Conde; no dilates el visitar a Elvira y saludala
de mi parte ... Entérate de cómo se encuentra la
gobernadora ; aunque lo oculte, no debe estar buena.
(Vase el SECRETARIO .) Entra ORANGE.

EGMONT. - Orange, bien venido. Me parecéis un


tanto preocupado.

ORANGE. —¿Qué me decís de nuestra conversa


ción con la gobernadora?
EGMONT. - No encontré nada de particular en
su manera de recibirnos. Con frecuencia la he vis
EGMONT 63

to de ese modo. No me pareció que se hallaba del


todo bien .

ORANGE . -
¿ No notasteis en ella una reserva
mayor de la acostumbrada ? Primero quiso apro
bar fríamente nuestra conducta en la nueva re
vuelta del populacho; después hizo observar la fal
sa luz que podía ser arrojada sobre esos aconteci
mientos ; derivó después la conversación hacia sus
antiguos y habituales discursos : que jamás han
sido agradecidos suficientemente, que han sido tra
tados con demasiada ligereza sus procedimientos
afables y bondadosos, su amistad hacia nosotros los
neerlandeses; que no hay cosa alguna que lleve
la dirección que ella desea ; que, al final, bien pue
de llegar a sentirse cansada y a tener que decidirse
el rey por otros procedimientos. ¿Habéis oído esto?

EGMONT. — No todo ; entre tanto pensaba en otra


cosa. Ella es mujer, querido Orange, y las mujeres
siempre querrían que todo se plegara suavemente
bajo su dulce yugo, que cada Hércules depusiera
la piel de león y aumentara su corte de hilanderas ;
que, porque ellas tienen un carácter pacífico, la
fermentación que se apodera de un pueblo, la tor
menta que suscitan, unos contra otros, rivales po
derosos, pudiera terminarse con una amable frase,
y que se unieran a sus pies, en una dulce armonía,
los más contrarios elementos. Ese es su caso ; y
como no puede conseguir lo que quiere, no le queda
otro camino sino ponerse de mal humor, quejarse de
ingratitud e imprudencia, amenazar para el por
venir con espantosas perspectivas y amenazar...
con marcharse .
64 GOETHE

ORANGE. ¿No creéis que esta vez realizará su


amenaza ?

EGMONT. -- ¡Jamás! ¡Cuántas


¡ veces no la he vis
to ya dispuesta para el viaje! ¿ Adónde podría ir ?
Aquí es gobernadora, reina; ¿ Crees tú que le di
vertiría devanar la madeja de unos insignifican
tes días en la Corte de su hermano, o ir a Italia pa
ra llevar tras sí, de un lado a otro, a toda su vieja
parentela ?
ORANGE. — No se la cree capaz de esta determi
nación porque se la ha visto vacilar, porque se la
ha visto volverse atrás; no obstante, sólo depende
de ella : nuevas circunstancias pueden impulsarla
hacia una solución demorada largo tiempo. ¿Y si
se fuera y el rey mandara a algún otro ?
EGMONT. — Pues llegaría y encontraría también
muchas cosas que hacer. Vendría con grandes pla
nes, proyectos e ideas, de cómo quería ponerlo todo
en su sitio, someterlo y tenerlo en su mano ; y hoy
tendría que ocuparse de esta pequeñez, mañana de
aquella otra, pasado mañana encontraría tal difi
cultad, pasaría un mes con proyectos, otro enojado
por sus fracasadas empresas, medio año preocupa
do por una sola provincia... También para él co
rrerá el tiempo, sentirá mareos, y las cosas seguirán
su curso como antes, de modo que, en lugar de
navegar por los dilatados mares hacia una línea
prescrita por él, tendrá que dar gracias a Dios si,
en medio de la tempestad, mantiene su nave libre
de arrecifes.
ORANGE. — Pero ¿ y si le aconsejaran al rey que
-

hiciera una prueba?


E GMONT 65

EGMONT.—¿Cuál ??...
-

ORANGE. - Ver lo que hacía el tronco sin cabeza.


EGMONT.- ¿ Cómo ?
-

ORANGE. — Egmont, hace muchos años que llevo


en mi corazón todas las circunstancias del mundo
en que nos movemos; estoy siempre como delante
de un tablero de ajedrez y no considero insignifi
cante ninguna jugada del adversario ; y lo mismo
que hay gentes ociosas que se preocupan con el
mayor cuidado de los secretos de la naturaleza,
considero yo como deber mío, por mi categoría
de príncipe, conocer las opiniones y los propósitos
de todos los partidos. Tengo motivos para temer
un gran cambio. El rey hace mucho tiempo que
viene procediendo según ciertos principios ; ve que.
con ello no logra lo que quiere; ¿ qué cosa más
verosímil sino que intente otro camino ?
EGMONT.—No lo creo . Cuando se hace uno viejo
y se han ensayado tantas cosas y nunca se encuen
tra manera de arreglar el mundo, por último tiene
uno que acabar por decirse que ya basta.
ORANGE. — Hay una cosa que no ha ensayado to
davía .

EGMONT.. —¿Cuál ?
-

ORANGE. - Tratar bien al pueblo y perder a los


príncipes.
EGMONT. -¡¡Cuánto no se
Cuánto no se ha
ha temido ya eso des
de hace tanto tiempo ! No hay que inquietarse.
ORANGE. — Al principio era una inquietud, poco
-

EGMONT 3
66 GOETHE

a poco se me convirtió en sospecha; por último,


ha llegado a ser una certidumbre .

EGMONT. - Pero ¿ tiene el rey servidores más


fieles que nosotros?
ORANGE. - Le servimos a nuestra manera ; y aquí,
entre nosotros, podemos confesar que sabemos equi
librar muy bien los derechos del rey y los nuestros.
EGMONT. —¿Quién no lo hace ? Somos sus súb
ditos y servidores en lo que le corresponde.
ORANGE. — Pero ¿y si él quisiera atribuirse ti
tulos mayores y llamara traición a lo que nosotros
decimos mantenimiento de nuestros derechos ?
EGMONT.. — Podremos defendernos. Que convo
que a los caballeros del Toisón y seremos juzgados.
ORANGE. —¿Y si hubiera sentencia antes del pro
ceso ? ¿ Castigo antes de la sentencia ?
EGMONT. -- Esa es una injusticia de que jamás
se hará culpable Felipe, y una locura que no les
imputaré a él ni a sus consejeros.
ORANGE. — Y ¿ si fueran injustos y locos?
EGMONT. — No, Orange ; es imposible. ¿Quién
osaría poner mano en nosotros ? ... El de prender
nos sería un trabajo pérfido y estéril. No, no osan
elevar tan alto el pendón de la tiranía. La ráfaga
de viento que esta noticia difundiría por todo el
país provocaría un espantoso incendio. Y ¿ para qué
iban a hacerlo ? El rey solo no puede juzgar y con
denar; ¿ atentarían a nuestras vidas como asesi
nos? ... No pueden pretenderlo. En un instante se
EGMONT 87

uniría el pueblo en una liga formidable . Serían


proclamados, con toda violencia, el odio y la se
paración eterna de todo lo español.
ORANGE . - Las llamas bramarían sobre nuestras
tumbas y la sangre de nuestros enemigos sería
derramada como vano sacrificio expiatorio. Hay
que pensarlo, Egmont.
EGMONT. - Pero ¿ cómo podrían??...
ORANGE. Alba viene de camino.
EGMONT. -
No lo creo.

ORANGE . - Lo sé.
-

EGMONT. — La gobernadora pretendía no saber


nada de esto.

ORANGE. Con lo cual, quedé tanto más con


vencido. La gobernadora le hará sitio. Conozco al
duque y su espíritu sanguinario y trae consigo un
ejército.
EGMONT. ¿ Para agobiar de nuevo las provin
cias ? El pueblo lo soportará muy difícilmente .
ORANGE. - Se apoderarán de los jefes.
EGMONT. — ¡No, no !
ORANGE. - Vayámonos cada cual a nuestra pro
vincia. Allí nos haremos fuertes; no comenzará
por la violencia.

EGMONT. -¿No tenemos que saludarle cuando


llegue ?
ORANGE. Lo dilataremos.
GO ETHE
68
EGMONT. —- ¿ Y si al llegar nos llama en nombre
-

del rey ?
ORANGE . - Buscaremos subterfugios.

EGMONT. -¿Y si insiste ?


usaremos .
ORANGE . - Nos exc
EGMONT. - ¿Y si se ob
stina ?
Vendremos cada vez menos .
ORANGE . -

EGMONT. — Y si se declara la guerra, seremos


rebeldes ... Orange, no te dejes seducir por la pru
dencia ; ya sé que el temor no puede hacerte re
troceder. Reflexiona en el paso que vas a dar .

ORANGE . — Ya he reflexionado .
EGMONT. Piensa en la cosa de que te haces
culpable si no aciertas : de la guerra más destruc
tora que puede asolar un país. Tu negativa es la
señal que de repente convoca las provincias a
las armas ; que justifica todas las crueldades para
las que España siempre se ha apresurado a apro
vechar todo pretexto . Lo que hemos ido calman
do lenta y trabajosamente , lo azuzarás con un solo
gesto hasta que llegue a producirse la confusión
más espantosa . ¡ Piensa en las ciudades , la nobleza ,
el pueblo , el comercio, la agricultura, los oficios ! ¡ Y
piensa en la desolación y la muerte ! ... Cierto que
el soldado ve con serena mirada como cae junto a
él su camarada en el campo de batalla ; pero los
ríos arrastrarán hacia ti cadáveres de ciudadanos
de niños, de doncellas, de modo que lo contempla
rás con espanto y ya no sabrás cuya causa defen
EGMONT 69

días, ya que habrán perecido aquellos por cuya


libertad tomaste las armas. Y ¿ qué sentirás en tu
interior cuando tengas que decirte: –- Fué por mi
seguridad por lo que las tomé?
ORANGE. — No somos particulares, Egmont. Si
nos toca sacrificarnos por muchos, también nos to
ca guardarnos para muchos.
EGMONT. — Quien se guarda tiene que hacerse
sospechoso a sí mismo.
ORANGE. - Quien se conoce puede avanzar o re
troceder seguro de sí.
EGMONT. — El mal que temes se convertirá en
cierto con esa acción tuya.
ORANGE. — Es prudente y osado ir al encuentro
de un mal inevitable.
EGMONT. — En peligro tan grande hay que te
ner en cuenta la más leve esperanza.
ORANGE. - Y no nos queda espacio ni para el
-

paso más pequeño: el abismo se abre cruelmente


ante nosotros .

EGMONT. -¿El favor real, es terreno tan estrecho?


-

ORANGE. --- Estrecho no, pero resbaladizo.


EGMONT. --- ¡Pardiez! Se le injuria. No puedo so
-

portar que se piense injustamente de él. Es hijo


de Carlos V y no es capaz de ninguna bajeza.
ORANGE. - Los reyes no hacen nunca ninguna
bajeza.
EGMONT. — Habría que conocerlo .
70 GOETHE

ORANGE. - Ese conocimiento, precisamente, es lo


que nos aconseja que no esperemos una prueba
peligrosa.
EGMONT. — No hay prueba peligrosa si se tiene
-

valor para ella.


ORANGE . — Te acaloras, Egmont.
-

EGMONT. — Tengo que verlo con mis propios


-

ojos.
ORANGE. - ¡ Oh ! ¡ Si pudieras ver esta vez por
-

los míos ! Amigo, porque los tienes abiertos ya


crees ver. Yo parto. Espera tú la llegada de Alba
y que Dios te proteja. Acaso te salve mi retirada.
Acaso el dragón no crea tener presa suficiente si
no nos devora a la vez a ambos. Acaso lo retrase
para ejecutar con mayor seguridad su proyecto,
y acaso también , mientras tanto, veas tú las cosas
en su figura verdadera. Pero entonces ide prisa!
ide prisa! ¡Sálvate! ¡Sálvate ! ... ¡ Adiós! ... Que no
haya detalle alguno que se escape a tu vigilante
atención : cuánta tropa trae consigo, como ocupa
la ciudad, qué poderes retiene la gobernadora, có
mo se conducen tus amigos. Dame noticias ...
(Pausa.) ¡ Egmont ! ...
EGMONT. ¿ Qué quieres ?
ORANGE. (Cogiéndolo por la mano.) — ¡Déjate
convencer! ¡Ven conmigo!
EGMONT.. —¿Qué
- -
es eso ? ¿Lloras, Orange?
ORANGE. —- Llorar por un perdido amigo no es
indigno de hombres.
EGMONT. - ¿Me juzgas perdido ?
EGMONT 71

ORANGE. - Lo estás. Piensa en ello . Sólo te que


-

da un breve plazo. Adiós. (Vase .)


EGMONT. (Solo .) — ¡ Que los pensamientos de
otras criaturas tengan tal influjo sobre nosotros!
Jamás se me hubiera ocurrido; y este hombre me
transmite su inquietud ... ¡Fuera !... Eso es en
mi sangre una gota de sangre ajena. ¡ Salud mía,
recházala ! Y para borrar de mi frente las arrugas
de la preocupación, todavía tengo un delicioso
medio .
А с т о т E R с Е к о
PALACIO DE LA GOBERNADORA

MARGARITA DE PARMA

MARGARITA. — Hubiera debido sospecharlo. ¡Ah !


Cuando pasa uno su vida en medio de molestias
y trabajos siempre se imagina que hace todo lo
posible; y el que vigila y ordena desde lejos cree
que sólo exige lo que puede ser hecho ... ¡ Oh ! ¡ Los
reyes !... Jamás habría creído que iba a disgus
tarme tanto. ¡Es tan hermoso mandar! ... ¿Y ab
dicar ? ... No sé como lo logró mi padre, pero
quiero hacer lo que él.
MAQUIAVELO aparece por el fondo
GOBERNADORA. -Acércate, Maquiavelo. Estoy
aquí pensando en la carta de mi hermano.
MAQUIAVELO. —¿Me es permitido saber lo que
contiene ?
GOBERNADORA. - Tantas tiernas atenciones hacia
mi persona como solicitud por sus Estados. Alaba
la firmeza, el celo y la fidelidad con que he velado
hasta ahora en este país por los derechos de Su
Majestad ; me compadece porque el indómito pue
blo me de tanto que hacer ; está tan profundamen
te convencido de la sagacidad de mis opiniones, tan
extraordinariamente contento con la prudencia de
76 GOETHE

mi proceder, que, tengo que decirlo, la carta está


casi demasiado bien escrita para un rey y segu
ramente lo está para un hermano.
MAQUIAVELO. -No es la primera vez que os
muestra su justa satisfacción.
GOBERNADORA . - Pero sí la primera vez que la
emplea como figura retórica.
MAQUIAVELO. - No os comprendo.
GOBERNADORA . - Ahora me comprenderéis... Pues
tras esta introducción , añade que sin tropas, sin
un pequeño ejército, siempre habré de hacer aquí
mala figura. Hemos hecho mal, dice, en retirar de
las provincias nuestros soldados atendiendo a las
quejas de los habitantes. Opina que una guarni
ción que cargue sobre los hombros del ciudadano
le impide, con su peso, el que dé grandes saltos.
MAQUIAVELO. — Eso excitará extraordinariamen
te los ánimos.
GOBERNADORA. —- Pero el rey opina, ¿me escu
chas? ... Opina que un buen general, un general
que no oiga razones, se hará muy pronto dueño del
pueblo y de la nobleza, de los ciudadanos y los cam
pesinos... Y para eso envía, con un fuerte ejér
cito ... al duque de Alba .
MAQUIAVELO. —¿Al de Alba ?
GOBERNADORA. —¿Te asombras ?
-

MAQUIAVELO. —Dijisteis: envía. Será que pre


gunta si lo debe enviar.
GOBERNADORA. — El rey no pregunta ; lo envía.
MAQUIAVELO . - De ese modo tendréis a vuestro
servicio un militar de gran experiencia.
EGMONT 77

GOBERNADORA. —¿A mi servicio ? Habla franca


mente, Maquiavelo .
MAQUIAVELO. — No querría anticiparme...
GOBERNADORA. — ¡Y yo querría disimular ! Es muy
doloroso para mí, muy doloroso. Preferiría que mi
hermano dijera las cosas como las piensa, que no
firmara ceremoniosas epístolas redactadas por un
secretario de Cámara.

MAQUIAVELO . —¿No se podría descubrir ? ...


GOBERNADORA. Los conozco por dentro y por
fuera. Les gustaría tenerlo todo limpio y arreglado
y como ellos mismos no se ponen al trabajo, pres
tan confianza a todo el que llega con una escoba en
la mano. ¡ Oh ! Para mí es como si viera al rey y su
Consejo pintados en ese tapiz.
MAQUIAVELO . —¿Tan claramente ?
GOBERNADORA . —No les falta ni un rasgo. Hay
-

buenas gentes entre ellos. El honrado Rodrigo, con


tanta experiencia y moderación, que no apunta de
masiado alto y, sin embargo, no se le va una pieza;
el recto Alonso, el diligente Freneda, el firme Las
Vargas, y todavía algunos otros que colaboran
cuando el partido de los buenos es el poderoso.
Pero allí está el toledano, con sus ojos hundidos,
su frente de bronce y su honrada mirada de fuego ;
barbota algo acerca de la indulgencia de las muje
res, de su condescendencia inoportuna, y dice que
les gusta ser llevadas por caballos mansos, pero que
ellas mismas son malos domadores, u otras bromas
análogas que en otro tiempo tuve que aguantar de
los hombres políticos.
78 GOETHE

MAQUIAVELO. - Habéis escogido para vuestro cua


dro una buena caja de colores.
GOBERNADORA . - Pero confiesa, Maquiavelo, que
entre todas las tintas sombrías con que pudiera
pintarlo, no hay ningún tono tan amarillo ni tan
negro como los matices del semblante de Alba ni
como los colores que emplea él mismo. Para él, to
>

do hombre es blasfemador y reo de lesa majestad,


porque, con esta opinión, al punto puede enrodar,
empalar, descoyuntar y quemar a todo el mundo...
El bien que yo aquí he hecho es indudable que no
parecerá nada desde lejos, justamente por ser
bien ... Allá se atienen a las locuras ya pasadas,
recuerdan todas las perturbaciones ya apaciguadas,
y presentan, ante los ojos del rey, tantos motines,
sublevaciones y locuras, que el monarca se imagina
que las gentes se devoran aquí unas a otras, cuan
do, entre nosotros, un pasajero y transitorio desco
medimiento de un grosero pueblo está olvidado ya
desde hace tiempo. De aquí adquiere Felipe un odio
muy cordial contra la pobre gente ; le parecen tan
repulsivos como bestias y monstruos; vuelve la vis
ta hacia la espada y el fuego y se imagina que de
este modo se domeña a los hombres.
MAQUIAVELO . —- Me parecéis harto agitada; tomáis
la cosa demasiado en serio. ¿No seguís siendo la
regente?
GOBERNADORA. Bien conozco eso. Traerá ins
trucciones ... Soy lo bastante vieja en asuntos de
Estado para saber como se desposee a alguien sin
quitarle su nombramiento ... Primero presentará
unas instrucciones que serán vagas y tortuosas ; em
puñará el poder porque tiene la fuerza, y si yo me
EGMONT 79

quejo, alegará unas instrucciones secretas ; si quie


ro verlas, irá dándome largas ; si insisto en ello, me
enseñará un papel que contenga cualquier otra co
sa, y si no me tranquilizo, será lo mismo que si no
digo nada ... Mientras tanto hará lo que temo y lo
que deseo será abandonado.
MAQUIAVELO. — Quisiera poder contradeciros.
GOBERNADORA . —Lo que yo, con indecible pacien
cia, logré calmar, volverá él a provocarlo con sus
crueldades y dureza ; veré mi obra destruída ante
mis propios ojos, y además, aun tendré que cargar
con las culpas que a él le corresponden.
MAQUIAVELO. — Espérelo así Vuestra Alteza.
-

GOBERNADORA . — Tengo bastante dominio sobre


mí misma para permanecer tranquila. Que venga ;
con las mejores formas le cederé el puesto, antes de
ser arrojada de él .

MAQUIAVELO. —¿Queréis dar tan precipitadamen


te un paso de esa importancia ?
GOBERNADORA. — Más difícil de lo que tú piensas.
Quien está acostumbrado a mandar, aquel para
quien es uso establecido que la suerte de miles de
hombres penda de sus manos, desciende del trono
como si fuera a la tumba. Pero mejor es eso que
quedar entre los vivos como un fantasma, y querer
conservar, como vana apariencia, un puesto que ha
sido ya heredado por otro, que ahora lo posee y dis
fruta de él.
80 GOETHE

VIVIENDA DE CLARITA

CLARITA . SU MADRE

MADRE . - Amor como el de Brackenburg no lo


he visto jamás ; creía que sólo existía en las histo
rias heroicas.

CLARITA. — (Va y viene por la habitación, can


turreando.)
Tan sólo es dichosa
el alma amorosa .

MADRE. Sospecha tus relaciones con Egmont, y


creo que, si lo trataras algo amistosamente, que si
tú te lo propusieras, aun ahora se casaría contigo .
CLARITA. — ( Canta .)
Llena de alegría,
llena de dolor,
sumida en angustias
y cavilación ;
anhelar
y temblar
en penas perennes ;
gritos de delicia,
tristezas de muerte :
tan sólo es dichosa
el alma amorosa .

MADRE. ¡ Déjate de esa cantilena !

CLARITA. -- No me riñáis ; es una canción de gran


poder. Con ella, más de una vez he acunado los sue
ños de un niño grande.
MADRE. Nada tienes en la cabeza, sino tu amor.
-

Lo dejas todo por una sola cosa . Te decía que de


EGMONT 81

bías tener consideraciones para Brackenburg. Aun


puede hacerte dichosa.
CLARITA. —¿Él?

MADRE. — ¡ Oh, sí ! ¡ Llegará ese tiempo ! ... Vos


otras, criaturas, no prevéis nada y no prestáis aten
ción a nuestra experiencia. Todo tiene su término,
la juventud, el hermoso amor ; y llega un tiempo
en que se le dan gracias a Dios si en cualquier lu
gar puede uno ponerse bajo techado ...
CLARITA. — (Se estremece, guarda silencio y des
pués exclama impetuosamente .) ¡Madre, dejar ve
nir al tiempo, como a la muerte. Es horrible pen
sarlo con anticipación ... Y cuando venga, cuando
nos sea preciso ... entonces ... nos portaremos co
mo podamos ... ¡Carecer de ti, Egmont !... (Pro
rrumpe en llanto .) ¡No, no; es imposible, imposible!
EGMONT. — ( Embozado en una capa de caballero
y el sombrero echado sobre los ojos.) ¡ Clarita !
CLARITA. — (Lanza un grito y retrocede.) ¡ Eg
munt! (Se lanza hacia él.) ¡Egmont ! (Lo abraza y
se apoya en su pecho. ) ¡ Oh, tú, querido y dulce ami
go ! ¿Has llegado ? ¿ Estás aquí?
EGMONT. – Buenas noches, madre.
MADRE.. — Dios os guarde, noble señor. Mi peque
ña estaba casi muerta de que hubierais tardado
tanto tiempo; en todo el día no hizo más que cantar
y hablar de vos.
EGMONT. - ¿Me daréis de cenar ?
MADRE. - Es demasiado honor. Si tuviéramos ' al
guna cosa ...
82 GOETHE

CLARITA. - ¡La tenemos ! Estad tranquila, madre;


ya he dispuesto todo lo necesario, lo he preparado.
Madre, no me descubráis.
MADRE. Será bastante escaso .

CLARITA. - No juzguéis hasta verlo. Y, además,


me digo a mí misma : Si cuando él está conmigo no
tengo hambre ninguna, tampoco debe tener él gran
apetito cuando yo estoy con él.
EGMONT. ¿ Crees tú ?

(CLARITA golpea el suelo con el pie y se vuelve de


mal humor.)
EGMONT. - ¿ Qué te pasa ?
CLARITA. —¿Cómo estáis hoy tan frío ? Aun no
me habéis dado ni un beso. ¿ Por qué tenéis los bra
zos envueltos en esa capa como un recién nacido ?
No es propio de militares ni de amantes andar con
los brazos así arrebujados.
EGMONT. — A veces, amada mía, a veces. Si el
soldado está de emboscada y quiere engañar al
enemigo , entonces se recoge en sí mismo, se cruza
de brazos y rumia sus designios. Y un enamorado...
MADRE. —¿No queréis tomar asiento? ¿ Acomoda
ros ? Tengo que ir a la cocina ; Clarita no piensa en
nada estando vos aquí. Tendréis que contentaros
con lo que haya.
EGMONT. - Vuestra buena voluntad es la mejor
salsa.

CLARITA. — Y mi cariño ¿ qué será entonces ?


EGMONT. - Todo lo que tú quieras.
EGMONT 83

CLARITA. — Comparadlo con algo, si sois capaz


de ello .

EGMONT. — Pero primero ... (Arroja la capa y


aparece con un traje magnífico .)
CLARITA. — ¡Oh cielos !
EGMONT. — Ahora ya tengo libres los brazos. (La
estrecha contra si.)
CLARITA . - ¡Dejadme! Estropeáis vuestros ata
víos. (Haciéndose atrás .) iQue magnificencia ! Lo
que es así, no me atrevo a tocaros.
EGMONT. —¿Estás satisfecha ? Te prometí que
una vez vendría a verte vestido a la española.
CLARITA. —No os lo pedía ya desde hace tiempo ;
creía que no queríais ... ¡ Ah, y el toisón de oro !
EGMONT. — Ya lo ves ahora .
CLARITA.—¿Fué el emperador quien te lo puso
al cuello ?

EGMONT. —Sí, niña mía ; y la cadena y la conde


coración le dan a quien las ostenta los mayores pri
vilegios. No reconozco en la tierra ningún juez de
mis acciones, sino el gran maestre de la Orden con
el Capítulo de los caballeros.
CLARITA . — ¡ Oh, lo que es tú podrías dejar que te
juzgara el mundo entero ! ... ¡ El terciopelo es ma
ravilloso ! ¡Y las pasamanerías! ¡Y los bordados !
No se sabe por dónde empezar .
EGMONT.. -- Míralo todo cuanto quieras.
-

CLARITA. —¿Y el toisón de oro ! Me contasteis la


84 GOETHE

historia y me dijisteis que es un símbolo de todo lo


que es grande y precioso, que sólo con trabajo y
penas se merece y adquiere. Es precioso ... Puedo
compararlo a tu amor ... También lo llevo así en el
corazón ... Y, sin embargo ...
EGMONT. — ¿Qué quieres decir ?
.

CLARITA. — Y, sin embargo, no pueden compa


rarse .

EGMONT. —¿Por qué?


CLARITA. - No lo adquirí con trabajo y penas ; 21
no lo he merecido.

EGMONT. - En amor es de otro modo. Lo mere


ciste porque no lo pretendías ... Y, en general, sólo
lo poseen los que no han corrido tras él.
CLARITA. ¿ Infieres eso de lo que le ocurre a tu
persona ? ¿Has hecho esa orgullosa observación
pensando en ti mismo, en ti, a quien todo el pueblo
adora ?

EGMONT. — ¡ Si hubiera hecho algo en su favor!


¡ Si pudiera hacerlo ! Por pura buena voluntad es
por lo que me quieren.
CLARITA. — De fijo que habrás visitado hoy a la
gobernadora.
fui a verla .
EGMONT. —Sí ; fuí
CLARITA . —¿Estás bien con ella ?
EGMONT. — Así parece. Nos mostramos afectuo
sos y serviciales uno para otro.
CLARITA . —¿Y allá, por dentro?
EGMONT. - La quiero bien. Cada cual tiene sus
-
EGMONT 85

opiniones. Nada importa. Es una mujer excelente,


conoce su mundo y vería las cosas con bastante
penetración aunque no fuera recelosa como es. Le
doy mucho que hacer, porque siempre quiere des
cubrir secretos detrás de mi conducta y no tengo
ninguno.
CLARITA . —¿Ninguno en absoluto ?
EGMONT. — ¡ Vamos! Algún pequeño disimulo.
Todo vino, con el transcurso del tiempo, deposita
tártaro en los toneles. Orange es para ella una
preocupación todavía mayor y un enigma siempre
nuevo. Ha adquirido fama de tener siempre algún
secreto, y ahora ella le mira constantemente a la
frente para saber lo que puede pensar, y observa
sus pasos queriendo averiguar adonde se dirigirá.
CLARITA . —¿Es disimulada ?
EGMONT. — Es gobernadora y ¿ preguntas eso ?
CLARITA . - Perdóname; quería preguntar : ¿ es
falsa ?

EGMONT. — Ni más ni menos que todo el que


quiere lograr sus propósitos.
CLARITA . Yo no sabría encontrarme en ese
mundo. Pero también ella tiene un espíritu varo
nil ; es una mujer de otra clase que nosotras, las
que cosemos y guisamos. Es grande, animosa, re
suelta.

EGMONT. - Sí; cuando los asuntos no están de


masiado embrollados. Esta vez anda un poco des
concertada .

CLARITA . —¿Cómo?
86 GOETHE

EGMONT. — Tiene también un bigotito en el labio


superior y, a veces, un ataque de gota. ¡Una ver
dadera amazona !

CLARITA. — ¡ Una mujer majestuosa ! Me espanta **

ría tener que presentarme ante ella.


EGMONT. — En general no eres tímida ... No sería
.

miedo, sino vergüenza de doncella.


( CLARITA baja los ojos, coge la mano de Egmont
y se apoya en él.)
EGMONT. — ¡ Te comprendo, querida niña ! Puedes
ir a todas partes con la vista bien alta. (Le besa
los ojos .)
-

CLARITA. — ¡ Déjame que guarde silencio ! ¡Déja


me estrecharme contra ti ! ¡Déjame mirarte a los
ojos y encontrarlo todo allí, consuelo, y esperanza ,
y alegría, y congoja ! (Lo abraza y lo mira fijamen
te.) ¡ Dímelo, tu ; dímelo ! Yo no puedo comprender
lo ... ¿ Eres tú Egmont? ¿El conde de Egmont?
¿El gran Egmont que hace tanto ruido, de quien
hablan las gacetas y de quien dependen las pro
vincias ?

EGMONT. — No, Clarita, no lo soy.


CLARITA. — ¿ Cómo ?
EGMONT. - Mira, Clarita ... Déjame que me sien
te. ( Se sienta, ella se arrodilla a sus pies en un
taburete, apoya los brazos en sus rodillas y lo con
templa.) Ese Egmont es un Egmont malhumorado,
tieso y frío, que tiene que dominarse y poner ahora
esta cara y luego aquella otra ; hostigado, mal co
nocido, lleno de confusiones, mientras las gentes
1
EGMONT 87

lo tienen por alegre y contento ; amado por un


pueblo que no sabe lo que quiere; venerado y
exaltado por una muchedumbre con la cual nada
puede hacerse ; rodeado de amigos en quienes no
le es dado confiar; vigilado por hombres que
por todos los medios querrían igualarse con él ; que
trabaja y se fatiga, con frecuencia sin objeto, casi
siempre sin recompensa ... ¡ Oh ! déjame que no te
diga lo que le sucede ni en qué disposición está
su ánimo ... Pero este otro, Clarita, que es sereno,
franco , feliz, amado y conocido por el mejor de
los corazones, al cual también él conoce por com
pleto y estrecha contra sí con el mayor cariño y
confianza ... ( La abraza.) ¡ Este es tu Egmont !
CLARITA . — ¡ Oh ! ¡Muérame yo ahora ! ¡ Después
de esto, el mundo no puede tener ya ninguna ale
gría para mí!
А с т о с U А в то
CALLE

JETTER. EL CARPINTERO

JETTER. — ¡Eh ! ¡ Chis ! ¡ Eh! ¡Vecino, una palabra!


CARPINTERO . Sigue tu camino y estate tran
-

quilo.
JETTER.- Sólo una palabra. ¿ Nada de nuevo ?
CARPINTERO . Nada, sino que de nuevo nos está
prohibido hablar.
JETTER. ¿ Cómo ?
CARPINTERO. — Arrimaos aquí, a la pared de esta
casa. ¡ Tened cuidado ! El duque de Alba, inmedia
tamente después de su llegada, ha hecho publicar
un bando, en virtud del cual, dos o tres personas
que conversen reunidas en la calle son declaradas
reos de alta traición, sin instrucción de proceso.
JETTER . — ¡ Oh dolor !
CARPINTERO.- Con amenaza de cadena perpetua
está prohibido hablar de los asuntos de Estado.
JETTER . --- ¡Oh nuestra libertad !
CARPINTERO . Y nadie debe censurar los actos
del Gobierno, bajo pena de muerte.
92 GOETHE

JETTER. — ¡Oh nuestras cabezas!


CARPINTERO . — Y con grandes promesas, los pa
dres, madres, hijos, parientes, amigos y servidores
son invitados a revelar ante un tribunal establecido
especialmente para ello, lo que ocurre en lo más
escondido de las viviendas.
JETTER . – Retirémonos a nuestra casa.
CARPINTERO . — Y a los que obedezcan , se les pro
mete que no tendrán que sufrir daño alguno, ni
en su persona, ni en su honra, ni en sus bienes.
JETTER. — ¡Qué magnanimidad! Yo me sentí mal
en el punto mismo en que el duque entró en la
ciudad. Desde ese momento , es para mí como si el
cielo estuviera cubierto con un crespón negro, col
gado tan bajo que fuera preciso encorvarse para
no tropezar con él.
CARPINTERO . ¿Y qué te parecen los soldados ?
Son pájaros de otra especie, ¿ no es cierto ?, que
los que estábamos acostumbrados a tener por aquí.
JETTER. — ¡Uf! Se me oprime el corazón cuando
veo desfilar una patrulla por la calle abajo. Dere
chos como cirios, la mirada fija, idéntico paso por
muchos que sean. Y si están de guardia y pasas
por delante es como si quisieran ver a través de
tu cuerpo , y con un aire tan grave y enojado, que
crees encontrar un verdugo en cada esquina. No
me gustan nada. ¡Nuestra milicia sí que era una
gente divertida! Se permitían ciertas libertades,
se plantaban con las piernas abiertas, llevaban el
sombrero sobre la oreja: vivían y dejaban vivir ;
mas estos mozos son como máquinas en cuyo in
terior habitara un demonio.
EGMONT 93

CARPINTERO . -Si uno de ellos grita « ¡ Alto ! »,


encarando su arcabuz, ¿ crees tú que dejará de de
tenerse alguien ?
JETTER . - Yo me caería muerto, en el momento
mismo.
CARPINTERO . Vayámonos a casa.
JETTER . La cosa se pone fea. Adiós. (Se acerca
SOEST.)
SOEST. -¡Amigos! ¡Compañeros!
CARPINTERO . - ¡ Silencio! Déjanos marchar.
SOEST. - ¿No sabéis ?
JETTER . — ¡Demasiadas cosas !
SOEST . -Se ha ido la gobernadora .
JETTER. — ¡Dios tenga piedad de nosotros!
CARPINTERO . - Ella era quien aun nos defendía.
SOEST. - Partió de pronto y en secreto . No podía
-

entenderse con el duque, hizo anunciar a la noble


za que habrá de volver. Nadie lo cree.
CARPINTERO . - Que
-
Dios perdone a la nobleza
por permitir que nos echen al cuello este nuevo
yugo. Hubieran podido impedirlo. Están perdidos
nuestros privilegios.
JETTER. ¡En nombre del cielo, nada de privile
gios! Husmeo el olor de una mañana de quemade
ro ; no quiere mostrarse el sol, la niebla apesta.
SOEST. — Orange también ha partido.
CARPINTERO . -Pues estamos totalmente abando
nados .
94 GOETHE

SOEST. — Aun queda aquí el conde de Egmont.


JETTER. ¡Gracias a Dios ! Que todos los santos
le presten fortaleza para que proceda del mejor
modo que le sea posible; es el único que puede
hacer algo . (Entra VANSEN .)
VANSEN. . ¿Encuentro por fin unos cuantos que
no se han escondido todavía ?

JETTER . — Hacednos el favor de seguir vuestro


camino.

VANSEN . -- No sois muy cortés.


-

CARPINTERO. —No es este momento para gastar


cumplidos. ¿ Os escuecen aún las espaldas ? ¿ Estáis
ya totalmente curado ?

VANSEN . - ¡Habladle de heridas a un soldado !


Si me hubiera guardado de los golpes, en toda mi
vida no habría llegado a ser nada.
JETTER. — Las cosas pueden ponerse aún más
serias.

VANSEN . - Según parece, sentís en vuestros


miembros una lastimosa lasitud, a causa de ‘la
tormenta que se acerca.
CARPINTERO . - Tus miembros, si no permaneces
-

tranquilo , sí que se agitarán pronto donde tú no


quisieras.

VANSEN . - ¡Pobrecitos ratones que se desesperan


porque el señor de la casa ha buscado un gato nue
vo ! Será un poquito diferente ; pero, estad tran
quilos, seguiremos marchando a nuestro pasito,
después como antes.
EGMONT 95

CARPINTERO . ¡Eres un bribón descarado !


VANSEN. - Reverendo tonto, deja que el duque
haga lo que quiera. El viejo gato parece como si
hubiera devorado demonios, en lugar de ratones,
y no pudiera digerirlos. Pero déjale hacer ; tam
bién él tiene que comer, beber y dormir como los
demás hombres. No me da temor, con tal de que
escojamos bien nuestro momento. Al principio pro
cederá con celeridad ; después, también él hallará
que es mejor vivir en la despensa, bajo las hojas
de tocino, y descansar por las noches, que atrapar
en los desvanes algunos ratoncillos. Id en paz ; co
nozco yo a los gobernantes.
CARPINTERO . ¡ Que pueda ocurrírsele a una
criatura humana decir todo esto ! Si alguna vez, en
mi vida, hubiera hablado de este modo, no me ha
bría tenido ni un minuto más como seguro.
VANSEN. — Tranquilizaos. Dios, en el cielo, no
sabe nada de vosotros, viles gusanos, y mucho me
nos el gobernador.
JETTER. - ¡Lengua de víbora !
VANSEN . - Sé de otros a quienes les iría mejor
si tuvieran sangre de sastres en su cuerpo en vez
de su valor heroico.

CARPINTERO . —¿Qué queréis decir?


-

VANSEN . — ¡Hum ! Es el conde a quien me refiero.


-

JETTER. —- ¿ Egmont? ¿Qué tiene que temer ?


VANSEN . Soy un pobre diablo, y podría vivir
todo un año con lo que él pierde en una noche.
Y, sin embargo, podría darme sus rentas de un
>
96 GOETHE

año entero con tal de que le prestara mi cabeza


por un cuarto de hora.
JETTER . Te figuras ser una maravilla. Los ca
bellos de Egmont son más discretos que toda tu
sesera .

VANSEN . - ¡Porque vos lo decís! Pero no más


-

astutos. Los señores son los que se engañan pri


mero. No debía fiarse.
JETTER. —¿Qué charla ése ? ¡Un señor como él!
-

VANSEN . Justamente por no ser un sastre.


-

JETTER . ¡Mal hablado !

VANSEN . —Querría que, sólo durante una hora,


-

tuviera vuestro valor en su cuerpo, para que lo


intranquilizara y lo hostigara y le picara hasta
hacerlo salir de la ciudad.

JETTER. -Habláis sin sentido : está tan seguro


como una estrella en el cielo.
VANSEN . ¿Nunca has -
visto caer a ninguna ? ¡Ya
no está donde estaba !

CARPINTERO. —- Pues ¿ quién podría hacer algo ?


VANSEN . —¿Quién podría ??... ¿ Lo impedirías tú,
quizá ? ¿ Provocarías una sublevación si lo hicieran
prisionero ?
JETTER . ¡ Ah !

VANSEN . - ¿ Arriesgaríais vuestros lomos por él ?


-

SOEST. - ¡Eh !
VANSEN ( Imitándolos ). — ¡ Ih ! ¡ Oh! ¡Uh ! Admi
EGM1 ON'T 97

raos con todas las letras del alfabeto. ¡ Así son las
cosas y así seguirán siendo ! ¡ Que Dios lo proteja !
JETTER. — Me pasmo de vuestra desvergüenza .
¿ Un hombre tan noble y tan honrado tendría algo
que temer ?
VANSEN. - El pícaro sale ganancioso en todas
partes. Se mofa del juez en el banquillo del pobre
acusado ; en el sillón del juez, se divierte en con
vertir en criminal al declarante. Una vez tuve que
copiar un proceso, por el cual el instructor había
recibido del tribunal grandes alabanzas y dinero,
pues con su interrogatorio había logrado hacer pa.
sar por delincuente a un honrado infeliz a quien
se quería mal.
CARPINTERO . Esa es otra descarada mentira.
Qué pueden sacar de un interrogatorio siendo
uno inocente ?

VANSEN. — ¡ Oh, qué cabeza de gorrión ! Si no


puede sacarse nada del interrogatorio se mete en
ėl lo que convenga. La honradez convierte en atur
dido y hasta en altanero. Entonces se comienza
por interrogar muy sosegadamente, y el prisionero,
según suele decirse, muéstrase orgulloso de su
inocencia, y dice francamente todo lo que habría
ocultado alguien más avisado. Entonces el inqui
sidor hace nuevas preguntas, nacidas de las res
puestas, y presta atención a ver dónde quiere pre
sentarse alguna pequeña contradicción ; después ra
atando cabos, y si el pobre diablo se deja probar
que en tal sitio dijo algo de más, en tal otro algo
de menos, o si, sabe Dios por qué preocupaciones,
ha pasado en silencio algún detalle, o si, al final de
cuentas, se dejó asustar por cualquier cosa, estamos
ROMONT
98 GOETHE

ya al cabo de la calle, y os aseguro que las traperas


no rebuscan entre las barreduras con mayor cui
dado del que ponen tales fabricantes de reos para
llegar a formar, con sospechas e indicios mínimos,
retorcidos, arrancados de su sitio, descoyuntados,
mal interpretados, mal deducidos, confesados y ne
gados, un espantapájaros de harapos y paja para
siquiera poder ahorcar en efigie al acusado. ¡ Y ya
puede dar gracias a Dios el pobre diablo si aun
le es dado ver colgada su imagen !
JETTER. -- ¡Vaya una lengua larga!
CARPINTERO. — Eso se hará con moscas. Las avis
pas se ríen de vuestras telas de araña.
VANSEN . -Según sean las arañas. Mirad, el largo
duque tiene trazas de araña venenosa; no de una
de esas barrigudas, que son menos malas, sino de
araña de patas largas, cuerpo flaco, que aunque
comen no engordan y tienen unas telas muy sutiles
pero altamente viscosas.

JETTER. — Egmont es caballero del toisón de oro,


¿ a quién le sería dado poner mano en él ? Sólo
puede ser juzgado por sus iguales, por la asamblea
de la Orden. Tu lengua sin freno, tu mala concien
cia, son lo que te incitan a pronuciar tales juicios.
VANSEN. —- ¿Es que le quiero mal por ello ? Por
mi parte, que le vaya bien. Es un señor excelente.
Un par de buenos amigos míos, que en cualquier
otro sitio hubieran sido ahorcados, los puso en li
bertad sólo con las espaldas cubiertas de palos ...
Marchad, marchad ahora. Yo mismo os lo aconsejo.
>

Por allí veo venir una patrulla ; y no parece que


tan pronto quieran beber fraternalmente con nos
EGMONT 99

otros. Esperemos y observemos mansamente. Tengo


un par de sobrinas y un compadre tabernero; cuan
do hayan conocido todo ello, si no se domestican ,
ya puede decirse que son demonios verdaderos.

EL PALACIO DE CULEMBURG

Vivienda del duque de Alba

SILVA Y GÓMEZ se encuentran

SILVA . —¿Has cumplido las órdenes del duque ?


GÓMEZ . - Con toda puntualidad. Todas las pa
trullas diurnas tienen orden de ir pasando a una
hora determinada por diferentes lugares que les
he designado, al recorrer, como de costumbre, la
ciudad para mantener el orden . Ninguna sabe de la
otra ; todas creen que la orden se refiere sólo a
ella, y así, en un instante, el acordonamiento puede
quedar establecido y tomadas todas las avenidas
que conducen al palacio. ¿ Sabes el motivo de este
mandato ?

SILVA.. — Estoy acostumbrado a obedecer ciega


mente. Y ¿ a quién se obedecerá con mayor facilidad
que al duque, ya que los acontecimientos muestran
muy pronto que había mandado bien ?
GÓMEZ. — ¡Bueno ! ¡ Bueno ! Tampoco me parece
milagro que seas tan reservado y taciturno como
él, ya que siempre tienes que estar a su lado. A
mí se me hace extraño, porque estoy acostumbrado
100 GOETHE

en Italia a servicios más fáciles. En cuanto a fide


lidad y obediencia soy el de siempre ; pero me he
habituado a discutir y charlar. Vosotros calláis
siempre y nunca os abandonáis. El duque me pa
rece una torre de bronce, sin entrada, cuya guarni
ción tuviera alas. Recientemente, a la mesa, le oí
decir, hablando de un hombre alegre y afable, que
era como una mala taberna cuya muestra anuncia
aguardiente, para animar a que entren los ociosos,
mendigos y ladrones.
SILVA. —¿Y no nos trajo hasta aquí guardando
silencio ?

GÓMEZ. - Contra eso no hay nada que decir . ¡ Es


verdad! Quien fué testigo de la prudencia con que
condujo hasta aquí el ejército desde Italia, ha visto
algo grande. ¿ De qué modo se deslizó, por decirlo
así, por medio de amigos y enemigos, por entre los
franceses, los realistas y los herejes, a través de
los suizos y los confederados ; cómo mantuvo la
más severa disciplina y supo dirigir de un modo
fácil y sin obstáculos una marcha que se tenía por
peligrosa! ... Hemos visto algo que puede ense
ñarnos.

SILVA. - ¡ Y también aquí! ¿ No está todo tan pa


cífico y tranquilo como si no hubiera habido se
dición?
GÓMEZ. Pero, en general, estaba ya tranquilo
cuando llegamos.
SILVA . — En las provincias se ha hecho mucho
mayor la tranquilidad ; y si aun hay alguien que
se mueva es para ponerse en fuga. Pero pienso que
también a éstos les cerrará pronto el camino.
EGMONT 101

GÓMEZ.- Entonces es cuando ganará por com


pleto el favor real.
SILVA. -Y nosotros no tenemos nada mejor que
hacer que conservar el suyo. Si viene el rey, de
fijo que el duque y los que él recomiende no
quedarán sin recompensa.
GÓMEZ. —¿Crees tú que vendrá el rey ?
SILVA.- Se hacen tantos preparativos que me
parece altamente probable.
GÓMEZ. — A mí no me convencen .
-

SILVA . — Pues siquiera no hables de ello. Porque


si el rey no tuviera intención de venir, por lo me
nos es indudable que tiene la de hacer que se crea.
FERNANDO, hijo natural de ALBA

FERNANDO. - — ¿ Todavía no ha salido mi padre ?


SILVA.- Lo esperamos.
FERNANDO. — Los príncipes estarán pronto aquí.
GÓMEZ. —¿Vienen hoy? ...
FERNANDO. Orange y Egmont.
GÓMEZ ( A Silva, en voz baja ). — Empiezo a
comprender.
SILVA. - Pues resérvalo para ti.
DUQUE DE ALBA (Según va entrando y avanzando,
hácense atrás los otros.)
ALBA. — ¡ Gómez!
GÓMEZ (Se adelanta ). — ¡ Señor !
102 GOETHE

ALBA. —¿Has distribuído las guardias y dado las


órdenes?

GÓMEZ. — Del modo más nimio . Las patrullas


de día ...
ALBA. - Basta. Espera en la galería . Silva te dirá
el momento en que debes reunirlas y ocupar las
avenidas que traen a palacio. Ya sabes lo restante.
GÓMEZ.—Sí, señor. (Vase.)
ALBA . ¡Silva!
SILVA. — Aquí estoy.
-

ALBA. – Muestra hoy lo que siempre he apre


ciado en ti, valor, decisión , firmeza inconmovible
en la ejecución.
SILVA. – Os agradezco que me proporcionéis oca
sión en que mostrar que soy el de siempre.
ALBA. – Tan pronto como los príncipes hayan
-

entrado junto a mí, corre inmediatamente a dete


ner al secretario de Egmont. ¿Has adoptado todas
las disposiciones para apoderarte de los demás que
fueron designados ?
SILVA . Confía en nosotros. Su suerte los herirá
de un modo tan puntual y espantoso como un bien
calculado eclipse de sol.
ALBA . ¿Los has hecho vigilar suficientemente ?
SILVA. – A todos ; a Egmont más que a nadie.
-

Es el único que no cambió de conducta desde que


estás aquí. Durante todo el día se apea de un caba
llo para montar en otro, recibe convidados, está
siempre alegre y decidor a la mesa, juega a los
EGMONT 103

dados, tira al blanco y por la noche se desliza a


casa de su querida. Por el contrario, los otros han
hecho una notoria pausa en su género de vida ;
permanecen en sus casas ; al ver sus puertas, pare
ce como si hubiera un enfermo en la casa.

ALBA. - Por lo tanto, ide prisa! Antes de que


sane contra nuestra voluntad.

SILVA. — Los preparo para ello. Según tus man


datos, los abrumamos a atenciones. Tiemblan de
miedo ; por política nos dan unas gracias temero
sas; encuentran que lo más aconsejable sería fu
garse, pero nadie se atreve a dar ese paso, vacilan,
no pueden reunirse, y su espíritu de cuerpo les
impide que individualmente hagan algo atrevido.
Querrían sustraerse a toda sospecha y se hacen
cada vez más sospechosos. Con alegría veo ya eje
cutado todo tu plan.
ALBA. —Yo sólo me alegro de lo que ya ha
ocurrido ; y aun de esto no con facilidad ; pues
siempre queda algo que nos haga cavilar y dé pre
ocupaciones. La suerte es tan caprichosa que con
frecuencia honra lo vulgar y sin mérito y descali
fica con un desenlace vulgar bien concertadas ac
ciones. Espera a que vengan los príncipes ; entonces
dale la orden de ocupar las calles y corre tú mismo
a prender al secretario de Egmont y los otros que
te han sido designados. Una vez hecho, vuelve
aquí уy anúnciaselo a mi hijo para que me lleve la
noticia al consejo.
SILVA. - Espero que esta noche seré digno de
presentarme ante ti.
(ALBA se acerca a su hijo, que hasta entonces ha
permanecido en la galería.)
104 GOETHE

SILVA. -No oso decírmelo a mí mismo; pero mi


esperanza vacila. Temo que las cosas no estén como
él piensa. Ante mí veo unos espíritus silenciosos y
meditabundos, que pesan en negras balanzas el
destino de los príncipes y de muchos miles de
hombres. La aguja oscila lentamente de un lado a
otro ; los jueces parecen reflexionar profundamen
te ; por último, un platillo desciende, elévase el
otro, impulsado por un caprichoso soplo del des
tino, y está pronunciada la sentencia. (Vase.)
ALBA Y FERNANDO se adelantan.
ALBA . —¿Cómo encontraste la ciudad ?
FERNANDO.. - Todo se ha rendido.. Cabalgué, como
por pasatiempo, por calles y calles. Vuestras bien
repartidas patrullas mantenían un temor tan tenso
que las gentes no se atrevían ni a cuchichear. La
ciudad era semejante a un campo cuando brilla
la tormenta a lo lejos; no se divisa ningún ave,
ningún animal terrestre, sino los que buscan algún
refugio.
ALBA. -¿No te ocurrió ninguna otra cosa ?
FERNANDO. — Egmont llegó a la plaza con algunos
otros jinetes; montaba un fogoso caballo que tuve
que alabar. « Apresurémonos a domar caballos ;
pronto los necesitaremos » , gritó hacia mí. Dijo que
9

aun volvería a verme en el día de hoy y que, a


instancias vuestras, vendría a deliberar con vos.
ALBA .—¿Que volvería a verte ?
FERNANDO . - De todos los caballeros que conozco
aquí es el que más me gusta. Me parece que sere
mos amigos.
EGMONT 105

ALBA. — Aun sigues siendo tan aturdido y poco


circunspecto; siempre tengo que reconocer en ti
la ligereza de tu madre, que se me entregó sin
condiciones. Las apariencias te invitan precipita
damente a crearte algunas relaciones peligrosas.
FERNANDO Vuestra voluntad me encuentra
siempre dócil.
ALBA. — Le perdono a tu sangre joven esta irre
flexiva benevolencia, esta inconsiderada alegría.
Pero no olvides la obra para la que fuí enviado
aquí y la parte que querría darte en ella.
FERNANDO .. - Recordádmelo y no ahorréis mi es
fuerzo donde lo juzguéis necesario.
ALBA (Al cabo de una pausa) . — ¡Hijo mío !
FERNANDO. — iPadre !
ALBA. - Pronto llegarán los príncipes, llegarán
Orange y Egmont. No es por desconfianza por lo
que sólo ahora te descubro lo que debe ocurrir.
No volverán a salir de aquí.

FERNANDO . —- ¿Qué te propones ?


ALBA. — Está resuelta su prisión .... ¿Te asom
bras ? Escucha lo que tienes que hacer ; los motivos
ya lo sabrás cuando todo esté hecho. Ahora no hay
tiempo para explicártelos. Sólo contigo querría yo
platicar acerca de lo más grande, de lo más secreto;
un poderoso lazo nos mantiene unidos ; te quiero
de gran valor para mí ; sobre ti querría yo
acumular todos los bienes. No sólo querría impri
mir en ti la costumbre de obedecer ; también desea
ría hacer brotar en tu espíritu talento para expre
106 GOETHE

sarte, para mandar, para ejecutar las cosas; dejarte


una gran herencia y al rey su más útil servidor ;
dotarte con lo mejor que poseo para que no tengas
que avergonzarte al verte entre tus hermanos.
FERNANDO. —¿De qué no te soy deudor por ese
cariño que sólo a mi me consagras, mientras todo
un imperio tiembla en tu presencia ?
ALBA. — Escucha ahora lo que hay que hacer.
Tan pronto como hayan entrado los príncipes, se
rán ocupadas todas las salidas del palacio. Gómez
tiene la orden para ello. Silva encarcelará rápida
mente al secretario de Egmont y a los más sus
pectos. Tú mantendrás en orden la guardia de la
puerta y la de los patios. Ante todo, ocupa con las
gentes más seguras la habitación inmediata ; des
pués, espera en la galería hasta que haya regresado
Silva y tráeme cualquier papel insignificante como
señal de que está desempeñada su comisión . En
tonces, quédate en la antesala hasta que se marche
Orange ; acompáñalo ; yo detendré aquí a Egmont
como si aun tuviera algo que decirle. Al extremo
de la galería pídele a Orange su espada, llama a
la guardia, apodérate rápidamente del hombre más
peligroso, y yo me hago dueño de Egmont aquí
dentro .

FERNANDO. - Obedezco, padre mío. Por vez pri


mera lleno de preocupación y con el corazón opri
mido.

ALBA. — Te lo dispenso ; es el primer gran día de


tu vida. (Entra SILVA.)
SILVA. — Un mensajero de Amberes. ¡ Aquí hay
carta de Orange! No viene.
E GMONT 107

ALBA. —¿Lo dice el mensajero ?


SILVA. - No, me lo da el corazón.
ALBA.- Por tu boca habla mi genio enemigo.
(Después de haber leído la carta, hace una seña
a los otros dos, los cuales se retiran a la galeria.
Queda solo en el proscenio. ) ¡ No viene ! Hasta el
último momento aplazó el decírmelo. ¡ Se atreve
a no venir ! Por lo tanto, esta vez, contra toda sos
pecha, el sensato fué lo bastante sensato para no
ser sensato ... ¡ Acércase la hora ! Que las agujas
del reloj recorran todavía un pequeño camino y
una gran empresa estará realizada o perdida, per
dida irrevocablemente, pues no hay manera de
recobrar este momento ni de mantener secreto lo
que se intentó en él. Durante largo tiempo pesé
maduramente todo esto y pensé también en este
caso y establecí lo que también entonces se debía
hacer ; y ahora, cuando hay que hacerlo, apenas
me defiendo de que las razones en pro y en contra
vuelvan de nuevo a luchar en mi alma ... ¿ Es
aconsejable detener a los otros si se me escapa
éste? ¿ Diferirélo y dejaré escabullirse a Egmont
con los suyos, con tantos otros que acaso sólo en
el día de hoy están en mi mano ? ¡ De este modo te
domina el destino, a ti, indomable ! ¡Cuánto tiempo
pensándolo ! ¡ Qué bien dispuesto! ¡ Qué plan tan
grande y hermoso ! ¡ Qué próxima a su meta la
esperanza ! Y ahora, en el momento decisivo, te
encuentras colocado entre dos males ; como si se
introdujera en una urna de sorteos, tu mano se
apodera del obscuro porvenir ; lo que cojas está
sin desdoblar, es desconocido para ti, ya sea un
error o un acierto . ( Presta atención como si escu
108 GOETHE

chara alguna cosa y se aproxima a la ventana. )


¡ Es él ! ¡ Egmont ! ... ¿ Cómo es que tu caballo pudo
traerte con tanta ligereza y no se espantó del olor
a sangre y del espectro con deslumbrante espada
que te recibió a la puerta ? ... ¡ Apéate ! ... ¡ Al ha
cerlo pones un pie en tu sepultura ! ¡ Y ahora los
dos ! ... Sí ; acarícialo, y en recompensa de su vale
roso servicio dale por última vez palmadas en el
cuello ... Ya no tengo que elegir. La ceguera con
que se me acerca Egmont no puede volver a en
tregármelo así por segunda vez ... ¡ Hola!
FERNANDO Y SILVA entran rápidamente.
ALBA. Haced lo que he dispuesto ; no cambio
de resolución. Pase lo que pase, retengo aquí a Eg
mont hasta que me traigas noticias de Silva. des
pués, quédate bien cerca. También a ti te priva el
destino del gran merecimiento de haber hecho
prisionero por tu mano al mayor enemigo del rey.
(A SILVA. ) ¡ Date prisa ! (A FERNANDO .) Sal a su
encuentro.

( ALBA queda solo durante algunos momentos y


pasea silenciosamente de un extremo a otro de la
sala.)
Entra EGMONT.

EGMONT. — Vengo para escuchar las órdenes del


rey, para saber qué servicios desea de nuestra fi
delidad, que le será adicta eternamente.
ALBA. - Ante todo, desea oír vuestro consejo.

EGMONT. -¿Sobre qué asunto ? ¿No viene tam


bién Orange? Creí que ya estaría aquí.
EGMONT 109

ALBA. — Lamento que nos falte, justamente en


-

esta hora importante. El rey desea saber vuestro


consejo y opinión respecto a cómo deben ser paci
ficados estos Estados. Y espera que contribuyáis
enérgicamente a calmar todas las inquietudes y a
establecer en las provincias un orden pleno y du
radero.
EGMONT. - Podéis saber mejor que yo que ya
está todo bastante pacificado ; y hasta que aun lo
estaba más antes de que la aparición de nuevos
soldados hubiera vuelto a conmover los ánimos con
preocupación y temores.
ALBA. - Parece que queréis indicar que hubiera
sido más prudente que el rey no me hubiera puesto
en el caso de interrogaros.
EGMONT. - ¡ Perdonad ! No me toca juzgar si el
rey hubiera debido enviar el ejército o si el poder
de su mayestática presencia hubiera actuado, ella
sola, más eficazmente. El ejército está aquí, el rey
no. Pero tendríamos que ser muy desagradecidos,
muy olvidadizos, si no nos acordáramos de lo que
debemos a la gobernadora. Reconozcámoslo. Con su
conducta tan prudente como valerosa, con fuerza y
prestigio, con persuasiones y habilidad apaciguó a
los perturbadores, y con asombro del mundo, en
pocos meses redujo nuevamente a un pueblo rebel
de al cumplimiento de sus deberes.
ALBA . - No lo niego. Los disturbios están apaci
guados y todos parecen restituídos a los límites de
la obediencia. Pero ¿no depende del capricho de
cada cual el salir de ella? ¿ Quién impedirá al pue
blo que haga estallar de nuevo la sublevación ?
¿Dónde está el poder para contenerla ? ¿ Quién nos
110 GOE THE

garantiza que en adelante seguirán mostrándose


fieles y sumisos? Su buena voluntad es la única
prenda que tenemos.
EGMONT. - Y la buena voluntad de un pueblo
-

¿no es la prenda más segura y más noble ? ¡Pardiez!


¿ Cuándo le es lícito a un rey tenerse por más se
guro sino cuando todos viven para uno y uno para
todos ? ¿ Más seguro contra los enemigos interiores
y exteriores ?
ALBA . - Pero no sé si deberemos persuadirnos
de que nos hallamos en ese caso aquí ahora.
EGMONT.- Que el rey suscriba un perdón gene
ral y que apacigüe los ánimos, y pronto se verá co
mo la fidelidad y el amor renacen con la confianza.
ALBA. — Y que aquel que hubiera ultrajado la
majestad del rey y el santuario de la religión vaya
y venga libre y sin daño; que viva para servir a los
demás de patente ejemplo de cómo quedan sin cas
tigo los crímenes más abominables.
EGMONT. ¿Y un crimen de demencia , de em
briaguez, no es más bien cosa para ser disculpada
que cruelmente castigada ? En especial cuando hay
firmes esperanzas, cuando hay certeza de que el
mal no volverá a presentarse. ¿ No vivieron en ma
yor seguridad, no fueron alabados por sus contem
poráneos y las edades futuras los reyes que han
perdonado, compadecido y desdeñado una ofensa
hecha a su dignidad ? ¿No son, precisamente por
eso, comparados con Dios, que es demasiado grande
para que pueda alcanzarle ninguna blasfemia ?
ALBA.. - Y precisamente por eso el rey debe com
batir por la gloria de Dios y de la religión, y nos
EGMONT 111

otros por la honra del rey. Lo que el soberano des


deña reprimir es deber nuestro vengarlo. Según mi
consejo, ni un solo culpable debe poder alabarse
de quedar impune.
EGMONT. —¿Y crees tú que podrás alcanzarlos a
-

todos? ¿ No se oye a diario que el temor los lleva


de un sitio a otro y los lanza fuera del país ? Los
más ricos se fugarán con sus bienes, ellos, sus hi
jos y sus amigos ; el pobre aportarále al vecino sus
manos industriosas.

ALBA.- Lo harán , si no se logra impedirlo. Por


eso el rey solicita el consejo y la intervención de
cada príncipe, por eso le pide severidad a cada go
bernador ; no se contenta con relatos de lo que pasa
y puede ocurrir si se dejan ir las cosas como van.
Contemplar un gran mal ; lisonjearse con esperan
zas ; confiar en el transcurso del tiempo ; acaso al
guna vez, como en una fiesta de carnaval, dar al
gún golpecillo que resuene y con el cual parezca
que se hace algo cuando en realidad no quiere ha
cerse nada, ¿no da eso motivo para que se sospeche
que aquel que procede de este modo ve con gusto
disturbios que no querría provocar, pero sí mante
ner indefinidamente ?

EGMONT (A punto de encolerizarse, se domina y


-

habla reposadamente al cabo de breve pausa) . -


No toda intención es manifiesta, y pueden ser
ambiguas muchas intenciones humanas. De este
modo, tiene uno que oír por muchas partes que la
intención del rey , menos que la de regir las pro
vincias conforme a las leyes uniformes y claras,
asegurar la majestad de la religión y dar a su pue
blo una paz general, es la de subyugarlo incondicio
112 GOETHE

nalmente, arrebatarle sus antiguas franquicias,


hacerse dueño de sus propiedades, limitar los her
mosos derechos de la nobleza, solamente por los
cuales el noble quiere servir al rey, consagrarse a
él en cuerpo y alma. La religión, se dice, es sólo
como un tapiz magnífico, detrás del cual se pre
paran tanto más fácilmente aquellos peligrosos pro
yectos. El pueblo está de rodillas, adora las santas
figuras trazadas en el tapiz, y desde detrás acecha
el cazador que quiere atrapar a las gentes.
ALBA. — ¡ Tener que oír esto de tus labios !
EGMONT. - ¡ Esa no es mi opinión ! Pero sí lo que
es dicho y esparcido en voz alta, en diversos luga
res, por grandes y pequeños, locos y sensatos. Los
neerlandeses temen un doble yugo y ¿ quién les
garantiza su libertad ?
ALBA. - ¡Su libertad ! Hermosa palabra si es com
prendida rectamente. ¿ Qué libertad quieren ? ¿ Cuál
es la libertad del más libre ? ... ¡Hacer lo justo ! ...
Y eso no se lo impedirá el rey. No, no es eso ; creen
que no son libres si no pueden dañarse a sí mismos
y a los otros. ¿ No sería mejor abdicar que gobernar
semejante pueblo ? Si nos aprietan los enemigos
exteriores, en los cuales no piensa ningún ciuda
dano que sólo se ocupa de lo más inmediato, y si
el rey pide asistencia, entonces se dividen entre sí
y al mismo tiempo se conjuran con sus enemigos.
Mucho mejor es oprimirlos para poder tratarlos
como a niños, guiarlos como a niños hacia lo que
sea mejor para ellos. Créeme que un pueblo no se
hace nunca viejo ni sensato ; un pueblo es siempre
infantil.
EGMONT 113

EGMONT. Lo mismo que un rey alcanza rara


vez la edad de la razón. Y siendo ellos muchos ¿ no
preferirán fiarse de muchos que de uno solo ? Y ni
siquiera de uno solo, sino de los pocos de ese uno,
de la gente que se hace anciana bajo la mirada de
su señor. Esos son los únicos que tienen derecho a
ser sensatos.

ALBA. — Quizá precisamente porque no están en


tregados a sí mismos.
EGMONT.- Por lo cual nadie querría entregarse
a ellos ... Haced lo que queráis; yo ya he respondi
do a la pregunta y repito : las cosas no se arreglan
de ese modo ; no se pueden arreglar. Conozco a mis
paisanos. Son gente digna de pisar la tierra de Dios ;
cada uno es dueño de sí mismo, un reyezuelo, firme,
activo, capaz, fiel, muy apegado a sus antiguos usos.
Es difícil merecer su confianza ; fácil el conservar
la. Tercos y firmes. Puede apretárseles, pero no
oprimirlos.
ALBA (Que mientras tanto más de una vez ha mi
rado en torno suyo) . —¿Repetirás todo esto en pre
sencia del rey ?
EGMONT. - Tanto peor si me intimidara su pre
sencia. Tanto mejor para él y para su pueblo si me
diera ánimos, si me infundiera confianza para de
cir más aún.

ALBA. - Lo que sea útil, puedo oírlo yo lo mismo


-

que él .
EGMONT.. — Le diría: el pastor puede llevar fácil
mente delante de sí todo un rebaño de ovejas; el
buey arrastra su yugo sin resistencia ; pero tratán
dose del noble corcel que quieres montar, tienes
114 GOETHE

que aprender sus pensamientos, tienes que no exigir


de él nada que no sea sensato y exigirlo sensata
mente. Para eso es para lo que el ciudadano desea
conservar su antigua constitución, ser regido por
sus paisanos, porque saben cómo conducirlo, por
que puede esperar de ellos abnegación e interés
por su suerte.

ALBA. - Y el gobernante ¿no tendrá poder para


cambiar esas antiguas tradiciones ? ¿ No será esa
precisamente su más bella prerrogativa ? ¿ Qué hay
de permanente en este mundo ? ¿ Una organización
política deberá serlo? En la serie de los tiempos,
¿no es preciso que se modifique toda situación hu
mana, y precisamente por ello, una antigua cons
titución no será causa de mil males al no contener
ya en sí el estado actual del pueblo ? Temo que sean
tan agradables esos antiguos derechos porque for
men escondrijas donde pueda ocultarse o por donde
pueda escaparse, con daño del pueblo y con daño
del Estado, el prudente y el poderoso .
EGMONT. —¿Y esos cambios arbitrarios, esas ili
mitadas intromisiones del poder supremo, no son
augurio de que uno quiere realizar lo que no deben
realizar mil ? Quiere hacerse libre a sí solo para
satisfacer cada uno de sus deseos, para poder eje
cutar cada uno de sus pensamientos. Y si confiamos
plenamente en él, como en rey sabio y bueno, ¿ pue
de garantizarnos a sus sucesores? ¿Puede respon
dernos de que nadie regirá sin consideraciones ni
miramientos ? Y entonces, ¿ quién nos librará de la
mayor arbitrariedad, si nos envía a sus servidores,
a sus más próximos, para gobernar a capricho, sin
conocimiento del país ni de sus necesidades, ya que
EGMONT 115

no encuentran ninguna resistencia y se sienten li


bres de toda responsabilidad ?
ALBA (Que de nuevo ha vuelto a mirar alrededor
de si) . — Nada más natural sino que un rey pien
se en mandar por sí mismo, y prefiera confiar sus
órdenes a los que le comprenden mejor, a los que
quieren comprenderle mejor y ejecutan sin reser
vas su voluntad.
EGMONT. -
- Y no es menos natural que el ciuda
dano quiera ser regido por aquel que ha nacido y se
ha criado junto a él ; que ha concebido el mismo
concepto de lo justo y lo injusto que tiene él y a
quien puede considerar como hermano suyo .
ALBA. — Y, sin embargo, la nobleza repartió de
modo muy desigual con esos hermanos suyos los
bienes del país.
EGMONT. -Eso ocurrió hace muchos siglos y es
soportado ahora sin envidia . Pero el que sin nece
sidad fueran enviados hombres nuevos que por se
gunda vez quisieran enriquecerse a expensas de la
nación, la que se vería así expuesta a una codicia
despiadada, audaz y sin freno, produciría una fer
mentación que no es fácil que se apaciguara espon
táneamente.

ALBA. — Me dices cosas que no debo oír, ya que


también yo soy extranjero .
EGMONT. - Ya el decírtelo muestra que no me
refiero a ti.

ALBA. — Pero ni aun en este caso querría oírlo


de tu boca. El rey me envió con la esperanza de que
encontraría aquí el apoyo de la nobleza. El rey
116 GOETHE

quiere que se haga su voluntad. El rey, después de


profundas reflexiones, ha visto lo que le conviene
al pueblo ; las cosas no pueden quedar ni seguir co
mo hasta ahora. La intención del rey es constreñir
al pueblo para su propio bien ; imponerle, si tiene
que ser así, su propia salud ; sacrificar a los ciuda
danos dañosos a fin de que los restantes encuentren
paz y puedan gozar de la dicha de un sabio gobier
no. Esta es su decisión ; tengo orden de comunicar
selo aa la nobleza ; y en su nombre, pido consejo acer
ca de cómo debe hacerse, no de lo que debe hacer
se : pues eso lo ha resuelto ya el rey.
EGMONT. - Por desgracia, tus palabras justifican
los temores del pueblo, el temor general. Según
eso, él ha decidido lo que ningún príncipe debía de
cidir. Quiere debilitar, deprimir, destruir la fuerza
de su pueblo, sus ánimos, el concepto que tiene de
sí mismo, para poder gobernarlo más fácilmente .
Quiere deteriorar la intima substancia de su carác
ter, sin duda con la idea de hacerlo más feliz. Quie
re aniquilarlo, para que sea algo, alguna otra cosa.
¡ Oh! ¡ Si su intención es buena, está descarriada!
No se opone uno al rey ; sólo se le hacen objecio
nes al rey que da los primeros pasos desdichados
para emprender un mal camino.
ALBA. - Pensando de ese modo, parece vana to
da tentativa para ponernos de acuerdo. Aprecias
poco al rey y tienes una despreciativa idea de sus
consejeros, si dudas de que todo está ya pensado,
comprobado y pesado. No tengo la misión de discu
tir una vez más las ventajas y los inconvenientes.
Obediencia es lo que exijo del pueblo ... Y de vos
otros, los primeros, los más nobles de esta tierra,
EGMONT 117

consejo y ayuda como garantía de que cumpliréis


vuestro incondicionado deber.
EGMONT.. - Pues pide nuestras cabezas y ya que
da todo hecho de una vez. Tener que inclinar la
cerviz ante ese yugo o doblarla ante el hacha, pue
de ser igual para un espíritu noble. Es inútil que
haya hablado tanto : he agitado el aire sin otro re
sultado.
FERNANDO (Entra) . - Perdonad que interrumpa
vuestra conversación . Hay aquí una carta cuyo
portador pide respuesta insistentemente.
ALBA.- Permitid que vea lo que contiene. (Apár
tase a un lado. )
FERNANDO (A EGMONT) . — Es un hermoso caba
llo el que han traído vuestras gentes para recogeros.
EGMONT. — No es de los peores. Hace ya algún
tiempo que lo tengo ; pienso deshacerme de él. Si
os agrada, acaso nos pongamos de acuerdo.
FERNANDO . -Bueno, ya veremos.
(ALBA hácele una seña a su hijo , que se retira
hacia el fondo .)
EGMONT. - Adiós. Dame licencia para partir,
pues ipardiez que no sabría ya decir ninguna otra
cosa .

ALBA. — Felizmente la casualidad te ha impedido


que siguieras haciendo aún mayor traición a tu
pensamiento. Con imprudencia revelaste los plie
gues de tu corazón y te acusaste a ti mismo mucho
más severamente de lo que hubiera podido hacerlo
ningún adversario que te odiara.
118 GOETHE

EGMONT. - Ese reproche no me alcanza ; me co


nozco lo bastante para saber hasta qué punto per
tenezco al rey ; mucho más que muchos que se sir
ven a sí mismos al servicio del monarca . De mala
gana termino esta discusión sin verla resuelta , y
sólo deseo que pronto pueda unirnos el servicio del
señor y el bien del país. Acaso en una nueva entre
vista, con la presencia de los restantes príncipes
que hoy faltan, en un momento más feliz, se pro
duzca lo que hoy parece imposible. Me alejo de ti
con esta esperanza .
ALBA (Al mismo tiempo que le hace una seña a
su hijo ). — ¡Detente, Egmont !... ¡Tu espada ! ...
( Ábrese la puerta del fondo : vese la galería llena
de guardias que permanecen inmóviles.)
EGMONT (Que durante un momento guarda silen
cio, asombrado ). —¿Era éste tu propósito ? ¿Para
eso me has hecho llamar ? (Echando mano a la es
pada como si quisiera defenderse.) ¿ Estoy, pues, sin
armas ?

ALBA . - El rey lo dispone : eres mi prisionero.


(Al punto entran hombres de armas por ambos
lados.)
EGMONT (Después de un silencio ). —¿El rey? ...
¡ Orange ! ¡ Orange ! ( Después de una pausa , tendien
do su espada.) ¡ Tómala ! ¡Mucho más ha defendido
la causa del rey que protegido este pecho ! ( Sale por
la puerta del centro : siguenle las gentes de armas
que hay en la habitación; también el hijo de ALBA.
ALBA queda inmóvil. Cae el telón.)
A C Τ Ο QΟ Ο Ι Ν Τ Ο
CALLE

Anochecer. CLARITA, BRACKENBURG , CIUDADANOS

BRACKENBURG . — ¡Por el amor de Dios! ¿Qué te


-

propones, amiga mía?

CLARITA. — ¡Ven conmigo Brackenburg! No co


noces a la gente; de fijo que lo ponemos en liber
tad. Pues ¿ qué cosa hay comparable con el cariño
que le tienen ? ¡ Podría jurarlo ! No hay nadie que
no sienta en sí un ardiente impulso de salvarlo, de
alejar todo peligro de su preciosa vida y devolver
la libertad al más libre de todos los hombres. ¡Ven !
Sólo falta una voz que los convoque. En sus almas
papita aún vivamente la idea de lo que le son deu
dores. Y saben que sólo su brazo poderoso los man
tiene apartados de la perdición. Tienen que arries
garlo todo por él y por sí mismos. Y ¿ qué arriesga
mos nosotros? Cuando más, nuestra existencia, que
no merece la molestia de ser conservada, si él perece.
BRACKENBURG. --- ¡Desgraciada! No ves el poder
que nos ha encadenado con sus ligaduras de bronce.

CLARITA. - No me parece invencible. No perda


mos más tiempo en vanas palabras. Aquí vienen
122 GOE T F E

algunos de los antiguos, integros y valerosos varo


nes. ¡ Oíd, amigos mios! ¡ Escuchad, vecinos! ... De
cidme, ¿ qué ha sido de Egmont?
CARPINTERO. —¿Qué quiere esa criatura? ¡ Haced
la callar !

CLARITA.. — Aproximaos, para que hablemos en


-

voz baja hasta que estemos de acuerdo y seamos


los más fuertes. No debemos perder ni un momen
to. La insolente tiranía que se atreve a encadenarlo
saca ya el puñal para darle muerte. ¡ Oh, amigos
míos ! con cada paso que avanza el crepúsculo me
siento más acongojada. Le temo a esta noche. ¡Ve
nid, repartiremos entre nosotros la tarea ; iremos
con rápido paso de barrio en barrio, convocando al
vecindario ! Que cada cual empuñe sus antiguas
armas. Nos reunimos en la plaza del mercado y lo
arrolla todo nuestro torrente. Los enemigos se ven
envueltos y sumergidos por nuestras oleadas y se
ahogan en medio de ellas. ¿ Cómo podría resistirse
nos un puñado de esclavos? Y regresa él en medio
de nosotros; vedlo ya libertado y por una vez tiene
que agradecernos algo a nosotros que tan grandes
deudas tenemos con él. Acaso vuelva a ver ... De
fijo, verá los primeros arreboles del alba bajo un
libre cielo .

CARPINTERO . ¿ Qué te pasa, muchacha ?


CLARITA. —¿Es posible que no me comprendáis ?
Hablo del conde. De quien hablo es de Egmont.
JETTER. - No pronuncies ese nombre. Hiere mor
talmente .

CLARITA. — ¡ El nombre no ! ¿Cómo ? ¿ Su nombre


EGMONT 123

no ? ¿ Quién no lo cita en toda ocasión ? ¿ Dónde no


se encuentra escrito ? En esas estrellas, he solido
leerlo con todas sus letras. ¿No pronunciar su nom
bre? ¿ Qué quiere decir eso ? Amigos queridos y
fieles vecinos, estáis dormidos; recobrad vuestra
razón. No me miréis tan yertos y acongojados. No
apartéis tímidamente las miradas a una y otra par
te. No hago más que clamar ante vosotros lo
que todo el mundo desea. Mi voz, ¿no es la misma
voz de vuestro corazón ? ¿ Quién de vosotros, en es
ta noche de espanto, no se postrará de rodillas,
antes de subir a su intranquilo lecho, para alcanzar
esto del cielo con severa plegaria ? ¡Preguntaos unos
a otros ! ¡ Que cada cual se interrogue a sí mismo !
Y ¿ quién no exclamará conmigo : «La libertad de
Egmont o la muerte ?

JETTER. — ¡Dios nos asista ! Va a haber una des


gracia.
CLARITA. - ¡ Quedaos, quedaos aquí! Y no os ha
gáis atrás al escuchar un nombre que tan gozosa
mente os hacía correr hacia donde sonaba en
otro tiempo ... Cuando anunciaba la voz pública,
cuando se decía : « ¡ Viene Egmont! i¡Viene de
Gante ! » se consideraban dichosos los habitantes de
las calles por donde tenía que pasar . Y cuando se
oían resonar las pisadas de sus caballos, cada cual
arrojaba la labor en que estuviera trabajando , y so
bre los preocupados semblantes que mostrabais a
las ventanas , extendíase , como rayo de sol, una mi
rada de alegría y esperanza brotada de su rostro .
Entonces , en el umbral de vuestra puerta , levan
tabais en brazos a vuestros hijos y les decías , seña
lando hacia él : «Mira , ese es Egmont ; el más grande
124 GOETH E

de todos. Ese es, ese es ; gracias a él podréis es


perar que viviréis mejores tiempos que los que tu
vieron vuestros pobres padres.» No dejéis que vues
tros hijos puedan alguna vez preguntaros : « ¿ Qué
fué de aquel hombre? ¿ Dónde están los tiempos que
nos prometíais ? » ... Pero jaun estamos pronuncian
do palabras! ¡ Aun estamos ociosos ! ¡Haciéndole
traición !

SOEST. -¿No os da vergüenza, Brackenburg ? ¡No


la dejéis continuar ! ¡ Prevenid un gran daño !
BRACKENBURG . Querida Clarita,
.
retirémonos.
¿Qué dirá vuestra madre ? Quizá ...
CLARITA. ¿ Crees que soy una niña o una loca ?
¿ Qué quieres decir con ese « quizá» ?... No me arran
cas de esta terrible certidumbre con ninguna espe
ranza ... Debéis oírme y lo haréis; pues, bien lo
veo, estáis consternados y no sois capaces de hallar
vuestra propia voluntad en el interior de vuestro
pecho. A través del peligro actual, lanzad sólo una
mirada hacia el pasado, hacia el más inmediato pa
sado. Dirigid vuestro pensamiento hacia el porve
nir . ¿ Sois capaces de vivir ? ¿ Lo seréis si él perece ?
Con su aliento se exhala el último hálito de la li
bertad. ¿Qué no era el para vosotros? ¿Por quiénes
no se expuso a los más apremiantes peligros ? Sólo
por vosotros han vertido sangre sus heridas y han
tornado a curarse. Al alma grande, que contuvo en
sí las de todos vosotros, aprisionanle los muros de
un calabozo, y en torno a ella flota el horror de un
perfido asesinato. Acaso piensa en vosotros, confía
en vosotros, él que estaba habituado a dar todo lo
suyo y a colmar todos vuestros deseos.
EGMONT 125

CARPINTERO . - Venid, compadre.


CLARITA . - No tengo yo brazos y fuerzas como
vosotros ; pero tengo lo que os falta a todos : valor
y desprecio del peligro. ¡ Si pudiera inflamaros con
mi aliento! ¡ Si oprimiéndoos contra mi pecho pu
diera daros mi calor y ánimos! ¡Venid! ¡ Quiero ir
en medio de vosotros! ... Igual que una bandera
indefensa, flotando sobre él, guía a un noble ejér
cito de guerreros, así mi espíritu debe flamear so
bre vuestras cabezas y el amor y la valentía unirán
al pueblo vacilante y disperso, formando un espan
table ejército.
JETTER. — Llevadla de aquí; me da pena.
( Vanse los ciudadanos.)
BRACKENBURG . — ¡Clarita! ¿no ves dónde estamos ?
S

CLARITA. —¿Dónde? Bajo el cielo que con tanta


frecuencia parecía tender su bóveda de modo aun
más solemne cuando el gran hombre pasaba bajo
ella. En esas ventanas, para mirarlo, se amontona
ban cuatro, cinco cabezas, unas sobre otras ; en es
tas puertas, todos se inclinaban reverentes cuando
él lanzaba una mirada a esos mandrias. ¡ Oh !, ¡ tan
to los quería yo por el modo como lo veneraban ! Si
hubiera sido un tirano, estaría bien que lo hubieran
dejado solo en su caída. Pero ja él lo amaban ! ...
¡ Oh !, ¿manos que sabéis saludar con la gorra no
podrías también empuñar una espada ? ... Brac
kenburg, ¿y nosotros? ... ¿Les hacemos reproches
a los otros? ... Y estos brazos, que lo han estrecha
do tantas veces, ¿ qué hacen por él? ... La astucia
ha logrado alcanzar tantas cosas en el mundo ... Tú
conoces las entradas y salidas, conoces el viejo pa
lacio. Nada hay imposible ; aconséjame.
126 GOET HE

BRACKENBURG . - ¡ Si nos fuéramos a casa !


CLARITA. —- Está bien.
BRACKENBURG . Allí, en la esquina, veo una pa
trulla de Alba; deja que la voz de la razón penetre
en tu pecho . ¿Me tienes por cobarde ? ¿No crees
que sabría morir por ti? Estamos los dos locos ; yo
lo mismo que tú. ¿No comprendes que es imposi
ble ? ¡ Si te serenaras ! Estás como enajenada.
CLARITA. —¿Enajenada ? ¡ Qué abominación ! Brac
kenburg, sois vosotros los que estáis enajenados.
1
Cuando aclamabais con altos clamores al héroe y le
llamabais vuestro amigo y protector y vuestra es
peranza ; cuando gritabais įviva! a su paso, estaba
yo en mi rincón, entreabría la ventana, me ocul
taba, acechando lo que ocurría, y el corazón me
latía con mayor fuerza que a todos vosotros. Ahora
palpítame otra vez más fuertemente que a todos
vosotros. Os ocultáis a la hora del peligro, renegáis
de él y no comprendéis que perecéis si él sucumbe.
BRACKENBURG . Ven a casa .
CLARITA. —¿A casa?
BRACKENBURG . ¡ Vuelve en ti ! ¡ Mira a tu alre
dedor ! Estas son las calles que sólo recorrías en do
mingo, por las que ibas honestamente a la iglesia,
y te enojabas, con un excesivo pudor, si me acerca
ba aa ti con una amistosa palabra de saludo. Y ahora
tú misma te paras en la calle y hablas y actúas aa
los ojos de todo el mundo. ¡ Vuelve en ti, amor mío !
¿ De qué puede servir eso ?
CLARITA. -- ¡A casa ! Sí; ahora vuelvo en mí. Ven ,
Brackenburg ; a casa. ¿ Sabes tú dónde está mi pa
tria ? (Vanse .)
EGMONT 127

PRISIÓN

Iluminada por una lámpara ; al fondo un camastro.


EGMONT (Solo) . - Antiguo amigo, sueño siem
pre fiel, ¿ también tú huyes de mí como los restan
tes amigos? Con qué gusto descendías sobre mi
libre frente y refrescabas mis sienes, como hermo
sa corona de mirtos del amor. En medio de las ar
mas, sobre el oleaje de la vida, reposaba yo entre
tus brazos, alentando levemente como florido niño.
Cuando mugía la tormenta entre hojas y ramaje y
oscilaban crujientes los troncos y las copas de los
árboles, el centro del corazón permanecía siempre
inconmovible. ¿ Qué te agita ahora ? ¿ Qué estreme
ce tu razón, firme y fiel ? Bien lo siento ; es el ruido
del hacha mortífera que ataca mis raíces. Aun me
mantengo en pie y un escalofrío interior recorre mi
ser. Sí; triunfa la fuerza traidora, va minando el
tronco , firme y alto, y antes de que se seque la cor
teza, su frondosa copa se vendrá abajo con estalli
dos y estruendo.
¿ Por qué ahora, tú, que con tanta frecuencia has
expulsado de tu cabeza preocupaciones poderosas,
como si fueran pompas de jabón, no eres capaz de
espantar los presentimientos que en mil formas
surgen y caen sobre ti? ¿Desde cuándo te parece
temerosa la muerte, con cuyas mudables imágenes
vivías tan sereno como con los demás espectáculos
habituales de la tierra ? ... Cierto que esta vez no
se te presenta como veloz enemigo contra el cual el
corazón sano se lanza para defenderse; la prisión,
imagen de la tumba, es tan repulsiva al héroe como
128 GOETH E

al cobarde. Cosa irresistible era ya para mí, en mi


mullido sillón, cuando en una importante asamblea
los príncipes deliberaban largamente, con discursos
llenos de repeticiones, acerca de cosas fáciles de re
solver, y entre los solemnes muros de la sala, las
vigas del techo me oprimían gravemente. Entonces,
tan pronto como me era posible, corría fuera de
allí, y al punto saltaba sobre mi caballo respirando
hondamente. Y partía a galope hacia donde nos ha
llamos en nuestro elemento ; hacia el campo, donde
aspiramos los inmediatos beneficios de la natura
leza, que se exhalan de la tierra, y todas las bendi
ciones de los astros, que se vierten de los cielos ;
donde, semejantes al gigante hijo de la tierra, nos
alzamos más robustos después del contacto con
nuestra madre ; donde sabemos sentir a la humani
dad y experimentamos en todas nuestras venas los
deseos del hombre ; donde el afán de sobresalir,
de triunfar, de hacer presa, de ejercitar sus puños,
de poseer, de dominar, hierve en el alma del jo
ven cazador ; donde el soldado, con rápido paso,
se atribuye su nativo derecho sobre todas las cosas,
y con temible libertad, lo mismo que una nube de
pedrisco, recorre, devastándolos, prados, sembrados
y bosques, y no reconoce linde impuesta por la ma
no del hombre.
No eres más que una imagen , soñado recuerdo
de la dicha que poseí durante tanto tiempo. ¿Adón
de te ha conducido el destino traidor ? ¿Niégase és
te a concederte una jamás temida muerte rápida,
bajo la faz del sol, para prepararte, en la infecta
podredumbre del calabozo, un anticipo del sabor
de la tumba ? ¡Qué repulsivamente se exhala para
mí de todas estas piedras ! Paralízase ya la vida; el
EGMONT 129

pie se espanta ante esta yacija como ante la se- .


cultura...
¡Oh, zozobra, zozobra, que comienzas el asesinato
antes de tiempo, apartate de mí! ... ¿Cómo ha de
estar solo Egmont, tan completamente solo en este
mundo? Es la duda lo que te deja desamparado, no
la dicha. ¿Ha desaparecido la justicia del rey, en
la que confiaste durante toda tu vida? ¿ Ha desapa
recido la amistad de la gobernadora, que casi (bien
puedes confesártelo) casi era un amor ? ¿Han des
aparecido de repente, como un brillante meteoro
nocturno, y te abandonan solitario en el tenebroso
sendero? ¿ Orange, al frente de sus amigos, no pen
sará en arriesgarse a hacer una tentativa? ¿No se
reunirá la masa del pueblo para libertar con fuerzas
crecientes a su antiguo amigo ?
¡ Oh muros, que me mantenéis encerrado, no im
pidáis que lleguen hasta mí los benévolos impulsos
de tantos espíritus! Y aquella valentía que en otro
tiempo vertían mis ojos sobre ellos, que vuelva
ahora de sus corazones al mío. ¡ Oh, sí! ¡ Se agitan
por millares ! ¡ Vienen ! ¡ Se hallan a mi lado ! Sus
piadosos deseos se precipitan suplicantes hacia el
cielo e imploran un milagro. Y si no desciende un
ángel para salvarme, los veo empuñar sus lanzas
y espadas. Las puertas se hienden, saltan las cade
nas, los muros se derrumban bajo el impulso de sus
manos y Egmont asciende alegremente al encuentro
del naciente día de la libertad. ¡ Cuántos rostros co
nocidos me reciben con aclamaciones! ¡Ay, Clarita,
si fueras hombre, de fijo que te vería aquí antes
que a nadie y te debería lo que es duro tener que
deberle a un rey, la libertad !

EGMONT
130 GOETHE

CASA DE CLARITA

CLARITA (Sale de su cuarto con una lámpara y un


vaso de agua., pone el vaso sobre la mesa y se acer
ca a la ventana ). -¿Sois vos, Brackenburg ? ...
¿ Qué fué entonces lo que oí? ¿ Nadie todavía ? ¡ No
era nadie ! ... Quiero poner la lámpara en la ven
tana para que vea que estoy despierta todavía, que
todavía espero por él. Me prometió traerme noti
cias ¿ Noticias ? ¡ Espantosa certidumbre! ... ¡ Eg
mont sentenciado ! ... ¿ A qué tribunal le es lícito
mandarlo comparecer ante sí ? ¡ Y lo condenan ! ¿ Lo
condena el rey ? ¿ O el duque ? Y la gobernadora se
retira. Orange vacila, y todos sus amigos ... ¿ Es és
te el mundo de cuya inconstancia e infidelidad tan
to oí hablar, sin haberla jamás experimentado? ¿ Es
éste el mundo ? ... ¿ Quién sería lo bastante per
verso para sentir encono contra el mejor de los
hombres ? ¿ Sería la malicia bastante poderosa para
abatir rápidamente a quien es venerado por todos?
Pues así es ... así ... ¡ Oh Egmont ! ¡ Tan seguro te
creía yo ante Dios y los hombres como cuando es
tabas entre mis brazos ! ¿ Qué era yo para ti ? Me
llamaste tuya y consagré a tu vida toda mi vida ...
¿ Qué soy ahora ? En vano tiendo las manos hacia la
red que te aprisiona. ¡Tú indefenso y yo libre! ...
Aquí está la llave de mi puerta. Depende de mi ar
bitrio mi entrar y mi salir y no te sirvo de nada...
¡ Oh, amarradme para que no me desespere ; arro
jadme en el más profundo calabozo, para que gol
pee mi frente contra sus húmedos muros, gima por
la libertad, sueñe en la forma como querría libertar
le si no me paralizaran las cadenas, en la forma
E GMONT 131

como le libertaría ! ... Ahora estoy libre y en la


libertad siento la angustia de mi flaqueza ... Yo
misma sé que no soy capaz de dar un paso para so
correrle. ¡ Ay, por desdicha, también esa pequeña
parte de tu ser que se llama Clarita, está, como tú,
aprisionada, y lejos de ti, consume en mortales con
vulsiones sus últimas fuerzas !... Oigo que alguien
avanza con cautela, que tose ... Brackenburg ...
¡ Él es ! ... Hombre bueno y desgraciado, tu suerte
sigue siendo siempre la misma ; tu amada te abre
su nocturna puerta, pero ¡ ay ! que sólo es para una
cita siniestra.
Entra BRACKENBURG

CLARITA. — ¡Vienes tan pálido y tembloroso,


Brackenburg ! ¿Qué sucede?
BRACKENBURG . He venido a encontrarte a tra
vés de rodeos y peligros . Las calles principales es
tán ocupadas ; a escondidas llego junto a ti, desli
zándome por revueltas y callejuelas.
CLARITA. — Dime, ¿ qué ocurre ?
BRACKENBURG (Sentándose ).-¡Ay Clara, déja
me llorar ! Yo no lo amaba. Era hombre rico y atraía
hacia mejores praderas a la única oveja del pobre.
Pero jamás lo maldije; Dios me creó de condición
fiel y tierna. Mi vida se deslizaba en el dolor y
esperaba perecer cada día.
CLARITA. — ¡Olvida eso, Brackenburg! Olvídate
de ti mismo. ¡Háblame de él ! ¿Es verdad? ¿ Está
sentenciado ?
BRACKENBURG . Sí; lo está. Lo sé con certeza .
CLARITA . --- Y ¿ vive todavía ?
-

LUMONT
132 GOETHE

BRACKENBURG - Si ; todavía vive.

CLARITA. —¿Cómo puedes asegurarlo ? ... La ti


-

ranía asesina nocturnamente al hombre excelso ; su


sangre se derrama a escondidas de todas las mi
radas. En congojoso sueño descansa el pasmado pue
blo y sueña con salvarle, sueña con la realización
de su estéril deseo ; mientras tanto su espíritu aban
dona el mundo, enojado con nosotros ... ¡Ya no
existe ! ... ¡No me engañes ! ¡ No te engañes a ti
mismo !

BRACKENBURG. – No, no ; es seguro que vive toda


vía ... Por desgracia, el español le prepara al pue
blo que quiere pisotear un espectáculo terrible,
capaz de abrumar para siempre a todo corazón que
se agite por la libertad.
CLARITA. — Prosigue y pronuncia también sere
-

namente mi sentencia de muerte. Me acerco cada


vez más a los campos de la bienaventuranza ; desde
aquellas comarcas de paz, llega hasta mí un há
lito consolador. Habla.
BRACKENBURG. - Por la presencia de patrullas,
por ciertas frases oídas ya en un sitio, ya en otro ,
pude comprender que en la plaza del mercado se
preparaba secretamente algo espantoso. Me deslizé
por caminos desviados, por pasajes de mí conoci
dos, hasta la casa de mi primo, y por una ventana
de la parte de atrás miré hacia la plaza del merca
do ... Humeaban algunas antorchas en un vasto
círculo de soldados españoles. Agucé mi vista des
habituada, y del seno de la noche surgió ante mí
un negro patíbulo, espacioso, elevado ; me estremecí
ante aquel espectáculo. Activamente trabajaba mu
cha gente en torno a él para ocultar, envolvién
EGMONT 133

dolo en paños negros, lo que aun era visible de la


blanca armadura de madera. Por último, también
forraron de negro las escaleras, lo vi perfectamen
te. Parecían estar preparando la celebración de un
atroz sacrificio. Un blanco crucifijo, que a través
de la noche brillaba como plata, fué puesto en alto
a uno de los lados. Yo miraba y miraba, cada vez
más seguro de la terrible certidumbre. Aun vaci
laban aquí y allá algunas antorchas; una a una se
fueron retirando y extinguiendo. De pronto, al apa
garse la última, el abominable engendro de la no
che reintegróse otra vez a su materno seno.
CLARITA . — ¡ Silencio, Brackenburg ! ¡ Ahora, si
lencio ! Deja que este velo descienda sobre mi alma.
Han desaparecido los fantasmas ; y tú , benigna no
che, préstale tu manto a la tierra, que fermenta en
su interior ; no soporta por más tiempo esa carga
espantosa ; abre en sí misma, entre convulsiones,
profundas hendiduras, y se traga, entre crujidos,
esa armazón de muerte. Y el Dios, a quien han
ultrajado haciéndole testigo de sus furores, envía
a alguno de sus ángeles ; al contacto del celeste
mensajero despréndense cerrojos y cadenas, y la
celestial criatura derrama un suave resplandor en
torno a mi amigo ; dulce y silenciosamente lo guía
hacia la libertad a través de la noche . Y también
mi camino, por esa obscuridad, llévame a juntar
me con él, en secreto.
BRACKENBURG (Deteniéndola) . - ¿ Adónde vas,
hija mía ? ¿Qué te atreves a hacer ?
CLARITA. - Despacito, despacio, amigo mío ; que
nadie se despierte ; que no nos despertemos a nos
otros mismos. ¿ Conoces este frasco, Brackenburg?
134 GOET HE

Te lo quité, bromeando, una vez en que me amena


zabas impaciente, como lo hacías con frecuencia,
con una muerte voluntaria. Y ahora, amigo mío...
BRACKENBURG . ¡Por todos los santos !

CLARITA. — No puedes impedirlo. La muerte es


mi destino. Cencédeme que tenga la dulce y rápida
muerte que te preparabas a ti mismo. ¡Dame la
mano ! ... En el momento en que abro la obscura
puerta del mundo de donde no se regresa, ojalá
pueda decirte con este apretón de manos cuánto
te he querido y cuánto te he compadecido. Mi her
mano se me murió joven ; te escogi para ocupar
su puesto. Tu corazón se opuso a ello y ņos ator
mentó a los dos ; deseaste con ardor, cada vez más
ardientemente, lo que no te estaba destinado. ¡Per
dóname y adiós ! Déjame llamarte hermano. Es un
nombre que abarca dentro de sí otros muchos nom
bres. Recibe con fiel corazón la última y bella flor
de los que se separan ... Recibe este beso ... La
muerte junta a todos, Brackenburg ; también nos
reunirá a nosotros.
BRACKENBURG. - Pues déjame morir contigo. ¡Re
parte! ¡Reparte! Es suficiente para extinguir dos
vidas.

CLARITA. — ¡Detente! Tú debes vivir, tú puedes


vivir ... Sostén a mimadre, que sin ti se consumi
.

ría en la pobreza. Sé para ella lo que ya no puedo


ser yo ; vivid juntos y llorad por mí. Llorad por la
patria y por el único que hubiera podido sostenerla.
La generación actual no se verá libre de esta cui
ta ; ni el mismo furor de la venganza podrá ani
quilarla. Viyid, desdichados, vivid todavía, un tiem
po que ya no es tiempo. El mundo se queda hoy
EGMONT 185

paralizado de repente ; detiénese su curso y apenas


late por algunos minutos más mi pulso. ¡Adiós!
BRACKENBURG . — ¡ Oh !, vive con nosotros, como
nosotros viviremos sólo para ti. Nos matas al darte
muerte. ¡ Oh, vive y sufre ! Estaremos constante
mente a tu lado, y el amor, siempre previsor, te
preparará con sus vivientes brazos los más hermo
sos consuelos. ¡ Sé nuestra ! ¡Nuestra ! No me es lí
cito decir mía.

CLARITA. — Despacio, Brackenburg. ¿ No sientes


lo que hieres ? Donde aparece para ti la esperanza
sólo hay para mí la desesperación.
BRACKENBURG . – Comparte la esperanza de los
vivientes. Detente al borde del abismo, mira a su
fondo y vuelve la vista hacia nosotros.
CLARITA . - He vencido; no vuelvas otra vez a
llevarme al combate.
BRACKENBURG. —- Estás aturdida ; envuelta en la
noche buscas el precipicio. Aun no se ha extingui
do toda luz ; aun habrá más de un día ...
CLARITA. — ¡Desdichado ! ¡Desdichado ! ¡Desdicha
do de ti! Has desgarrado cruelmente la venda de
mis ojos. Sí ; amanecerá el día ; en vano tiende en
torno a sí todas las nieblas y amanece contra su
voluntad. Con temor mira por la ventana el ciuda
dano ; la noche deja tras sí una sombra negra ; mira
más despacio, y el patíbulo, aun más espantable,
se alza y crece bajo la luz del día. Sufriendo nue
vamente todos sus dolores, la profanada imagen de
Dios levanta al padre sus ojos suplicantes. El sol
no osa mostrarse; no quiere señalar la hora en que
el excelso debe morir. Perezosamente recorren su
136 GOETHE

camino las agujas del reloj y una hora suena tras


la otra ... ;Deteneos ! ¡Deteneos ! ¡ Ahora es el mo
mento ! Los celajes de la mañana me hacen refu
giarme en la sepultura. (Se acerca a la ventana
como para mirar fuera y bebe a escondidas el ve
neno.)
BRACKENBURG . - ¡Clara! ¡¡Clara!
CLARITA (Va hacia la mesa y bebe agua del vaso) .
- ¡ Aquí tienes el resto. No te invito a seguirme.
Haz lo que debes, adiós. Apaga esa lámpara sin
ruido y sin demora; voy a descansar. Márchate de
puntillas y cierra la puerta cuando hayas salido.
¡ Silencio ! ¡ No despiertes a mi madre ! ¡Vete! ;Sál
vate ! ¡ Sálvate, si no quieres pasar por mi asesino !
(Vase.)
BRACKENBURG . La última vez me deja como
siempre . ¡ Oh iSi un alma humana pudiera sentir
hasta qué punto puede ser desgarrado un corazón
amante ! Me deja solo, entregado a mí mismo; y la
muerte y la vida son igualmente odiosas para mí...
¡ Morir solo ! ... ¡Llorad , los que amáis! Ninguna
suerte más dura que la mía. Reparte conmigo la
bebida mortal y me manda fuera, lejos de su pre
sencia. Me lleva tras sí y me rechaza otra vez ha
cia la vida. ¡ Oh, Egmont! ¡ Qué envidiable destino
te ha tocado en suerte! Ella te precede ; recibirás
de su mano la corona de la victoria ; trae a tu en
cuentro a todo el cielo ... Y ¿ debo yo seguirlos ?
¿ Volver a ser dejado a un lado ? ¿Llevar conmigo
a aquellas moradas la envidia inextinguible ? ... Ya
no hay nada que me retenga en la tierra, y el in
fierno y el cielo me ofrecen igual tormento. ¡Qué
grata sería para el desdichado la terrible mano
del aniquilamiento !
EGMONT 137

(Vase BRACKENBURG; la escena queda sin mudarse


durante algún tiempo. Comienza a sonar una mú
sica que expresa la muerte de CLARITA ; la lámpara,
que BRACKENBURG olvidó apagar, lanza aún algunos
destellos y extinguese después. Entonces la escena
se convierte en la

PRISIÓN

EGMONT yace dormido en el camastro. Prodúcese


un ruido de llaves y se abre la puerta. Entran ser
vidores con antorchas; FERNANDO, el hijo de Alba ,
y SILVA, acompañados de hombres de armas. Eg
MONT se despierta sobresaltado .
EGMONT. —¿Quién sois los que espantáis despia
dadamente el sueño de mis ojos ? ¿ Qué me anun
cian vuestras miradas vacilantes y graves ? ¿ Por
qué este espantable cortejo ? ¿ Qué temeroso sueño
venís a fingir ante mi espíritu semidespierto ?
SILVA. — Nos manda el duque para notificarte
la sentencia .

EGMONT. - ¿Traes también el verdugo que debe


ejecutarla ?
SILVA. - Escúchala y sabrás lo que te espera.
-

EGMONT. - ¡ Bien propio de vosotros y de vuestra


vergonzosa empresa ! Concebida de noche y de no
che ejecutada. Bien hace en ocultarse este inso
lente acto de injusticia ... Avanza osadamente, tú,
el que trae la espada envuelta en su capa ; aquí es
tá mi cabeza, la más libre que jamás haya segado
de un tronco la tiranía,
133 GOETHE

SILVA. — Te equivocas. Lo que justos jueces han


resuelto, no se ocultará de la faz del día.
EGMONT. — Por tanto, la insolencia va más allá de
-

toda idea y concepto.


SILVA (Coge la sentencia de manos de uno de los
asistentes, la despliega y lee) ..- «En nombre del
rey y en virtud de poder especial a nosotros trans
mitido por Su Majestad para juzgar a todos sus
súbditos de cualquier condición que sean , inclusi
ve a los caballeros del Toisón de oro ... »
EGMONT. —- ¿Puede el rey transmitir ese poder ?
-

SILVA. — «Después de una investigación prelimi


nar, suficiente y legítima, a ti, Enrique, conde de
Egmont y príncipe de Gavre, te declaramos reo de
alta traición, y pronunciamos la sentencia de que
al apuntar el día, bien temprano, seas llevado de
la prisión a la plaza del mercado y allí, a presen
cia del pueblo, para advertencia de todos los trai
dores, seas decapitado con la espada. Dado en Bru
selas, a ... (La fecha y el año son leídos confusa
mente de modo que no los comprendan los espec
tadores.) Fernando, duque de Alba, presidente del
Tribunal de los Doce.» Ya sabes, pues, tu suerte;
te queda poco tiempo para prepararte a ella, arre
glar tus asuntos y despedirte de los tuyos.
( Vase SILVA con la escolta . Queda FERNANDO con
solo dos antorchas; la escena está tenuemente ilu
minada.)
EGMONT (Permanece inmóvil algún tiempo su
mido en sus pensamientos, y deja salir a Silva sin
mirar hacia él. Créese solo , y al levantar los ojos
descubre al hijo de Alba) . -¿Te has quedado aquí ?
EGMONT 139

¿ Quieres aumentar con tu presencia mi espanto y


mi asombro ? ¿Acaso todavía pretendes llevarle a
tu padre la grata embajada de que me desespero
cobardemente ? ¡Vete ! ¡ Díselo ! Dile que no nos
engaña ni al mundo ni a mí. De él, ambicioso de
gloria, se murmurará primero a sus espaldas, des
pués se hablará en voz alta, cada vez más alta, y,
cuando haya caído de la cima en que se encuentra,
millares de voces lo gritarán contra él : no fué el
bien del Estado, ni la dignidad del rey, ni la paz de
las pronvincias, lo que le trajo aquí. Por su pro
pio interés aconsejó la guerra, para que el militar
adquiriera poder por la guerra. Ha provocado esta
monstruosa perturbación para hacerse necesario.
Y yo perezco víctima de su bajo odio, de su mez
quina envidia. Sí, lo sé y me es lícito decirlo ; el
moribundo, el herido de muerte, puede decirlo : en
su vanidad me tenía envidia ; largo tiempo ha pre
parado y meditado mi aniquilación .
Ya cuando éramos jóvenes, si jugábamos a los
dados y los montones de oro, uno tras otro, pasa
ban rápidamente de su lado al mío, se levantaba
furioso, fingia indiferencia, y en su interior se con
sumía de cólera, más por mi buena suerte que por
su propia pérdida. Aun veo su relampagueante mi
rada, su perfida palidez, cuando en una fiesta pú
blica, ante millares de personas, nos disputamos
el premio de tiro. Me desafió y ambas naciones
presenciaban el lance; españoles y neerlandeses
apostaban y manifestaban en voz alta sus deseos.
Vencílo ; su bala no dió en el blanco, pero sí la
mía ; un clamoroso grito de júbilo de mis gentes
desgarró los aires. Ahora me alcanza la bala que
entonces erró el blanco. Dile que lo sé, que lo co
nozco, que el mundo desprecia todo trofeo de vic
140 GOETHE

toria que un espíritu mezquino se haya erigido por


la astucia. ¡ Y tú ! ... Si le es posible a un hijo se
pararse de las costumbres de su padre, ejercítate
a tiempo en la vergüenza, avergonzándote de aquel
>

a quien con todo corazón querrías venerar.


FERNANDO. - Te escucho sin interrumpirte. Tus
reproches caen como golpes de maza sobre un yel
mo ; siento la conmoción, pero estoy armado. Me
aciertas, pero no me hieres ; sólo soy sensible al do
lor que me desgarra el pecho. ¡ Ay de mí ! ¡ Ay ! He
vivido hasta hoy para ser testigo de esto ; he sido
enviado para presenciar tal espectáculo.
EGMONT. —¿Prorrumpes en quejas ? ¿ Qué te afli
ge ? ¿ Qué te afecta ? ¿ Es un tardío arrepentimiento
por haber prestado tus servicios en esta deshonro
sa conjura ? Eres muy joven y tienes bella presen
cia. ¡ Mostraste tanta confianza, tanta amistad ha
cia mí ! Mientras te miraba, me sentía reconciliado
con tu padre. Y disimulando de ese modo, disimu
lando más que él, me atrajiste hacia el cepo. ¡ Eres
abominable ! Quien se fía de él ya sabe que lo hace
a su propio riesgo ; pero ¿ quién temería peligro al
guno confiándose en ti ? ¡ Vete ! ¡ Vete ! ¡ No me arre
bates estos escasos instantes ! Vete para que me
recoja en mí mismo y olvide al mundo y a ti el pri
mero ...

FERNANDO . —¿Qué podría decirte? Estoy aquí y


.

te contemplo y no te veo ni me siento a mí mismo.


¿ Debo disculparme ? ¿Debo asegurarte que sólo
muy tarde, sólo en el último momento, fuí cono
cedor de las intenciones del padre ? ¿ Que procedí
como un forzado e inanimado instrumento de su vo
luntad ? ¿ De qué serviría la opinión que pudieras
EGMONT 141

tener tú de mí? Estás perdido ; y yo, desdichado,


sólo estoy aquí para asegurártelo , para dolerme
de ello .

EGMONT. —¿Qué voz singular, qué inesperado


consuelo sale a mi encuentro en el camino de la
tumba ? ¿ Tú me compadeces, hijo de mi mayor ene
migo, de mi casi único enemigo ? ¿ No te hallas en
tre mis asesinos? ¡ Di ! ¡ Habla ! ¿ Qué tengo que pen
sar de ti ?

FERNANDO . iPadre cruel ! Sí ; te reconozco en


esta orden . Conocías mi corazón , sabías mis senti
mientos, por los que me has reprendido tan fre
cuentemente como herencia de una tierna madre.
Me enviaste aquí para hacerme igual a ti mismo.
Me fuerzas a ver a este hombre al borde de la ham
brienta fosa, bajo el dominio de una muerte arbi
traria, para que sienta el más profundo dolor, para
que me haga insensible contra todo destino, y per
manezca indiferente, ocurra lo que quiera.
EGMONT. - ¡ Me asombro ! ¡ Serénate! Mantente
-

firme, habla como hombre.


FERNANDO . ¡ Oh, por qué no seré mujer ! En for
ma que pudieran decirme : ¿ qué te enternece ?, ¿ qué
te hiere? Señálame un mal mayor y más monstruo
so que éste, hazme ser testigo de una acción más
espantosa; te daré las gracias, te diré: no fué nada.
EGMONT. — Deliras. ¿ Dónde estás ?
FERNANDO. ¡ Deja bramar a esta pasión ! ¡Deja
que dé libre curso a mis quejas ! No quiero parecer
impasible cuando todo en mí se destroza. ¡Verte a
ti en este lugar ! ... ¡ A ti ! ... ¡ Es espantoso ! No me
1.42 GOET HE

comprendes. Pero debes comprenderme. ¡Egmont!


¡ Egmont ! (Echándose a su cuello.)
EGMONT. - Explícame este misterio.
-

FERNANDO . - No hay misterio.


EGMONT. —¿Cómo te conmueve tan profunda
mente la suerte de un desconocido ?
FERNANDO. - ¡ Desconocido, no! No eres un desco
nocido para mí. Tu nombre brillaba para mí en mi
primera juventud lo mismo que una estrella del
cielo. ¡ Cuántas veces escuché lo que decían de ti,
cuántas pregunté por tu persona ! El mancebo es la
esperanza del niño, el hombre la del mancebo. De
este modo has caminado delante de mí, siempre
delante, y sin envidia te veía precederme y yo mar
chaba siguiendo tus huellas, cada vez más lejos.
Ahora, por último, esperaba llegar a verte, y te
vi, y mi corazón se lanzó hacia ti. Te había ele
gido ya por amigo y de nuevo volví a elegirte cuan
do llegué a verte. Ahora esperaba yo poder estar
contigo, vivir contigo, unirme a ti y ... Pero todo
está terminado y te veo donde te veo.
EGMONT. —- Amigo mío, si puede servirte de algo,
ten la seguridad de que desde el primer momento
mi afecto se dirigió hacia ti. Escúchame. Cambie
mos entre nosotros algunas serenas palabras. Dime:
¿es firme y severa la voluntad de tu padre de dar
me muerte ?
FERNANDO . Sí.
EGMONT. Esta sentencia ¿ no será un vano es
pantajo para angustiarme, castigarme con el temor
y la amenaza, rebajarme y volver a levantarme
después por medio de la gracia real?
EGMONT 1.43

FERNANDO. - No, no; desgraciadamente, no. Al


principio también yo me halagaba con esta enga
ñadora esperanza y, sin embargo, experimentaba
angustia y dolor al verte en este estado. Pero la
cosa es real, es cierta. No, no soy dueño de mí
mismo. ¿ Quién me da ayuda, consejo, para librarme
de lo inevitable ?

EGMONT. — Escúchame . Si tu alma aspira tan po


derosamente a salvarme, si aborreces la tiranía que
me mantiene encadenado, sálvame. Los momentos
son preciosos. Eres hijo de quien todo lo puede y
tú mismo eres fuerte ... Huyamos. Yo conozco los
caminos ; los medios para salir de aquí no pueden
serte desconocidos. Sólo estos muros, sólo unas
cuantas leguas me separan de mis amigos. Suelta
estas cadenas, llévame a ellos y sé uno de los nues
tros. De fijo que algún día el rey te dará gracias
por mi salvación. Ahora han sorprendido su buena
fe y acaso le sea desconocido todo esto. Tu padre
lo osa todo, y la Majestad tiene que aprobar lo
acaecido aun cuando se espante de ello. ¿ Qué pien
sas ? ¡ Oh! Encuéntrame con tus reflexiones el ca
mino de la libertad . Habla y nutre la esperanza
del alma todavía viviente .

FERNANDO. ¡ Cállate ! ¡ Cállate ! Con cada palabra


aumentas mi desesperación. Aquí no hay ningún
efugio posible, ningún medio aconsejable, ninguna
fuga ... Eso es lo que me tortura, me sobrecoge y
me destroza como con garras el pecho. Yo mismo
tendí las redes ; conozco la severa firmeza de sus
nudos ; sé cómo están cerrados los caminos a toda
osadía y a toda astucia; me siento aprisionado con
tigo y con todos los otros. ¿ Me quejaría, si no lo
hubiera intentado todo ? Me he postrado a sus pies
144 GOETHE

y le he pedido y suplicado. Me mandó aquí para


destruir, en este momento, todo el gozo de vivir y
la alegría que existen en mí.
EGMONT. - Y¿no hay salvación?
-

FERNANDO . - Ninguna.

EGMONT (Golpeando con el pie en el suelo) . -


¡ No hay salvación ! ... ¡ Oh, dulce vida ! ¡ Bella y
amable costumbre de existir y actuar ! ¡ Tengo que
apartarme de ti! ¡Apartarme a sangre fría! No en
el tumulto de la batalla, no entre el retiñir de las
armas, no en el aturdimiento del estruendo me di
ces rápidamente adiós; no es la tuya una precipi
tada despedida, no abrevias el momento de la se
paración. Tengo que coger tu mano, mirarte otra
vez a los ojos, sentir vivísimamente tu hermosura
y tu valor, y después desprenderme de ti resuel
tamente y decirte: ¡ adios !
FERNANDO . - Y yo debo estar a tu lado, verlo to
do y no poder detenerte ni impedirlo. ¡ Oh !, ¿ qué
voz bastaría para quejarse ? ¿ Qué corazón no se
desgarraría ante tal calamidad ?
EGMONT. - Serenate.

FERNANDO . - Tú puedes serenarte, tu puedes re


nunciar, dar heroicamente estos arduos pasos de
la mano de la necesidad. Pero ¿ qué puedo hacer yo?
¿ Qué debo yo hacer ? Tú triunfas de ti mismo y de
nosotros ; tú miras desde alto ; yo te sobrevivo y
me sobrevivo. He perdido mi lámpara en la alegría
del festín, mi bandera en el estruendo del comba
te. Yerto, confuso y triste se me aparece el por
venir.
EGMONT 145

EGMONT. - Joven amigo, a quien por un singular


destino a un tiempo mismo gano y pierdo, que sien
te por mí dolores de muerte, que por mí padece,
contémplame en estos momentos ; no me perderás.
Si mi vida fué para ti un espejo en que te contem
plabas gustosamente, séalo también mi muerte. Los
humanos no sólo están juntos cuando están reuni
dos ; también el remoto, el fallecido vive en nos
otros. Yo viviré en tí ; ya he vivido bastante en
mí mismo. He gozado de cada día; en cada día, con
rápida eficacia, he cumplido con mi deber según
me lo mostraba mi conciencia. Ahora se acaba mi
vida tal como hubiera podido terminar hace ya
tiempo, hace ya mucho tiempo, ya en las mismas
nas de Gravelinas. Ceso de vivir ; pero he vi
vido. Vive así tú también, amigo mío : gustoso y
con placer , y no temas la muerte.
FERNANDO. —· Hubieras podido, hubieras debido
conservarte para nosotros. Te has matado a ti mis
mo. Con frecuencia, cuando hombres experimenta
dos hablaban de ti, cuando amigos y enemigos dis
putaban largamente sobre tu valor, tuve que oír
que al final se ponían de acuerdo, ya que ninguno
osaba negar, todos reconocían, que seguías un ca
mino peligroso. ¡ Con qué frecuencia deseé poder ad
vertirte! ¿ Es que no tenías ningún amigo?
EGMONT. — Ya fuí advertido.
FERNANDO . Y con qué exactitud volví a encon
trar estas inculpaciones en el proceso. ¡ Y tus res
puestas ! Bastante buenas para disculparte, pero no
lo bastante concluyentes para librarte de culpa.
EGMONT. - Dejemos eso a un lado. Cree el hom
146 GOETHE

bre dirigir su vida, conducirse a sí mismo, y en su


interior es irresistiblemente arrastrado hacia su
destino. No meditemos más acerca de ello; con fa
cilidad me desembarazo de esos pensamientos ...
Más difícilmente del ansia por este país. Pero tam
bién se proveerá en ello. Si mi sangre, al derramar
se, puede evitar que lo sean otras muchas y trae
la paz a mi pueblo, se vierte muy a mi gusto. Por
desgracia, no será así. Mas no está bien que el
hombre cavile en lo que ya no debe realizar. Si
puedes detener, si puedes dirigir el funesto poder
de tu padre no dejes de hacerlo. Pero ¿ quién lo
podrá ?... ¡Adiós!
FERNANDO . —- No puedo irme.
EGMONT. - Permíteme que del mejor modo po
sible te recomiende a mis gentes. Tengo buenas
personas a mi servicio ; ique no las dispersen y las
hagan desgraciadas ! ¿ Qué ha sido de Ricardo, mi
secretario ?

FERNANDO. -- Te ha precedido. Lo han decapitado


como cómplice de alta traición.
EGMONT. -
¡ Infeliz ! ... Otra cosa aun y después
adiós ; ya no puedo más. Aunque el espíritu esté
poderosamente ocupado, también la naturaleza re
clama irresistiblemente , por última vez, sus dere
chos ; y lo mismo que un niño, entre los anillos de
una serpiente, disfruta del restaurador sueño, tam
bién el fatigado se tiende por última vez ante el
umbral de la muerte, y descansa profundamente,
como si todavía tuviera que recorrer un largo ca
mino ... Aun una cosa ... Conozco a una muchacha;
no la desprecies ya que ha sido prenda mía. Una
EGMONT 147

vez que te la recomiendo muero ya tranquilo. Tú


eres hombre de honor ; una mujer que se encuentra
con uno de tales está ya proveída. ¿Vive mi viejo
Adolfo ? ¿åEstá en libertad ?
FERNANDO . —¿El animoso anciano que os acom
-

pañaba siempre a caballo ?


EGMONT. - El mismo.
FERNANDO . — Vive y está libre.
EGMONT. — Sabe dónde ella vive ; haz que te
lleve allá y estale agradecido hasta el fin de tus
días por haberte mostrado donde hay tal tesoro ...
¡Adiós!
FERNANDO . —No me voy.

EGMONT (Empujándolo hacia la puerta) .


¡ Adiós !
FERNANDO . — ¡ Oh, déjame aún! ...
EGMONT. - Amigo, sin despedida. (Acompaña a
FERNANDO hasta la puerta y se arranca allí de sus
brazos. FERNANDO, como abobado, se aleja precipi
tadamente.)

EGMONT (Solo ).-¡Hombre cruel! No creías ha


cerme este beneficio por medio de tu hijo. Gracias
a él estoy libre de preocupaciones y dolores, de te
mor y de todo sentimiento congojoso. Con dulzura
e insistencia reclama la naturaleza su último dé
bito. ¡Ya está hecho ! ¡Está resuelto! Y lo que la
noche pasada, con su incertidumbre, me tuvo en
vela en mi yacija, adormece ahora mis sentidos con
su indomable evidencia . (Tiéndese en el lecho. Mú
148 GOETHE

sica.) ¡Dulce sueño ! Lo que te gusta es llegar co


mo una pura dicha, sin ser rogado, sin ser supli
cado. Tú deshaces los nudos del severo pensamien
to, entremezclas todos los cuadros de alegría y de
dolor ; la esfera de internas armonías mana sin obs
táculos y envueltos en gratos delirios, nos amodo
rramos y cesamos de existir.
(Se adormece; la música acompaña su sopor. Por
detrás de su lecho parece abrirse el muro y se
muestra una aparición resplandeciente. La Liber
tad, con celestes vestiduras, rodeada de resplando
res, descansa sobre una nube. Tiene los rasgos de
CLARITA Y se inclina hacia el dormido héroe. Ex
presa un sentimiento de piedad, parece compade
cerle. Pronto se domina y con gesto reanimador,
muéstrale el haz de flechas, después el cetro con
el gorro. Indícale que esté alegre, y al significarle
que su muerte dará la libertad a las provincias, re
conócelo como vencedor y le tiende una corona de
laurel. Al acercar la corona a la cabeza de EGMONT,
hace éste un movimiento, como alguien que se agi
ta en sueños, de modo que su rostro queda vuelto
hacia la aparición . Mantiene ésta la corona sus
pendida sobre la frente de EGMONT; óyese muy a
lo lejos una música marcial de pífanos y tambores;
desvanécese la figura con los suaves sones de la
música . El rumor se hace más fuerte. EGMONT se
despierta ; la prisión es débilmente iluminada por el
resplandor de la mañana . El primer movimiento del
héroe es llevarse las manos a la frente ; se levanta
y mira en torno a si, teniendo siempre la mano
en las sienes.)
¡ Ha desaparecido la corona! Hermosa imagen, la
luz del día te ha ahuyentado. Sí ; ambas estaban re
EGMONT 149

unidas : las dos más dulces alegrías de mi corazón.


La divina libertad había tomado a préstamo la fi
gura de mi amada ; la encantadora muchacha se ha
bía vestido con las celestes vestiduras de la diosa.
En el primer momento aparecieron unidas, más
graves que amorosas. Se presentó ante mí con san
dalias manchadas de sangre, manchados de sangre
los flotantes pliegues del borde de su túnica. Era
mi sangre y muchas otras sangres nobles. No ; no
será derramada en vano. ¡ Sigue adelante ! ¡ Bravo
pueblo, te guía la diosa de la victoria! Y lo mismo
que el mar rompe vuestros diques, romped, des
trozad los muros de la tiranía y arrastradla, en
vuelta en vuestras olas, lejos de la tierra que se
apropió. ( Tambores más cerca.)
¡ Oíd! ¡ Oíd! ¡ Con qué frecuencia este estruendo
me convocaba para marchar con libre paso hacia
el campo de la lucha y la victoria ! ¡ Con qué áni
mos emprendía con mis compañeros la carrera de
peligros y gloria ! También yo, desde esta prisión,
marcho hacia una muerte honrosa ; muero por la
libertad, por la que viví y combatí, y a la que
ahora me sacrifico dolorosamente. (El fondo de la
escena es ocupado por una fila de soldados españo
les con alabardas. )
Sí ; traed todas vuestras armas; estrechad vues
tras filas : no me espantáis.
Estoy acostumbrado a alzarme ante las lanzas
y contra las lanzas, y en todas partes, rodeado de
la amenazadora muerte, sentir con doble vértigo
mi animosa vida. (Tambores. )
¡ El enemigo te cerca por todas partes ! ¡Deslum
bran las espadas ! ¡ Amigos, levantad vuestro valor !
¡ A vuestras espaldas tenéis a vuestros padres, es
150 GOETHE

posas, hijos! ( Señalando a la guardia .) Y a éstos,


no es su valentía, sino una vana palabra de su amo
lo que los impulsa. ¡ Defended vuestros bienes! Y
para salvar lo que os es más querido, morid ale
gremente, tal como os doy ejemplo yo.
( Tambores. Cae el telón mientras avanza hacia
la guardia y la puerta del fondo; recomienza la
música y termina la obra con una sinfonia triunfal.)
INDICE DE AUTORES DE LA COLECCION AUSTRAL
De los 770 Primeros Volúmenes

ABOUT, EDMOND ASSOLLANT , ALFREDO


723 - El rey de las montañas. 386 -Aventura del capitán Corcoran .
ABRANTE S , DUQUESA DE del siglo XIX. AUNÓS, EDUARDO
495 - Portugal a principios 275 - Estampas de ciudades. *
AGUIRRE, JUAN FRANCISCO AVELLANEDA FERNÁNDEZ DE,
709 - Discurso historico. * ALONSO
603 - El Quijote. *
AIMARD , G.tramperos del Arkansas.
276 -Los AZORIN
36 -Lecturas españolas.
37-El, Capitán
ALARCÓN PEDRO Veneno.
A. DE El sombrero 47 -Trasuntos de España.
67 -Españoles en París.
de tres picas, 153 - Don Juan.
428 - El escándalo . *
473 -El final de Norma, 164 - El paisaje de Españía visto por
los españoles.
ALONSO , DAMASO 226-Visión de España.
595 - Hijos de la fra . 248 -Tomás Rueda.
ALTAMIRANO , IGNACIO M. 261 - El escritor.
108- El Zarco, 380 -Capricho .
ÁLVAREZ QUINTERO, S. y J. 420 -Los dos Luíses y otros ensayos .
124- Puebla de las mujeres. El ge 461 - Blanco en azul.
nio alegre . 475 - De Granada a Castelar.
321 - Malveloca . Doña Clarines. 491 - Las confesiones de un pequeño
ALLISON PEERS, filósofo.
671 - El misticismo español. . 525 - Maria Fontán.
551- Los clásicos redivivos. Los ciásicos
ANONIMO futuros.
5 - Poema del Cid . *
59 -Cuentos y leyendas de la vieja Rusia . 568 -El político.
156- Lazarillo de Tormes, 611 -un pueblecito.
337 -La historia de los nobles caballeros 674- Rivas y Larra .
Oliveros de Castilla yArtus Dalgarbe. 747 -Con Cervantes. *
359-Libro del esforzado caballero BALMES, J.
Don Tristán de Leonís . * 35 -Cartas a un escéptico en materia
374 -La historia del rey Canamor y del de religión . *
infante Turián, su hijo . . La des 71 - El criterio. *
truición de Jerusalem . BALZAC , H. DE
396- La vida de Estebanillo Conzález . * 77 -Los pequeños burgueses.
416- El conde Partinuples. - Roberto e !
Diablo. Clamades y Clarmonda. BALLANTYNE, ROBERTO M.
259- La isla de coral.
622-Cuentos populares y leyendas de 517 - Los mercaderes de pietes.
Irlanda.a través de los mitos
668 -Viaje ir- BALLESTEROS BERETTA, A.
landeses .
677 - Figuras imperiales.
712 - Nala y Damayanti. BAROJA , PIO
177 - La leyenda de Jaun de Alzate .
ARAG O ,-Grandes
426 F. astrónomos anteriores a 206- Las inquietudes de Shanti Andia ..
Newton . astrónomos. ( De Newton 230 -Fantasías vascas.
543 -Grandes 256 - El gran torbellino del mundo . •
288 -Las veleidades de la fortuna.
a Laplace . ) 320- Los amores tardíos .
556 -Historia de mi juventud. 331 - El mundo es ansi.
ARCIPRESTE DE HITA
98- Libro de buen amor. 346-Zalacaín el aventurero .
365 - La casa de Aizgorri.
ARÉNE , PAUL 377- El mayorazgo de Labraz.
205- La Cabra de Oro . 398 - La feria de los discretos.
ARISTÓTELES 445 -Los últimos románticos .
296 -- Moral.
239 La Política
( La . gran
* moral , Moral a 471 - Las tragedias grotescas.
605 - El laberinto de las sirenas. *
Eudemo .) *
318 -Moral , a Nicomaco . * 620 - Paradox, rey. *
720 -Aviraneta o La vida de un cons
399 -Metafísica . *
ARRIETA, RAFAEL ALBERTO pirador . *
291 -Antología . BASHKIRTSEFF , MARÍA
165 - Diario de mi vida.
406 - Centuria porteña.
COLECCIÓN AUSTRAL
BAYO, CIRO CAMBA , JULIO
544 -Lazarillo español . * 22 - Londres.
BEUMARCHAIS, P. A. CARON DE 269 - La ciudad automática .
728 -El casamiento de Fígaro . 295 - Aventuras de una peseta .
BÉCQUER, GUSTAVO A. 343 - La casa de Lúculo .
3 - Rimas y leyendas. 654 -Sobre casi todo.
687 - Sobre casi nada .
BENAVENTE, JACINTO 714 - Un año en el otro mundo.
34 -Los intereses creados. Señora
ama. 740 -Playas, ciudades y montañas.
84- La Malquerida. -
La noche del 754 -La rana viajera .
sábado. CAMPOAMOR, R. DE
94 -Cartas de mujeres. 238 - Doloras . Cantares. Los peque
305 - La fuerza bruta. - Lo cursi. ños poemas.
387 -Al fin, mujer. La honradez de CANCELA , ARTURO
la cerradura. 423-Tres relatos porteños y Tres cuen
450 - La comida de las fieras. Al na tos de la ciudad .
tural . CANÉ, MIGUEL
550- Rosas de otoño . Pepa Doncel . 255 -Juvenilia y otras páginas argen
701 -Titania . - La infanzona. tinas.
BERCEO, GONZALO DE CAPDEVILA, ARTURO
344 -Vida de Sancto Domingo de Silos . 97 -Córdoba del recuerdo .
Vida de Sancta Oria, virgen. 222 - Las invasiones inglesas.
716 -Milagros de Nuestra Señora. 352 -Primera antología de mis versos . *
BERDIAEFF, N. 506 - Tierra mía.
26- El cristianismo y el problema del 607- Rubén Darío.
comunismo. CAPUA, SAN FRANCISCO DE
61 - El cristianismo y la lucha de clases . 678-Vida de Santa Catalina de Siena. *
BERGERAC, CYRANO DE CARLYLE, TOMAS
287 -Viaje a la Luna . - Historia cómica 472 - Los primitivos reyes de Noruega .
de los Estados e Imperios del Sol . * CASARES, JULIO
BERNÁRDEZ, FRANCISCO LUIS 469 -Crítica profana . *
610 -Antología poética. * CASTELO BRANCO, CAMILO
582 -Amor de perdición , *
BLASCO IBÁNEZ, VICENTE * CASTIGLIONE, BALTASAR
341- Sangre y arena.
351 - La barraca . 549- El cortesano . *
361 -Arroz y tartana . CASTRO, GUILLÉN DE
390 -Cuentos valencianos . 583 -Las mocedades del Cid . *
410 -Cañas y barro. * CASTRO, ROSALÍA
508- Entre naranjos. * 243-Obra poética.
581 - La condenada, - Otros cuentos. CEBES
733-La tabla de Cebes .
BOECIO, SEVERINO CERVANTES, M. DE
394-La consolación de la filosofía .
GOSSUET 29 -Novelas ejemplares. *
150 - Don Quijote de la Mancha . *
564 -Oraciones fúnebres. * 567 -Novelas ejemplares . *
BOUGAINVILLE , L. A. DE 686 - Entremeses.
349 - Viaje alrededor del mundo . * CÉSAR, JULIO
BURTON , ROBERT 121 -Comentarios de la Guerra de las
669 -Anatomía de la melancolía. Galias. *
BUTLER, SAMUEL CICERÓN
285 - Erewhon . * 329 - Los oficios .
BYRON, LORD CIEZA DE LEÓN , P. DE
111 - El Corsario . Lara . El sitio de 507 - La crónica del Perú. $
Corinto . Mazeppa. CLARIN ( LEOPOLDO ALAS )
CALDERÓN DE LA BARCA 444 - ¡Adiós, « Cordera » ! y otros cuen
39 - El alcalde de Zalamea. La vida tos .
es sueño . * COLOMA, P. LUIS
289 - Casa con dos puertas mala es de 413-Pequeñeces.
guardar. - El mágico prodigioso . 421 - Jeromín . *
384-La devoción de la cruz.- El gran 435 -La reina mártir.
teatro del mundo. COLÓN CRISTÓBAL
496 - El mayor monstruo del mundo . 633 -Los cuatro viajes del Almirante y
El príncipe constante . Su Testamento. *
593 - No hay burlas con el amor . - CONCOLORCORVO
médica de su honra . * 609 -El lazarillo de ciegos caminantes. *
659 -A secreto agravio secreta vengan CONDAMINE, C. MARIA DE LA
za . - La dama duende . * 268 -Viaje a la América meridional .
INDICE DE A U TO RES

COKES, HERNÁN DELEDDA , GRAZIA


547 -Cartas de relación de la conquista 571 - Cosima .
de Méjico. * DELFINO, AUGUSTO MARIO
COSSIO , JOSÉ MARÍA DE 463 - Fin de siglo .
490 -Los toros en la poesía. DELGADO, JOSÉ MARÍA
762 - Romances de tradición oral. 563 - Juan María . *
COSSIO, MANUEL B. DEMAISON , ANDRÉ
500 - El Greco . * 262 - El libro de los animales llamados
COUSIN , VÍCTOR salvajes .
696 - Necesidad de la filosofía. DESCARTES
CROCE, B. 6- Discurso del método.
41 -Breviario de estética . DÍAZ CARABATE, ANTONIO
CROWTHER, J. G. 711 - Historia de una taberna . .
497 -Humphry Davy. - Michael Faraday DÍAZ DE GUZMÁN, RÜY
(hombres de ciencia británicos de : 519 -La Argentina . *
siglo XIX) . DÍAZ -PLAJA , GUILLERMO
509 J. Prescott Joule. W. Thomson . 297 - Hacia un concepto de la literatura
J. Clerk Maxwell (hambres de española .
ciencia británicos del siglo XIX) . * DICKENS, c.
518 -T. Alva Edison . J. Henry (hom 13 - El grillo del hogar.
bres de ciencia norteamericanos 658 - El reloj del señor Humphrey .
del siglo XIX ) . 717 -Cuentos de Navidad.
540- Benjamin Franklin . J. Willard DICKSON , C.
Gibbs. (Hombres de ciencia norte- 757 - Murió como una dama. *
americanos . ) * DIEGO , GERARDO
CRUZ, SOR JUANA INÉS DE LA 219 - Primera antología de sus versos.
12 -Obras escogidas. DINIZ, JULIO
CUI, CÉSAR 732 - La mayorazguita de los cañave
758 - La música en Rusia. rales .
CURIE, EVA DONOSO , ARMANDO
$
451 - La vida heroica de María Curie . 376 -Algunos cuentos chilenos. (Antolo
CHATEAUBRIAND, F. gía de cuentistas chilenos .)
50 -Atala . René. - El último Aben- D'ORS, EUGENIO
cerraje. 465 - EI Valle de Josafat.
CHEJOV, ANTÓN P. DOSTOYEVSKI, F.
245 - El jardín de los cerezos . 167 -Stepántchikovo .
279 - La cerilla sueca . 267 - El jugador.
348 - Historia de mi vida . 322 - Noches blancas. El diario de
418- Historia de una anguila. Raskolnikov .
753 - Los campesinos. ECHAGUE, JUAN PABLO
CHESTERTON , GILBERT K. 453 - Tradiciones, leyendas y cuentos
20 - Santo Tomás de Aquino. argentinos.
125 - La Esfera y la Cruz. * EP TETO
170 -Las paradojas de Mr. Pond. 733 -Enquiridion o Máximas.
523 -Charlas . * ERASMO
535 - El hombre que fué Jueves . * 682 - Coloquios . *
546 - Ortodoxia . *
580 - El candor del padre Brown. * ERCILLA, ALONSO DE
722 - La Araucana .
598 - Pequeña historia de Inglaterra. *
625 - Alarmas y digresiones. ERCKMANN - CHATRIAN
637- Enormes minucias . * 486 - Cuentos de orillas del Rhin.
CHMELEV, IVÁN ESPINA , A.
95 - El camarero . 174- Luis Candelas, el bandida de
DANA, R. E. Madrid .
429 - Dos años al pie del mástil . 290 -Ganivet. El hombre y la obra .
DARIO, RUBÉN ESPINOSA, AURELIO M.
19 -Azul ... 585 -Cuentos populares de España . *
118 -Cantos de vida y esperanza . ESPINOSA, AURELIO M. ( h )
282 - Poema del otoño. 645 - Cuentos populares de Castilla .
404- Prosas profanas. ESQUILO
516 - El canto errante . 224- La Orestíada . Prometeo encade
DAUDET ALFONSO nado.
738 -Cartas desde mi molino. ESTÉBANEZ CALDERÓN, S.
755 -Tartarín de Tarascón. 188- Escenas andaluzas.
DÁVALOS, JUAN CARLOS EURIPIDES
617 -Cuentos y relatos del Norte ar . 432 -Aloestis . Las Bacantes.
-
EI
gentino. cíclope.
COLECCION AUSTRAL
623 - Electra . Ifigenia en Táuride. GOETHE, J. W.
Las Troyanas . 60 - Las afinidades electivas . *
653 -Orestes . - Medea . - Andrómaca. 449 - Las cuitas de Werther.
EYZAGUIRRE, JAINE 608 - Fausto.
641 - Ventura de Pedro de Valdivia. 752 - Egmont.
FAULKNER , W. GOGOL, N. V.
493 - Santuario. * 173. Tarás Bulba . Nochebuena .
FERNÁN CABALLERO 746 - Cuentos ucranios .
56 - La familia de Alvareda . GÓMEZ DE AVELLANEDA ; G.
364 - La Gaviota . * 498-Antología ( poesías y cartas amo
FERNÁNDEZ DE VELASCO Y resas ) .
PIMENTEL, B. GÓMEZ DE LA SERNA , R.
662 - Deleite de la discreción. Fácil 14- La mujer de ámbar.
escuela de la agudeza. 143. - Greguerías 1940-45 .
FERNÁNDEZ- FLÓREZ , W. 308 - Los muertos, las muertas y otras
145 - Las gafas del diablo. fantasmagorías.
225 - La novela número 13. * 427 -Don Ramón María del Valle - Inclán *
263 - Las siete columnas . GOMPERTZ, MAURICE
284 - El secreto de Barba Azul . * 529 - La panera de Egipto.
325 -El hombre que compró un auto- GONGORA, L. DE
móvil . 75 -Antología.
FERNANDEZ MORENO , B. GONZÁLEZ DE MENDOZA, PEDRO
204 - Antología 1915-1945 . 689 - El concilio de Trento .
GONZÁLEZ MARTINEZ , E.
FIGUEIREDO , FIDELINO DE 333 -Antología poética .
692 - La lucha por la expresión .
741 - Bajo las cenizas del tedio .
GONZÁLEZ OBREGÓN , L.
494 -México viejo y anecdótico.
FOURNIER D'ALBE
663 - Efestos. Quo vadimus . GOSS , MADELEINE
FRANKLIN , B. 587 - Sinfonía inconclusa. *
670 - Brahms . *
171 - El libro del hombre de bien . GRACIAN, BALTASAR
FÜLÖP MILLER, RENÉ 49 - El hérce . - El discreto.
548 -Tres episodios de una vida. 258 -Agudeza y arte de ingenio. *
GÁLVEZ, MANUEL 400 - El criticón . *
355 - El Gaucho de Los Cerrillos. GRANADA, FRAY LUIS DE
433 - El mal metafísico . * 642 - Introducción del símbolo de la fe. *
GALLEGOS, RÓMULO GUEVARA , ANTONIO DE
168 - Doña Bárbara . * 242 - Epístolas familiares .
192 - Cantaclaro . * 759 -Menosprecio de corte y Alabanza
213 -Canaima. * de aldea .
244 - Reinaldo Solar. * GUINNARD , A.
307 - Pobre negro . * 191 -Tres años de esclavitud entre los
338 - La trepadora. * patagones .
425 - Sobre la misma tierra. * HARDY, T.
GANIVET, A. 25 - La bien amada .
126 -Cartas finlandesas. Hombres del HAVEN SCHAUFFLER , R.
Norte . 670 -Brahms. *
139 - Idearium español. El porvenir HEAPN , LAFCADYO
de España . 217-Kwaidan .
GARCÍA DE LA HUERTA, VICENTE HEBBEL , C. F.
684 - Raquel . - Agamenón vengado. 569-Los Nibelungos.
GARCÍA GÓMEZ, E. HEBREO, LEÓN
162 -Poemas arábigoandaluces. **
704- Diálogos de amor.
513 -Cinco poetas musulmanes. HEGEL, G. F.
GARCÍA Y BELLIDO, A. 594 - De lo bello y sus formas. *
515 - España y los españoles hace dos 726- Sistema de las artes,
mil años, según la geografía de HEINE , E.
Strábon . * 184 - Noches florentinas.
744- La España del siglo 1 de nuestra HENNINGSEN , C. F.
era . *
730 -Zumalacárregui. *
GARIN, NICOLAS HERCZEG , F.
708 - La primavera de la vida , 66 - La familia Gyurkovics. •
719 - Los colegiales . HERNÁNDEZ , J.
749 - Los estudiantes. 8 -Martin Fierro .
GÉRARD, JULIO MESSEN , J.
367 - El matador de leones . 107 -Teoria del conocimiento .
GIL, MARTIN HOKACIO
447 -Una novena en la sierra . 643 -Odas,
INDICE DE AUTORESSu
HUARTE, JUAN LARRA, MARIANO JOSÉ DE
599 -Examen de ingenios. * 306- Artículos de costumbres.
HUDSON, G. E. LARRETA , ENRIQUE
182 -Él Ombú y otros cuentos riopla 74 - La gloria de don Ramiro.+
tenses. 85- « Zogoibi ».
HUGO, VICTOR 247 - Santa María del Buen Aire.
619 -Hernani. El rey se divierte. Tiempos iluminados.
652 - Literatura y filosofía , 382 - La calle de la vida y de la muerte.
673 -Cromwell . * 411 -Tenía que suceder ... Las dos fun
IBARBOUROU , JUANA DE daciones de Buenos Aires.
265 - Poemas. 438 - El linyera . - Pasión de Roma.
IBSEN , H. 510 - La que buscaba Don Juan. Ar
193 -Casa de muñecas. . Juan Gabriel temis. Discursos .
Borkman . 560 -Jerónimo y su almohada. Notas
INFANTE VON JUAN MANUEL diversas .
676- El conde Lucanor . 700 - La naranja .
INSUA, A. LATORRE, MARIANO
.
82 - Un corazón burlado. 680 - Chile, país de rincones.
316- El negro que tenía el alma bianca . * LEÓN, FRAY LUIS DE
328 - La sombra de Peter Wald . 51 -La perfecta casada.
IRVING, WASHINGTON 522 - De los nombres de Cristo .
186-Cuentos de la Alhambra. LEÓN , RICARDO
476- La vida de Mahoma. $ 370 -Jauja.
765 - Cuentos del antiguo Nueva York . 391 - Desperta ferro !
ISÓCRATES 481 -Casta de hidalgos . *
412 -Discursos histórico-políticos. 521 - El amor de los amores. .
JAMESON , EGON 561 -Las siete widas de Tomás Portolés,
93 - De la nada a millonarios. 590 - El hombre nuevo .
JAMMES, F. LEOPARDI
9- Rosario al Sol. 81-Diálogos.
JENOFONTE LERMONTOF, M. I.
79 - La expedición de los diez mil 148- Un héroe de nuestro tiempo.
(Anábasis ) . LEROUX, GASTÓN
JONES , T. W. 293 - La esposa del Sol . *
663 - Hermes. 378 - La muñeca sangrienta.
JUNCO, A. 392- La máquina de asesinar.
159 -Sangre de Hispania. LEUMANN , C. A.
KANT 72 - La vida victoriosa .
612 -Lo bello y lo sublime. - La paz LEVENE, RICARDO
. 303 - La cultura histórica y el senti
648 - perpetua
Fundamentación de la metafísica miento de la nacionalidad . *
de las costumbres. 702 - Historia de las ideas sociales ar
KELLER, GOTTFRIED gentinas. *
383- Los tres honrados peineros y otras LEVILLIER , R.
novelas. 91 - Estampas virreinales americanas.
KEYSERLING, CONDE DE 419 - Nuevas estampas virreinales: Amor
92 - La vida íntima. con dolor se paga .
KIERKEGAARD , SÖREN LI HSING -TAO
158 - El concepto de la angustia . 215 - El círculo de tiza .
KINGSTON , W. H. G. LINKLATER , ERIC
375 -A lo largo dei Amazonas. 631 -María Estuardo .
474 - Salvado del mar . LISZT, FRANZ
KIRKPATRICK, F. A. 576 -Chopin.
130 - LOS conquistadores españoles. 763 - Correspondencia .
KOTZEBUE, AUGUSTO DE LONDON , JACK
572 - Le Berlin a París en 1804. * 766- Colmillo blanco . •
KSCHEMISVARA LOPE DE RUEDA
215 - La ira de Caúsica. 479 - Eufemia . - Armelina. - El deleitoso .
LABIN , EDUARDO LOPE DE VEGA
575- Laliberación dela energía atómica. 43 - Peribáñez y el Comendador de
LAMB, CARLOS Ocaña . - La Estrella de Sevilla. *
675 - Cuentos basados en el teatro de 274 - Poesías líricas.
Sliakespeare. " 294- El mejor alcalde, el Rey, - Fuente
LAPLACE, PS. Ovejuna.
688 - Creve historia de la astronoinſa . 354 - el perro del hortelano. El are .
LARBAUD , VALIKY na ! de Sevilla ,
40 -Femina Márquez. 422 -ha Dorotea.
COLECCION AUSTRAL

574- La dama boba. - La niña de plata . * 360 -El « Empecinado » visto por un inglés.
638- El amor enamorado . El caballe 408 -Amiel . *
ro de Olmedo . 600 - Ensayos liberales.
LOWES DICKINSON , G. 661 - Vocación y ética y otros ensayos.
685 - Un « banquete» moderno. 710 - Españoles fuera de España.
LUGONES, LEOPOLDO MARCO AURELIO
$
200 -Antología poética. 756-Soliloquios o Reflexiones morales. *
232 - Romancero . MARCOY, PAUL
LUIS XIV 163 -Viaje por los valles de la quina. *
705 - Memorias sobre el arte de go- MARCU, VALERIU
bernar. 530 - Maquiavelo. *
LUMMIS, C. F. MARICHALAR, A.
514- Los exploradores españoles del si- 78 -Riesgo y ventura del Duque de Osuna.
glo XVI. MARMIER, JAVIER
LYTTON , B. 592 - A través de los trópicos . *
136 -Los últimos días de Pompeya.* MASSINGHAM, H. J.
MACHADO, ANTONIO 529 - La Edad de Oro .
149- Poesías completas. MAURA, ANTONIO
MACHADO, MANUEL 231 - Discursos conmemorativos.
131 -Antología. MAURA GAMAZO , GABRIEL
MACHADO , MANUEL Y ANTONIO 240- Rincones de la historia ,
260-La duquesa de Benameji . - La pri- MAUROIS, ANDRÉ
ma Fernanda. Juan de Mañara . " 2 - Disraeli , *
706- Las Adelfas . - El hombre que mu- 660 - Lord Byron .
rió en la guerra . 731 - Turgueniev .
MACHADO Y ÁLVAREZ , ANTONIO 750- Diario. (Estados Unidos 1946. )
745 -Cantes flamencos . MÉNDEZ PEREIRA, O.
MAETERLINCK , MAURICIO 166- Núñez de Balboa .
385 - La vida de los termes . MENÉNDEZ PIDAL, R.
557 -La vida de las hormigas . 28- Estudios literarios.
606- La vida de las abejas. 55 - Los romances de América y otros
MAEZTU , MARÍA DE estudios.
330-Antología -Siglo XX . Prosistas es- 100-Flor nueva de romances viejos .*
pañoles. * 110-Antología de prosistas españoles.
MAEZTU , RAMIRO DE 120 - De Cervantes y Lope de Vega.
172 - Idea imperial de Carlos V.
31 - Don Quijote . Don Juan y La Ce
lestina . 190 - Poesía árabe y poesía europea.
MAISTRE, JOSÉ DE 250 - El idioma español en sus prime
345 -Las veladas de San Petersburgo . ros tiempos .
MALLEA, EDUARDO 280 - La lengua de Cristóbal Colón .
102 -Historia de una pasión argentina . 300 -Poesía juglaresca y juglares. *
501-Castilla, el idioma . *
la tradición,MARCELINO
202 - Cuentos para una inglesa desespe. MENÉNDEZ Y PELAYO,
rada ,
402 - Rodeada está de sueño. 251 -San Isidoro, Cervantes y otros es .
tudios.
502 -Todo verdor perecerá. 350 - Poetas de la Corte de Don Juan 11.
602 - El retorno .
597- El abate Marchena .
MANACORDA , TELMO 691 - La Celestina . *
613 - Fructuoso Rivera .
MANRIQUE, GÓMEZ 715- Historia de la poesía argentina .
MEREJKOVSKY, D.
665- Regimiento de principes y otras 30 -Vida de Napoleón . *
obras .
737 - El misterio de Alejandro 1. *
MANRIQUE, JORGE 764 - El fin de Alejandro 1. *
135 -Obra completa .
MANSILLA, LUCIO V. MIREMÉE, PRÓSPERO
113 -Una excursión a los indios ranqueles* 152 -Mateo Falcone y otros cuentos .
MARACH , JORGE MESA, E. DE
223 - Poesías completas.
252-Martí, el apóstol . . MESONERO ROMANOS, R. DE
MAQUIAVELO 283 - Escenas matritenses .
69 -El Príncipe ( comentado por Na- MEUMANN , E.
poleon Bonaparte) . 578 - Introducción a la estética actual.
MARAÑÓN, G. MIELI , ALDO
62 - EI Conde- Duque de Olivares . *
129 - Don Juan . 431 - Lavoisier y la formación de la
teoría química moderna .
140 -Tiempo viejo y tiempo nuevo. 485 -Volta y el desarrollo de la elec
185 -Vida e historia . tricidad ,
196-Ensayo biológico sobre Enrique IV MILL, STUART
de Castilla y su tiempo.
83 -Autobiografía,
INDICE DE AUTOR ÉS

MILLAU , FRANCISCO 181 - Tríptico : Mirabeau o el político


707 -Descripción de la provincia del Kant. Goethe.
Río de la Plata ( 1772) . 201 - Mocedades.
MISTRAL, GABRIELA PALACIO VALD'ÉS, A.
503-Ternura. 76 - La Hermana San Sulpicio.
133 -Marta y María. *
MOLIÉRE
106 - El ricachón en la corte. - El en- 155 - Los majos de Cádiz,
189 -Riverita. *
fermo de aprensión, 218 - Maximina. *
MOLINA , TIRSO DE 266- La novela de un novelista . *
73- El vergonzoso en Palacio. EI
Burlador de Sevilla . * 277 -José.
369- La prudencia en la mujer. ΕΙ 298-La alegría del capitán Ribot.
368 - La aldea perdida . *
442 - La gallega por
condenado desconfiado.
Mari - Hernández, La 588 -Años de juventud del doctor An
firmeza en la hermosura . gélico . *
MONCADA , FRANCISCO DE PALMA, RICARDO
52 -Tradiciones peruanas ( 18 selec . ) .
405- Expedición de los catalanes y ara 132 -Tradiciones peruanas ( 29 selec . ) ,
goneses contra turcos y griegos. 309 -Tradiciones peruanas ( 38 selec . ) .
MONTESQUIEU PAPP, DESIDERIO
253 - Grandeza y decadencia de los ro 443 - Más allá del Sol ... ( La estruc
manos . tura del Universo . )
MORAND, PAUL PARDO BAZÁN , CONDESA DE
16 - Nueva York. 760 - La sirena negra .
MORATIN , L. FERNÁNDEZ ElDEsí de las PARRY, WILLIAM E.
335 - La comedia nueva . .
537 -Tercer viaje para el descubrimien
niñas . to de un paso por el Noroeste .
MORETO, AGUSTIN No puede PASCAL , BLAS
119 - El lindo don Diego. 96- Pensamientos.
ser el guardar una mujer. PELLICO, SILVIO
MUÑOZ , R. F. 144 - Mis prisiones .
178-Se llevaron el cañón para Bachimba . PEMÁN JOSÉ MARIA
MUSSET, ALFREDO DE 234 -Noche de levante en calma. Ju
492 - Cuentos . lieta y Romeo.
NAVARRO Y LEDESMA , F. PEREDA, J. M. DE
401 - El ingenioso hidalgo Miguel de 58 - Don Gonzalo González de la Gon
Cervantes Saavedra . * zalera . *
NERUDA , JAN 414- Peñas arriba. *
397 - Cuentos de la Malá Strana . 436- Sotileza . *
NERVO, AMADO 454 - El sabor de la tierruca .
32 - La amada inmóvil . 487- De tal palo, tal astilla.
175 - Plenitud . 528- Pedro Sánchez. *
211 - Serenidad. 558 - El buey suelto ...
311 - Elevación . PEREYRA , CARLOS
373 - Poemas . 236 - Hernán Cortés. *
434 - El arquero divino. PÉREZ DE AYALA, MARTIN
458 - Perlas negras . Místicas . 689 - El concilio de Trento.
NEWTON , ISAAC PÉREZ DE AYALA, R.
334 - Selección . 147 - Las Máscaras. *
NIETZSCHE , FEDERICO 183 - La pata de la raposa .
356 - El origen de la tragedia . 198 -Tigre Juan .
NOVAS CALVO, L. 210 - El curandero de su honra .
194 - El Negrero. 249 - Poesías completas. *
573 - Cayo Canas . PÉREZ DE GUZMÁN, FERNÁN
NÚÑEZ CABEZA DE VACA, ALVAR 725 - Generaciones y semblanzas .
304 - Naufragios y Comentarios. * PÉREZ GALDÓS, B
15 - Marianela .
OBLIGADO, CARLOS
257 - Los poemas de Edgar Poe . PÉREZ LUGÍN , ALEJANDRO
OBLIGADO, RAFAEL 357 - La casa de la Troya . *
197 -Poesías. * PÉREZ MARTINEZ, HÉCTOR
ORDÓÑEZ DE CEBALLOS, P. 531 -Juárez, el impasible .
695 -Viaje del mundo. * PFANDL, LUDWIG
ORTEGA Y GASSET, J. 17 -Juana la Loca ,
1 - La rebelión de las masas. 本 PIGAFETTA , ANTONIO
11 - El tema de nuestro tiempo . 207 - Primer viaje en torno del Globo.
45 - Notas . PLA, CORTÉS
101 - El libro de las misiones. 315 -Galileo Galilei .
151 - Ideas y creencias, 533 - Isaac Newton. *
COLECCIÓN A UST LAL
PLATEX
REY PASTOR, JULIO
44 -Diálogos. 301 - La ciencia y la técnica en si ds.
220 - La República o el Estado.. cubrimient América .
639 -Apología de Sócrates. Criton o REYLES, CARLOS o de
El deber del ciudadano .
PLUTARCO 88 - El gaucho Florido .
208 -ElS embrujo
228-Vidas paralelas: Alejandro - Julio REYNOLD LONG, deA. Sevilla.
César.
718- La sinfonía del crimen .
459- Vidas paralelas : Demóstenes Ci
cerón - Demetrio Antonio . RICKERT, H.
POE, E. ALLAN 347 -Ciencia cultural y ciencia natural.
735-Aventuras de Arturo Gordon Pym. * RIOS, H.,AMADOR DE LOS
693 -Vida del marqués de Santillana .
POINCARÉ, HENRI
379 - La ciencia y la hipótesis. RIVADENEIRA , PEDRO DE
409 -Ciencia y método . * 634 -Vida de Ignacio de Loyola .
579 - Ultimos pensamientos. RIVAS, DUQUE DE
628 - El valor de la ciencia . 46 - Romances . *
PORTNER KOEHLER , R. 656- Sublevación de Nápoles capita
734 - Cadáver en el viento. • neada por Masanielo . *
PRAVIEL, A. ROJAS, FERNANDO DE
21 - La vida trágica de la emperatriz 195 - La Celestina.
Carlota ,
ROJAS, FRANCISCO DE
PRÉVOST, ABATE 104 - Del Rey abajo, ninguno . Entre
89 - Manon Lescaut. bobos anda el juego.
PREVOST, MARCEL ROMANONES, CONDE DE
761 -El arte de aprender. 770 - Dona Maria Cristina de Habsbur
PRIETO, JENARO go y Lorena ,
137 - El socio . ROSENKRANTZ , PALLE
PUIG, IGNACIO
534- Los gentileshombres de Lindenborg *
456 - ¿ Qué es la física cósmica ? ROUSSELET, LUIS
PUSHKIN
12 ? -1.a hija del Capitán . La nevasca . 327 -Viaje a la India de los Maharajahs.
QUEIROZ, EÇA DE RUIZ DE ALARCÓN, JUAN
209 - La ilustre casade Ramires . * 68 - La verdad sospechosa. Los pe
524 -la ciudad y las sierras . * chos privilegiados .
QUEVEDO, FRANCISCO DE RUSSELL, B.
24- Historia de la vida del Buscón . 23 - La conquista de la felicidad .
362 - Antología poética . RUSSELL WALLACE, A. DE
536 - Los sueños . * 313 - Viaje al archipiélago malayo .
626- Política de Dios y gobierno de SÁENZ HAYES, R.
Cristo. * 329 - De la amistad en la vida y en
QUILES , ISMAEL los libros.
467 - Aristóteles. SAID ARMESTO, VICTOR
527 - San Isidoro de Sevilla . 562 - La leyenda de Don Juan . *
QUINTANA , M. J. SAINT - PIERRE , BERNARDINO DE
388 -Vida de Francisco Pizarro .
393 - Pablo y Virginia.
RADA Y DELGADO, JUAN DE DIOS SAINZ DE ROBLES, F.
DE LA
281 -Mujeres célebres de España y Por 114 - El «otro» Lope de Vega ,
tugal ( 1a selec . ) . SALOMON
292 -Mujeres célebres de España y Por 464 - El cantar de los cantares . (Ver .
tugal ( 2a selec . ) . sión de Fray Luis de León . )
RAINIER , P. W. SALTEN , FÉLIX
72.4 -Africa del recuerdo. 363 - Los hijos de Bambi.
RAMÍREZ CABAÑAS, J. 371- Bambi.
358 - Antología de cuentos mexicanos. 395 - Renni « E ! Salvadcr » .
RAMÓN Y CAJAL, S. SALUSTIO, CAYO
90 - Mi infancia y juventud . * 366 - La conjuración de Catilina. · La
187 - Charlas de café . * guerra de Jugurta.
214- El mundo visto a los ochenta años . * SAMANIEGO, FÉLIX MARIA
227 - Los tónicos de la voluntad . * 632 -Fabilas,
241 - Cuentos de vacaciones . * SAN AGUSTIN
RAVAGE, M. E. 559 -Ideario . *
489 - Cinco hombres de Francfort . # SANCHEZ- SÁEZ, BRAULIO
REID, MAYNE 596 -Primera antología de cuentos bra
317 - Los tiradores de rifle . • sileños . *
REISNER, MARY SANDERS, GEORGE
664 -La casa de telarañas. * 657 - Crimen en mis manos . *
INDICE DE AUTORES

SAN FRANCISCO DE ASIS SOLALINDS, A. G.


468 -Las florecilias. - El cántico del 154 - Cien romances escorides .
169 -Anto ! sia de Alfonso X el Sabio ..
S :1. *
SAN JUAN DE LA CRUZ SOLIS, ANTONIO
326 -Obras escogidas . 699 -Historia de la conquista de Mé
SANTA CRUZ DE DUEÑAS, MELCHOR DE jico . *
672 - Floresta española . SPENGLER, O.
721 - El hombre y la técnica y Otros
SANTA MARINA, L. ensayos .
157 -Cisneros.
SANTA TERESA DE JESÚS STAEL, MADAME DE
86 - Las Moradas. 616 - Reflexiones sobre la paz.
372 - Su vida . * 655 -Alemania .
742 - Diez años de destierro . *
636 -Camino de perfección .
SANTILLANA , EL MARQUES DE STENDHAL
10 -Armancia .
552 - Obras.
SANTO TOMAS STERNE, LAURENCE
310-Suma Teológica. ( Selección .) 332 -Viaja sentimental.
SANTOS CHOCANO, JOSÉ STEVENSON , R. L.
751- Antología poética. * 7 -La isla del Tesoro .
342 - Aventura de David Balfour.
SCOTT, WALTER 566- La flecha negra .
*

466- El pirata . * 627 - Cuentos de los mares del Sur.


SCHIAPARELLI , JUAN V. 666- A través de las praderas.
526- La astronomía en el Antiguo
Testamento.
STOKOWSKI , LEOPOLDO
591 - Música para todos nosotros . *
SCHILLER, F.
237 -La educac ión estética del hombre. STORNI, ALFONSINA
142 - Antología poética.
SCHMIDL , ULRICO
424- Derrotero y viaje a España y las STRINDBERG , A.
161 - El viaje de Pedro el Afortunado,
Indias.
SUÁREZ, FRANCISCO P.
SENECA 381 - Introducción a la metafísica .
389 -Tratados morales. SWIFT , JONATAN 本
SHAKESPEARE, W. 235 -Viajes de Gulliver .
27 - Hamlet . SYLVESTER , E.
54- El rey Lear . Pequeños poemas. 483- Sobre la indole del hombre.
87-Otelo, el moro de Venecia. - La TÁCITO
tragedia de Romeo y Julieta . 446 - Los anales . •
109 - El mercader de Venecia. La tra 462 - Historias ,
gedia de Mácbeth . TAINE, HIPÓLITO A.
116 - La tempestad . . La doma de la 448 -Viaje a los Pirineos.
bravia . 595-Filosofía del arte . *
127 --Antonio
452 Las alegres comadres. de Windsor. / TALBOT, KAKE
y Cleopatra
690 - Al burde del abismo. *
- La dos
488-Los comedia de las
hidalgos de equivocaciones.
Verona. - Sue. TAMAYO Y BAUS, MANUEL
ño de una noche de San Juan . 545 - La locura de amor . . Un drama
*
nuevo .
635 -A buen fin no hay mal principio .
Trabajos de amor perdidos . TEJA, ZABRE. A:
553 -Morelos. *
736 - Coriclano .
769 - El cuento de invierno. TEOFRASTO
SHAW, BERNARD 733 - Caracteres morales.
115 - Pigmalión . La cosa sucede . TERTULIANO , Q. S.
615 - El carro de las manzanas . 768 - Apología contra los gentiles.
630 - Héroes.. Cándida . TERENCIO , PUBLIO
640 - Matrimonio desigual . * 729 - La Andriana. La suegra . .
EI
SIBIRIAK, MAMIN atormentador de sí mismo.
739 -Los millones . * 743 - Los hermanos . El eunuco . For
SIENKIEWICZ , ENRIQUE mión .
767 - Narraciones . * THACKERAY, W. M.
SILIÓ CÉSAR 542 - Catalina ,
64 - Don Álvaro de Luna . # THIERRY, AGUSTIN
SILVA VALDÉS, FERNAN 589 - Relato de los tiempos merovingios. *
538 - Cuentos del Uruguay. TOLSTOI , LEÓN
SIMMEL, GEORG 554 - Los cosacos .
38 - Cultura femenina y otros ensayos . 586 - Sebastopol .
SLOCUM , JOSHUA TURGUENEFF, 1.
117 - Relatos de un cazador .
532 -A bordo del « Spray » . *
COLECCIÓN AUSTR Å
134-Anuchka . Fausto .
resplandor de
482 - Lluvia de primavera . Remanso 480
520 -El la hoguera .
- Gerifaltes de antaño .
de *
paz . 555 - Jardín umbrío.
TWAIN , MARK 621 -Claves líricas .
212 - Las aventuras de Tom Sawyer. 651 Cara de Piata
- .
1

649 - El hombre que corrompió a una 667 -Águila de blasón.


ciudad . 681 - Romance de lobos .
679 -Fragmentos del diario de Adán | VALLERY-RADOT, RENÉ
y Diario de Eva . 470 -Madarre Pasteur.
698- Un reportaje sensacional y otros VAN DINE , S. S.
cuentos .
176- La serie sangrienta .
713 -Nuevos cuentos . VARIOS
UNAMUNO, M. DE 319 - Frases.
4 - Del sentimiento trágico de la vida.* VÁZQUEZ, FRANCISCO
33 -Vida de Don Quijote y Sancho. * 512 - Jornada de Omagua y Dorado.
70 -Tres novelas ejemplares y un pró ( Historia de Lope de Aguirre, sus
logo. crímenes y locuras .)
99 - Niebla . VEGA, EL INCA GARCILASO DE LA
112 -Abel Sánchez . 324 - Comentarios reales . ( Selección. )
122 - La tía Tula .
VEGA, GARCILASO DE LA
141 -Amor y pedagogía , 63 -Obras.
160 - Andanzas y visiones españolas. VEGA, VENTURA DE LA
179 - Paz en la guerra .本
484- El hombre de mundo . - La muerte
199 - El espejo de la muerte . de César. *
221 - Por tierras de Portugal y de España VIGNY, ALFREDO DE
233 -Contra esto y aquello.
254-San Manuel Bueno, mártir, y tres 278 - Servidumbre y grandeza militar .
748 -Cinq -Mars. *
historias más.
286 -Soliloquios y conversaciones. VILLA - URRUTIA , MARQUES DE
57 -Cristina de Suecia .
299 -Mi religión y otros ensayos breves . VILLALÓN, CRISTÓBAL DE
312 - La agonía del cristianismo.
323- Recuerdos de niñez y de mocedad . 246 -Viaje de Turquía. *
336 -De mi país . 264- El Crótalon . *
403 - En torno al casticismo
.
VINCI , LEONARDO DE
417- El Caballero de la Triste Figura . 353
650 --Aforismos.
Tratado de la pintura .
$
440 - La dignidad humana,
VIRGILIO
478 -Viejos y jóvenes.
499 -Almas de jóvenes. 203 -Églogas. Geórgicas.
570 -Soledad. VITORIA , FRANCISCO DE
601 -Antología poética . 618- Relecciones sobre los indios .
647 - El otro . El hermano Juan . VIVES, JUAN LUIS
703-Algunas consideraciones sobre la 128 -Diálogos .
literatura hispanoam ericana . 138 Instrucción mujer cristiana.
- de la
UP DE GRAFF, F. W. 272 - Tratado del alma. *
146 -Cazadores de cabezas del Ama- VOSSLER, CARLOS
zonas .
270 - Algunos caracteres de la cultura
URIBE PIEDRAHITA, CÉSAR española .
334 -Joá . 455 -Formas literarias en los pueblos
VALDÉS, JUAN DE románicos.
216 - Diálogo de la lengua . 511 - Introducción a la literatura espa
VALERA, JUAN ñola del Siglo de Oro.
48 - Juanita la Larga. 565 -Fray Luis de León .
VALLE , R. H.
624- Estampas del mundo románico ,
477 - Imaginación de México. 644 - Racine.
VALLE -ARIZPE, A. DE 694- La Fontaine y sus fábulas.
53-Cuentos del México antiguo. WAGNER -LISZT
340 -Leyendas mexicanas.
VALLE - INCLÁN , R. DEL 763 - Correspondencia .
105 - Tirano Banderas . WAKATSUKI , FUKUYIRO
271-Corte de amor. 103 - Tradiciones japonesas .
302 - Flor de santidad . Coloquios ro WALSH , W. T.
mánticos . 504- Isabel la Cruzada. •
415-Voces de gesta. - Cuento de Abril . WALLON, H.
430 - Sonata de primavera . Sonata de 539-Juana de Arco. •
estío. WASSILIEV , A. T.
441 - Sonata de otoño. Sonata de in- 229 - Ochrana.
vierno . WAST, HUGO
460 - Los Cruzados de la Causa. 80 - El camino de las llamas .
ÍNDICE DE A U T O RES

WECHSBERG, JOSEPH WYNDHAM LEWIS , D. B.


697 -Buscando un pájaro azul. 42 - Carlos de *Europa, emperador de
WELLS, H. G. Occidente .
407 - La lucha por la vida. * WYSS , JUAN RODOLFO
WHITNEY, PHYLLIS, A. 437 - El Robinson suizo.
584 - El rojo es para el asesinato . * YÁÑEZ , AGUSTIN
WILDE, JOSÉ ANTONIO 577 -Melibea, Isolda y Alda en tierras
457 - Buenos Aires desde setenta años cálidas .
atrás . YEBES, CONDESA DE
WILDE, OSCAR 727 - Spínola, el de las Lanzas y Otros
18 - El ruiseñor y la rosa . retratos históricos.
65 -El abanico de Lady Windermere. ZORRILLA , JOSÉ
La importancia de llamarse Ernesto. 180 - Don Juan Tenorio . - El puñal del
604 - Una mujer sin importancia . Ua godo.
marido ideal . * 439 - Leyendas y tradiciones.
629 - El crítico como artista . * 614 -Antología de poesías líricas. •
646 - Balada de la cárcel de Reading . ZWEIG , STEFAN
Poemas . 273 - Brasil. *
683 - El fantasma de Canterville . ΕΙ 541 - Una partida de ajedrez. - Una carta,
crimen de Lord Arturo Savile .
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743. PUBLIO TERENCIO AFER : Los hermanos . - El eunuco. -
Formión .
744. A. GARCÍA Y BELLIDO : La España del Siglo I de nuestra
era . *
745. ANTONIO MACHADO Y ALVAREZ : Cantes flamencos.
746. NICOLÁS GOGOL : Cuentos ucranios .
747. AZORIN : Con Cervantes. *
748. ALFREDO DE VIGNY : Cinq- Mars. *
749. NICOLÁS GARIN : Los estudiantes.
750. ANDRÉ MAUROIS : Diario . ( Estados Unidos 1946. )
751. JOSÉ SANTOS CHOCANO : Antología poética . *
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Véase la lista completo, por orden de


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