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No hay nada que marque más la vida cristiana que el amor: el amor a Dios, el amor al
prójimo. Los cristianos no estamos llamados simplemente a amar a quienes nos resulta fácil
amar; también estamos llamados a amar a nuestros enemigos.
Los enemigos pueden aparecen en nuestra vida de formas muy diferentes. Pueden ser
personas que nos menoscaban o persiguen activamente, pero a menudo son solo personas
con las que no estamos de acuerdo o que no nos agradan: un vecino narcisista, un cuñado
intrusivo, un líder político con puntos de vista opuestos, cualquier persona en las redes
sociales.
Es fácil amar a las personas que nos gustan y muy difícil amar a las que
no. Cuando no nos gusta alguien, preferimos mantenernos alejados de esa persona e
incluso verla fracasar, o al menos que no sea premiada por lo que consideramos un mal
comportamiento.
Pero para un cristiano no hay elección. Si deseamos vivir nuestra fe de manera plena,
debemos encontrar la manera de amar incluso a quienes no nos gustan demasiado. ¿Cómo
hacemos algo así? Podemos empezar con algo fundamental…
El Dr. Tom Neal de Word on Fire ha escrito sobre cómo el Concilio Vaticano II, basado en la
teología de Karol Wojtyła (San Juan Pablo II), se basó en la definición de amor de Tomás de
Aquino al vincular «la voluntad del bien del otro» con otro don que debería acompañar a
esta voluntad: el don de sí mismo.
De hecho, Jesús nuestro Señor, cuando oró al Padre, «para que todos sean
uno… así como nosotros somos uno» (Juan 17, 21-22) abrió perspectivas
cerradas a la razón humana, pues implicaba una cierta semejanza entre la
unión de las Personas divinas y la unidad de los hijos de Dios en la verdad
y la caridad. Esta semejanza revela que el hombre, que es la única
criatura en la tierra que Dios quiso para sí mismo, no puede
encontrarse plenamente a sí mismo si no es mediante la
entrega sincera de sí mismo. (Gaudium et Spes #24)
Querer el bien de los demás no es solo desearles lo mejor en nuestro pensamiento, sino
también estar dispuestos a darles algo de nosotros mismos. Puede ser un acto de
generosidad o de paciencia, o una ayuda práctica, pero quizás lo más importante sea la
oración.
Jesús nos dice que oremos por nuestros enemigos. Ya sea en forma de miembros de la
familia que nos molestan un día determinado, o extraños que creemos que están poniendo
el mundo en peligro de alguna manera, podemos orar por ellos.
Ore por aquellos que no le gustan en sus oraciones diarias, en la misa dominical, en su
rosario. Cuando se encuentre con estas personas en su vida diaria, pídale a Dios que las
bendiga. Esto puede ser difícil de hacer, pero a medida que convierte esta práctica en un
hábito, se vuelve más fácil. Y lo que puede suceder es que eventualmente esta oración
ablande su corazón hacia aquellas personas que no son de su agrado.
Amar a las personas que no nos gustan significa elegir querer su bien. En esto, nos
convertimos en auténticos testigos del amor de Dios.