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“Se trataba de una obligación. Habían escuchado eso antes. Lo habían dicho
al repetir la oración del Señor. Pero ahora: ‘…pues el que no perdona las
ofensas de su hermano, queda condenado ante el Señor…’.
“En su corazón, tal vez habrían estado diciendo: ‘Bien, yo podría perdonar si
él se arrepintiera y pidiera perdón; pero él debe dar el primer paso’.
Entonces pareció que sintieron el impacto completo de la última frase: ‘…
porque en él permanece el mayor pecado’.
¿Difícil de hacer? Claro que sí. El Señor nunca prometió un camino fácil, ni
un Evangelio simple, ni normas ni principios rebajados. El precio es elevado,
pero lo que se obtiene a cambio vale la pena. El Señor mismo ofreció la otra
mejilla; soportó sin reproche que lo abofetearan y lo azotaran; sufrió toda
indignidad y, sin embargo, no dejó escapar una palabra de condenación. Y
la pregunta que nos hace a todos nosotros es: “…Por lo tanto, ¿qué clase de
hombres habéis de ser?” Y la respuesta que nos da: “…En verdad os digo,
aun como yo soy” (3 Nefi 27:27) .
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“Por tanto, os digo que debéis perdonaros los unos a los otros; pues el que
no perdona las ofensas de su hermano, queda condenado ante el Señor,
porque en él permanece el mayor pecado.
Tenemos ante nosotros esa lección hoy día. Muchas personas, cuando
tienen que efectuar una reconciliación con otras, dicen que perdonan; pero
continúan abrigando rencores, continúan sospechando de la otra parte,
continúan dudando de la sinceridad del otro. Eso es un pecado, porque
cuando se ha efectuado una reconciliación y se declara que ha habido
arrepentimiento, cada cual debe perdonar y olvidar, reconstruir
inmediatamente los cercos que se hayan derribado y restaurar la
compatibilidad anterior.
Quiero agregar que, a menos que una persona perdone las faltas de su
hermano con todo su corazón, no es digno de participar de la Santa Cena . 5