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LENGUAJE Y COMUNICACIÓN PUNTAJE

Mínimo Máximo Obtenido


2° Nivel de Enseñanza Media
9 18
Departamento de EVALUACIÓN DE CIERRE EXIGENCIA 50%
Lenguaje y Comunicación Primer Semestre de 2022 NOTA
Profesor Iván Bustamante

NOMBRE DEL ESTUDIANTE OBJETIVO FUNDAMENTAL

OF 5. Leer comprensivamente textos de carácter literario


CURSO RUT FECHA referidos a temas y problemas de la realidad
contemporánea.

I. COMPRENSIÓN LECTORA: Lee el relato La siesta del martes de Gabriel García Márquez y responde las siguientes preguntas.
/ 18 pts.

1. Según el narrador, ¿qué vinculo 2. ¿Por qué la niña evita continuar su 3. ¿Por qué la mujer advirtió a la niña que no
tiene Carlos con la niña? viaje en tren al lado de la ventana? debía llorar?
a) Es su hermana a) Ya no le parece atractivo el paisaje. a) Suponía que la gente observaría su visita.
b) Es su padre b) Por orden de la mujer. b) No quería que diera muestras de debilidad.
c) Es un familiar cercano c) Para no llenarse el pelo de carbón. c) Quería evitar que notaran su presencia.
d) Es su tío d) Por la fuerza del viento que ingresa. d) Para mantener un comportamiento digno.

4. ¿Para qué solicita la mujer las llaves 5. ¿Qué vínculo tienen la mujer y la 6. ¿Por qué el sacerdote les pide volver en
del cementerio? niña? otro momento para ser atendidas?
a) Visitar una tumba. a) Madre e hija. a) No quiere que interrumpan su siesta.
b) Realizar decorados. b) Tía y sobrina. b) No cree conveniente ingresar a esa hora.
c) Retirar un cuerpo. c) Abuela y nieta. c) Para protegerlas de las altas temperaturas.
d) Mostrarlo a la niña. d) Familiares cercanos. d) Quiere evitar que visiten la tumba de Carlos.

7. ¿Cómo responde la niña a las 8. ¿Qué opinión tiene el sacerdote 9. ¿Qué ambiente se describe en el primer
órdenes que le da la mujer? sobre el destino de Carlos Centeno? párrafo?
a) Es indiferente a sus mandatos. a) Condena sus actos. a) El interior de un tren.
b) De forma obediente. b) Aprueba la manera en que falleció. b) El camino que lleva a la estación.
c) Las acepta con molestia. c) No tiene una opinión definida. c) Las viviendas cercanas a la estación.
d) Se rebela ante ellas. d) Lamenta. d) Lo observado desde la ventana de un tren.

10. ¿En qué momento del día se 11. ¿Qué lapso de tiempo debió durar 12. ¿Por qué la mujer considera que su hijo
desarrolla la historia? la visita de la mujer y la niña al pueblo? Carlos era una buena persona?
a) Durante la mañana. a) Una hora. a) No robaba a quienes no tenían para su
b) Durante la tarde. b) Tres horas. propio sustento.
c) Durante la noche. c) Una hora y media. b) Aunque robara, ya no sufría golpes para
d) Al mediodía. d) Dos horas. obtener su sustento.
c) Sustentaba económicamente a su familia.

13. Según el fragmento, ¿qué 14. Según el fragmento, ¿cuál es el 15. Según el fragmento, ¿qué información nos
conocimiento muestra el narrador sobre propósito de la expresión anterior? entrega el narrador sobre la actitud de la
el personaje? mujer?
“Tenía la serenidad escrupulosa de
“La niña tenía doce y era la primera la gente acostumbrada a la pobreza” “El sacerdote la escrutó. Ella lo miró
vez que viajaba” fijamente, con un dominio reposado, y el
a) Describir la actitud de la mujer. padre se ruborizó”
a) Conoce sus sentimientos. b) Explicar sus motivaciones.
b) Conoce su aspecto físico. c) Interpretar sus pensamientos. a) La firme decisión que la motiva
c) Conoce su historia de vida. b) Enojo por la actitud del sacerdote
d) Conoce sus pensamientos. c) El deseo de avergonzar al clérigo

16. Según el fragmento, ¿qué 17. Según el fragmento, ¿qué piensa el 18. Según el fragmento, ¿qué mensaje
importancia tiene el tiempo en relato? sacerdote sobre la muerte de Carlos transmite la mujer a la niña?
Centeno?
“A esa hora, agobiado por el sopor, “Si tienes ganas de hacer algo, hazlo ahora
el pueblo hacía la siesta” “—La voluntad de Dios es –dijo la mujer—. Después, aunque te estés
inescrutable –dijo el padre” muriendo de sed no tomes agua en ninguna
a) Comprender por qué la mujer eligió parte. Sobre todo, no vayas a llorar”
ese horario para realizar su visita. a) Merecía la muerte que tuvo
b) Explica el comportamiento de los b) No la merecía a) No debe sentir vergüenza de su familia
habitantes del pueblo. c) Sin opinar, cumple con su deber b) No debe mostrar debilidad ante la gente
c) Revela las intenciones del autor. d) No desea discutir con la madre c) No debe expresar sus sentimientos

TABLA DE RESPUESTAS: Marca la alternativa correcta de cada pregunta.


1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18
PREGUNTA

A A A A A A A A A A A A A A A A A A
B B B B B B B B B B B B B B B B B B
C C C C C C C C C C C C C C C C C C
D D D D D D D D D D D D D D D D D D
—Si tienes ganas de hacer algo, hazlo ahora —dijo la
La siesta del martes mujer—. Después, aunque te estés muriendo de sed no
tomes agua en ninguna parte. Sobre todo, no vayas a
Gabriel García Márquez
llorar.
La niña aprobó con la cabeza. Por la ventanilla entraba
El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, un viento ardiente y seco, mezclado con el pito de la
penetró en las plantaciones de banano, simétricas e locomotora y el estrépito de los viejos vagones. La mujer
interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a enrolló la bolsa con el resto de los alimentos y la metió en
sentir la brisa del mar. Una humareda sofocante entró por la cartera. Por un instante, la imagen total del pueblo, en
la ventanilla del vagón. En el estrecho camino paralelo a el luminoso martes de agosto, resplandeció en la
la vía férrea había carretas de bueyes cargadas de ventanilla. La niña envolvió las flores en los periódicos
racimos verdes. Al otro lado del camino, en intempestivos empapados, se apartó un poco más de la ventanilla y miró
espacios sin sembrar, había oficinas con ventiladores fijamente a su madre. Ella le devolvió una expresión
eléctricos, campamentos de ladrillos rojos y residencias apacible. El tren acabó de pitar y disminuyó la marcha.
con sillas y mesitas blancas en las terrazas, entre Un momento después se detuvo.
palmeras y rosales polvorientos. Eran las once de la No había nadie en la estación. Del otro lado de la calle,
mañana y aún no había empezado el calor. en la acera sombreada por los almendros, sólo estaba
—Es mejor que subas el vidrio —dijo la mujer—. El pelo abierto el salón de billar. El pueblo flotaba en el calor. La
se te va a llenar de carbón. mujer y la niña descendieron del tren, atravesaron la
La niña trató de hacerlo pero la persiana estaba estación abandonada cuyas baldosas empezaban a
bloqueada por óxido. cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle
Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de hasta la acera de sombra.
tercera clase. Como el humo de la locomotora siguió Eran casi las dos. A esa hora, agobiado por el sopor, el
entrando por la ventanilla, la niña abandonó el puesto y pueblo hacía la siesta. Los almacenes, las oficinas
puso en su lugar los únicos objetos que llevaban: una públicas, la escuela municipal, se cerraban desde las
bolsa de material plástico con cosas de comer y un ramo once y no volvían a abrirse hasta un poco antes de las
de flores envuelto en papel de periódicos. Se sentó en el cuatro, cuando pasaba el tren de regreso. Sólo
asiento opuesto, alejada de la ventanilla, de frente a su permanecían abiertos el hotel frente a la estación, su
madre. cantina y su salón de billar, y la oficina del telégrafo a un
Ambas guardaban un luto riguroso y pobre. La niña lado de la plaza.
tenía doce años y era la primera vez que viajaba. La Las casas, en su mayoría construidas sobre el modelo
mujer parecía demasiado vieja para ser su madre, a de la compañía bananera, tenían las puertas cerradas por
causa de las venas azules en los párpados y del cuerpo dentro y las persianas bajas. En algunas hacía tanto calor
pequeño, blando y sin formas, en un traje cortado como que sus habitantes almorzaban en el patio. Otros
una sotana. Viajaba con la columna vertebral firmemente recostaban un asiento a la sombra de los almendros y
apoyada contra el espaldar del asiento, sosteniendo en el hacían la siesta en plena calle.
regazo con ambas manos una cartera de charol Buscando siempre la protección de los almendros la
desconchado. Tenía la serenidad escrupulosa de la gente mujer y la niña penetraron en el pueblo sin perturbar la
acostumbrada a la pobreza. siesta. Fueron directamente a la casa cural. La mujer
A las doce había empezado el calor. El tren se detuvo raspó con la uña la red metálica de la puerta, esperó un
diez minutos en una estación sin pueblo para instante y volvió a llamar. En el interior zumbaba un
abastecerse de agua. Afuera, en el misterioso silencio de ventilador eléctrico. No se oyeron los pasos. Se oyó
las plantaciones, la sombra tenía un aspecto limpio. Pero apenas el leve crujido de una puerta y en seguida una voz
el aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin curtir. cautelosa muy cerca de la red metálica: “¿Quién es?”
El tren no volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos La mujer trató de ver a través de la red metálica.
iguales, con casas de madera pintadas de colores vivos. —Necesito al padre —dijo.
La mujer inclinó la cabeza y se hundió en el sopor. La
niña se quitó los zapatos. Después fue a los servicios —Ahora está durmiendo.
sanitarios a poner en agua el ramo de flores muertas. —Es urgente —insistió la mujer.
Cuando volvió al asiento la madre la esperaba para Su voz tenía una tenacidad reposada.
comer. Le dio un pedazo de queso, medio bollo de maíz La puerta se entreabrió sin ruido y apareció una mujer
y una galleta dulce, y sacó para ella de la bolsa de madura y regordeta, de cutis muy pálido y cabellos color
material plástico una ración igual. Mientras comían, el de hierro. Los ojos parecían demasiado pequeños detrás
tren atravesó muy despacio un puente de hierro y pasó de los gruesos cristales de los lentes.
de largo por un pueblo igual a los anteriores, sólo que en
—Sigan —dijo, y acabó de abrir la puerta.
éste había una multitud en la plaza. Una banda de
músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante. Entraron en una sala impregnada de un viejo olor de
Al otro lado del pueblo, en una llanura cuarteada por la flores. La mujer de la casa las condujo hasta un escaño
aridez, terminaban las plantaciones. de madera y les hizo señas de que se sentaran. La niña
lo hizo, pero su madre permaneció de pie, absorta, con la
La mujer dejó de comer.
cartera apretada en las dos manos. No se percibía ningún
—Ponte los zapatos —dijo. ruido detrás del ventilador eléctrico.
La niña miró hacia el exterior. No vio nada más que la La mujer de la casa apareció en la puerta del fondo.
llanura desierta por donde el tren empezaba a correr de
—Dice que vuelvan después de las tres —dijo en voz
nuevo, pero metió en la bolsa el último pedazo de galleta
muy baja—. Se acostó hace cinco minutos.
y se puso rápidamente los zapatos. La mujer le dio la
peineta. —El tren se va a las tres y media —dijo la mujer.
—Péinate —dijo. Fue una réplica breve y segura, pero la voz seguía
siendo apacible, con muchos matices. La mujer de la
El tren empezó a pitar mientras la niña se peinaba. La
casa sonrió por primera vez.
mujer se secó el sudor del cuello y se limpió la grasa de
la cara con los dedos. Cuando la niña acabó de peinarse —Bueno —dijo.
el tren pasó frente a las primeras casas de un pueblo más Cuando la puerta del fondo volvió a cerrarse la mujer se
grande pero más triste que los anteriores. sentó junto a su hija. La angosta sala de espera era
pobre, ordenada y limpia. Al otro lado de una baranda de madre cuando era niña y como debió imaginar el propio
madera que dividía la habitación había una mesa de sacerdote alguna vez que eran las llaves de San Pedro.
trabajo, sencilla, con un tapete de hule, y encima de la Las descolgó, las puso en el cuaderno abierto sobre la
mesa una máquina de escribir primitiva junto a un vaso baranda y mostró con el índice un lugar en la página
con flores. Detrás estaban los archivos parroquiales. escrita, mirando a la mujer.
Se notaba que era un despacho arreglado por una —Firme aquí.
mujer soltera. La mujer garabateó su nombre, sosteniendo la cartera
La puerta del fondo se abrió y esta vez apareció el bajo la axila. La niña recogió las flores, se dirigió a la
sacerdote limpiando los lentes con un pañuelo. Sólo baranda arrastrando los zapatos y observó atentamente
cuando se los puso pareció evidente que era hermano de a su madre.
la mujer que había abierto la puerta. El párroco suspiró.
—¿Qué se le ofrece? —preguntó. —¿Nunca trató de hacerlo entrar por el buen camino?
—Las llaves del cementerio —dijo la mujer. La mujer contestó cuando acabó de firmar:
La niña estaba sentada con las flores en el regazo y los —Era un hombre muy bueno.
pies cruzados bajo el escaño. El sacerdote la miró,
El sacerdote miró alternativamente a la mujer y a la niña
después miró a la mujer y después, a través de la red
y comprobó con una especie de piadoso estupor que no
metálica de la ventana, el cielo brillante y sin nubes.
estaban a punto de llorar. La mujer continuó inalterable:
—Con este calor… —dijo—. Han podido esperar a que
—Yo le decía que nunca robara nada que le hiciera falta
bajara el sol.
a alguien para comer, y él me hacía caso. En cambio,
La mujer movió la cabeza en silencio. El sacerdote pasó antes, cuando boxeaba, pasaba hasta tres días en la
del otro lado de la baranda, extrajo del armario un cama postrado por los golpes.
cuaderno forrado de hule, un plumero de palo y un tintero,
—Se tuvo que sacar todos los dientes —intervino la
y se sentó a la mesa. El pelo que le faltaba en la cabeza
niña.
le sobraba en las manos.
—Así es —confirmó la mujer—. Cada bocado que me
—¿Qué tumba van a visitar? —preguntó.
comía en ese tiempo me sabía a los porrazos que le
—La de Carlos Centeno —dijo la mujer. daban a mi hijo los sábados a la noche.
—¿Quién? —La voluntad de Dios es inescrutable —dijo el padre.
—Carlos Centeno —repitió la mujer. Pero lo dijo sin mucha convicción, en parte porque la
El padre siguió sin entender. experiencia lo había vuelto un poco escéptico, y en parte
—Es el ladrón que mataron aquí la semana pasada — por el calor. Les recomendó que se protegieran la cabeza
dijo la mujer en el mismo tono— Yo soy su madre. para evitar la insolación. Les indicó bostezando y ya casi
completamente dormido, cómo debían hacer para
El sacerdote la escrutó. Ella lo miró fijamente, con un
encontrar la tumba de Carlos Centeno. Al regreso no
dominio reposado, y el padre se ruborizó. Bajó la cabeza
tenían que tocar. Debían meter la llave por debajo de la
para escribir. A medida que llenaba la hoja pedía a la
puerta, y poner allí mismo, si tenían, una limosna para la
mujer los datos de su identidad, y ella respondía sin
iglesia. La mujer escuchó las explicaciones con atención,
vacilación, con detalles precisos, como si estuviera
pero dio las gracias sin sonreír.
leyendo. El padre empezó a sudar. La niña se
desabotonó la trabilla del zapato izquierdo, se descalzó Desde antes de abrir la puerta de la calle el padre se dio
el talón y lo apoyó en el contrafuerte. Hizo lo mismo con cuenta de que había alguien mirando hacia adentro, las
el derecho. narices aplastadas contra la red metálica. Era un grupo
de niños. Cuando la puerta se abrió por completo los
Todo había empezado el lunes de la semana anterior, a
niños se dispersaron. A esa hora, de ordinario, no había
las tres de la madrugada y a pocas cuadras de allí. La
nadie en la calle. Ahora no sólo estaban los niños. Había
señora Rebeca, una viuda solitaria que vivía en una casa
grupos bajo los almendros. El padre examinó la calle
llena de cachivaches, sintió a través del rumor de la
distorsionada por la reverberación, y entonces
llovizna que alguien trataba de forzar desde afuera la
comprendió. Suavemente volvió a cerrar la puerta.
puerta de la calle. Se levantó, buscó a tientas en el ropero
un revólver arcaico que nadie había disparado desde los —Esperen un minuto —dijo, sin mirar a la mujer.
tiempos del coronel Aureliano Buendía, y fue a la sala sin Su hermana apareció en la puerta del fondo, con una
encender las luces. Orientándose no tanto por el ruido de chaqueta negra sobre la camisa de dormir y el cabello
la cerradura como por un terror desarrollado en ella por suelto en los hombros. Miró al padre en silencio.
veintiocho años de soledad, localizó en la imaginación no —¿Qué fue? —preguntó él.
sólo el sitio donde estaba la puerta sino la altura exacta
—La gente se ha dado cuenta.
de la cerradura. Agarró el arma con las dos manos, cerró
los ojos y apretó el gatillo. Era la primera vez en su vida —Es mejor que salgan por la puerta del patio —dijo el
que disparaba un revólver. Inmediatamente después de padre.
la detonación no sintió nada más que el murmullo de la —Es lo mismo —dijo su hermana—. Todo el mundo
llovizna en el techo de cinc. Después percibió un está en las ventanas.
golpecito metálico en el andén de cemento y una voz muy La mujer parecía no haber comprendido hasta
baja, apacible, pero terriblemente fatigada: “Ay, mi entonces. Trató de ver la calle a través de la red metálica.
madre”. El hombre que amaneció muerto frente a la casa, Luego le quitó el ramo de flores a la niña y empezó a
con la nariz despedazada, vestía una franela a rayas de moverse hacia la puerta. La niña la siguió.
colores, un pantalón ordinario con una soga en lugar de
—Esperen a que baje el sol —dijo el padre.
cinturón, y estaba descalzo. Nadie lo conocía en el
pueblo. —Se van a derretir —dijo su hermana, inmóvil en el
fondo de la sala—. Espérense y les presto una sombrilla.
—De manera que se llamaba Carlos Centeno —
murmuró el padre cuando acabó de escribir. —Gracias —replicó la mujer—. Así vamos bien.
—Centeno Ayala —dijo la mujer—. Era el único varón. Tomó a la niña de la mano y salió a la calle.
El sacerdote volvió al armario. Colgadas de un clavo en
el interior de la puerta había dos llaves grandes y García Márquez, G. (1962). La siesta del martes. En: Los funerales
oxidadas, como la niña imaginaba y como imaginaba la de la mamá grande. México: Universidad.

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