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LOS POBRES DE LA CLASE MEDIA: ESTILO DE VIDA, CONSUMO E IDENTIDAD

EN UNA CIUDAD TRADICIONAL

1. CARATULA

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2. En 1907, dos inspectores de la ciudad publicaron un informe sobre la vivienda en

Lima, en el que escribieron que la clase trabajadora urbana estaba dividida en dos

grupos. El primer grupo incluía a "obreros, artesanos, jornaleros y trabajadores

ordinarios", y el segundo grupo incluía a "personas de clase media, principalmente

mujeres, a quienes la lucha por la existencia tiene el mayor obstáculo".

"En condiciones aún más desfavorables, las personas del segundo grupo, por

preocupaciones infundadas, falsos respetos sociales y otras razones triviales,

abandonan los páramos y callejones, vienen a refugiarse en grandes casas de

labranza o en las llamadas casas de familia, y en ambos casos, especialmente en el

segundo caso, ocupan entrepisos, sótanos, el cuarto interior está ubicado cerca de los

muros del cerco y otros lugares excluidos, los sanitarios están sucios, pequeños,

húmedos, sin luz y sin ventilación, las propias madrigueras en los que sus habitantes

viven, cocinan, satisfacen todas sus necesidades, respiran un aire contaminado, pasan

por todas las pruebas inherentes a vivir en un ambiente donde el aire está restringido,

son en realidad habitaciones de extrema insalubridad en la existencia de Lima”

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3. El informe llamó la atención por dos razones. En primer lugar, sorprende que los

inspectores consideren a la “clase media” como un grupo de personas que vive

claramente en la pobreza, sin grandes recursos económicos. Pero así fue: los

inspectores destacaron que esas mujeres eran de clase media, a pesar de sufrir una

pobreza aguda que las obligó a vivir en condiciones aún peores a las que tenían los

artesanos, obreros y jornaleros. Manejaron una definición de la clase media que poco
o nada tenía que ver con los índices socioeconómicos que tanto utilizamos en las

ciencias sociales.

En segundo lugar, el informe señala que un gran número de personas, que pueden

vivir un poco mejor en callejones o terrenos baldíos, optan sin embargo por vivir peor

en casas de alquiler o más llamadas viviendas familiares. ¿Pero por qué? ¿Cuáles

fueron las "inquietudes sin fundamento", "el llamado respeto social" que les hizo hacer

esto? Según los inspectores, estas familias "sólo prefieren vivir en instalaciones sucias

e insalubres, para cubrirse de engaños para residir en una vivienda digna". En otras

palabras, las casas de vecindad y casas de familia gozaban de un status social

superior al de los callejones o solares. Aquéllas eran consideradas "decentes", a pesar

de una realidad que a menudo contradecía tales prejuicios. Y, evidentemente, para los

"pobres de clase media", el prestigio de la vivienda era más importante que su

condición física e higiénica.

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4. I. LA VIVIENDA "DECENTE" EN LA LIMA DE 1900: De 1910 a 1920, la ciudad no se

dividió en distritos ricos o pobres. Es cierto que la élite tenía su barrio favorito en el

centro de la ciudad, mientras que las familias pobres se concentran más densamente

en Barrios Altos, alrededor del Mercado Central, o en los distritos del Rímac y La

Victoria. Sin embargo, el proceso de distinguir entre los residentes no avanzó mucho,

por lo que los ricos y los pobres seguían siendo vecinos, y la villa de lujo a menudo se

encontraba junto al callejón. Así, no es el barrio sino el tipo de residencia lo que

contribuye al estatus de los residentes.

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5. En Lima en 1900, la residencia más popular seguía siendo la casona colonial,

generalmente de uno o dos pisos de altura, con decenas de habitaciones que

rodeaban el patio. En teoría, la casona debería ser la residencia de una familia noble
extendida, con todos sus parientes, sirvientes y subordinados. La casa colonial no fue

concebida como una mera inversión inmobiliaria, sino como un espacio privilegiado

con su historia, carácter y futuro. Pero, en la práctica eran pocas las familias que no

precisaban del dinero ganado por el alquiler de varios departamentos. Por

consiguiente, las familias de la élite hacían gran esfuerzo para buscar a inquilinos

"decentes", y escogían a sus arrendatarios con mucho cuidado, pidiendo referencias

como si se tratase de un empleo de alta confianza. Sus motivos eran dos: por un lado,

era sincero su temor de que un extraño indeseable estorbara la seguridad y

tranquilidad del hogar. Por otro lado, insistir en inquilinos "decentes" les permitía

ocultar su interés económico tras la fachada de un paternalismo laudable. Al encontrar

un arrendatario lo suficientemente respetable, se acostumbraba tratarlo como si fuera

un amigo o pariente, reproduciendo así el sistema patrimonial que tanto caracterizaba

a la época.

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6. Por razones similares, las élites buscaban inquilinos de cierto estatus social. Si no

podían pagar una casa propia, querían encontrar un hogar en la casona de una familia

prestigiosa, con la esperanza de que vivir "en la casa de Don Fulano" les traiga

respeto como un amigo, o parte de familia. Por eso es que despreciaban tanto los

solares y callejones, que eran considerados solamente para los negros, indios y gente

de rango inferior. Y como bien entendían los inspectores, allí -y no en los tan criticados

callejones- se hallaban las condiciones más antihigiénicas de Lima.

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7. Debido a la escasez de viviendas accesibles en Lima desde el siglo XX, la mayoría de

la gente decente; No tenían suficientes ingresos para alquilar una habitación

espaciosa, limpia y saludable en la casa de un noble. Así que estas personas fueron a

apartamentos en edificios que pueden parecer lujosos desde el exterior, pero sus
dueños por desesperación económica o por descuido. Están fragmentados y

superpoblados, lo que los hace insalubres e incluso peligrosos.

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8. La elección de vivienda, en cierto modo era nada más que una decisión de consumo,

tiene una connotación social muy fuerte. La vivienda indica la clase social a la que

pertenece o pretende pertenecer una persona. Indica el círculo de amigos y conocidos

que una persona ha identificado o quiere definir, e indica el estilo de vida que una

persona quiere llevar o parece tener. Ahora bien, para el jornalero de medianos

ingresos, tomar un cuarto en uno de los mejores callejones de Lima no le parecía nada

malo. Pero para los que se creían miembros respetables de la sociedad, eso era un

sacrificio insoportable: no por lo que era, sino por lo que significaba. La elección del

lugar para vivir es un grito de identidad, una manera de decir "¡así soy!". Y estos gritos

han contribuido en gran medida a la formación histórica de las clases sociales.

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9. II. GENTE DECENTE, GENTE DE PUEBLO Y LAS REGLAS DE JERARQUÍA: una

declaración personal de identidad como miembro de tal o cual clase, por sí sola, no

tiene absolutamente ningún sentido. La posición social no radica en cómo se identifica

a sí mismo, sino en cómo lo identifican los demás. Y esto a su vez depende de los

prejuicios, costumbres y tradiciones que han moldeado la ideología dominante de la

sociedad. Por lo tanto, se debe partir de las leyes de estratificación social tal como las

entiende la población de en ese momento. En cuanto a la Lima de 1900, varios

historiadores, sociólogos y antropólogos coinciden en que existía una visión dominante

de la sociedad, una particular idea de jerarquía que podría calificarse de hegemónica.

Según este concepto dominante, la gente se dividía en sólo dos clases o, más

precisamente, dos estamentos: la gente denominada decente y la gente de la ciudad.

Las personas nobles incluyen aquellas que poseen algunas cualidades "superiores" en
términos de raza, nombre, educación, ocupación y estilo de vida. Pero es importante

entender que, según la cultura e ideología dominantes, estas cualidades debían

formarse en la cuna, ya que no era posible adquirirlas en el curso de la vida. La

ideología dominante imaginaba que la riqueza, debido a que tiene por definición un

carácter transitorio y no innato, jamás podía determinar el status del hombre. En la

práctica, por supuesto, la fortuna sí importaba, y docenas de nuevos ricos entraban a

la élite cada año. Pero la teoría persistía, no obstante la realidad. El peso de la

tradición y sobre todo esta desconexión entre una jerarquía de prestigio y otra de

dinero nos explica por qué los inspectores municipales hablaban de "las pobres de la

clase media". Aunque sin dinero y viviendo en condiciones miserables, las mujeres de

las que habla el informe reunían los requisitos de decencia porque eran blancas,

educadas y, sobre todo, de apellidos conocidos. "Clase media", entonces, parecía una

descripción apta -según las reglas vigentes de estratificación social- para estas

personas que difícilmente se ubicaban dentro de uno u otro de los dos estamentos.

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10...En la Lima de las décadas de 1910 y 1920, muchos miembros de la élite continuaron

defendiendo la idea de que las clases sociales no estaban definidas por el dinero.

Paradójicamente, este hecho puede explicarse como una reacción al crecimiento de un

nuevo grupo de ricos durante el auge de las exportaciones posterior a la Primera Guerra

Mundial. Mientras los nuevos ricos buscaban redefinir las reglas de estratificación para

privilegiar los atributos de riqueza y consumo, sus adversarios en la aristocracia

tradicional, a veces en crisis, insistiendo en mantener la definición de "honestidad"

basada en la apellido, tradición y todo lo que el dinero no puede comprar. En de este

esfuerzo, la vieja élite recibió ayuda de figuras destacadas del gobierno, la prensa y la

intelectualidad, industrias en las que no es raro encontrar a los hijos de familias de

ascendencia poderosa e inferiores. Como resultado, la ideología de real estate tomó una
nueva vida justo cuando su base económica comenzó a desmoronarse.

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11. A pesar de una ideología que ve los apellidos como determinantes de estatus, no hay

forma de hacer eficiente la jerarquía del árbol genealógico. Está claro que en la mayoría de

los casos no hay duda de que un Prado o un Miró Quesada no deben confundirse con el

panadero de la esquina. Pero las excepciones ocurren con más frecuencia de lo que admite

la élite. Con el creciente anonimato urbano, el oligarca venido a menos bien se podía

confundir con el arribista que lograba efectuar un estilo correctamente aristocrático. Tampoco

la suerte de los nuevos ricos, pero según el oligarca que ha atravesado tiempos difíciles, el

dinero no tiene nada que ver con la fama.

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12. En otras palabras, mientras la vieja élite luchaba por defender sus posiciones contra la

fuerza de la moneda recién adquirida, abrió nuevas vías de movimiento para algunos, quizás

los más activos, sobre todo, personas que no tienen apellido, no tienen dinero, pero sí

cultura bien administrada y muchas otras cosas de privilegio.

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13. III. EL STATUS COMO FACHADA, LA MOVILIDAD COMO ENGAÑO: se explica

perfectamente en este contexto que surgió a principios del siglo. Hemos visto que la imagen

hegemónica postulaba una jerarquía social enraizada en atributos innatos y permanentes,

pero no era posible saber con precisión absoluta quién poseía los antecedentes notables y

quién no. Para el arribista, entonces, el secreto de la movilidad no residía en ganar fortuna,

sino en convencer a los demás que uno siempre había sido miembro respetable de la

sociedad.

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14. La imitación del arribista, descrita y tan comentada por Salazar

Bondy en la historia de Lima, se interpreta perfectamente en el contexto de su aparición en el

cambio de siglo. Hemos visto que la imagen hegemónica postula una jerarquía social

arraigada en atributos innatos y permanentes, pero no se puede saber con absoluta

precisión quién tiene un antepasado notable y quién no. Así que para el arribista, el secreto

del móvil no es hacer fortuna, sino convencer a otro de que una persona siempre ha sido un

miembro respetable de la sociedad. Su pasado, su antepasado, su ser.

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15. Debido a que el trabajo manual era considerado como una marca insuperable de

inferioridad, los artesanos buscaban ocultar su profesión, negándose, por ejemplo, a salir a

la calle con su uniforme de trabajo. Obreros en huelga se vestían con su mejor traje y

sombrero para marchar en las plazas públicas, presentándose no como proletarios, sino

como hombres dignos de respeto. Por el mismo motivo, no eran raras las personas que

preferían tener un puesto de empleado -aunque mal remunerado en lugar de un trabajo

manual con mejor salario. Hasta los apellidos se manipulaban con vista al status social. El

hijo de una familia sin prestigio preservaría, como segundo o tercer apellido, el apellido de

una abuela o bisabuela más distinguida. Por ejemplo, Lucho Gómez García se convertiría en

Luis G. García Calderón del Prado, aunque no se había visto a un Calderón o Prado en la

familia desde 80 años atrás. Tendría, por supuesto, aún más éxito si lograba llamarse Don

Luis G. García Calderón del Prado.

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16. Un cuento de la época, "Mi corbata" de Manuel Beingolea, muestra claramente el

papel de la apariencia como definición social y del engaño como medio de movilidad. Julio

Ortega narra el argumento del cuento: la historia de un joven empleado con un sueldo

mensual de 50 soles, que se convierte en un arribista exitoso.

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17. Beingolea satiriza la sociedad aristocrática y, obviamente, el cuento no debe ser

tomado como una historia verídica, pero hay evidencia de que muchas personas reales

buscaban auto inventarse justamente a la manera en que Beingolea describe. Es difícil,

pues, comprender su actuar si no fuera posible que unos cuantos hábiles tuvieran éxito

convirtiendo la fachada en realidad.

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18. Más importante aún, Beingolea nos dice que en muchos casos, la llave que abre la

puerta a la movilidad por apariencia es el consumo. Como hemos visto, la ideología

dominante sostenía que el dinero no determinaba el estatus. La sociedad aristocrática

tenía sus códigos de conducta, no menos prácticos como escritos. Hay tradiciones estrictas

por las cuales ha determinado una vivienda aceptable para una familia decente.

Tiene las mismas costumbres estrictas que dictan las preferencias y modales de un caballero

o dama, cómo vestir, cómo mover el de un lugar a otro, dónde comer y qué hacer. Para tener

posibilidades de éxito, el arribista debe seguir estas etiquetas sociales al pie de la letra. La

pobreza ponía una barrera inmensa a la movilidad por apariencia. Los colegios con "mejor

roce" eran los más costosos; la vivienda decente y el traje inglés valían más que el cuarto del

callejón y la camisa de tela nacional. Pero lo importante es que el dinero por sí solo no tenía

significación: era el dinero correctamente empleado en el consumo lo que ganaba posición

social. Además, en muchos casos, no era la pobreza propiamente dicha, sino la incapacidad

de seguir los patrones exigidos de comportamiento (incluyendo los requerimientos de

consumo), lo que frustraba los intentos de movilidad o hasta impulsaba la movilidad

descendente.

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19. La palabra huachafo surgió justamente a fines del siglo XIX o principios del siglo XX en

Lima, para tachar a aquellos que intentaban aparentar un status ficticio. La palabra servía,

para los que la utilizaban, como una suerte de sanción, un castigo simbólico para los que
querían subvertir "el orden natural de la sociedad". Si las apariencias y el engaño constituían

las armas preferidas del arribista, la crítica a la huachafería era la mejor defensa del

privilegiado. Tildar al adversario de huachafo era una estrategia sumamente efectiva:

contrarrestaba todo el trabajo de auto invención y, por ende, disminuía el status mismo del

pretendido arribista.

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20. Negar simbólicamente la existencia del prestigio detuvo el avance y le quitó su

fortuna. O mejor dicho, probablemente sea más eficiente que quitarle su fortuna porque,

como vemos, solo ingresó su valor para comprar prestigio.

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21. La palabra huachafo sirve como estrategia especialmente adecuada al entorno

peruano para que mantenga un monopolio en el consumo de bienes que

han identificado como personas privilegiadas. En sociedades donde el dinero juega un papel

más decisivo en la definición de la élite, es relativamente fácil para mantener este monopolio

sin necesidad de una sanción. En estas sociedades, con valores más burgueses que

aristocráticos, era el mercado el que empujaba al alza los precios del simbólico para

consumo privilegiado. Pero en la sociedad peruana, donde la clase alta estaba formada por

mucha gente que no era rica, se necesitaba otro criterio de exclusión que no dependiera del

dinero. La solución fue llamar huachafo a todos aquellos que buscaban pero que no "debían"

estar en condiciones de cumplir los requisitos del consumo "correcto".

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22. La palabra también era utilizada por personas que aceptaban su lugar en las clases

subalternas y reivindicaban una conciencia colectiva. En este caso, se empleaba para

castigar a aquel que traicionara a sus compatriotas, que quebrara la solidaridad frente a los

de arriba, que denigrara como inferiores la cultura y los modales de la clase desde la cual

provenía y que debía defender. De esta manera la palabra huachafo llegó a extenderse
hacia la población entera, esencialmente con el mismo significado para todos, aunque con

motivos distintos. La huachafería no es ni mucho menos la única patología de la clase media

seducida por la ilusión del ascenso. Por el contrario, la palabra ha tenido una función

específica en la lucha de clases, o mejor dicho, tiene funciones diferentes según el objeto de

uso. Su objetivo común es evitar que la movilidad ascendente se produzca a través de la

apariencia, el engaño y la autoinvención.

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23. Con este nuevo enfoque, podemos volver nuestra atención al comportamiento concreto

de nuestros pobres de la clase media. En los ejemplos que siguen, veremos una

característica común y constante: el intento de llevar, a todo costo, un estilo de vida

conforme a las pautas tradicionales de decencia. Lejos de señalar una "conciencia falsa",

estas acciones muestran la única conciencia posible: la conciencia de que su posición social

dependía fundamentalmente de su éxito o fracaso en construir la fachada correcta, en

asumir una identidad respetable.

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24. LEER

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25. Aunque las mujeres se encontraban en una variedad de ocupaciones, desde fábricas

textiles hasta mercados centrales, la ideología popular no les permite trabajar legítimamente.

Pero incluso en el mejor de los casos, el trabajo de las mujeres era visto como una triste

desgracia por parte de la élite, y si alguien "de buena familia" lo hace, es mejor que lo

encubra, lo esconda. Es por esto que la ocupación familiar de las mujeres honestas es la

costura casera, un trabajo con grandes beneficios que no se oculta. La mujer que cose ropa

en casa muchas veces era apoyada en una red de conexiones personales y familiares para

“darle trabajo” sin revelar su doloroso secreto fuera del estrecho círculo de amigas. Así, las

apariencias se mantenían. Tiendas como Oechsle emplearon a las hijas de la clase media
para vender ropa femenina, perfumes y otros artículos de moda. Los bancos siguieron el

ejemplo, y poco a poco el trabajo de oficina le quitó el lugar a la costura a domicilio. Pero

este cambio era mucho menos revolucionario de lo que supondríamos. Según la ideología

dominante, estos trabajos no podrían ser más que un pasatiempo para la muchacha de

familia respetable: algo que hacer hasta que se casaba, pero ahí nomás.

Consecuentemente, los sueldos que percibían estas empleadas eran criminalmente bajos, y

hay evidencia de que no pocas jóvenes buscaron trabajar en una tienda de modas no tantas

por el dinero sino por la independencia y tal vez por la posibilidad de comprar con descuento.

Hasta decían que la jerarquía de empleos tenía mucho que ver con el prestigio relativo de

cada tienda y la popularidad de sus productos. Todo esto contribuyó a perpetuar la imagen

de que la mujer decente no trabajaba, o si trabajaba era por capricho, no por necesidad.

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26. Otro aspecto que forma parte de una identidad respetable es la preocupación por el

honor. En cuanto a las mujeres, sabemos que el honor está en la castidad sexual; Para los

hombres, el honor significa algo más grande, aunque menos específico. Esto muestra una

visión clara de la sociedad, donde la posición social radica finalmente en los patrones de

comportamiento, en el honor, en ser un caballero. La fortuna seguía siendo lo de menos.

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27. No se puede negar que las clases sociales a menudo están determinadas por la

apariencia y los patrones de consumo han jugado un papel extremadamente importante.

Restaurantes, cafés y confiterías, teatros e hipódromo, y las calles sirven de escenario,

donde actúan oligarcas tradicionales, recién llegados y advenedizos. Allí han visto y han sido

vistos; allí, todos los días, inventan y reinventan sus identidades para la exhibición pública. Y

como hemos visto, este es un escenario peligroso para la clase media pobre. Un error, un

atuendo sucio, un comentario descontento y todo el trabajo de promoción de la apariencia de

podría arruinarse. Pero las reglas del consumo racional casi siempre implican que debe
haber gastos difíciles de cubrir. Fueron los factores de vivienda, consumo, costumbres y

estilos de vida los que separaron las clases sociales en la Lima de principios de siglo. Claro,

el dinero es importante, pero solo en términos de cómo se gasta. Y aquí en Lima hay un

lugar para los pobres de la clase media, para los que siendo pobres nacen, se educan o

tienen la suerte de tener acceso al mundo cultural de la clase alta. No es una vida fácil, pero

es una vida posible, que no existe en todos los países ni en todos los tiempos.

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28 y 29. CONCLUSION: hemos visto que esta visión de la clase media es tanto correcta

como incorrecta. Por un lado, es cierto que muchas personas han estado dentro de los

límites de la sociedad respetable y buscan a toda costa seguir las reglas del comportamiento

decente. Su forma de vida es completamente incompatible con la práctica de la frugalidad y

ciertamente ha contribuido al empobrecimiento progresivo de muchos. Pero, por otro lado, en

Lima en 1900, ahorrar una cierta cantidad de dinero no proporcionaba ninguna ventaja de

estatus. Por el contrario, el dinero tiene significado social solo cuando se gasta en un estilo

de vida decente. Por lo tanto, era inapropiado criticar los esfuerzos por invertir capital en

adquirir o mantener una identidad respetable. Es como una inversión más: puede llevar al

éxito o al fracaso. Es cierto que mucha gente ha vivido, como decía Capelo, "más allá de sus

posibilidades". Pero, al menos por un tiempo, se sienten amables y, en muchos casos,

realmente lo son. Al fin y al cabo, la vida de la clase media pobre puede entenderse como

una tragedia o un éxito: pueden vivir y morir pobres, pero, a pesar de todo, no dejan de ser

burgueses para sí mismos y para los demás ojos.

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