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Los Juegos Olímpicos modernos no eran considerados para Coubertin como una mera práctica físico-
deportiva competitiva, sino como una festividad al igual que en la antigua Grecia, pero sin rendir
culto a ninguna divinidad.

    Otro de los elementos que han surcado los siglos desde la Edad Antigua hasta nuestros tiempos,
son las instalaciones relacionadas con los Juegos Olímpicos; así, es interesante las aportaciones
científicas que nos ofrece Durántez (2003) en su obra, en las cuales nos informa sobre el
descubrimiento de gimnasios, palestras y otros espacios, durante diferentes excavaciones en la
ciudad de Atenas. Pero, el máximo exponente, a nivel arquitectónico, que hoy en día produce una
gran expectación e interés tiene lugar en los estadios; al respecto, Durántez (2003) hace referencia al
antiguo estadio de Olimpia como “la pieza agonal fundamental” (p. 5).

    No podemos permanecer impasibles ante el espacio cronológico que abarca desde la supresión
de los juegos grecorromanos por Teodosio en el año 393 hasta la restauración de los Juegos
Olímpicos modernos de Atenas en 1896. Durante todo ese período cabe cuestionarse como la difusión
y los intentos de recuperación de los antiguos festivales panhelénicos han sido tan escasos y han
tenido tan poca relevancia; sin embargo, en poco más de un siglo después de la reinstauración de los
Juegos Olímpicos por Coubertin, se han convertido en un acto universal, en continuo desarrollo.

    Ante este devenir de acontecimientos, cabe posicionarse ante varios interrogantes ¿permanecerán
ocultos nuevos datos que nos lleven a nuevos descubrimientos relacionados con el Olimpismo?
¿Habrán forzado y obligado a algunos personajes de la Historia a destruir registros y evidencias
olímpicas? En estos casos, podríamos hablar por un lado de represión o persecución olímpica, pero
por otro lado, habría que loar y reconocer el hecho de aquellos seres humanos que han devuelto a la
Historia el Olimpismo; Diem (1966) califica a Coubertin como “primera figura del deporte
contemporáneo” (citado por Rodríguez, 2003, p. 203).

    Por su parte, Coubertin hace eco del espíritu olímpico y los hándicaps que ha tenido que superar
a lo largo de la Historia, y lo concreta como “una gran maquinaria silenciosa cuyas ruedas no
rechinan y cuyo movimiento no cesa nunca a pesar de los puñados de arena que algunos lanzan
contra ella con tanta perseverancia como falta de éxito para tratar de impedir su funcionamiento.”
(Citado por Durántez, 2004, p. 2)
    Tal es el poder del fenómeno del Olimpismo, que si una olimpiada no pudiera festejarse por causas
de fuerza mayor, no existirían los torneos y competiciones, pero no dejaría de establecerse tal
periodo temporal (Solar, 2003).

    Los procesos emergentes del Olimpismo Moderno estuvieron en crisis; pero gracias a una
planificación y coordinación sistematizada entre los diferentes agentes sociales y profesionales,
consiguieron sacar adelante los proyectos en pro de una sociedad más justa, pacífica y activa.

    El Olimpismo del siglo XXI sigue siendo fiel a los principios inmutables que le vieron nacer, basado
en los principios éticos fundamentales universales, comprometido con el mantenimiento de
la dignidad humana. Según Durántez (2005) “el código ético del olimpismo a través de la vía del
deporte, tiende a mejorar la raza humana y a conseguir el canon ideal del hombre equilibrado y
perfecto” (p. 22).

    Esta idea ya se desarrolló en la antigua Grecia, y actualmente sigue siendo una constante. Estos
principios formativos que tienen su referente normativo en la Carta Olímpica, en ocasiones se
desvirtúan en función del uso que realiza la sociedad actual de los mismos.

    Así, el deporte olímpico está ligado al alto rendimiento y a sus peligrosas circunstancias
(mercantilismo, dopaje, violencia, sobreentrenamiento,…). Son muchos los perjuicios que atentan y
acechan sobre el Olimpismo y el Movimiento Olímpico, ya que nos encontramos inmersos en una
sociedad de consumo desmedido e imperante, que ponen de manifiesto una serie de valores
amorales, y alteran el funcionamiento de los principios olímpicos.

    Según Martínez (2005) el deporte olímpico de nuestros tiempos es selectivo y se encuentra dirigido
al deportista de élite, donde priman los resultados obtenidos; de dicha conclusión, podemos deducir
que el acceso al deporte olímpico requiere de unas condiciones psicofísicas óptimas propias del
entrenamiento y de una selección de deportistas en función de unos objetivos deportivos enfocados
al alto rendimiento.

    En contra que se corrompan los valores olímpicos, ya Coubertin (1927) se proclamaba al


respecto advirtiendo: “No hemos trabajado mis amigos y yo, para que hagáis de los Juegos Olímpicos
un objeto de museo, ni de cine, ni para qué intereses mercantiles o electoralistas puedan adueñarse
de ellos” (citado por Durántez, 2001, p. 14).

    Indiscutiblemente el Olimpismo es un contenido con un carácter ecléctico, que es innegable. Pero
el área de Educación Física ofrece un escenario ideal para el desarrollo de los valores y principios que
promueve el Olimpismo, y el desarrollo integral del ser humano; así, lo puso de manifiesto Coubertin
(1922) cuando dice que “la Educación atlética ejerce por lo menos idéntica acción sobre la moral que
sobre lo físico […] y si por un lado desarrolla los músculos, también forma el carácter y la voluntad;
en una palabra: produce hombres.” (Citado por Fernández, 2008, p. 5)

    La pedagogía coubertiniana se desliga en la sociedad actual debido a dos factores decisivos; por
un lado, Coubertin abogaba por un lado, hacia una cultura del esfuerzo, mientras que actualmente
nos encontramos atrapados en una sociedad con un alto índice de sedentarismo; por otro lado, el
barón apostaba por el individualismo, sin embargo hoy en dia priman más los principios cooperativos
(deportes alternativos, deportes de equipo, deportes coeducativos,…).

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