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Reseña Crítica 2 Aimé Césaire
Reseña Crítica 2 Aimé Césaire
¿Qué hacer ante el colonialismo? ¿Exhumar viejas culturas o crear una nueva? Creo que según el
“Discurso sobre el colonialismo” (Césaire; 1950, 1955) la respuesta, aunque problemática, es crear
críticamente una nueva cultura. Comprendiendo qué es colonialismo, podré sostener mi tesis.
Esta interpretación histórica cobra una dimensión ética en el “Discurso…” cuando el martiniqués
resalta la contradicción performativa del discurso civilizatorio del colonialismo.
Todo esto prueba que la colonización, repito, deshumaniza aun al más civilizado de los
hombres; que la acción colonial, la empresa colonial, la conquista colonial, basada en el
desprecio al hombre indígena, y justificada por ese desprecio, tiende inevitablemente a
modificar al que la emprende… (312)
Martin Mercado Vásquez
Si esto es así, entonces qué hacer: ¿exhumar culturas hundidas y anegadas por el odio y
resentimiento? O ¿Exterminar al enemigo colonial? Ambas opciones no son mutuamente
excluyentes; es más, la idealización de las culturas perdidas puede operar como una perfecta
justificación para iniciar un proceso salvaje de exterminio. Esta opción no es aceptable según la
lógica del texto ya que: “una nación que justifica la colonización –y por tanto la fuerza– es ya una
civilización enferma, una civilización moralmente minada que, irremisiblemente, de consecuencia en
consecuencia, de negación en negación, clama por su Hitler, o sea, por su condena” (311, énfasis
mío). Y es que Hitler, para Aimé, no es otra cosa que la implantación de la fuerza colonial en el seno
mismo de Europa. Esto es lo que aterra a los europeos: no el uso de la violencia sin límites, sino el
uso de la violencia colonial sobre ellos mismos.
Sin embargo, ante este problema queda la posibilidad de idealizar una cultura y actuar pacíficamente.
Esta opción parece más aceptable que la aquella. A esta nueva opción, El martiniqués la denomina
“apología sistemática” (313 y passim) y opera en la disputa interpretativa de la historiografía del
proceso colonial. El problema es que esto puede conducir a la fácil oposición dicotómica en la que a
veces cae el “Discurso…”. Lo más indeseable de ello es olvidar que el colonialismo además de la
fuerza usa el sistema de pactos ya referido, lo que termina encubriendo la violencia interna o
colonialismo interno.
Por lo tanto, considero que la “apología sistemática” debe ser comprendida como una herramienta
teórica que permite interpretar críticamente no el pasado de una cultura, sino el proceso colonial.
“Para nosotros –dice Césaire–, el problema no está en una utópica y estéril tentativa de
reduplicación, sino en una superación” (317). Esta superación consiste en crear una sociedad
saludable, opuesta a la enferma Europa, en la que se evite el discurso civilizatorio colonizador. En
palabras del martiniqués: “Lo que nos hace falta es crear –con la ayuda de todos nuestros hermanos
esclavos– una sociedad nueva, rica en toda la potencia productiva moderna, cobijada en toda la
antigua fraternidad” (317).
La respuesta más que negativa parece sospechosa, ya que el referente es la Unión Soviética que “nos
da algunos ejemplos” (317). También se convierte en sospechosa ya que cabría preguntar si los
“hermanos esclavos” no tenderán a reproducir las jerarquías coloniales, ya que la colonización, como
toda enfermedad potente, siempre deja secuelas en los infectados. Aimé piensa que los colonizados
tienen una ventaja moral, saben la verdad, es decir: la farsa del discurso civilizatorio. Pero cabría
preguntar si esa ventaja no es más que una ventaja retórica. Y si esa ventaja los liberaría de
reproducir la “división social del trabajo” que asuman con la tecnología en su superación cultural que
propone Césaire. Estas son preguntas abiertas que no invalidan el aporte de Césaire y como sea que
sean respondidas no se podrá negar una afirmación que me llamó la atención: “no se pudren por la
cabeza las civilizaciones. Primero es el corazón” (315).
Bibliografía
Aimé Césaire, Una tempestad, 2011, Argentina, Ed. El 8º Loco, Trad. Ana Ojeda.