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CARACTERISTICAS PRINCIPALES DE UN

MINISTRO DE ALABANZA

Humildad y sencillez, características


indispensables en un ministro de alabanza
Sea cual sea aquello que tú o yo hagamos para Dios, creo que será
importante y valorado por el Señor si es que realmente lo hacemos con
un corazón alegre y sencillo, por amor a él. Pienso que la humildad y
sencillez de corazón son características indispensables en la vida de todo
creyente; pero sobre todo, resultan imprescindibles como parte del
carácter de todo aquel que sirve a Dios en cualquier ministerio.  Existen
en la viña del Señor incontables formas de servirle.  Algunas de ellas,
muy a la vista de todos; y otras más, que pareciera que solo Dios las
ve.  Al respecto, he notado algo particular: el trabajar o servir en el
ministerio de la alabanza a Dios tiene una característica que lo diferencia
un poco de los demás ministerios y que suele ser la caída de algunos
ministros y servidores: es que, quiérase o no, resulta un ministerio
vistoso y atractivo, ”entre brillos y luces“. Pero, ¿en qué sentido lo digo?
Bueno, pues, veamos:

Que no te deslumbren las luces:

La música para exaltar a Dios es un ministerio que se realiza para el


Señor, pero que se desarrolla de manera pública. Es decir, no se ejecuta
en secreto o de una manera discreta, como algunos otros ministerios. Al
contrario, el trabajo realizado en la alabanza, como ministerio, está y
estará forzosamente a la vista de los demás.

Además, por la naturaleza del ministerio mismo en sí (que se ejecuta


teniendo como móvil la música y el canto, que son formas o expresiones
de arte), llega a ser un ministerio que la gente tiende a
admirar. Incluso, llegan a admirar al propio ministro de la música. Y es
precisamente dicha característica de ”brillo“ de este ministerio lo que se
convierte en el ”talón de Aquiles“ de algunos cantantes y músicos
cristianos.
Quienes son usados por Dios en el ministerio de la música, suelen ser el blanco
”ideal“, por así decirlo, de quienes tienden a enaltecerlos o a ponerlos en un
pedestal, debido a la vistosidad y atractivo mismo del ministerio en sí.

A la mayoría de los cristianos dentro de una iglesia, quizás no les


resulten tan singulares sus maestros que le imparten una enriquecedora
enseñanza bíblica cada domingo en la escuela dominical. Tampoco la
gente se fija mucho en aquellos que un día les ministraron a través de
una sencilla oración de fe; ni en aquellos valientes y esforzados
guerreros espirituales que, con su intercesión y ayunos constantes, se
convierten en pilares espirituales de su congregación.

De manera similar, nadie tiende a admirar a quienes trabajan para el


Señor en el área administrativa de su iglesia; ni a los que fielmente
sirven como ujieres y porteros, como consejeros o como evangelistas de
casa en casa. Mucho menos, alguien se fija en aquellos preciosos
servidores que a diario mantienen en orden el templo, y limpio el suelo
que todos pisan; ni tampoco se le concede mayor relevancia a los
encargados tras bastidores de toda la logística y aspectos técnicos de
audio, iluminación o video durante cada culto o servicio.

Todos esos que mencioné en los dos párrafos anteriores son


solo algunos ejemplos de las formas diferentes, importantes y
necesarias del servicio a Dios dentro de una iglesia. Pero como anoté
hace un momento, muchas veces pasan de inadvertidas y casi ”de
incógnito“ ante el común de las personas de su
congregación. Corroborando esto que digo, y solo como ejercicio
curioso, pensemos en lo siguiente: si en las iglesias de congregaciones
numerosas indagáramos a los nuevos creyentes (a los que tienen
todavía muy poco tiempo de congregarse en ellas) y les preguntásemos
si conocen y pueden indicarnos, aunque sea de vista, quiénes son los
diferentes líderes y servidores de su iglesia (tales como los diáconos,
ancianos, superintendentes, maestros, directores de departamentos,
directores de redes o células, las secretarias, los administrativos y
demás); probablemente no tengan mucha idea de cuáles son estos
líderes.

A lo más, sabrán reconocer solamente quiénes son los pastores y


predicadores de su congregación.  Pero lo más seguro es que aún las
personas nuevas en la iglesia sabrán identificar con facilidad y podrán
señalarnos e indicarnos cuáles son los cantantes y los músicos de su
iglesia. Y esto es precisamente porque los ministros de la música están
siempre al frente y porque la música es un medio llamativo; lo que hace
a estos ministros un tanto ”populares“ y ”destacados“, aún sin siquiera
ellos procurar que sea así.

 Por ser los cantantes y músicos, en cierta forma, lo que podría decirse
”figuras públicas“ dentro de su congregación, esto hace que sus logros y
cualidades, así como sus faltas y errores, sean también mucho más
notorias que los de otros, debido a que siempre están en la mira de los
demás; razón suficiente para llevar una vida límpida y transparente. Es
que quien sirve a Dios en la alabanza y adoración como ministerio, ya
sea cantando o tocando algún instrumento musical, de una u otra forma
es un artista. Esto lo digo en el sentido específico de que expresa una
forma de arte (tal como lo hace un pintor, un escultor, un poeta o un
actor); solo que, en este caso, esta expresión artística es la
música.  Pero no sucede así con la mayoría de los demás ministerios en
la obra del Señor, los cuales no echan mano de algún tipo de arte
escénica para su ejecución. Es una realidad innegable que quienes son
capaces de crear o expresar algún tipo de arte escénica (llámese
actuación y teatro, danza, música o canto), siempre atraerán hacia sí a
personas que apreciarán esa expresión artística y que, en cierta forma,
los admirarán.

  Y esto no sucede solo con los artistas en el mundo secular (es decir,
fuera del ámbito cristiano); sino que aún dentro de la iglesia del Señor
los mismos creyentes suelen levantar íconos para admirar, de cantantes
o músicos que son de su agrado o que les resultan de
bendición. Incluso, algunos los toman como ejemplo a seguir y los
tratan de imitar.  Por eso, es una gran responsabilidad ser una ”persona
pública“ dentro de un ministerio (cualquiera que este fuera). 

¡Cuidado con la vanagloria! 

Entre más usado por Dios sea un músico o cantante, las personas más
lo admirarán y hasta lo tomarán como ejemplo a seguir. Incluso, mayor
riesgo correrá de ser exaltado e idealizado por la gente.

  Y esto sucede a veces sin ninguna mala intención por parte de quienes
lo admiran. Por eso, el ministro que sirve a Dios en este ministerio no
puede cerrar los ojos ante esta realidad y debe estar apercibido
para guardarse y no dejar en su corazón ni el más mínimo lugar a la
vanagloria.  Y si somos honestos, me atrevería a pedir que tire la
primera piedra aquel cantante o músico cristiano que, siendo de gran
bendición a las personas con su ministerio, nunca, jamás, ni por un
instante en su vida le ha picado el gusanillo de la vanidad, la
autosuficiencia o el orgullo al ejercer su ministerio, y viendo lo bien que
le salen las cosas. Que lance la primera piedra aquel ministro a quien
nunca el diablo le ha susurrado al oído palabras que le inciten a la
jactancia, aunque sea en lo íntimo de su corazón.

Y sé que los ministros de alabanza saben a lo que me refiero.  La clave


está en cómo reaccionamos y cuál es la actitud que tomamos si pasa
por nuestra cabeza algún pensamiento de esa índole. Si lo albergamos y
empezamos a ”acariciarlo“, es el comienzo de la caída. Pero si
inmediatamente desechamos cualquier tipo de actitud que sabemos que
desagrada a Dios y ponemos los pies sobre la tierra, sabiendo que todo
lo debemos siempre al Señor y que sola y exclusivamente a él pertenece
toda gloria por lo bueno que podamos hacer, entonces vamos en el
camino correcto.

          Si sentimos que brota en nuestro interior aunque sea una pequeña
chispa de orgullo, vanidad, pretensión, prepotencia, jactancia, altivez,
soberbia o autosuficiencia; entonces, hay que apagar inmediatamente
esa chispa con el río de agua viva que fluye y que viene de Dios.

Aquí valdría la pena recordar aquel pensamiento, quizás ya algo trillado,


pero que tiene mucho de cierto: ”No puedes evitar que los pájaros
revoloteen sobre tu cabeza, pero sí puedes impedir que hagan nido en
ella“.   Si somos tentados a la vanagloria, recordemos lo siguiente:

“No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu Nombre da gloria,


por tu misericordia, por tu verdad.“ Salmo 115:1

”Ciertamente Dios no oirá la vanidad, ni la mirará el Omnipotente”. Job


35:13

”No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura


leuda toda la masa?“ 1 Corintios 5:6

”Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante


es mala.“ Santiago 4:16

”Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con


humildad…“ Filipenses 2:3

”Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.“ 1 Corintios
10:12
Casos y cosas que pasan: 

Cuando el Señor utiliza a sus hijos (tales como predicadores,


evangelistas, pastores, etc.) como instrumentos para hacer milagros,
sanidades y prodigios, éstos también corren el riesgo de ser exaltados
e idealizados por la gente. Pero, dada la naturaleza sobrenatural de las
obras que Dios haga a través de ellos, estos siervos saben muy dentro
de sí que humanamente les sería imposible realizar tales maravillas. Eso
les hace mantener los pies sobre la tierra (a la mayoría de ellos), pues
se entiende, y ellos mismos comprenden, que hacer esos milagros no
depende de sus capacidades humanas, sino tan solo de Dios.   

Sin embargo, cuando el Señor usa a sus ministros de la música para


realizar maravillas y tocar y bendecir a su pueblo a través de la
alabanza y adoración, es más fácil que (tanto la gente como ellos
mismos) lleguen a pensar, erróneamente, que fueron sus habilidades o
talentos los que humanamente lograron las cosas.   Por ejemplo, hay
gente en las congregaciones que llega a pensar que sintieron algo bonito
porque la música estuvo bien ejecutada o bien cantada; o que descendió
la presencia del Señor porque quien dirigía los cantos era un ministro
experimentado. O que, por el simple hecho de tratarse de un ministro
famoso, el concierto fue de gran bendición. O tal vez puedan creer que
la música llegó al corazón de los oyentes porque el que dirigió la
alabanza tenía una dulce y hermosa voz. Nada más equivocado.

          En otras palabras, hay cristianos que cuando sienten que son


bendecidos por Dios a través de algún ministro, atribuyen los honores a
éste, en lugar de dárselos al Señor. Cuando Dios usa a sus ministros de
la música para bendecir a su pueblo, démosle a Dios la gloria por eso.

  Muy comúnmente sucede que los creyentes que son bendecidos por
Dios a través del ministerio de un cantor o músico, se acercan a
éste con toda sinceridad al final del culto para comunicarle con alegría la
bendición que recibieron. Y eso en sí no tiene nada de malo. Pero el
error está en que estos bien intencionados hermanitos, sin darse
cuenta y por falta de sabiduría, terminan alabando con sus
comentarios al ministro de alabanza, en lugar de alabar al Dios de la
alabanza.  Que conste que no voy a exagerar, sino que cosas como las
que mencionaré a continuación suceden con frecuencia en las iglesias.
Incluso, varias de ellas las he escuchado de primera mano, tanto hacia
mí como hacia otros compañeros de ministerio. Por ejemplo, al final del
culto se acercan al cantante y le dicen cosas así como estas:

 ”Oiga, ¡qué bonito cantó usted!“


 ”¡Qué voz más linda la suya!“ – (en tono de suma admiración).
 ”Usted es el que más me gusta oír cantar en esta iglesia“.
 ”¡Solo cuando usted dirige la alabanza es que yo recibo tanta
bendición!“
 ”Ay… – (con tono de disgusto) – ¡Yo no sé por qué ponen a otros a
cantar aquí, si usted es el único que  siempre debería dirigir la alabanza
en esta iglesia!”
 ”¿Sabe qué? Yo me quedé en esta iglesia porque me encanta cómo
usted canta“.
 ”¡Con razón que cayó la presencia de Dios!  – (y luego, exhalan un
suspiro) – …Si es que usted canta como un ángel…“

  Y para con los músicos no se quedan atrás los halagos. Les dicen por
ejemplo alguna de estas cosas:

 “Oiga, me impresionó… – (y mientras, le dan unas palmaditas en la


espalda)… Yo no sabía que usted era todo un profesional“.
 ”¡Usted sí que sabe tocar bien el… – (póngase aquí el nombre del
instrumento) -!“
 “Lo felicito. Usted toca hermoso“.
 En tono de gran solemnidad: “Realmente usted es un músico virtuoso“.
 “Ahhh… – (con un suspiro de por medio) – …si yo supiera tocar tan lindo
como usted…“
 Con tono imperativo: ”Los otros músicos del grupo deberían aprender a
tocar como usted“.
 Con aire de admiración: ”¡Usted es el mejor músico en esta iglesia!“.

          

 En otras ocasiones los propulsores de levantar ”íconos“ para admirar e


idealizar, y esto, sin ninguna mala intención, son los propios medios de
comunicación cristianos.  Podemos ver lo que sucede cuando se
aproxima a nuestro país la visita de algún cantante muy usado por Dios
internacionalmente, así como cuando un talento nacional cristiano lanza
una nueva producción musical (y supongo que lo mismo sucede en otras
latitudes): las emisoras de radio y de televisión cristianas se saturan de
anuncios, música, videos, documentales, entrevistas y todo tipo de
propaganda alusiva a dicho cantante o grupo musical. 

 El inconveniente no está precisamente en eso, sino en la manera en


que se publicita a dichos ministerios. El principal objetivo al publicitarlos
debería ser aprovechar para extender de esa forma el mensaje del
Evangelio, a través de la música y testimonio de tal músico o cantante. 
Sé que además de eso, es bueno, importante y necesario hacer
publicidad de los conciertos, presentaciones y de las producciones
musicales de los ministros del Señor (con lo cual estoy totalmente de
acuerdo).  Hay que promover el talento cristiano, sea éste nacional o
extranjero. Pero hay que tener cuidado en la manera en cómo esto se
hace. 

Hay que publicitar a los ministros de la música, pero siempre,


concediéndole la honra y la preeminencia solo a Dios.  Muchas veces
se pondera y se le dan demasiados honores, títulos y elogiosa a ese
hermano, hermana o grupo musical (tal como sucede también con
algunos predicadores); a tal punto en que, sin querer, lo que se termina
haciendo es exaltar a los ministros de Dios, quienes al fin y al cabo, no
son más que simple vasos usados por el Señor; y que sin Dios, nada de
lo que hacen tendría valor.EXALTEMOS AL ALFARERO, NO A LA
VASIJA:”Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la
excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros.“

2 Corintios 4:7.

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