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Las distintas trayectorias, empero, pueden ocultar los cambios de corto plazo y las
coyunturas de la producción para el consumo, así como sus contingencias. Éstas
últimas derivaron de crisis agrícolas que en esa época tuvieron un efecto adverso
entre los consumidores pero que, para la gran propiedad agraria, fueron de capital
REPORTE 4
ALMONACI ARANDA JESUS ALBERTO
importancia para incrementar los beneficios de la producción para el mercado y la
extracción de granos de los espacios microrregionales y, con ello, consolidar una
activa circulación de bienes de consumo. Como señala Enrique Florescano en 1983
en su estudio pionero sobre los precios del maíz y las crisis agrícolas, las
contingencias naturales y su saga de altos precios salvaron a la hacienda de una
competencia que hasta entonces ganaba la comunidad campesina, en un contexto
de deflación y autoconsumo.
La Nueva España, como sabemos, fue la posesión española más rica de ultramar
a fines del siglo XVIII: su producción minera se multiplicó a lo largo de ese siglo
pasando de un promedio quinquenal de 3 millones de marcos a principios de siglo,
al doble a mediados, y al cuádruple al final del mismo, con más de 12 millones de
marcos producidos quinquenalmente. La consecuente exportación de moneda, así
como su rendimiento fiscal, le permitieron ser el soporte de la economía imperial en
América.
El ciclo largo de prosperidad minera, sin embargo, tiene peculiaridades dadas por
la escala de producción y la sincronía de ciertos campos de minas, que conjugaron
ciclos de productividad que permitieron la constitución de amplios espacios de
circulación para satisfacer su demanda. En la primera mitad del siglo, fueron los
minerales de Zacatecas, Real del Monte, Durango y Bolaños los responsables de la
bonanza; más tarde, el impulso de Guanajuato, Zacatecas y la asociación de Real
de Catorce al desempeño de la producción regional de San Luis Potosí, secundaron
la espectacular productividad de La Valenciana. En cualquier caso, la tendencia
hacia la integración del norte minero se acusa en el último cuarto del siglo,
consolidando el auge de la cintura territorial del Bajío y otras regiones contiguas
que, aunque con márgenes modestos de producción, mantuvieron una relativa
estabilidad, como la minería dispersa de Guadalajara.