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Unidad 2

Prejuicios sociales

1º de bachillerato
IES Santo Domingo
1. El origen de los prejuicios
1.1. Los estereotipos
Cada ser humano tiene diversos rasgos que lo caracterizan, pero, a
menudo, seleccionamos alguno de ellos y, generalizando,
atribuimos a un grupo de personas unas cualidades específicas,
suponiendo que solo por tener esa característica han de ser de un
modo determinado.
Hacemos esto, por ejemplo, con las mujeres cuando imaginamos
que todas piensan igual o que tienen características comunes. Otras
veces lo hacemos con la juventud, con quienes practican una
determinada religión, con quienes pertenecen a una etnia concreta
o con quienes tienen un cierto nivel de ingresos.
En todos estos casos reducimos a la persona a una única realidad y
olvidamos que, para comprenderla, hay que tener en cuenta otros
aspectos y que cada cual es diferente. Criticamos a grupos enteros
de una nacionalidad, de una raza o de un sexo, ignorando que en
ellos hay personas muy distintas entre sí.
Este tipo de prejuicios son los estereotipos. La RAE los define como «imágenes o ideas aceptadas
comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable».
1.2. La ignorancia
La asignación de imágenes, cualidades o atributos de
un estereotipo se realiza desde la ignorancia.
Desgraciadamente no es infrecuente que los prejuicios
se extiendan cuando el ambiente se deteriora y cunde
la insatisfacción. haciendo recaer la envidia, la
frustración y la rabia sobre determinados grupos.
No se trata únicamente de desconocimiento, sino
también de una actitud que rechaza la revisión racional
y crítica de esas ideas. De esta manera, las emociones
negativas se imponen sobre una consideración sensata
y serena que revelaría la evidencia de la idéntica
dignidad personal de toda la humanidad.
Así ocurre en el caso de chistes basados en
estereotipos o en el del machismo publicitario, por
poner dos ejemplos claros y conocidos.
1.3. Discriminación y estereotipos
Normalmente, los estereotipos van asociados a una posición
jerárquica y llevan añadido un juicio de valor haciendo creer que las
personas que tienen una característica determinada son mejores o
peores que el resto. De este modo se genera una gradación en la que
los puestos más altos son ocupados por aquellos grupos de personas
a los que, injustamente y sin atender a criterios reales u objetivos, se
sobrevalora; mientras que otros colectivos caen en la marginación.
El resultado es que quienes sufren los estereotipos negativos pierden el crédito y la posibilidad de salir de
la categoría asignada. Se trata a las personas que forman parte de estos colectivos como si fueran
inferiores y se les dan menos oportunidades de desarrollo personal y social, por lo que acaban teniendo
más dificultades para mejorar sus condiciones de vida.
Frecuentemente, a partir de la estigmatización colectiva, se extiende la discriminación a múltiples áreas:
económica, política, social, jurídica...
Como se deduce de la definición, los estereotipos no siempre son negativos, sino una idea que nos
formamos en común acerca de algo o alguien y que nos cuesta modificar. El problema surge cuando esa
idea es negativa, porque entonces da lugar a un prejuicio, que es una «opinión previa y tenaz, por lo
general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal».
2. Hacia una sociedad libre de
prejuicios
2.1. Colectivos tradicionalmente prejuzgados
Superar los prejuicios no consiste en negar las diferencias, sino en valorarlas como fuente de riqueza, en
juzgar a cada cual por sus actos y en asumir que todas las personas merecemos las mismas
oportunidades. Lamentablemente, siguen existiendo seres humanos que, con las mismas capacidades y
los mismos méritos que otros, no son tratados del mismo modo.
Entre os sectores de la población más
comúnmente asociados a estereotipos negativos
y, por tanto, discriminados, se encuentran los
siguientes: las etnias minoritarias, las mujeres,
inmigrantes, población del ámbito rural, los
ancianos y las ancianas, las personas que sufren
alguna discapacidad física o psíquica, indigentes e
individuos con bajos recursos económicos,
quienes practican determinadas religiones,
quienes desempeñan trabajos no cualificados, las
personas refugiadas, las personas extranjeras.
homosexuales, transexuales...
Toda discriminación es rechazable. Como ejemplos, destacamos cinco de las formas más extendidas y
dañinas: la aporofobia, el sexismo, el racismo, la xenofobia y la homofobia.
2.2. La aporofobia
En muchos casos, la discriminación encubre otra diferencia: el rechazo hacia quienes tienen menos
recursos económicos. Solemos tolerar bien y reconocer a las personas adineradas sean cuales sean su
origen y su aspecto. En cambio, rechazamos a las personas marginadas educativa y laboralmente. Esta
realidad puede rastrearse en el caso de la mayoría de los prejuicios más frecuentes en nuestra sociedad.
Observemos algunos ejemplos:
Las personas mayores acaudaladas y que reparten dinero entre quienes las rodean son observadas y
atendidas con más aprecio que las que carecen de medios económicos para mantenerse dignamente.
El mismo contraste se aprecia en la manera de ver y considerar a turistas y a inmigrantes. En ambos casos
se trata de inmigrantes, pero la primera categoría nos hace pensar en gente que dispone de medios y
aporta divisas, mientras que la segunda nos trae a la mente la imagen de personas en situación de
necesidad.
¿Y qué sucede en el caso de las mujeres? Durante muchísimo tiempo su sometimiento a los varones ha
tenido a la vez fuente y reflejo en la desigualdad económica, excluyendo a las mujeres del mercado
laboral, recluyéndolas a tareas domésticas y cuidados familiares, con lo que se reconocía a los varones en
exclusiva el mérito del mantenimiento de la familia, concediendo además la custodia exclusive del dinero.
De este modo se provocaba una dependencia machista y esclavizadora.
No existe un miedo generalizado a turistas que vienen a nuestro país a dejar su fortuna, pero sí a
inmigrantes pobres; no se desconfía como norma general de un hombre o mujer de negocios de
distinta religión, pero si se hace si tiene un empleo poco cualificado, sí existe cierto repudio social
hacia personas de otra etnia salvo si estos son deportistas conocidos.
Esta actitud, que obviamente no
se da en todas las personas, se
disfraza de racismo o xenofobia
cuando en realidad es,
fundamentalmente, una forma
de clasismo, un rechazo a
personas desamparadas.
Este tipo de discriminación
clasista es tan relevante o más
que otros. Sin embargo. a veces
nos cuesta reconocerlo porque
se enmascara junto al racismo, la
xenofobia o el machismo.
2.3. ¿Qué somos?
Sin embargo, es interesante observar que nuestra situación siempre es cambiante y depende en buena
medida de situaciones y perspectivas. En un momento de nuestra vida tenemos una edad, y en otro, otra.
Podemos mantener la salud o caer en la enfermedad, conseguir éxitos o fracasar, mejorar nuestras
relaciones o encontrarnos con rechazos y dificultades.
Nuestra tierra ha recibido aportaciones étnicas y culturales muy variadas que han resultado
enriquecedoras, pero también ha visto partir a muchas personas que tuvieron que buscar lejos
oportunidades que escaseaban aquí. La condición del ser humano es variable.
Siendo la fortuna esquiva y
variable, es imprescindible que
seamos capaces de empatizar con
quienes tienen más necesidades y
procuremos el mayor bienestar
común en un mundo en el que la
solidaridad es imprescindible para
lograr una realidad más justa.
3. Discriminación sexista
3.1. El sistema sexo-género
Para entender correctamente los prejuicios sexistas que a lo
largo de la historia han degradado a la mujer a una posición
inferior y de subordinación con respecto al hombre, tenemos
que diferenciar dos términos:
• Sexo: hace referencia a la identidad biológica con la que
nacemos o nos identificamos.
• Género: masculino y femenino, hace referencia a la identidad
que cada sociedad y cada cultura asigna a cada sexo. Según la
RAE es el «grupo al que pertenecen los seres humanos de
cada sexo, entendido desde un punto de vista sociocultural
en lugar de exclusivamente biológico».
Por tanto, el sistema sexo-género nos permite distinguir lo
biológico (el sexo) de lo cultural (el género).
En los procesos de socialización, cada cultura transmite una
manera de ser hombre y de ser mujer; es decir, atribuye a cada
grupo de personas ciertas funciones y determinados rasgos o
características en función del sexo.
3.2. El origen del prejuicio sexista
Desde los orígenes de la historia, en muchos grupos
sociales se asignaron a la mujer algunas funciones
específicas asociándolas a lo que se consideraron
consecuencias necesarias de la maternidad, la crianza y el
cuidado de la descendencia.
Paralelamente a este confinamiento de la mujer a las
tareas del hogar y del cuidado de la familia, muchas
sociedades han entendido que los hombres no están
obligados a atender a las responsabilidades relacionadas
con la crianza, de manera que se han mantenido alejados
del hogar y de las tareas relacionadas con él.
Este tipo de mecanismos, que se han producido en muchas
épocas y contextos diferentes, ha dado lugar a los
prejuicios sexistas. Las funciones y los atributos
relacionados con estos prejuicios se han interiorizado en
distintas sociedades hasta formar parte de sus valores
fundamentales, decidiendo cuál es la «forma correcta» de
ser hombre y de ser mujer.
Este modelo sexista ha tendido a la imposición de un grupo sobre otro, produciendo un dominio y una
discriminación injustificados. De las cualidades y características reproductivas y biológicas no se deduce
que nadie deba ocuparse de asuntos como la limpieza o que no pueda acceder a determinados puestos
de trabajo.
Además, se comete el error de clasificar a toda la humanidad en función de una característica, olvidando
las variables individuales y coartando la libertad que permite que cada cual pueda desarrollar sus
cualidades para su realización personal.
3.3. Una historia de hombres
Como consecuencia de esos prejuicios sexistas, se implantó una relación de dominio y de
dependencia, asignando a hombre el papel de protector, y a la mujer, el de ser desvalido que precisa
protección.
Además, esta subordinación trascendió del ámbito del hogar y alcanzó todas las esferas de la vida
social. La antropología muestra que la mayoría de sociedades han sido patriarcales, es decir, modelos
de organización en los que el poder lo ejerce el hombre. Las instituciones están controladas por
hombres, y las mujeres quedan marginadas en posiciones secundarias y de subordinación.
Otra de las consecuencias fue la generalización de la división sexual del trabajo. Debido a las
características que se le atribuyan, se consideró a la mujer idónea para realizar las tareas domésticas
privadas y, si acaso, algunas profesiones públicas, como el cuidado de personas enfermas, la costura o
la enseñanza elemental. Los hombres, por el contrario, accedían a las tareas de mayor reconocimiento
económico y social.
De esa forma se produce un círculo vicioso: las tareas asignadas a la mujer no tienen remuneración, se
consideran menos valiosas y dejan a quienes las ejercen en situación de dependencia de quienes
acceden a profesiones fuera del hogar.
Esta interpretación de los géneros produce, además, problemas de identidad a la persona que no
cumple o se aleja de los dictámenes sociales esperados.
3.4. El camino hacia la igualdad
A raíz de las luchas del movimiento feminista del siglo XIX, estos paradigmas
se están desenmascarando y debilitando. Las mujeres han conquistado
muchos espacios y ganado muchas batallas. Nuestra sociedad solo puede ser
justa bajo la premisa de que hombres y mujeres han de tener los mismos
derechos. Sin embargo, la realización de este principio fundamental,
recogido en textos legales e institucionales, está resultando costosa.
Es cierto que muchas mujeres han accedido a mejores puestos de trabajo,
que han ingresado en las facultades universitarias, que cada vez hay más
mujeres en cargos de responsabilidad política, pero sigue siendo frecuente
una distribución muy desigual de las tareas domésticas. A menudo, las
responsabilidades del hogar y de la atención a la infancia y a las personas
dependientes siguen recayendo sobre las mujeres. Existe un techo de cristal
que frena las expectativas profesionales de las mujeres, que es invisible
porque no hay leyes que recojan estos límites, consecuencia de prejuicios.
Los datos muestran que hay una «brecha salarial» entre hombres y mujeres,
que existe una «feminización de la pobreza» y que se sigue considerando
que la maternidad es un obstáculo serio en la carrera profesional.
4. Discriminación racial y
cultural
4.1. El racismo
Segú la RAE, el racismo es la «exacerbación del sentido racial de un grupo étnico que suele motivar la
discriminación o persecución de otro u otros con los que convive».
La ideología racista es aquella que parte de las diferencias externas y biológicas de los individuos y
considera que quienes tienen algunas de esas características son superiores a quienes carecen de ellas.
Durante un tiempo se habló
de razas humanas para
aglutinar esas diferencias. La
biología y la genética han
demostrado que es inexacto
hablar de razas humanas y que
este concepto reúne
arbitrariamente determinadas
características físicas y
externas accidentales que son
irrelevantes y secundarias,
dado que no suponen
diferencias biológicas
significativas.
4.2. El etnocentrismo
La ignorancia de lo ajeno suele hacernos caer en la inseguridad y llevarnos a adoptar actitudes defensivas y
ofensivas, asegurando que nuestro grupo y nuestra cultura son mejores que los demás. Decimos que como
en nuestro entorno no se vive en ningún sitio o que quienes hacen las cosas de otro modo actúan de
manera ignorante.
El etnocentrismo es la actitud que considera
que la cultura propia y el pueblo al que
pertenecemos son los mejores.
En el pasado, esta concepción dio lugar a
teorías antropológicas basadas en supuestos
racistas. Un ejemplo es la creencia en que
todos los pueblos han de pasar por las mismas
etapas evolutivas y en que existe un camino de
progreso que va del salvajismo y de la barbarie
hacia la civilización.
Esta actitud provocaba que, en la época
colonial, las poblaciones de Europa
consideraran primitivos, atrasados e inferiores
a todos los pueblos que habitaban otros
lugares.
4.3. La irracionalidad del racismo y del
etnocentrismo
Las ideologías racistas y etnocéntricas sirvieron
para justificar la barbarie esclavista, los abusos de
poder e incluso los genocidios. No solo se trataba
de una cuestión de rechazo individual, sino que
se legisló en este sentido con la finalidad de
conseguir territorios y de favorecer determinados
intereses. Todo esto resulta intolerable y
completamente falto de justificación teórica o
moral.
Todos los seres humanos pertenecemos a la misma especie: el Homo sapiens. No hay ningún
argumento científico que avale la existencia de diferencias que justifiquen la superioridad de unos
grupos étnicos sobre otros.
No se puede establecer de manera racional y crítica ninguna prioridad, ni racial ni cultural, entre los
seres humanos. Y tampoco cabe asegurar que todos los sistemas sociales hayan de pasar por las
mismas fases que ha atravesado uno determinado. Es más, nuestra sociedad está obligada a
reconsiderar y a revisar hasta qué punto hemos progresado o no, y, sobre todo, qué camino nos queda
por recorrer en común.
4.4. La xenofobia
La fobia a las personas extranjeras recibe el nombre de xenofobia. Aunque en muchos casos vaya
asociada al racismo, no siempre coinciden: nuestras críticas a los habitantes de países vecinos suelen
ser xenófobas, sin ser racistas; mientras que podemos adoptar actitudes racistas hacia compatriotas.
La emigración es con frecuencia un recurso
fundamental para escapar de la pobreza y los
peligros de un sitio determinado. Lo fue
desde Andalucía hacia otros lugares de
España durante todo el siglo pasado, pero
también desde toda España a países del norte
de Europa o de Latinoamérica.
Cuando salimos a otro lugar esperamos ser
acogidos de un modo respetuoso, lo que
debería ayudarnos a empatizar y comprender
los sentimientos de quienes nos visitan. Al fin
y al cabo, todo el conjunto de la humanidad
habita y comparte un mismo planeta: la
Tierra. Emigrantes españoles tras su llegada Suiza (1962)
4.5. La igualdad humana
Los prejuicios racistas y xenófobos no forman parte
de las legislaciones democráticas actuales, que se
basan en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos y, consiguientemente, se oponen a todo
tipo de discriminación. Recordamos que, según su
artículo 2.1., «toda persona tiene todos los
derechos y libertades proclamadas en esta
Declaración, sin distinción alguna de raza, color,
sexo, idioma, religión, opinión política o de
cualquier otra índole, origen nacional o social,
posición económica, nacimiento o cualquier otra
condición».
Las diferencias individuales y colectivas entre los
seres humanos no constituyen ninguna brecha
fundamental y no afectan a nuestra dignidad
básica, que es idéntica en todas las personas.
5. Discriminación sexual
5.1. Aclaración de conceptos
Otro colectivo que ha sido discriminado por prejuicios
es el homosexual. Este tipo de discriminación recibe el
nombre de homofobia, que, según la RAE, es la
«aversión hacia personas homosexuales», o sea,
respecto a quienes se sienten «inclinadas sexualmente
hacia los individuos de su mismo sexo». El rechazo por
orientación sexual se extiende también a las personas
bisexuales, y a las personas transexuales.
Para defender los derechos de este grupo de personas
y de conseguir erradicar la discriminación individual y
social que sufren nació el colectivo LGTB, cuyas siglas
agrupan en una misma lucha a las personas lesbianas,
gays, transgénero y bisexuales. Otros grupos han
pedido ser incluidos en estas reivindicaciones
ampliando las siglas para incluir a intersexuales,
asexuales o queer, por ejemplo, por lo que es
frecuente encontrar denominaciones diferentes y un
signo + completando el nombre.
5.2. Igualdad de derechos
La homofobia está prohibida y puede ser castigada en distintos
terrenos de actuación, como, por ejemplo, en los ámbitos
laboral y educativo. La normas sobre derechos y deberes del
alumnado consideran que la discriminación, las ofensas y el
acoso de carácter homófobo son especialmente graves y deben
ser sancionados.
En el año 2007 se aprobó la Ley de Identidad de Género, que
permite a transexuales no solo cambiar de sexo, sino también
dejarlo reflejado en la documentación oficial.
En el año 2005 se reformó el Código Civil español y se equiparó
el matrimonio homosexual al heterosexual. Fue el tercer país
del mundo en permitir matrimonios entre personas del mismo
sexo, después de Holanda y de Bélgica. La posibilidad de que las
parejas homosexuales puedan serlo no solo de hecho, sino
casarse civilmente implica la igualdad de derechos respecto de
las heterosexuales: permiso por matrimonio, bajas para atender
a familiares, herencias, posibilidad de adopción...
5.3. Evolución de la legislación española
Antes de llegar a la situación actual, hemos pasado por distintas
legislaciones. Remontándonos al siglo XIX, en líneas generales,
durante ese período no aparecía recogida la penalización expresa de
la homosexualidad en el Código Penal, pero podía ser sancionada
apelando al «escándalo público».
La primera ley de la España moderna que condena explícitamente a
homosexuales data del siglo XX. Es la Ley de Vagos y Maleantes del
año 1933, en la que se pretendía «el control de mendigos, rufianes sin
oficio conocido y proxenetas». En su reformulación del año 1954 se
ampliaba para recoger explícitamente a «homosexuales, rufianes y
proxenetas, mendigos profesionales y los que vivan de la mendicidad
ajena, exploten a menores de edad, enfermos mentales o lisiados».
En el año 1970 se decretó la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación
Social, según la cual los homosexuales podían ser «rehabilitados»
mediante el internamiento en cárceles o en centros de reeducación,
es decir, se consideraba que la homosexualidad era una enfermedad
que, como tal, podía ser contagiosa y debía ser curada.
Con la aprobación de la Constitución española de 1978 se
introdujeron importantes cambios, por ejemplo, se modificó la
ley anterior con el fin de excluir de su ámbito de aplicación a
las personas homosexuales y, al eliminarse el escándalo
público como delito del Código Penal en el año 1988, se dejó
de recurrir a él para condenar a homosexuales.
Poco a poco fueron llegando más cambios, hasta desembocar
en la actual ley del año 2005:
• En el año 1986, la homosexualidad dejó de ser delito contra
el honor en el ejército.
• En torno al año 1989 se empezaron a castigar los delitos
sexuales cometidos contra hombres y mujeres
homosexuales; unos tres años más tarde, se prohibió el
almacenamiento de datos sobre la vida sexual de las
personas en ficheros.
• En 1998 se establecieron sanciones en el Código Penal para
luchar contra la discriminación laboral por razón de
orientación sexual.
5.4. Igualdad de derechos
A pesar de la legislación vigente, aun existe homofobia en ciertos comportamientos sociales, así como
el consiguiente sufrimiento de quienes la padecen.
Uno de los motivos recurrentes del acoso escolar es el rechazo de la condición sexual de alguien, esta
situación se agrava en los casos en los que la familia no acepta la condición sexual y responde o bien
negándose a admitirla o bien no volviendo a hablar del tema, pensando que es una tendencia pasajera
que desaparecerá con la madurez.
En estos casos, además de sufrir el aislamiento y el temor propios de cualquier tipo de acoso escolar,
se pueden llegar a generar conductas autodestructivas, a perder la autoestima o a rechazarse y a
sentirse en situación de inferioridad.
Cuando se produce rechazo y discriminación es fundamental evitar la culpabilización de la víctima. En
materia de sexualidad, la norma fundamental es el respeto, y lo que resulta intolerable es la coacción
contra la libertad sexual de otras personas.
La educación, la tolerancia, la aceptación y el apoyo por parte de las personas del entorno es la mejor
manera de ayudar a superar las dificultades. No se trata, por tanto, de dispensar atenciones especiales,
sino de contribuir a la normalización y de mostrar que la discriminación es injustificable.

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