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Parménides de Elea

(Elea, actual Italia, h. 540 a.C. – id., h. 470 a.C.)

Filósofo griego, primordial representante del colegio eleática o de Elea, de la


que además formaron parte Jenófanes de Colofón, Zenón de Elea y Meliso
de Samos. Fundador de la ontología, Parménides desarrolló lo real como
uno e inmodificable; a partir de la misma Antigüedad, su ideología se
contrapuso a la Heráclito de Éfeso, para quien lo real es perpetuo devenir.

Apenas se conocen datos fiables sobre la biografía de Parménides; inciertas


son inclusive las fechas de su origen y muerte.

Según una controvertida tradición, en los últimos años de su historia viajó


con su discípulo Zenón de Elea a Atenas, donde el adolescente Sócrates
escuchó sus enseñanzas.

Por el rigor de sus argumentaciones y la hondura de sus estudio, Platón lo


definió como venerado y horrible, le dedicó un diálogo (el Parménides) y lo
reconoció como papá espiritual, hasta el punto de sentir su propio desacuerdo como una especie de parricidio. Este
prestigio está bien justificado: Parménides es el primero en mantener la superioridad de la interpretación racional de
todo el mundo y en negar la autenticidad de las percepciones susceptibles: ver, escuchar o sentir no crea certezas, sino
solamente creencias y opiniones.

La filosofía de Parménides

Cabe la probabilidad de que, al querer intentar el tema a partir de una visión racional, Parménides prescindiese de la
observación naturalista que había llevado a postular tal o cual sustancia como arjé (el agua en Tales, el viento en
Anaxímenes) y se plantease más bien, por la vía del intelecto, qué es lo cual poseen en común todos los seres. Y lo cual
poseen todos en común, innegablemente, es la cualidad de ser: los seres son, hay, hasta el punto de que los seres que
no son no tienen la posibilidad de considerarse seres.

Todo lo anterior no es más que una especulación que no puede en modo alguno desprenderse del poema, pues
Parménides muestra este punto de inicio (el ser es y el no-ser no es) como la primera de las revelaciones que obtiene de
una diosa, a cuya presencia fue conducido por un automóvil volador en el alegórico viaje relatado en el proemio. En un
primer acercamiento el lector puede sentirse inclinado a admitir tal revelación o inclusive a calificarla de perogrullesca;
únicamente después, a la vista de las secuelas que se extraen, se capta su verdadero sentido y la naturaleza cuanto
menos problemática de aquel axioma, puesto que «el no-ser no es» significa, en Parménides, que no hay la nada, el
vacío o el espacio.

Sentado este comienzo (el ser es y el no-ser no es), lo demás de la primera parte del poema plantea las secuelas que, en
precisa lógica, se derivan del mismo, y que no son otras que las características del ser o de lo real, extraídas del estudio
lógico del criterio mismo.

Para Parménides, el hecho de que sus conclusiones parezcan contradecir la prueba de los sentidos (por los cuales
percibimos una diversidad de seres en constante desplazamiento y transformación) sugiere solamente que el
razonamiento por medio de los sentidos solamente conduce a la crítica (doxa) y a el aspecto, jamás a la realidad;
únicamente por medio de el motivo (de un argumento impecable como es el suyo) se llega a una verdad elemental.

En su concepción de lo real, Parménides de Elea alcanzó conclusiones opuestas a las de otro insigne filósofo, Heráclito
de Éfeso, para quien lo real se caracteriza justamente por encontrarse inmerso en un perpetuo devenir, en un incesante
proceso de cambios y transformaciones.
Sófocles
(Colona, hoy parte de Atenas, actual Grecia, 495 a.C. – Atenas,
406 a.C.)

Poeta trágico griego. Hijo de un rico armero llamado Sofilo, a


los dieciséis años fue elegido director del coro de muchachos
para celebrar la victoria de Salamina. En el 468 a.C. se dio a
conocer como autor trágico al vencer a Esquilo en el
concurso teatral que se celebraba anualmente en Atenas
durante las fiestas dionisíacas, cuyo dominador en los años
precedentes había sido Esquilo.

Comenzó así una carrera literaria sin parangón: Sófocles llegó


a escribir hasta 123 tragedias para los festivales, en los que se
adjudicó, se estima, 24 victorias, frente a las 13 que había
logrado Esquilo. Se convirtió en una figura importante en
Atenas, y su larga vida coincidió con el momento de máximo
esplendor de la ciudad.

Amigo de Herodoto y Pericles, no mostró demasiado interés


por la política, pese a lo cual fue elegido dos veces estratego y participó en la expedición ateniense contra Samos (440),
acontecimiento que recoge Plutarco en sus Vidas paralelas. Su muerte coincidió con la guerra con Esparta que habría de
significar el principio del fin del dominio ateniense, y se dice que el ejército atacante concertó una tregua para que se
pudieran celebrar debidamente sus funerales.

La obra de Sófocles

De su enorme producción, sin embargo, se conservan en la actualidad, aparte de algunos fragmentos, tan sólo siete
tragedias completas: Antígona, Edipo Rey, Áyax, Las Traquinias, Filoctetes, Edipo en Colona y Electra. A Sófocles se
deben la introducción de un tercer personaje en la escena, lo que daba mayor juego al diálogo, y el hecho de dotar de
complejidad psicológica al héroe de la obra.

En Antígona opone dos leyes: la de la ciudad y la de la sangre; Antígona quiere dar sepultura a su hermano muerto, que
se había levantado contra la ciudad, ante la oposición del tirano Creonte, quien al negarle sepultura pretende dar
ejemplo a la ciudad. La tensión del enfrentamiento mantiene en todo momento la complejidad y el equilibrio, y el
destino trágico se abate sobre los dos, pues también a ambos corresponde la «hybris», el orgullo excesivo.

Edipo rey es quizá la más célebre de sus tragedias, y así Aristóteles la consideraba en su Poética como la más
representativa y perfecta de las tragedias griegas, aquella en que el mecanismo catártico final alcanza su mejor clímax.
También es una inmejorable muestra de la llamada ironía trágica, por la que las expresiones de los protagonistas
adquieren un sentido distinto del que ellos pretenden; así sucede con Edipo, empeñado en hallar al culpable de su
desgracia y la de su ciudad, y abocado a descubrir que este culpable es él mismo, por haber transgredido, otra vez, la ley
de la naturaleza y de la sangre al matar a su padre y yacer con su madre, aun a su pesar.

El enfrentamiento entre la ley humana y la ley natural es central en la obra de Sófocles, de la que probablemente sea
cierto decir que representa la más equilibrada formulación de los conflictos culturales de fondo a los que daba salida la
tragedia griega.

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