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De la crítica cinematográfica ( I )

No existe una disciplina ni corriente artística, por muy vanguardista que se ufane, que no
sea sensible a la crítica. La crítica (a veces injusta) es la necesaria balanza donde se sopesan
los aciertos y desaciertos que un artista le confiere a su obra, es el termómetro que mide la
temperatura de su belleza, formas, plasticidad, luminosidad, su oscuridad (metafóricamente
hablando), aunado a ciertas condiciones político sociales y culturales, determinará su
universalidad y permanencia en la memoria histórica de la humanidad. Aun conociéndola
en profundidad, en no pocas ocasiones el crítico de arte no desempeña la actividad artística
la cual juzga, pero esto no es de extrañar porque el crítico de arte posee la capacidad de
comprender la complejidad del artista, su mundo, sus obsesiones, vicios y pasiones, por lo
tanto puede elaborar objetivamente un juicio valorativo de una obra especifica
soportándose en la razón, mientras que el artista trabaja bajo el imperio de la pasión, donde
muchas veces esa misma pasión lo enceguece.
Siendo el cine el “Séptimo Arte” (la frase la acuño Ricciotto Canudo en su ensayo
“Manifiesto de las siete artes” en 1911), por su poder de reunión y síntesis de las otras seis
disciplinas artísticas conocidas por el hombre dentro de la realización de una película, no es
presuntuoso ni aventurado afirmar que un critico de cine es también un critico de arte,
puesto que es sumamente necesaria la critica de cine para poder desentrañar al público poco
conocedor la simbología oculta dentro de una escena o una imagen audiovisual.
A partir de la publicación del famoso “Manifiesto de las siete artes”, donde Ricciotto
Canudo ubica al cine en la cúspide de la pirámide por encima de la poesía, la pintura, la
música, la danza, la escultura y la arquitectura, Canudo pasa a convertirse en el primer
teórico del cine, dando inicio a un duro debate contra esta teoría puesto que en ese
momento el cine apenas daba sus primeros pasos y aún era considerado dentro de algunos
círculos “culturosos” europeos como un vulgar espectáculo de feria perfeccionado por el
ilusionista y cineasta francés Georges Méliès. No obstante en muy poco tiempo el cine se
expandiría por el resto del mundo gracias a su intrínseca relación con las masas populares y
a su carácter de novedoso invento donde se podían ver imágenes en movimiento. Es cuando
en Norteamérica el director David W. Griffith logra conferirle al séptimo arte un lenguaje
propio ajeno a las demás disciplinas artísticas, basándose en los movimientos de cámaras,
ángulos, el primer plano, el flash back, el plano general, explorando nuevas técnicas
narrativas y estéticas para el naciente arte de la cinematografía, convirtiendo a Griffith en el
“Padre del lenguaje cinematográfico” o el “Padre del cine moderno”, filmes como “El
nacimiento de una nación” (1915) e “Intolerancia” (1916) son la más fehaciente prueba.

Alejandro García

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