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NOMBRE: Pino Vidaurre Luis Enrique

CICLO: IV.
ÁREA: Educación Física.

Informe de Charla:
La República del Perú cumple este 28 de julio 200 años de
una historia caracterizada por la pugna entre la "mano
dura" y su afán de progreso, democratización y apertura
internacional, en la que ha tenido gran cantidad de
gobiernos y constituciones, aunque sin rutas de largo
aliento.

"El Perú es desde este momento libre e independiente


por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de
su causa que Dios defiende", pronunció el libertador
argentino José de San Martín el 28 de julio de 1821, en la
proclamación de la independencia.

Desde entonces, así se resume la historia de la República


peruana:

SIGLO XIX: CAUDILLOS Y GUERRAS

La campaña definitiva por la independencia en Perú fue


liderada por Simón Bolívar en 1824, aunque el país debió
esperar hasta 1826 para el triunfo total en el sitio del
Callao, la última plaza española en América.

En los siguientes años, el país sufrió los costos


económicos de la lucha y el caudillismo militar dejó poco
espacio a mandatos civiles. Solo entre 1821 y 1845, se
sucedieron más de cincuenta gobiernos, diez congresos y
seis constituciones.

La bonanza económica llegó impulsada por el guano, el


algodón y el azúcar hacia la década de 1860, cuando
también se conquistaron hitos sociales como la supresión
del tributo indígena y el fin de la esclavitud, mientras el
país recibía la llegada de chinos, europeos y, más
tardíamente, de japoneses.

En agosto de 1872, Manuel Pardo se convirtió en el


primer presidente civil constitucional, poco antes de que
estallara la Guerra del Pacífico que enfrentó a Perú y
Bolivia con Chile entre los años 1879 y 1883.

Luego vino otro apogeo del caudillismo militar y la


división entre las élites desató nuevas guerras civiles, una
en 1884 y otra apenas una década más tarde.
Todo fue el preludio de "La República Aristocrática"
(1895-1919), un periodo de gobiernos civiles oligárquicos
que concentraron sus esfuerzos en el desarrollo de
actividades de agroexportación, minería y finanzas, lo que
vino acompañado de la aparición de movimientos obreros
y sindicales.

SIGLO XX: DICTADURAS Y TERRORISMO

En el plano cultural, el explorador estadounidense Hiram


Bingham difundió al mundo la existencia de Machu Picchu
en 1911, aunque otros hombres, como el peruano
Agustín Lizárraga, ya habían dejado antes constancia del
monumento más emblemático del Antiguo Perú.

Los primeros años del siglo XX estuvieron marcados por la


larga dictadura civil de Augusto B. Leguía y el embate del
crack de 1929, que halló un país endeudado y centrado
en la reanudación de las relaciones bilaterales con Chile,
que devolvieron la sureña región de Tacna al Perú.

Cuando cayó Leguía en 1930, resurgió, pese a algunas


interrupciones, el militarismo. En 1968, un golpe de
Estado puso fin al Gobierno de Fernando Belaúnde y
colocó al general Juan Velasco Alvarado al frente de una
nueva dictadura militar, que impulsó una reforma agraria
y estatizó el petróleo y los medios de comunicación.

Belaúnde fue elegido de nuevo presidente en 1980,


coincidiendo con el surgimiento de los grupos terroristas
Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Túpac
Amaru (MRTA), actores del conflicto armado interno, que
se extendió durante los mandatos de Alan García (1985-
1990) y Alberto Fujimori (1990-2000) y dejó 69.000
muertos.

A lo largo del siglo XX, Perú conquistó (tarde en


comparación con sus vecinos regionales) avances en
materia democrática como el reconocimiento del voto
femenino, en 1955, y de los analfabetos, en 1979, que en
su mayoría eran indígenas.

SIGLO XXI: INESTABILIDAD Y CRISIS

Tras la renuncia de Fujimori a la Presidencia y el Gobierno


de transición de Valentín Paniagua, se sucedieron los
mandatos de Alejandro Toledo (2001-2006), el segundo
de Alan García (2006-2011), de Ollanta Humala (2011-
2016) y Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018).
Estos cuatro expresidentes están imputados por presunta
corrupción en el emblemático caso Odebrecht, lo que
llevó a García a suicidarse en 2019 para evitar ser
detenido.

En política exterior, Perú selló más de una veintena de


acuerdos comerciales, pero aún queda pendiente el
sueño de ingresar en la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Las turbulencias políticas y sociales se acentuaron en el


último quinquenio, cuando se disolvió el Parlamento y el
país tuvo a cuatro gobernantes: a Kuczynski lo reemplazó
Martín Vizcarra, quien fue destituido por el Congreso en
medio de una pugna política y tras desvelarse presuntos
sobornos cuando era gobernador regional.

Le siguió Manuel Merino, que solo duró cinco días en el


Gobierno, antes de que tomara las riendas Francisco
Sagasti, quien este miércoles cederá el mando al profesor
rural Pedro Castillo. EFE
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Agencia EFE S.A.
REPUBLICA UTÓPICA
Para hacer frente a la utopía republicana en el terreno
ideológico, entonces, hace falta que la izquierda enfatice
lo obvio: desde Mariátegui hasta el presente, el socialismo
peruano sabe perfectamente bien que la nación es un mito,
una ficción necesaria que habilita la construcción de una
visión de futuro. Su rechazo a la utopía republicana
sugiere que es desde ella que será posible (re)articular un
republicanismo que asuma el problema de lo nacional
como una tarea pendiente en el Perú. En otra entrega
discutiremos cómo cierto republicanismo de izquierda a lo
largo del siglo XX se articula con la tradición socialista en
el país y pone en el centro de su visión histórica la
“modernización desde abajo”—desde los movimientos
campesinos hasta la apuesta participacionista del
velasquismo—, pues allí encuentra las bases de una
ciudadanía distinta de la imaginada por la utopía
republicana. Encuentra allí también los intentos por
establecer una república de carácter popular que asume la
nación como lo que es, a saber, un artefacto que apunta a
cohesionar al pueblo, como diría Benedict Anderson.
Desde el marxismo, otras lecturas recientes entienden el
republicanismo como una “política de anti-dominación”,
como la activa construcción de la libertad colectiva ante la
dominación en todas sus formas.
Ante la genealogía republicana que toma a las élites como
principales sujetos de la historia, hace falta reclamar la
historicidad de las luchas populares por el reconocimiento y la
liberación que la utopía republicana hoy niega: “Nuestra
doctrina exige que la lucha por la salvación personal no sea
indiferente, menos aún contraria, a las revoluciones de la
historia, a las liberaciones políticas parciales, sino que las
ayude, las complete y haga así posible el cumplimiento de su
fin libertario último”, dice el Bartolomé de Augusto Salazar
Bondy.32 La victoria de Pedro Castillo y Perú Libre plantea un
terreno distinto desde el cual llevar adelante estas reflexiones,
pues su promesa de abrir un proceso constituyente recompone
el escenario político y nos aleja de los límites que nuestros
liberales se (auto)impusieron al pensar el país. Con suerte, el
capítulo económico de la Constitución de 1993 ya no será un
texto escrito en piedra al que todos debemos agradecer por el
“milagro peruano”. El gobierno de Castillo también abre la
posibilidad de devolverle legitimidad a las izquierdas como
actores políticos, contra su invisibilización recurrente en los
diagnósticos de Vergara y McEvoy. Aquellos que pensaron
que la utopía republicana era la mejor utopía posible hoy se
ven obligados a reconocer que olvidaron la persistencia del
viejo topo. El fracaso del “modelo” para lidiar exitosamente
con la pandemia, la extinción electoral del partido morado, la
fujimorización gratuita de Vargas Llosa, el desprecio del
Congreso hacia el país, sumados a que por primera vez se
elige a un presidente que desacopla el histórico nudo entre
élites y poder estatal, constituye la evidencia de la impotencia
—subjetiva y objetiva—de la utopía republicana dominante
en el presente bicentenario.

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