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Coordinador
ISBN 968-36-9318-0
CONTENIDO
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
Manuel FERRER MUÑOZ
Capítulo primero
Los extranjeros ante la diversidad indígena del México deci-
monónico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Manuel FERRER MUÑOZ
Capítulo segundo
La República mexicana y sus habitantes indígenas contempla-
dos por Henry George Ward, encargado de negocios de su ma-
jestad británica en México, 1825-1827 . . . . . . . . . . . . . 45
Eduardo Edmundo IBÁÑEZ CERÓN
Manuel FERRER MUÑOZ
Capítulo tercero
R. W. H. Hardy y la visión anglosajona . . . . . . . . . . . . . 79
Alfredo ÁVILA
Capítulo cuarto
La situación social e histórica del indio mexicano en la obra
de Eduard Mühlenpfordt . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
José Enrique COVARRUBIAS
Capítulo quinto
Mathieu de Fossey: su visión del mundo indígena mexicano . . . 117
Manuel FERRER MUÑOZ
VII
VIII CONTENIDO
Capítulo sexto
Frances Erskine Inglis Calderón de la Barca y el mundo in-
dígena mexicano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
María BONO LÓPEZ
Capítulo séptimo
John Lloyd Stephens. Los indígenas y la sociedad mexicana
en su obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195
Julio Alfonso PÉREZ LUNA
Capítulo octavo
Carl Christian Sartorius y su comprensión del indio dentro
del cuadro social mexicano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217
José Enrique COVARRUBIAS
Capítulo noveno
Los conservadores y los indios: Anselmo de la Portilla . . . 237
María BONO LÓPEZ
Capítulo décimo
Brasseur de Bourbourg ante las realidades indígenas de Mé-
xico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261
Manuel FERRER MUÑOZ
Capítulo decimoprimero
La visión imperial. 1862-1867 . . . . . . . . . . . . . . . . . 287
Érika PANI
Capítulo decimosegundo
Los episodios históricos mexicanos de Olavarría y Ferrari:
la novela histórica y los indios insurgentes . . . . . . . . . . 305
María José GARRIDO ASPERÓ
CONTENIDO IX
Capítulo decimotercero
Carl Lumholtz y El México desconocido . . . . . . . . . . . 331
Luis ROMO CEDANO
Las líneas que siguen pretenden poner sobre aviso a los lectores en rela-
ción con los planteamientos que han presidido la elaboración de la obra
cuyo primer volumen sale ahora a la luz. Si en un principio se pensó titu-
lar el libro como Extranjeros en el México decimonónico: Estado nacio-
nal y etnias indígenas, luego pudo apreciarse que esa denominación no se
correspondía fielmente con la temática que se aborda en él, que rebasa el
simple encaje de la complejidad indígena en el rígido molde del Estado
nacional y se aboca con más amplitud al modo en que las realidades so-
ciales, políticas y jurídicas de los pueblos indígenas y las correspondien-
tes estructuras de la joven República mexicana fueron contempladas por
los extranjeros que viajaron o residieron en ella. Se configura así un obje-
to de análisis de notable envergadura y de más implicaciones que el con-
cebido en un primer momento que, en buena lógica, había de reflejarse en
la intitulación de la obra.
Sentada esa premisa, se explica la adopción del título que finalmente
ha prevalecido: La imagen del México decimonónico de los visitantes ex-
tranjeros: ¿un Estado-Nación o un mosaico plurinacional? Efectivamente,
se ha procurado concentrar la mirada en los juicios ----o los prejuicios---- que
sobre la realidad mexicana formularon esos personajes venidos de lejos,
que reflejan las ideas difundidas en el siglo XIX acerca de la ciudadanía y
de la nación. Más que el ‘‘objeto’’ de las observaciones, ha sido el ‘‘suje-
to’’ contemplador el que ha captado una atención preferente, sin que esa
predilección por los actores apareje una preterición del argumento ni del
escenario de la obra que aquéllos representan.
Al llevar a cabo la investigación se ha sustituido la habitual perspecti-
va del ‘‘viajero’’ por la del ‘‘extranjero’’ a secas, de modo que pudieran
* Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
1
2 PRESENTACIÓN
pudo darme también algunos informes generales sobre los indios; pero no
sólo allí, sino en muchas otras partes de México, á menudo me dejaba estu-
pefacto la ignorancia de los agricultores mexicanos acerca de los indios
que vivían a sus puertas. Salvo ciertos especialistas distinguidos, aun los
mexicanos inteligentes saben muy poco de las costumbres, y mucho menos
de las creencias de los aborígenes. En lo que mira á los [tarahumaras] paga-
nos de las barrancas, no pude adquirir más noticia que la certidumbre del
general desprecio que se les tiene por salvajes, bravos y broncos.8
9 Cfr. Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), 71 (Madrid, San
Pablo, 1998, p. 105).
PRESENTACIÓN 7
Por eso, los comentarios cáusticos con que solían referirse a la tra-
yectoria seguida por el país desde su separación de España, aunque no
faltaron quienes atribuyeron precisamente a los tres siglos de dominación
española la responsabilidad de todos los males que se abatían sobre las
poblaciones indígenas. A este propósito son particularmente relevantes
los escritos de Mühlenpfordt, que apuntan a la evangelización de los abo-
rígenes llevada a cabo por los españoles como la faceta más negativa del
pasado colonial, así como los comentarios que brotan de la pluma de
Lumholtz acerca de las misiones. También se sitúan en la línea del prejui-
cio antiespañol las observaciones de la mayoría de los textos revisados
por Érika Pani para la época de la Intervención francesa y del Imperio de
Maximiliano.
Olavarría y Ferrari, que fue quien prestó más atención al período de
la insurgencia, interpretó ésta en función de los intereses y aspiraciones
de los criollos, y minimizó la importancia de la aportación indígena, so-
bre todo después de que Morelos asumiera la dirección del movimiento.
Aunque muchos miembros de las comunidades se hubieran alzado en armas
contra las autoridades españolas, pensaba Olavarría, sus objetivos inme-
diatos habían sido sólo el robo, el pillaje y la venganza por los agravios acu-
mulados durante siglos de tutelaje colonial. Para el historiador-novelista
español, no existieron motivaciones ideológicas en el levantamiento de
los grupos indígenas que se implicaron en la guerra.
Más de uno de esos visitantes que arribaban a México desde otros
países, donde la estructura social divergía tanto de la imperante en las tie-
rras que antes habían sido novohispanas, denunció la explotación de los
indígenas, que algunos ----como la marquesa de Calderón de la Barca y An-
selmo de la Portilla---- atribuyeron a la extinción del tutelaje colonial, y
otros, a la expansión de las haciendas y a la consiguiente amenaza sobre
la tenencia comunal de las tierras que se hallaban en manos de los indíge-
nas. No faltaron quienes, al percatarse del agravamiento en las condicio-
nes de vida de las diversas etnias, cuyos miembros habían sido incorpora-
dos ----desde la misma proclamación de Independencia de México---- a un
proyecto nacional donde la sociedad en su conjunto participaba de una
igualdad jurídica plena, delataron el fracaso de este proyecto igualitario
tan caro a los primeros liberales: bastaría recordar los casos de John
Lloyd Stephens y de Anselmo de la Portilla. Menos sombríos son los plan-
teamientos de Lumholtz, que pudo comprobar con sus propios ojos que la
8 PRESENTACIÓN
figura del general Porfirio Díaz gozaba de notable prestigio en las más
remotas localidades huicholas, coras y tepehuanas.
Conocedores de la profunda insatisfacción del mundo indígena, de la
que varios de los personajes que aquí se estudian fueron testigos de pri-
mera mano (Hardy, Fossey, Stephens, Brasseur de Bourbourg...), se mos-
traron pesimistas sobre la capacidad de las autoridades mexicanas para
solucionar los problemas que solían hallarse en la base de las revueltas
indígenas y de las guerras civiles que asolaban periódicamente la Repú-
blica, provocadas o atizadas muchas veces por rivalidades antiguas de las
etnias, nacidas de la hostilidad entre los diversos grupos que se asentaban
en una misma región. Coinciden todos los autores extranjeros que se han
revisado en subrayar el carácter inasimilable de los nómadas de las regio-
nes fronterizas del norte, que tantos quebraderos de cabeza ocasionaban a
residentes y autoridades.
Entre las instituciones contemporáneas de los extranjeros de que nos
ocupamos, el ejército es tal vez una de las que acaparan más críticas: so-
bre todo, desde la perspectiva de los brutales medios de conscripción en
boga, que tanto daño causaban a los ‘‘ciudadanos indígenas’’. Tampoco
los congresos escaparon a la censura de estos personajes foráneos, que no
ocultaron su perplejidad por la falta de sensibilidad del Poder Legislativo
mexicano en el tratamiento de los asuntos que afectaban más directamen-
te a las etnias. Del mismo modo, la instrucción y la seguridad públicas
dejaban mucho que desear a sus ojos: sobre todo, en los espacios rurales
donde tanto abundaba la población indígena.
Destaca también la importancia que ese conjunto de extranjeros con-
cedió al mundo criollo, decisivo en el desencadenamiento de la Revolu-
ción de Independencia en la opinión de Ward y de Olavarría, y sostén de
las clases superiores de una sociedad que administraba unas riquezas que
parecían inagotables a los ojos de esos visitantes llegados de lejanos paí-
ses: aunque profundamente herido en su autoestima por los resultados de
la guerra de 1847, como advierte Sartorius, y amenazado ----según Bras-
seur de Bourbourg---- por mestizos e indígenas cansados de que los crio-
llos disfrutaran en exclusiva de los privilegios de que habían gozado los
españoles hasta la Independencia.
Coherentemente con la mentalidad imperante en el mundo occidental
del siglo XIX, los extranjeros que acuden a México (Fossey, Sartorius...)
preconizan la atracción de colonos europeos como la mejor solución para
introducir a la República mexicana en la modernidad, y contrarrestar así
PRESENTACIÓN 9
las rémoras de una población indígena tan numerosa como ajena al pro-
greso económico, que, desde los comienzos de la quinta década del siglo,
asistía impotente a un agravamiento de los problemas del medio rural.
Encontraremos también opiniones en favor de la transculturización de los
indígenas a través del mestizaje que, en último término, habría de condu-
cir a su inevitable extinción.
La generalizada conciencia de la marginación en que se desenvolvían
los indígenas se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas es la expre-
sión verbal de que se servían muchos de los extranjeros que acompañaron
a Carlota y Maximiliano durante su aventura imperial, que refleja in-
conscientemente aquella percepción: cuando hablaban de ‘‘mexicanos’’,
se referían precisamente a los no-indios, a los descendientes de ‘‘los con-
quistadores’’. Carl Sofus Lumholtz advirtió también que, frente al indio,
se levantaba un nebuloso proyecto de nación que excluía a las etnias indí-
genas y abrazaba a todos los demás grupos de población, llamados indis-
tintamente la civilización, los vecinos, los mexicanos, los mestizos o los
blancos. Tal contraposición no impedía que, a la larga, esos pueblos indí-
genas acabaran ‘‘mexicanizándose’’ e integrándose ----a la mala, según
Lumholtz---- en el proyecto mexicano de nación.
Antes de poner término a estas notas introductorias, deseo advertir que
el trabajo que ahora se envía a la imprenta está concebido como primer volu-
men de un estudio más amplio, que se ocupará de otros extranjeros del siglo
XIX ----afincados en México o transeúntes---- que no han encontrado cabida
en estas páginas. Por eso instamos a la paciencia de quienes, extrañados por
la ausencia de personalidades de la talla de un Brantz Mayer ----por ejem-
plo----, piensen en una omisión culpable de quien coordinó esta publicación:
ni son todos los que están, ni están ----por supuesto---- todos los que son,
aunque sí se ha procurado que la selección practicada permita cubrir, cro-
nológicamente, toda la centuria y, territorialmente, todo el espacio de la Re-
pública mexicana; y muestre también un amplio abanico de nacionalidades
entre los extranjeros cuyos escritos son objeto de estudio.
De los trece capítulos de que consta el presente volumen, uno sirve de
introducción al resto y se propone un acercamiento general a la actitud
de esos espectadores foráneos ante el mundo indígena que descubrieron;
seis capítulos tienen como protagonistas a personas que visitaron México
durante las cinco primeras décadas del siglo; tres se emplazan en el trán-
sito de una mitad a otra de la centuria, y tres se ambientan en la segunda
parte del siglo XIX.
10 PRESENTACIÓN
Son muchos los relatos escritos por gentes de diversos países que reco-
rrieron los caminos, las ciudades y los más recónditos parajes de la Repú-
blica mexicana, a lo largo del siglo XIX. Sobra decir que el recuerdo del
Ensayo de Humboldt sobre la Nueva España ocupaba un lugar señero en
la mente de la mayoría de esos espectadores foráneos, que solían coinci-
dir en el propósito de que su legado no desmereciera en su parangón con
la obra del sabio alemán.1
No debe sorprender, por tanto, que muchas de las categorías mentales de
Humboldt reaparecieran en esos otros escritos sobre la sociedad mexicana:
los análisis basados en un cierto despego del determinismo geográfico, que
* Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Una
versión preliminar de este texto fue presentada como ponencia en el V Congreso Internacional de
Hispanistas (Santa Fe, Granada, del 25 al 28 de junio de 1999), con el título ‘‘La República mexicana
y sus ciudadanos indígenas vistos por los extranjeros del siglo XIX’’.
1 Entre la amplísima bibliografía dedicada al barón de Humboldt, nos gustaría señalar cuatro
libros editados por la Universidad Nacional Autónoma de México: Ortega y Medina, Juan A., Hum-
boldt desde México, México, UNAM, 1960; Bopp, Marianne O. de et al., Ensayos sobre Humboldt,
México, UNAM, 1962; Miranda, José, Humboldt y México, México, UNAM, 1962, y Minguet, Char-
les, Alejandro de Humboldt, historiador y geógrafo de la América Española 1799-1804, México,
UNAM, 1985.
13
14 MANUEL FERRER MUÑOZ
2 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation, London-New
York, Routledge, 1997, pp. 131, 136-137 y 148; Gallegos Téllez Rojo, José Roberto, ‘‘Dos visitas a
México... ¿Un solo país? La mirada en dos libros de Charnay’’, en Ferrer Muñoz, Manuel (coord.),
Los pueblos indios y el parteaguas de la Independencia de México, México, UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 1999, p. 276, y Covarrubias, José Enrique, Visión extranjera de México,
1840-1867, vol. I: El estudio de las costumbres y de la situación social, México, Instituto de Investi-
gaciones Dr. José María Luis Mora-UNAM, 1998, pp. 17-18, 59 y 89.
3 Humboldt, Alejandro de, Ensayo político sobre el reino de la Nueva-España (edición facsi-
milar de la de Paris, Casa de Rosa, 1822), México, Instituto Cultural Helénico-Miguel Ángel Porrúa,
1985, vol. I, p. 1. Véase también ibidem, vol. I, pp. 8-9.
4 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes, pp. 131-132 y 136.
5 Calderón de la Barca, Francis E. I., La vida en México durante una residencia de dos años en
ese país, México, Porrúa, 1959, vol. I, p. 162.
6 Cfr. Fossey, Mathieu de, Viaje a México, México, Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes, 1994, pp. 167-168, y Fossey, Mathieu de, Le Mexique, Paris, Henri Plon, 1857, p. 315.
LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 15
detenimiento: las más de las veces recibió una atención superficial, por lo
que apenas nos han llegado las manifestaciones externas de su cultura.7
Los emigrantes que acudieron a la República mexicana en busca de
fortuna y la encontraron, de vuelta a sus lugares de origen, convertidos ya
en hombres de éxito, cedieron a la tentación de copar el protagonismo de
las tertulias y de las charlas en los cafés. Ricos y envidiados, aunque ile-
trados y objeto de chanzas disimuladas por el ostentoso lujo con que se
engalanaban, no pararon de prodigarse en inacabables pláticas sobre el
exotismo de los parajes, el mundo mágico prehispánico y sus tradiciones
milenarias, la degradación de los indígenas contemporáneos... Y, así, con-
tribuyeron poderosamente a forjar un modo de explicar al indio america-
no. A otros componentes de ese gran flujo migratorio que una y otra vez
surcó el Atlántico no les acompañó la suerte y, si regresaron alguna vez a
sus hogares, fue para arrostrar de nuevo pobrezas y frustraciones. No pa-
rece probable que, en esas condiciones, se sintieran invitados a hablar so-
bre una vida cuyas expectativas distaban de haberse satisfecho.
En España, el tipo del ‘‘indiano’’ reproduce las características del
emigrante exitoso que retorna a su aldea natal o se establece en barrios de
nuevos ricos que se desarrollan en las afueras de algunas ciudades, como
la imaginaria Vetusta que describió Clarín con pinceladas de maestro:
‘‘allí estaba la Colonia, la Vetusta novísima, tirada a cordel, deslumbrante
de colores vivos con reflejos acerados; parecía un pájaro con plumas y
cintas de tonos discordantes... La ciudad del sueño de un indiano que va
mezclada con la ciudad de un usurero o de un mercader de paños o de
harinas’’.8 Los habitantes de la Colonia, indianos de mucho dinero, siguen
con el mayor de los esmeros, hasta donde se les alcanza, las costumbres
de los distinguidos personajes de la rancia aristocracia local, y hacen gala de
una religiosidad que se les antoja de buen tono y que desdice de la irrefle-
xiva, alocada y alegre moralidad que fue su compañera durante los años
de emigración. Y recuerdan, ensimismados, aquellos tiempos heroicos en
que labraron su riqueza: es de suponer la conmiseración con que rememo-
rarían la imagen de los pobres indios, inadaptados a la modernidad de la
nación que, segregada de España, había proporcionado trabajo y oportu-
nidades a quienes se arriesgaron a buscar en ella los medios de vida que
les negaba la madre patria.
7 Cfr. Lameiras, Brigitte B. de, Indios de México y viajeros extranjeros, siglo XIX, México,
Secretaría de Educación Pública, Sep-Setentas, 1973, p. 53.
8 Alas, Leopoldo, ‘‘Clarín’’, La Regenta, Madrid, Alianza Editorial, 1990, pp. 19-20.
16 MANUEL FERRER MUÑOZ
9 Cit. en Zea, Leopoldo, ‘‘La ideología liberal y el liberalismo mexicano’’, en varios autores,
El Liberalismo y la Reforma en México, México, UNAM, Escuela Nacional de Economía, 1973, p.
511. Cfr. González Navarro, Moisés, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero
1821-1970, México, El Colegio de México, 1993-1994, vol. I, pp. 83 y 89.
10 Cfr. González Navarro, Moisés, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero,
vol. I, pp. 85-86.
11 Cfr. Bono López, María, ‘‘Frances Erskine Inglis Calderón de la Barca y el mundo indígena
mexicano’’, capítulo sexto, II, de este libro.
LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 17
Las crónicas extranjeras nos ilustran acerca del modo en que el pecu-
liarísimo mundo ‘‘mexicano’’ ----‘‘novohispano’’ hasta 1821---- se ofrecía
a la mirada de esos visitantes, a veces miopes22 o restringidos en sus mi-
16 [Portilla, Anselmo de la], Historia de la revolución de México contra la dictadura del gene-
ral Santa-Anna (1853-1855) (edición facsimilar de la de México, Imprenta de Vicente García Torres,
1856), México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1987; y Puebla,
José M. Cajica, 1972.
17 Portilla, Anselmo de la, México en 1856 y 1857. Gobierno del General Comonfort (edición
facsimilar de la de New York, Imprenta de S. Hallet, 1858), México, Instituto Nacional de Estudios
Históricos de la Revolución Mexicana-Gobierno del Estado de Puebla, 1987.
18 Cfr. ibidem, pp. 23 y 107.
19 Cfr. ibidem, pp. 164-166.
20 Cfr. ibidem, p. 261.
21 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, México, Im-
prenta de Ignacio Escalante, 1871.
22 Para mejor entender las razones de esa miopía aconsejamos la lectura de Gallegos Téllez
Rojo, José Roberto, ‘‘Dos visitas a México... ¿Un solo país? La mirada en dos libros de Charnay’’, en
Ferrer Muñoz, Manuel (coord.), Los pueblos indios y el parteaguas de la Independencia de México;
y, más en particular, el apartado que se subtitula Mirar en la historia, pp. 271-274.
LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 19
The bottom line in the discourse of the capitalist vanguard was clear: Ame-
rica must be transformed into a scene of industry and efficiency; its colo-
nial population must be transformed from an indolent, undifferentiated,
uncleanly mass lacking appetite, hierarchy, taste, and cash, into wage la-
bor and a market for metropolitan consumer goods.26
hay quienes dicen que un nativo se niega a hablar con el hombre blanco.
Error. Nadie habla con el amo; pero al viajero y al amigo, al que no viene a
enseñar ni a dominar, al que no pide nada y acepta todo, se le dirigen pala-
bras junto a las fogatas, en la soledad compartida del mar, en aldeas ribere-
ñas, en lugares de descanso rodeados por bosques; se le dirigen palabras
que no tienen en cuenta la raza ni el color. Un corazón habla y otro escu-
cha, y la tierra, el mar, el cielo, el viento y las trémulas hojas oyen también
la fútil historia de la carga de la vida.34
de Castas. Un estudio estilístico’’, en Krotz, Esteban (coord.), Aspectos de la cultura jurídica en Yu-
catán, Mérida, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Maldonado Editores, 1997, p. 255.
30 Eco, Umberto y Martini, Carlo Maria, ¿En qué creen los que no creen?, México, Taurus,
1997, p. 107.
31 Cfr. Pérez Collados, José María, Los discursos políticos del México originario, México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, p. 274, nota 673.
32 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, pp. 257 y 34.
33 Cfr. el trabajo de Luis Romo Cedano: ‘‘Carl Lumholtz y El México desconocido’’, capítulo
decimotercero, I, de este libro.
34 Conrad, Joseph, ‘‘Karain: a memory’’, en Tales of unrest, London, T. Fisher Unwin, 1898, p.
35, cit. en Sullivan, Paul, Conversaciones inconclusas, p. 23.
22 MANUEL FERRER MUÑOZ
mayos que los sacerdotes católicos, o del culto que recibían entre los toto-
nacos las tawilana protectoras de las comunidades46---- llamaron la aten-
ción de muchos visitantes: entre éstos, algunos viajeros alemanes, como
Becher, Koppe y Sealsfield. El primero de ellos creyó haber encontrado
una explicación de la supervivencia de la idolatría, después de trescientos
años de dominación española: ‘‘según parece, hubo que dejarles una parte
de sus costumbres paganas únicamente [para] atraerlos al seno de la Igle-
sia católica en lo esencial’’.47
Otro viajero ----inglés, en este caso----, James Morier, refirió a George
Canning las animadas pláticas que había sostenido con el sacerdote Fran-
cisco García Cantarines, miembro de la Legislatura local de Veracruz en
1824 y profundamente pesimista sobre la viabilidad del sistema de go-
bierno adoptado en México. Cantarines estaba convencido de que la ma-
yor parte de la población carecía de virtudes cívicas y desconocía la natu-
raleza de un régimen representativo: ‘‘so give an example of their ideas of
representation, said that an Indian was asked whom he wished should re-
present him or his nation in the congress? After some thought, he answe-
red ‘The Holy Ghost’’’.48
Robert Williams Hale Hardy, que juzgó muy desfavorablemente a los
indígenas del Estado de México, los encontró tan idólatras como en tiem-
pos de los ‘‘montezumas’’ con la única diferencia de que, después de la
46 Cfr. Hu-DeHart, Evelyn, ‘‘Rebelión campesina en el noroeste: los indios yaquis de Sonora,
1740-1976’’, en Katz, Friedrich (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México
del siglo XVI al siglo XX, México, Ediciones Era, 1990, vol. I, p. 151; Hernández Silva, Héctor
Cuauhtémoc, Insurgencia y autonomía. Historia de los pueblos yaquis: 1821-1910, México, Centro
de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Instituto Nacional Indigenista,
1996, pp. 61 y 115; González y González, Luis, El indio en la era liberal, Obras completas, México,
Clío, 1996, vol. V, pp. 178-181 y 220, y Chenaut, Victoria, Aquéllos que vuelan. Los totonacos en el
siglo XIX, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Instituto
Nacional Indigenista, 1995, pp. 194-195. Luis González recoge numerosas muestras del mestizaje
religioso generalizado entre muchas etnias indígenas: tarahumaras, tarascos, otomíes, nahuas, zapote-
cos, zoques, tzotziles y tzeltales, mayas... (cfr. González y González, Luis, El indio en la era liberal,
pp. 227-228, 248-249, 254, 257-258, 270, 274, 281 y 302). La coexistencia de prácticas religiosas
prehispánicas y de ceremoniales cristianos entre los mixes aparece atestiguada en Lameiras, Brigitte
B. de, Indios de México y viajeros extranjeros, pp. 142-143.
47 Cit. en Mentz de Boege, Brígida Margarita von, México en el siglo XIX visto por los alema-
nes, México, UNAM, 1982, p. 157.
48 Carta de James Morier a George Canning, Jalapa, 14 de noviembre de 1824 (Public Record
Office, British Foreign Office, 50, vol. 6, fol. 94-97, microfilmado en la biblioteca Daniel Cosío Vi-
llegas de El Colegio de México). Cit. en Ávila, Alfredo, Representación y realidad. Transforma-
ción y vicios en la cultura política mexicana en los comienzos del sistema representativo, tesis
para optar al grado de Maestría en Historia de México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras,
1998, p. 10, nota 2.
26 MANUEL FERRER MUÑOZ
49 Cfr. Hardy, R. W. H., Travels in the interior of Mexico, in 1825, 1826, 1827 and 1828, Lon-
don, Henry Colburn-Richard Bentley, 1829, pp. 526-527.
50 Cfr. Sartorius, Carl Christian, México hacia 1850, México, Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes, 1990, pp. 272-273.
51 Mayer, Brantz, México, lo que fue y lo que es, pp. 4 y 63.
52 Cfr. ibidem, pp. 92-100.
53 Cfr. ibidem, pp. 189-194.
54 Lumholtz, Carl, El México desconocido. Cinco años de exploración entre las tribus de la
Sierra Madre Occidental, en la Tierra Caliente de Tepic y Jalisco, y entre los tarascos de Michoa-
cán, México, Editora Nacional, 1972, vol. II, p. 320.
LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 27
55 Ortega y Medina, Juan A., ‘‘Prólogo y notas’’, en Mayer, Brantz, México: lo que fue y lo que
es, p. XXV.
56 ‘‘Para encontrar los vestigios de la grandeza mexicana, hay que salir de la actual capital de
Nueva España, porque en ella los restos de este antiguo esplendor fueron borrados por los conquista-
dores’’ (Bullock, William, Six months’ residence and travels in Mexico: containing remarks on the
present state of New Spain, its natural productions, states of society, manufactures, trade, agriculture
and antiquities, etc., London, John Murray, 1825, vol. II, p. 153). Véase también ibidem, vol. II, p. 35.
57 Cfr. González Navarro, Moisés, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero,
vol. I, p. 59.
58 Vigneaux, Ernest, Viaje a México, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 80.
28 MANUEL FERRER MUÑOZ
72 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 505-507. Y, sin embargo, tal vez no se halle dema-
siado alejado de la verdad el severo juicio de Ignacio M. Altamirano que, al referirse al régimen
centralista establecido en 1836 por las Leyes Constitucionales, sostuvo que se asentó entonces el pre-
dominio de una ‘‘oligarquía opresora y exclusivista; mejor dicho, una monarquía disimulada, bajo la
influencia del ejército, del clero y de los ricos’’, que, amparada en el hecho de que ‘‘la mayoría de
la población se componía de indígenas incultos, o de propietarios mestizos’’, pudo ignorar los intere-
ses de esos sectores mayoritarios e incapacitados para hacer valer sus conveniencias y sus derechos
(cfr. Altamirano, Ignacio M., Historia y política de México (1821-1882), México, Empresas Editoria-
les, 1947, p. 46).
73 Cfr. Mayer, Brantz, México, lo que fue y lo que es, pp. 440-445.
74 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 120-128.
75 Ortega y Medina, Juan A., ‘‘Prólogo y notas’’, en Mayer, Brantz, México: lo que fue y lo que
es, p. XXXIV. La inglesa Anna M. Falconbridge, que en 1802 publicó un libro sobre sus viajes por
32 MANUEL FERRER MUÑOZ
África Occidental, testimonió el tremendo impacto que le habían causado las degradantes condicio-
nes en que vivían los habitantes de las regiones del Continente Negro por ella visitadas: ‘‘I never did,
and God grant I never may again witness so much misery as I was forced to be a spectator of here’’
(‘‘nunca fui testigo, y Dios permita que nunca más vuelva a serlo, de tanta miseria como la que he
debido contemplar aquí’’): cit. en Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes, p. 104.
76 Cfr. Tayloe, E. T., Mexico, 1825-1828. The journal and correspondence of Edward Thornton
Tayloe, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 1959, p. 129.
77 Mayer, Brantz, México, lo que fue y lo que es, p. 221.
78 Cfr. copia de un papel que Clavijero dirigió al jesuita Vizcardo sobre la población de las
audiencias de México, Guadalajara y Guatemala, en Archivo General de Indias, Estado, 61, núm. 24.
79 ‘‘No encontramos en las iglesias de México esa distinción de reclinatorios y de asientos tan
generalizada entre nosotros. Aquí, sobre el mismo suelo, los indios más pobres y los más encumbra-
dos personajes del país se mezclan indiscriminadamente para elevar sus plegarias a ese Ser para el
LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 33
cual son desconocidas las distinciones terrenales’’ (Bullock, William, Six months’ residence and tra-
vels in Mexico, vol. I, pp. 144-145). Véase también Calderón de la Barca, Francis E. I., La vida en
México, vol. II, p. 318, y Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec dans
l’État de Chiapas et la République de Guatémala: executée dans les années 1859 et 1860, par l’abbé
Brasseur de Bourbourg, Membre des Sociétés de Géographie de Paris, de Mexico, etc., Ancien Admi-
nistrateur ecclesiastique des Indiens de Rabinal, Chargé d’une mission scientifique de S. E. M. le
Ministre de l’Instruction publique et des Cultes dans l’Amérique-Centrale, Paris, Arthus Bertrand,
1861, p. 193
80 Cit. en Lameiras, Brigitte B. de, Indios de México y viajeros extranjeros, p. 46.
81 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 53.
82 Cit. en Ortega y Medina, Juan A., Zaguán abierto al México republicano (1820-1830), Mé-
xico, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1987, p. 23.
34 MANUEL FERRER MUÑOZ
1. El mundo rural
2. El servicio militar
debe tenerse presente, que cada vez que el gobierno manda hacer un empa-
dronamiento general, antes, y mucho mas hoy, la gente comun mira la pro-
videncia como precursora de algun nuevo gravamen, de alguna nueva car-
ga, y para ponerse en guardia contra lo que sobrevenga, oculta cuanto
puede de su familia, sobre todo, en lo relativo á varones, para que ni les
impongan contribucion, ni los lleven al ejército.96
97 Cfr. Taylor, William B., ‘‘Bandolerismo e insurrección: agitación rural en el centro de Jalis-
co, 1790-1816’’, en Katz, Friedrich (comp.), Revuelta, rebelión y revolución, vol. I, p. 206.
98 García y Cubas, Antonio, ‘‘Materiales para formar la estadística general de la República Me-
xicana’’, p. 372.
99 Cfr. Vigneaux, Ernest, Viaje a México, p. 14.
100 Anselmo de la Portilla reconocía que la declaración de igualdad y el reconocimiento de la
condición ciudadana de los indígenas no impedía que ‘‘cualquier cabo de escuadra h[ubiera] podido
arrancarlos de su hogar, ó arrebatarlos en la calle, para meterlos en un cuartel y hacerlos soldados’’:
Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 89.
101 Cfr. Thomson, Guy P. C., ‘‘Los indios y el servicio militar en el México decimonónico.
¿Leva o ciudadanía?’’, en Escobar Ohmstede, Antonio (coord.), Indio, nación y comunidad en el Mé-
xico del siglo XIX, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-Centro de Investiga-
ciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1993, pp. 210-220; Reina, Leticia (coord.), Las
luchas populares en México en el siglo XIX, México, Centro de Investigaciones y Estudios Supe-
riores en Antropología Social, Cuadernos de La Casa Chata, 1983, p. 92, y Chenaut, Victoria, Aqué-
llos que vuelan, pp. 109-110.
102 Cfr. Dublán, Manuel y Lozano, José María, Legislación mexicana ó Colección completa de las
disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República, México, Imprenta del Co-
mercio, a cargo de Dublán y Lozano, Hijos, 1876-1890, t. VI, núm. 3,983, p. 627 (2 de agosto de 1853);
Legislación indigenista de México, México, Instituto Indigenista Interamericano, 1958, p. 32; El Univer-
sal, 14 de agosto de 1853, y Vázquez Mantecón, Carmen, Santa Anna y la encrucijada del Estado. La
dictadura (1853-1855), México, Fondo de Cultura Económica, 1986, pp. 167-168 y 253.
38 MANUEL FERRER MUÑOZ
opiniones, como la de José María del Castillo Velasco, que abogaban por
la presencia indígena en las filas del ejército:
quedaba desligado del ejército, rara vez volvía a su hogar ----que proba-
blemente encontraría abandonado y sus campos destruidos----, pues se ha-
bía acostumbrado a la fácil tarea del saqueo y había caído en todo tipo de
vicios’’.114
Razonamientos en favor de la constricción de los indígenas al servi-
cio militar, fundados en los beneficios que éstos recibían del contacto con
la civilización, fueron expresados por Carlos de Gagern, en 1869:
los indios como soldados, por el sueldo que ganaban, o por el pillaje que se
les permitía, mejoraban de condición, y esto, que ha venido a concluir has-
ta el período integral, dio siempre a todos los elementos directores, a todos
los revolucionarios, y a todos los jefes de motín, muchedumbres que los
siguieran sin conocer ni discutir las ideas por que combatían.116
118 Cfr. Thomson, Guy P. C., ‘‘Los indios y el servicio militar en el México decimonónico.
¿Leva o ciudadanía?’’, pp. 245-246.
119 Payno, Manuel, Los bandidos de Río Frío, México, Porrúa, 1945, vol. III, p. 168.
120 Ibidem, vol. III, p. 169.
121 Ibidem, vol. III, p. 170.
LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 43
inesperadamente, en una bella tarde, los hombres son detenidos en las ca-
sas de juego, en las calles, e inclusive en sus viviendas, por una patrulla de
la guardia civil, mantenidos bajo vigilancia y a la mañana siguiente, con
los brazos atados por la espalda y amarrados de dos en dos, son enviados a
la cabecera de distrito.
En los poblados pequeños, el domingo es el día preferido para buscar
gente para el ejército, en vista de que la muchedumbre se reúne en la plaza
del mercado, o bien los hombres son buscados la noche del sábado, en uno
de esos bailes que se anuncian con ruidosa cohetería, precisamente para
atraer a los hombres a quienes les entusiasman estos entretenimientos so-
ciales. Es indescriptible la trepidación que se produce en el local del baile
cuando el alcalde se presenta acompañado de la guardia, ocupa las salidas
y selecciona a los individuos que poseen los requisitos para ser soldados.
El grito ‘‘leva’’ produce más consternación que un terremoto. En cierta
ocasión vi a una vieja que huía por el campo, y al preguntarle cuál era el
motivo de su prisa, me respondió, casi sin resuello: ‘‘Están echando leva’’.
‘‘Bueno ----le dije---- a usted no la tocarán’’. Ella contestó que de esto no
había seguridad ninguna, y que lo mejor era esconderse.126
45
46 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
I. DATOS BIOGRÁFICOS
3 Cfr. Johnston, Henry McKenzie, Missions to México, a tales of British diplomacy in the
1820’s, London, British Academic, 1992, pp. 46-47.
4 Cfr. Glender Rivas, Alberto Ignacio, La política exterior de Gran Bretaña hacia el México
independiente, 1821-1827, México, s. e., 1990, p. 63.
48 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
5 Cfr. Alamán, Lucas, Historia de Méjico. Desde los primeros movimientos que prepararon su
independencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, Fondo de Cultura Económica,
1985, vol. V, p. 782.
6 Cfr. Rodríguez O., Jaime E., El nacimiento de Hispanoamérica, p. 125.
LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTES INDÍGENAS 49
14 Cfr. Muriá Rouret, José María y Peregrina, Ángela, Viajeros anglosajones por Jalisco: siglo
XIX, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1992, p. 125.
15 ASRE, expte. 23-12-74.
16 ‘‘Un certificado de bautismo, impreso en seda y enmarcado en oro, con los nombres de la
niña debidamente inscritos en él’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, London, Henry Colburn,
1828, vol. II, p. 711.
17 Cfr. Ortega y Medina, Juan A., México en la conciencia anglosajona, México, Antigua Li-
brería Robredo, 1955, p. 22.
52 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
II. OBRAS
the drawings were all taken upon the spot; many of then under circumstan-
ces which would have discouraged most persons from making the attempt,
as fatigue and a burning sun often combined to render it unpleasant. I men-
tion this in justice to Mrs. Ward.18
Las mejoras a que se refería Castillo Nájera son notas a pie de pági-
na donde se corrigen los nombres de lugares y personas y se proporcio-
nan explicaciones de acontecimientos ocurridos en la región durante el
tiempo de la visita de Ward al estado. La obra fue reimpresa en forma
facsimilar por la Universidad Juárez del estado de Durango en el año
1991.
Mercedes Mende de Angulo realizó una pequeña selección de la obra
de Ward en la que recoge los pasajes alusivos a la región de Puebla. Bási-
camente, la antología es una transcripción literal de la sección III del li-
bro quinto. El gobierno del estado de Puebla la publicó en 1990 en la co-
lección ‘‘Lecturas históricas de Puebla’’.
20 Cfr. Ortega y Medina, Juan A., Zaguán abierto al México republicano, 1820-1830, México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1987, p. 25.
21 Castillo Nájera, Francisco, Durango en 1826.
54 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
Nueva España y el Essai politique sur l’île de Cuba del barón de Hum-
boldt; los escritos históricos de Carlos María de Bustamante, sobre todo
El cuadro histórico; el Plan de Iguala de Agustín de Iturbide, así como
varios decretos y panfletos emitidos tanto por el gobierno virreinal como por
los insurgentes americanos en su lucha por conseguir y justificar la guerra
de Independencia; el periódico El Español editado por Blanco White, los
informes comerciales elaborados por el régimen virreinal y por el gobier-
no mexicano...
También hizo uso de obras de escritores anglosajones, como son los
libros de W. D. Robinson (Memoir of the Mexican Revolution and of ge-
neral Mina), Brackenbridge (Voyage to South América, by order the Go-
vernment of the United States), Flin (Journal of a ten years residence in
the valley of Mississipi), Mellish (United States), ‘‘Mr. Política’’ (Sketch
of the internal condition of the United States) y de informes enviados a
petición suya por los representantes de las compañías mineras inglesas en
México y los viajeros anglosajones que visitaron el norte de la República.
The large capitals which have been invested by British subjects, during the
last four years, in the Mines of Mexico, and the differences of opinion that
have prevailed, upon this side of the Atlantic, with regard to these specula-
tions, induced me, at a very early period of my residence in New Spain, to
devote a good deal of attention to this subject, and to endeavour to turn my
stay in the country to account, by collecting all the information respecting
it, that it was possible for me to obtain. I had not, however, prosecuted my
enquiries long, when the investigation, which private curiosity had promp-
ted me to undertake, became a public duty, Circular orders having been
transmitted to all his Majesty’s Agents in the New World to endeavour to
ascertain the exact amount of Silver raised, and exported, in the countries
in which they severally resided, during a term of thirty years.23
23 ‘‘Los grandes capitales que durante los últimos cuatro años han sido invertidos por súbditos
británicos en las minas de México y las diferencias de opinión que han prevalecido en este lado del
Atlántico con respecto a estas especulaciones me indujeron desde el principio de mi residencia en la
Nueva España a dedicar gran parte de mi atención a este tema y a tratar de aprovechar mi estancia en
el país en la recolección de toda información que al respecto me fue posible obtener. Sin embargo, no
había proseguido mis encuestas por mucho tiempo, cuando la investigación que la curiosidad privada
me había impelido a realizar se convirtió en un deber público, puesto que se habían transmitido órde-
nes circulares a todos los agentes de Su Majestad en el Nuevo Mundo para tratar de determinar la
cantidad exacta de plata producida y exportada en los países de su residencia durante un período de
treinta años’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol. II, pp. 3-4.
56 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
Tal fue el motivo que lo impulsó a escribir sobre nuestro país. Por un
lado, el interés personal; por el otro, la preocupación del gobierno inglés
por conocer la verdadera riqueza mineral de la República mexicana. Po-
demos considerar el texto de Ward como un tratado económico sobre Mé-
xico, con el que quiso realizar un estudio sobre el grado de desarrollo de
la República mexicana que sirviese de fuente de información a los capita-
listas ingleses. Uno de sus objetivos fue recalcar la importancia que, des-
de el punto de vista económico, representaba para el capitalista británico
el hecho de que Inglaterra se convirtiese en país manufacturero de la ma-
teria prima mexicana.
Especial interés mostró por presentar a sus compatriotas la verdadera
situación de la minería de nuestro país tras diez años de guerra civil, con
la intención de terminar con las falsas esperanzas de obtener una rápida
riqueza con mínimos gastos, y corregir los errores producidos por la espe-
culación desenfrenada de los inversionistas europeos y por la mala pla-
neación y utilización de los recursos monetarios.
para él, estaban fuera de lugar las explicaciones que invocaban un pasado
indígena que no pertenecía a los criollos:
hence the apparent absurdity of hearing the descendants of the first con-
querors (for such the creoles, strictly speaking, were) gravely accusing
Spain of all the atrocities, which their own ancestors had commited; invo-
king the names of Moctezuma and Atahualpa; expatiating upon the mise-
ries which the Indians had undergone, and endeavouring to discover some
affinity between the suffering of that devoted race and their own.24
Sobre todo, los mexicanos no iban a permitir que los españoles conti-
nuaran ocupando los puestos administrativos que, según ellos, les corres-
24 ‘‘De ahí lo aparentemente absurdo que es oír a los descendientes de los primeros conquista-
dores (ya que, estrictamente hablando, eso eran los criollos) acusar gravemente a España de todas las
atrocidades que sus propios antepasados cometieron; oír invocar los nombres de Moctezuma y de
Atahualpa, explayándose sobre las miserias que habían sufrido los indios y esforzándose por descu-
brir alguna afinidad entre los sufrimientos de esa sumisa raza y la suya propia’’: ibidem, vol. I, pp.
34-35. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 180, 206,
215, 223 y 236.
25 ‘‘Fue una ilusión suponer que se pudiera efectuar alguna unión íntima, sobre todo cuando las
pasiones habían sido recíprocamente excitadas por una serie tan larga de inveteradas hostilidades.
Los criollos podrían perdonar a los criollos por la parte que hubiesen tenido en la contienda anterior,
pero nunca a los españoles; y desde el principio faltaba la base de la ’unión’, que era una de las Tres
Garantías propuestas por el Plan de Iguala’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol. I, p. 268.
58 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
26 Sobre la conspiración del padre Arenas, cfr. Sims, Harold D., La expulsión de los españoles
de México (1821-1828), México, Fondo de Cultura Económica, 1984, pp. 27-30; Staples, Anne,
‘‘Clerics as Politicians: Church, State, and Political Power in Independent Mexico’’, en Rodríguez O.
O., Jaime E. (ed.), Mexico in the Age of Democratic Revolutions, 1750-1850, Boulder and London,
Lynne Rienner Publishers, 1994, p. 237, y Di Tella, Torcuato S., Política nacional y popular en Mé-
xico 1820-1847, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 195-199.
LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTES INDÍGENAS 59
the want of fixes principles, the preference of theory to practice, the dila-
tory habits of those in power at one time, and their ill-judged strides to-
wards impracticable reforms at another, all are of the modern Spanish
school, as are the bombastical addresses to the people, the turgid style
which disfigures most of the public documents of the Revolution, the intoleran-
ce, and jealousy of strangers, which are only now beginning to subside.28
27 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, pp. 129-138.
28 ‘‘La necesidad de principios fijos, la preferencia de la teoría sobre la práctica, los hábitos
dilatorios de aquéllos que tuvieron el poder algún tiempo y sus pasos poco juiciosos hacia reformas
impracticables en otro tiempo son todos de la escuela española moderna, como son los bombásticos
discursos públicos, el estilo hinchado que desfigura la mayoría de los documentos públicos de la re-
volución, la intolerancia y las envidias a los extraños que apenas están empezando a desaparecer’’:
Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol. I, p. 145, nota.
60 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
without any disparagement to its members, of whom many are both useful
and distinguished men, I may say that the largest proportion of the Affiliés
of this society consisted of the novi homines of the Revolution. They are the
ultra Federalists, or democrats of Mexico, and possess the most violent
hostility to Spain, and the Spanish residents; whom the Escoceses have
uniformly protected, both as conceiving them to have lost the power of in-
juring the country, and because, from the large amount of the capital still
remaining in their hands, they think that their banishment must diminish
the resources, and retard the progress of the Republic.29
rent character, between two component parts, which must have a natural
tendency to combine into one.30
30 ‘‘Por desgracia para México, esas ventajas han sido oportunamente aprovechadas por sus ve-
cinos de Estados Unidos. Unos cientos de intrusos han cruzado la frontera con sus familias y han
ocupado tierras dentro del territorio mexicano; en tanto que otros han obtenido concesiones del con-
greso de Saltillo y se han comprometido a colonizar en cierto número de años. Debido a tan impru-
dente fomento de la inmigración a gran escala, el gobierno mexicano conserva muy poca autoridad
sobre los nuevos colonos, establecidos masivamente en varias partes de Texas, quienes, separados
sólo por una línea fronteriza imaginaria de sus compatriotas de la margen opuesta del Sabina, natural-
mente acuden a ellos para que los ayuden en sus dificultades, y no a un gobierno cuya influencia
escasamente se deja sentir en distritos tan remotos. En caso de cualquier futura guerra entre las dos
repúblicas, no es difícil prever que México, en lugar de reforzarse con este numeroso aumento de
población, encontrará en sus nuevos súbditos aliados muy dudosos. Sus hábitos y sentimientos tienen
que ser americanos y no mexicanos, ya que la religión, el idioma y sus anteriores relaciones van
contra su adhesión nominal a un gobierno del que tienen muy poco que esperar y más aún que temer.
Por consiguiente, a la larga, la incorporación de Texas a los estados angloamericanos puede conside-
rarse como un hecho de ninguna manera improbable, a menos que el gobierno mexicano logre frenar
la ola de inmigrantes y pueda interponer una numerosa población de diferente carácter entre las dos
partes, cuya tendencia natural siempre será combinarse en una sola’’: ibidem, vol. II, pp. 586-587.
LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTES INDÍGENAS 63
ración por status, como ocurría en la Gran Bretaña.31 Sin embargo, cons-
tató ‘‘esperanzadores cambios’’ cuando, en 1827, cedió el mando de la
legación británica.
Tal vez por ser extranjero, Ward percibió con especial claridad una
característica de la población aborigen que la mayoría de los políticos
mexicanos a lo largo del siglo XIX no quiso ver o no se esforzó por com-
prender: el hecho de que la población indígena no formaba un bloque ho-
mogéneo, sino que estaba integrada por una gran variedad de etnias, con
costumbres, lenguas y tradiciones diferentes entre sí, muchas veces anta-
gónicas:
they consist of various tribes, resembling each other in colour, and in some
general characteristics, which seem to announce a common origin, but diffe-
ring entirely in language, custom, and dress. No less than twenty different
languages are known to be spoken in the Mexican territory, and many of
these are not dialects, which may be traced to the same root, but differ as
entirely as languages of Sclavonic and Teutonic origin in Europe. Some
possess letters, which do not exist in others, and, in most, there is a diffe-
rence of sound, which strikes even the most unpractised ear.37
I could not help calling to mind the description given by Solis of that plain,
----(a description which used to be my delight as a boy, long before I ever
dreamed that it would be my fate to visit the spot)---- ‘‘with the rays of the
sun playing upon the crests of the Mexican warriors, adorned with feathers
of a thousand hues’’, and contrasting the picture which he has traced of
that brilliant army, with the state of ignorance, wretchedness, and abject
submission, to which their descendants have been reduced since the Con-
37 ‘‘Los indios que, a primera vista, parecen formar una gran masa y comprenden casi las dos
quintas partes de la población, están divididos y subdivididos entre sí de la manera más extraordina-
ria. Consisten en varias tribus, semejantes por su color y por algunas características generales que
parecen anunciar un origen común, pero que difieren completamente en lengua, costumbres y vesti-
mentas. Se sabe que en el territorio mexicano se hablan no menos de veinte lenguas diferentes, y
muchas de ellas no son dialectos cuyo origen se puede encontrar en una raíz común, sino que difieren
tan enteramente entre sí como las lenguas de origen eslavo y teutónico en Europa. Algunas tienen
letras que no existen en otras y en la mayoría hay una diferencia de sonido que llama la atención
inclusive del oído no acostumbrado’’: ibidem, vol. I, p. 31.
66 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
38 ‘‘No pudo menos de venírseme a la mente la descripción dada por Solís de ese llano ----des-
cripción que me deleitaba de niño, mucho antes de que siquiera pudiera soñar en la suerte de visitar el
lugar ‘con los rayos del sol jugueteando sobre los penachos de los guerreros mexicanos, adornados
con plumas de mil colores’, y el contraste entre la imagen que él trazó de tan brillante ejército con el
estado de ignorancia, abandono y abyecta sumisión a que se han visto reducidos sus descendientes
desde la conquista. En la vecindad de la capital nada hay más desastroso que su apariencia; y a pesar
de que, bajo una forma republicana de gobierno, deben gozar, cuando menos en teoría, de una igual-
dad de derechos con todas las otras clases de ciudadanos, en la época de mi visita parecían estar
prácticamente a las órdenes de cualquiera’’: ibidem, vol. II, p. 215.
39 ‘‘Estos antiguos monumentos consisten en dos inmensas pirámides, dedicadas al sol y a la luna,
truncadas, al igual que todas estas pirámides, y considerablemente desfiguradas tanto por la acción
del tiempo como por el fanatismo de los primeros conquistadores, quienes parece que hicieron cuanto
les fue posible por destruir todos los monumentos de la primitiva religión del país. Sin embargo, es tal
la solidez de esas estructuras que no ha sido posible su completa destrucción. Están a poca distancia del
camino y ya era de noche cuando pasamos por ellas; pero aún vistas así, hay algo que impone en el enorme
tamaño de esas moles, que se levantan conspicuamente en medio del valle como en testimonio de tiem-
pos ya idos y de gente cuyo poderío sólo ellas recuerdan’’: ibidem, vol. II, p. 214.
LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTES INDÍGENAS 67
in the outer wall of the cathedral is fixed a circular stone, covered with
hieroglyphical figures, by which the Aztecs used to designate the months of
the year, and which is supposed to have formed a perpetual calendar. At a
little distance from it, is a second stone, upon which the human sacrifices
were performed, with which the great Temple of Mexico was so frequently
polluted: it is in a complete state of preservation, and the little canals for
carrying off the blood, with the hollow in the middle, into which the piece
of jasper was inserted, upon which the back of the victim rested, while his
breast was laid open, and his palpitating heart submitted to the inspection
of the High Priest, give one still, after the lapse of three centuries, a very
lively idea of the whole of this disgusting operation. Whatever be the evils
which the conquests of Spain have entailed upon the New World, the aboli-
tion of these horrible sacrifices may, at least, be recorded, as a benefit
which she has conferred upon humanity in return.41
40 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, p. 221, nota 169.
41 ‘‘En el muro exterior de la catedral se encuentra una piedra circular, cubierta de jeroglíficos,
con los cuales los aztecas representaban los meses del año y que se supone formaban un calendario
perpetuo. A poca distancia hay una segunda piedra, sobre la que se ejecutaban los sacrificios huma-
nos que tan frecuentemente maculaban el gran templo de México: se encuentra en perfecto estado de
conservación y los pequeños canales para que chorreara la sangre, así como el hueco central en el que
se insertaba la pieza de jade sobre la que descansaba la espalda de la víctima en tanto se le abría el
pecho y se presentaba su palpitante corazón al gran sacerdote para que lo examinara, todavía le dan a
uno, después de un lapso de tres siglos, idea muy viva del desarrollo de tan repugnante operación.
Cualesquiera que sean los males que la conquista de España haya acarreado sobre el Nuevo Mundo,
por lo menos la abolición de sacrificios tan terribles se puede registrar como beneficio que se confirió
a la humanidad’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol. II, pp. 233-234. En términos muy seme-
jantes habría de expresarse Justo Sierra, que también se felicitó por el cese de esos sangrientos ritos
que provocó la Conquista: cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y
Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 226.
68 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
42 ‘‘Tengo amistad con un hombre joven, de notables habilidades, que es miembro del Supremo
Tribunal de Justicia de Durango’’: ibidem, vol. I, p. 35.
43 ‘‘Cualesquiera que sean las ventajas que pueden derivarse de los recientes cambios..., los frutos
de la introducción de nuestra tan cacareada civilización en el Nuevo Mundo han sido hasta ahora
ciertamente amargos. En toda América se ha sacrificado a la raza indígena’’: ibidem, vol. II, p. 215.
LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTES INDÍGENAS 69
the village was composed of five or six Indian huts, rather more spacious
than some which we afterwards met with, but built of bamboos, and that-
ched with palm-leaves, with a pórtico of similar materials before the door.
The canes of which the sides are composed, are placed at so respectable a
distance from each other as to admit both light and air: this renders win-
dows unnecessary. A door there is, which leads at once into the principal
apartment, in which father and mother, brothers and sisters, pigs and
poultry, all lodge together in amicable confusion. In some instances, a sub-
division is attempted, by suspending a mat or two in such a manner as to
partition off a corner of the room; but this is usually thought superfluous.
The kitchen occupies a separate hut. The beds are sometimes raised on a
little framework of cane, but much oftener consist of a square mat placed
upon the ground; while a few gourds for containing water, some large
glasses for orangeade, a stone for grinding maize, and a little coarse
earthenware, compose the whole stock of domestic utensils.46
46 ‘‘Compuesto de cinco o seis jacales, un poco más espaciosos que algunos que hallamos des-
pués, pero construidos de bambú y techados con hoja de palma, además de tener un pórtico de mate-
riales parecido frente a la puerta. Las cañas que componen los lados están colocadas entre sí a distan-
cia tan respetable como para admitir tanto luz como aire, y ello hace innecesarias las ventanas. Hay,
sí, una puerta, que conduce inmediatamente al principal alojamiento, en donde el padre y la madre,
los hermanos y las hermanas, los puercos y las gallinas se alojan juntos en amistosa promiscuidad.
Algunas veces se intenta una subdivisión, colgando una o dos esteras, para aislar un rincón del cuarto,
pero esto se considera algo superfluo. La cocina ocupa un jacal separado. A veces las camas están
colocadas sobre un armazón de caña, pero con frecuencia consisten en una estera cuadrada puesta en
el suelo; mientras unas calabazas para guardar agua, algunos vasos grandes para naranjada, un metate
para moler maíz y una pequeña vasija de barro componen el repertorio de utensilios domésticos’’:
ibidem, vol. II, pp. 179-180.
47 ‘‘Ciertamente en esto no tienen rival, ya que mientras estuvo abierta la Academia de San
Carlos algunos de sus alumnos más prometedores se contaban entre los menos civilizados de la po-
blación indígena’’: cfr. ibidem, vol. II, p. 237.
LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTES INDÍGENAS 71
for instance, in States, where the daily wages of the labourer do not exceed
two reals, and where a cottage can be built for four dollars, its unfortunate
inhabitants are forced to pay twenty-two dollars for their marriage fees; a
sum which exceeds half their yearly earnings, in a country where Feast
and Fast days reduce the number of días útiles (on which labour is per-
mitted) to about one hundred and seventy-five. The consequence is, that the
Indian either cohabits with his future wife until she becomes pregnant,
(when the priest is compelled to marry them with, or without fees) or, if
more religiously disposed, contracts debts, and even commits thefts, rather
that not satisfy the demands of the ministers of that Religion, the spirit of
which appears to be so little understood.48
51 Cfr. Garrido Asperó, María José y Ferrer Muñoz, Manuel, ‘‘Los Episodios históricos mexica-
nos de Olavarría y Ferrari: la novela histórica y los indios insurgentes’’, capítulo decimosegundo, IV,
6 de este libro.
74 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
question was now, not one between their Sovereign and themselves as sub-
jects, but between themselves, and their fellow-subjects, the European Spa-
niards.52
52 ‘‘El cambio moral producido en unos pocos meses era extraordinario: habían aprendido a
pensar y actuar; su antiguo respeto por el lugarteniente del rey se perdió por la forma en que se había
derrocado su autoridad y por la manera como su dignidad había sido profanada por sus compatriotas;
y sintieron que el asunto era ahora no entre su soberano y ellos mismos como súbditos, sino entre
ellos mismos y sus consúbditos, los españoles europeos’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol.
I, pp. 156-157.
53 Cfr. ASRE, expte. 42-29-75.
LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTES INDÍGENAS 75
54 Cfr. Riva Palacios, Vicente et al., México a través de los siglos, México, Cumbre, 1986, vol.
XI, p. 102.
55 ‘‘Las manufacturas nativas, de las que he hablado al principio de esta sección, han corrido la
misma suerte que las de España: gradualmente han caído en desuso, conforme los mexicanos han ido
descubriendo que se pueden obtener cosas mucho mejores a un precio mucho más bajo, y pronto
desaparecerán por completo. De hecho, Querétaro todavía se sostiene por un contrato con el gobierno
para vestir al ejército; pero los hilanderos de algodón de la Puebla y otras poblaciones del interior se
han visto obligados a orientar su industria en alguna otra dirección. Esto, en un país donde la pobla-
ción es escasa, no solamente no es de lamentarse, sino que puede considerarse como sumamente ven-
76 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ
tajoso; de hecho algunas poblaciones pueden al principio sufrir por el cambio, pero los intereses ge-
nerales del país serán favorecidos, así como los del fabricante extranjero, quien de la labor de estas
manos adicionales no sólo puede esperar una ganancia en materias primas, sino que verá aumentada
la demanda de producciones europeas exactamente en proporción al decrecimiento del valor del algo-
dón fabricado artesanalmente y de las manufacturas de lana, que antes de la Revolución alcanza-
ban un valor medio de diez millones de dólares por año’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827,
vol. I, p. 439.
LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTES INDÍGENAS 77
upon. It is drawn not from nature, but from a bad likeness, sketched by no
friendly hand’’.56
Ward calificó a los mexicanos de valientes, hospitalarios, afectuosos,
poseedores de una gran sagacidad y habilidad naturales y más que magní-
ficos en sus ideas sobre lo que pensaban que debía ser el trato social, aun-
que en este último aspecto llegaran a mostrarse exageradamente extremo-
sos, por temor a dejar insatisfechos a sus huéspedes.
Los temas que aborda el diplomático inglés en México en 1827 son
variados. Encontramos pasajes sobre la flora y la fauna, el clima, la geo-
grafía, la sociedad, las costumbres, etcétera. Mención especial merece el
libro segundo de su obra, donde aborda la historia del movimiento eman-
cipador desde el año 1808 hasta la consumación de la Independencia por
Agustín de Iturbide: aunque en esta sección cometió algunas imprecisio-
nes históricas, sobre todo, al hablar de la expedición de Francisco Xavier
Mina. Todo esto muestra cuán profundo era el interés del público inglés
hacia la América española, y especialmente por la Nueva España, consi-
derada por la mayoría de los europeos como la más rica provincia de la
Monarquía española.57
Durante los dos años que Henry George Ward residió en nuestro país
se granjeó la amistad y el reconocimiento de las clases superiores de la
sociedad mexicana. El trato con la aristocracia le permitió recoger los
materiales necesarios para la elaboración de su libro. También las ilusio-
nes de una riqueza inagotable sostenidas por los criollos fueron amplia-
mente compartidas por el representante inglés: tanto que podría caricatu-
rizarse la obra de Ward como un anuncio comercial dirigido al público
inglés donde se ofrece la imagen de un país lleno de esperanzas en un
glorioso porvenir, con grandes riquezas naturales sin explotar que sólo es-
peraba las inversiones extranjeras para poder disfrutarlas.
56 ‘‘Tampoco se puede confiar en el punto de vista de Robertson acerca del carácter de los
criollos, ya que está sacado, no de la naturaleza, sino de una mala comparación, bosquejada por mano
enemiga’’: ibidem, vol. II, p. 709.
57 Para mayor información sobre estos asuntos, consúltese Jiménez Codinach, Guadalupe. La
Gran Bretaña y la independencia de México. México, Fondo de Cultura Económica, 1991.
CAPÍTULO TERCERO
Alfredo ÁVILA*
Entre los primeros viajeros que recibió México tras su Independencia po-
cos fueron tan expresivos como los de origen anglosajón. De algún modo,
los franceses, italianos, españoles y sudamericanos que visitaron nuestro
país en la tercera década del siglo XIX tenían preocupaciones e ideas
muy parecidas a las nuestras, mientras que los ingleses y norteamericanos
que por alguna razón estuvieron aquí poseían una tradición cultural e in-
tereses completamente distintos a los de los mexicanos. El estudio clásico
de la escalada viajera anglosajona hecho por Juan A. Ortega y Medina1 ha
resaltado cómo la postura crítica asumida por los ingleses y norteamerica-
nos hacia México se debió, en buena medida, a las costumbres españolas
heredadas por las nuevas repúblicas americanas. Para hombres como Joel
Roberts Poinsett, pocas cosas eran tan insoportables como ‘‘a ceremo-
* Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ésta es una
versión ligeramente distinta de la presentada en el simposium Extranjeros en el México Decimonóni-
co: Estado Nacional y Etnias Indígenas, organizado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas y la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Dirección de
Lingüística del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en el Auditorio Fray Bernardino de Saha-
gún del Museo Nacional de Antropología e Historia, el 20 de mayo de 1999. Agradezco las observa-
ciones que en aquella ocasión se me hicieron, especialmente las de Manuel Ferrer Muñoz. Debo mu-
cho a los comentarios de Dinorah, a quien dedico este trabajo.
1 Cfr. Ortega y Medina, Juan A., Zaguán abierto al México republicano (1820-1830), México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1987, pp. 3-53.
79
80 ALFREDO ÁVILA
nious Spanish dinner’’ ni nada más ridículo que los rituales de saludo y
despedida de la aristocracia española, es decir, mexicana.2 Así, según Or-
tega, la crítica y hasta el desprecio mostrados por dichos viajantes no eran
otra cosa sino la continuación del conflicto anglohispano iniciado en el
siglo XVI entre el misoneísmo católico, tradicional español, y la moder-
nidad protestante y capitalista de la ‘‘pérfida Albión’’.3
Con ser tan certera esta apreciación, nos gustaría indicar otras razo-
nes de la incomprensión anglosajona ante el mundo hispanoamericano.
Tanto ingleses como norteamericanos a principios del siglo XIX compar-
tían una serie de valores que diferían notablemente del modelo de Estado
nacional que estaba tratando de realizar México. No sólo es necesario
apuntar que para la Monarquía británica hubiera sido mucho más conve-
niente que este país se constituyera como una Monarquía Constitucional
o, cuando menos, como un Estado centralizado, capaz, por lo tanto, de
garantizar las condiciones mínimas para que los comerciantes e inversio-
nistas ingleses pudieran explotar las riquezas a las que antes de la Inde-
pendencia no tenían acceso. Tampoco Estados Unidos quedó conforme
con la forma de gobierno adoptada por México. Como hizo notar el radi-
cal norteamericano Edward Thornton Tayloe, secretario de la legación de
su país en México, la simple copia de las instituciones republicanas y fe-
derativas no bastaba cuando la población carecía de las más elementales
virtudes cívicas.4
La visión que estos hombres tuvieron de la población autóctona de
México también puede ayudarnos a comprender su postura ante la cons-
trucción del Estado nacional mexicano y los problemas que estaba afron-
tando. Con esto queremos decir que, más que una fuente para el estudio
de las condiciones del indígena y su participación en la formación nacio-
nal de México, los relatos de estos viajeros nos servirán para conocer sus
prejuicios y las ideas que por entonces estaban en boga acerca de la ciu-
dadanía y la nación. Nos percatamos de lo anterior cuando, por petición
2 Cfr. Poinsett, J. R., Notes on Mexico made in the autumn of 1822, Philadephia, H. C. Carey
and I. Lea, 1824, p. 15.
3 Acerca del reduccionismo de Ortega en esta interpretación véase González Ortiz, Cristina,
Asechanzas e intromisiones, tesis de doctorado en historia, México, UNAM, Facultad de Filosofía y
Letras, 1998.
4 Además Tayloe sabía que las instituciones mexicanas estaban inspiradas más bien en los
principios revolucionarios franceses que en los de su país: cfr. Tayloe, Edward Thornton, Mexico,
1825-1828. The journal and correspondence of Edward Thornton Tayloe, Chapel Hill, The Univer-
sity of North Carolina Press, 1959, p. 129.
R. W. H. HARDY Y LA VISIÓN ANGLOSAJONA 81
II. R. W. H. HARDY
del almirante George Montagu. Como guardiamarina navegó por los ma-
res del Sur de 1807 a 1813 y participó en la ocupación de Java. Al estallar
la guerra entre la Gran Bretaña y Estados Unidos se trasladó en el Asia al
Atlántico norte. Por su destacada participación en el sitio de Nueva Or-
leáns obtuvo el grado de teniente. Poco tiempo después abandonó el ser-
vicio activo y participó en algunas empresas mercantiles en Sudaméri-
ca.12 Por el propio relato de su viaje a México,13 sabemos que estuvo en
Suiza, y por su redacción podemos darnos cuenta de que era un hombre
instruido, ilustrado, pero ya romántico. Vino comisionado a México por
la General Pearl & Coral Fishery Association de Londres, interesada en la
explotación de criaderos de ostras perleras y de bancos de coral, aunque,
en caso de no conseguir alguna concesión, debería conseguir informes
acerca de las minas en Sonora y negociar las tarifas de impuestos más
bajas posibles, para el comercio británico. Desde 1826, las compañías in-
glesas estaban muy entusiasmadas con la explotación y el tráfico perlero.
Ese año el navío Le Globe se había presentado en el golfo californiano
con una campana subacuática, pero un accidente terminó con la empresa.
Quedó así demostrado que la mejor manera de obtener las codiciadas per-
las era contratando buzos indígenas, capaces de pelear con tintoreras y
conocedores de los lugares adecuados para la recolección de ostras.14 Por
esta razón, Hardy se vio en la necesidad de relacionarse con los indios
que podían proporcionarle ayuda.
El 15 de julio de 1825 se hallaba en la ciudad de México, donde co-
noció a los individuos más importantes de la política nacional. Consiguió
rápidamente los permisos necesarios para partir rumbo al mar de Cortés.
Pasó por Valladolid, Guadalajara, Tepic, Acaponeta, Escuinapa, Real del
Rosario y Mazatlán. Allí embarcó rumbo a Guaymas, donde entró en con-
tacto con sus paisanos B. Spencer y J. W. Johnson, que estaban casados
12 Cfr. Ortiz Monasterio, José, ‘‘Los médicos charlatanes en el siglo XIX. El caso del viajero
inglés William [sic] Hardy’’, en Un hombre entre Europa y América. Homenaje a Juan Antonio Orte-
ga y Medina, México, UNAM, 1993, p. 318. Hardy estuvo entre 1825 y 1828 en México. Poco se
sabe de su vida después: en 1849 fue nombrado fellow de la Royal Astronomical Society y en
1861 se le nombró comandante de la marina real (lo cual puede hacer suponer que regresó al servicio
de las armas). Murió en Bath en 1871.
13 Cfr. Hardy, R. W. H., Travels in the interior of Mexico, in 1825, 1826, 1827, & 1828, Lon-
don, Henry Colburn and Richard Bentley, 1829.
14 Cfr. Combier, Cyprien, Voyage au Golfe de California. Nuits de la Zone torride, Paris, Art-
hus Bertrand Editeur, s. a., pp. 311-317, apud Hernández Silva, Héctor Cuauhtémoc, Insurgencia y
autonomía. Historia de los pueblos yaquis 1821-1916, México, Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social-Instituto Nacional Indigenista, 1996, pp. 163-168.
84 ALFREDO ÁVILA
con bellísimas sonorenses. Por cierto, que nuestro viajero se sentiría fuer-
temente atraído por las mujeres de aquel estado, como la viuda del inglés
J. P. Gaul. Después fue rumbo a Álamos y luego a Pitic (hoy Hermosillo).
Sintió curiosidad por las minas, que no dejó de visitar. La política local,
en cambio, no le interesó tanto. Asistió a algunas sesiones de la legislatu-
ra del Estado de Occidente, pero no lo impresionaron. Consideró que los
legisladores eran incultos y que carecían de virtudes cívicas. Si fueron
electos, suponía, era por sus habilidades oratorias, no por su posición y
disposición de servicio. El regreso a su patria, sin haber encontrado los
anhelados criaderos, lo realizó por tierra, por el camino de Chihuahua,
Durango, Zacatecas, Guanajuato, Querétaro, México y, después, a Vera-
cruz. Embarcó rumbo a Nueva York, ciudad que le sirvió para comparar
los Estados Unidos con México. Mientras que en aquel país todo estaba
limpio y sus habitantes eran industriosos y trabajadores, en el nuestro la
suciedad imperaba y al menos los miembros de las clases más bajas eran
perezosos y llenos de vicios. Aunque, como veremos, no todos los habi-
tantes de México salieron tan mal librados.
A su regreso a Londres, Hardy publicó el relato de su viaje. Las ca-
racterísticas bibliográficas de la primera edición son las siguientes: Tra-
vels / in the / interior of Mexico, / in 1825, 1826, 1827, & 1828. / By
Lieut. R. W. H. Hardy, R. N. / London: / Henry Colburn and Richard
Bentley, / New Burlington Street, / 1829. 22 cm., xiii + 540 pp., 6 lámi-
nas (copias de ilustraciones de Claudio Linati), 2 mapas (por el propio
Hardy: uno de la República mexicana y otro de la desembocadura del río
Colorado). Una segunda edición apareció muchos años después: Travels
in the interior of Mexico in Baja California and around the Sea of Cortés,
prólogo de David J. Weber, Glorieta, Nuevo México, The Rio Grande
Press Inc., 1977. En 1982, Margo Glantz incluyó parte del relato de
Hardy en Viajes en México. Crónicas extranjeras, México, Fondo de Cul-
tura Económica-Secretaría de Educación Pública, 1982; pero la traduc-
ción completa de su obra sólo se hizo en 1997: Viajes por el interior de
México en 1825, 1826, 1827 y 1828, presentación de E. de la Torre, tra-
ducción de Antoinnete Hawayek, México, Trillas, 1997. Hardy fue autor,
también, de Incidental Remarks on the Properties of Light (1856).15
15 Los datos de la publicación de una parte del relato de Hardy en el libro de Margo Glantz y la
noticia de la otra obra de nuestro autor están en Ortiz Monasterio, José, ‘‘Los médicos charlatanes en
el siglo XIX’’, pp. 318-319.
R. W. H. HARDY Y LA VISIÓN ANGLOSAJONA 85
III. IMPRESIONES
La apreciación que Hardy hizo sobre los indios está permeada por va-
rias expresiones de sorpresa e incredulidad. Le llamó la atención el estado
primitivo y atrasado en el que vivían las tribus del norte. Sin embargo, no
los subestimó. Para él, los indios eran hombres capaces de desarrollar sus
habilidades y reconoció sus logros y conocimientos, como la fitomedicina
de los tarahumaras y las peligrosas y venenosas ocurrencias de los seris.
Algunas actitudes de los indios no sólo le interesaron sino que desperta-
ron algunos sentimientos, como el afecto y el aprecio por las relaciones
familiares que se daban entre ellos y que, a decir de Hardy, no siempre
las tenían sus vecinos cristianos.16 Como buen inglés criticó acremente a
los religiosos católicos que intentaban evangelizar a los indios y resaltó el
pésimo estado de las misiones, lugares más de corrupción que de ense-
ñanza. Aunque, por nuestra parte, hemos de recordar que para esos años el
sistema misional en el norte del país ya había visto sus mejores tiempos.
Nuestro autor trató de ganarse a los naturales de Sonora. Se interesó
en sus costumbres y mercaderías. Se hizo pasar por comerciante para po-
der acercarse mejor a ellos y, en una ocasión, compró un par de niños
axüas para ganarse a los miembros de ese grupo y evitar que lo ataca-
ran.17 También era un gran admirador de la belleza femenina y no fueron
pocas las ocasiones en que alabó la simpatía o bondad de alguna mujer
indígena, pero sobre todo sus formas corporales, que lo entusiasmaron
mucho. En una ocasión, en un viaje por el río Gila, Hardy procuró salvar
a dos personas que habían caído al agua. Cuando tomó la mano del pri-
mer indio náufrago, quedó sorprendido de que fuera una bella indígena:
a young lady, of about sixteen or seventeen years of age. She no sooner
found herself in safety, than fear gave way to maiden modesty; and she
looked about for her bark petticoat; but, alas! the angry tide had borne it
in trimph away! Therefore, with great gallantry, I took off my jacket, which
I presented to her. This she accepted, and sat down with the utmost cool-
ness on the deck. I then sent for the young lady, as being a more commo-
dious covering than my jacket. Surprised at so unusual a visit, and in a
mode so extraordinary, nor less astonished at the beauty of the damsel
than by the singularity of her unadornments, I was anxious to learn the
motive of her appearance; and by way of conciliation, I gave her some bis-
cuit and frijoles, which were still warm; these she devoured with perfect
good humour. Her age, as I have already stated, might have been sixteen
or seventeen; rather tall than short, with enough flesh on her bones to hide
the sharpness of their angles; countenance dark, and not only exceedingly
handsome, but with an expression of countenance peculiarly feminine. Her
neck and wrists were adorned with shells curiously strung; her hair, which
was dripping wet, fell in a graceful ringlets about her delicate shoulders,
and her figure was straight and extremely well proportioned.18
Los años en que Hardy estuvo en Sonora fueron muy violentos. Des-
de mediados del siglo XVIII hubo serios levantamientos indígenas en la
región, que ocasionaron graves problemas a las autoridades españolas. En
1820, dos soldados ópatas que defendían el territorio de la entonces pro-
vincia de Arizpe de los ataques apaches, se rebelaron. Entre sus motivos
18 Ibidem, pp. 363-364.
19 Cfr. ibidem, p. 245.
20 Cfr. ibidem, p. 419. Acerca de su dudosa calidad de médico véase Ortiz Monasterio, José,
‘‘Los médicos charlatanes en el siglo XIX’’.
R. W. H. HARDY Y LA VISIÓN ANGLOSAJONA 87
estaba la falta de pagos para los soldados de los presidios, pero también
había un fuerte descontento en la región por otras causas. Desde fechas
muy tempranas, los jefes militares habían cometido la imprudencia de re-
clutar indígenas para combatir a los fieros apaches y de inmiscuirse en los
asuntos internos de las tribus que colaboraban en esta tarea.21
Los criollos vieron en estos movimientos intentos contrarrevolucio-
narios que pretendían volver las cosas al estado que guardaban durante el
régimen absolutista virreinal. De hecho, desde antes de la Independencia,
las leyes constitucionales españolas habían establecido la igualdad legal
de los ciudadanos, ignorando así la tradicional división entre ‘‘gente de
razón’’ y los naturales. El Imperio de Agustín de Iturbide y la República
federal también procuraron sentar las bases de una sociedad jurídicamen-
te igualitaria, en la cual todos los individuos contaban con derechos que
los protegían. Sin embargo, para las comunidades indígenas los nuevos
derechos no fueron siempre eficaces sustitutos de los antiguos privile-
gios.22 En el caso del Estado de Occidente la situación no fue muy distin-
ta a la tendencia general. Según su Constitución, no había distinción entre
los ciudadanos sonorenses, que tenían los mismos derechos y obligacio-
nes, y la ley se aplicaría por igual en todos los casos. Al abolir la esclavi-
tud, también liberaba a los indios que hasta entonces habían vivido en tan
miserable estado y los elevaba a la categoría de ciudadanos libres. En teo-
ría, esto beneficiaba a la población indígena, aunque no todos estuvieron
contentos al perder sus privilegios comunitarios. Además, esas nuevas le-
yes tan justas y equitativas incluían algunas restricciones. Por ejemplo,
perdían la ciudadanía los hombres de conducta viciosa y corrupta; los va-
gos y quienes no tenían oficio; quienes no supieran leer y escribir, y los
que anduvieran desnudos. Se excluía de este artículo a los ‘‘ciudadanos
indígenas’’, pero sólo hasta 1850, cuando se suponía que quedarían bien
integrados en la nueva sociedad sonorense o, por lo menos, se alejarían
de sus depravadas costumbres, como la de andar en cueros.23
21 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, p. 359.
22 Cfr. ibidem, pp. 155-157. El caso de la ciudad de México puede apreciarse en Lira, Andrés,
Comunidades indígenas frente a la ciudad de México. Tenochtitlan y Tlatelolco, sus pueblos y ba-
rrios, 1812-1919, 2a. ed., México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 1995.
23 Cfr. Constitución del Estado de Occidente [Sonora y Sinaloa], artículo 28, fracciones 6a. y
12a., en Colección de Constituciones de los Estados Unidos Mexicanos. Régimen constitucional,
1824 (facsímil de la edición de 1828), México, Miguel Ángel Porrúa, Libero-Editor, 1988, vol. III,
pp. 14-15.
88 ALFREDO ÁVILA
mujeres tenían un semblante tierno. Los hombres siempre usaban sus ar-
cos y flechas, que según decían, estaban envenenadas con extrañas fór-
mulas. También llevaban macanas, empleadas en la lucha cuerpo a cuer-
po, pero sobre todo usaban una lanza de doble punta para pescar. La
historia de que escondían oro y otras riquezas era un mito, como pudo
probarlo Hardy. Según los seris, esos cuentos resultaban peligrosos, pues
incitaban a los odiados blancos a someterlos.44 Sin embargo, permanecían
independientes. Juntos sumaban quinientos o seiscientos indios, pero tal
vez eran mil. Eran excelentes combatientes, pero casi siempre peleaban
entre sí. El grupo de Tiburón afirmaba que los seris del continente eran
menos valientes y capaces para la guerra, por lo que frecuentemente lan-
zaban incursiones en su contra, de las que obtenían, casi siempre, un buen
botín.45
Otra ‘‘nación’’ india que se lleva varias páginas de descripción es la
de los axüas. Al leerla, no podemos menos que recordar El Informe de
Brodie. Vivían cerca del río Colorado y eran los seres más asquerosos
que había visto. Se adornaban los cabellos y el cuerpo entero con barro y,
cuando hacía calor, se revolcaban en el lodo. Sin embargo, como anotó
nuestro viajero, lo hacían para refrescarse en los insoportables días del
verano norteño. Eran medianos de estatura, tal vez bajos. Les faltaba agi-
lidad, de manera que parecían estar mejor constituidos para los trabajos
pesados que para la caza. Solían estar desnudos y no tenían más pieles
que unas cuantas de zorra. Desde la frente hasta el labio superior se ma-
quillaban de negro, con carbón molido. Otros usaban un polvo amarillo y
no faltaba quien se embarrara un color rojo, obtenido del ocre. Esa com-
binación de colores, junto con el barro de los cabellos daban una imagen
monstruosa que, sin embargo, alguna utilidad tendría. Hardy hace notar
que dada la gran cantidad de insectos que vivían en los márgenes del río,
los axüas lograban evadirlos con el lodo, que una vez seco, impedía los
piquetes de esos bichos. Se alimentaban de pescado, frutas, vegetales y
semillas de pasto. Sus armas eran también arcos y flechas, lanzas y maca-
nas. Solían sufrir el escorbuto.46
La pobreza entre los axüas era enorme. A tal grado, que resultaba só-
lito que los padres vendieran a sus hijos. Así, no sólo se deshacían de
unas bocas que exigían alimento, sino que al menos garantizaban que sus
había dudas acerca del origen de aquella situación: los trescientos años de
coloniaje español. Podía admitir que los indios formaban una de las cla-
ses más activas de la sociedad, pues suministraban alimentos, realizaban
las labores manuales y los trabajos más pesados y hasta admiró sus traba-
jos de cestería y alfarería, pero nada de esto los salvaba. Recordemos que
los seris de Pitic tampoco salieron bien librados. Tayloe, de quien ya he-
mos hablado, no creía que las comunidades indígenas fueran algo más
que villas miserables,50 y esto no sólo se debía a su pobreza. Poinsett lle-
gó a admirar a los empobrecidos pero emprendedores rancheros mexica-
nos, seguramente todavía imbuido por los ideales norteamericanos que
veían en los granjeros el fundamento de una República libre, honesta y
virtuosa, pero no podía decir lo mismo de los indios, pues aunque ‘‘labo-
riosos, pacientes y sumisos, eran lamentablemente ignorantes’’.51
La integración de los indígenas resultaba no sólo difícil sino indesea-
ble, ya que una vez lograda corrompía, enviciaba las nobles y viriles al-
mas de aquellos hombres que vivían en estado natural. Nuevamente nos
viene a la memoria Rousseau y no es casual. No porque nuestro autor si-
guiera las enseñanzas del precursor del romanticismo europeo, sino por-
que la situación que pudo apreciar en el norte de México se prestaba para
tal interpretación. Los yaquis y los seris libres eran virtuosos, valientes y
laboriosos, mientras que los indios de Pitic y los del centro de México
eran viciosos, cobardes y sumisos. Inclusive los ‘‘asquerosos’’ axüas pu-
dieron salir bien librados. Eran pobres, pero procuraban lo mejor para sus
descendientes al entregarlos a las familias caritativas de Sonora, conse-
guían su propia comida y, si su aspecto era tan monstruoso (como tantas
veces insistió), se debía a las características de la región donde vivían.
Para concluir, permítasenos insistir en que la peculiar visión anglosa-
jona de Hardy sobre los indios se debía no sólo a sus prejuicios sobre las
antiguas colonias españolas sino también a las ideas que en esa época se
tenían acerca de la participación de los ciudadanos en la construcción de
la nación y las características que éstos debían poseer. La terrible parado-
ja que los viajeros anglosajones pero especialmente Hardy vieron en los
indios es que mantenían sus virtudes si permanecían como naciones inde-
pendientes, pero al integrarse en la nación mexicana las perdían.
I. UN ALEMÁN EN OAXACA
En contraste con otros extranjeros que escribieron sobre México en el si-
glo XIX, es poco lo que sabemos de Eduard Mühlenpfordt, el autor del
Ensayo de una fiel descripción de la República de México, referido espe-
cialmente a su geografía, etnografía y estadística (2 vols., Hannover, C.
F. Kius, 1844),1 una de las obras más notables y desconocidas dentro del
género. A este respecto es necesario decir que la principal fuente de infor-
mación sobre su persona y sus actividades sigue siendo el escrito mencio-
nado, del que he tomado casi todos los datos de este breve apartado bio-
gráfico. El lector no tardará en reconocer lo injusta que ha sido la historia
con Mühlenpfordt, dada la ignorancia que aún prevalece en el público
mexicano respecto al esfuerzo y el entusiasmo mostrados por este alemán
al estudiar los diversos aspectos de nuestro país.
Comencemos por los datos más elementales que pueden proporcio-
narse sobre la presencia y las circunstancias de Mühlenpfordt en México.
Por su propia afirmación sabemos que fue en la primavera de 18272 cuan-
* Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
1 El título en su lengua original, el alemán, es Versuch einer getreuen Schilderung der Repu-
blik Mejico, besonders in Beziehung auf Geographie, Etnographie und Statistik. Quien esto escribe
tuvo la oportunidad de realizar la traducción al español de este escrito, publicado en México en dos
volúmenes por el Banco de México, en 1993. Ésta es la primera edición de la obra completa en espa-
ñol, de la que antes sólo se habían traducido fragmentos en ediciones aisladas.
2 Cfr. Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 265.
95
96 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
9 La región del entorno de Clausthal, el Oberharz, fue asiento entre los siglos XVI y XVIII de
una intensa explotación de plata. La información de Anders, en la introducción citada.
10 Otro alemán al servicio de la Mexican Company, Eduard Harkort, vino contratado desde Ale-
mania a cumplir sus tareas. Sobre la historia y los escritos de Harkort, véase Brister, Louis E., In
Mexican Prisions. The Journal of Eduard Harkort, 1828-1834, Austin, Texas A & M University
Press, 1986 (en p. 11 afirma Brister que la Mexican Company contrataba personal desde Alemania).
11 Véase Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. II, pp. 154-155. El camino proyectado por estos
alemanes comenzaría en Oaxaca y terminaría en Alvarado (Veracruz), por lo que quizá se pretendía
la revitalización de la actividad mercantil por este puerto, en decadencia desde que Veracruz había
recuperado su importancia hacia 1826. También puede ser, desde luego, que se pensara trasladar la
mercancía de Alvarado a Veracruz, y viceversa, sin tener la intención de vivificar el primer puerto.
98 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
público, así como su amistad con un personaje tan conflictivo como Har-
kort, pusieran a Mühlenpfordt en un verdadero apremio por abandonar el
país, aunque sólo fuera por miedo a las posibles represalias.
Pero independientemente de los motivos concretos de su partida, el
hecho es que el hannoveriano se dirigió de México a Estados Unidos
(Cincinnati),17 acaso como una estación intermedia en su retorno al país
natal. Ya de regreso en éste, aún tardaría diez años en editar su Ensayo
sobre México, publicación que se vio precedida por la de otros dos traba-
jos identificados ya por Anders en sus investigaciones sobre el persona-
je.18 Además de su amplio escrito, otro testimonio dejado por Mühlenp-
fordt de su estancia en México fue un ejemplar disecado de pez aguja o
agujón que entregó al museo de Gotinga y que probablemente todavía se
conserva ahí.19 Fuera de los datos mencionados, no se disponen hasta
ahora de otras referencias sobre la vida y obra de Eduard Mühlenpfordt.
20 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 375-385. Un poco después, al tratar de la Iglesia en México (cfr.
ibidem, vol. I, pp. 408-412), menciona los hechos que han marcado la situación de las relaciones de
esta institución con el Estado.
21 De hecho, en su prólogo al primer volumen afirma Mülenpfordt su intención de ofrecer una
obra de carácter marcadamente integral, como sólo Humboldt lo había hecho con anterioridad.
22 Los hechos y el contexto de la aprehensión y fusilamiento de Guerrero, en Costeloe, Michael
P., La primera república federal de México (1824-1835), México, Fondo de Cultura Económica,
1983, pp. 271-273.
LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 101
23 Sobre todo esto, véase Iturribarría, José Fernando, Historia de Oaxaca, 1821-1854, Oaxaca,
Ramírez Belmar Impresor, 1935, pp. 184-187.
24 Fue sobre todo la ley del 17 de diciembre de 1833, emitida durante la administración de
Gómez Farías, la que causó un gran malestar en el clero oaxaqueño. Disponía que la autoridad civil
podría realizar la provisión de los curatos, con lo que el gobierno asumía prácticamente las atribucio-
nes del antiguo patronato regio español: cfr. ibidem, p. 202, y Ferrer Muñoz, Manuel, La formación
de un Estado nacional en México (El Imperio y la República federal: 1821-1835), México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1995, pp. 305-308.
25 Cfr. Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 375.
26 Cfr. ibidem, vol. I, p. 198, donde afirma que el paisaje de muchas regiones está marcado por
las numerosas rancherías y poblaciones rurales arruinadas, y alude además a la gran cantidad de cons-
trucciones destruidas o decadentes que se ven en las ciudades.
102 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
29 Y basta leer sus descripciones de las entidades del norte para notar un conocimiento más
libresco que personal de las mismas. En cuanto a la población indígena sedentaria hay que reconocer
que no faltan apoyos bibliográficos, tanto de viajeros previos (Humboldt, Ward, Bullock) como de
venerables fuentes históricas (las obras de Burgoa, Acosta, Gómara, etcétera). El lector no tardará en
percibir, sin embargo, que lo más peculiar y concluyente de los comentarios de Mühlenpfordt sobre la
población indígena procede de su experiencia y observación personales, algo muy comprensible si
consideramos que su permanencia en México llegó a los siete años.
30 En Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 199, señala Mühlenpfordt la existencia de seis
tipos étnicos diferentes en México (blancos, mestizos, mulatos, indios, zambos y negros) que en la
subsecuente descripción de costumbres se reducirían prácticamente a tres grandes grupos (blancos,
mestizos e indios), junto con algunas alusiones a la población negroide. En mi libro Visión extranjera
de México, 1840-1867. I. El estudio de las costumbres y de la situación social, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Históricas-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1998,
pp. 21-54, recalco la capacidad analítica de Mühlenpfordt dentro de una serie de obras publicadas por
extranjeros residentes en México durante los años señalados.
104 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
31 ‘‘Hasta ahora sólo con dificultad y de manera excepcional han conseguido los extranjeros
llegados desde 1824 que los indios se acostumbren al uso de mejores herramientas. El arado conserva
aún la forma de los que hace muchos siglos usaban los más antiguos pueblos cultivadores del Viejo
Mundo y que todavía se ven entre algunos pueblos asiáticos. No tiene ruedas y es tirado por bueyes’’:
Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 84.
32 Cfr. ibidem, vol. I, p.143.
33 Cfr. ibidem, vol. I, p. 239.
LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 105
Waren nicht die kupferfarbenen Indigenen während der drei letzten Jahrhun-
derte immer und allenthalben die Arbeiter, die Diener, ja die Lastthiere
der hochmütigen weissen Eindringlinge? Waren es nicht ihre Kräfte, ihre
Thätigkeit, die der spanischen Regierung und den Hunderten und aber
Hunderten spanischer Abenteuer, welche pour chercher leur fortune in
Scharen nach Mejico zogen, jene Reichtümer erwerben halfen, welche die
Welt in Erstaunen setzten, und in deren Folge Leute der niedrigsten Classe
zu Rang und Titel von Baronen und Grafen gelangten?- Und welche rie-
senhaften Bauten,welche bewundernswerthen Kunstwerke haben sie vor
der Zeit der spanischen Invasion ausgeführt!35
In einer Zeit, wo man sich alles Ernstes darüber stritt, ob die Indier den
vernünftigen Wesen beizuzählen seien, glaubte man ihnen noch eine Wohl-
34 Y en el territorio de Nuevo México (cfr. ibidem, vol. II, pp. 530-531), los indios son los
únicos que realizan obra de industria y artesanía (cobijas, vajillas, enseres domésticos, objetos de
cuero, etcétera), mientras los blancos se dedican principalmente a la agricultura, ganadería y caza.
35 ‘‘¿No fueron los naturales cobrizos los sempiternos trabajadores, sirvientes y hasta las bestias
de carga de los arrogantes invasores blancos a lo largo de los tres últimos siglos? ¿No facilitaron con
su fuerza y actividad al gobierno de España y a los cientos de aventureros, pero cientos en verdad,
que de ese país llegaron copiosamente a México pour chercher leur fortune [a hacer fortuna], la ob-
tención de esas riquezas que asombraron al mundo y gracias a las cuales gente de la más ínfima
extracción pudo obtener el rango y título de barón y conde? Además, ¡qué grandiosas las cons-
trucciones y qué admirables las obras de arte que realizaron antes de la Conquista!’’: ibidem, vol. I,
pp. 238-239.
106 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
tat zu erweisen, wenn man sie für immer unter die Vormundschaft der
Weissen stellte. Während einer Reihe von Jahren waren die Indier, deren
Freiheit die Königin Isabelle vergeblich ausgesprochen hatte, Sclaven der
Weissen, welche sie sich ohne Unterschied zueigneten, und häufig darob in
Streit geriethen. Diesem vorzubeugen, und, wie er wähnte, den Indiern
Beschützer zu geben, führte der Hof von Madrid die sogenannten Enco-
miendas ein.36
Varios son los pasajes en que Mühlenpfordt hace ver que la nivela-
ción legal y política proclamada por la Constitución de 1824 no ha signi-
ficado un cambio decisivo en esto, pues aún se echa de menos el respeto
efectivo a los legítimos derechos del indio.37 Precisamente muy al co-
mienzo de su amplio capítulo sobre los tipos sociales y las costumbres en
México, el hannoveriano señala que los blancos tratan todavía a los in-
dios como a seres inferiores, pues saben que pueden hostigarlos y despre-
ciarlos en forma impune.38 Pero es de destacarse que, aunque muy intere-
sado en la cuestión de las relaciones productivas entre los grupos
sociales, Mühlenpfordt no exagera el aspecto económico para erigirlo en
la causa fundamental de la explicación histórica. Así, aunque la opresión
colonial más visible y constante de los indios haya sido de signo econó-
mico, como lo demuestra ese alto nivel de vida conseguido por españoles
y criollos a costa de ellos, su sojuzgamiento también se explica por las
formas de organización política y administrativa. No solamente cultivó la
metrópoli un régimen de separación entre los asentamientos de indios y
los demás pobladores de la Nueva España, entronizando la desigualdad
de unos y otros, sino que en un momento dado no vaciló en privar a las
comunidades indígenas de sus ingresos, sin establecer siquiera una nor-
matividad clara que fijara el destino de esos dineros.39
36 ‘‘En una época en que se discutía con toda seriedad si al indio se le debía contar entre los
seres racionales, se creyó que con someterlos a la eterna tutela de los blancos se les hacía incluso un
beneficio. Los indios, cuya libertad vanamente había proclamado la reina Isabel, quedaron así durante
largos años como esclavos de los blancos, quienes los tomaron indistintamente en propiedad e incu-
rrieron constantemente en pleitos por esta razón. Para evitar dichos pleitos y, según se decía, dar
protectores a los indios, la corte de Madrid introdujo las llamadas encomiendas’’: ibidem, vol. I, pp.
232-233.
37 Por ejemplo, cfr. ibidem, vol. I, pp. 226 y 243.
38 Cfr. ibidem, vol. I, p. 204.
39 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 233-235. Si bien hay que decir que Mühlenpfordt ve en la introduc-
ción del régimen de intendencias bajo Carlos III una cierta disminución de la opresión ejercida duran-
te siglos por los funcionarios intermedios. En el pasaje citado reconoce los esfuerzos del ministro de
Indias José de Gálvez en este sentido.
LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 107
Eher dürfte die Störrigkeit und der Eigensinn, welche einen auffallenden
Zug im Charakter der heutigen Indianer ausmachen, durch jene Ursachen
hineingelegt worden sein. Es ist fast ganz unmöglich, den Indier zu irgend
Etwas zu bewegen, was er sich vorgenommen hat, nicht zu tun. Heftigkeit,
Man bemerkt häufig in den Indianerdörfern alte Männer, welche von je-
dem Vorüergehenden durch Abziehen des Hutes und tiefe Verbeugung eh-
rerbietig gegrüsst werden. Jüngere Leute, selbst Frauen, sieht man sich auf
die ihnen würdevoll dargebotene Rechte jener Alten zum Handkusse hinab-
41 ‘‘Más bien serían la terquedad y la obstinación que caracterizan de forma notable el carácter
indígena actual las que podrían ser consecuencias de aquellas causas. Es casi del todo imposible indu-
cir al indio a que realice algo que se haya propuesto no hacer. Vehemencia, amenazas y hasta castigos
corporales son de tan poca utilidad, lo mismo que el ofrecimiento de dinero o recompensas; en tal
situación resultan de más ayuda la persuasión, el ruego y la adulación’’: idem.
42 Puesto que suelen enterrar su dinero.
43 Cfr. ibidem, vol. I, p. 241. En mi ya citado libro Visión extranjera de México, pp. 61, 137,
153-154, he aludido a la situación monetaria que prevalecía por entonces en el país, con lo que se
enriquece y da su justa dimensión a la explicación de Mühlenpfordt sobre los ‘‘entierros de dinero’’
practicados por los indios.
LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 109
neigen. Dieser erfolgt jedoch nicht wirklich. Der Grüssende macht nur die
Geberde des Küssens über der dargebotenen Hand, berührt diese aber we-
der mit seinen Fingern noch mit seinen Lippen. Diese Greise sind die
Häupter der alten Adelsfamilien.44
44 ‘‘En los pueblos de indios se ve frecuentemente a hombres ancianos a los que saludan respe-
tuosamente todos los transeúntes, ya sea quitándose el sombrero o inclinándose profundamente ante
ellos. Los jóvenes, incluidas las mujeres, se inclinan ante estos ancianos que graciosamente les tien-
den la mano derecha para que les impriman en ella un beso, aunque no lo hacen, porque el que saluda
se limita a hacer el gesto, ya que no le tocan la mano ni con los dedos ni con los labios. Estos ancia-
nos son las cabezas de las antiguas familias nobles’’: Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 244.
45 Para el cuadro de las relaciones familiares del indio, véase ibidem, vol. I, pp. 246-247.
110 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
Die heutigen, ansässigen Indier, welchen die Eroberer statt der alten, von
ihnen absichtlich zerstörten, einen niedrigen Grad einer, der europäischen
analogen Sittigung eingeimpft haben...53
Die mönchischen Glaubensboten, Franciscaner und Dominicaner, an-
fangs natürlich nur wenig bewandert in den indischen Sprachen, richteten
ihr Augenmerk vorzüglich darauf, nicht, den Indiern Kenntnisse von den
Grundsätzen und Lehren des Christentums beizubringen, sondern sie nur
an die Ausübung des katholischen Ceremoniels zu gewöhnen.54
Bis jetzt hat sich practisch in beiden [ihrer politischen Lage und geisti-
gen Entwicklung] noch wenig geändert, und wenig konnte sich ändern, so
lange dem Indier keine Mittel gegeben sind, sich auszubilden und kein An-
lass ihm geboten ist, aus seiner dreihundertjährigen Lethargie zu einem
neuen thätigen Leben sich aufzuraffen.55
53 ‘‘Los actuales indios sedentarios, quienes como sucedáneo de aquella antigua civilización
deliberadamente destruida por los conquistadores recibieron de éstos la inyección de una nueva, simi-
lar a la eurohispánica pero de bajo nivel....’’: Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, pp. 238-239.
54 ‘‘La atención principal de los frailes franciscanos y dominicos, misioneros de fe que en un
principio estaban obviamente poco versados en lenguas indígenas, estuvo dirigida a familiarizar a los
indios con la práctica del ceremonial católico y no a hacerles conocer los principios y doctrinas del
cristianismo’’: ibidem, vol. I, p. 231.
55 ‘‘Hasta ahora los cambios ocurridos en ambos sentidos [de mejoramiento político e intelec-
tual del indio] son definitivamente escasos; pero poco era, pese a todo, lo que podía cambiar, mien-
tras el indio no obtuviera los medios para formarse, ni el motivo para despertar de su tricentenario
letargo a una vida más activa’’: ibidem, vol. I, p. 236.
114 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
56 Cfr. ibidem, vol. I, p. 264, donde menciona que aún se encontraban huellas de fanatismo
entre ellos.
57 Sobre esto, véase Ortega y Medina, Juan A., Teoría y crítica de la historiografía científico-
idealista alemana, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1980, pp. 13-29.
58 Cfr. Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, pp. 326-327.
59 Cfr. ibidem, vol. I, p. 264.
LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 115
Der mexicanische Indier von 1900 wird sicher ein ganz Anderer sein, als
der heutige. Ob aber die Kupferfarbenen sich jemals zu der Höhe rein
geistiger und wissenschaftlicher Bildung aufschwingen werden, welche die
Völker Europas heute vor allen anderen auszeichnet, und für welche die Kin-
der kaukassischen Stammes ein höheres Talent empfangen zu haben schei-
nen, als ihre dunkler gefärbten Brüder wer mögte es wagen, darüber jetzt
entscheiden zu wollen?61
60 Cfr. ibidem, vol. I, p. 243. El pasaje de Humboldt relativo a la poca capacidad imaginativa
del indio, en su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, México, Porrúa, 1978, p. 64.
Tampoco Carl Christian Sartorius estimó en mucho esa cualidad de los indígenas: cfr. Sartorius, Carl
Christian, México hacia 1850, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990, pp. 122,
139, 140, 143, 156, 222 y 226, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y
Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 91.
61 ‘‘El indio de 1900 será ciertamente muy distinto del actual. En cuanto a si alcanzará alguna vez
el nivel de cultura puramente intelectual y científica que distingue a los pueblos europeos frente a todos
los demás, y para lo cual los niños caucásicos parecen haber recibido un talento superior al de sus herma-
nos de piel más obscura, ¿quién se atrevería a decidirlo por el momento?’’: ibidem, vol. I, p. 243.
116 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
117
118 MANUEL FERRER MUÑOZ
2 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 4-5. Véase también ibidem, p. 484, y Brasseur,
Charles, Viaje al istmo de Tehuantepec, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 35, nota 14.
3 Cfr. Berninger, Dieter George, La inmigración en México (1821-1857), México, Secretaría
de Educación Pública, Sep-Setentas, 1974, pp. 69-74 y 174-175.
4 Cfr. Aboites Aguilar, Luis, Norte precario. Poblamiento y colonización en México (1760-
1940), México, El Colegio de México-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropolo-
gía Social, 1995, p. 55.
5 ‘‘Pero ocurrió allí lo mismo que había causado el desastre de la de Goatzacoalco: el director
de la colonia manifestó una incuria que resultó fatal para el éxito de la empresa, y los colonos no
tardaron en dispersarse. Sin embargo, algunas familias permanecieron en Jicaltepec y, a fuerza de
trabajo y de constancia, lograron sobreponerse a la horrible miseria que los acogió a su arribo. Ape-
nas poseían unas pequeñas viviendas, aunque lo que plantaban les procuraba una existencia fácil;
pero la llegada del huracán de 1853 acabó con su bienestar y las sumergió por segunda vez en la
miseria’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 318).
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 119
6 Cfr. Díaz y de Ovando, Clementina, ‘‘Viaje a México (1844)’’, Anales del Instituto de Inves-
tigaciones Estéticas, t. II, vol. XIII, núm. 50, 1982, p. 164. Es el momento de destacar la importancia
de esta investigación pionera sobre Mathieu de Fossey, realizada con el rigor que es habitual en quien
hoy desempeña tan satisfactoriamente su oficio de cronista de la Universidad Nacional Autónoma de
México.
7 Cfr. idem.
8 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 4-5. Véase también ibidem, p. 544.
120 MANUEL FERRER MUÑOZ
9 Aunque la portada de Viage á Méjico remita al año 1844, el reparto de las entregas no se
inició hasta enero de 1845, y se prolongó hasta junio del mismo año: cfr. Díaz y de Ovando, Clemen-
tina, ‘‘Viaje a México (1844)’’, pp. 159 y 162.
10 Cfr. Fossey, Mathieu de, Viage á Méjico, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1844, p. 6.
11 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 387, y Fossey, Mathieu de, Viaje a México, prólogo
de José Ortiz Monasterio, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994, pp. 15 y 21.
Aprovecho la ocasión para dejar testimonio de mi agradecimiento a mi buen amigo José Ortiz Mo-
nasterio, por sus valiosas sugerencias y sus indicaciones, que me han permitido afinar puntos de vista
y acercarme a Mathieu de Fossey con la familiaridad que proporcionan los amigos comunes.
12 Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 423, y Fossey, Mathieu de, Viaje a México, prólogo de
José Ortiz Monasterio, p. 12
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 121
xico por iniciativa de Napoleón III, había visto naufragar la aventura in-
tervencionista. Comentarios tan ácidos como los que sobre Fossey realizó
Guillermo Prieto, el 22 de mayo de 1864,13 no dejarían de repetirse con
dolorosa insistencia hasta la muerte del francés, acaecida en 1870.14
Durante esa última etapa de su vida, Mathieu de Fossey no andaba
sobrado de recursos, y se veía obligado a dedicarse con afán a las tareas
docentes que habían absorbido buena parte de su actividad profesional.
La Sociedad, periódico político y literario que se editaba en la capital de la
República, informaba en el número correspondiente al 4 de enero de 1865
de su trabajo como director del Colegio Francés de enseñanza secundaria
para varones. Sabemos también que, con su hermanda Prudencia, dirigía
una casa de educación para niñas.15
17 Ortiz de Ayala, Simón Tadeo, Resumen de la estadística del Imperio Mexicano, 1822, Méxi-
co, Biblioteca Nacional-UNAM, 1968, p. 20.
18 Cfr. Aboites Aguilar, Luis, Norte precario, pp. 44 y 54. Algunos datos relevantes sobre Ta-
deo Ortiz, en Silva Herzog, Jesús, ‘‘La tenencia de la tierra y el liberalismo mexicano. Del grito de
Dolores a la Constitución de 1857’’, en varios autores, El Liberalismo y la Reforma en México, Méxi-
co, UNAM, Escuela Nacional de Economía, 1973, pp. 675-680.
19 Ortiz de Ayala, Simón Tadeo, Resumen de la estadística del Imperio Mexicano, 1822, p. 59.
20 Cfr. Dublán, Manuel y Lozano, José María, Legislación mexicana ó Colección completa de
las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República, México, Imprenta
del Comercio, a cargo de Dublán y Lozano, Hijos, 1876-1890, t. I, núm. 371, pp. 682-684 (14 de
octubre de 1823); Orozco, Wistano Luis, Legislación y jurisprudencia sobre terrenos baldíos, por el
Licenciado..., México, Imp. de El Tiempo, 1895, vol. I, pp. 183-185, y Berninger, Dieter George, La
inmigración en México (1821-1857), pp. 65-66.
21 Intervención de Nicolás Rojas ante el Congreso Constituyente de 1856-1857, 19 de diciem-
bre de 1856 (Zarco, Francisco, Historia del Congreso Estraordinario Constituyente de 1856 y 1857,
Estracto de todas sus sesiones y documentos parlamentarios de la epoca (edición facsimilar de la de
México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1857), México, H. Cámara de Diputados, Comité de Asuntos
Editoriales, 1990, vol. II, pp. 692-693).
22 Habitaban en la región cinco grupos étnicos, que conservaban su organización social y sus
modos de vida peculiares, desconocían en la práctica a las autoridades del gobierno y, con excepción
de los zapotecos, permanecían casi al margen de las influencias occidentales. Además de los zapote-
cos, poblaban Tehuantepec mixes, zoques, huaves y chontales: cfr. González y González, Luis, El
indio en la era liberal, Obras completas, México, Clío, 1996, vol. V, pp. 271-275. Sobre los cuatro
últimos pueblos, cfr. Covarrubias, Miguel, El sur de México, México, Instituto Nacional Indigenista,
1980, pp. 78-100, y sobre los zapotecos, cfr. ibidem, passim.
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 123
23 El papel desempeñado por las salinas en la economía del istmo y las peculiaridades de su
explotación y de su comercialización han sido estudiados por Leticia Reina: cfr. Reina Aoyama, Leti-
cia, ‘‘Los pueblos indios del istmo de Tehuantepec. Readecuación económica y mercado regional’’,
en Escobar Ohmstede, Antonio (coord.), Indio, nación y comunidad en el México del siglo XIX, Mé-
xico, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-Centro de Investigaciones y Estudios Supe-
riores en Antropología Social, 1993, pp. 148-149.
24 Cfr. ibidem, pp. 140-141. A fines del siglo XIX seguía suscitando dudas la difícil cuestión de
la representación de las extinguidas comunidades en los juicios sobre reducción a propiedad particu-
lar de las tierras que poseyeron las comunidades en otros tiempos. Juristas tan ilustres como Ignacio
L. Vallarta y Silvestre Moreno defendieron interpretaciones contrarias: cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y
Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 473-476.
25 Cfr. Berninger, Dieter George, La inmigración en México (1821-1857), p. 68.
26 ‘‘Cada navío que venía de Europa o de Nueva Orleáns traía a algunos de estos exilados, que
saludaban con el dulce nombre de patria a esta tierra donde iban a encontrar a una esposa, unos hijos,
124 MANUEL FERRER MUÑOZ
unos padres, que, nacidos en suelo mexicano, habían podido permanecer en él para velar por los inte-
reses de los ausentes. No es que la ley de expulsión de 1828 hubiera sido revocada, sino que el presi-
dente Bustamante, que había suplantado a Guerrero, favorecía abiertamente a los españoles, cuyo
partido estaba estrechamente aliado por sus intereses al del clero y la aristocracia, que lo había lleva-
do al poder’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 96). Sobre las leyes de expulsión de españoles, cfr.
Ferrer Muñoz, Manuel, La formación de un Estado nacional en México (El Imperio y la República
federal: 1821-1835), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1995, pp. 169-173.
27 Cfr. Díaz y de Ovando, Clementina, ‘‘Viaje a México (1844)’’, pp. 163-164.
28 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 49.
29 Mathieu de Fossey debía de hallarse por entonces en la ciudad de México, pues, según él
mismo nos informa, abandonó la capital de la República en 1848, circunstancia que le impidió cono-
cer al nuevo representante diplomático de Francia, que había sido designado ese mismo año por el
gobierno provisional que se instaló tras el derrocamiento de Luis Felipe: cfr. ibidem, p. 285.
30 Cfr. ibidem, p. 469; Dublán, Manuel y Lozano, José María, Legislación mexicana, t. VII,
núm. 4,211, p. 84 (16 de febrero de 1854), y Orozco, Wistano Luis, Legislación y jurisprudencia
sobre terrenos baldíos, vol. I, pp. 233-238. Esas llamadas específicas a europeos católicos pueden
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 125
pourquoi donc ces colons restent-ils sourds à l’appel tant de fois répété
des Mexicains? C’est que ceux-ci n’ont rien fait pour obtenir leur préfé-
rence; ils ne leur ont pas même signalé un terrain pour leur premier éta-
blissement... La faute en est au pays lui-même: c’est lui qui se suicide. Elle
doit retomber sur chaque citoyen en particulier; car celui qui élève le plus
haut sa voix pour blâmer les chefs de l’État ne mérite pas moins qu’eux le
reproche d’indifférence et d’apathie. Quel député a jamais fait entendre à
la tribune, avec la ténacité de Caton, les paroles de salut qui, tôt ou tard,
auraient eu le même succès que le delenda est Carthago? Quel État a ja-
mais pris l’initiative pour la création d’une colonie, en proportionant les
moyens à la fin qu’il se proposait? Oaxaca, Chiapa, Yucatan, attendent de
l’augmentation de leur population blanche leur sûreté et leur richesse; ce-
pendant ces États n’ont encore pris aucune détermination à cet égard. L’an-
cienne loi de colonisation autorisait seulement le gouvernement d’Oaxaca
à peupler l’isthme de Tehuantepec d’indigènes pris dans les villages du
même État: singulière invention pour peupler un pays! Eh bien, la nouvelle
loi de 1849 n’a pas été plus efficace pour coloniser la côte d’Huatulco.31
enlazarse con el decreto del 4 de enero de 1823, que garantizaba la protección de la libertad, propie-
dad y derechos civiles de los extranjeros que profesaran la religión católica, única del Imperio: cfr.
González Navarro, Moisés, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero 1821-1970,
México, El Colegio de México, 1993-1994, vol. I, pp. 44-45.
31 ‘‘¿Por qué, pues, permanecen sordos estos colonos a la llamada tantas veces repetida de los
mexicanos? Resulta que éstos no han hecho nada por obtener su preferencia; no les han señalado un
terreno para su primer establecimiento... La falta está en el mismo país: él es el que se suicida. La
falta debe recaer en cada ciudadano en particular; pues el que más levanta la voz para censurar a los
jefes de Estado no se hace menos merecedor que ellos al reproche por su indiferencia y su apatía.
¿Qué diputado ha hecho oír alguna vez a la tribuna, con la tenacidad de Catón, las palabras de salva-
ción que, tarde o temprano, habrían tenido el mismo resultado que el delenda est Cartago? ¿Qué
Estado ha tomado alguna vez la iniciativa para la creación de una colonia, proporcionando los medios
para el fin que se proponía? Oaxaca, Chiapas, Yucatán esperan del aumento de su población blanca
su seguridad y su riqueza; sin embargo, estos Estados no han adoptado aún ninguna resolución a este
propósito. La antigua ley de colonización autorizaba al gobierno de Oaxaca solamente a poblar el
istmo de Tehuantepec con indígenas de los pueblos del mismo Estado: ¡singular invento para poblar
un país! Y bien, la nueva ley de 1849 no ha sido más eficaz para colonizar la costa de Huatulco’’
(Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 469-470). Véase también ibidem, pp. 474-475.
126 MANUEL FERRER MUÑOZ
le fait est qu’un restaurateur français, nommé Remontel, fut volé à Tacuba-
ya par quelques officiers mauvais sujets, dans la nuit qui précéda le départ
des troupes de Santa-Anna en 1832, lorsque ce général, renonçant à l’es-
poir de prendre Mexico, s’éloigna de ce point pour se reporter du côté de
Puebla. Ils avaient pris la précaution de le faire boire outre mesure, puis
l’avaient enfermé dans sa chambre; ils en avaient fait autant pour ses do-
mestiques. Ce fut en s’éveillant le lendemain assez tard qu’il put s’aperce-
voir qu’on lui avait enlevé sa recette de plusieurs jours, un peu d’argente-
rie, son vin, et jusqu’à sa batterie de cuisine. Il fit alors sa plainte au
chargé d’affaires de France, M. le baron Gros, qui réclama pour lui une
somme de 800 piastres; et c’est cette modique indemnité qui servit tant de
fois de texte aux plaisanteries, aux exagérations de la presse.36
35 ‘‘Una inundación de pueblos de Europa en esta tierra virgen, para hacer que nazca ahí la
riqueza y se ennoblezcan las facultades del hombre’’ (ibidem, p. 566).
36 ‘‘El hecho es que un francés llamado Remontel, dueño de un restaurante, sufrió un robo que
cometieron en Tacubaya algunos oficiales, malas personas, en la noche que precedió a la salida de las
tropas de Santa Anna en 1832, cuando este general, abandonando la esperanza de tomar México, se
alejó de allí para trasladarse a las cercanías de Puebla. Habían tomado la precaución de hacerle beber
en exceso, y luego lo habían encerrado en su habitación; lo mismo habían hecho con sus criados. Al
día siguiente, cuando se despertó bastante tarde, pudo advertir que le habían quitado su recaudación
de varios días, algo de platería, el vino, y hasta la batería de cocina. Presentó su queja al encargado de
negocios de Francia, el barón Gros, quien reclamó para él la suma de ochocientas piastras; y esta
módica indemnización es la que ha servido tantas veces de tema para las bromas, para las exageracio-
128 MANUEL FERRER MUÑOZ
nes de la prensa’’ (ibidem, pp. 287-288). Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los
siglos. Historia general y completa del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, científico
y literario de México desde la Antigüedad más remota hasta la época actual. Obra única en su géne-
ro publicada bajo la dirección del general..., t. IV: México independiente 1821-1855 escrita por D.
Enrique Olavarría y Ferrari, México, Gustavo S. López editor, 1940, pp. 302-305.
37 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 187-204.
38 Cfr. ibidem, pp. 5-6.
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 129
los barcos que le habían precedido: los mismos que estuvieron a punto de
dar al traste con la Glaneuse, el navío que salió de Le Havre diez días
antes que la embarcación en la que viajaba Fossey, y que ejecutó ante sus
ojos las maniobras que franqueaban el paso de la barra del río, sufriendo
serios percances que lo pusieron en peligro de encallar de modo irreme-
diable en un banco de arena.39
Siempre recordaría Fossey con dolorosa lucidez el espectáculo que se
ofreció a su vista cuando tomaron tierra en Minatitlán: ‘‘nous fûmes reçus
à notre débarquement par quelques-uns des premiers colons, qui, n’ayant
plus ni societé, ni ouvriers, ni argent, se trouvaient sans resource dans ce
hameau sauvage, à deux mille lieues de leur pays’’.40 Ni siquiera quedaba
a esos miserables la posibilidad de cobrarse venganza en la persona de
Giordan, el socio de Villevêque que tan imprudentemente los había meti-
do en aquella aventura, porque hacía tiempo que había huido del lugar,
precisamente para sustraerse a la cólera de los colonos.41
No sólo eran falsas las expectativas de colonización agrícola. Tam-
bién resultaron ser engañosas las promesas de exenciones aduaneras que
habían empeñado las autoridades mexicanas: después de haber exigido el
pago de unos dos mil francos por derechos de tonelaje, el administrador
de la aduana provocó la desesperación de los infortunados viajeros cuan-
do les requirió discrecionalmente el desembolso de otras tasas por las
mercancías que transportaban: ‘‘l’administrateur retint pour les droits ce
qu’il voulut, et nous rendit le reste, c’est-à-dire fort peu de chose, comme
par faveur’’.42
La acumulación de tantas contrariedades produjo los mismos efectos
que Fossey y sus acompañantes habían podido contemplar a su llegada a
Minatitlán. Todos los miembros de la sociedad se dispersaron en desban-
dada, y nadie quiso acudir a la concesión. Mientras que unos colonos se
establecieron en un pueblecito situado en la orilla derecha del Coatza-
coalcos, donde pronto consumirían los recursos que les quedaban, los de-
que dio origen después a la República mexicana: prueba de esa falta de dis-
posición venía procurada por la pobreza de fondos del Museo Nacional.53
Testigo del olvido del pasado prehispánico en que muchos de los in-
dígenas mexicanos de su tiempo vivían, Mathieu de Fossey no oculta su
admiración por el prestigio que Mitla conservaba entre aborígenes de una
dilatada región, que rebasaba incluso el ámbito zapoteco:
53 Cfr. ibidem, pp. 212-213, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas
y Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 221, nota 169.
54 ‘‘El mexicano y el chiapaneco, el otomí y el totonaco, todos acudían allí a presentar peticio-
nes y ofrecer presentes que los ministros de todas las religiones aceptan. Incluso ahora, después de
trescientos años de un nuevo culto, estas antiguas tradiciones todavía no han sido destruidas: ocurre a
menudo que vienen indios desde más de cien leguas de distancia para encargar misas al cura de Mitla’’
(Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 370).
55 ‘‘Afortunadamente, los indios rechazaron la propuesta de ese vándalo, y el árbol permanece
todavía de pie’’ (ibidem, p. 363).
56 Cfr. ibidem, p. 376.
57 Cfr. Brasseur, Charles, Viaje al istmo de Tehuantepec, pp. 161-162 y 166.
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 133
les Indiens adressent à une image de saint les oraisons qu’ils auraient
adressés autrefois à leurs pénates; ils assimilent la passion du Christ aux
apothéoses sanguinaires des victimes humaines, et l’adoration de la Vierge
de Guadalupe ou des Remèdes au culte de Centeotl et d’Omecihuatl.61
trop souvent les prêtres catholiques suivent une voie erronée. Dans leurs
prêches et dans leurs livres, ils s’obstinent à n’entretenir leurs ouailles et
leurs lecteurs que de dogmes, de miracles, de mystères, sans s’apercevoir
que la morale publique retire peu de fruit de tous ces vains discours.66
62 ‘‘No han hecho más que añadir a sus antiguas supersticiones las del cristianismo de los tiem-
pos bárbaros’’ (ibidem, p. 53).
63 Cfr. ibidem, pp. 356-357.
64 ‘‘El alma se siente aliviada al pensar que han pasado tres siglos sobre estos grandes dolores, y
bendice al navegante genovés que dio a conocer al nuevo mundo a la Europa cristiana’’ (ibidem, p. 217).
65 Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, México, Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, 1993, p. 61.
66 ‘‘Con demasiada frecuencia, los sacerdotes católicos siguen un camino erróneo. En sus prédi-
cas y en sus libros se obstinan en entretener a su grey y a sus lectores con dogmas, milagros, misterios,
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 135
il ne devient barbare que s’il se voit soumis à des vexations qui fassent
naître en lui l’idée de la vengeance, ou si des hommes d’une classe plus
civilisée que la sienne parviennent à développer dans son coeur de mau-
vaises passions pour s’en servir ensuite comme d’un instrument.70
sin advertir que la moral pública se beneficia poco con todos esos vanos discursos’’ (Fossey, Mathieu
de, Le Mexique, p. 345).
67 Cfr. Pauw, Cornelius de, Recherches philosophiques sur les Américains ou Mémoires inté-
ressantes pour servir à l’histoire de l’espèce humaine par M. de P. avec une dissertation sur l’Améri-
que et les Américains par dom Pernetty, Londres, s. e., 1771. Véase también Duchet, Michèle, Antro-
pología e historia en el Siglo de las Luces. Buffon, Voltaire, Rousseau, Helvecio, Diderot, México,
Siglo Veintiuno, 1975, pp. 175-182, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indíge-
nas y Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 88.
68 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 42, nota 1, y 548.
69 ‘‘Pero si un hombre de cierto genio se alzara entre ellos; si se decidiesen todos juntos a adop-
tar como jefe a algún aventurero hábil y emprendedor, en una sola campaña se vería desaparecer a los
blancos del suelo mexicano’’ (ibidem, p. 471).
70 ‘‘No se torna bárbaro si no se ve sometido a vejaciones que hagan nacer en él la idea de la
venganza, o si hombres de una clase más civilizada que la suya llegan a desarrollar en su corazón
malas pasiones, para servirse de él como de un instrumento’’ (ibidem, p. 548).
136 MANUEL FERRER MUÑOZ
les planteurs exercent une certaine juridiction sur leurs domaines: ils con-
naissent des délits ordinaires de police correctionnelle, et punissent par le
cepo ou la prison ceux qui s’en rendent coupables, soit à leur égard, soit
envers leurs camarades. Ce sont de petits souverains que l’on appelle que
Votre Grâce; tout tremble devant eux.75
eux seuls connaissent leurs cachettes, et ne les découvrent jamais à qui que
ce soit; ils meurent sans en dire un mot à leurs enfants, et sans que ceux-ci
se mettent en peine de s’en informer. Si par hasard un Indien trouve un de
84 Cfr. ibidem, p. 137. Véase a este propósito Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María,
Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 123-124.
85 ‘‘Los habitantes de sus antiguos dominios le suministran todos los días del año una decena de
prestaciones personales para el servicio interno y exterior de su casa’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexi-
que, p. 338).
86 ‘‘Que no reina sobre sus súbditos sino por una deferencia virtual de parte de éstos, y que no
goza ante los ojos de los criollos de ninguna especie de consideración’’ (ibidem, p. 339).
87 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, pp. 123-125.
88 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 352.
140 MANUEL FERRER MUÑOZ
89 ‘‘Sólo ellos conocen sus escondites y no los revelan nunca a nadie; mueren sin decir una
palabra a sus hijos, y sin que éstos se preocupen de informarse. Si por casualidad un indio encuentra
uno de esos tesoros, se queda como aterrorizado, y vuelve a cubrir cuidadosamente el depósito sagra-
do, sin distraer medio real, persuadido de que moriría ese año si se permitiera el más pequeño hurto a
los manes del enterrador’’ (ibidem, p. 353).
90 ‘‘Ofrec[ía]n sacrificios al lujo y a la vanidad’’ (idem).
91 Cfr. ibidem, pp. 353 y 371.
92 ‘‘En estas solemnidades, invitan a todos los habitantes del lugar, pagan las ceremonias de la
iglesia, los músicos, los fuegos artificiales, etc., y adornan a los santos con vestidos nuevos y brillan-
tes’’ (ibidem, pp. 353-354).
93 ‘‘Mientras que éste no quiere, por lo general, compartir con nadie, quienquiera que sea, el
disfrute de sus derechos de esposo’’ (ibidem, p. 462).
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 141
frontera norte mexicana, que constituían un vivo ejemplo del modo de ser
‘‘bárbaro’’. El comercio de pepitas de oro era, prácticamente, el único
vínculo entre esos grupos salvajes y los mexicanos que habitaban en las
regiones confinantes con el desierto.94 Por lo general, sin embargo, las re-
laciones entre unos y otros eran extremadamente hostiles, y el daño cau-
sado por las depredaciones de aquellas gentes bárbaras era invaluable y
provocaba heridas ‘‘sangrantes’’ a la República:
voilà déjà plus de vingt-cinq ans que les Comanches et les Apaches ont
envahi les provinces septentrionales, qu’ils volent les bestiaux, incendient
les fermes et les villages, égorgent les habitants et emmènent les enfants en
captivité. Ils se sont avancés jusqu’à Zacatecas et à Jalisco, et pénètrent
chaque année plus avant. Chassés de leurs déserts par les Américains, ils ne
tarderont pas à se rendre maîtres permanents des États de la frontière.95
ce dernier mène une vie de privations continuelles, tandis que l’autre jouit
sans peine des richesses de la végétation. Aussi à messure que l’on s’éloigne
des côtes, s’aperçoit-on d’un changement frappant dans la classe des In-
diens; plus on s’élève, plus ils se montrent malpropres, et on finit par n’a-
voir sous les yeux que des haillons d’une saleté dégoûtante.110
Pero donde tal vez Fossey encontró un ambiente más oprimente, por
miserable, fue en el trayecto desde el lago de Texcoco a San Juan Teoti-
huacán, a causa del aspecto miserable y horroroso de las aldeas de los
indios, levantadas en la llanura que circunda el lago, cuyas eflorescen-
112 ‘‘Esta famosa república no es más que un punto sin interés para el arqueólogo y sin impor-
tancia política ni comercial, a pesar de su título de capital del territorio del mismo nombre’’ (ibidem,
p. 112). Sobre el tratamiento de las peculiaridades de Tlaxcala en la Constitución de 1824, que aplazó
la decisión sobre el status que habría de conferírsele a esa entidad, si estado o territorio de la Federa-
ción, y sobre la debatida incidencia en esa presunta postergación del carácter mayoritariamente indí-
gena de sus habitantes, cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado
nacional en México en el siglo XIX, p. 60, y Clavero, Bartolomé, ‘‘Colonos y no indígenas. ¿Modelo
constitucional americano? (Diálogo con Clara lvarez)’’, Anuario de Historia del Derecho Español,
Madrid, t. LXV, 1995, pp. 1,012-1,013.
113 ‘‘Los indios que lo llevan lo mezclan a menudo con agua, para restituir a la cantidad el tribu-
to que sus gaznates alterados descuentan de la calidad; además, los odres de cerdo en que lo transpor-
tan le comunican un olor nauseabundo; en fin, es muy corto el tiempo durante el cual el pulque es
potable, y México está demasiado alejado de los llanos de Apan para que llegue en el punto preciso
de fermentación que lo hace agradable’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 107). Un episodio pos-
terior de Le Mexique matiza esa apreciación: ‘‘nous voilà bien près des plaines d’Apan, renommées
par l’excellence de leur pulque. Zinguilucan, je commençais à trouver supportable cette boisson
pour laquelle j’avais toujours éprouvé de la répugnance et elle me parut décidément bonne à Tulan-
cingo, à l’heure du déjeuner’’ (‘‘estamos muy cerca de los llanos de Apan, renombrados por la exce-
lencia de su pulque. En Zinguilucan comencé a encontrar soportable esta bebida por la que siempre
había experimentado repugnancia, y me pareció decididamente buena en Tulancingo, a la hora del
almuerzo’’: ibidem, p. 316).
146 MANUEL FERRER MUÑOZ
114 ‘‘Nunca he visto nada tan miserable ni tan horroroso como sus caseríos; cada choza, mal
construida con ladrillos sin cocer, se confunde con los montones de tierra de que está rodeada. Nin-
gún verdor, ninguna vegetación existe alrededor: todo allí es tierra, todo presenta un color uniforme;
y la vista de los pobres habitantes de estas guaridas todavía aumenta la penosa impresión que se
experimenta al contemplar estos alejados parajes’’ (ibidem, p. 315).
115 Cfr. ibidem, pp. 25, 49 y 466-467.
116 Cfr. ibidem, p. 23.
117 Cfr. ibidem, p. 313.
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 147
on croirait que cet aliment influe sur le caractère de ces Indiens, si les
théories physiologiques ne rejetaient cette croyance: ils son méchants et
colères, au point d’avoir donné lieu à ce proverbe: Méchant comme un
Indien ou comme un scorpion de Zumpahuacan.118
porque demás, que los tratan mal, y se siruen de ellos, les enseñan sus ma-
las costumbres, y ociosidad, y tambien algunos errores, y vicios, que po-
drian estragar, y estorvar el fruto que se desea para la salvacion de las al-
mas de los dichos Indios, y que viuan en policia. Y porque de semejante
compania no puede pegarseles cosa que les aproueche, siendo vniuersal-
mente tan mal inclinados los dichos Mulatos, Negros, y Mestizos.119
razón; y añadió acerca de los primeros: ‘‘los indios son, por lo común,
indiferentes a las cuestiones políticas y guardan completo egoísmo e in-
dolencia para con los beligerantes’’.122
Después de haber expuesto una larga lista de comentarios sobre las
comunidades indígenas del territorio del istmo de Tehuantepec ----la deli-
berada lejanía de sus aldeas de los demás centros habitados, la existencia
de otras etnias que se aprovechaban de los indios, la ignorancia del espa-
ñol de parte de la casi totalidad de los aborígenes y el consiguiente des-
precio en que se les tenía...----, Fossey se ocupa de ilustrar a sus lectores
acerca de las casas reales que existían en los pueblos de indios, con la
finalidad de alojar a los viajeros:
122 Ruiz, Eduardo, Historia de la guerra de Intervención en Michoacán, México, Talleres Gráfi-
cos de la Nación, 1940, p. 76.
123 ‘‘Cuando [los viajeros] llegan a un pueblo de indios, van a alojarse ----por derecho que les
corresponde---- en la casa común, a la que el alcalde envía dos topiles, es decir, dos adjuntos que,
mediante una ligera retribución, cuidan de sus caballos y preparan su cena. Esta casa se compone de
una sola pieza, amueblada con una mesa y un banco, el tribunal del alcalde; de manera que no hay
más remedio que dormir en el suelo, si no se ha tenido la precaución de llevar una cama’’ (Fossey,
Mathieu de, Le Mexique, p. 25).
124 John L. Stephens dedicó varios pasajes de uno de sus libros de viajes a esta institución: cfr.
Stephens, John L., Viaje a Yucatán 1841-1842, vol. I, p. 230, y vol. II, pp. 3 y 157. Véase también
Lameiras, Brigitte B. de, Indios de México y viajeros extranjeros, siglo XIX, México, Secretaría de
Educación Pública, Sep-Setentas, 1973, p. 106. Muchas de las casas reales que se alzaban en Yucatán
habían sido construidas en la época del gobernador español Antonio de Figueroa (1612-1617): cfr.
López Cogolludo, Diego, Historia de Yucatán, libro IV, capítulo XVII, p. 226, y libro IX, capítulo II,
p. 471. La extinción legal de las casas reales se produjo a raíz del decreto del estado de Yucatán del
12 de septiembre de 1868, que suprimió las repúblicas de indígenas: ‘‘los Ayuntamientos ó Juntas
municipales destinarán los edificios llamados ‘Casas reales’ para escuelas ú otros usos de utilidad
comun, prévia aprobacion del gobierno’’ (decreto del 12 de septiembre de 1868, en Ancona, Eligio,
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 149
Coleccion de leyes, decretos, ordenes y demás disposiciones de tendencia general, expedidas por el
Poder Legislativo del Estado de Yucatán: formada con autorizacion del gobierno, Mérida, Imprenta
de ‘‘El Eco del Comercio’’, 1884, t. III, p. 301).
125 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 74.
126 Cfr. ibidem, pp. 208-209, y Díaz y de Ovando, Clementina, ‘‘Viaje a México (1844)’’, pp.
171-173.
127 ‘‘Este conjunto de miserables, que recibía el pomposo nombre de regimiento, se componía de
unos ciento cincuenta indios, negros, zambos y mestizos, vestidos unos con pantalones de tela y de man-
tas de lana, y otros con calzoncillos y jirones de camisas. Sus sombreros de paja estaban ennegrecidos
por el tiempo; y, con excepción de los jefes y suboficiales, ninguno de esos extraños guerreros lleva-
ba calzado’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 76). No distaba mucho ese siniestro cuadro del que
trazó Duplessis sobre la fuerza militar de Veracruz: cfr. Duplessis, Paul, Un mundo desconocido ó
Viajes contemporáneos por Méjico, Madrid, Imprenta de La Correspondencia de España, 1861,
pp. 6-7.
150 MANUEL FERRER MUÑOZ
Más contundentes fueron, si cabe, las críticas que Fossey dirigió a los
representantes de la ciudadanía en el Congreso nacional. El texto que si-
gue nos exime de más comentarios al respecto: ‘‘dans une période de plus
de vingt-deux ans, je n’ai pas eu connaissance d’une seule loi du congrès,
d’un seul décret du gouvernement, qui en fût dicté par un esprit étroit ou
par une passion condamnable’’.137
El lamentable estado de la institución militar y la baja calidad del tra-
bajo desarrollado por los legisladores contrastaban con los progresos que
Fossey advertía en otros órdenes, como el trazado urbano de la ciudad de
México, la calidad de la prensa capitalina y la modernización a que había
dado origen la creciente influencia de los europeos. Sin embargo, la polí-
tica interior del país continuaba siendo deplorable, hasta el extremo de
que Fossey pensaba que las cosas no hacían sino empeorar, sin que nin-
guna de las fuerzas partidistas ----liberales moderados, conservadores, ul-
traliberales---- se mostrara capaz de ofrecer soluciones eficaces.138
A propósito de la guerra con Francia de 1838, Mathieu de Fossey
volvió a expresar cierto desprecio hacia las armas mexicanas, incapaces
de defender San Juan de Ulúa frente a la flota francesa;139 y, al mismo
tiempo, mostró su admiración por la ausencia de resentimiento entre las
clases bajas de la capital mexicana, aparentemente indiferentes ante la
propaganda antifrancesa sembrada por algunos elementos de la clase polí-
tica y por los órganos de prensa que les servían de altavoz:
cuando por los años de 1838, después de la toma del castillo de San Juan
de Ulúa, algunos votos aislados pedían a voz en cuello que se repitiesen
con los franceses otras vísperas sicilianas, todos esos léperos,140 para los
cuales un asesinato es una friolera, se quedaron fríos, desoyendo esta pro-
vocación al crimen; y lejos de añadir a los males del destierro actos de vio-
lencia y maldiciones, se manifestaban compadecidos por la suerte de los
desterrados, brindándoles con la asistencia y los auxilios que en sus manos
estaba darles.141
137 ‘‘En un período de más de veintidós años, no he tenido conocimiento de una sola ley del
congreso, de un solo decreto del gobierno, que no estuviera dictado por un espíritu estrecho o por una
pasión condenable’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 261).
138 Cfr. ibidem, pp. 442-444.
139 Cfr. ibidem, p. 86.
140 En Le Mexique, Fossey identifica al lépero con el indio habitante de la ciudad: cfr. ibi-
dem, p. 549.
141 Fossey, Mathieu de, Viaje a México, pp. 145-146. Cfr. también Fossey, Mathieu de, Le Mexi-
que, p. 514. Otras aserciones sobre la buena disposición de los indígenas hacia los franceses, ibidem,
p. 278.
VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 153
IV. CONCLUSIONES
155
156 MARÍA BONO LÓPEZ
3 Cfr. Fisher, Howard T. y Hall Fisher, Marion, ‘‘Introduction’’, Life in Mexico. The Letters of
Fanny Calderón de la Barca. With new material from the author’s private journals. Edited and
annotated by Howard T. Fisher and Marion Hall Fisher, New York, Doubleday & Company,
1966, p. xxvii.
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 157
noticias; pero resulta indudable que leyó su libro, compartió sus puntos
de vista y, como la marquesa, se valió de los calendarios y revistas, tan
populares en la época.7 Mucho más benigno, Charles Macomb Flandrau
consideraría Life in Mexico como el libro más entretenido y ‘‘más esen-
cialmente cierto’’ que había podido encontrar sobre México.8
Aunque la edición de 1920 puede considerarse la primera en castella-
no de la totalidad de las cartas de la señora Calderón, mucho antes habían
aparecido varias traducciones parciales de su correspondencia: poco des-
pués de que apareciera la primera edición norteamericana, El siglo diez y
nueve empezó a publicar algunas cartas: aunque, inicialmente fueron reci-
bidas con desdén en los círculos oficiales, pronto pudieron imprimirse
con ayuda de los subsidios aportados por el gobierno, exceptuadas aqué-
llas que contenían alusiones excesivamente caústicas al presidente López
de Santa Anna.9 En 1844 se publicó la carta IX en el segundo tomo de El
Liceo Mejicano, cuya traducción atribuyó el marqués de San Francisco a
Luis Martínez de Castro. El prologuista de la edición de 1920 da noticia
de la labor realizada por Victoriano Salado Álvarez, en la preparación de
la versión española de La vida en México, de la que llegó a imprimir en
los talleres del Museo Nacional hasta la carta XIII;10 sin embargo, Rome-
ro de Terreros no da información alguna de si utilizaron estas traduccio-
nes anteriores para la que se realizó en esa ocasión. Las ediciones poste-
riores de La vida en México, hasta la de 1959, fueron tomadas de esta
primera traducción hecha por Martínez Sobral.
Con el título de La vida en México, la Secretaría de Educación Públi-
ca (México, 1944) publicó en la colección Biblioteca Enciclopédica Po-
pular (con prólogo y selección a cargo de Antonio Acevedo Escobedo)
algunos fragmentos de la correspondencia de la marquesa de Calderón de
la Barca, nombre con que se dio a conocer a la autora en esta edición.
Para la selección de textos de Frances E. Inglis, Acevedo Escobar se sir-
vió de la edición mexicana de 1920, en la que eliminó ‘‘numerosos inci-
7 Cfr. Ortega y Medina, Juan A., ‘‘Estudio preliminar’’, en Mayer, Brantz, México: lo que fue
y lo que es, prólogo y notas de Juan A. Ortega y Medina, México, Fondo de Cultura Económica,
1953, p. XXXIX.
8 Cfr. Flandrau, Charles Macomb, ¡Viva México!, México, Consejo Nacional para la Cultura y
las Artes, 1994, p. 105.
9 Cfr. Borah, Woodrow, ‘‘Introduction’’, en Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico,
Berkeley-Los Angeles-London, University of California Press, 1982, p. 8.
10 Cfr. Marqués de San Francisco, ‘‘Prólogo’’, p. XIV.
160 MARÍA BONO LÓPEZ
1. El marco histórico
12 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos. Historia general y completa
del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, científico y literario de México desde la Anti-
güedad más remota hasta la época actual. Obra única en su género publicada bajo la dirección del
general..., t. IV: México independiente 1821-1855 escrita por D. Enrique Olavarría y Ferrari, México,
Gustavo S. López editor, 1940, pp. 405-406, 451, 453 y 463. El estado deplorable de las cuentas públicas
llegó a extremos de no poder pagar los sueldos de los empleados de las oficinas del gobierno. La necesi-
dad del Estado mexicano de recaudar préstamos internos le supuso, a corto plazo, no sólo la oposi-
ción de sus adversarios políticos, sino también la de los grupos que habían apoyado al régimen.
13 Cfr. Cosío Villegas, Daniel et al., Historia mínima de México, 1a. reimp., México, El Cole-
gio de México, 1973, p. 94; Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, México, Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, 1993, p. 222, y Riva Palacio, Vicente et al., México a través de
los siglos, t. IV, pp. 414 y 457.
14 González y González, Luis (dir.), Los presidentes de México ante la nación. Informes, manifies-
tos y documentos de 1821 a 1966, t. I: Informes y respuestas desde el 28 de septiembre de 1821 hasta el
16 de septiembre de 1875, México, XLVI Legislatura de la Cámara de Diputados, 1966, p. 224.
15 Los mexicanos menores de cuarenta años, según la marquesa de Calderón de la Barca, ‘‘have
lived under the Spanish government; have seen the revolution of Dolores of 1810, with continuations
and variations by Morelos, and paralylzation in 1819; the revolution of Iturbide in 1821...; the esta-
blishement of the federal system in 1824; the horrible revolution of the Acordada... in 1828...; the
adoption of the central system in 1836; and the last revolution of the federalist in 1840. Another is
predicted for the next month... In nineteen years three forms of government have been tried, and two
constitutions...; ‘Dere is notink like trying’’’ (‘‘han vivido bajo el Gobierno español, presenciaron la
revolución de Dolores en 1810, su continuación por Morelos y sus variaciones y su paralización en
1819; la revolución de Iturbide en 1821; ...el establecimiento del sistema federal en 1824; la horrible
revolución de Acordada en 1828...; la adopción del sistema central en 1836, y la última revolución de
los federalistas en 1840. Se pronostica otra para el mes próximo... En diecinueve años se han ensaya-
do tres formas de gobierno y dos Constituciones... ‘No hay nada como probar’)’’: Calderón de la
Barca, Frances, Life in Mexico, p. 360.
16 Las Leyes Constitucionales de 1836 suprimieron la figura del vicepresidente: cfr. ley cuarta,
artículo 1o.
162 MARÍA BONO LÓPEZ
17 Cfr. Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, p. 225, y Riva Palacio, Vicente et
al., México a través de los siglos, t. IV, pp. 422, 435 y 454-456. Uno de esos conflictos sería provoca-
do por la designación que hizo el Supremo Poder Conservador de presidente interino en la persona de
Santa Anna, en sustitución de Bustamante, ausente temporalmente: cfr. Riva Palacio, Vicente et al.,
México a través de los siglos, t. IV, pp. 440-441, 443-444 y 446-447.
18 Altamirano, Ignacio M., Historia y política de México (1821-1882), México, Empresas Edi-
toriales, 1947, p. 46. Los mismos argumentos que se habían dado para poner en marcha la ‘‘primera
revolución de México’’ seguían siendo esgrimidos por todos los partidos que se disputaban el poder:
cfr. Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, p. 448.
19 Cfr. Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, pp. 226 y 228-231, y Riva Pala-
cio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, pp. 403, 405, 411, 413, 422, 447-448, 474, 478
y 481-482. Todas las insurrecciones fueron sofocadas, y las únicas que perdurarían a lo largo del
período serían las de Texas y Californias. Sólo uno de los muchos levantamientos que se dieron en el
país prosperó, y el Plan de Tacubaya provocó la caída de Bustamante y el acceso de Santa Anna a la
presidencia. Sierra definía de esta manera la situación de esos años: ‘‘el salteador que pululaba en
todos los caminos se confundía con el guerrillero, que se transformaba en el coronel, ascendiéndose a
general de motín en motín y aspirando a presidente de revolución en revolución; todos traían un acta
en la punta de su espada, un plan en la cartera de su consejero, clérigo, abogado o mercader, una cons-
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 163
he looks like a good man, with an honest, benevolent face, frank and sim-
ple in his manners, and not at all like a hero.... There cannot be a greater
contrast, both in appearance and reality, than between him and Santa
Anna. [a quien había conocido en Manga del Clavo cuando llegaron a Ve-
racruz]. There is no lurking devil in his eye. All is frank, open, and unre-
served. It is imposible to look in his face without believing him to be an
honest and well-intentioned man.
...He is said to be a devoted friend, is honest to a proverb, and perso-
nally brave, though occasionally deficient in moral energy. He is therefore
an estimable man, and one who will do his duty to the best of his ability,
though wether he has severity and energy sufficient for those evil days in
which it is his lot to govern, may be problematical.23
titución en su bandera, para hacer la felicidad del pueblo mexicano que, magullado y pisoteado en un
lodazal sangriento, por todos y en todas partes, se levantaba para ir a ganar el jornal, trabajando como
una acémila, o para ir a ganar el olvido batiéndose como un héroe’’ (Sierra, Justo, Evolución política
del pueblo mexicano, p. 228). De manera similar se expresó la marquesa de Calderón: ‘‘sometines in
the guise of insurgents, taking an active part in the independence, they have independently laid waste the
country, and robbed all whom they met’’ (‘‘algunas veces, bajo la capa de insurgentes, y tomando una
parte activa en la Independencia, han asolado independientemente al país, robando a cuantos encon-
traron en su camino’’): Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, p. 352. Uno de los principales
motivos de la impunidad de los delincuentes comunes y de los protagonistas de ‘‘actos revoluciona-
rios’’ era la ineficacia de la administración de justicia: los jueces aplicaban una legislación que poseía
grandes lagunas, en la que aún persistían varias reglamentaciones españolas: cfr. Riva Palacio, Vicen-
te et al., México a través de los siglos, t. IV, p. 405.
20 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, pp. 424-435. La inter-
vención diplomática de Inglaterra, que sería decisiva para la solución de este conflicto, provocaría al
principio seria alarma en la opinión pública: cfr. ibidem, pp. 439-440 y 442-443.
21 Cfr. Cosío Villegas, Daniel et al., Historia mínima de México, pp. 98 y 100; Sierra, Justo,
Evolución política del pueblo mexicano, pp. 227 y 229, y Riva Palacio, Vicente et al., México a
través de los siglos, t. IV, pp. 407, 411, 414 y 449.
22 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, p. 437.
23 ‘‘Parece hombre bondadoso, con una expresión de benevolencia, franco y sencillo en sus ma-
neras, y de ningún modo con aire de héroe... No podría ofrecerse mayor contraste, tanto en la aparien-
164 MARÍA BONO LÓPEZ
cia como en la realidad, que entre él y Santa Anna [a quien había conocido en Manga del Clavo
cuando llegaron a Veracruz]. Su mirada no tiene nada de diabólica. Es franco, abierto, sin reservas.
Es imposible mirarle cara a cara y no creer que es un hombre honrado y bien intencionado.
...es fama que sabe ser buen amigo, que su honradez es proverbial y, por su persona, valiente;
sin embargo, su energía moral decae en algunas ocasiones. Es, en consecuencia, una persona estima-
ble y que quiere cumplir con su deber hasta donde sus facultades se lo permitan, aun cuando es pro-
blemático determinar si posee aquella severidad y energía suficientes en estos desdichados días en
que le ha tocado gobernar’’: Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, p. 76.
24 ‘‘No pude menos que pensar... cuán tormentosa ha sido su propia vida y de qué poca tranqui-
lidad ha de haber gozado, y me pregunté si le será permitido terminar en paz sus días como Presiden-
te, lo cual, según los rumores que corren, es dudoso’’: ibidem, pp. 229-230
25 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, pp. 450, 452 y 461-462.
A partir de 1841, la acción ‘‘entorpecedora’’ del Supremo Poder Conservador en los actos del Ejecuti-
vo y del Legislativo se intensificaría aún más, de manera que la necesidad de reformar las Siete Leyes
Constitucionales se consideró de la mayor urgencia: cfr. González y González, Luis (dir.), Los presi-
dentes de México ante la nación, t. I, pp. 237-238.
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 165
26 González y González, Luis (dir.), Los presidentes de México ante la nación, t. I, p. 233.
27 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, p. 483, y Calderón de la
Barca, Frances, Life in Mexico, p. 433.
28 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel, La formación de un Estado nacional en México (el Imperio y la
República federal: 1821-1835), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1995, pp.
170-173, y Cosío Villegas, Daniel et al., Historia mínima de México, pp. 96-97.
29 Cfr. Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, p. 219.
30 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, pp. 417, 453, 463 y 486.
166 MARÍA BONO LÓPEZ
40 Cfr. González Navarro, Moisés, Raza y tierra, pp. 54-55, 67 y 302-306, y Berzunza Pinto,
Ramón, Desde el fondo de los siglos. Exégesis Histórica de la Guerra de Castas, México, Editorial
Cultura, T. G., 1949, p. 135. Varios viajeros que visitaron Yucatán a mediados del siglo pasado coin-
cidieron en destacar la existencia de indios ‘‘sin bautismo’’, que vivían en completo aislamiento,
como los lacandones de que hablaron el padre Solís y su hermano, el ‘‘justicia’’, a Stephens: cfr.
Stephens, John L., Incidentes de Viaje en Centro América, Chiapas y Yucatán, Quezaltenango, El
Noticiero Evangélico, 1940, vol. II, pp. 196 y 207. Véase también Antochiw, Michel, ‘‘La cartografía
y los Cehaches’’, en varios autores, Calakmul: volver al sur, Campeche, Gobierno del Estado Libre y
Soberano de Campeche, 1997, p. 26, y Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización. Espa-
ñoles y mexicanos a mediados del siglo XIX, México, El Colegio de México, 1996, pp. 58-59.
41 Cfr. Stephens, John L., Viaje a Yucatán 1841-1842, México, Museo Nacional de Arqueolo-
gía, Historia y Etnografía, 1937, vol. II, pp. 235-236; Reed, Nelson, La Guerra de Castas de Yucatán,
p. 37; Berzunza Pinto, Ramón, Desde el fondo de los siglos, pp. 125-127; González Navarro, Moisés,
Raza y tierra, pp. 68-69; Reifler Bricker, Victoria, El Cristo indígena, el rey nativo. El sustrato histó-
rico de la mitología del ritual de los mayas, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, pp. 172-
173 y 176-177; Careaga Viliesid, Lorena, Quintana Roo. Una historia compartida, México, Instituto
de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1990, p. 42, y Florescano, Enrique, Etnia, Estado y
Nación. Ensayo sobre las identidades colectivas en México, México, Nuevo Siglo, Aguilar, 1997, p.
350. Lameiras recoge noticias sobre la existencia de armas en comunidades indígenas cercanas a Va-
lladolid, que les habían sido suministradas cuando se levantó Imán (cfr. Lameiras, Brigitte B. de,
Indios de México y viajeros extranjeros, siglo XIX, México, Secretaría de Educación Pública, Sep-Se-
tentas, 1973, p. 104). Bracamonte proporciona otros datos complementarios, que confirman la resis-
tencia de los indígenas de Yucatán al pago de las obvenciones durante la década anterior al estallido
de la guerra de castas: cfr. Bracamonte y Sosa, Pedro, La memoria enclaustrada. Historia indígena
de Yucatán 1750-1915, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social-Instituto Nacional Indigenista, 1994, pp. 110-111.
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 169
Una carta dirigida en 1839 al ministro del Interior por los indígenas
vecinos de Santiago Tlatelolco atestiguaba la incertidumbre jurídica de
aquellos bienes, como la hacienda de Aragón, ‘‘que de ninguna manera
debiamos á la que se llamaba liveralidad del Rey por que la obtubimos
por erencia y donacion del Casique Quactémoc’’.48 En efecto, el retorno
al régimen constitucional en España tras la sublevación de Riego y, pos-
teriormente, el acceso de México a la Independencia habían acabado con
el tradicional estatuto de las parcialidades:
48 Carta de los indígenas vecinos del barrio de Santiago Tlatelolco al ministro de lo Interior,
año de 1839 (Archivo General de la Nación, Tierras, vol. 3,652, expte. 3, 1833-1854).
49 Idem.
50 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 106.
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 171
rrecciones regionales por todo México desde entonces hasta los primeros
años de 1880. Entonces, tres décadas de una paz aparente precipitaron du-
ras presiones sobre la gente del campo que padecía una inseguridad subor-
dinada.51
65 ‘‘El maguey y su producto, el pulque, fueron conocidos de los indios desde la más remota
antigüedad, y es muy posible que los primitivos aztecas se emborracharan lo mismo con su octli favo-
rito, como los modernos mexicanos lo hacen con su muy amado pulque’’: ibidem, pp. 104-105. La
marquesa describió en esta ocasión el proceso de elaboración del pulque ----hecho ‘‘by nature to
supply all his wants’’ (‘‘para aliviarles [a los indios] todas sus penurias’’)---- con multitud de detalles:
idem.
66 ‘‘Pocos son los adelantos que se registran entre los mexicanos, en lo que se refiere al pulque,
comparándolos con el ingenio de sus antepasados indiosx’’: ibidem, p. 105. La permanencia de las
costumbres de los indígenas, sin ninguna alteración, tenía también su contrapartida positiva: las bue-
nas costumbres que el obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, inculcó a los indígenas seguían con-
servándose en esos años: cfr. ibidem, p. 490.
67 ‘‘Que no ha sido perfeccionado ni ha tenido alteraciones desde su primera invención, que
sólo Dios sabe en qué siglo tuvo lugar’’: ibidem, p. 443. Una detenida descripción de los temazcalli,
en Sartorius, Carl Christian, México hacia 1850, México, Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes, 1990, pp. 151-152.
68 Cfr. Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, pp. 174-175. Algunas costumbres prehis-
pánicas no sólo habían perdurado entre los indígenas contemporáneos a la marquesa, sino que tam-
bién habían calado entre los mexicanos criollos y mestizos, como el consumo de la tortilla de maíz
que, ‘‘without variation’’ (‘‘sin cambio alguno en su preparación’’), ‘‘are the common food of the
people’’ (‘‘era alimento habitual del pueblo’’): ibidem, pp. 78 y 507. También pertenecía al bagaje
cultural prehispánico la elaboración de quesos de crema, cuya receta guardaban con celo los indios
que los producían: cfr. ibidem, p. 172.
176 MARÍA BONO LÓPEZ
69 ‘‘De aquella increíble paciencia que permitía a los antiguos mexicanos esculpir sus estatuas
de madera o de piedra, con los instrumentos más primitivos... Pero carecen de imaginación. No salen
del camino trillado y continúan copiando los modelos que trajeron los conquistadores españoles, aun-
que muchos de ellos sean de gran belleza’’: ibidem, p. 231.
70 ‘‘El mismo que en los tiempos de Cortés... El niño en su bautizo, la novia ante el altar, el
muerto en su ataúd, todos se ven adornados con flores’’: ibidem, p. 127.
71 Cfr. ibidem, p. 50. Cfr. también ibidem, p. 137.
72 ‘‘Sus pasiones no se descubren con facilidad... Su calma exterior... no es más que una másca-
ra que donó Natura a sus hijos indianos’’: ibidem, p. 389. Carlos de Gagern enfatizó el carácter sólo
aparente de la humildad del indígena ante el blanco, en la que no veía sino un rasgo de hipocresía:
cfr. Gagern, Carlos de, ‘‘Rasgos característicos de la raza indígena de México’’, Boletín de la Socie-
dad Mexicana de Geografía y Estadística, México, segunda época, t. I, 1869, p. 808.
73 ‘‘Se van poniendo, por grados, a medios pelos’’: Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexi-
co, p. 272.
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 177
74 Cfr. ibidem, pp. 272, 378 y 389. La misma idea se apunta en Los bandidos de Río Frío: sólo
que Payno atribuía a circunstancias externas ese encrespamiento: ‘‘estos indios, cuando hay quien los
levante, son el mismo demonio’’: Payno, Manuel, Los bandidos de Río Frío, México, Porrúa, 1945,
vol. II, p. 123.
75 ‘‘La madre de todos los vicios’’: Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, p. 235.
76 ‘‘Por indolencia’’: ibidem, p. 307. Otra consecuencia de esa indolencia era la impuntualidad:
cfr. ibidem, p. 523.
77 ‘‘De hallarse completamente fuera del mundo, sola frente a una naturaleza gigantesca’’; ibi-
dem, p. 274. También la belleza de algunos indígenas le pareció ‘‘salvaje’’: ibidem, pp. 273-274.
78 ‘‘No es posible que la mente trabaje o el cuerpo se ejercite, como en la Europa o en los
Estados Unidos’’: ibidem, pp. 232-233. Esa misma indolencia y pasividad hacía del pueblo un espec-
tador alejado de los acontecimientos políticos, asonadas incluidas, que se sucedían en México por
aquellos años: cfr. ibidem, pp. 257, 423-424 y 444.
79 Tampoco los bailes indígenas le entusiasmaron, a pesar de haber empezado a tomar unas
clases para aprenderlos, que abandonó, porque, ‘‘they are not ungraceful, but lazy and monotonous’’
(‘‘sin dejar de tener gracia, carecen de viveza y son monóton[o]s’’): ibidem, pp. 173-174. Cfr. tam-
bién ibidem, p. 499.
178 MARÍA BONO LÓPEZ
event [el grito de Dolores], the Indian was able to get as drunk as a
Christian!’’.80
Madame Calderón de la Barca dedicó muchas páginas a la caracteriza-
ción de las mujeres indígenas. Su sensibilidad femenina y su mentalidad an-
glosajona no dejaron pasar un solo detalle que catalogara a las indias con las
que se tropezó durante su estancia en México. A partir de su observación
de estas mujeres, hacia las que experimentó una especial fascinación,
pudo establecer muchos rasgos definidores del modo de ser indígena.
Frances quedó admirada por el amor rayano en pasión de las indias
hacia sus hijos pequeños,81 la generalización en los malos tratos de los
maridos a sus esposas82 y ----de modo paradójico---- por el decisivo papel
80 ‘‘Si hemos de formar juicio sobre la civilización de un pueblo por sus baladas, ninguna de las
canciones mexicanas nos ofrece una elevada idea de la suya. La letra es, en general, un tejido de
absurdidades, y no existen cantos patrióticos que su recién nacida libertad hubiera podido inspirarle a
este pueblo tan dotado para la música... En virtud del memorable acontecimiento [el grito de Dolo-
res], el indio tiene el mismo derecho a emborracharse que el cristiano’’: ibidem, p. 129.
81 Cfr. ibidem, p. 455. Ocurría no pocas veces, sin embargo, que urgidas por sus necesidades
económicas, las mujeres indígenas ‘‘abandonan sus propios hijos á los cuidados mercenarios de otras
mugeres, como si fuera posible sustituir el amor y cuidados de una madre’’; y que el carácter excesi-
vamente prematuro de los matrimonios de las muchachas indígenas ----‘‘se nota con frecuencia la
union entre una muger que apenas ha llegado á la edad de su desarrollo y un hombre de cuarenta ó
mas años’’---- perjudicaba su salud y redundaba en perjuicio de sus hijos (García y Cubas, Antonio,
‘‘Materiales para formar la estadística general de la República Mexicana’’, Boletín de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística, México, segunda época, t. II, 1870, p. 372). García y Cubas,
que se sirvió para este artículo de un largo ensayo escrito por Santiago Méndez, incurrió en varias
contradicciones con el relato de éste, que había resaltado notorias diferencias de edad en los matrimo-
nios indígenas: ‘‘cásanse sin repugnancia, muy jóvenes, con mugeres de mas edad, viudas, y aun con
solteras con hijos’’. Méndez sostenía también un punto de vista diametralmente opuesto al de la mar-
quesa de Calderón de la Barca, cuando calificaba de ‘‘tibio y poco apasionado’’ el amor que se profe-
saban los miembros de las familias indígenas, y denunciaba el abandono con que las mujeres ‘‘crian á
sus hijos, que ruedan siempre por el suelo entre la inmundicia y enteramente desnudos’’: ibidem, pp.
375, 376 y 385.
82 Aunque las costumbres de la época no aparejaban a los malos tratos falta de afecto, vienen
inevitablemente a la mente unas advertencias de Clavijero: ‘‘el amor del marido a la mujer es mucho
menor que el de la mujer al marido. Es común (no general) en los hombres, el inclinarse más a la
mujer ajena que a la propia’’ (Clavijero, Francisco Javier, Historia antigua de México, México, Po-
rrúa, 1987, pp. 46-47). Véase también García y Cubas, Antonio, ‘‘Materiales para formar la estadísti-
ca general de la República Mexicana’’, p. 384, y Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico,
pp. 480 y 504. Por el contrario, la marquesa encontró a un indio ‘‘who was in great distress, because
his wife had run off from him for the fourth time with ‘another gentleman’!’’ (‘‘que no podía consolar-
se de que su mujer le hubiese abandonado por cuarta vez para irse con ‘¡otro caballero!’’’ (ibidem, p.
488). Lumholtz quedó sorprendido por la ligereza de los motivos que llevaban a los maridos indios a
apalear a sus mujeres; y añadió: ‘‘por extraño que parezca, las mujeres no protestan contra esto, sino
más bien lo toman como prueba de amor, y si la ocasión lo requiere, llega la mujer á decirle á su
marido: ‘Ya no me pegas. Tal vez has dejado de quererme’’’: Lumholtz, Carl, El México desconoci-
do. Cinco años de exploración entre las tribus de la Sierra Madre Occidental, en la Tierra Caliente
de Tepic, y entre los tarascos de Michoacán, México, Editora Nacional, 1972, vol. II, p. 333.
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 179
83 Cfr. Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, pp. 307 y 429. Tal vez a causa de
esa dedicación preponderante de las mujeres indígenas a las faenas del hogar ----también y, quizá,
sobre todo, en casas ajenas----, eran sensiblemente mayores los porcentajes de analfabetismo entre las
mujeres indígenas, de modo particular en los estados cercanos a la capital de la Federación que conta-
ban con elevados contingentes de población india: cfr. Cosío Villegas, Daniel, Historia Moderna
de México, vol. VII, p. 532. Véase también Stephens, John L., Viaje a Yucatán 1841-1842, vol. II,
p. 171. Aunque también era cierto, como observó García y Cubas, que las mujeres indígenas que
se ocupaban en tareas domésticas al servicio de particulares adquirían ventajosos hábitos de higie-
ne: ‘‘las indias de los pueblos cercanos á las capitales, empleándose en las casas particulares como
nodrizas, crian niños sanos y robustos, porque en su nuevo empleo mejoran de condicion por el aseo
á que se les obliga, la buena alimentacion, y en fin, por el total cambio de sus condiciones higiéni-
cas’’ (García y Cubas, Antonio, ‘‘Materiales para formar la estadística general de la República Mexi-
cana’’, p. 372).
84 El peculiar modo de caminar de los indígenas captó la atención de la marquesa. Así, al des-
cribir el pánico desatado en la ciudad de México por el primer tiroteo con que se inició una revolu-
ción, observó: ‘‘people come running up the street. The Indians are hurrying back to their villages in
double-quick trot’’ (‘‘la gente corre por las calles. Los indios se dan prisa a regresar a sus pueblos, a
trote redoblado’’): Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, pp. 239. Cfr. también ibidem,
pp. 433-434. También se refirió a este modo de caminar al describir un tocado usado por la indias, y
se maravillaba de que no se les cayera ‘‘I cannot imagine how they trot along, without letting it fall’’
(‘‘no puedo imaginar cómo no se les cae cuando van trotando’’): ibidem, p. 92. Sin embargo, al com-
pararlas con las damas de la alta sociedad, afirmó que andaban bien: cfr. ibidem, p. 140.
85 Llenó de curiosidad a la marquesa la forma en que las mujeres indígenas llevaban a sus niños
a la espalda, ‘‘its face upturned to the sky, and its head going jerking along, somehow without its neck
being dislocated’’ (‘‘cara al cielo, cabeceando con los vaivenes del paso, y es un milagro [que] no se
les disloque la nuca’’): ibidem, pp. 145-146. Sin embargo, pudo apreciar las caras de estos niños: ‘‘the
most resigned expression on earth is that of an Indian baby’’ (‘‘no existe en el mundo una expresión
más resignada que la de un niño indio’’): ibidem, p. 146. Cfr. también ibidem, p. 362.
86 ‘‘Pueblo dócil, sucio y resistente’’: ibidem, p. 140.
87 ‘‘La prenda más a propósito, hasta ahora inventada, para encubrir todas las suciedades, los
despeinados cabellos y los andrajos’’: ibidem, pp. 197 y 514. La costumbre de las mujeres de usar
rebozo fue recogida en otras ocasiones por la marquesa: cfr. ibidem, p. 146.
180 MARÍA BONO LÓPEZ
over the head and crossing over the left shoulder’’.88 Sin embargo, se dio
cuenta de que, en días de fiesta, había un especial esmero en el vestir.
Antes de pasar Río Frío, apreció que, ‘‘and it being Christmas-day, every
one was cleaned and dressed for mass’’.89
Otras veces, la fisonomía de estas mujeres estaba caracterizada prin-
cipalmente por la forma de llevar a los niños, y por algunos rasgos particula-
res comunes a todas: en cada pueblo por donde pasaba observaba a las
indias ‘‘with their plaited hair, and little children slung to their backs,
their large straw hats, and petticoats of two colours’’.90
Por otra parte, las indias poseían ciertas cualidades comunes a todas
las mujeres: antes de llegar a la ciudad de México en su primer viaje, tuvo
necesidad de cambiarse de vestido, ‘‘to the great amusement of the Indian
women, who begged to know if my gown was the last fashion, and said it
was ‘muy guapa’’’.91
Aunque no apreció grandes diferencias entre la forma de vestir de las
indias en los medios urbanos y rurales, a las de la ciudad de México tuvo
más y mejores oportunidades de observarlas, y desde el primer día en que
se instaló en su nueva residencia pudo extraer consecuencias de su compor-
tamiento exterior, como el de aquellas indias, que ‘‘laying down their bas-
kets to rest, and meanwhile deliberately examining the hair of their
copper-coloured offspring’’.92
En algún momento sí se detuvo en la descripción física de las muje-
res indígenas, abstrayendo los aspectos de su indumentaria que tanto so-
lían interesarle, pero ese párrafo estaba dedicado a un determinado grupo
de indias: las que comerciaban en el mercado.
88 ‘‘Andan con rebozos, que son como unos grandes chales de color, o pedazos de tela andrajo-
sa, echados sobre la cabeza y cruzados sobre el hombro izquierdo’’: ibidem, p. 40.
89 ‘‘Como era Navidad, todo el mundo se veía limpio y vestido para ir a misa’’: ibidem, p. 59.
90 ‘‘Con sus cabellos trenzados y con los niños colgándoles a la espalda, sus grandes sombreros
de paja y enaguas de dos colores’’: ibidem, p. 48. Cfr. también ibidem, pp. 132 y 140.
91 ‘‘Para gran diversión de las indias, que querían saber si mi vestido era la ‘última moda’, y
decían que estaba yo muy guapa’’: ibidem, p. 59.
92 ‘‘Habían dejado sus canastas en el suelo para descansar, mientras ‘examina[ba]n’ con ex-
traordinaria atención las cabezas de su cobriza progenie’’: ibidem, p. 63.
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 181
but glowing, with the Indian beauty of teeth like the driven snow, together
with small feet and beautifully-shaped hands and arms.93
93 ‘‘Son, en términos generales, sencillas, de humilde y dulce apariencia, muy afables y corteses
en grado superlativo cuando se tratan entre sí: pero algunas veces se queda uno sorprendido de encon-
trar entre el vulgo caras y cuerpos tan bellos...; con ojos y cabello de extraordinaria hermosura, de
piel morena pero luminosa, con el nativo esplendor de sus dientes blancos como la nieve inmaculada,
que se acompaña de unos pies diminutos y de unas manos y brazos bellamente formados’’: ibidem,
pp. 109-110.
94 ‘‘México debe mucho de su peculiar belleza al sentimiento religioso y a la superstición de
sus habitantes’’: ibidem, p. 364. Cfr. también ibidem, pp. 498-499.
95 ‘‘Considerándose, aparentemente, iguales en presencia de Dios, la campesina y la Marquesa
se arrodillan juntas, sin diferencia casi en el vestir; las dos entregadas a sus devociones, sin fijarse
cómo van vestidos los demás, ni cuál es el grado de su fervor’’: ibidem, pp. 307-308.
96 Cfr. ibidem, pp. 364-366.
97 Cfr. ibidem, pp. 299, 378 y 463. ‘‘The poor Indian still bows before visible representations of
saints and virgins, as the did in former days before the monstrous shapes representing the unseen
powers of the air, the earth, and the water; but he, it is to be feared, lifts his thoughts no higher than
the rude image which a rude hand has carved. The mysteries of Christianity, to affect his untutored
mind, must be visibly represented to his eyes’’ (‘‘el pobre indio todavía se inclina ante las repre-
sentaciones a lo vivo de los Santos y de las Vírgenes, como lo hiciera en los días idos ante las mons-
truosas figuras que simbolizaban las invisibles fuerzas del aire, de la tierra y del agua, aun cuando es
de recelar que eleve sus pensamientos más arriba de la tosca imagen que espulpió una mano torpe.
Para que los misterios del Cristianismo puedan herir su mente sencilla, es necesario que aparezcan de
bulto ante sus ojos’’): ibidem, p. 364.
98 Mayer, Brantz, México, lo que fue y lo que es, p. 92.
182 MARÍA BONO LÓPEZ
99 ‘‘Debajo de cada palma [había] un indio casi desnudo; indios cuyos harapos cuelgan con
maravillosa pertinacia; de cabelleras mates, largas y sucias en hombres y mujeres; rostros de bronce y
una mirada dulce y quieta, que sólo puede alterar el anhelo con que ven acercarse a los sacerdotes’’:
Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, p. 138.
100 Cfr. ibidem, pp. 139 y 429.
101 ‘‘Cantidad de léperos... asombrosa... se arrodillaban con devoción y le besaban las manos y
los pies’’: ibidem, p. 141.
102 ‘‘Por muy infantil y supersticioso que pueda parecer todo esto, dudo que exista manera mejor
de imprimir ciertos principios de la religión en la mente de un pueblo demasiado ignorante para en-
tenderlos de otros modos’’: ibidem, p. 142. El Jueves Santo presenció otras manifestaciones populares
de ‘‘contrición y fervor’’, de las que no hizo mayor comentario, a pesar de la impresión que le causa-
ron todos los actos piadosos ----‘‘indescriptible[s]’’---- de la Semana Santa, que calificó en una oportu-
nidad de ‘‘horrendo[s]’’ y ‘‘sencillamente nauseabundo[s]’’: cfr. ibidem, pp. 144, 276 y 363.
103 ‘‘En estos lugares la devoción es singularísima’’: ibidem, p. 290.
104 ‘‘Siempre acompañada[s] de una multitud de indios’’: ibidem, p. 363.
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 183
105 ‘‘Un temor supersticioso impidió a los indios de ahora escrutar sus sombríos secretos’’: ibi-
dem, p. 322.
106 ‘‘Pidieron los indios que dejáramos las velas en sus mismos sitios, ‘en memoria de las almas
benditas del purgatorio’’’: ibidem, p. 326.
107 ‘‘Un aire de melancolía, inmensidad y desolación’’: ibidem, p. 161.
108 ‘‘Docilidad y cobardía, falsedad y astucia; débil, como lo son por naturaleza los animales, y
tan indolente e impróvido, como suelen serlo los hombres en un clima propicio’’: ibidem, p. 162.
109 ‘‘Había cruzado estas llanuras por vez primera’’: ibidem, pp. 161-162.
110 Cfr. ibidem, pp. 329, 359, 384, 480 y 489.
111 ‘‘Las chozas se ven pobres, pero limpias; sin ventanas, pero una luz tamizada se abre paso
entre las frondosas cañas’’: ibidem, p. 45.
184 MARÍA BONO LÓPEZ
those in or near Mexico, and were not more than half naked’’.112 A medida
que la señora Calderón se acercaba a los ámbitos urbanos, las condiciones de
los indígenas se hacían poco a poco más miserables: en Puebla, acompaña-
ban a un ventero ‘‘a few sleepy Indian women with bare feet, tangled hair,
copper faces and reboses’’,113 y al alcalde de Tepeyahualco le seguía ‘‘a lar-
ge, good-looking Indian woman, who stood behind him while he made his
discourse’’.114 A partir de entonces, lo que encontraron durante el último tra-
mo de su viaje fue, ‘‘an occasional Indian hut, with a few miserable half-na-
ked women and children’’.115
A su llegada a la ciudad de México, la marquesa recibió una impre-
sión patética de los indígenas que allí vivían: no sólo los describió en sus
aspectos externos ----‘‘men bronze-colour..., carrying lightly on their
heads earthen basins, precisely the colour of their own skin’’; ‘‘women
with reboses, short petticoats of two colours, generally all in rags...; no
stockings, and dirty white satin shoes, rather shorter than their small
brown feet’’116----, sino que se aventuró a juzgarlos en su forma de ser:
‘‘lounging léperos, moving bundles of rags, coming to the windows and
begging with a most piteous but false sounding whine, or lying under the
arches and lazily inhaling the air and the sunshine’’.117
Madame Calderón acertó a expresar de cierta manera los enormes
contrastes sociales que podían observarse en la capital de la República,
112 ‘‘Los indios se ven más limpios que en México o sus cercanías, y no andan tan faltos de
ropa’’: ibidem, p. 181. Le fascinó a la marquesa esta cualidad ----la limpieza---- de los indios en los
pueblos y ciudades de provincia por donde pasó, aunque no era de ninguna manera generalizada: cfr.
ibidem, pp. 315, 349, 377, 379, 473, 480-481, 495 y 501. En sus viajes por el interior de la República
también pudo conocer de cerca a algunos miembros de ciertas etnias indígenas, como la otomí, a la
que calificó, en una ocasión, de tribu ‘‘pobre y degradada’’, y en otra, paradójicamente, de la tribu
‘‘más civilizada’’: ibidem, pp. 471 y 479.
113 ‘‘Unas cuantas indias descalzas, enmarañado cabello, rostros cobrizos y rebozos’’: ibidem,
p. 52.
114 ‘‘Una india robusta de no malos bigotes, que había permanecido detrás de él [el alcalde]
mientras pronunciaba su discurso’’: ibidem, p. 55.
115 ‘‘De cuando en cuando, una choza india, con algunas pobres mujeres y niños semidesnudos’’:
ibidem, p. 56. Es notable, en las primeras cartas de la marquesa, la influencia del paisaje en la apre-
ciación subjetiva de la realidad.
116 ‘‘Hombres de color bronceado..., sosteniendo con garbo sobre sus cabezas vasijas de barro,
precisamente del color de su propia piel; mujeres con rebozo, de falda corta, hecha jirones casi siem-
pre...; sin medias, con sucios zapatos de raso blanco, aun más pequeños que sus pequeños pies more-
nos’’: ibidem, p. 63.
117 ‘‘Holgazanes, patéticos montones de harapos que se acercan a la ventana y piden con la voz más
lastimera, pero que sólo es un falso lloriqueo..., echados bajo los arcos del acueducto, sacuden su pereza
tomando el fresco, o tumbados al rayo del sol’’: idem. Pronto se dio cuenta la marquesa de la miseria en
que vivían estos indígenas, que no comían carne, porque sus ‘‘medios no se lo permiten’’: ibidem, p. 110.
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 185
donde léperos e indios cubiertos con mantas se divertían en los mismos luga-
res en los que lo hacía la alta sociedad mexicana, ‘‘though on a scale more
suited to their finances’’:118 un paisaje brillante, con el inevitable matiz exó-
tico proporcionado por los indios, que sólo se oscurecía por ‘‘the number of
leperos busy in the exercise of their vocation’’.119 De la contemplación de
este cuadro, la marquesa sacaba la siguiente conclusión: a pesar de que la
pobreza y la riqueza convivían en los mismos espacios físicos, en realidad,
existía un abismo que separaba a la población e impedía cualquier lazo de
unión;120 todo esto provocaba la conciencia, entre los mexicanos de todas las
condiciones sociales, de que no podía haber ningún sentimiento de democra-
cia o de igualdad ‘‘except between people of the same rank’’.121
La descripción del servicio doméstico que la marquesa trazó en una
carta a su familia también motivó una serie de caracterizaciones de los
indios. Las quejas sobre los defectos de los sirvientes, ‘‘the ungrateful
theme, from very weariness of it’’122 podían oírse no sólo de los extranje-
ros, sino de los propios mexicanos, que lamentaban ‘‘their addiction to
stealing, their laziness, drunkenness, dirtiness, with a host of other vices’’.123
Todas estas faltas eran, ‘‘frequently just, there can be no doubt’’.124 En el
mismo sentido, la señora Calderón afirmaba: ‘‘against this nearly univer-
sal indolence and indifference to earning money, the heads of families
have to contend; as also against thieving and dirtiness’’,125 aunque pensa-
ba que muchos de estos defectos podían remediarse. Sobre la poca dili-
gencia de los criados abundó con varios ejemplos tomados de entre el
personal que había trabajado en su casa.126
Sin embargo, la marquesa reconocía ciertas cualidades en las criadas
mexicanas, que las hacían preferibles a las extranjeras, ‘‘unbearably inso-
lent’’:127 aquéllas ‘‘are the perfection of civility-humble, obliging, excessively
good-tempered, and very easily attached to those with whom they live’’.128
118 ‘‘Pero en una medida más conforme con sus cortos medios’’: ibidem, p. 215.
119 ‘‘La multitud de léperos dedicados a las prácticas de su oficio’’: ibidem, p. 123.
120 Cfr. idem.
121 ‘‘Excepto entre personas pertenecientes a la misma clase’’: ibidem, p. 166.
122 ‘‘Tema tan ingrato y que me tiene fastidiada’’: ibidem, p. 194.
123 ‘‘Su inclinación al robo, ...su pereza, borrachera, suciedad y de otros miles de vicios’’: idem.
124 ‘‘En su mayoría, justificadas, [y] no puede haber duda alguna’’: idem.
125 ‘‘Contra esa pereza casi general y la indiferencia en ganarse la vida, es con lo que deben
contender las amas de casa, y también contra el robo y la suciedad’’: ibidem, p. 196.
126 Cfr. ibidem, pp. 195-196.
127 ‘‘De una insolencia inaguantable’’: ibidem, p. 198.
128 ‘‘Son modelo de cortesía, humildes, serviciales, de muy buen carácter, y con facilidad se
aficionan a quienes sirven’’: idem.
186 MARÍA BONO LÓPEZ
129 ‘‘Léperos miserables, en andrajos, mezclados con mujeres que se cubrían con rebozos viejos
y sucios’’: ibidem, pp. 73-74.
130 ‘‘El suelo esta[ba] tan sucio que uno no puede arrodillarse sin una sensación de horror’’:
ibidem, p. 74.
131 ‘‘Atestada de indios que han llegado del campo para vender sus frutas y legumbres’’: ibidem,
p. 247. Los vendedores ambulantes, que llegaban a México en chinampas por el canal de la Viga y
que diariamente ocupaban las calles de la ciudad y los mercados, eran generalmente indígenas, que
ofrecían todo género de mercancías ‘‘drowns the shrill treble of the Indian cry’’ (‘‘con la voz aguda y
penetrante del indio’’): ibidem, p. 77. Cfr. también ibidem, p. 117. El pintoresco cuadro que ofrecía la
llegada de los indios a la ciudad con sus productos se repitió en más de una ocasión en las cartas de
madame Calderón, como una foto fija en la que aparecían los mismos elementos: los indios cargados,
‘‘como podría cargar una mula’’, seguidos de sus mujeres con canastas y con sus hijos a la espalda:
ibidem, p. 132. Cfr. también ibidem, pp. 392 y 404-405.
132 Cfr. ibidem, p. 506.
FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 187
they do rise a little grain of their own, they are so hardly taxed that the
privilege is as nought’’.133
Uno de los resultados de la extinción del tutelaje colonial fue el de la
explotación de los indígenas, como pudo constatar la señora Calderón en
algunos viajes por el interior de la República: había visitado una mina
explotada por ingleses en la que la mayor parte de los trabajadores eran
indios, que recibían como salario la octava parte de los productos.134 Du-
rante una corta estancia en Toluca, los comerciantes del lugar se alborota-
ron a causa de unas órdenes del alcalde, que les obligaban a recibir cobre
en pago de sus mercancías. Accedieron, por fin, no sin asegurarse de que
no serían ellos los perjudicados por aquella medida:
the merchants have issued a declaration, that during three days only, they
will sell their goods for copper (of course at an immense advantage to
themselves). The Indians and the poorer classes are now rushing to the
shops, and buying goods, receiving in return for their copper abour half its
value.135
142 ‘‘La escuela se reduce a un cuarto con el suelo enlodado y unas cuantas bancas sucias que
ocupan niños y niñas en harapos’’: ibidem, p. 164.
143 ‘‘Pobre, en harapos, pálido, agobiado por las inquietudes’’: idem.
144 ‘‘A deletrear en el texto de unas viejas leyes del Congreso’’: idem. Una de las propuestas del
diputado Carlos María de Bustamante ante el Congreso había sido que se utilizara el texto del Acta
Constitutiva de 1824 para que los niños aprendieran a leer: cfr. López Betancourt, Raúl Eduardo,
Carlos María de Bustamante Legislador (1822-1824), México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Jurídicas, 1981, p. 198.
145 ‘‘Quedóse sorprendido y aun pareció abrigar dudas al respecto’’: Calderón de la Barca, Fran-
ces E. I., Life in Mexico, p. 164.
146 ‘‘Estaban, de hecho, haciendo menos pesada la opresión del sistema colonial sobre sus
cabezas, o más bien, capturando y exterminando a los colonos, que en ellas forman enjambres’’: ibi-
dem, p. 74.
147 ‘‘Pobre, envilecido descendiente de aquellas gentes extraordinarias y misteriosas que no sa-
bemos de qué partes vinieron y cuyos hijos vienen ahora ‘con la condición de haber de cortar leña, y
acarrear agua’ para el servicio de todo un pueblo del cual fueron reyes una vez’’: ibidem, p. 274.
190 MARÍA BONO LÓPEZ
in every part of the peninsula which is not included in the territory of the
missions, the savages were the most degraded specimens of humanity exis-
ting. More degraded than the beasts of the field, they lay all day upon their
faces on the arid sand... They abborred all species of clothing, and their only
religion was a secret horror that caused them to tremble at the idea of
three divinities, belonging to three different tribes, and which divinities
were themselves supposed to feel a mortal hatred, and to wage perpetual
war against each other.151
151 ‘‘Los naturales de la península [de California] que viven fuera del territorio de las misiones,
son quizá de todos los salvajes los que están más cerca del estado que se llama de naturaleza. Se
pasan los días enteros tendidos boca abajo en la arena... Aborrecen toda clase de vestido, y su única
religión consistía en tres divinidades, una por cada tribu, que se hacían una guerra de exterminio, y
objeto de terror para estos adoradores de entes invisibles’’: ibidem, p. 225.
152 ‘‘Como las fronteras no están ahora protegidas por las guarniciones militares o presidios,
establecidos antes allí, y abandonadas por los misioneros, los indios han dejado de estar sujetos, sea
por la fuerza de las armas o por medio de los buenos consejos y de la influencia de sus Padres. Por lo
tanto, el territorio mexicano se halla expuesto constantemente a sus invasiones’’: ibidem, p. 227.
153 ‘‘Cuando se declaró la independencia y estalló esa furia revolucionaria que hace mérito al
destruir lo establecido por el partido opuesto, sea bueno o malo, los mexicanos, para demostrar su
odio por la madre patria, destruyeron estas benéficas instituciones. Al hacerlo, cometieron un error
tan fatal en sus resultas como el de 1828, cuando expulsaron a tantos acaudalados propietarios’’:
idem. Cfr. también ibidem, p. 512.
192 MARÍA BONO LÓPEZ
‘‘En todas las latitudes, los libros de memorias de los viajeros de otra
nacionalidad sobre determinado país constituyen, de modo infalible, un
depósito de materias inflamables, un motivo de escándalo’’.154 Por esta
razón, cuando las opiniones sobre el país, en general, y la forma de vida
de sus habitantes, en particular, discrepan de las apreciaciones de los na-
cionales, ‘‘cunde entonces, unánime, el olvido de que subsiste la libertad
de opinar; de que a este o a aquel escritor no se le contrató para fraguar
ditirambos; de que sus visiones deformadas, así se las estime desagrada-
bles, debemos digerirlas con la buena sal de la tolerancia’’.155
Y éste es el caso de Frances E. Inglis: ‘‘a lo largo de sus páginas enu-
mera una infinidad de aspectos de nuestro vivir que no le agradan, que
chocan con su distintiva naturaleza nórdica’’;156 sin embargo, se descubre
a través de la lectura de sus cartas ‘‘un impulso de simpatía hacia nuestras
gentes de toda condición, de sincero deslumbramiento hacia las magnifi-
cencias de nuestro paisaje, de sonriente llaneza que, allí donde podría las-
timar a fondo, sabe paliar la rudeza de la sinceridad con un guiño de mali-
cia, cuando no con una contrapartida equilibradora’’.157 Por lo tanto, el
balance general de la obra de la señora Calderón es positivo, y en el análi-
sis de nuestro modo de vida, que a veces ‘‘exalta’’ y otras ‘‘denigra’’, ‘‘las
luces dominarían a las sombras’’.158
Los escritos de la marquesa de Calderón de la Barca suponen un ex-
ponente cualificado de las impresiones que los observadores contemporá-
neos dejaron anotadas sobre los pueblos indios. Su espontaneidad y espíritu
abierto convierten ese epistolario en una fuente rebosante de sinceridad y
tan ajena a intereses políticos o ideológicos contaminadores que no tuvo
empacho en admitir que ‘‘it is long before a stranger even suspects the
state of morals in this country, for whatever be the private conduct of in-
dividuals, the most perfect decorum prevails in outward behaviour’’.159
160 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation, London-New
York, Routledge, 1997, p. 171.
161 Cfr. ibidem, p. 160.
162 Cfr. Baerlein, Henry, ‘‘Introduction’’, p. xiv.
163 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes, p. 161.
194 MARÍA BONO LÓPEZ
abundó en detalles del pasado prehispánico de los indios, sus fuentes fue-
ron orales, o echó mano de publicaciones populares de la época.
Pesaron también en sus reflexiones su mentalidad anglosajona y su
espiritualidad episcopaliana, aunque no tanto como para que le impidie-
ran valorar en su justa medida algunas manifestaciones del modo de ser
de los indígenas y de los mexicanos en general. Como todos los visitantes
que llegaron a nuestro país en el siglo pasado, se valió de los comentarios
y de las investigaciones de Humboldt como una de las principales fuentes
de conocimiento de México.
La naturaleza de su estancia en México, que podríamos calificar de
‘‘inmóvil’’, contribuyó a que Frances se detuviera en detalles mínimos del
país que otros viajeros obviaron en beneficio de una visión más panorá-
mica del país, fruto de la investigación empírica. Este mismo motivo de
residencia y la dignidad que representaba impidieron que pudiera em-
prender recorridos largos por el interior de la República, por lo que sus
observaciones de la vida en México debieron reducirse espacialmente.
CAPÍTULO SÉPTIMO
Octavio PAZ
1. La persona
195
196 JULIO ALFONSO PÉREZ LUNA
xico. Nos legó una obra minuciosa que acompañó de un valioso aparato
ilustrativo realizado por su inseparable asistente Frederick Catherwood,
testimonio fidedigno de las ruinas arqueológicas visitadas.
John Lloyd Stephens nació el 28 de noviembre de 1805 en Shrews-
bury, localidad perteneciente al estado de Nueva Jersey. Sin mucho con-
vencimiento estudió la carrera de abogado, y se graduó en 1827; sin em-
bargo, abandonó esta profesión para dedicarse, primero, a la actividad
política dentro del partido demócrata de su país y, después, a su afición
viajera. En 1835, una afección de garganta le proporcionó la ocasión-pre-
texto para realizar un viaje que abarcó Europa, Egipto y Oriente; sus ex-
periencias quedaron registradas en las obras Incidents of Travel in Arabia
Petrea, publicada por vez primera en 1837, e Incidents of Travel in Gree-
ce, Turkey, Russia and Poland, publicada en 1838.
Cautivado por las noticias que le habían llegado sobre las ruinas de
antiguas culturas americanas, y con ocasión de una misión diplomática
encargada por el gobierno de su país, emprendió un primer viaje a Améri-
ca Central y México en 1839, acompañado de su habitual asistente de ex-
pediciones, el dibujante inglés Frederick Catherwood. En Centroamérica
visitó Costa Rica, Nicaragua, El Salvador y Guatemala; en México, Chia-
pas, Campeche y Yucatán. El resultado de sus observaciones fue la publi-
cación de la obra Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yu-
catan, en 1841. Al poco tiempo de su llegada a Yucatán, una inesperada
enfermedad de Catherwood los obligó a embarcarse el 24 de junio de
1840 hacia Estados Unidos, y a dejar para un viaje posterior la explora-
ción de las ruinas de Yucatán, realizada al siguiente año: ‘‘in about a year
we found ourselves in a condition to do so; and on Monday, the ninth of
October, we put to sea on board the bark Tennessee, Scholefield master,
for Sisal, the port from which we had sailed on our return to the United
States’’.2
Este segundo viaje fue registrado en la obra Incidents of Travel in
Yucatán, editada en 1843, que ----de acuerdo con Wolfgang von Hagen----
tuvo más demanda que los anteriores libros.3 De regreso en su país, Step-
hens realizó actividades y viajes de carácter muy distinto a los que hasta
2 ‘‘Cerca de un año después, hallámonos en aptitud de realizar nuestro proyecto, y el lunes 9
de octubre de 1841 hicímonos a la vela en Nueva York, a bordo de la barca Tennessee’’ (Stephens,
John Lloyd, Incidents of Travel in Yucatán, vol. I, p. 3). La traducción al español se ha tomado de la
que hizo Justo Sierra O’Reilly, cuyos datos editoriales se mencionan más adelante en el texto.
3 ‘‘Incidents of Travel in Yucatán was a more demanding book than the others’’ (ibidem, vol.
I, p. xvii).
LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD MEXICANA 197
2. El viajero
6 ‘‘All land in the vicinity lying within certain limits... Upon inquiry I learned that this order,
in its terms, embraced the ground occupied by the ruined city’’: ibidem, vol. II, p. 308.
LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD MEXICANA 199
woman, who already had contributed most to our happiness (she made our
cigars), was already married. The house containing the two tablets belon-
ged to a widow lady and a single sister, good-looking, amiable, and both
about forty. The house was one of the neatest in the place. I always liked to
visit it, and had before thought that, if passing a year at the ruins, it would
be delightful to have this house in the village for recreation and occasional
visits. With either of these ladies would come possession of the house and
the stone tablets; but the difficulty was that there were two of them, both
equally interesting and equally interested... There was an alternative, and
that was to purchase in the name of some other person, but I did not know
of anyone I could trust.7
3. El diplomático
8 Valle, Rafael Heliodoro, ‘‘John Lloyd Stephens y su libro extraordinario’’, Revista de Histo-
ria de América, México, 1948, p. 407.
9 Ibidem, p. 408.
LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD MEXICANA 201
tual no tengo tiempo, y espero que al regresar a EE. UU., podré presentar al
Departamento una copia de su completa inspección ----incluyendo aquella
del río Tipitapa y del Lago Managua.10
1. Ediciones
our former visit was not forgotten. The account of it had been traslated and
published, and, as soon as the object of our return was known, every faci-
lity was given us, and all our trunks, boxes, and multifarious luggage were
passed without examination by the custom-house officers.11
2. Fuentes de su obra
del neoyorkino Noah O. Platt, quien visitó las ruinas de Palenque, Chia-
pas, y del que expresó el siguiente testimonio: ‘‘his account of them had
given me a strong desire to visit them long before the opportunity of
doing so presented itself’’.13
Sin embargo, fueron diversos los autores antiguos ----y no tan anti-
guos---- a los que se refiere con frecuencia y a partir de los cuales guió su
expedición. Entre ellos se cuentan Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé de
las Casas y William H. Prescott. Pero, de manera muy particular, mencio-
na las cuatro fuentes que se relacionan a continuación.
Para la región de Chiapas, cita particularmente el informe del capitán
Antonio del Río, quien, por mandato real, exploró la zona de Chiapas en
1787; la relación de su expedición se publicó por vez primera en 1822,
en Londres, bajo el título de Description of the ruins of an ancient city
discoveren near Palenque. Asimismo, la obra Antiquités Mexicaines, que
relata la expedición que, ordenada por Carlos IV, realizó el capitán Gui-
llermo Dupaix en esta misma área durante los años 1805, 1806 y 1807, y
cuya publicación se hizo en París, en los años 1834 y 1835, testimoniada
por nuestro autor en los siguientes términos: ‘‘at Ococingo we were on
the line of travel of Captain Dupaix, whose great work on Mexican an-
tiquities, published in Paris in 1834-5, awakened the attention of the lear-
ned in Europe’’.14
En su obra sobre Yucatán, menciona de manera explícita a los autores
Cogolludo y Herrera. Se refiere a fray Diego López de Cogolludo y su
Historia de Yucatán, escrita en el siglo XVII, y a Antonio Herrera y Tor-
desillas y su obra Historia general de los hechos de los castellanos en las
islas y tierra firme del Mar Océano, publicada a principios de ese mismo
siglo.
3. Objetivos de su obra
the long, unbroken corridors in front of the palace were probably intended
for lords and gentlemen in waiting; or perhaps, in that beautiful position,
which, before the forest grew up, must have commanded an extended view
of a cultivated and inhabited plain, the king himself sat in it to receive the
reports of his officers and to administer justice.17
15 ‘‘Mi propósito ha sido, no producir una obra ilustrada, sino presentar los dibujos en una for-
ma barata que permitiera ponerlos al alcance de la gran masa de nuestra comunidad lectora’’ (ibidem,
vol. II, p. 250).
16 ‘‘Qué es lo que yace oculto en esa selva, me es imposible decirlo a partir de mis propios
conocimientos’’ (ibidem, vol. II, p. 254).
17 ‘‘Los largos e ininterrumpidos corredores del frente del palacio estaban probablemente destina-
dos a los señores y caballeros de servicio; o quizás, en esa hermosa ubicación, desde la cual, antes que
creciese la floresta, se ha de haber dominado una extensa vista de la cultivada y habitada planicie, el rey
mismo se sentaría allí a recibir los informes y a administrar justicia’’ (ibidem, vol. II, p. 262).
18 ‘‘Como en Copán, mi ocupación consistía en preparar los diferentes objetos para que los di-
bujara el señor Catherwood. Muchas de las piedras tenían que ser restregadas y limpiadas; y como era
nuestro propósito obtener la mayor exactitud posible en los dibujos, hubo que levantar andamios en
varios lugares para poner encima de ellos la cámara lúcida’’ (ibidem, vol. II, p. 258).
LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD MEXICANA 205
1. La situación de México
I was in the Senate chamber when the ultimatum of Santa Ana [sic] was
read... The condition of the state was pitiable in the extreme. It was a me-
lancholy comment upon republican governement, and the most melancholy
feature was that this condition did not proceed from the ignorant and une-
ducated masses. The Indians were all quiet and, though doomed to fight
the battles, knew nothing of the questions involved.22
21 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel, ‘‘La independencia de México vivida en la periferia: el caso de
Yucatán’’, que se publicará en Ius Fugit (Zaragoza).
22 ‘‘Yo estaba en el Senado cuando se leyó el ultimátum de Santa Anna... La situación del Esta-
do era en extremo lamentable; aquello era un triste comentario sobre el gobierno republicano, y su
carácter más melancólico era que esa situación no dimanaba de las masas ignorantes y sin educación.
Los indios todos estaban tranquilos y aunque condenados a pelear en los campos de batalla, nada
sabían en lo relativo a las cuestiones que envolvería esa lucha’’ (Stephens, John Lloyd, Incidents of
Travel in Yucatán, vol. II, p. 301). Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indíge-
nas y Estado nacional en México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurí-
dicas, 1998, pp. 327-328.
23 Noriega Elío, Cecilia, El Constituyente de 1842, p. 20.
LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD MEXICANA 207
at no time since my arrival in the country had I been so struck with the
peculiar constitution of things in Yucatán. Originally portioned out as slaves,
the Indians remain as servants. Veneration for masters is the first lesson
they learn.34
33 ‘‘En efecto, exceptuando lo relativo a ciertas obligaciones que los indios tienen, ellos son
dueños absolutos de sí mismos’’ (Stephens, John Lloyd, Incidents of Travel in Yucatán, vol. I,
p. 105).
34 ‘‘Desde mi llegada al país, no me había llamado tanto la atención la peculiar constitución de
las cosas en Yucatán. Distribuidos originariamente los indios como esclavos, habían quedado después
como sirvientes. La veneración a sus amos es la primera lección que reciben’’ (ibidem, vol. I, p. 136).
35 ‘‘Bajo el corredor, y arrimado a un pilar estaba un indio viejo con sus brazos cruzados ense-
ñando la doctrina a una línea de muchachitas indias, formadas delante de él, igualmente con los bra-
zos cruzados, y que repetían las pocas palabras que iba profiriendo el maestro. Al entrar nosotros en
el corredor, tanto el viejo como las muchachitas se nos acercaron haciendo una reverencia y besándo-
nos las manos’’ (ibidem, vol. I, p. 155).
212 JULIO ALFONSO PÉREZ LUNA
Indian, so as to present his back fair to the lash. At every blow he rose on
one knee, and sent forth a piercing cry. He seemed struggling to restrain it,
but it burst from him in spite of all his efforts. His whole bearing showed
the subdued character of the present Indians, and with the last stripe the
expression of his face seemed that of thankfulness for not getting more.
Without uttering a word, he crept to the mayordomo, took his hand, kissed
it, and walked away. No sense of degradation crossed his mind.36
36 ‘‘Después escuchamos una música de otra especie; y era la del látigo en las espaldas de un
indio. Al dirigir nuestras miradas al corredor, vimos a aquel infeliz arrodillado en el suelo y abrazado
de las piernas de otro indio, exponiendo así sus espaldas al azote. A cada golpe levantábase sobre una
rodilla lanzando un grito lastimoso y que, al parecer, se le escapaba a pesar de sus esfuerzos por
reprimirlo. Aquel espectáculo mostraba el carácter sometido de los indios actuales; y al recibir el
último latigazo manifestó el paciente cierta expresión de gratitud porque no se le daban más azotes.
Sin decir una sola palabra acercóse al mayordomo, tomóle la mano, besóla y se marchó, sin que el
sentimiento alguna de degradación se presentase a su espíritu’’ (ibidem, vol. I, p. 95). Cfr. Ferrer
Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo
XIX, pp. 263-265.
37 ‘‘Tenía mil quinientos indios residentes, ligados al patrón por una especie de feudal tenencia.
Como amigos del amo y acompañados por un sirviente de la familia, todo estaba a nuestra disposición’’
(Stephens, John Lloyd, Incidents of travel in Central America, Chiapas, & Yucatan, vol. II, p. 342).
LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD MEXICANA 213
themselves to some hacienda which can supply their wants; and, in return
for the privilege of using the water, they come under certain obligations of
service to the master, which place him in a lordly position. This state of things,
growing out of the natural condition of the country, exists, I believe, now-
here in Spanish America except in Yucatán.38
40 Alfonso Caso establece cuatro elementos que, a su juicio, son relevantes para lograr una defi-
nición del indio; ellos son: a) los caracteres somáticos propios de un individuo indígena; b) los carac-
teres culturales propios de un individuo o grupo; c) el elemento lingüístico característico de un grupo
determinado; y d) el elemento psicológico, que se refiere al sentimiento y conciencia de pertenecer a
una determinada comunidad indígena. Cfr. Caso, Alfonso, ‘‘Definición del Indio y lo Indio’’, Améri-
ca indígena, México, vol. VIII, núm. 4, 1948, pp. 243-244.
LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD MEXICANA 215
Tal vez nada mejor que las apreciaciones subjetivas para evidenciar
la gran carga ético-psicológica con la que es advertida la realidad por un
individuo. En el caso de las obras que tratamos, son muchos y variados
los comentarios personales que Stephens expresa sobre los indígenas. De
manera muy general, podemos decir que ante sus ojos el indígena, como
persona, es depositario de todas aquellas características de tipo negativo
que, en un momento dado, justifican una condición de sometimiento. Así,
ellos poseen ‘‘manos inseguras’’, incapaces de cuidar aquello que se les
confía; son gente ‘‘sin carácter’’, y cuyo único interés para un viajero ex-
tranjero son sus espaldas dispuestas para la carga o sus brazos prestos
para satisfacer sus requerimientos; todos indios en estado salvaje, pero
que en ciertas regiones son ‘‘más rústicos y salvajes’’; seres a quienes se
atribuyen severos vicios, como la embriaguez, que se manifiestan ante la
mirada del extraño como ‘‘viviendo casi tal como cuando los españoles
cayeron sobre ellos’’; indios que en algunas regiones son todavía nombra-
dos como ‘‘los sin bautismo’’, en alusión al sacramento fundamental que los
integrará, paradójicamente, en la marginación incluyente; indios que en
su abyección reconocen la superioridad del hombre blanco, y que al os-
tentar, por añadidura, algún cargo representativo, besan sus manos para
retirarse a descansar; indios que, acostumbrados a ‘‘llevar cargas desde la
niñez’’, acompañan en procesión, al lado de las mulas, al hombre blanco:
curioso desfile, que ‘‘habría sido un espectáculo en Broadway’’.41
No obstante todo ello, en ciertos momentos los indígenas ----y más
particularmente las indígenas---- logran suscitar la admiración de un ex-
tranjero que, como Stephens, ha venido a hacer ‘‘las Indias’’ con la inten-
41 No deja de llamar la atención la asociación de esta imagen con Broadway: ‘‘our procession
would have been a spectacle on Broadway’’ (Stephens, John Lloyd, Incidents of Travel in Central
America, Chiapas, & Yucatan, vol. II, p. 229).
216 JULIO ALFONSO PÉREZ LUNA
ción de redescubrir no sólo las ruinas materiales, sino los vestigios vi-
vientes de las grandes culturas antiguas de América. Si bien su convic-
ción es que no existe ninguna relación entre los indios que él ve y los que
habitaron y construyeron los grandes edificios que tiene frente a su mira-
da, existe más de una ocasión en que titubea y se pregunta: ‘‘could these
be the descendants of that fierce people who had made such bloody resis-
tance to the Spanish conquerors?’’42
Ciertamente bajo estas apreciaciones subjetivas de Stephens subyace,
tanto entonces como ahora, una cuestión más dificil de dilucidar: ¿en qué
medida, en la conciencia de los grupos sociales, se consideró el reconoci-
miento ‘‘del otro’’, en cuanto ‘‘mismidad’’ o ‘‘ipseidad’’?; ¿en qué medida
se integró la carga cultural de cada grupo a la noción de mexicanidad?
Preguntas que aún hoy nos acicatean en la búsqueda de nuestro verdadero
‘‘ser’’. ¿O acaso mexicanidad e indianidad, como conceptos, siempre se
excluyeron de manera absoluta? Tal vez todo se resuma en admitir que
las respuestas se hallan en un acto de conciencia aún no concluido.
217
218 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
2 Cfr. Nipperdey, Thomas, Deutsche Geschichte, 1800-1866. Bürgerwelt und starker Staat,
München, C. H. Beck, 1983, p. 92.
CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 219
3 El libro de Kruse es Deutsche Briefe aus México, mit einer Geschichte des Deutsch-Amerika-
nischen Bergwerksvereins, 1824-1838. Ein Beitrag zur Geschichte des Deutschtums im Auslande, Es-
sen, Verlagshandlung von G. D. Baedeker, 1923. Las cartas en cuestión se presentan precedidas de la
historia de la sociedad minera alemana establecida en México por esos años.
4 Pferdekamp, Wilhelm, Auf Humboldts Spuren, p. 157.
220 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
5 Editado originalmente en Darmstadt por G. G. Lange, en 1852. Más adelante mencionaré las
ediciones disponibles en español.
222 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
6 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 442-443.
7 Al hablar de la población criolla, Sartorius menciona que la derrota ante Estados Unidos sig-
nificó una vuelta a la realidad de este grupo de la población, que aún era el dirigente. Véase Sartorius,
Carl Christian, México about 1850, Stuttgart, Brockhaus Antiquarium, 1961, p. 54. Ésta será la edi-
ción que utilizaré en adelante.
8 Medio de esa labor propagandística fue un folleto publicado por Sartorius en alemán y tradu-
cido al español como Importancia de México para la emigración alemana (México, Tipografía de
Vicente G. Torres, 1852) por Agustín S. de Tagle. Este último afirma en su presentación que la suya
parece ser la primera traducción hecha por un mexicano de una obra completa en alemán. El original
alemán del folleto se publicó en 1850: México als Ziel für deutsche Auswanderung, editado en
Darmstadt por Reinhold von Auw.
CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 223
11 Pues esto significa Mexiko. Landschaftsbilder und Skizzen aus dem Volksleben, que es como
rezaba su título.
12 En la nota introductoria a la edición reciente de esta obra por el Centro de Estudios de Histo-
ria de México, Condumex, de 1988, se mencionan las diversas ediciones en alemán, inglés e incluso
sueco (en 1862), aunque curiosamente no se menciona la primera, ya citada en la nota 5 (véase
supra).
13 De estas ediciones en español la más difundida es la de Conaculta. Con base en ella y la de
Condumex he redactado los pasajes en español que se presentarán en el cuerpo de notas, si bien en
algunos casos he modificado ligeramente la traducción.
14 Si bien menos tiempo que Sartorius: sólo los años transcurridos entre 1831 y 1834. Sobre el
viaje a México de Rugendas, véase Preussischer, Kulturbesitz, Johann Moritz Rugendas. Malerische
Reise in den Jahren 1831-1834, Berlin, Druckerei Hellmich KG, 1984.
15 Cfr. Covarrubias, José Enrique, ‘‘La situación social e histórica del indio mexicano en la
obra de Eduard Mühlenpfordt’’, capítulo cuarto, I, de este libro.
CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 225
20 ‘‘En los bosquejos anteriores he tratado de ofrecer una descripción de las distintas regiones
del país, menos interesantes quizás para el lector común que para los amigos de las ciencias naturales.
Deseaba presentar una perspectiva del paisaje en el que encontraremos a los diferentes grupos de la
población con el fin de que el lector pueda formarse una idea del entorno cuando me refiera a las
personas y sus relaciones sociales’’: Sartorius, Carl Christian, México about 1850, pp. 46-47.
CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 227
Las relaciones que hay que precisar serán, pues, las que privan entre
estos ‘‘grupos o familias’’: es decir, las unidades más simples del cuadro
social de Sartorius, quien en el pasaje recién citado deja ver que su trata-
miento de la población se guiará por ese mismo proceder sintético que ha
exhibido en la descripción del medio físico. Más le importa transmitir una
impresión general y congruente de la vida en México que ofrecer datos
muy precisos y exhaustivos. La alegada ‘‘inexperiencia’’ para efectos de
la sistematización repercute así en un libro muy distinto de los hasta en-
tonces aparecidos dentro de la serie extranjera sobre México.22
Ahora bien, ¿qué repercusión tiene esta marcada orientación socioló-
gica de Sartorius en su tratamiento de la población indígena de México?
En primer lugar, importa mucho mencionar que este autor emprende su
descripción social desde la propia experiencia, como miembro de una de
esas ‘‘familias’’ que componen la sociedad mexicana. Como he señalado
21 ‘‘Mis descripciones del país y de la condición social de sus habitantes no se presentan del
todo pulidas, pues simplemente retratan grupos o familias. No soy experto en sistematizar y por lo
mismo sólo he anotado mis impresiones y expuesto tal o cual detalle, el cual deberá ser integrado al
todo por el lector inteligente. Mi propósito es ofrecer una serie de bosquejos y puedo asegurar que
para ello no me faltará material’’: ibidem, p. VII.
22 Y sobre todo contrasta con el de Mühlenpfordt, de cuya tónica erudita y analítica deliberada-
mente se quiere distanciar este autor, como él mismo lo sostiene al comenzar su libro (cfr. ibidem, p.
VII): la suya no será una relación exhaustiva de datos geográficos y etnológicos, ni de recetas culina-
rias, asuntos a los que el primero había dedicado mucho espacio. De cualquier manera, la opinión de
Sartorius respecto del Ensayo de Mühlenpfordt es positiva (una obra cuidadosamente escrita salvo en
los aspectos zoológicos: cfr. ibidem, p. 47). También conviene señalar aquí que los bosquejos de Sar-
torius sobre los tipos sociales y el trato entre éstos se convierten a veces en auténticas escenificacio-
nes de la vida cotidiana, en un proceder parecido al de Lucien Biart en sus obras La tierra caliente y
La tierra templada, aparecidas una década después en francés. En el caso de Biart, sin embargo, la
intención literaria lo lleva a dramatizar deliberadamente la atmósfera y algunos personajes descritos.
228 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
25 Algo semejante he señalado respecto al Ensayo de Mühlenpfordt, cuya lectura bien pudo
estimular en Sartorius la intención de poner el énfasis en la dinámica de las relaciones sociales.
26 Pues ahí llega a decir que su obra no aportará sino meros ornamentos al gran edificio intelec-
tual dejado por Humboldt en su famoso Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. Lo ex-
puesto en este artículo habrá persuadido ya al lector de lo injustificado de esta modestia de Sartorius.
27 Como cuando refiere que la ausencia de una frente ‘‘alta y ancha’’ determina que los indios
no experimenten un desarrollo nervioso comparable al de los pueblos caucásicos: cfr. Sartorius, Carl
Christian, México about 1850, p. 64. Observaciones como ésta no dejan de recordar penosamente las
teorías racistas que por esos mismos años formulaba el conde de Gobineau.
230 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
I never saw a gayer people than these Indians among themselves; they chat
and jest till late in the night, amuse each other with jokes and puns, play
tricks and laugh.30
Now the mirth grows boisterous; in some groups the women begin to
follow the example of the men; here is a crowd making merry and dancing
to the strumming of a jarana (a small stringed instrument), yonder the ri-
sing hilarity makes them tender, whole drinking circles embrace each other,
lose their equilibrium and fall, to the infinite delight of the others.31
30 ‘‘Nunca he visto gente más alegre que estos indios cuando se juntan: suelen charlar y bro-
mear hasta horas avanzadas de la noche, además de que saben divertirse contándose bromas y albu-
res, jugando trucos y riendo alegremente’’: ibidem, p. 63.
31 ‘‘Ahora aumenta el alboroto; en algunos grupos las mujeres empiezan a seguir el ejemplo de
los hombres. Aquí una multitud de gente divirtiéndose y bailando al son de una jarana (un pequeño
instrumento de cuerda); acá y acullá, la creciente hilaridad los pone tiernos, al tiempo que entre los
diversos círculos de bebedores van surgiendo los abrazos, aunque algunos pierden el equilibrio y caen
para regocijo de la concurrencia’’: ibidem, p. 81.
32 Ibidem, p. 76.
232 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
como en la del pasaje anterior, el hacendado sostiene que eran las mujeres
quienes, alteradas ya por el alcohol, iniciaban los pleitos.
Con base en lo presentado, nada sorprenderá que para Sartorius los
indios de México constituyen algo así como ‘‘un pueblo dentro del mismo
pueblo’’.33 El lector ha podido ya notar que el énfasis de este autor, por lo
menos en su capítulo dedicado a los ‘‘aborígenes’’ (aquél del que se han
tomado las observaciones previas), recae mucho más en los factores de
contraste que en los que pudieran operar como aglutinantes entre los in-
dios y los demás mexicanos. Más adelante, al presentar otras apreciacio-
nes suyas sobre los indios, mostraré cómo Sartorius hace justicia al fenó-
meno de la síntesis cultural acarreada por la historia, lo que lo llevará a
reconocer, si bien en forma implícita, la existencia de procesos cohesio-
nantes entre unos y otros a un nivel profundo.
¿Cuál es, pues, el rasgo que Sartorius considera como más distintivo
de la población indígena frente a los otros tipos de mexicanos? Sin duda,
esa férrea cohesión que la hace casi totalmente hermética. Ni siquiera en
el reclutamiento del clero se logra romper esa unidad, ya que los indios
procuran que sólo sean miembros de su comunidad los que se ordenan
de sacerdotes para servir en sus pueblos. Por lo que toca a la formación de
maestros, para pasar ahora a las tareas del Estado, las cosas son muy pa-
recidas.34 Todo esto llevaría a pensar que de la frase ya citada de ‘‘un
pueblo distinto dentro del mismo pueblo’’ podría deducirse la de ‘‘un Es-
tado dentro del mismo Estado’’. Esto último, sin embargo, sería exagerado,
ya que el autor recalca en otra parte la incapacidad indígena para organi-
zarse y hacer valer sus derechos después de tantos años de sometimien-
to.35 En esto cuenta mucho, asegura, su falta de memoria histórica, ade-
más de que su nueva condición de ciudadanos dotados de plenos derechos
anula por anticipado todo descontento en ese orden de cosas. Respecto al
funcionamiento del ámbito municipal indígena, Sartorius refiere lo mis-
mo que tantos otros observadores extranjeros: la existencia de una aristo-
cracia que gobierna en todos los ámbitos y recibe el acatamiento de la
población.
33 Ibidem, p. 81.
34 Cfr. ibidem, pp. 67 y 76.
35 Cfr. ibidem, p. 66. La cohesión de la comunidad indígena, tal como la presenta Sartorius, se
constata ante todo en los pueblos y aldeas específicas y se extiende a veces a las etnias completas.
Más allá de estos ámbitos, nos deja ver, prácticamente no existe sentimiento alguno que permita una
genuina organización política o de tipo militar. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María,
Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 322-323.
CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 233
36 Peter Steinbach, en su prólogo al libro de Riehl, Wilhelm H., Die bürgerliche Gesellschaft,
Berlin-Wien, Ullstein, 1976, señala las corrientes y circunstancias que influyen en este énfasis en la
importancia del trabajo dentro de las interpretaciones sociológicas alemanas de esos años. Destaca,
por cierto, la influencia del pensamiento social de raíz hegeliana.
37 Atiéndase también a la enumeración de actividades y producciones indígenas que presenta en
Sartorius, Carl Christian, México about 1850, pp. 78-79.
38 Considera al mestizo como el ‘‘prototipo de las costumbres y peculiaridades nacionales’’
(ibidem, p. 83), y perteneciente sobre todo a ‘‘la clase’’ de los activos propietarios agrícolas y granje-
ros, así como de los campesinos y pastores dispersos en el gran territorio del país, de quienes dice que
forman ‘‘el corazón mismo de la nación mexicana’’ (ibidem, p. 87).
39 Cfr. ibidem, pp. 87-88.
234 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
the Christian priests suffered these rites to be combined with those of All
Souls, and thus the heathen, probably Toltec custom has maintained itself
till the present day. The name would lead one to suppose it a gloomy festi-
val, quietly reminding of all the loved ones, whom the earth covers. Neither
the Indian nor the Mestizo knows the bitterness of sorrow; he does not fear
death. The departure from life is not dreadful in his eyes, he does not crave
for the goods he is leaving, and has no care for those who survive him, who
have still the fertile earth, and the mild sky.40
40 ‘‘Los sacerdotes cristianos aceptaron que estos ritos se combinaran con las ceremonias de
todos los santos, y de esta suerte se ha mantenido hasta el presente día la costumbre pagana, pro-
bablemente de origen tolteca. Por el nombre ----todos los santos---- podría pensarse que se trata de una
festividad lúgubre, dedicada a recordar a los seres amados que ya reposan. Pero la verdad es que ni el
indio ni el mestizo conocen la plena amargura de la pena ni experimentan temor alguno ante la muer-
te. La partida de este mundo no representa un terror para quienes, como ellos, albergan tan poco
apego a los bienes terrenales y tan poca preocupación por la suerte de sus supervivientes, que al cabo
seguirán gozando de una tierra fértil y un cielo dulce’’: ibidem, p. 163.
CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 235
timiento hacia los difuntos. Sucede así que el propio Sartorius nos brinda
elementos para relativizar sus apreciaciones previas sobre el carácter mo-
nótono, cerrado y estéril de las culturas indígenas. En contraste con la fal-
ta de creatividad y sensibilidad que les ha atribuido antes, resulta que
ciertos elementos de la cultura indígena se muestran lo suficientemente
recios y creativos como para impregnar los hábitos y la psicología de gru-
pos sociales en los que el hacendado reconoce un más alto nivel cultural.
La causa de esta aparente inconsecuencia de Sartorius, estimo, reside en
una contradicción intrínseca a su ideario y no en la realidad observada.
No es, pues, que la sociedad retratada albergue esa contradicción. Frente
a una primera noción de cultura marcada por el individualismo occiden-
tal, Sartorius esgrime ahora una distinta, más atenida a la relación del
hombre con la naturaleza, aspecto al que atribuye la función de moldear
en grado importante las mentes de los pueblos. Esto último lo afirmo en
función del sentido que el propio hacendado reconoce en esa herencia
cultural tolteca que se manifiesta en la celebración de la fiesta de muertos
en México: un sentimiento de vínculo religioso con la naturaleza, elemen-
to que la generalidad de los indios mexicanos preserva y que se manifies-
ta en la prioridad que conceden a los arreglos florales como ornamenta-
ción religiosa. Esta conciencia de que las fiestas pueden preservar un
sentimiento pagano de la naturaleza se agudiza, por cierto, en el pensa-
miento alemán de la época de Sartorius y no es disociable de la atención
que por entonces comienza a concederse a las costumbres e historia de
los germanos.41 De cualquier manera, insisto, lo relevante es que Sarto-
rius se ve obligado a reconocer aquí la existencia de un elemento cultural
aportado desde la tradición indígena, que tiene influencia en la conforma-
ción del carácter nacional: en este caso el talante con que se enfrenta la
muerte.
¿Qué evolución espera Sartorius en cuanto a la situación de los indí-
genas y al vínculo entre éstos y el resto de la población mexicana? Este
cuestionamiento está íntimamente relacionado con otro, no menos impor-
tante en un autor tan consciente de las debilidades del Estado en México:
¿cuál es la tarea más urgente y necesaria para garantizar la integridad te-
41 Y es interesante notar que, en varios pasajes de su libro, Sartorius establece paralelos entre
las creencias de las naciones germanas y las de los indios mexicanos respecto de la naturaleza: por
ejemplo, cfr. ibidem, pp. 73 y 161. En cuanto al interés creciente por los antiguos germanos que
menciono, el lector sólo tiene que recordar a autores como Treitschke o Nietzsche, quienes a fines del
siglo XIX habían hecho del punto un tópico recurrente.
236 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS
42 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, pp. 248-257.
43 En el último capítulo de su libro, Sartorius muestra cómo la minería articula los distintos
sectores económicos de México, en lo que ve confirmada la ley del vínculo orgánico de todas las
sociedades: cfr. Sartorius, Carl Christian, México about 1850, p. 202.
CAPÍTULO NOVENO
237
238 MARÍA BONO LÓPEZ
contribuye á estrechar los lazos con que la naturaleza ha ligado los dos
pueblos’’.10 Además,
25 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 99. Es importante hacer notar
la profunda influencia que, en la posterior posición ideológica de Anselmo de la Portilla, repre-
sentaron las circunstancias políticas de España y de México durante su primera juventud: cfr. idem.
Una visión muy general de esas vicisitudes políticas en ambos países, en ‘‘Frances Erskine Inglis
Calderón de la Barca y el mundo indígena mexicano’’, en este libro.
26 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, pp. xxix-xxxi.
27 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 95. Desde luego, el tráfico de
mayas a Cuba se convirtió en una práctica esclavista encubierta, que contó con el beneplácito de Santa
Anna. El gobierno liberal decretó la prohibición de este comercio en 1861, aunque no tuvo mucho éxito:
cfr. idem; Ferrer Muñoz, Manuel, La cuestión de la esclavitud en el México decimonónico: sus repercu-
siones en las etnias indígenas, Bogotá, Instituto de Estudios Constitucionales Carlos Restrepo Piedrahita,
1998, passim, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 324-325.
28 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 103.
29 Portilla, Anselmo de la, Historia de la Revolución de México contra la dictadura del general
Santa Anna 1853-1855 (1991), pp. 201-202.
LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 243
35 Cfr. Rivadulla, Daniel et al., El exilio español en América en el siglo XIX, p. 245.
36 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 127.
37 Cfr. ibidem, p. 171, y Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 102. Tras
una breve estancia en La Habana, pasó todo el exilio en Nueva York, donde prosiguió su labor perio-
dística hasta 1862, cuando regresó a México. En esa ciudad norteamericana fundó el periódico El
Occidente con el que seguiría la labor emprendida en México: cfr. Villegas Revueltas, Silvestre,
‘‘Anselmo de la Portilla’’, pp. 102-103; Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxxi, y Antuñano M.,
Francisco de, ‘‘Presentación’’, p. xviii.
38 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, pp. 137-138.
39 Hernández y Lazo, Begoña C., ‘‘Prólogo’’, en Portilla, Anselmo de la, Historia de la revolu-
ción de México contra la dictadura del general Santa-Anna (1853-1855), p. 7.
LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 245
46 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 309. Unos años después, em-
pleó palabras nada elogiosas para referirse al emperador: cfr. Portilla, Anselmo de la, España en Mé-
xico. Cuestiones históricas y sociales, pp. 101-102.
47 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, pp. 46 y 235.
48 Cit. por Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxxi.
49 Cfr. Pi-Suñer, Antonia (comp.), México y España durante la República Restaurada, pp. 12 y 15.
50 Ibidem, p. 11. Cfr. también ibidem, pp. 16-20.
LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 247
Gómara, Bernal Díaz del Castillo---- iban precedidas de una pequeña in-
troducción de Anselmo de la Portilla. En 1873 se publicaría, también en
la colección Biblioteca Mexicana, la Instrucción que los Virreyes de la
Nueva España dejaron a sus sucesores.51 Además, fue uno de los funda-
dores de la Academia Mexicana de la Lengua, creada en 1875, a la que
estuvo vinculado hasta su muerte, ocurrida en 1879.52
Otra de las facetas de don Anselmo que debe tenerse en considera-
ción es su interés por las actividades artísticas: no sólo dedicó parte de su
tiempo a la producción literaria, aunque no alcanzó ningún éxito, sino que
también ejerció como promotor de varios literatos, como Victoriano
Agüeros.53 Además, participó como redactor en el Diccionario Universal
de Historia y Geografía que dirigiera Manuel Orozco y Berra, y en el Ensa-
yo Bibliográfico Méxicano del siglo XVII de Vicente de P. Andrade.54
51 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxxiii, y Antuñano M., Francisco de, ‘‘Presenta-
ción’’, p. xviii.
52 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, pp. 104-105, y Antuñano M.,
Francisco de, ‘‘Presentación’’, pp. xvii-xviii.
53 Cfr. Portilla, Anselmo de la, ‘‘Prólogo’’, en Agüeros, Victoriano, Cartas literarias, México,
Imprenta de ‘‘La Colonia Española’’ de A. Llanos, 1877, y Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxvii.
54 Cfr. Hernández y Lazo, Begoña C., ‘‘Prólogo’’, p. 8, y Antuñano M., Francisco de, ‘‘Presen-
tación’’, p. xviii.
55 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, pp. xxvii-xxviii.
56 Se consultó la edición de este libro publicada en México, Instituto Nacional de Estudios His-
tóricos de la Revolución Mexicana-Gobierno del Estado de Puebla (Obras fundamentales de la Repú-
blica Liberal), 1987 (edición facsimilar de la de México, Imprenta de Vicente García Torres, 1856).
57 Se consultó la edición de este libro publicada en México, Instituto Nacional de Estudios His-
tóricos de la Revolución Mexicana-Gobierno del Estado de Puebla (Obras fundamentales de la Repú-
blica Liberal), 1987 (edición facsimilar de la de New York, Imprenta de S. Hallet, 1858).
248 MARÍA BONO LÓPEZ
lo invistió de autoridad histórica,63 por lo que careció este libro del apoyo
documental que acompañó a su Historia de la Revolución de México con-
tra la dictadura del general Santa-Anna (1853-1855); pero sí incluyó un
folleto publicado por el propio Comonfort: Política del General Comon-
fort durante su gobierno en Méjico. Al año siguiente de haber salido a la
luz el libro de Anselmo de la Portilla, se publicó también en Estados Uni-
dos un folleto, firmado por un mexicano, en el que se criticaba duramente
la obra de don Anselmo y la de Ignacio Comonfort.64
La importancia de Historia de la Revolución de México contra la dic-
tadura del general Santa-Anna (1853-1855) y de México en 1856 y 1857.
Gobierno del General Comonfort, que permite incluir a De la Portilla en-
tre los estudiosos de la historia de México, radica, particularmente, en el
hecho de que México en 1856 y 1857. Gobierno del General Comonfort
‘‘es el único trabajo monográfico sobre aquel periodo presidencial [de
Comonfort] y ha servido en ulteriores investigaciones para reconstruir el
bienio’’.65
El exilio neoyorquino de don Anselmo no impidió que siguiera desa-
rrollando su faceta literaria; allí redactó dos obras: Virginia Stewart, La
Cortesana. Historia de amor, vicio y sangre (fragmento de una relación
de viaje en los Estados Unidos por D. A. de la P.), y Cartas de viaje,
dirigidas a José Gómez, conde de la Cortina. La novela fue publicada des-
pués en México y conoció dos ediciones en muy corto espacio de tiempo: la
primera, en 1864 en la Tipografía del Comercio, a cargo de Joaquín Mo-
reno, y la segunda, en 1868, editada por ‘‘La Iberia’’ y por F. Díaz de
León y S. White, Impresores. En esta versión, el título fue alterado: Virgi-
nia Stewart, La Cortesana. Historia de amor, vicio y sangre (fragmento
de unos apuntes de viaje en los Estados Unidos). Las Cartas de viaje no
pudieron publicarse; pues, al regreso de don Anselmo a México, el conde
de la Cortina había muerto y no logró recuperar los manuscritos.66
Andrés Henestrosa atribuye a don Anselmo otra obra, de tipo históri-
co, que vio la luz cuando estaba a punto de regresar a México: Episodio
63 Idem.
64 Cfr. Breve refutacion al memorandum del General D. Ignacio Comonfort, Ex-Dictador de
la República Mejicana, y a la obra encomiastica de su gobierno, escrita por el señor Anselmo de la
Portilla; impresa y publicada, el año de 1858, en la ciudad de New York, del estado del mismo nom-
bre, en la Confederación Norteamericana, New York, Imprenta de La Crónica, 1859.
65 Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 119. Cfr. también Hernández y
Lazo, Begoña C., ‘‘Prólogo’’, p. 7, y Fuentes Díaz, Vicente, ‘‘Prólogo’’, p. 6.
66 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxviii.
250 MARÍA BONO LÓPEZ
72 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 148.
73 Cfr. ibidem, pp. 87-88. Sobre la condición de menores de los indígenas durante la domina-
ción española, cfr. Tomás y Valiente, Francisco, ‘‘La condición natural de los indios de Nueva Espa-
ña, vista por los predicadores franciscanos’’, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, vol. VI-
1994, p. 261.
74 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxxiii.
75 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, pp. 91-92.
LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 253
76 Ibidem, p. 92.
77 Idem.
78 Cfr. ibidem, p. 88.
79 Idem. Cfr. también ibidem, p. 90. Sin embargo, más adelante, llamaría la atención sobre el
hecho de que los propios indígenas no se quejaban del trato que les dispensaban las autoridades espa-
ñolas o mexicanas: cfr. ibidem, pp. 24, 61 y 154.
80 Ibidem, p. 110. Aquí sí creía conveniente tomar el ejemplo español como modelo, ‘‘sin aque-
llas exageraciones’’: ibidem, p. 111.
254 MARÍA BONO LÓPEZ
ra’’; ‘‘si los españoles cometieron una iniquidad, la misma, y menos dis-
culpable, siguen cometiendo sus descendientes: si estos tienen derecho á
continuar las conquistas, no les vienen sino de las primeras’’.81
De la Portilla estaba convencido de que el medio más eficaz para pro-
vocar un cambio social, cultural y económico en el nuevo Estado no de-
bía proceder de la inmensa producción legislativa que por esos años se
llevaba a cabo; al menos, no exclusivamente. A la situación de cambio
jurídico de los indígenas de México impuesta por la ley, que a De la Por-
tilla le parecía absurda, ‘‘porque la palabra de un legislador no tiene la
virtud de violentar las leyes de la naturaleza, apresurando la marcha gra-
dual del tiempo’’,82 había que añadir la ineficacia de lo establecido por la
ley, que ‘‘en la práctica fué una burla’’,83 y que había suprimido todos los
recursos disponibles de los indígenas para denunciar los abusos recibidos
del resto de la población, de tal manera que ‘‘ellos [los indios] cayeron
desfayecidos é inermes bajo su disfraz de ciudadanos, en medio de una
sociedad que no los recibia en su seno sino para hacerles sentir mejor su
debilidad e impotencia’’.84
La falta de medios de defensa de los indios que la ley había elimina-
do ----incluso se había suprimido la palabra con la que se les había deno-
minado hasta entonces, como lo estableció, entre otros, Maximiliano85----
se unía a la circunstancia de que no se había alterado su condición social,
de tal manera que ‘‘todos... han podido abusar de ellos á mansalva, escu-
dados en las mismas leyes’’.86 Don Anselmo pensaba que era necesaria
una reforma de esa condición social de los indios, con el objeto de que no
81 Ibidem, p. 125.
82 Ibidem, p. 88. Anselmo de la Portilla compartía las opiniones de sus contemporáneos cuando
trataba de comprender los modos de vida indígenas, tan diferentes a los de corte occidental; además,
no hacía falta recurrir a ninguna autoridad para saber cómo eran los indios: bastaba con observarlos
diariamente: ‘‘sus hábitos no revelan siquiera ese instinto natural de todo sér viviente, que busca el
placer y huye del dolor: apenas comen, apenas visten: un techo de paja es su habitacion, un puñado
de maíz su alimento, el suelo su cama, y su vestido un andrajo’’: ibidem, pp. 90 y 96. Iguales opinio-
nes que las de los políticos mexicanos sustentaba De la Portilla cuando se refería a las prácticas reli-
giosas indígenas: ‘‘sus nociones religiosas son una monstruosa mezcla de supersticiones pueriles y de
prácticas ridículas’’: ibidem, p. 90.
83 Ibidem, p. 88.
84 Idem.
85 A su llegada al puerto de Veracruz, Maximiliano había prohibido que se utilizara la palabra
indio para distinguir a una parte de sus súbditos: cfr. ibidem, p. 101.
86 Ibidem, p. 89. Cfr. también ibidem, p. 205. E incluso los blancos había actuado en contra de
la ley: De la Portilla denunció que en Oaxaca y Yucatán seguía cobrándose, ‘‘aunque con otro nom-
bre’’, el tributo indígena, a pesar de que ya había sido prohibido desde la promulgación de la Consti-
tución de Cádiz en el Virreinato de la Nueva España: ibidem, p. 53.
LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 255
Frente a este trato que el nuevo Estado mexicano les dispensaba, los
indígenas contaban con sus propios mecanismos de defensa. Por eso ex-
plicaba De la Portilla que ‘‘rechaza[ra]n el bienestar que ella [la Repúbli-
ca] podia ofrecerles; por eso permanecen hoy en el mismo estado de ig-
norancia y de atraso, de abyección y miseria que en otros tiempos’’.89
Este comportamiento también se hacía evidente en las relaciones de los
indígenas con los blancos; sobre todo, en los días de mercado en la ciu-
dad, donde ‘‘apenas osan levantar los ojos hácia los blancos’’,90 hasta que
emprendían el camino de regreso a sus pueblos ‘‘despues de sufrir con
aparente insensibilidad... nuevos desprecios y nuevas humillaciones’’.91
En ocasiones, De la Portilla se dejó llevar por los prejuicios que com-
partía toda la opinión pública respecto a las etnias; sin embargo, su postu-
ra sobre las cualidades y defectos de éstas podía sintetizarse de la siguien-
te manera:
creemos que Dios y la naturaleza les han dado, en punto á sus facultades
intelectuales y morales, lo mismo que á todos los demas hombres, pero que
Sin embargo, todos estos defectos podían achacarse no sólo a los pro-
pios interesados, sino a los encargados de su educación y de la sociedad
en general: ‘‘por todas partes hay parodias de letrados que los engañan, y en
todas partes pululan esos tornadizos de nueva especie, que les enseñan su
ciencia de mentiras para pervertirlos y esquilmarlos’’.93
Desde luego, De la Portilla estaba convencido de que, para que los
indios alcanzaran el grado de civilización necesario para llegar a ser ver-
daderamente ciudadanos del Estado mexicano, las autoridades debían em-
prender una labor esencial, que era explicar a los indios las obligaciones,
deberes y derechos que suponía esta condición de ciudadanos, además de
evitar a toda costa los abusos que se cometían precisamente por la igno-
rancia de los indios.94 Era necesario que el Estado interviniera para ‘‘suje-
tarlos [a los indios] á sus leyes y á sus costumbres, quitarles la inde-
pendencia de que gozan en sus bosques, traerlos á la vida civilizada’’.95
Además, aunque equiparó a las etnias con las ‘‘clases proletarias’’,
llamó la atención de sus contemporáneos sobre las diferencias radicales
que existían entre las dificultades de adaptación de los indígenas al Esta-
do nacional y los problemas que afrontaban otros países a causa de ‘‘estas
clases proletarias’’.96 El balance del conflicto mexicano debía ser positi-
vo, pues
los indios no son impecables, pero rara vez ó nunca se encuentran entre
ellos los grandes delincuentes. Apacibles de condicion, perdonan fácilmen-
te las injurias, y sus venganzas casi nunca son sangrientas. Sus armas son
las piedras y los palos, nunca los puñales ni otros instrumentos de muerte;
92 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, pp. 96-97. En
otra ocasión, afirmó que los indios ‘‘han sido siempre muy apegados á sus propiedades, y han tenido
una rara habilidad y teson para defenderlas’’: ibidem, p. 73.
93 Ibidem, p. 112. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Esta-
do nacional en México en el siglo XIX, pp. 79-80, 111-112, 136, 146-150, 279 y 290.
94 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 97.
95 Ibidem, p. 125.
96 Ibidem, p. 98. Cfr. también ibidem, pp. 112-113.
LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 257
y por eso sus riñas rara vez producen resultados desastrosos. En fin, la sua-
vidad de su carácter se revela hasta en sus pasiones, y son enteramente des-
conocidos entre ellos esos crímenes atroces que estremecen á la sociedad
en otras partes.97
97 Ibidem, p. 98. Las actitudes violentas de los indios sólo se manifestaban ‘‘en las cuestiones
sobre tierras, [en las que] no ceden jamás, y abandonan su habitual timidez para hacer frente no solo á
los particulares poderosos, sino al mismo poder público’’: ibidem, p. 74.
98 Ibidem, p. 100.
99 Cfr. ibidem, p. 107.
100 Ibidem, p. 108.
101 Ibidem, p. 109.
102 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, pp. 110-111.
258 MARÍA BONO LÓPEZ
103 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 257. En reali-
dad, De la Portilla no se planteó el tema de la diversidad lingüística, a pesar de reconocer que ‘‘el
idioma es el signo especial y expresivo de las nacionalidades’’, ni de la orientación que el Estado
debía adoptar respecto a esta cuestión. Las lenguas vernáculas de México eran tratadas por don
Anselmo como una pieza arqueológica que pudiera exponerse en un museo, si eso fuera posible: ibi-
dem, p. 34.
104 Ibidem, p. 109.
105 Ibidem, p. 112. Cfr. también ibidem, pp. 109-111.
106 Véase el trabajo ‘‘Frances Erskine Inglis Calderón de la Barca y el mundo indígena mexica-
no’’, en este libro.
107 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 99.
108 Cfr. idem.
LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 259
109 Idem. Éste era un argumento para combatir las opiniones de los que sostenían que los indios
no poseían las mismas capacidades intelectuales que los blancos, al igual que el ejemplo de muchos
indígenas que habían destacado en su tiempo por sus cualidades como literatos, políticos, etcétera:
cfr. ibidem, pp. 99-100, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado
nacional en México en el siglo XIX, p. 243.
110 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 102. A pro-
pósito de esta cuestión, se quejó de que la Corona española no hubiese impulsado con más ahínco una
política de mestizaje como la que se trataba de implantar en aquellas fechas, de modo que ya no
existiera el problema indígena, porque ‘‘la [raza] azteca no existiria ya’’: ibidem, p. 102. Cfr. también
ibidem, pp. 104-105 y 113, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Esta-
do nacional en México en el siglo XIX, pp. 233-244 y 248-257.
111 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 113.
112 Ibidem, p. 114. Cfr. también ibidem, pp. 22-23.
260 MARÍA BONO LÓPEZ
des, forman la fuerza de los ejércitos, contribuyen para los gastos públicos;
dan en fin sus brazos á todas las industrias, su fuerza á todos los gobiernos,
su sangre á la patria: ¡y se dice que estorban!
Suprimidlos por un momento, y la vida de esta sociedad se interrumpe
como herida de un rayo: la agricultura se queda sin brazos, la industria sin
consumidores, el comercio sin auxiliares, el ejército sin soldados, las po-
blaciones sin pan... ¿Y todavía se dirá que estorban?113
113 Ibidem, p. 106. Cfr. también ibidem, p. 49, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María,
Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 622.
CAPÍTULO DÉCIMO
261
262 MANUEL FERRER MUÑOZ
2 Cfr. idem.
3 Cfr. Brasseur, Charles, Gramática de la Lengua Quiché, según manuscritos de los mejores
autores guatemaltecos, acompañada de anotaciones filológicas y un vocabulario, nota introductoria
del Instituto Indigenista Nacional de Guatemala, Guatemala, Editorial del Ministerio de Educación
Pública ‘‘José de Pineda Ibarra’’, 1961, p. 9.
4 Cfr. Brasseur, Charles, Popol Vuh, prólogo, p. III, nota 1.
5 Cfr. idem.
6 Brasseur, Charles, Quatre lettres sur le Mexique. Exposition absolue du système hiéroglyphi-
que mexicain. La fin de l’âge de pierre. Époque glaciare temporaire. Commençement de l’âge de
bronze. Origines de la civilisation et des religions de l’antiquité d’après le teo-amoxtli et autres do-
cuments mexicains, etc., Paris, Auguste Durand et Pedone-Madrid, Bailly-Baillière, 1868, pp. XII-
XIII, y Brasseur, Charles, Bibliothèque Mexico-Guatémalienne précédée d’un coup d’oeil sur les étu-
des américaines dans leurs rapports avec les études classiques et suivie du tableau par ordre
alphabétique des ouvrages de lingüistique américaine contenus dans le même volume, rédigé et mise
en ordre d’après les documents de sa collection américaine, Paris, Maisonneuve, 1871, pp. III-IV.
BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 263
7 ‘‘Si conocían a algún extranjero mejor informado que él sobre las cosas de su país’’ (Bras-
seur, Charles, Quatre lettres sur le Mexique, p. XII).
8 Cfr. Charency, Hyacinthe, Compte rendu et analyse de l’Histoire des nations civilisées du
Mexique et de l’Amérique centrale, etc., de M. l’abbé Brasseur de Bourbourg, Versalles, Beau Jeune,
1859, p. 4.
264 MANUEL FERRER MUÑOZ
15 ‘‘La guerra civil que no ha cesado de agotar la vitalidad de México’’ (Brasseur de Bourbourg,
Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec dans l’État de Chiapas et la République de Guatémala:
executée dans les années 1859 et 1860, par l’abbé Brasseur de Bourbourg, Membre des Sociétés de
Géographie de Paris, de Mexico, etc., Ancien Administrateur ecclesiastique des Indiens de Rabinal,
Chargé d’une mission scientifique de S. E. M. le Ministre de l’Instruction publique et des Cultes dans
l’Amérique-Centrale, Paris, Arthus Bertrand, 1861, p. 17). Véase también ibidem, pp. 138 y 146-148.
Puede consultarse además la traducción al español: Brasseur, Charles, Viaje por el istmo de Tehuan-
tepec, México, Fondo de Cultura Económica, 1981 y 1984.
16 Prieto, Alejandro, Proyectos sobre la colonización del istmo de Tehuantepec, México, Igna-
cio Cumplido, 1884.
17 Cfr. Baranda, Joaquín, Recordaciones históricas, México, Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes, 1991, vol. II, pp. 138-139, y Fernández Mac Gregor, Genaro, El istmo de Tehuantepec y
los Estados Unidos, México, s. e., 1954, pp. 13-19.
18 Esta obra fue publicada en México por Vicente García Torres, en el año ya indicado de 1852.
19 Cfr. Baranda, Joaquín, Recordaciones históricas, vol. II, pp. 139-141.
268 MANUEL FERRER MUÑOZ
20 ‘‘O deseos[a]s de trabajar en el istmo u obtener algún empleo en la administración del tránsi-
to que seguía organizándose laboriosamente en esta época’’ (Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage
sur l’isthme de Tehuantepec, p. 8). Véase también ibidem, pp. 18-19.
21 Cfr. ibidem, p. 11.
22 Cfr. ibidem, pp. 77-78 y 115-116.
23 Cfr. ibidem, pp. 204-207.
24 Cfr. Fernández Mac Gregor, Genaro, El istmo de Tehuantepec y los Estados Unidos, pp.
135-220.
25 Cfr. Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, pp. 23-42.
BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 269
28 ‘‘Dos partidos dividían este hermoso país: uno, diciéndose defensor de la Iglesia católica,
ocupaba la capital y sus alrededores inmediatos, así como una parte del Distrito Federal y los estados
de Jalisco, Guanajuato, Querétaro, Puebla y Veracruz; a la cabeza de este partido está todavía hoy el
general Miramón, joven oficial, activo, emprendedor y lleno de valentía, pero quizá demasiado mili-
tar y demasiado español para ser capaz de conducir los mecanismos putrefactos de este gobierno. En
el resto de los estados de la confederación [sic] mexicana se reconocía nominalmente la autoridad de
Juárez, presidente del partido liberal, aunque, por la dificultad que hay en comunicarse con estos
diversos estados, había en realidad tantos presidentes como hay generales en jefe o gobernadores
supremos. Fortificado en Veracruz, Juárez tiene por apoyo y como puerta de salida el castillo de San
Juan de Ulúa, el mar y los buques de los Estados Unidos’’ (Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage
sur l’isthme de Tehuantepec, pp. 109-110).
29 ‘‘Actualmente los propios indios, que comienzan en algunas provincias a mezclarse al movi-
miento intelectual, sin confesar abiertamente su origen, toman parte en la lucha que parece mostrarles
la completa liberación de su raza’’ (ibidem, pp. 112-113).
BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 271
certain, c’est que ce n’est pas à l’Église qu’ils ne veulent: ils sont catho-
liques, ils le sont tous et plus qu’on en saurait l’imaginer. Ce qu’ils pour-
suivent, c’est l’extinction d’une domination étrangère qui, il faut le dire,
n’a trouvé malheureusement que trop d’appui dans le haut clergé’’.30
Aunque las condiciones parecían dadas para una conflagración gene-
ralizada, una guerra de castas que no se conformara sino con la extinción
física de uno de los bandos contendientes, Brasseur ----que parece conven-
cido de que la victoria iba a decantarse del lado de los liberales, al que
asociaba a las poblaciones mestizas e indígenas---- encuentra razones para
un moderado optimismo. Amantes de la libertad, las razas mixtas deberán
pensar que, para prevalecer, necesitan de la unión y de la obediencia al
poder establecido; y cabía esperar que ese poder fuera adquiriendo mayor
fortaleza y estabilidad: ‘‘l’indépendance de l’étranger, l’extinction de la
prépondérance d’une race sur une autre, le respect des droits de tous ne
sauraient exister avec ces oligarchies turbulentes et faibles qui ont dévo-
ré sa vitalité durant tant d’années’’.31
No acierta a explicar Brasseur por qué se operaría ese proceso en vir-
tud del cual se asentarían la sensatez y la rectitud como por ensalmo. Por-
que las razones que aduce, fundadas en el tradicional respeto a la autori-
dad de los indígenas, y en su profundo sentido religioso, no convencen a
nadie: ‘‘dans de telles conditions, ils peuvent donc espérer, sous un gou-
vernement fort, d’obtenir l’égalité légale et de voir l’Église catholique
reprendre parmi eux une juste et légitime influence’’.32
Brasseur recuerda los pormenores de las luchas civiles en Oaxaca, de
las que había sido testigo presencial: un conflicto que brindaba la ocasión
propicia a las bandas armadas, que vivían del robo y del pillaje, para dis-
frazar sus violencias asesinas con la defensa de los principios esgrimidos
por los ‘‘patricios’’ o los ‘‘juchitecos’’.33 Rebosan frescura y dramatismo
las páginas del Voyage sur l’isthme dedicadas a narrar el desasosiego que
sembraban entre los habitantes de la región de Tehuantepec las correrías
30 ‘‘Cierto, pero lo que está lejos de serlo es que no quieran a la Iglesia: son católicos y lo son
tanto y más de lo que uno se podría imaginar. Lo que ellos persiguen es la extinción de una domina-
ción extranjera que, hay que decirlo, no ha encontrado, desgraciadamente, sino demasiado apoyo en
el alto clero’’ (ibidem, p. 113). Véase también ibidem, p. 150.
31 ‘‘La independencia del extranjero, la extinción de la preponderancia de una raza sobre otra,
el respeto de los derechos de todos no podrían existir con estas oligarquías turbulentas y débiles que
han devorado su vitalidad durante tantos años’’ (ibidem, p. 114).
32 ‘‘En tales condiciones ellos pueden, por tanto [?], bajo un gobierno fuerte, esperar la igual-
dad legal y ver a la Iglesia católica volver a tener entre ellos una justa y legítima influencia’’ (idem).
33 Cfr. ibidem, p. 115.
272 MANUEL FERRER MUÑOZ
las comunidades, las inhabilitó para defender sus intereses en los litigios
que se libraban ante los tribunales.
La irritación de los indios se tradujo en una revuelta de zapotecos
que, en 1827, reivindicaron con violencia sus tierras y sus bienes; y ----siete
años después---- en un levantamiento armado de los juchitecos, secundado
por zapotecos, huaves, zoques y chontales, y dirigido contra el despojo
territorial y el monopolio de las salinas y lagunas, que no pudo ser con-
trolado del todo hasta mediados de siglo, después de nuevos estallidos de
violencia: uno en 1844-1845 ----que obligó a intervenir al general Juan Ál-
varez, en búsqueda de la pacificación----, y en 1849, el otro, desatado éste por
huaves y chontales y apoyado posteriormente por los zapotecos, que recla-
maban la propiedad histórica de los yacimientos de sal. Tras una alianza co-
yuntural con el movimiento político apadrinado por el coronel Gregorio Me-
léndez, que proyectaba la segregación de Juchitán de Oaxaca y su
conversión en territorio, los indígenas se desvincularon de estas demandas y
retornaron a sus exigencias de control sobre sus recursos naturales.37
El gobierno nacional no ocultó su alarma por la coincidencia de esta
última revuelta con la insurrección de los mayas yucatecos; los efectos
desestabilizadores del Plan político y eminentemente social proclamado
en esta ciudad por el Ejército Regenerador de Sierra Gorda del 14 de
marzo de 1849, expedido en Río Verde por Eleuterio Quiroz, y la guerra
promovida en los estados fronterizos del norte por los indios ‘‘bárbaros’’,
cuyas correrías en Chihuahua y Durango aconsejaron el brutal recurso a
contratas de sangre, como se llamaba a las recompensas que se concedía
por cada indio muerto o prisionero.38
37 Cfr. Barabas, Alicia M., ‘‘Rebeliones e insurrecciones indígenas en Oaxaca: la trayectoria
histórica de la resistencia étnica’’, en Barabas, Alicia M. y Bartolomé, Miguel A. (coords.), Etnicidad
y pluralismo cultural. La dinámica étnica en Oaxaca, México, Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes, Dirección General de Publicaciones, 1990, pp. 247-250; Reina, Leticia, Las rebeliones campe-
sinas en México (1819-1906), México, Siglo Veintiuno, 1980, pp. 240-242; Reina, Leticia (coord.),
Las luchas populares en México en el siglo XIX, México, Centro de Investigaciones y Estudios Supe-
riores en Antropología Social, Cuadernos de La Casa Chata, 1983, pp. 53-54 y 60-61; Covarrubias,
Miguel, El sur de México, México, Instituto Nacional Indigenista, 1980, p. 275, y Hamnett, Brian,
Juárez, London-New York, Longman, 1994, pp. 40-42.
38 Cfr. Castañeda Batres, Óscar, Leyes de Reforma y etapas de la Reforma en México, México,
Talleres de Impresión de Estampillas y Valores, 1960, p. 193; Meyer, Jean, Problemas campesinos y
revueltas agrarias (1821-1910), México, Secretaría de Educación Pública, Sep-Setentas, 1973, pp.
13-14 y 64-66; Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos. Historia general y comple-
ta del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, científico y literario de México desde la
Antigüedad más remota hasta la época actual. Obra única en su género publicada bajo la direc-
ción del general..., t. IV: México independiente 1821-1855 escrita por D. Enrique Olavarría y Ferra-
ri, México, Gustavo S. López editor, 1940, pp. 725 y 733, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López,
274 MANUEL FERRER MUÑOZ
María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 387-389 y 593.
39 Cfr. Reina Aoyama, Leticia, ‘‘Los pueblos indios del istmo de Tehuantepec. Readecuación
económica y mercado regional’’, en Escobar Ohmstede, Antonio (coord.), Indio, nación y comunidad
en el México del siglo XIX, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1993, pp. 141-142; Aboites Aguilar,
Luis, Norte precario. Poblamiento y colonización en México (1760-1940), México, El Colegio de
México-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1995, pp. 50-51;
Covarrubias, Miguel, El sur de México, p. 216; Scholes, Walter V., Política mexicana durante el
régimen de Juárez 1855-1872, México, Fondo de Cultura Económica, 1972, pp. 60-64, y ‘‘Manifiesto
de Miguel Miramón en contra del Tratado Mac Lane-Ocampo (1 de enero de 1860)’’, en Iglesias
González, Román, Planes políticos, proclamas, manifiestos y otros documentos de la Independencia
al México moderno, 1812-1940, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp.
383-385.
40 Cfr. Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, p. 148.
41 Cfr. ibidem, pp. 148-159.
BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 275
conocer: tal parece que fue el caso de Porfirio Díaz, de quien escribe lle-
no de admiración:
zapotèque pur sang, il offrait le type indigène le plus beau que j’eusse en-
core vu dans tous mes voyages: je crus à l’apparition de Cocijopij, dans sa
jeunesse, ou de Guatimozin, tel que je me l’étais souvent figuré. Grand,
bien fait, d’une distinction remarquable, son noble visage, agréablement
bronzé, me paraissait dénoter les caractères les plus parfaits de l’ancienne
aristocratie mexicaine.48
encuentra la salida entre los laberintos de la selva: ‘‘il connaît les dédales
les plus tortueux de la forêt; il pose avec sûreté son pas dans le marais,
suit la trace des bêtes fauves, et avec un rameau chargé de feuillage,
trouve le moyen de défier le tigre le plus cruel’’.51
El mismo deslumbramiento ante las fuerzas vírgenes de la naturaleza
reaparece en un episodio posterior, en el que Brasseur describe a un indio
‘‘completamente desnudo’’, que descendió de una piragua y se lanzó al
agua para ayudar a Brasseur y sus acompañantes a alcanzar una canoa.52
Buen observador de su entorno, el abate francés no quedó prendido en la
contemplación de los mitos rousseaunianos, y caló en la importancia del
desarrollo del comercio practicado por los indios de Guichicovi, a lomos
de mulas que descendían de las que introdujeron los españoles.53
Efectivamente, los comerciantes desempeñaron un destacado papel
en esta época, en la medida en que facilitaron los contactos entre regiones
vecinas, pero diferentes ecológicamente: ello les valió la adquisición de
riqueza, prestigio y poder. El auge de las actividades mercantiles explica
la honda transformación experimentada por Juchitán, que acabó por con-
vertirse en una ciudad fundamentalmente artesanal y comercial.54 Tal vez
sea preciso añadir, sin embargo, que fueron los europeos y no los indíge-
nas los principales beneficiados por el desarrollo del comercio.55
Brasseur no sólo destacó la inteligencia práctica de las razas indíge-
nas, cualidad que solían reconocer muchos extranjeros, sino también
‘‘une rare aptitude pour les sciences, en dépit de leur contenance trop
souvent menteuse’’.56 Esa simpatía hacia el mundo indígena se manifiesta
también en sucesivas comparaciones, en las que aquél sale siempre bien
parado. Por ejemplo, cuando recuerda las pésimas condiciones de algunas
posadas gestionadas por estadounidenses, no deja de establecer el con-
51 ‘‘Conoce los dédalos más intrincados del bosque; pisa con seguridad entre los pantanos, si-
gue la huella de las bestias salvajes y con una rama llena de hojas encuentra el modo de enfrentar al
tigre más cruel’’ (ibidem, p. 21).
52 Cfr. ibidem, p. 69.
53 Cfr. ibidem, p. 108. John Jay Williams había dado otra interpretación a la nutrida presencia
de mulas entre los mixes del istmo: ‘‘uno de los objetos extraños de su ambicion es el deseo de poseer
el mayor número de mulas que les es posible, lo que no puede explicarse en vista del poco uso que
hacen de sus animales, aun para conducir sus cosas, pues prefieren llevarlas á hombros ellos mis-
mos’’: Williams, John Jay, El istmo de Tehuantepec, pp. 284-285.
54 Cfr. Reina Aoyama, Leticia, ‘‘Etnicidad y género entre los zapotecas del istmo de Tehuante-
pec, México, 1840-1890’’, pp. 349-351.
55 Cfr. Williams, John Jay, El istmo de Tehuantepec, p. 275.
56 ‘‘Una rara aptitud para las ciencias, a pesar de su calma, muy a menudo engañosa’’ (Brasseur
de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, p. 110).
278 MANUEL FERRER MUÑOZ
Tantas eran las diferencias entre mestizos e indios, que Brasseur re-
curre a esta clave para explicar la hostilidad tan marcada entre Tehuante-
pec y Juchitán (véase supra). Esta última ciudad, habitada casi en su tota-
lidad por zapotecos y mixes, llevaba mal su dependencia de Tehuantepec,
donde residía la autoridad gubernamental y donde mestizos y criollos ha-
bían constituido tradicionalmente el sector mayoritario de la población:
los primeros conservaban su importancia numérica cuando Brasseur visi-
tó la región, en tanto que las familias descendientes de españoles habían
quedado reducidas a unas pocas. El carácter interétnico de Tehuantepec
se completaba por la presencia de zapotecos y de algunos extranjeros,
principalmente alemanes, franceses y estadounidenses.74
También alcanza Brasseur a distinguir correctamente entre unas y
otras etnias, y a percatarse de la existencia de mexicas en algunas regio-
nes de Tehuantepec, como el pueblo de Cozoliacaque, ‘‘peuplé par plus
de 2,000 Indiens d’origine aztèque, parlant tous la langue mexicaine,
tous éminemment pacifiques et laborieux’’, y en otras localidades, como
Otiapa, Chinameca y Teziztepec.75 Conocedor de los descubrimientos ar-
queológicos de John L. Stephens en Yucatán, Brasseur advierte similitu-
des entre unas huellas de manos en color negro, que se hallaban en una de
las grutas de Santo Domingo, cercanas a Petapa, y las que el norteameri-
cano había encontrado en los muros de numerosas ruinas de Uxmal.76
Cautivado Brasseur por la atractiva personalidad de una mujer zapo-
teca de Tehuantepec, conocida como ‘‘la Didjazá’’, a la que se atribuían
misteriosos poderes mágicos, el francés se explaya a gusto sobre el na-
hualismo (véase infra) y colma de elogios al idioma zapoteco, cuya musi-
calidad se redoblaba en los labios de la Didjazá: ‘‘rien n’était mélodieux
comme sa voix, lorsqu’elle parlait avec l’un ou l’autre cette belle langue
zapotèque, si douce et si sonore, et qu’on pourrait appeler l’italien de
l’Amérique’’.77
Brasseur no deja de impresionarse por la sobrevivencia del nahualis-
mo, después de tres siglos de evangelización, por mucho que estuviera
sobre aviso: ‘‘je savait par l’ouvrage si rare et si curieux du dominicain
Burgoa, avec quelle force les superstitions du nagualisme étaient encore
74 Cfr. ibidem, pp. 147-148.
75 ‘‘Poblado por más de 2,000 indios de origen azteca, que hablan todos la lengua mexicana,
eminentemente pacíficos y trabajadores’’ (ibidem, p. 50).
76 Cfr. ibidem, p. 123.
77 ‘‘Nada era tan melodioso como su voz cuando hablaba en esa hermosa lengua zapoteca, tan
dulce y sonora que se podría llamar el italiano de América’’ (ibidem, p. 166).
BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 281
enracinées dans les idées des aborigènes, dans les états d’Oaxaca et de
Chiapas’’.78 Gracias a ese sistema de creencias, los restos del sacerdocio
y de la nobleza indígena encontraron un elemento de cohesión, que impi-
dió que se desintegraran por completo sus valores culturales y facilitó las
conspiraciones que, periódicamente, se urdieron en contra de los conquis-
tadores. Las numerosas cavernas repartidas por la compleja orografía de
Oaxaca fueron testigos frecuentes de esas misteriosas solemnidades, cele-
bradas sigilosamente burlando la vigilancia de los dominicos. ‘‘Ainsi s’orga-
nisèrent les éléments de cette société redoutable qui, sous le nom de Na-
gualisme, fonctionna en secret, pendant près de deux siècles, dans toute
l’étendue du Mexique et de l’Amérique centrale’’.79
Ocasionalmente habían sido detenidos y ejecutados los grandes sa-
cerdotes del nahualismo, sin que la persecución llegara a impedir la conti-
nuidad de esos cultos paganos. Todavía en tiempos de Brasseur perduraba
fresco el recuerdo de uno de esos pontífices, apresado en 1703 por un re-
ligioso de San Francisco, y muerto en cautividad en el monasterio de
Cristo Crucificado de la Antigua Guatemala.80
Del prestigio de esas tradiciones religiosas hablaba también la perdu-
ración del sacerdocio de Mitla, una vez desaparecido su rey Cocijopij y a
pesar del combate librado en su contra por los dominicos.81 Mathieu de
Fossey, que también había manifestado su admiración por el prestigio que
Mitla conservaba entre los indígenas de los alrededores, explicó cómo las
viejas creencias religiosas se habían metamorfoseado para adaptarse al
catolicismo.82 El mismo John Jay Williams, tan poco favorable a los mi-
xes en sus opiniones, no dejó de reconocer con cierta fascinación que
también entre ellos persistían los antiguos cultos, y que su conversión al
catolicismo había sido puramente nominal.83
Brasseur, que presumía de haber ahondado en los contenidos del na-
hualismo, llegó a entender que su esencia ----en los tiempos difíciles que
se vivían, estremecidos por las violencias de las guerras de castas---- con-
78 ‘‘Yo sabía, por la obra tan rara y tan curiosa del dominico Burgoa, con qué fuerza las supers-
ticiones del nagualismo estaban todavía enraizadas en las ideas de los aborígenes, en los estados de
Oaxaca y de Chiapas’’ (ibidem, pp. 173-174).
79 ‘‘Así se organizaron los elementos de esta sociedad temible que, bajo el nombre de nahualis-
mo, funcionó en secreto durante cerca de dos siglos en toda la extensión de México y la América
Central’’ (ibidem, p. 176).
80 Cfr. ibidem, p. 177.
81 Cfr. idem.
82 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, Paris, Henri Plon, 1857, p. 370.
83 Cfr. Williams, John Jay, El istmo de Tehuantepec, p. 284.
282 MANUEL FERRER MUÑOZ
84 ‘‘Esta mezcla de ceremonias, odios políticos y religiosos, que se reproducen bajo tantas for-
mas curiosas’’ (Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, p. 180).
85 ‘‘Hoy, es necesario decirlo, los elementos indígenas se mezclan a todo y en todas partes;
idólatras o cristianos se esfuerzan con el mismo odio en aniquilar lo que resta del elemento de la
conquista’’ (idem).
86 John Jay Williams, por ejemplo, no se cansó de ponderar la profunda degradación moral de
los mixes, así como su notabilísima ignorancia: cfr. Williams, John Jay, El istmo de Tehuantepec,
p. 284.
87 ‘‘Esta nación valerosa que combatió tan largo tiempo por su independencia, enfrentando al-
ternativamente a los chiapanecos, a los mixtecos, a los zapotecas y a los mexicanos, y que ha sabido
guardarla casi intacta hasta hoy, a pesar de la conquista española’’ (Brasseur de Bourbourg, Charles,
Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, p. 94).
88 Cfr. ibidem, pp. 105-107.
89 Cfr. ibidem, pp. 138-140 y 158.
BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 283
V. CONCLUSIONES
96 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, p. 543.
286 MANUEL FERRER MUÑOZ
Fueran indios o mestizos, esos cabecillas o caciques, apoyados por sus pro-
pias fuerzas armadas..., dominaban sus territorios durante largas tempora-
das y, en algunos lugares, por décadas. Donde había luchas intestinas entre
pueblos, entre cabeceras y sujetos o barrios, entre grupos sociales o so-
cioétnicos, y entre jefes rivales, una contienda feroz y a veces sin cuartel se
desencadenó en la subregión y localidad... En esencia, el mundo de los
pueblos (incluso el mundo indígena) estaba buscando líderes suficiente-
mente capaces para mostrar su poder personal, no solamente por encima de
ellos mismos, sino también, y más importante aún, con relación al mundo
exterior...
Eso quiere decir que las luchas en el ámbito de los pueblos en contra de
las presiones exteriores y para defender la identidad, las tierras, el acceso al
agua, las costumbres religiosas, o para resistir las imposiciones o el recluta-
miento frecuentemente se expresaron de esa manera. Por consiguiente, se
mezclaron y se involucraron con las luchas políticas motivadas por ra-
zones distintas o influidas por líderes con otras aspiraciones y proyectos
diferentes.97
97 Hamnett, Brian R., ‘‘Liberales y conservadores ante el mundo de los pueblos, 1840-1870’’,
en Ferrer Muñoz, Manuel (coord.), Los pueblos indios y el parteaguas de la Independencia de Méxi-
co, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1999, pp. 206-207.
CAPÍTULO DECIMOPRIMERO
Érika PANI*
287
288 ÉRIKA PANI
entre estas cosas maravillosas, lo más maravilloso de todo son [los indios]
con su vestido adamítico y su figura descarnada... Así se sientan en las es-
quinas... con un cigarro en la boca, haciendo o friendo sus tortillas, o, con
extraordinaria gracia, arreglando flores en bellísimos ramos.3
por lo que a mí toca, prefiero estas fiestas en que la naturaleza primitiva del
hombre se presenta en toda su verdad, a las diversiones enervadoras e in-
no puedo ver con indiferencia una población que tanto excitó el interés de
mis ascendientes... Al pie de esta pirámide, construida por vuestros antepa-
sados, existió un gran pueblo: del sepulcro de éste puede renacer una ciu-
dad engalanada con los adornos de la civilización; pues debe aún existir en
los descendientes de los obreros de este gran monumento las virtudes cívi-
cas que tan grandes los hicieron.13
aquella escena entre los soberanos de un gran pueblo, hijos de cien reyes, y
unos humildes indios del país de Moctezuma; aquellas frases del tiempo
antiguo; aquellos regalos campestres; aquellas indias; aquellas tórtolas sím-
bolo de la inocencia de los pueblos infantes; todo fue tierno y encantador
para los que lo vieron, y muchos de ellos lloraron.14
in this room a man, his wife, his children, his dogs, pigs and small cattle
lived... The english language cannot be made to describe the atmosphere
and other horrors of that night. The men... took their chances with malaria
and preferred sleeping outside.17
ces pauvres gens, que l’ont maintient ainsi de parti pris dans leur abjec-
tion, ont pourtant prodigué leur sang pour soustraire le pays à la tyranni-
que domination des espagnols... Qu’y ont-ils gagné? Depuis lors, en leur
nouvelle qualité de citoyens mexicains, astreints au service militaire; et c’est
tout. Leur condition sociale est restée, sous tous les autres rapports, ce que
l’ont faite les vieilles ordonnances espagnoles, et après comme avant, au-
jourd’hui comme il y a cent ans... l’Européen ou le descendant d’Européen
est pour eux el amo, le maître. Ils méritaient mieux.30
31 Cfr. Pani, Érika, ‘‘¿‘Verdaderas figuras de Cooper’ o ‘pobres inditos infelices’? La política
indigenista de Maximiliano’’, Historia Mexicana, 187, enero-marzo 1998, pp. 571-604.
32 Cit. ibidem, p. 583. Esta ley protegía también a los trabajadores industriales.
LA VISIÓN IMPERIAL. 1862-1867 297
En su bonito estudio sobre los indios vistos por los viajeros extranje-
ros en el siglo XIX, Brigitte Boehm de Lameiras sugiere que, a diferencia
de épocas anteriores, el extranjero que iba a México en el siglo XIX no
pretendía ya ni conquistar, ni civilizar, ni regenerar al indio.39 Los extran-
jeros de la época del Imperio representan en este aspecto una excepción.
Cabe recordar que el fin explícito de la Intervención francesa y del Impe-
rio ----que ciertamente no fue el único, ni el más importante, ni el más
convincente---- era ‘‘salvar’’ a México ‘‘de la minoría opresora’’ ----los li-
berales ‘‘puros’’----, de los Estados Unidos, de ‘‘la anarquía’’, de la ‘‘diso-
lución’’, etcétera. Así, no fueron pocos los extranjeros que, durante estos
años, vieron en la emancipación del indio la clave para la regeneración
del país entero.
A diferencia de otros visitantes foráneos ----como, por ejemplo, Car-
los Gagern, que en 1869 consideraba a los indígenas miembros de las
‘‘razas descendentes’’40----, los extranjeros aquí revisados no consideraban
al indio, a pesar de su miseria y aislamiento, congénitamente inferior a
los miembros de otros grupos. Con excepción de ----irónicamente---- la re-
36 Cit. en Pani, Érika, ‘‘¿Verdaderas figuras de Cooper?’’, pp. 590-591.
37 Cit. ibidem, pp. 591-592.
38 Carta de Carlota a Maximiliano, 31 de agosto de 1865, en Arrangóiz, Francisco de Paula,
México desde 1808, México, Porrúa, 1968, p. 648.
39 Cfr. Lameiras, Brigitte Boehm de, Indios de México y viajeros extranjeros, pp. 15 y 188.
40 Cit. en Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, p. 83.
LA VISIÓN IMPERIAL. 1862-1867 299
41 Cfr. Yorke Stevenson, Sara, Maximilian in Mexico, pp. 84-85. No obstante, la joven nortea-
mericana alabaría la valentía y lealtad del ‘‘indio Mejía’’: cfr. ibidem, p. 192.
42 Mucho se impresionaron estos visitantes con la manera en que los indios cargaban pesadísi-
mos bultos, ‘‘por millas enteras no caminado lentamente sino de prisa y sin darse reposo’’. Cfr. Kollo-
nitz, Paula, Un viaje a México en 1864, p. 119; Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en México, pp.
113-114; Salm-Salm, Agnes de, Diez años de mi vida, p. 300, y Lussan, Éloi, Souvenirs du Mexique,
pp. 82 y 275.
43 Cfr. Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en México, p. 113, y Lussan, Éloi, Souvenirs du
Mexique, p. 275.
44 Cfr. Lussan, Éloi, Souvenirs du Mexique, pp. 273-278, y Salm-Salm, Agnes de, Diez años de
mi vida, pp. 299-300.
45 Para Carl Khevenhüller, el mestizo, que conformaba ‘‘las clases medias’’, había heredado
‘‘todos los defectos de las dos razas’’ y ninguna ‘‘de sus buenas cualidades’’. No tolera a ‘‘los señores
mexicanos’’, a los que considera altaneros e hipócritas. Cfr. Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en
México, pp. 113-114 y 112-123.
46 Lo mismo ocurre con la mayoría de los textos de los viajeros decimonónicos, como ha de-
mostrado, Brigitte Boehm de Lameiras. Cfr. Lameiras, Brigitte Boehm de, Indios de México y viaje-
ros extranjeros, p. 15.
47 Cfr. Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en México, p. 131.
300 ÉRIKA PANI
el modo como los ingleses trataron a los indios de América del Norte, por
malo que fuese, puede ser disculpado en cierto modo por la tenacidad con
que rechazaron todos los intentos para civilizarlo, pero los aztecas no eran
salvajes, y cuando sus sacerdotes eran crueles, no lo eran más que los sa-
cerdotes cristianos fanáticos que, en lugar de enseñar su religión del amor,
castigaron por la desgracia de sus errores religiosos, quemando a los más
pobres en masa y tratándolos peor que a los animales salvajes. La tiranía y
la esclavitud tienen en todas partes el mismo efecto humillante.48
agredía la ley. Los periódicos franceses, al alabar una ley que pretendía
proteger a los trabajadores de los abusos del patrón, sacaron a relucir to-
dos los elementos de la Leyenda Negra antihispánica, sentaron a los pro-
pietarios mexicanos ‘‘en el banquillo de los acusados’’ y los presentaron
como verdaderos señores feudales, crueles y desalmados, con todo y de-
recho de pernada.
Queda fuera del tema que nos ocupa hacer una revisión detallada de
la respuesta a estos alegatos por parte de estos supuestos ‘‘señores de hor-
ca y cuchillo’’. No obstante, quisiéramos rescatar aquí algunos de sus ar-
gumentos centrales, por lo mucho que iluminan las particularidades de las
percepciones que hemos venido revisando. Los indignados propietarios
mexicanos y los periodistas que enarbolaron su causa rechazaron, en pri-
mer lugar, que unos extranjeros vinieran a decirles cómo hacer las cosas,
como si México fuera un país que se hallara ‘‘en la barbarie’’:
mientras haya pueblos de indios; mientras formen una raza aparte... mien-
tras se quiera conservar y aun aumentar ese fundo legal, tierras sin dueño
que son de todos y no sirven para nadie, mientras se quiera proteger a los
indios rodeándolos de privilegios de menores no servirán de nada ni a sí
propios ni a la sociedad. ...Es preciso dejarlos en libertad; que tomen parte
del movimiento general.57
que se les tratara como a bestias, sino que los hizo objeto de su especialísi-
ma protección... y fue constantemente en progreso en su beneficio y privi-
legios, siempre favoreciéndolos sobre las otras castas.58
IV. CONCLUSIONES
60 Cfr. Villoro, Luis, Los grandes momentos del indigenismo en México, México, Ediciones de
la Casa Chata, 1979, p. 178.
CAPÍTULO DECIMOSEGUNDO
I. INTRODUCCIÓN
* Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Dedico este trabajo a Pedro.
305
306 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ
1 El padre de Juan Díaz Covarrubias combatió a los realistas bajo las órdenes de Miguel Hidal-
go. Seguramente la experiencia paterna inspiró su novela, que fue considerada la mejor novela mexi-
cana hasta la fecha de su publicación por el crítico Ralph E. Warner. Trata del romance entre Fernando
LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 307
y la “pálida” hija del médico, y de las aventuras del hermano adoptivo de Fernando, Gil Gómez, que
sigue y narra como testigo ocular la tragedia de Hidalgo. Juan Díaz murió fusilado por el general
Leonardo Márquez durante la guerra de Reforma. Es uno de los “mártires de Tacubaya”. Otras nove-
las sobre la insurgencia publicadas entre ésta y la de Enrique de Olavarría y Ferrari fueron Sacerdote
y Caudillo y Los insurgentes (1869), de Juan A. Mateos, y El paladín extranjero (1871), de Jesús
Echaiz. Cfr. Diccionario de Escritores Mexicanos, México, UNAM, Centro de Estudios Literarios,
1967, p. 97.
2 Los pocos datos sobre la biografía de Olavarría y Ferrari se han tomado del prólogo de Sal-
vador Novo a la obra del autor: Reseña Histórica del Teatro en México, 1538-1911, México, Porrúa,
1961; del prólogo de Álvaro Matute a los Episodios históricos méxicanos (edición facsimilar), Méxi-
co, Instituto Cultural Helénico-Fondo de Cultura Económica, 1987, y de González Peña, Carlos, His-
toria de la Literatura Mexicana, desde los orígenes hasta nuestros días, México, Porrúa, 1981.
308 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ
3 Olavarría y Ferrari, Enrique de, El tálamo y la horca, México, F. Díaz de León y Santiago,
1868, p. I.
LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 309
7 Cfr. Olavarría y Ferrari, Enrique de, México. Apuntes de un viaje por los estados de la Repú-
blica Mexicana, Barcelona, Librería de Antonio J. Bastinos, 1898, pp. 34-38.
312 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ
1. Los Episodios
8 Ibidem, p. 38.
9 Idem.
10 Idem.
LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 313
11 En adelante nos referiremos a los Episodios históricos sin indicar el número de volumen de
los dos primeros utilizados para este ensayo: la circunstancia de que la paginación de esos dos volú-
menes sea consecutiva hace superflua la indicación del volumen a que corresponde cada cita.
314 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ
2. La trama
Las dos series de los Episodios están narradas por Carlos Miguel Arias
Páez, hijo de los criollos Benito Arias y María Páez. Carlos Miguel cuen-
ta la historia de la guerra y la de las dificultades que atravesó su familia,
sirviéndose de los relatos que sus padres y otros personajes, reales y ficti-
cios, le proporcionaron. Todos ellos vivieron, participaron y padecieron
la guerra.
Para 1808, Benito y María tenían veintitrés y diecinueve años respec-
tivamente. Ambos vivían con el hacendado Gabriel de Yermo, hacia
quien profesaban profunda lealtad y agradecimiento. María disfrutó de la
chos, los describieron como sabían o podían... Formadas están estas páginas, con lo que tirios y troya-
nos han dicho en papeles y libros que, con un afán superior a lo fatigoso de la tarea, he rebuscado y
leído, dejando a cada uno de los elementos que forman el mosaico de mi obra, su lugar propio, bueno
o malo, justo o injusto... sobre la base de los hechos que refiriendo vengo con una imparcialidad que
nadie seriamente podrá disputarme”: Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos,
pp. 1,225 y 1,226.
15 Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, p. 199.
316 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ
protección de los Yermo desde los doce años, cuando fue recogida por
esta familia al morir su padre, paisano de don Gabriel, con quien había
trabajado como mayordomo. Benito, reconocido por todos como hombre
honesto, virtuoso y trabajador, era uno de los hombres de confianza del
hacendado.
Al divulgarse en la Nueva España las noticias de la prisión del rey y
el levantamiento popular del 2 de mayo contra la autoridad francesa im-
puesta, don Gabriel, previendo los conflictos que se desatarían entre los
novohispanos, dio a Benito absoluta libertad para que eligiera el partido
que le acomodara seguir. Si era el español, bien; si era el criollo, Yermo
no sólo lo respetaría sino que seguiría ofreciéndole su amistad y, en nom-
bre de ella, facilitaría su matrimonio con María, su protegida.
Olavarría plantea así el problema que guía toda su obra: la rivalidad
criollo-peninsular y la dificultad para elegir un bando, ya que ni todos los
españoles que participaron en la guerra de Independencia fueron villanos,
ni todos los criollos se comportaron como héroes. Así, el criollo Benito se
decide por la lealtad a su protector, patrón y amigo, que en la novela figu-
ra como ejemplo de los buenos peninsulares.
Como consecuencia de una serie de embustes vertidos por el despre-
ciable criollo Miguel Garrido, primo de María y rival en amores de Beni-
to, éste se ve envuelto en una serie de intrigas que lo colocan como líder
del partido criollo de la ciudad de México, en aparente traición a la con-
fianza que los Yermo habían depositado en él. Por tales razones Benito se
ve forzado a sumarse a las fuerzas insurgentes y a seguir con éstas los
caminos de la guerra. Primero por azar y luego por convicción, Benito y
María participan en los acontecimientos más significativos de la revolu-
ción de Independencia desde la conspiración de Valladolid hasta su con-
sumación: siempre al lado de los más destacados caudillos, nuestros hé-
roes insurgentes.
La historia de la familia Arias Paéz corre paralelamente a la de la
guerra. En noviembre de 1809 la pareja recibió el sacramento del matri-
monio de manos del mismo cura Miguel Hidalgo; el 16 de septiembre de
1810, Benito se vio imposibilitado para seguir a las fuerzas levantadas
por el grito del cura, porque unas horas antes había nacido su hijo Carlos
Miguel. Por si fuera poco, en los días previos al levantamiento armado,
María —que era devota de Nuestra Señora de Guadalupe— sugirió a Jo-
sefa Ortiz de Domínguez y luego a Miguel Hidalgo que colocaran bajo la
protección de la Virgen la causa que los unía.
LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 317
16 Sobre la figura de Fernández de Lizardi y sus puntos de vista acerca del protagonismo indí-
gena en la coyuntura insurgente-independentista, cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María,
“El indio ante la independencia en los escritos de El Pensador Mexicano”, ponencia para el I Congre-
so Internacional Nueva España y las Antillas (Castellón de la Plana, 7 a 9 de mayo de 1997), Centro
de Investigaciones de América Latina (comp.), De súbditos del rey a ciudadanos de la nación, Caste-
lló, Universitat Jaume I, vol. I, pp. 257-272.
17 Cfr. prólogo de Álvaro Matute a Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexi-
canos, p. IX.
18 Cfr. Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos, pp. 1,893 y 1,894.
318 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ
las mismas de principio a fin: el acceso de los criollos a los puestos del
gobierno colonial.
Finalmente hay que destacar que, en opinión de Olavarría y Ferrari,
la guerra concluyó de manera contradictoria: tanto que ella misma consti-
tuyó el origen de los posteriores levantamientos. La guerra —especial-
mente, los intentos de alcance social y político acaudillados por Miguel
Hidalgo y José María Morelos— se perdió por la debilidad, la desunión y
la falta de coherencia interna de los insurgentes, y no por la habilidad y su-
premacía militar de los realistas. Se entiende así un comentario de Olava-
rría acerca del segundo de los héroes citados: “nuestro don José María
Morelos, en fin, pudo haber hecho por sí sólo nuestra independencia, y si
no lo hizo, fue porque los demás insurgentes no se la dejaron hacer”.23 En
palabras de Ortega y Gasset, el autor de los Episodios atribuyó “el mal
éxito [de la revolución] no... a la intriga de los enemigos, sino a la contra-
dicción misma de los propósitos”.24
De todo lo dicho hasta aquí acerca de los puntos de vista del autor
sobre los indios de finales del siglo XIX y de su análisis general de la
revolución de Independencia, se desprende el juicio nada favorable que
emite Olavarría sobre la implicación de ese sector de la sociedad en el
conflicto bélico. A través de los personajes reales y ficticios de su novela
histórica, don Enrique aborda el problema de la participación indígena en
la guerra desde los dos planteamientos iniciales de que debe partir toda
reflexión seria sobre el tema: uno, teórico, en el que evalúa el pasado in-
dígena como argumento histórico legitimador de la aspiración a la Inde-
pendencia; el otro, práctico, en el que expone los motivos por los que los
indios se sumaron a la guerra, las características de su participación y la
influencia que tuvieron en su desarrollo y consumación.
ra realizado para reponer a los indios en unos derechos de los que habían
sido desposeídos por los españoles desde el 13 de agosto de 1521, cuando
Hernán Cortés sometió México Tenochtitlan. Para él, la guerra de Inde-
pendencia no fue una guerra entre razas. Los indios no la promovieron, ni
su pasado fue el argumento que amparó a los insurgentes. Así, uno de los
personajes de los Episodios —Carlos Miguel— cuenta cómo su padre,
Benito Arias, solía expresarse con ira contra los que habían elaborado la
teoría de la reivindicación de los derechos indígenas: esta versión era del
todo falsa, pues los criollos sabían muy bien que no podían aducir más
derechos sobre esta tierra que los dimanados de la misma Conquista.25
Los criollos, únicos y verdaderos insurgentes, jamás pensaron que podían
fundar su lucha en los derechos de la raza sojuzgada por Hernán Cortés.
Mintieron a sabiendas quienes tales cosas habían afirmado.26
La Independencia no se hizo para reponer en el trono del Imperio azteca
a los descendientes en línea más o menos directa de Moctezuma y Cuauhté-
moc. Según Olavarría, su civilización, costumbres y tradiciones habían caído
con ellos para no volver a levantarse. La Independencia fue obra de los crio-
llos, y no se realizó en nombre de una raza con la que compartían menos
sangre que con los españoles: los criollos se sentían y eran tan españoles
como los peninsulares, pues sólo por casualidad habían nacido en México.27
Los personajes criollos de la novela de Olavarría y Ferrari, sin embargo, re-
conocen la presencia indígena en la guerra; aceptan que, con su auxilio, em-
pezaron la lucha y aseguran que nunca dejarían de hacer honor a los que en
ella se destacaron: pero “nunca jamás se nos ocurrió sacrificar a su raza, la
preponderancia de la nueva raza criolla, creada y educada según las costum-
bres, usos y civilización que los españoles implantaron aquí”.28
Queda patente que Olavarría y Ferrari no concede ningún crédito al
pasado indígena como argumento histórico de la guerra, por lo que niega
a los indios cualquier sitio en el pasado, el presente y el futuro del país.
“Vuelvo a decirlo, y nunca de decirlo me cansaré, fuimos los criollos y no
los indios los que concebimos y procuramos la independencia; y los des-
cendientes de aquellos criollos son y serán los que en nuestro país conti-
núen preponderando”.29 Los criollos fueron los únicos capaces de con-
Era tal la mala fama que habían adquirido los indios del cura Hidalgo
que, cuando se aproximaban a la ciudad de Guanajuato, la plebe de la
ciudad, que también esperaba apropiarse de las riquezas del Ayuntamien-
to y de los vecinos resguardadas en la alhóndiga, planeó adelantarse al
saqueo de los indígenas, pues, según se decía, “los indios de Hidalgo
arrebatan con todo”.36 El mismo caudillo insurgente, cuenta el narrador,
reconoció ante Allende después de la gran matanza de Guanajuato que
“nuestros indios se han cegado y mueren, no por la victoria, sino por la
venganza”.37 Más adelante añadiría: “yo no quiero que desacrediten nues-
tra causa con tales actos de desenfrenado bandidaje... Sé que la indiada ha
convertido sus tilmas en sacos para llevarse el fruto de sus rapiñas”.38
Olavarría, recordando la Revolución francesa, admite que la violen-
cia es inevitable en todo movimiento de esta naturaleza: incluso resulta
útil, cuando los objetivos son benéficos. Pero las brutalidades llevadas a
cabo por las tropas indígenas de Hidalgo no encuentran ninguna justifica-
ción porque, saturadas de odios y resentimientos, carecían de todo conte-
nido superior. Lo ejemplifica muy bien lo ocurrido en Guadalajara, cuan-
do el ejército insurgente iba en retirada:
40 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 211-213.
41 Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos, p. 366.
42 Cfr. ibidem, p. 235.
43 Ibidem, p. 364.
326 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ
50 Ibidem, p. 384.
51 Ibidem, p. 84.
LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 329
53 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, p. 218.
54 Cfr. ibidem, pp. 220-233.
CAPÍTULO DECIMOTERCERO
I. EL AUTOR Y SU OBRA
Entre los extranjeros que visitaron nuestro país durante el siglo XIX, Carl
Sofus Lumholtz (1851-1922) es un autor bastante singular por tres moti-
vos como mínimo. En primer lugar, por su nacionalidad: no es originario
de Estados Unidos, España ni de ninguna gran potencia europea, sino de
Noruega. En segundo término, por su currículum, tan brillante como exó-
tico: tras graduarse en la Facultad de Teología de la Universidad de Cris-
tianía (Oslo), sus inclinaciones naturalistas lo conducen a Australia. De
los años invertidos ahí ----1880 a 1884---- pasa uno entre los aborígenes
caníbales del norte de Queensland, con quienes descubre su vocación
para el estudio de los pueblos primitivos. Luego se enfrasca en las inves-
tigaciones sobre nuestro país, que sólo se verán irremediablemente frena-
das por un acontecimiento fuera de su voluntad: la Revolución de 1910.
Entonces hace viajes de estudio por la India y el sureste asiático. Muere a
los setenta años de edad añorando visitar Nueva Guinea.
En tercer lugar, Lumholtz se distingue también por el propósito de su
presencia en México. Los otros extranjeros del siglo XIX observan a los
indios como parte de un paisaje mexicano que recorren por asuntos de
negocios, profesión o política. Por el contrario, el noruego viene precisa-
mente a conocer a los indios en su calidad de antropólogo; es de paso
como echa una mirada a los demás horizontes del país.
* Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
331
332 LUIS ROMO CEDANO
1 Lumholtz, Carl Sofus, El México Desconocido. Cinco años de exploración entre las tribus
de la Sierra Madre Occidental; en la Tierra Caliente de Tepic y Jalisco, y entre los tarascos de
Michoacán, trad. de Balbino Dávalos, New York, Charles Scribner’s Sons, 1904, vol. I, p. IX. El
original en inglés de esta obra fue imposible encontrarlo en la ciudad de México durante la elabora-
ción del presente trabajo. La Biblioteca Nacional y las bibliotecas de la Universidad Nacional Autó-
noma de México estuvieron cerradas debido al paro estudiantil de 1999 en la máxima casa de estu-
dios. En otras bibliotecas, como la de la Universidad Iberoamericana, la del Museo Nacional de
Antropología e Historia, la del Instituto Mora, la Benjamín Franklin no está. Finalmente lo encontra-
mos en el catálogo de la Colección Especial de El Colegio de México, pero el volumen II está perdi-
do. A falta, pues, del original completo, preferimos citar la edición mencionada al principio de esta
nota, que fue la primera en español.
2 Idem.
CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 333
rra Madre; in the Tierra Caliente of Tepic and Jalisco; and among the
Tarascos of Michoacan.5 Este libro tuvo un importante impacto entre el
público mexicano, al grado de que el propio Porfirio Díaz auspició una
rápida edición en español. Ésta apareció en 1904, gracias a la traducción
de Balbino Dávalos, a través de la misma firma editorial neoyorkina.6
Posteriormente ha alcanzado cuatro ediciones facsimilares ----en 1945,
1960, 1981 y 1994---- en formatos más modestos.7
Es preciso agregar que un amplio número de autores mexicanos
ha escrito ensayos sobre Lumholtz y El México Desconocido,8 entre ellos
nada menos que Juan Rulfo.9
5 Cfr. Lumholtz, Carl Sofus, Unknown Mexico. A Record of Five Years..., New York, Charles
Scribner’s Sons, 1902.
6 Cfr. Lumholtz, Carl Sofus, El México Desconocido..., trad. de Balbino Dávalos, New York,
Charles Scribner’s Sons, 1904.
7 El México Desconocido... México, Publicaciones Herrerías (Ediciones culturales), 1945, 2 vols.
El México Desconocido... México, Editora Nacional (Colección económica, 827 y 828), 1960,
2 vols. [reedición, 1970].
El México Desconocido... México, Instituto Nacional Indigenista (Clásicos de antropología, 11),
1981, 2 vols.
El México Desconocido..., Chihuahua, Programa Editorial del Ayuntamiento de Chihuahua,
1994. Es difícil saber si se publicaron los dos volúmenes. Conseguimos el volumen I a través de un
pariente que nos hizo favor de comprarlo en una librería de Chihuahua. Sin embargo, el volumen II
no lo encontramos por ninguna parte. A través de una pesquisa telefónica dimos con el profesor Ru-
bén Beltrán Acosta, cronista de aquella ciudad, quien ignora si se publicó o no dicho volumen. Dado
que sólo el volumen I describe el estado de Chihuahua y considerando los intereses políticos de la
administración municipal que publicó la obra (en 1994 el presidente municipal era el priísta Patricio
Martínez, actual gobernador de la entidad), creemos que en esta edición no se publicó el volumen II.
8 Un listado sobre estas obras aparece en Lumholtz, Carl Sofus, Montañas, duendes..., p. 143.
9 Cfr. Rulfo, Juan, ‘‘El México desconocido de Carl Lumholtz’’, México Indígena, México,
número extraordinario, 1986, núm. 67.
CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 335
otorgado una estructura bien articulada entre sus distintos niveles jerár-
quicos. Lumholtz gozó en todos sus recorridos de la protección guberna-
mental prometida por Díaz. Las cartas de recomendación del presidente o
de los gobernadores casi siempre surtían efecto entre los presidentes mu-
nicipales o los jueces de las localidades más remotas.10 Y a manera de
ejemplo de la dedicación y eficiencia de la administración, Lumholtz ob-
servó en el pueblo huichol de San Andrés cómo un funcionario enviado
por el jefe político de Mezquitic, Jalisco, trabajó pacientemente durante
diez días para llevar a cabo el censo de 1895 entre los indios de la zona.11
Esta diligente estructura política iba aparejada con una relativa paz,
de acuerdo a este autor. La guerra apache estaba ya casi del todo extinta
en los años noventa del siglo XIX, y Lumholtz no encontró a estos fero-
ces indios en ningún rincón del norte, a pesar de que había rastros de ellos
en una enorme zona.12 Igualmente, la lucha de Manuel Lozada se había
convertido en un lejano recuerdo en el distrito de Tepic. Sólo en algunas
partes de Chihuahua, donde a la sazón (1891-1892) se verificaba la san-
grienta revuelta de Tomóchic,13 el autor detectó partidas de maleantes y
‘‘revolucionarios’’,14 aunque no habló de la lucha.15 Pero en otros estados
el bandolerismo era mínimo. Lumholtz nunca fue asaltado o robado.
Cuenta que en el camino de Guadalajara a Zapotlán el Grande (Ciudad Guz-
mán), Jalisco, solían merodear en el pasado los ladrones de diligencias y que
incluso entre ellos había funcionarios judiciales.16 Pero concluye estas re-
flexiones con frases que parecen envueltas en un suspiro de alivio:
10 Cfr. Lumholtz, Carl Sofus, El México Desconocido..., trad. de Balbino Dávalos, New York,
Charles Scribner’s Sons, 1904, vol. I, pp. 133 y 417, y vol. II, p. 53.
11 Cfr. ibidem, vol. II, p. 97.
12 Véase infra: III, 4.
13 Cfr. Illades Aguiar, Lilian, Disidencia y Sedición en la Región Serrana Chihuahuense: To-
móchic 1892, tesis de doctorado, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1996, y Ferrer
Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo
XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 348-349 y 624.
14 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, pp. 3, 99, 132 y 369.
15 Véase infra: IV.
16 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, pp. 318-319.
17 Ibidem, vol. II, p. 319.
336 LUIS ROMO CEDANO
referencia a las zonas visitadas por Lumholtz que, desde los comienzos
del federalismo, ‘‘varios congresos estatales aprobaron leyes que abolían
el derecho de los pueblos a poseer tierras: Chihuahua, Jalisco y Zacate-
cas, en 1825; Chiapas y Veracruz, en 1826; Puebla, Estado de Occidente
y Michoacán, en 1828’’.23 Más adelante vino el golpe definitivo con la
Ley Lerdo, de carácter federal, en 1856.
Ciertamente las legislaciones por sí mismas no bastaron para producir
los despojos. Ellas eran simplemente una condición indispensable; el
complemento activo de la fórmula radicaba más bien en la ambición de
quienes buscaban hacerlas efectivas. Pero también es necesario tomar en
cuenta que ‘‘el grado de incumplimiento de la legislación constitucional
española y de los posteriores mandatos federales y estatales en relación
con la abolición de la propiedad comunal alcanzó niveles elevados, si
bien varió sensiblemente de uno a otro espacio geográfico’’.24 No fue fá-
cil concretar esta privatización, además de que se trató de un proceso de
décadas. Es pertinente recordar esto para entender las anotaciones del no-
ruego, quien da cuenta de un espectáculo multiforme con diferentes situa-
ciones de despojo territorial, incluidos algunos raros casos de indios exi-
tosos en la defensa de su propiedad comunal.25
Un elemento interesante de este asunto es también el referente a los
agentes involucrados en los pleitos y despojos de tierras. Como se sabe,
los responsables en todo el país fueron muy variados: grandes hacendados,
pequeños propietarios independientes, pueblos indios o mestizos colin-
dantes, funcionarios medianos que lucraban con su posición de poder, etcé-
tera.26 Las notas de Lumholtz confirman lo anterior. Si bien la mayoría de
las veces el autor acusa a mestizos anónimos, también habla de pleitos
de linderos entre los propios indios,27 y en algunas ocasiones ----como en
el caso de Zapotlán el Grande28---- el autor señala como culpables del des-
pojo a hacendados ‘‘blancos’’. Eso sí, muy lejos de su campo visual polí-
tico quedaron las compañías deslindadoras, beneficiarias directas del pro-
ceso liberal de desamortización. Aunque claramente en la segunda mitad
del siglo XIX tuvieron un papel protagónico en el reacomodo de la pro-
23 Ibidem, p. 417.
24 Ibidem, p. 418.
25 Véase infra: III, 2.
26 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en
México en el siglo XIX, p. 395-396.
27 Véase infra: III, 6.
28 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, pp. 320 y 323.
338 LUIS ROMO CEDANO
pudo darme también algunos informes generales sobre los indios; pero no
sólo allí, sino en muchas otras partes de México, á menudo me dejaba estu-
pefacto la ignorancia de los agricultores mexicanos acerca de los indios
que vivían a sus puertas. Salvo ciertos especialistas distinguidos, aun los
mexicanos inteligentes saben muy poco de las costumbres, y mucho menos
de las creencias de los aborígenes. En lo que mira á los [tarahumaras] paga-
nos de las barrancas, no pude adquirir más noticia que la certidumbre del
general desprecio que se les tiene por salvajes, bravos y broncos.34
Sobre esa base no era difícil que los mestizos abusaran de los indios.
Un primer tipo de abusos consistía en los engaños perpetrados por los co-
merciantes que se internaban en las sierras. Entre los tarahumaras de la
sierra de Chihuahua, los mercaderes bilingües, llamados lenguaraces, so-
lían embaucar a los indios canjeándoles ovejas y ganado por baratijas o
mezcal.35 También vendían a precio elevado supuestos polvos mágicos.36
Pero igualmente eran comunes los engaños más descarados.
A veces, los lenguaraces vendían a crédito o prestaban sumas peque-
ñas de dinero. Como los indios no tenían una medida clara de los plazos,
incumplían en los vencimientos y el mercader se cobraba en especie ----gene-
ralmente animales---- lo que se le venía en gana.37 Otras transacciones
eran aún peores:
una vez compró un mexicano á un indio, á crédito, una oveja, y después de
matarla, la pagó con la cabeza, las tripas y la piel. Otro la hizo mejor. Pagó
su borrego en la misma moneda, y ‘‘habló tan bien’’ que el indio se conten-
tó con quedar debiéndole todavía, como resultado final de la transacción.
Otro mexicano indujo a un indio a que le vendiera once reses que era casi
todo el ganado que poseía. Convínose que el mexicano pagaría dos vacas
por cada buey, pero como no llevaba vacas, dejó en prenda su caballo ensi-
llado, y el indio sigue aguardando las vacas. Cuando le expresé mi sorpresa
por la facilidad con que había sido engañado contestó que el mexicano
¡‘‘hablaba tan bien!’’ Les halaga tanto oír su lengua en boca de un blanco,
luego---- era obligatorio el uso del pantalón, prenda por lo general jamás
usada por indios o jornaleros pobres. Un gesto de benevolencia mitigaba
la dureza de esta ley: una vez que entraban al poblado, los indios tenían
un día de plazo para comprar o alquilar pantalones, como los mestizos.60
Quizá el ejemplo más pintoresco de este desprecio lo da la anécdota
sobre la entrevista del autor con el hombre más rico del pueblo de Toná-
chic, Chihuahua, un mexicano: ‘‘habiéndole yo dicho que me simpatiza-
ban los tarahumares, me contestó: ‘pues lléveselos a todos, uno por uno’.
Lo único que le interesaba de los indios eran sus tierras, de las cuales se
había apropiado ya una buena porción’’.61
es raro que les salga barba, y si alguna les aparece, se la arrancan. Siempre
representan al diablo con barba, y llaman irrisoriamente á los mexicanos
shabótshi, ‘‘los barbones.’’ pesar de que les gusta mucho el tabaco, no qui-
so aceptar un indio el que yo le daba, temiendo que al recibirlo de un blan-
co le fuera á salir barba.67
Los indios detestaban parecerse a los mexicanos. Entre los coras, por
ejemplo, había algunos que tenían barba; sin embargo, ‘‘todos insisten en
que no se han mezclado con los mexicanos’’.68 Resulta cómica y signifi-
cativa la treta que empleó Lumholtz para tomar una fotografía de los co-
ras de Mesa del Nayar:
las mujeres de allí se resisten á unirse con hombres de otra raza, y hasta
hace muy poco no se quería a los niños que resultaban de color más claro.
Madres ha habido en este particular que unten de grasa á sus hijos y los
Por otra parte, los indios no se encontraban indefensos ante las agre-
siones de ‘‘la civilización’’. Sus sistemas tradicionales de organización
los proveían de mecanismos de justicia relativamente eficientes. Es muy
pintoresca la descripción que Lumholtz ofrece de un juicio llevado a cabo
por los tarahumaras de Cusárare, para resolver un adulterio.77 El veredicto
de los jueces y unos cuantos azotes bastaron para reintegrar al marido fu-
gado a su vieja familia y encontrarle acomodo a la mujer adúltera. Y en
ocasiones, lo que funcionaba bien entre los indios también era eficaz con
los mestizos.
El autor informa de que, haciéndose justicia por su propia mano, los
indios mataron a Teodoro Palma, un bandido chihuahuense.78 ‘‘Si los ru-
mores que corrían acerca de él eran fundados, merecía ciertamente esa
suerte’’, expresa.79 A veces, los tarahumaras lograban capturar a aventure-
ros que irrumpían en sus fiestas; los llevaban a las autoridades y los obli-
gaban a pagar los gastos de otra fiesta más.80
Entre los tepehuanes de Lajas, Durango, la estructura de autoridad in-
dia era en extremo rigurosa.81 Controlaba con mano dura los matrimonios
y los asuntos amorosos, vigilaba con celo la presencia de forasteros y rá-
pidamente castigaba cualquier intento de robo o asesinato. Una anécdota
sobre el robo de tres reses del escribano local dibuja muy bien cómo se
impartía justicia en el lugar:
la cabeza y los pies. Al otro día le aplicaron diez azotes; al siguiente, cinco,
y ocho días más tarde lo llevaron á Durango. En cuanto á los dos indios sus
cómplices, que eran padre é hijo, fueron asímismo puestos en cepos, y es-
tuvieron dos semanas recibiendo, cada cual, cuatro azotes diarios y muy
escaso alimento, además de lo cual los privaron de sus cobijas.82
92 Lumholtz dice que los apaches habían tenido bajo su dominio toda la parte norte de la sierra,
hasta doscientas cincuenta millas ----cuatrocientos kilómetros---- al sur de la frontera. Sin embargo, su
cálculo parece conservador según sus propios datos. Los testimonios de los siguientes párrafos pro-
vienen de tarahumaras que vivían a más de quinientos kilómetros de la frontera.
93 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, pp. 23-25.
94 Cfr. ibidem, vol. I, p. 220.
95 Cfr. ibidem, vol. I, p. 365.
96 Ibidem, vol. I, p. 353.
97 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 6-7.
98 Ibidem, vol. I, p. 25. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y
Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 388-389.
350 LUIS ROMO CEDANO
99 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, pp. 53-54 y 144.
100 Cfr. ibidem, vol. II, p. 74.
101 Ibidem, vol. I, p. 417.
CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 351
mi deseo de ver los sepulcros fue mal recibido; pero pronto me enviaron el
médico sacerdotal que llegó á poco á la casa de la comunidad, y sin haber-
me visto, dijo á las autoridades [indias] que ‘‘era muy conveniente contar á
ese hombre todo lo relativo á las antiguas creencias, para que el Gobierno
lo supiera’’.102
los indios son buenos si uno les explica las cosas, pero los han burlado y
engañado tanto que se han vuelto desconfiados. Durante la intervención
francesa, casi todos los soldados del partido liberal eran indios y prestaron
los más grandes servicios para la salvación del país.106
Sin embargo, una cosa era el respeto que sentían los indios por los
más altos funcionarios de la República y otra el trato que recibían del
conjunto de la estructura gubernamental. El antropólogo se percató de
que las buenas intenciones no bastaban:
las autoridades mexicanas, dicho sea en honor suyo, hacen cuanto está en
su poder para proteger á los indios; pero el Gobierno es prácticamente im-
potente para cuidar de la población esparcida en remotos distritos. Por otra
parte, los indígenas más expuestos á caer en las garras de especuladores sin
conciencia, no pueden darse á entender en la lengua oficial, y consideran
inútil, por lo mismo, acudir á las autoridades. Conforme la liberal constitu-
ción de México, son ciudadanos todos los naturales, pero los indios no sa-
ben hacer valer sus derechos. Á veces, sin embargo, [los tarahumaras] han
ido en considerables cuadrillas á Chihuahua para presentar sus quejas, y
siempre se les ha ayudado, si ha habido lugar. Los esfuerzos del Gobierno
para ilustrar á los naturales estableciendo escuelas, se frustran por la falta
de maestros inteligentes y de buena voluntad que conozcan las lenguas in-
dígenas.107
los tarahumaras han sido soldados sobresalientes en las filas del ejército.
En una de las guerras civiles, un jefe llamado Jesús Larrea, tarahumara
puro de Nonoava (Chih.), se distinguió mucho no sólo por su bravura y
resolución, sino también por sus aptitudes de mando.108
les vino la idea de que los ayudase en sus dificultades de tierras, y enviaron
por su escribano que vivía á dos días de distancia en el mineral de Bolaños
[Jalisco]. Pretendían que yo le escribiese una carta al Presidente de la Re-
pública pidiéndole que no permitiese que les dividieran individualmente las
tierras, y deseaban al escribano para que se cerciorara de que yo cumplía
bien el encargo; pero como afortunadamente no llegó á Ratontita mientras
estuve allí, y mi guía, que iba á tener intervención en la carta, se embriagó
pronto, permaneciendo en tan feliz condición todo el tiempo que duró la
fiesta, me salvé del delicado compromiso en que me hubieran puesto.119
118 Ibidem, vol. I, p. 483. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y
Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 171.
119 Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, pp. 260-261.
120 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 445-446.
121 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 175 y 217.
122 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 98-99.
CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 355
en una reunión que tuve con ellos llevado de mi deseo de agradarles, díjeles
que el gobierno mexicano tenía mucho interés en saber si se desarrollaban en
población ó estaban próximos á acabar, á lo que el más ladino repuso riendo:
‘‘¡por supuesto que quieren saber cuando podrán acabar con nosotros!’’.124
es cosa peculiar que mientras otras fiestas de los huicholes no han recibido
ninguna influencia de los blancos, las que celebran para solicitar la lluvia
se han enriquecido y modificado mucho bajo esa influencia. La matanza de
uno o dos bueyes se considera hoy un sacrificio enteramente tan eficaz
como el matar ciervos, ardillas, pavos ó cualquiera otro animal, que antes
acostumbrase la tribu. Se ha adoptado también el uso de velas, importado
de igual manera por los católicos, y antes de cada una de dichas fiestas va
invariablemente a Mezquitic (Jal.) un hombre á fin de obtener este nuevo
requisito...140
hasta hacía tres años, iban ellos mismos en busca de dicha planta, pero ya
entonces la compraban á los huicholes, bien que algunas veces la sustitu-
yen con una especie de cáñamo llamado mariguana ó rosa maría (Cannabis
sativa), terrible narcótico cuyas hojas acostumbran fumar en México los
criminales y otra gente depravada.142
este territorio estuvo alguna vez en poder de la gran tribu de indios ópatas,
que se han civilizado. Han perdido su lengua, religión y tradiciones; se vis-
ten como los mexicanos, y no se distinguen en su apariencia de la clase
trabajadora de México, con la que se han mezclado por completo, debido á
matrimonios frecuentes entre unos y otros.153
que se creía en ambas cosas en el siglo XIX. Esta fe, no del todo ciega,
dirige sus pensamientos a lo largo del libro. Como ejemplo, nos podemos
remitir a sus reflexiones finales:
poco difieren las razas en cuanto a facultades. En las atrasadas, lo que prin-
cipalmente falta es energía y fuerza motriz. Sucede con las razas lo que con
los individuos; ambos tienen que pasar á través de una serie de etapas pro-
gresivas: el salvajismo, en la infancia; la barbarie, en la juventud, y la civi-
lización en la edad viril. Como el niño es el padre del hombre, así las cuali-
dades características de las naciones más civilizadas se han desarrollado de
las virtudes y vicios que tenía la tribu primitiva de que nacieron.163
conoce su país y cuanto éste necesita, mejor que ningún otro mexicano, y
lo ha gobernado cerca de un cuarto de siglo con juicio y rara sagacidad.
Cómo ha reorganizado la república, engrandecido un estado y desarrollado
una nación, es asunto digno de la historia. El General Díaz no sólo es un
grande hombre de este continente, sino uno de los más grandes hombres de
nuestra época.164
ofrece una visión de los indios como seres inferiores. Por sólo referir un
ejemplo, mencionamos una cita referente a los tarahumaras:
169 Cfr. Illades Aguiar, Lilian, Disidencia y Sedición en la Región Serrana Chihuahuense: To-
móchic 1892, pp. 222-223.
170 Cfr. ibidem, pp. 197-200, 224 y 229.
171 Durante su segundo viaje, entre febrero y marzo de 1892, Lumholtz pasó por Tosanachic,
Yepáchic, la mina de Pinos Altos, Jesús María y la cascada de ‘‘Basasiáchic’’, lugares todos ellos
vecinos a Tomóchic y conectados a éste por caminos de tan sólo decenas de kilómetros: Lumholtz,
Carl, El Mexico Desconocido, vol. I, pp. 120-131. Justo en ese tiempo, los sucesos de Tomóchic eran
la comidilla en la sierra, puesto que sus habitantes Tomóchic habían tenido ya un primer enfrenta-
miento armado con las fuerzas del gobierno el 7 de diciembre de 1891, fecha desde la que se mantu-
vieron en abierta rebeldía hasta las batallas de finales de octubre de 1892 en las que fueron masacra-
dos: cfr. Illades Aguiar, Lilian, Disidencia y Sedición en la Región Serrana Chihuahuense: Tomóchic
1892, pp. 119-125 y 207-224.
172 Chaparro y su gente se unieron a los rebeldes de Tomóchic y durante las batallas finales de
octubre de 1892 defendieron con relativo éxito el cerro de la Cueva, una de las principales posiciones
del poblado, frente al ataque federal. Antes de la caída de Tomóchic, sin embargo, escaparon rumbo a
la sierra sin ser inmediatamente perseguidos. Cfr. Illades Aguiar, Lilian, Disidencia y Sedición en la
Región Serrana Chihuahuense: Tomóchic 1892, pp. 200-202, 209 y 215-216. Curiosamente, Lum-
holtz nada dice del historial rebelde de Chaparro y se limita a describirlo como un ladrón astuto y
famoso que hacía sus fechorías entre mexicanos e indios: cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconoci-
do, vol. I, pp. 132-133.
173 Cfr. ibidem, vol. I, pp. XIX-XX.
364 LUIS ROMO CEDANO
da a sus comentarios. Por sólo hablar de un caso, ese repudio que muestra
hacia la herencia hispano-católica de México no obsta para que reconozca
algunos beneficios en la Conquista y la Evangelización:
no dejo de creer, sin embargo, que ya que le tocó á México sufrir el yugo
de un poder europeo, fue mejor para él recibirlo de manos latinas que ger-
mánicas ó teutonas, porque en carácter y temperamento se asemejan en
cierto grado los españoles a los indios. ...La civilización moderna es aún
más intolerante al entrar en contacto con las razas incultas que lo que fue-
ron los conquistadores de México y Perú... Por otra parte, los españoles,
después de subyugar á un pueblo, no le quitaban su virilidad. Expedían le-
yes para proteger á los indios. Éstos comprendían pronto la religión ca-
tólica, cuyas formas exteriores, por lo menos, no había dificultad en es-
tablecer.187
369
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